SEGURO de sus posibilidades bélicas cada día mayores y
mas probadas, informado de nuestra debilidad interna a causa del cansancio, de
la política antiespañola, antipopular y del exceso de privaciones sin
objetivo, comprensible, el enemigo anunció con meses de anticipación su
ofensiva sobre Cataluña, la que había sido baluarte improvisado de la guerra y
foco constructivo y ejemplar de la revolución.
Se trataba de la ofensiva final para liquidar la
conflagración, que duraba ya treinta meses y había perdido todos los resortes
iniciales gracias a la intervención de Rusia y de sus métodos en la llamada
España republicana. En esa ofensiva se tuvo en cuenta por parte del franquismo,
tanto la contundencia indiscutible de su gran armamento, de su artillería y de
su aviación, como la moral depresiva de nuestras tropas y de nuestra
retaguardia. La caída de Cataluña, donde se habría estrellado el ejercito más
poderoso en otras condiciones políticas, económicas y morales, fue una operación
del tipo de las ejecutadas por las potencias totalitarias contra Austria, el 12
de marzo de 1938; contra el territorio de los sudetes, el 1° de octubre del
mismo año, y después contra Bohemia y Moravia, el 15 de marzo de 1939; contra
el territorio de Memel, contra Albania. La propaganda previa del enemigo rompe
todos los resortes morales de la resistencia y, cuando llegan las tropas de la
conquista y de la ocupación, apenas tienen necesidad de disparar un tiro.
Teníamos el presentimiento, y lo manifestábamos sin
ambajes, de que la ocupación de Cataluña, en el desmoronamiento moral en que
se encontraban el ejército y la retaguardia de la España republicana, sería,
un simple paseo militar. Disponíamos de fuerzas, aun sin el auxilio de
armamento esencial, para oponer una resistencia adecuada en una guerra de
movimiento, para quebrantar el empuje enemigo, fijarlo en defensas naturales
abundantes y gastarlo en varios meses de forjeceos sin trascendencia. Es el
hombre todava el centro de la guerra, y el hombre había sido destruido por la
política staliniana, hasta llegar al punto de no querer batirse y de aceptar el
destino amargo de la emigración y el anatema de la derrota. La única
organización de ascendiente popular y de prestigio que quedaba incorruptible
frente a los nuevos amos era la F. A. I, pero todos los partidos y
organizaciones se habían coaligado, para imposibilitar su acción, al revés de
lo que ocurría en la otra zona con la Falange, mucho menos numerosa y
aguerrida, pero considerada siempre como un factor indispensable en la guerra
contra nosotros.
Con más de ocho meses de anticipación ofrecimos al
gobierno la organización de la defensa de Barcelona en un radio de una
cincuentena de kilómetros, independientemente de las líneas de defensa y de
resistencia proyectadas por el Estado mayor central. El coronel Claudin, uno de
los jefes de la defensa de costas, sobre la base del terreno y de las escasas
entradas naturales que tiene la capital de Cataluña proyectó unas obras de
defensa que comenzaban en el Perelló, pasaban por los Bruchs y enlazaban cerca
de Manresa. Para su ejecución se preveía el voluntariado, lo mismo que para la
ocupación de los parapetos, trincheras, nidos de ametralladoras, bases de
fuegos de artillería, etc. Nos comprometíamos a tener en pocos meses preparada
esa línea Maginot de Barcelona, para la cual no pedíamos más que la
autorización consiguiente y el material a emplear en las fortificaciones. Todo
el resto sería prestación voluntaria y gratuita. Intervinieron también el
general Asensio, el coronel Pérez Farraz, otros militares y políticos.
Visitamos en delegación al presidente de la Generalidad, Luis Companys, para
exponerle el proyecto y sugerirle que recabase del Gobierno central la
organización, por Cataluña misma, en la forma que nosotros estimábamos
necesaria, de la defensa de Barcelona, con la contribución directa de los
hombres que más podían mover la opinión de la población catalana.
Nuestra oferta, quizás porque era nuestra, y había la
consigna de impedirnos todo movimiento, no fue aceptada por el Gobierno Negrín
y por sus instrumentos y tuvimos que contentarnos con seguir cruzados de brazos,
anunciando el derrumbe del frente si no se acudía a poner remedio urgente y
radical al estado de cosas que imperaba en los combatientes. Habíamos visto el
desmoronamiento de los frentes del Este y de Extremadura como consecuencia de la
dirección rusa de la guerra y no pretendíamos ser profetas cuando sosteníamos
que las mismas causas en pie, tenían que seguir produciendo los mismos efectos.
Si la iniciativa por nosotros presentada a los Gobiernos
de la República y de Cataluña hubiese tenido otro origen, es decir, si hubiera
sido presentada por hombres de determinado partido, habría sido tenida en
cuenta, probablemente, pero nos habíamos sumado a ese proyecto algunos
militares y paisanos que queríamos realmente asegurar un desenlace un poco
digno a la guerra y no queríamos comulgar con los festines sardanapalescos de
Negrín. De ahí el cierre hermético de todas las puertas.
La población estaba extenuada, el desconcierto y la
inepcia se cubrían dificultosamente con la censura, las persecuciones a los
descontentos, los tonos estereotipados de la prensa y la radio, el coro
rufianesco de los partidos y organizaciones. El dominio de los rusos, sin
embargo, era sentido como una carga intolerable. Se constataba el saqueo en
regla de toda la riqueza española y había que callarse. Los tejidos de Cataluña
fueron objeto principal de su codicia. Desde los comienzos de su intervención
pusieron los ojos en esa gran riqueza.
Se transportaron igualmente fábricas enteras con
destino, a Rusia, maquinaria especial, etc., sin contar la apropiación de
secretos de fabricación que tenían algunas empresas en diferentes industrias,
para lo cual organizaron desde el primer instante una red de espionaje que
penetró en todos los lugares vitales de la economía, como se había hecho en
el ejército, en la marina, en la aviación (1)
... No se tomaba ninguna decisión sin contar con los rusos, sin que éstos
dieran su visto bueno. Lo mismo en la guerra que en la economía, en las
finanzas o en la política internacional.
(1) Un ejemplo entre muchos:
el de las fábricas de papel de fumar. Es sabido que el papel de fumar español,
de Levante y de Cataluña, tenía un mercado mundial seguro. Los rusos, cuando
las fábricas de papel tenían que cerrarse por falta de materia prima,
ofrecieron ésta, sueldos extraordinarios y víveres a sus obreros y técnicos
para trabajar sin descanso con destino a Rusia. De esa forma el stalinismo
comenzó a hacer suya la clientela de esa producción y sus técnicos
industriales se pusieron en condiciones de trasladar a Rusia esa especialidad,
llevando, en algunas ocasiones, hasta las máquinas de las fábricas. Cuando
España vuelva a ponerse en situación de continuar la fabricación del papel de
fumar, se encontrará con una competencia hasta ahora desconocida: la de Rusia.
Favorecidos Por cl chantage de la ayuda staliniana, que
no fue tal ayuda, sino un desvalijamiento escandaloso de nuestras finanzas y de
nuestra economía por los delegados comerciales rusos, los comunistas españoles,
insignificantes en número, tan insignificantes como en calidad, al estallar el
movimiento de julio (1), se
atrajeron poco a poco a todos los que no tenían cabida en los otros partidos y
organizaciones a causa de sus antecedentes dudosos e impusieron su predominio en
todas las esferas de la vida pública. Adhesión popular espontánea no tenían
ninguna. Si por nuestra parte no habríamos sabido elegir entre la victoria de
Franco y la de Stalin, por parte de la población políticamente indiferente, se
prefería ya el triunfo de Franco, en la esperanza vaga de que lo haría mejor,
de que el sufrimiento al menos no sería más duro y que las persecuciones y las
torturas no serían más salvajes. Y por odio a la dominación rusa que se tenía
que soportar en la España republicana, se minimizaba el hecho que del otro lado
la dominación italiana y alemana no eran más suaves ni distintas esencialmente
por sus procedimientos y sus aspiraciones.
(1) En las jornadas del 19
de julio en Barcelona, se nos informó, como una novedad extraordinaria, que había
sido visto en la calle un comunista, antiguo obrero metalúrgico de la C. N. T.
El pueblo se había distanciado espiritualmente de la
guerra, no sabía ya por qué se luchaba, veía la bacanal de los privilegiados
del momento, y no podía concebir que al otro lado de las trincheras pudiese
haber algo peor. Y sin la adhesión activa del pueblo, la guerra estaba perdida,
irremisiblemente perdida. La confianza, la absurda confianza en una ayuda de las
llamadas potencias democráticas, mantenida como latiguillo de efecto por
aquellos mismos que se habían entregado a la dominación rusa, nadie la
abrigaba sinceramente, después de todo cuanto se había visto a través del célebre
Comité de no intervención. Ahora bien, si la alianza con Rusia no nos
significaba nada fundamental en cuanto a llegada de armamento y de víveres, si
las democracias estaban resueltas a abandonarnos, no quedaba más que una carta:
la del pueblo, olvidada en el sucio juego de la guerra y de la diplomacia
republicana y comunista. El pueblo tiene siempre recursos cuando quiere
apasionadamente una cosa. Y hubiese encontrado medios para desbaratar los ejércitos
enemigos sin contar con nada de lo que distingue a la guerra moderna. ¿Cómo?
Con los métodos mismos, entre otros, del 19 de julio. Barcelona bastaba y
sobraba, en la forma en que podía haberse combatido, para consumir los ejércitos
de Franco y hacer inútiles todos sus arsenales.
Pero para volver a contar con el pueblo como factor
activo de la contienda era preciso, en el orden político, un cambio de
gobierno, sobre todo el alejamiento del doctor Negrin y de su criado para la política
exterior, Alvarez del Vayo, agentes de Rusia, dictadores al dictado de los
comunistas, y en el orden militar se imponía una reorganización a fondo de los
cuadros de mando, una revalorización de la personalidad del combatiente, la
utilización de los jefes y oficiales postergados y perseguidos a pesar de su
historial antifascista y de su competencia, la supresión de los crímenes que
se perpetraban constantemente en las filas del ejército por motivos de
predominio partidista ...
No hemos conseguido hacer pesar ninguna de las
reivindicaciones que proponíamos, por la cobardía de los unos, y por la
complicidad de los otros con el tinglado de corrupción que se había montado
como pedestal del Gobierno de la victoria.
