EXISTE,
además, otro hecho de capital importan cia que
demuestra toda la fuerza
que aún conserva la C. N. T.
Cualquier
contra-revolución política tiene una sola finalidad y una sola razón de ser:
conseguir al mismo tiempo la contra-revolución político y económica. La actual
contra-revolución española no es una excepción: su finalidad es usurpar a los
trabajadores sus conquistas económicas, tomando de nuevo en su manos la administración
de las cosas, de la que aquellos se posesionaron después del 19 de julio.
Ahora
bien, si la coalisión stalinista-burguesa ha desencadenado —después de la victoria—
una campaña de prensa contra aquellos sectores de la colectivización que les ha parecido
más vulnerables, las cosas no han ido más lejos hasta ahora porque no se han atrevido
atacar profundamente las conquistas de los trabajadores.
La
clase obrera y la C. N. T. controlan de hecho como antes del 4 de mayo, toda la vida económica
de Cataluña y Aragón.
Es
esto algo de que no se han dado cuenta en Francia, donde se está ofuscado, como es
natural por otra parte, por los acontecimientos políticos y militares. La
Revolución Social, es decir, la expropiación de la burguesía en beneficio de la
clase trabajadora, el paso de los medios de producción de manos de los capitalistas a
manos del proletariado no ha comenzado, solamente
sino que está casi cumplida en Cataluña y en las provincias contiguas.
Este
paso ha sido llevado a cabo no en la forma sansimoniana de la estatización, sino en la
forma proudhoniana y bakuniniana de la "colectivización". Esto significa que la
administración tomada a los capitalistas se ha puesto en manos de las organizaciones
obreras (colectividad) y que está bajo el control de los sindicatos.
Y
bien, casi
todo se encuentra hoy colectivizado.
Por
otra parte, casi todo lo que ha sido colectivizado lo ha sido por la C. N. T., porque, en
la mayoría de los casos, esta es la única organización social existente. La U. G. T. no
agrupa en Cataluña a excepción de alguna que otra corporación— más que artesanos y
patronos.
Para
comprender la extensión de la colectivización, es suficiente observar como se vive en
Barcelona.
Entráis
en un hotel, nueve veces de diez está colectivizado; lo hacéis en un restaurant, lo
mismo; váis al bar a tomar un café, es un bar colectivizado; compráis un diario,
pertenece a la colectividad de los que lo hacen, es decir, periodistas y tipógrafos; queréis
cortaros el cabello, forzosamente entraréis en un establecimiento colectivizado, puesto
que entre los peluqueros la colectivización es total (en este caso se dice que la
industria en cuestión está "socializada"); si queréis haceros un traje, los sastres
colectivizados os presentan sus muestrarios; si deseáis aprovisionaros en un gran
negocio, es indudable que lo haréis en uno colectivizado, pero en el notaréis una
diferencia, las iniciales de la U. G. T, figuran al lado de las de la C. T. N. y la
colectivización funciona bajo el control de los dos sindicatos (¿no tienen en todos los
países predilecciones aristocráticas los directorios de las grandes empresas?); tomáis
un auto, necesariamente será de la C. N. T.; un ómnibus, un tranvía, el metropolitanos
tendréis siempre que ver con una empresa colectivizada; y, finalmente, si por la noche
queréis asistir a algún espectáculo, en el cine, en el teatro o en el baile, os
encontraréis siempre en un establecimiento colectivizado.
En
estas empresas colectivizadas no encontraréis nunca al antiguo dueño. En la mayoría de
los casos el dueño ha aceptado la colectivización y continúa trabajando en lo que fue
su negocio, pero trabaja en calidad de simple
ampleado, con el mismo salario que los demás empleados.
Y
lo que es verdad para los negocios generalmente pequeños o medianos con los cuales el
consumidor trata directamente, lo es también se sobreentiende, para las grandes empresas
de producción. Las industrias textil y mecánica, las de más importancia en Cataluña,
están en su gran mayoría colectivizadas, y las que no lo están se encuentra bajo el
control obrero (9). La industria de la madera está enteramente
colectivizada, desde el derribamiento de los árboles al más fino trabajo de ebanistería.
(9)
En un próximo trabajo sobre Puigcerdá, el lector verá que se
entiende con este eufemismo: control obrero.
Pero
no solamente se halla colectivizada la industria, sino también— y es un hecho de
capital importancia— la agricultura.
En
la parte de Aragón ocupada por las tropas republicanas, no existe una sóla aldea no
tenga su "colectividad", colectividad libre que comprende unas veces a todos los
habitantes y otras a una parte solamente de los mismos.
Los
componentes de la "colectividad" trabajan juntos las tierras puestas en común y las
expropiadas a los propietarios fascistas, recibiendo un jornal idéntico.
