EVIDENTEMENTE la C. N. T. no quería
salir victoriosa. La C. N. T. estaba pronta a todo, a todos los abandonos, a todas
las renuncias, a todas las derrotas, a fin de no obtener el triunfo.
¿Por que?
Porque después de haber obtenido una victoria militar una
victoria de fuerza sobre el bloque stalinista-burgués, después de haber vencido en la
lucha callejera a sus propios aliados, o que así se llamaban, de la víspera, los
Companys, los Dencas, los Antonov, no le habría quedado otra alternativa que tomar el
gobierno por sí sola y oficialmente.
Ahora bien, fiel a la política seguida con obstinación a
partir del 19 de julio, la C. N. T. no quiere estar abiertamente en el poder.
En Cataluña habría
podido tomar en sus manos, en repetidas ocasiones, todo el poder sin disparar un solo
tiro. Lo mismo que Koroly, veintiún años atrás, lo ofrece a Bela Kuhn, Companys hace a
la C. N. T., repetidamente la oferta de entregarle el poder. La C. N. T. lo ha rechazado
siempre. Más todavía, se puede decir que todas las concesiones hechas por la C. N. T. a
la burguesía en el transcurso de estos nueve meses, incluso la de formar
parte en el gobierno, le han sido dictadas por el temor de que ésta abandonase el
poder.
¿Por qué tanto temor de posesionarse del gobierno?
La razón
"oficial", si así puede llamarse, dada para
justificar la política de "cesad el fuego" por los ministros madrileños, García
Oliver y Federica Montseny, llegados apresuradamente a Barcelona después de los primeros
disparos —y cuya intervención fué decisiva en la adopción de esta política en razón
de su gran autoridad en los ambientes anarquistas (7)—
es la siguiente: en el puerto de Barcelona han entrado naves de guerra inglesas y
francesas y si nos hacemos dueños de la ciudad, si Barcelona cae en manos de los "anarquistas" será bombardeada por los mismos.
(7)
Se sobreentiende que
esta autoridad no se debe al hecho de que sean ministros. García Oliver la debe a su gran
energía y a su pasado: es uno de los supervivientes del grupo de Durruti y de Ascaso y de
la época de Martínez Anido, el déspota que aterrorizó Barcelona. En cuanto a Federica
Montseny su influencia se debe principalmente a la notable fuerza de su vitalidad.
Así expresado ese razonamiento es ridículo; evidentemente no
es más que un pretexto grotesco para impresionar, inventado por las necesidades de la
causa.
La llegada de buques de guerra, ingleses y franceses no tenía
nada de extraordinario. Apenas suceden disturbios en cualquier puerto, llegan naves
extranjeras "para protejer a los connacionales". Esto sucedió también en Barcelona
el 19 de julio; esto sucede al estallido de cualquier "revolución" ya sea en la América
del Sud, en América Central o en cualquier otra parte; pero los buques se limitan siempre
a embarcar ciudadanos de sus respectivas naciones que deseen hacerlo, o, cuando más, a
desembarcar algún destacamento de marineros para protejer la sede consular. Claro está
que hubiera sucedido lo mismo en Barcelona si la F. A. I. enarbolaba la bandera negra
sobre el Palacio de la Generalidad. Era psicológica y políticamente imposible que
Inglaterra y Francia bombardearan Barcelona o procedieran a ocuparla militarmente,
cualquiera fuera el régimen que se implantara, dada la política que estos dos países
han adoptado con respecto a los acontecimientos españoles y dado que los hechos de esos días
no estaban dirigidos contra intereses de Inglaterra ni de Francia.