Estudiamos incluso la apelación a la fuerza, las
posibilidades de un golpe de mano, nuestro armamento; pero comprendimos que,
dada la ligazón de la mayor parte de los dirigentes de partidos y
organizaciones con la política del doctor Negrin, considerado el hombre
providencial de la resistencia, no habríamos podido obrar con unanimidad y habríamos
perdido la partida, aumentando inútilmente el número de víctimas. De haber
logrado el acuerdo necesario entre todas las ramas del movimiento libertario,
los sucesos que tuvieron lugar en la zona central y en Levante, después de la
caída de Cataluña, se habrían producido en Cataluña misma, por iniciativa y
bajo la responsabilidad de la F. A. I., la única organización de tipo español
que se había resistido a obrar al servicio de potencias extranjeras y que
representaba un nexo auténtico de relación con los sentimientos populares.
Nosotros, internacionalistas de toda la vida, éramos los
únicos representantes de la independencia de España, los únicos defensores
sinceros de la fórmula: ¡España para los españoles!
Si hay que señalar, a consecuencia de la guerra, un
cambio en nosotros, es quizás el haber sido, cada día más, no los presuntos
antipatriotas doctrinarios de antaño, sino los únicos patriotas verdaderos,
dispuestos a sacrificarlo todo por el porvenir de España. Mientras nosotros
pensábamos así, los nacionalistas de siempre no se cuidaban más que de
asegurar fondos en el extranjero para después de la derrota, y en primer lugar
los famosos predicadores de la resistencia hasta la victoria ...
Aunque sólo sea para servir a la verdad, es necesario
que digamos cual ha sido nuestra posición, cual nuestra actitud en una guerra
que se debía a nuestras batallas contra la conspiración militar. Si la
historia ha de juzgarnos, y en este caso, y por ahora, la historia escrita por
los vencedores, que nos juzgue por nuestros hechos y por nuestros propósitos,
pero no en una solidaridad que no hemos sentido con un Gobierno al cual debe
Franco su victoria.
Queremos responder de lo nuestro, bueno o malo, y de
nuestras intenciones, que han sido las mejores, pero independientemente del
Gobierno de la República y de los agentes rusos. Ni hemos sido republicanos ni
hemos callado ante la dominación comunista. Las circunstancias nos obligaron a
tener contacto con gentes cuyos objetivos eran opuestos a los nuestros y cuya
conducta merecía bien el fusilamiento, pero hemos conservado nuestra
personalidad y no hemos perdido el rumbo, aun cuando nos haya faltado la fuerza
material para servir a España más eficazmente.
El 7 de diciembre de 1938 fue convocado el Frente popular
por el Gobierno de la victoria en uno de los palacios suntuosos de Pedralbes.
Acudieron Mije y Pasionaria por el Partido comunista, Cordero y Lamoneda por el
Partido socialista, Rodríguez Vega y Amaro del Rosal por la U. G. T., Mariano Vázquez
y Horacio Prieto por la C. N. T., Baeza Medina por Izquierda republicana, Mateo
Silva por Unión republicana, Herrera y Santillán por
la F. A. I.
Pedro Herrera hizo el siguiente relato de aquella reunión,
transmitido como informe confidencial a las Federaciones Regionales de la F. A.
I. :
"Comienza
Negrin manifestando que el objeto de la reunión es simplemente dar cuenta a los
partidos y organizaciones del Frente popular de la situación actual. En
principio — según manifestó —, se pensó convocar a una reunión conjunta
al Frente popular nacional y al Frente popular de Cataluña; pero por falta de
local apropiado para reunir tantas personas, ha decidido convocarles por
separado. Esto le obligará a repetir las manifestaciones que va a hacer en esta
reunión, en la que tendrá con el Frente popular de Cataluña.
Da
explicaciones acerca de las operaciones del Ebro, remontándose al mes de junio
en que fueron concebidas e iniciadas. Señala las causas que determinaron esas
operaciones — necesidad de desbaratar la ofensiva del enemigo y de
descongestionar su avance arrollador sobre Sagunto y Valencia, con grave peligro
para esa zona, aun aceptando todo el riesgo que suponía y que ya se previó de
antemano — Considera que se ha superado con mucho el éxito previsto cuando
las operaciones se comenzaron, y que gracias al temple de nuestros soldados y a
la fortaleza adquirida por nuestro ejército con su disciplina y su buena
organización, se ha inflingido un enorme quebranto al enemigo y se ha ganado un
tiempo precioso que ha permitido mejorar el ambiente internacional. Estima por
tanto que ha sido una operación meritoria, digna de todos y que aun cuando nos
ha ocasionado bastantes bajas, han sido superiores las que ha tenido el enemigo.
Además, las nuestras, entre muertos y desaparecidos e inútiles totales, se ven
compensadas por los prisioneros que hemos hecho.
Se
refiere después a las angustias pasadas cuando era forzoso pensar en la
retirada de nuestras tropas a la parte de acá del Ebro. Dice que esto ha sido
planteado mucho antes de realizarse, lo que prueba la capacidad de nuestro espíritu
de resistencia. Señala que organizaciones y partidos, con muy buena voluntad,
le han remitido proyectos sobre operaciones militares a realizar, modificaciones
a las proyectadas, etc., sugerencias todas valiosas que han sido aprovechadas en
la medida de lo posible y que entre ellas alguna hablaba de una manera
apremiante de la necesidad de ordenar la retirada antes de que se produjese un
desastre. Informa que la retirada ha sido algo maravilloso, llevada con un tacto
y un acierto tan extremado que él mismo se ha visto sorprendido, máxime cuando
ya se había resignado a que la retirada resultase bastante cara en hombres y en
material, y en cambio se ha producido sin pérdidas considerables.
Se
extiende en consideraciones sobre la situación del enemigo, señalándola como
muy grave para la otra zona, ya que el descontento de su retaguardia aumenta,
internacionalmente pierde crédito y económicamente se encuentra apuradísimo.
Todo esto le obliga a preparar una gran ofensiva que le permita algunos éxitos
militares con que reponer su crédito demasiado quebrantado. Parece ser que están
a punto de realizar una gran ofensiva, según acusa la gran acumulación de
fuerzas y de material en algunos lugares. Advierte que siendo una operación
preparada con tanto lujo de fuerzas, tiene que producirnos algún quebranto
momentáneo. Desde luego, estima que no será nada extremadamente grave, ya que
están tomadas las medidas pertinentes para evitar una catástrofe. Cree que se
perderá algo de terreno, pero no se perderán nudos vitales, y no tendrá todo
ello consecuencias desfavorables si todos estamos prevenidos y dispuestos a
sostenernos.
En
estas circunstancias, considera imprescindible el mantenimiento de la moral en
la retaguardia y en el Ejército. El Ejército ha dado suficientes muestras de
moral y de capacidad, tanto para resistir como para atacar. La retaguardia también
ha demostrado que tiene callos y sabe sufrir con estoicismo toda clase de
privaciones. Sin embargo, en estos momentos considerados difíciles, tienen que
preocuparse todos los sectores antifascistas de mantener la unidad de acción y
de pensamiento, aplazando disputas y aspiraciones particulares.
Señala
que en el orden de los abastecimientos, si bien hemos atravesado una época
dificilísima, parece que hemos vencido la curva de gravedad y que iniciamos una
etapa de superación. Aun cuando no se puede considerar resuelto el problema, sí
podemos decir que va mejorando considerablemente. Siendo así, todos hemos de
hacer lo posible para mantener la moral del frente y de la retaguardia, ambas
necesarias, ya que la de un lado influye considerablemente en el otro. Por todo
esto desea que los partidos y organizaciones que controlan la opinión, tengan a
ésta al corriente, en forma discreta, desde luego, de lo que pueda suceder,
para que no haya alarmas excesivas e inmotivadas ...
A
continuación manifestó que no teniendo víveres para todos y no pudiendo
invitarnos a comer, nos ofrecía una copa de champagne en un salón anexo.
Esta
es la reseña de cuanto aconteció en la entrevista que Negrín tuvo con los
partidos y organizaciones del Frente popular. Fue una reunión de tipo
informativo única y exclusivamente. Su carácter no fue considerado apropiado
para que los sectores representados planteasen cuestiones en pro o en contra de
la política del Dr. Negrín, como lo demostró el silencio por todos observado.
A nadie le pidió Negrín adhesión a la política del Gobierno, ni nadie por
tanto la pudo dar.
Como
dato significativo de nuestra conducta como delegación, señalamos que,
inmediatamente de pasar de la sala de reunión a la del convite, decidimos
ausentarnos sin participar en el obsequio ni en las conversaciones de corrillo
que se iniciaron. Correcta, pero fríamente nos despedimos del jefe de Gobierno
y salimos precipitadamente Santillán y yo. En la puerta del jardín pude darme
cuenta de que Negrín había bajado detrás de nosotros conversando con Santillán
desde la mitad de la escalera, donde le alcanzó, teniendo así nueva ocasión
de despedirnos. Arriba quedaron el resto de los representantes de los partidos y
organizaciones, ignorando si en nuestra ausencia habrán tratado alguna otra
cuestión".
Mientras hablaba Negrin, una palabra pugnaba
violentamente por salir de nuestros labios: ¡Impostor! Era una mentira todo
cuanto decía. Mentira lo de las escasas pérdidas de la batalla del Ebro, pues
nos ha costado alrededor de 70.000 hombres entre prisioneros, muertos y heridos,
y una enorme cantidad de material pesado y ligero, las únicas reservas. Se evitó
el avance hacia Valencia, es verdad, pero a costa de las mejores posibilidades
de resistencia en la zona catalana. Era mentira lo del ejército disciplinado,
lo de la resignación estoica de la retaguardia, lo de nuestra situación
internacional mejorada y el empeoramiento de la situación del enemigo. El
cuento tártaro no nos ha convencido de ninguna manera, aunque pudimos constatar
que los representantes de los demás partidos y organizaciones se mostraban
satisfechos y orgullosos. Incluso hemos visto días después circulares internas
de algunas de las organizaciones asistentes en donde se transmitían como
propios los argumentos y los informes dados por Negrin en la aludida reunión.
Un caso tal de esclavización voluntaria no lo habíamos visto jamás.