En
el Levante, es decir, sobre las magníficas huertas de la costa de Valencia, que es la
región más rica de España y una de las más ricas del mundo, la colectivización rural
está también muy extendida. Es tal vez en la campiña catalana donde está menos
desarrollada
(10).
(10) Esto proviene sin duda de los diversos sistemas de cultivo.
En Aragón y en el Levante, regiones por otra parte profundamente distintas, el cultivo
presenta un carácter idéntico: los grandes cultivos están en terrenos regadíos. En
Cataluña, en cambio, se cultiva sobre terrenos variadísimos y sin regadíos: lomas,
hondonadas, pendientes, etc.
Estas colectividades se desenvuelven muy bien. Es verdad que para poder emitir un juicio exacto, se necesitaría poderlas juzgar desde dentro, haber vivido en ellas. Pero en la medida que es posible juzgarlas desde fuera, desde el punto de vista del consumidor, los resultados son óptimos. Ya en agosto del 36 señalé como los servicios públicos funcionaban en Barcelona; nueve meses después es necesario repetir lo mismo, con la diferencia que el material ha sido modernizado, habiéndose puesto en servicio ómnibus y taxímetros nuevos. No disgusta a nuestros burgueses y a nuestros burocráticos obreros aburguesados, que las usinas administradas por los trabajadores continúen funcionando sin obstáculos y sin merma de la tensión, que los hoteles estén en las mismas o mejores condiciones higiénicas que antes de la colectivización, que la cocina sea considerada igualmente buena, considerando que está bajo las exigencias de la guerra: solo se sirven dos platos y un pedazo de pan. Los grandes negocios colectivizados están siempre llenos de clientes, sus encargados siguen siendo corteses y la "sastrería confederal" os hace un traje impecable en cuarenta y ocho horas (11).
(11) Tal vez alguién pregunte el precio de las cosas.
Convertidos en francos al cambio francés, los precios son increíblemente bajos: en el
hotel con 7 u 8 francos tenéis habitación, almuerzo y cena; un traje de pura lana, sobre
medida, cuesta poco más o menos 130 francos. Se comprende que estos precios están
determinados principalmente por la depreciación de la peseta; todavía no ha existido
nunca tanta diferencia entre los precios de un país y los del exterior, en confrontación
con los otros países de moneda depreciada, ni aún en Alemania en tiempos de la
precipitación del marco. Es necesario pues suponer que en parte se debe a la acción de
las colectividades que han impedido que se elevaran de nuevo los precios.
Esta
acción se manifiesta todavía más claramente si se confrontan, en las industrias no
completamente colectivizadas, los precios de las empresas que lo están, con aquellas que
aún no fueron colectivizadas. Faltando cifras globales es necesario, a este respecto,
atenenrse a las experiencias personales. He aquí
dos: entre dos trajes de hombres, de la misma calidad, el adquirido en sastería
colectivizada costó un 20 % menos que el adquirido en sastrería privada. La pensión de
un hotel, en el pasado mes de agosto, antes que fuera colctivizado, costaba 11 pesetas; en
mayo, después de la colectivación no costaba más que 10 pesetas diarias a pesar
de la carestía de los víveres.
En cuanto a la colectivización agrícola, sus efectos en Aragón se traducen en las siguientes cifras: la superficie sembrada ha aumentado del 25 al 30 por ciento en comparación al año pasado y la recolección de la remolacha, de cuya importancia para la región hemos hablado recientemente, superará en mucho todos los récords.
Esta
es la grandiosa obra que la contra-revolución se propone destruir. Todavía, como ya lo
he manifestado, se está en los comienzos; pero en ciertas aldeas catalanas los
stalinistas han irrumpido, después de las jornadas de mayo, ocupando los locales de la
colectividad y proclamando que "la colectivización ha terminado" y la tierra debe
volver a los antiguos propietarios.
En
la industria la ofensiva es menos directa. No se habla todavía de restituír las fábricas
a sus antiguos propietarios, pero se las quiere entregar al Estado—es decir— a la
burguesía como clase. La palabra de orden stalinista-burguesa es, en estos momentos: "nacionalizar", es decir, estatizar o municipalizar las industrias actualmente
colectivizadas. Y la C. N. T. ha debido consentir, por lo menos en principio, la "nacionalización" de los ferrocarriles, donde los obreros de la C. N. T. están en
minoría con respecto a los de la U. G. T., y de las industrias de guerra; sin embargo
parece que esta nacionalización aún no se ha realizado de hecho.
Mucho
más grave sería la municipalización de los transportes públicos de Barcelona, una
cuestión sobre la que convergen actualmente los esfuerzos burgueses de la Esquerra
catalana y de los stalinistas del P. S. U. C. a los que resiste vigorosamente la C. N. T.