En cuanto a material bélico, contábamos en aquellos
momentos con diez aparatos de bombardeo, carecíamos de artillería, pues la que
nos enviaban los rusos, en más de cincuenta calibres, era tan deficiente que a
los pocos disparos las piezas quedaban inutilizadas. Fusilería y máquinas
ametralladoras se habían perdido en la batalla del Ebro en proporciones enormes
(1) .
(1) El coronel de artillería
Jiménez de la Beraza, el alma de las industrias de guerra de Cataluña, fue
llamado una vez a consulta por la Subsecretaría de Armamento para investigar cuál
podría ser la causa del escaso rendimiento de la artillería, que se
inutilizaba a los pocos disparos. Se hablaba por unos de la calidad de las pólvoras,
por otros de sabotage de los artilleros, etc. El coronel Jiménez de la Beraza
sostuvo que la causa de las deficiencias señaladas se debía al hecho que no
habían sido fusilados los que compraban el material.
No volvió a ser interrogado, pues uno de los
compradores del material, el ginecólogo Otero, hombre funesto para la República,
era el Subsecretario de la Comisión de Armamentos y municiones y por sus manos
habían pasado casi todas las operaciones de compra.
Al día siguiente de la reunión convocada por Negrin, se
reunió el Frente popular para encontrar el modo de apoyar eficazmente al
Gobierno en relación con la próxima ofensiva. Nos habíamos esforzado desde
hacía varios meses por plantear a fondo la cuestión de la dirección de la
guerra y de la descomposición moral del ejército. Por fin logramos que los
sordos voluntarios del Frente popular, esa mistificación de tipo moscovita en
que nos vimos involucrados bien a nuestro pesar, resolviese poner a la orden del
día una proposición nuestra. Copiamos el relato hecho para servir de información
interna a las organizaciones regionales de la F. A. I. (1)
:
(1) F. A. I. Comité
Peninsular: Circular N° 57 (confidencial), 19
de diciembre de 1938. Barcelona.
"Después
de despachar algunos asuntos de trámite se resolvió en cuanto a la
incompatibilidad declarada por el Frente popular de Guadalajara con el Partido
comunista y con el Gobernador de aquella provincia, Cazorla, que cada partido u
organización recabase informes directos para completar la información recibida
y que no ofrece bastantes elementos de juicio para tomar una decisión. Una vez
en posesión de más detalles se adoptarán acuerdos al respecto.
Relativamente
a la política de abastos propuesta a estudio por la delegación de la C. N. T.,
se informa por secretaría que el Director General de Abastecimientos no había
respondido aún a la nota que con ese motivo se le dirigiera y por consiguiente
ese punto quedaba a la orden del día para próximas sesiones.
Se
entra, pues, a discutir la proposición de la F. A. I. sobre la política
militar y el problema de la intervención de los partidos y organizaciones en el
ejército.
Informamos
en el sentido que se resume a continuación:
Padecemos
en las filas del ejército, como en muchos otros aspectos de la vida nacional,
de la fiebre excesiva de los neófitos de los partidos constituídos después
del 19 de julio de 1936. Corresponde a la psicología de todo nuevo adepto de
una doctrina el abuso de su celo y el agigantamiento de su sectarismo, con un
desconocimiento y un desprecio olímpico de lo que no pasa por el tamiz de su
organización o partido. A esa psicología agresiva e intolerante del neófito
se agrega, en estas circunstancias, la composición del origen más dudoso de
determinados partidos que no vacilaron en la recluta de su gente, fiando muchos
más en el número que en la calidad. Si examinásemos las listas de los
adherentes a cada uno de los partidos y organizaciones aquí representados, no
serían pocas las sorpresas con que tropezaríamos y no sería difícil que llegásemos
a la conclusión de que, bajo numerosos carnets de apariencia antifascista,
operan a sus anchas los representantes de Franco. Por su parte, la F. A. I. no
tiene ningún inconveniente en abrir de par en par las listas de sus afiliados y
en agradecer de antemano a quien pudiese señalarle la actuación de algún
individuo de origen sospechoso en su seno; aunque podemos afirmar que la inmensa
mayoría de sus elementos, casi todos de origen auténticamente proletario, eran
militantes ya mucho antes del 19 de julio.
Otro de los fenómenos que más nos han llamado la atención
en la política de guerra que se sigue en el curso de los últimos dos años, es
la cantidad considerable de militares profesionales de primera categoría en
cuanto a capacidad técnica y también en cuanto a convicciones antifascistas
que quedan relegados o son perseguidos. Sus puestos suelen ser ocupados por
personajes recién llegados sin saber de dónde y la mayoría de las veces sin
antecedentes técnicos que los acrediten para ello. Podemos afirmar altamente
que los militares de más prestigio, los más seguros para la República, los de
formación más acabada, los que más podrían rendir en esta guerra, se
encuentran postergados, disponibles e incluso perseguidos, cuando no han sido
asesinados (1).
(1) Jacinto Toryho: La
independencia de España, Barcelona, 1938, Capítulo sobre "los militares
republicanos sin apoyo del gobierno"; páginas 144-49.
Nos referimos, sin necesidad de nombrar a nadie, a
algunos casos de acuerdo a las armas de que proceden.
Sabido es de todos que nuestra carencia de mandos
superiores es considerable. Sin embargo, nos encontramos con mandos de infantería
y jefes de Estado Mayor disponibles y postergados que son verdaderas
notabilidades de nuestra milicia, desde los oficiales de más baja categoría en
el escalafón a los jefes más altamente graduados. Si se quiere que mencionemos
algún nombre, no tendremos inconveniente en hacerlo para testimoniar la verdad
de lo que decimos.
Por las calles de Barcelona ambula uno de los grandes
maestros de la artillería española. Su actuación a partir del 19 de julio es
inigualada y los méritos como técnico y los antecedentes antifascistas son
ampliamente conocidos. Tiene en su haber dos cadenas perpetuas, una por su
actuación contra la monarquía, otra por los sucesos de octubre de 1934. Este
hombre se ha ofrecido incluso para el mando de una batería como simple capitán,
pues no se resigna a dejar de prestar hasta el último momento todo lo que puede
en esta guerra. Su ofrecimiento generoso ha sido rechazado.
Tenemos presente la figura de una de las glorias más
reputadas de la aviación española. Sin su intervención quizás ni la misma
República hubiese sido una
realidad, y eso que no contamos su participación en la lucha contra los rebeldes el 19 de
julio. Este aviador, coronel, se ha ofrecido igualmente hasta para el mando de
una sección de infantería como simple teniente y se le ha respondido desde el
Estado Mayor, que no había vacantes en nuestro Ejército. Se trata de un hombre
de larga historia militar y cívica y recorre decepcionado las calles de la
capital actual de la República sin esperanza de poner sus conocimientos y su
nombre al servicio de la guerra. Sin embargo, se utiliza a toda clase de gente
en el cuerpo de aviación, sin pararse demasiado a examinar de dónde proceden y
quiénes son. Uno de los altos cargos de las fuerzas del aire es ocupado por uno
de los aviadores que ametrallaron a los obreros asturianos en 1934, y tal ha
sido su comportamiento entonces que obtuvo la medalla del mérito militar por
aquella hazaña del prefascismo. Días pasados se pasó al enemigo el capitán
ayudante del ex subsecretario del aire Camacho, con un aparato de la República,
y cuanto denuncia desde la radio de Teruel sobre la aviación republicana está
muy lejos de poder ser desmentido. El contraste entre la figura gloriosa de la
aviación a que nos hemos referido y hechos como la fuga del capitán Carrasco y
otros que ocurren todos los días, no pueden ser un factor de moralidad en las
filas combatientes y en la retaguardia de la España leal. Recordamos, a propósito,
que hemos puesto de manifiesto en algunas ocasiones las sospechas que abrigábamos
sobre la conducta de ciertos hombres, entre ellos el capitán Carrasco, que se
sumó en Barcelona el 20 de julio al movimiento triunfante, mientras el 19 había
rendido honores al general Goded, que llegaba de Mallorca para asumir la
jefatura de la rebelión.
Hechos de esta naturaleza, unidos a la política de
ascensos que se pone en práctica, significan un peligro enorme para la unidad
del Ejército y para el éxito de la guerra. No hay que olvidar que el Ejército
de la monarquía fue descompuesto y desmoralizado por los ascensos
extraordinarios; si ahora incurrimos nosotros en los mismos errores que la
monarquía, no podremos evitar los mismos seguros resultados.
Queremos referirnos también a otros aspectos demasiado
reiterados para que puedan pasar desapercibidos: por ejemplo, los asesinatos de
elementos de determinados sectores, principalmente del sector libertario, en el
frente. No queremos acusar a ningún partido de esos crímenes. Estamos
convencidos de que han de ser repudiados por todos sin excepción; pero se da la
coincidencia de que las víctimas son casi siempre soldados y oficiales de la C.
N. T. y de la F. A. I., y los asesinos suelen cubrirse con el carnet del Partido
Comunista. Estamos convencidos de que esa gente obra al dictado de los generales
de la facción y sirve a sus planes. Por eso estimamos que el Frente popular
debe tomar en consideración estas denuncias y procurar que esos hechos cesen de
inmediato para evitar consecuencias que después tendríamos que deplorar todos.
Narraremos un hecho solamente, el más reciente de los
que han llegado a nuestro conocimiento. Pero hechos parecidos podríamos
documentarlos a centenares.
Un teniente que nos es personalmente conocido y que ha
estado enrolado como voluntario desde agosto de 1936, fue detenido en Barcelona.
No nos interesa la causa. Después de una temporada en un cuartel de esta
ciudad, donde un boxeador famoso ha sido encargado de los interrogatorios, fue
trasladado a Pons con un grupo de soldados. Allí se les comunicó que eran
puestos en libertad y que serían reintegrados a sus unidades de origen. El
teniente aludido pertenece a la 153 brigada, los soldados a la 26 División. Se
les recomendó el buen comportamiento, la disciplina y la obediencia para no
volver a incurrir en las faltas que habían originado su detención. Se les hizo
subir a un camión, detrás del cual marchaba un coche turismo de la escolta de
un jefe comunista, antiguo guardia civil. Al llegar a cierto punto se les dijo
que por un sendero que se les mostraba encontrarían las respectivas unidades.
Apenas habían vuelto la espalda oyeron una descarga cerrada de fusiles
ametralladoras desde el coche turismo que les había seguido. El teniente tuvo súbitamente
el presentimiento de que se les asesinaba y se echó a tierra al sonar los
primeros disparos. Cayó a tiempo, porque instantáneamente rodaron encima de él
dos de los acompañantes, y los demás, en número de seis u ocho cayeron también
a los pocos metros. Se apearon del coche los asesinos, comprobaron que sus víctimas
estaban muertas y no advirtieron que una de ellas, el teniente, no había sido
herido siquiera. Una vez realizada la hazaña aleve volvieron a seguir su camino
y el que felizmente pudo contarnos la historia logró llegar a Barcelona a pie,
desde Mollerusa, donde tuvo lugar la ejecución. Y en Barcelona se encuentra
actualmente, sin ánimo alguno de volver al frente, donde hay que tener más
cuidado de los aliados del flanco que de los enemigos del otro lado de las
trincheras. Está a disposición del Frente popular, por si éste quiere tomar
el caso concreto que señalamos como índice de un estado endémico en las filas
del ejército republicano.
Nos ha dicho Negrín en la reciente entrevista a que nos
ha convocado, que nuestros éxitos se deben más a la fuerza moral que nos anima
que a las armas y al material, de que carecemos. Nosotros pensamos de igual
manera, y por eso sugerimos las condiciones necesarias para que esa moral se
mantenga y para que esa fuerza no se desmembre, dando origen a un derrumbamiento
excesivamente peligroso ante la ofensiva que se nos anuncia.
En todos los países y en todas las guerras, cuando se
suceden desastres militares, se opera automáticamente una remoción de mandos.
Esto tiene un efecto psicológico bien probado y hace mover con esperanza a los
combatientes, en la suposición que los mandos nuevos han de proceder mejor que
los depuestos. Es precisamente en nuestra guerra cuando advertimos el fenómeno
opuesto. Cuantos mas desastres militares tiene en su haber un mando o un alto
cargo, más ascensos y más condecoraciones recibe. No queremos puntualizar aquí
la calidad de determinados altos cargos, pero sí que su permanencia en los
puestos que ocupan no beneficia al buen fin de la guerra.
Y hemos de advertir que es precisamente nuestra
organización, sin derecho de asilo más allá de las fronteras, la que tiene el
máximo interés en que esta guerra no termine con una catástrofe. Nosotros
sabemos que nuestro puesto está aquí, que de aquí no debemos movernos, y por
el número de nuestros militantes en las filas del ejército y en los lugares de
trabajo de la retaguardia, nos creemos con derecho a exigir que se tengan en
cuenta las condiciones básicas en las cuales debemos fundar nuestra moral
combativa.
En resumen: Propiciamos que se corten las alas rápidamente
a los excesos de los neófitos de los partidos, que muchas veces dan la impresión
de obrar al dictado del enemigo con sus abusos y sus procedimientos.
En segundo lugar, exigimos la utilización, según su
capacidad, de los militares injustamente postergados, y el examen de la actuación
de los que ocupan altos cargos de responsabilidad sin que técnica y políticamente
estén capacitados para ello.
También exigimos el cese radical de los asesinatos que
vienen sucediéndose en el frente y una remoción de altos mandos que lleve a
los soldados la esperanza de que los nuevos jefes lo harán mejor y con más éxito
que los antiguos.
Resumimos diciendo que, sin esas condiciones y en las
circunstancias en que se encuentra nuestro Ejército, no auguramos nada bueno en
la ofensiva que se nos anuncia y que parece ha de ser la batalla final ...
La delegación de la C. N. T. tomó la palabra para
sostener que el Frente popular podía tener en cuenta, para su transmisión al
Gobierno, el asunto de los asesinatos, como asimismo la utilización de los
militares que pudiesen señalarse como carentes de empleo adecuado. Respecto al
número de éstos podría ser tan elevado como exponía la delegación de la F.
A. I. o menos nutrido, pero la verdad es que hay militares postergados y que esa
situación no es aconsejable si no hay causa mayor que la determine.
Se refiere igualmente la delegación de la C. N. T. a la
política contraproducente de los ascensos, que ha suscitado numerosos
resquemores y disgustos. Pero no se puede hablar de la responsabilidad del
Gobierno en este caso, como tampoco en los asesinatos y en los ascensos
indebidos, y convendría sugerir la formación de un organismo en que
interviniesen todas las fuerzas políticas y sindicales para que los ascensos
fuesen siempre equitativos y no inspirados en partidismos extremos.
La delegación de Izquierda republicana insiste sobre
todo en la verdad del proselitismo que se hace en el Ejército por el Partido
comunista y señala los peligros que entraña. Alude directamente al caso del
jefe del C. R. I. M. número 16, coronel Pedro Las Heras, republicano, contra el
cual se ha establecido una verdadera conspiración para desalojarle de ese
cargo. También hizo historia de la significación del coronel Díaz Sandino y
de la postergación de que ha sido objeto un hombre de su historial político y
militar.
La delegación socialista puntualizó su criterio sobre
atribuciones del Frente popular y recomendó moderación, haciendo pequeñas
objeciones y aclaraciones.
Se entabló vivo debate en torno a nuestras
consideraciones e informes, sobre todo con relación a las alusiones al general
Hidalgo de Cisneros, militar que procede del cuerpo de Intendencia y es ahora
general del Ejército, lo que significa un salto inadmisible, pues no es
siquiera sargento de infantería. En los reglamentos tácticos, un simple
sargento de infantería toma el mando de una Gran Unidad cuando no quedan otros
oficiales del Ejército, y en cambio no puede hacer lo mismo un general de
Intendencia.
La delegación de la U. G. T. declara que esa central
sindical no tiene conocimiento de que ninguno de sus afiliados haya sido
asesinado en el frente, y da a entender su duda sobre la veracidad de nuestras
denuncias.
Volvemos a insistir, en nombre de la F. A. I., sobre las
arbitrariedades y los peligros de la política de los ascensos. Relativamente a
los asesinatos, no deseamos otra cosa sino que el Frente popular quiera hacerse
cargo del examen de los casos que podernos presentar para averiguar si los
ejecutores son simplemente fanáticos de partido u obedecen órdenes superiores
o sugerencias directas del enemigo. Recordamos al Frente popular que la
tolerancia de las víctimas puede tocar un día a su fin (1)
y entonces no recaerá sobre nosotros ninguna responsabilidad de lo que
acontezca. Hace unos años, con la ayuda de las autoridades civiles y militares
de Cataluña, la Patronal hizo surgir los pistoleros de los llamados Sindicatos
libres que nos causaron bajas sensibles en Barcelona entre los militantes más
activos de nuestro movimiento. Hasta que la paciencia llegó a su límite y se
resolvió, después del asesinato de Salvador Seguí, hacer frente de una manera
decisiva a los instrumentos gratos a Martínez Anido y Arlegui. La batalla duró
muy pocas semanas y terminó desalojando a los asesinos a sueldo de su efímero
reinado en Barcelona.
(1) En vista de la situación,
se había comenzado a crear grupos afines de defensa en todas las unidades del
Ejército en el frente de Cataluña y no tardaría en manifestarse su acción
ante la política monopolista y
absorbente de los agentes rusos. Aun sin contar con la unanimidad del movimiento
libertario, una parte de cuyos comités superiores hacía gala del más cerrado
gubernamentalismo, alentábamos la formación de esos núcleos clandestinos,
para que la defensa de nuestros soldados y oficiales ante el enemigo del flanco
fuese una obra coordinada y no obedeciese a gestos de irritación, sin la
preparación debida, como ocurrió en la 153 brigada, donde fue muerto el
comisario staliniano Rigabert, originando una represión masiva y espectacular.
Tardaría más o menos, pero el final habría
sido el de la acción directa contra los rusos y sus aliados, hasta su
exterminio en España o el aniquilamiento de los anarquistas. El ciego
gubernamentalismo de algunos elementos que se habían dejado captar por los
oropeles de los altos cargos, no podía tardar en ser desbordado por la gran
masa de adeptos que se mantenía en disciplina ante las consignas de sus comités
dirigentes sólo a costa de un verdadero esfuerzo. Lo que ha ocurrido
posteriormente en Madrid con la Junta de Defensa se habría producido
indefectiblemente en Cataluña si la guerra hubiese durado algunos meses más.
No quisiéramos que la unidad antifascista se convirtiera
en un campo de Agramante. Pero es preciso que no se olvide que no estamos
dispuestos a tolerar más asesinatos, y en esto no nos importa la filiación de
las víctimas. Nuestra actitud sería la misma si los que caen de esa manera son
republicanos, socialistas o compañeros nuestros.
Finalmente se acuerda que para la próxima reunión se
hagan algunas precisiones, entre otras, una declaración contra el proselitismo
exacerbado en el Ejército, firmada por todos los partidos y organizaciones.
La delegación de la C. N. T. hace resaltar que no
considera que la discusión de estos problemas signifique una invasión de la
esfera gubernativa; que es misión de todos los partidos y organizaciones
fortalecer al gobierno y no se produce ninguna extralimitación cuando se señalan
a ese Gobierno algunos asuntos que hayan podido pasarle desapercibidos.
La representación comunista reconoce que puede haber
algunos abusos entre los neófitos demasiado celosos y que es preciso que el
Frente popular se limite a prestar su apoyo al Gobierno sin invadir su
jurisdicción. Lamenta que la delegación de la F. A. I. se haya referido tan
poco amistosamente al caso de Hidalgo de Cisneros, y niega que el dominio del Ejército
por su Partido sea una cosa efectiva.
Tales son los puntos más importantes tratados en la
reunión ...
En lugar de tener presente la gravedad de nuestras,
denuncias, los partidos y organizaciones del llamado Frente popular encontraron
mas cómodo ponerse de acuerdo para que no trascendiera nuestra actitud y para
sabotearla, desviando siempre las discusiones del objetivo principal. De poco
valía nuestra desesperación, nuestra insistencia en señalar la
responsabilidad en que se incurría. Llegamos a persuadirnos de que todos
coincidían a sabiendas de lo que iba a pasar, pues no queremos negar a los
representantes con quienes chocábamos sistemáticamente, el mínimo de
inteligencia necesaria para comprender el resultado de la política negrinista.
Pero no hemos logrado percibir el provecho que querían o creían sacar del
desastre a que nos encaminábamos más velozmente de lo que hubiera sido
deseable.
De conformidad con los acuerdos adoptados, hemos enviado
al Frente popular nacional, en nombre de la F. A. I., las siguientes
precisiones:
En cumplimiento del acuerdo recaído en la última reunión
del Frente popular, resumimos a continuación algunos de nuestros puntos de
vista a fin de cooperar más estrechamente en la labor del Gobierno, señalando
las deficiencias que se advierten en la política de guerra:
1º Investigar por el Frente popular, proporcionando al
gobierno el resultado de esa investigación, los excesos, abusos y coacciones
del proselitismo para que, de acuerdo a las disposiciones legales vigentes y a
las órdenes circulares del Ministerio de Defensa nacional, e incluso de acuerdo
a los 13 puntos del Gobierno Negrín, el ejército sea purificado de todo
partidismo. Se dejará al criterio del gobierno la aplicación de las sanciones
que las violencias partidistas y las coacciones de esa especie merezcan.
2º Investigar por el Frente popular casos concretos de
asesinatos de soldados y oficiales del Ejército popular y poner los resultados
de la investigación a disposición de las autoridades competentes.
3º Comunicar al Gobierno de la República los nombres de
algunos de los jefes y oficiales del Ejército destacados desde hace muchos años
por su capacidad técnica e irreprochables desde el punto de vista de sus
convicciones antifascistas, postergados o sin empleo alguno o fuera del puesto
que corresponde a su capacidad e historial.
Entre estos nombres, la F. A. I. menciona los siguientes
(siguen los nombres de un general, de 10 coroneles, de 9 tenientes coroneles, de
7 comandantes, de algunos capitanes. Y agregábamos a la lista estos
comentarios):
Mencionamos sólo aquellos que son en su especialidad legítimas
autoridades en el Ejército y de cuyos antecedentes no necesitamos hablar, por
sobrado conocidos. Algunos de ellos ocupan empleos secundarios y ajenos
totalmente a su capacidad de rendimiento; otros no tienen absolutamente ninguna
labor a su cargo.
4º Ante la ofensiva que se anuncia y como medio para
elevar la moral de los soldados y de la retaguardia, procede sugerir al Gobierno
los efectos saludables de una remoción de altos cargos en el Ejército, por las
razones siguientes:
a) por haberse gastado en cerca
de dos años de desgracias militares y no suscitar la necesaria confianza en los
combatientes (caso del general Rojo).
b) por su exacerbado partidismo, propio de todo neófito
de una organización o partido (caso del subsecretario del ejército de tierra,
coronel Antonio P. Cordon).
c) por sus antecedentes y por fenómenos recientes que
suscitan la desconfianza (caso del ex subsecretario del Aire, coronel Camacho,
jefe del sector aéreo Centro-Sur, laureado por su intervención como aviador en
octubre de 1934 contra los obreros asturianos, y cuyo capitán ayudante acaba de
pasarse al enemigo con planos e informes valiosos sobre nuestras fuerzas de
aviación).
Mientras nuestras mejores aviadores y los más fieles
carecen de destino o se encuentran en cargos muy inferiores a su jerarquía y a
su capacidad, manda la aviación del Norte una persona que no es observador ni
piloto, Reyes; es subsecretario de aviación el coronel Núñez Maza, capitán
al empezar el movimiento, y es jefe del Estado Mayor del aire el coronel de
Intendencia Luna, capitán al empezar el movimiento, y cuyo comportamiento en
Asturias ha dejado mucho que desear.
También se encuentra, por ejemplo, un teniente coronel
Quintana, con tres empleos. Es la misma persona que días antes del movimiento
hizo un viaje a Mallorca con el comandante Fanjul, hermano del general fusilado
con Goded, entrevistándose allí con éste. Otro persona con tres empleos es el
jefe de la región de Madrid, que rindió honores a Goded el 19 de julio en la
Aeronáutica naval de Barcelona, lo mismo que el capitán Carrasco.
No mencionamos la gran cantidad de militares que no
ascendieron desde que estalló el movimiento, ni siquiera por vía del ascenso
correspondiente a su lealtad al régimen.
Sin una remoción de altos mandos y cargos, nuestra
fuerza principal, la fuerza moral, no puede constituir el valladar que todos
deseamos contra las fuerzas de la invación.
No pretendemos que el Frente popular se convierta en órgano
ejecutivo, pero sí queremos que contribuya a esclarecer ante el gobierno
situaciones que pueden llevarnos a realidades más duras y definitivas ...
Tal era el tono del lenguaje de la F. A. I., en el Frente
popular, el nexo político en que decía apoyarse el Gobierno.
Como primera respuesta, la prensa se dedicó a exaltar la
figura de aquellos a quienes señalábamos en nuestras precisiones como
merecedores por los menos de destitución de su empleo. Y tras cortinas los
lacayos del doctor Negrín se han frotado las manos por el triunfo que había
logrado su oposición a nuestros puntos de vista. Nos han vencido porque, en
nombre del propio movimiento, se hacía causa común con nuestros enemigos de al
lado, no menos nefastos que los enemigos de la otra parte de las barricadas;
pero la sofocación de nuestras reivindicaciones en la red de complicidades en
que se sostenía el Gobierno, no quería decir que la razón no nos asistiese en
todo.
Reproducimos esos documentos, y otros muchos que ni
siquiera mencionamos podrían ser también reproducidos si hiciesen falta, para
que cada cual cargue con la parte de responsabilidad que le toque en la pérdida
vergonzosa de la guerra.
Propusimos también el nombramiento de un general en jefe
de los Ejércitos de la República, pues era la primera guerra en que se actuaba
desde hacía dos años y medio sin un jefe responsables. Aportamos testimonios
de todas las guerras; llevamos como prueba los Reglamentos tácticos para el
empleo de Grandes Unidades, etc., para que toda duda sobre la necesidad de dar
cumplimiento a nuestra petición fuese disipada. Se nos respondió con la
aprobación de todos, que nosotros hacíamos la guerra de otra manera, que las
cosas estaban bien como estaban y que así llegaríamos a la victoria.
Si Franco hubiese querido debilitar nuestras fuerzas,
desmembrarlas, desmoralizarlas, preparar el terreno para su victoria, no habría
podido encontrar mejores instrumentos que los órganos dirigentes de los
partidos y organizaciones de la España republicana. Esos organismos hicieron
posible el sostenimiento de un gobierno profundamente antipopular y antiespañol
como el de Negrín. ¡A cada cual lo suyo! Los vencedores de la guerra debieran
premiar a todos sus servidores, dentro o fuera de las filas llamadas
nacionalistas. La guerra duró tanto tiempo porque no fue posible vencer antes
al pueblo, debilitarlo y desmoralizarlo por parte de hombres como Prieto y Negrín
y sus satélites numerosos.
Decepcionados, amargados, concluíamos por milésima vez
en la esterilidad del Frente popular para otra cosa que no fuese aplaudir al
Gobierno y aplastar la voz de la crítica de los descontentos.
Mientras nosotros manteníamos nuestro criterio, algunos
de los ilustres representantes de los partidos y organizaciones de la España
republicana, pronunciaban en voz baja la palabra derrotismo. ¿Derrotistas
nosotros porque queríamos suprimir las condiciones evidentes de la próxima
derrota? Pero si no utilizábamos el Frente popular ¿adónde acudir con nuestro
descontento, con nuestra verdad, si la prensa estaba sometida a la censura
comunista, y el muro de las restricciones a toda libertad de expresión y de crítica
era infranqueable? ¿Volver a los periódicos clandestinos? ¿Retirarnos a
nuestra vida conspirativa de siempre? Era ya la única salida que nos quedaba.
En la historia de España no se conoce una servilidad
ante la tiranía como la puesta en evidencia ante el Gobierno Negrín. Algunos pálidos
antecedentes podrían encontrarse, en la historia, en la época de Fernando VII,
pero se trata de un fenómeno distinto. Como caso de corrupción y de
servidumbre voluntaria, difícilmente encontraremos otro ejemplo en muchos
siglos.
Las noticias del frente confirmaban cada día nuestros
temores y presunciones. La desmoralización del Ejército era completa. Las únicas
unidades donde se mantenía la disciplina y la voluntad de resistencia, por
motivos ajenos a la propaganda gubernamental, o precisamente porque en ellas la
propaganda y la acción corrosiva del Gobierno no podían operar, eran aquellas
donde nuestro predominio era más o menos completo.
Nuestra inseguridad sobre la situación militar era
compartida por los que no habían querido dejarse sobornar por los amos de la
hora, agentes de los turbios planes de Stalin. Nos agitábamos para que se
buscasen salidas honrosas, si es que no se querían aceptar las que nosotros
propiciábamos, de cambio de Gobierno y de honda remoción de los mandos
militares y de los altos cargos en el Ejército y en la administración. ¡Inútil
esfuerzo!
En compensación por cuanto hacíamos para preservar a
España del fin trágico y vergonzoso a que se avanzaba velozmente los agentes
de Moscú tomaron la medida heroica de desterrar al general Asensio a Wáshington,
ordenaron detenciones que no podían llevarse a cabo sin producir serios
disgustos, se decretaron algunos asesinatos que no se cumplieron por la rapidez,
del derrumbe del tinglado militar y policial staliniano, y porque no habría
sido tampoco empresa de gran felicidad y sobre todo porque habrían tenido una
repercusión de consecuencias imprevistas. El asesino de Andrés Nin y los
efectos morales que ese crimen ha tenido, ha salvado muchas vidas.
Cerrado el Frente popular a todo lo que fuese la más mínima
objeción al Gobierno Negrín, cerrados también los otros caminos de la
publicidad, resolvimos dirigir un memorial al Presidente de la República,
Manuel Azaña. No podíamos apelar al Parlamento, entregado, lo mismo que los
partidos y organizaciones, a la política de Moscú; no podíamos utilizar a
ningún representante del Gobierno para expresar nuestra disconformidad, porque
no lo teníamos; no podíamos utilizar la prensa, la propaganda para hablar al
pueblo y decirle la verdad de lo que pasaba en la guerra y en el mundo. Que
supiera, por lo menos, el Presidente de la República, que nosotros no formábamos
en el coro de la adulación y del servilismo, que rehuíamos toda
responsabilidad ante la derrota inminente.
Con García Birlan y Federica Montseny visitamos a Azaña
a comienzos de diciembre. Era la primera vez que acudíamos a exponer, en nombre
de la F. A. I., nuestro criterio político al jefe del Estado. Nos habíamos
decidido a romper una tradición de abstención total en vista del grave momento
que atravesaba España.
Pedíamos a Azaña, en resumen, lo siguiente:
En el orden político general: Formación de un Gobierno
de significación española, que no llevase de hecho y de derecho, como el
actual, el sambenito de su dependencia de Rusia, compuesto por hombres libres de
responsabilidad en la gestión desastrosa e irresponsable que caracteriza al
presente Gobierno.
Una política clara, de solvencia financiera, que levante
la confianza y la moral de la retaguardia y del frente, en contraposición a la
política clandestina y unipersonal que hoy impera.
En el orden militar: Nombramiento de un general en jefe
de los Ejércitos de la República.
Utilización de los militares postergados, perseguidos,
por no someterse a la dictadura del Partido comunista, y depuración de los
mandos.
Remoción de altos cargos en el Ejército, la aviación y
la flota, a causa del desprestigio en que han caído después de dos años
consecutivos de derrota y de desconcierto.
Supresión de toda política de partido en el ejército.
Integración de las fuerzas monstruosas de orden público,
comprendidas en las quintas movilizadas, en los cuadros del Ejército regular.
Saneamiento de la administración de las industrias de
guerra, para permitir un mayor rendimiento.
Política internacional: independencia de la actuación
de nuestra política exterior de manera que no aparezca la España republicana
como simple apéndice de la diplomacia soviética.
No es todo, pero eso era lo esencial de nuestras
reivindicaciones. Sin cumplirlas, declinábamos por nuestra parte toda
responsabilidad en el hundimiento inevitable.
El Presidente de la República, comunicativo ese día
como pocas veces, expuso ampliamente su criterio coincidente, y los esfuerzos
que había hecho para llevar las cosas por el curso que nosotros propiciábamos (1).
Nos recordó lo que nosotros sabíamos también, que constitucionalmente no tenía
más remedio que someterse al Parlamento o a los partidos y organizaciones
integrantes del Gobierno. Las Cortes habían manifestado reiteradas veces su
adhesión unánime a Negrín y a su política, y del Frente popular, la única
voz de excepción éramos nosotros, pues los demás partidos y organizaciones,
cuando los había llamado para tener un apoyo en ellos, manifestaban su
conformidad completa con el Presidente de Ministros. ¿Qué hacer?
(1) "Hace ya muchos meses
que un Ministro, el de Estado, que no será precisamente un Talleyrand en el
talento político, pero que por lo menos se le parece en el amor casi morboso a
la exhibición política, anunció que se podía perder toda España, pero que
ellos, Negrín y su equipo de geniales estadistas, continuarían gobernando
desde Francia. Y ahora quieren cumplir el vaticinio. Sólo esa fascinación hipnótica,
casi patológica, del poder, explica que, en un momento dado del año 1938 en
que Azaña pensó acaso cambiar de política y, por tanto, de Gobierno, Negrín,
con esos desplantes de niño grande, en el fondo débil y sin carácter, pero
que por un esfuerzo de simulación quiere aparecer como hombre truculento y
terrible le dijera a boca de jarro: "Usted a mí no me destituye, y si lo
intenta, resistiré, poniéndome al frente de un movimiento de masas y del ejército,
que están conmigo". A Vd. mismo, señor Martínez Barrio, le he oído esta
lamentable anécdota, como escuchada por Vd. de labios del propio Azaña que,
por lo visto, toleró el ex abrupto, verdadero golpe de Estado, sin hacer
detener en el acto al insolente ni tampoco dimitir entonces, que fué el momento
oportuno". (Luis Araquistain, carta a Martínez Barrio, presidente de las
Cortes, 4 de abril de 1939, París).
La verdad legal era ésa. La responsabilidad eventual de
Azaña en la conservación del Gobierno Negrín tiene que ser compartida por los
hombres que se atribuyeron en el Parlamento o en el Frente popular la
representación de la opinión y de la voluntad del pueblo español. Sin
embargo, España entera estaba, hasta más allá de todo límite tolerable,
cansada y asqueada del Gobierno Negrín y de su equipo militar, financiero,
policial comunista y comunizante. Pero los únicos que se atrevían a exponer,
en nombre de una organización, ese sentimiento popular auténtico, éramos
nosotros. ¡Pobre estructura democrática, inútil mecanismo de acción que no
puede eludir los métodos de las dictaduras!
Un gesto de Azaña habría tenido inmensa repercusión,
incluso en ese momento final, cuando se iba a iniciar la ofensiva enemiga que el
gobierno irresponsable aseguraba poder contener.
Hemos advertido a Azaña que por nuestro conocimiento del
frente, de la situación de las tropas, del descontento entre los oficiales, del
desorden y de la ineptitud reinantes, de la moral popular en la retaguardia, nos
considerábamos obligados a declarar que la ofensiva no sería contenida y que
la guerra estaba virtualmente liquidada, sin un cambio inmediato de Gobierno, de
procedimientos, de objetivos.
Si nuestras peticiones eran realizadas, todavía teníamos
recursos y reservas, más que ninguna otra fuerza política ó sindical, para
pesar seriamente en los acontecimientos, pero sólo en esa forma, con otro
gobierno, con otros procedimientos políticos, con otros objetivos de guerra.
Negrín tuvo conocimiento, horas más tarde, de nuestra
entrevista con Azaña, de nuestras reivindicaciones. Pero no ha debido
inmutarse, porque nuestra independencia, nuestro sentido de dignidad, nuestra
resistencia a la corrupción, eran contrarrestadas ampliamente por la actitud de
todos los demás partidos y organizaciones, uncidos a su carro victorioso.
Teníamos la seguridad de ser los únicos que aun podríamos
galvanizar la voluntad de las masas trabajadoras y campesinas, tanto por la
cantidad como por la calidad de nuestros militantes, y por saberse que no habíamos
sido contaminados por la política negrinista. Además, porque siempre se nos
había visto predicar con el ejemplo, y se daba el caso peregrino de que casi
todos los predicadores de la resistencia hasta la victoria eran gentes
comprendidas en las quintas movilizadas, exentos de sus derechos militares a
cambio de su adhesión incondicional al doctor Negrín, gentes además que se
habían gastado ante las masas por sus desaciertos, por sus errores reiterados,
por su infantilismo, si es que hay que atribuir a infantilismo y no a traición
verdadera y propia el móvil de su conducta.
De nuestras proposiciones fundamentales, de aquellos
puntos que considerábamos ineludibles para contener la ofensiva enemiga,
ninguno fue puesto en práctica. El gobierno se mantenía inconmovible. Era lo
único inconmovible en la España republicana, donde la República misma se hundía
a ojos vistas.
Se llegó a una apariencia de entente con los Gobiernos
autónomos de Cataluña y de Euzkadi, según las notas de la prensa, después de
sendos banquetes entre los personajes representativos de esas tendencias. Para
satisfacer a los unos, se creó el Comisariado de cultos, se oficiaron misas, se
hicieron entierros religiosos. Volvió a la Subsecretaría de Estado, para
contentar a los otros, Quero Morales, dimitido en ocasión de la última crisis.
El acuerdo, por arriba, por la cima, parecía, pues, completo. El Gobierno Negrín
era un Gobierno fuerte, sostenido por la opinión oficial de los partidos, de
las organizaciones sindicales, de los Gobiernos autónomos. En ese concierto
faltaba nuestra pobre voz, que representaba algo más que una organización de
lucha y de ideas, representaba a España, a la España del trabajo y de la
guerra, a la España popular, de la que nadie se acordaba.
Pero ¿habíamos de cruzarnos de brazos, encerrarnos en
una torre de marfil, quedar pasivos ante tanta infamia y ante semejante
tragedia? Volvimos nuevamente a la carga, a proponer al Gobierno, el 7 de
diciembre, una intervención nuestra, en tanto que combatientes independientes
del mecanismo militar creado y al que no reconocíamos las virtudes que
ensalzaban en vano los periodistas y los políticos de la solidaridad
gubernamental.
Decíamos al Gobierno, entre otras cosas:
Consideramos que es preciso, vista la inferioridad de
material bélico con que nos encontramos, ahorrar el material humano de que aun
disponemos, incomparable como masa combatiente, pero agotable, y buscar la
manera de enfrentar el hombre con el hombre ...
Después de la batalla del Ebro, cuyas consecuencias no
se nos escapan, y en vista de la situación internacional, estimamos que una de
las formas más eficaces de la ofensiva contra la invasión consiste en la acción
coordinada, sostenida por todos los medios, en la zona llama rebelde, es decir,
en la guerra a la española ...
La F. A. I. no ha escatimado ni escatimará ningún
esfuerzo en la dirección de la guerra al fascismo nacional e internacional. A
ella se debe en buena parte la existencia misma de esta guerra, por su
participación defensiva en el aplastamiento de la rebelión en Cataluña, y a
ella se debe la primera resistencia organizada que se hizo en la España leal,
sin armas ni recursos financieros ...
Por nuestro conocimiento del país, por la permanencia de
muchos de nuestros compañeros en resistencia activa o en resistencia pasiva en
la España rebelde, nos consideramos en condiciones insuperables para organizar
en la retaguardia enemiga un frente de lucha de incalculables consecuencias como
factor de descomposición de la otra zona y de rebelión activa contra la invasión.
Tenemos la plena seguridad de que en ese aspecto somos la única fuerza de acción
eficaz ...
Luego detallábamos el plan de acción en la retaguardia
enemigo, donde habríamos infiltrado algunos millares de nuestros hombres
probados, solicitando para ello el visto bueno y el apoyo material del gobierno.
El Jefe del Estado Mayor central, general Rojo, informó
favorablemente desde el punto de vista de la eficacia militar, pero Negrín nos
hizo comunicar por su servidor Zugazagoitia que todo lo que nosotros proponíamos
se estaba haciendo ya, por iniciativa del Gobierno, y que le participásemos,
con anticipación, nuestros pasos en ese sentido.
Sabíamos que era mentira lo que se nos decía, sabíamos
cómo se cargaba y dónde era quemada la propaganda oficial para la zona de
Franco, sabíamos que se habían creado algunos servicios que no habían logrado
otra cosa que situar a sus hombres en buenos hoteles franceses e informar desde
allí de lo que decía la prensa.
Nosotros manteníamos relaciones con la zona franquista,
no como los vascos, en complicidad con las autoridades enemigas, sino corriendo
todos los riesgos, atravesando las dobles líneas republicanas y nacionalistas.
Nuestros agentes entraban en Zaragoza, en Pamplona, en todas partes. Lo que queríamos
era hacer esa infiltración en mayor escala, con mayores recursos, con un
criterio mas amplio, buscando contactos probables y actuando en pequeños núcleos
de guerrilleros.
Con algunos altos jefes militares y con algunas
personalidades políticas en oposición, junto con nosotros, al Gobierno Negrín
habíamos considerado el alcance de esa acción en la retaguardia nacionalista,
que habría podido quizás convertirse en una acción independiente, contra la
invasión italiana y alemana, pero también contra la invasión rusa, bajo la
bandera que nosotros enarbolábamos: ¡España para los españoles!
Propiamente nuestra pretensión, hemos de confesarlo, no
consistía en ayudar al triunfo de un régimen que no merecía nuestra defensa y
que había terminado en una bacanal de pícaros afortunados, sino en situar en
un terreno de acción independiente a nuestros hombres, contra los unos y contra
los otros, al lado del pueblo español y en defensa de sus intereses y de sus
destinos.
En lugar de aceptar nuestras sugerencias, se resuelve
convocar dos nuevas quintas. Nos opusimos a ello, otra vez solos. Hicimos
observar que con las quintas movilizadas, si se aprovechaba su personal
debidamente, sobraba gente para el reducido frente que nos quedaba. Señalamos
que en el arma de aviación, con diez aparatos de bombardeo, y unos cincuenta o
sesenta aparatos de caza, había 60.000 hombres. Y de su calidad se tiene una
muestra elocuente en el hecho que sigue: habiendo pedido de entre sus siete mil
jefes y oficiales voluntarios para el Ejército de tierra, se presentaron
solamente un teniente, un capitán y un coronel. En el cuerpo de
carabineros, en el de asalto y en otros servicios inútiles de retaguardia se
cobijaba un porcentaje enorme de movilizados. Que se utilice todo ese aparato
nocivo para la guerra en su forma actual y luego se podrán llamar las quintas
que sean precisas.
Calculábamos que se podrían extraer de
esas fuerzas de orden público y fiscal, sin debilitar los
servicios necesarios, más de cien mil hombres. ¡Predicábamos en desierto!
En nuestro completo aislamiento, teníamos
la impresión de estar rodeados de enemigos, no de aliados.
Aquellos dirigentes de partidos y
organizaciones en absoluto acuerdo siempre, y sobre todo cuando se trataba de
hacer frente a nuestras observaciones críticas, ¿trabajaban mancomunados por
la derrota? ¿Eran sinceros en su actitud supina ante el gobierno? ¿O se
trataba simplemente de idiocia personal o de deformación psicológica y moral a
causa del cargo que desempeñaban? ¿Eramos nosotros los equivocados? ¿Era
posible que nosotros y algunos militares y políticos aislados, fuésemos la única
excepción? El criterio universal es uno de los criterios de veracidad, dicen
los filósofos católicos.
Cuanto más abatidos estábamos en una
lucha sin esperanzas contra la banda de los agentes rusos, comenzaron a
llegarnos del frente testimonios de adhesión. No eran numerosos, pero eran
significativos y nos alentaban a continuar en el camino marcado como único
camino de resistencia y de dignidad. Pero el mecanismo de dirección de los
partidos y organizaciones se taponó los oídos y se vendó los ojos a toda
modificación. ¿Un golpe de Estado? Se llegaría a él, forzosamente, si duraba
la guerra, por la obra de los núcleos clandestinos que habíamos comenzado a
organizar en todas las unidades, y por el descontento creciente de algunos
mandos no atacados por el moscovitismo. Pero por el momento los puestos de mando
principales los tenían los
incondicionales de Stalin, o figuras dóciles y flojas,
y las unidades nuestras, orgánicamente adscritas a una Gran Unidad, tácticamente
dependían la mayor parte del tiempo de formaciones comunistas.
Se inicia la ofensiva enemiga el 23 de
diciembre, tanteando todas las posiciones del frente. El ataque fue rudo.
Se vió cuál era el sector de la resistencia y cuál el que cedería.
Donde las fuerzas eran de predominio libertario, por ejemplo en la zona del
Norte, la combatividad fue admirable y las posibilidades de avance enemigo se
redujeron a muy poca cosa. La ofensiva franquista sería quebrantada y contenida
allí. La antigua columna Durruti, uno de cuyos flancos era cubierto por
carabineros que cedieron en las primeras jornadas, tuvo cinco mil bajas, pero
mantuvo sus posiciones y su honor. En cambio, cedió el frente en toda la línea
que ocupaba el famoso ejército rojo del Ebro, de absoluto predominio comunista
en los mandos, bajo las órdenes del llamado coronel Modesto y del teniente
coronel Lister. Por ese sector se inició el avance. La gran esperanza de la
dictadura staliniana en España, la Agrupación de Ejércitos del Ebro, no hizo
más que retroceder a marchas forzadas hacia la frontera francesa, lo que obligó
al repliegue del sector del Norte.
El Gobierno y los dirigentes de la guerra
vieron que habían fallado todos sus cálculos. ¿O qué todos sus cálculos se
cumplían al pie de la letra?
Se propuso la creación de batallones
voluntarios de ametralladoras para contener de una forma desesperada al enemigo,
y se pidió nuestro concurso. ¿Con la moral reinante? ¿Con el ejército
regular en fuga? ¿Entregar nuestros hombres a un gobierno inepto, si no
francamente traidor? Volvemos a poner en claro nuestro criterio: no tenemos confianza en el gobierno, no
tenemos ninguna fe en los mandos superiores del ejército, siguen siendo
asesinados nuestros compañeros. Si se nos ofrecen las debidas garantías, el
nombramiento de los mandos por nosotros mismos, la utilización de esas fuerzas
bajo nuestro control directo, daremos batallones voluntarios. Sin esas garantías, no, y no habrá
voluntariado.
Un clamor de indignación bien estudiado
de todos los partidos y organizaciones fue la respuesta a nuestra actitud. ¿Pedir
garantías al gobierno? Lo que había que hacer era obedecer y callar.
Pero por no obedecer y callar habíamos
salido a la calle el 19 de julio de 1936. Y éramos los mismos de ayer.
Se ensaya el voluntariado sin nuestro
concurso, y fracasa, como habíamos previsto. En vista de ello se movilizan diez
quintas más, en medio de un desconcierto enorme. Las quintas no responden más
que en una proporción insignificante, a pesar del terror empleado.
Nos decidimos entonces a crear batallones
voluntarios por nuestra cuenta, en tanto que Federación Anarquista Ibérica. Ya
veríamos luego en qué medida actuarían en acuerdo con el gobierno o contra el
gobierno. Estábamos decididos a no admitir más que mandos propios y a no
acudir con los ojos cerrados a donde se nos quisiera llevar. Lo que queríamos
era disponer de una fuerza organizada propia, responsable, por eventualidades
que pudieran presentarse. Incluso en esa última hora nos hemos visto trabados
por una parte de los propios amigos que, en nombre de la C. N. T., seguían
ciegamente las indicaciones del gobierno y se consagraban a enviar carne humana
al matadero, mientras por nuestra parte estimábamos que había que salvar el
mayor número de camaradas y que el gobierno era un obstáculo para la guerra y
debía ser eliminado y desobedecido.
Propusimos, en reunión conjunta con la
C. N. T. y las Juventudes Libertarías, la constitución de una Junta de
Defensa, pero la iniciativa fue rechazada. ¡Con Negrin hasta la victoria!
Sólo una verdadera decisión popular podía
salvar ya la situación. Se tuvo miedo al pueblo, más miedo que a Franco, y la
tragedia final se presentó ya inevitable.
El avance enemigo fue cada día más
brillante. Ninguna fuerza se oponía a su marcha. Cayó el 5 de enero Borjas
Blancas, el 14 Valls, el 15 Reus y Tarragona ...
Cuando el cuartel general de Sarabia se
trasladó a Matadepera, al norte de Tarrasa, a mediados de enero, se nos reveló
un aspecto que habíamos presentido, pero que no nos habíamos atrevido a
expresar. El gobierno abandonaba la lucha, porque abandonaba la zona industrial
de Cataluña, abandonaba Barcelona. La guerra se había dado por perdida.
Habíamos renunciado ya a todo diálogo
con los palafreneros y usufructuarios del gobierno Negrin. Nos habíamos negado
a concurrir al Frente popular. Pero en reuniones privadas y de la F. A. I.
expusimos la situación militar. Barcelona era abandonaba por el Gobierno ... de
la victoria. Dimos las razones. Algunos amigos, inclinados todavía a esperar
milagros de la taumaturgia misteriosa del hombre de la resistencia y a informarse de
la verdad en los partes oficiales, fueron a interrogar a los organismos
representativos de las organizaciones gubernamentales. Se les calmó con buenas
palabras. ¿Abandonar Barcelona? ¡Qué disparate! Nosotros veíamos visiones,
éramos derrotistas, se nos tendría que fusilar. Lo mismo que siempre. La
resistencia era posible, el momento era grave, pero no desesperado. Y vuelta a
la noria. Artículos inflados en la prensa, discursos vacíos por radio,
proclamas, declaraciones, mentiras que ni siquiera eran piadosas. Burocracia
solamente.
Cae Manresa el
24 de enero. Al llegar el enemigo a Tarrasa hay el peligro de un corte por
Granollers a Mataró, dejando a Barcelona encerrada. El famoso Gobierno de la
victoria y su equipo de decenas de millanes de funcionarios advenedizos, huye el
25 en dirección a la frontera. El bravo González Peña, heroico, se sitúa a
cuatro kilómetros de Francia.
La F. A. I. convoca a una reunión a
medianoche del 25 de enero. En Barcelona no quedábamos más que nosotros y los
que, llevados aun por las seguridades del Gobierno hacía unas horas, no sabían
que las bandas negrinistas habían huído ya de la ciudad.
Informamos de la gravedad del momento y
de las posibilidades.
El enemigo ha pasado las costas de Garraf
y se encuentra en Casteldefels. Puede entrar en Barcelona, si así lo estima
conveniente, a la madrugada. Ningún obstáculo le cerrará el paso. También
avanza por la carretera de Martorell y estará en breve en la falda del Tibidabo,
sin contar el peligro del cierre de la salida hacia el Norte por el corte de
Granollers a Mataró.
¿Medios para la resistencia? Como habíamos
dicho muy a menudo, el ejército creado en la "Gaceta" no existía en la
realidad. Las fuerzas de orden público estaban minadas por el pánico, unas, y
por la propaganda enemiga, otras. Las que se sentían complicadas de alguna
manera, habían salido también de la ciudad. Habíamos de contar solamente con
las propias fuerzas y las que pudiéramos improvisar al calor de la lucha que no
podría tardar en iniciarse en la entrada misma de las calles de Barcelona, si
nos disponíamos a resistir.
Carecíamos de artillería, y la munición
había sido transportada hacia el Norte de la región desde hacía más de una
decena de días. La defensa de una ciudad es asunto militarmente bastante simple
y seguro, supuestas estas condiciones: la evacuación de la población civil inútil,
mujeres, ancianos y niños; la existencia de víveres para el asedio, y la
abundancia de municiones.
Con un millón y medio de personas en la
ciudad, sin víveres para más de quince días, sin artillería, con escasas
armas y municiones, ¿valía la pena ofrecer más sacrificios? ¿Debía la F. A.
I. asumir la responsabilidad de prolongar por su cuenta una resistencia que no
podría decidir ya la guerra a nuestro favor y en cambio sería interpretada y
usufructuada en el extranjero por los traidores del gobierno como un inesperado
caudal político?
No, en las condiciones en que nos habían
abandonado, no debíamos contribuir a que se produjese una sola víctima más de
la guerra. Podíamos destruir fábricas, incendiar media ciudad. ¿Para qué?
Nos negamos a una venganza de impotencia, cuyas consecuencias habrían sido un
empeoramiento de la situación de los que quedaban.
Nuestras noticias, aunque nada nuevo se
esperaba ya, produjeron consternación. Parecía increíble que la perspectiva
que habíamos venido anunciando como irreparable desde hacía dos años si no se
producía un viraje a fondo en la política nacional e internacional, fuese
ahora una realidad palpable.
En un último resto de esperanza,
salieron emisarios en diversas direcciones a comprobar algunos de nuestros
informes, sobre todo lo concerniente a la proximidad de las tropas de Franco. ¡Todo
era exacto! Los dirigentes de los partidos y organizaciones, que hasta hacía
pocas horas habían estado proclamando las consignas de la resistencia hasta la
victoria, resistieron toda la noche sin dormir, pero en dirección apresurada
hacia Gerona como primer punto de descanso ...
A medianoche nos telefonea el general
Asensio. La guerra estaba perdida, pero el fin no ha podido ser más.
vergonzoso. ¿Qué pensábamos hacer nosotros? ¿Podía contar con nuestra ayuda
para ofrecer, con el propio sacrificio, un ejemplo y salvar el honor de
Barcelona? Si podía contar con nosotros, pediría al gobierno fugitivo el mando
de la ciudad.
Vacilamos. La
resistencia era inútil. Habríamos durado lo que durasen la escasa munición y
los víveres más escasos aun que nos habían dejado los héroes de la
resistencia hasta la victoria. Y después, nada. El factor humano no nos habría
faltado y se renovaría una oleada de combatividad
y de heroísmo en el momento en que se supiera por las masas populares que la F.
A. I. se hacía cargo de la defensa de Barcelona, pero había que hacerlo,
naturalmente, en rebelión contra el gobierno en fuga. Nos importaba poco ya
vivir o morir. Era un estado de ánimo un poco generalizado. Si antes se veía
acudir la gente a los refugios, ahora se contemplaba con indiferencia la llegada
de la aviación italiana y cada cual seguía su ruta en medio de la alarma y del
estruendo de las bombas. Para nosotros había terminado con una derrota que no
merecíamos, el principal resorte de nuestra voluntad de vivir.
—Si, general Asensio, puede contar con
nosotros.
Si obtenía el mando de la plaza y se
recuperaba algún material de guerra, pero sobre todo una parte de la munición
que se había transportado hacia el Norte, nos quedábamos. La respuesta nos la
traería personalmente, a la madrugada del 26 de enero si era positiva. Si era
negativa, también él se marchaba.
En la jornada del 26 la aviación no daba un minuto de descanso; no
se sabía cuando sonaba la alarma y cuando era levantada. La D. E. C. A. se había
retirado. Toda vida y todo tráfico habían quedado muertos en Barcelona. Los
que se movían, lo hacían en busca de vehículos para seguir la ruta del
gobierno valeroso. De Asensio ninguna noticia. ¡Se le había rehusado el mando
de la ciudad, aun después de abandonada!
Podíamos tomar nosotros el mando,
naturalmente, nadie nos lo habría impedido, y menos el teniente coronel Carlos
Romero, que ejercía nominalmente de comandante militar, sin más fuerzas que
algún batallón incompleto. En la noche del 24 al 25 se habían marchado casi
todos los elementos responsables. Quedaba un pueblo, en parte contento por ver
terminada la guerra, en parte aterrorizado por la verdad de una situación que
había ignorado hasta ese instante. En esos momentos supremos, las horas, los
minutos, son definitivos. Todavía el 25 de enero se podía haber organizado la
defensa de la ciudad. El 26 se habría estrellado en la indiferencia toda
tentativa, incluso la nuestra. El enemigo no entró ese día en Barcelona,
porque ha debido considerar preferible la evacuación.
Calculamos que nos quedaba tiempo para
recorrer los pueblos próximos, en los que nadie había pensado, y donde
excelentes compañeros podían quedar de improviso cercados. Eso hicimos. Unas
horas después de atravesar Granollers, semidestruído por la aviación ítalo-alemana,
llegaban las tropas de Franco y al mismo tiempo entraban en Barcelona sin
disparar un solo tiro.
Tal fue el premio de la política rusa en
España.
Mientras ocupaban Barcelona los ejércitos
de Franco, el alegre presidente del gobierno de la victoria, declaraba a la
prensa extranjera: "La República dispone ahora de combatientes organizados en
una forma perfecta, de material de guerra en abundancia ... Puedo asegurar hoy,
categóricamente, que salvaremos la situación".
Y el cinismo negriniano era coreado por
ese pobre ministro de Estado, Alvarez del Vayo, amanuense de Litvinoff, que hacía
publicar en la prensa extranjera estas palabras, el 28 de enero: "El gobierno
está absolutamente decidido a continuar la lucha".
¡Numantinos con aviones!
¿Hablar de incidentes, de crímenes, de
nuevas tentativas de chantage, mientras todo un pueblo a pie por las carreteras,
en coches o camiones, en carros, en barcas, se encaminaba presa del pánico
hacia la frontera francesa, dando un espectáculo de que la historia no conoce
otro ejemplo? Imagínese cuál sería el cuadro de carreteras y caminos con
600.000 fugitivos, por lo menos.
En aquel éxodo terrible meditábamos en
la esterilidad del sacrificio de tantas vidas preciosas el 19 de julio de 1936 y
después, en los frentes, durante treinta meses, y en el derrumbe de toda
nuestra vida de fe y de lucha. No solamente había terminado la guerra, había
terminado también un mundo de nobles esperanzas de bienestar y de justicia para
todos.
Nos venía a la memoria, sin querer, el
espectáculo de un movimiento de masas, dos años antes, también hacia la
frontera. Al anochecer de un día de fines de septiembre, si no nos falla la
memoria. El acorazado enemigo "Canarias" bombardeó la bahía de Rosas. Las
autoridades de aquellos contornos temieron un desembarco y nos comunicaron sus
inquietudes, reclamando auxilio. Se veían otras unidades navales por las
inmediaciones.
En aquel inolvidable Comité Central de
Milicias de Cataluña, verdadero órgano de la guerra y de la revolución del
pueblo, resolvimos dar la voz de alarma y comunicar por teléfono a las
poblaciones más importantes que estuviesen alerta, que vigilasen las costas,
que controlasen el tráfico por carretera, pues se temía un desembarco enemigo.
No hemos empleado media hora junto al teléfono. Y en ese lapso de tiempo, como
si todo el mundo hubiese estado instruído, treinta o cuarenta mil hombres
armados se pusieron en marcha, se establecieron controles en calles y
carreteras, se organizaron caravanas. Los que no disponían de otro armamento
ocuparon en toda Cataluña los lugares estratégicos con bombas de mano.
Viendo la magnitud de la movilización
hubiéramos querido contener la avalancha, pero nos fue imposible, pues mientras
en unas localidades lográbamos que la gente en armas quedase en situación de
alerta, tomando posiciones en dirección a la costa, y esperando órdenes, en la
mayoría de los casos las caravanas se dirigieron espontáneamente hacia Rosas,
en busca del enemigo. Desde Tortosa hasta Rosas fue todo una línea de fuerzas
populares armadas y decididas a la lucha a cuchillo, si era preciso. Hubo
pueblos, como Sallent, que se nos presentaron con 500 hombres armados con
fusiles, ametralladoras, morteros, bombas de mano, en pequeña columna
motorizada.
Habían comenzado ya las maniobras de los
agentes rusos para mermar nuestra influencia en el pueblo, acusándonos de
cuantos excesos se cometían. El espectáculo de esa noche memorable de la
alarma por el bombardeo de Rosas les hizo comprender que todavía no había
llegado su hora. Eramos aún el pueblo obrero y campesino de Cataluña en armas,
y ese pueblo estaba dispuesto a todos los sacrificios a la menor señal que diésemos
para asegurar un nuevo orden social de justicia para todos. Se calculó que en
mayo de 1937 la situación era más favorable.
En dos años de predominio comunista y
republicano, lo único que se ha logrado fue hacer mayor el éxodo, pero esta
vez, no hacía el enemigo, corro en septiembre de 1936, sino hacia la frontera
que se había imaginado la tierra de promisión, juzgando falsamente también
que al llegar a Francia habrían terminado todos los horrores, sinsabores y
privaciones de una guerra que no se sabía a que objetivos perseguía, y que
ventajas podía reportar al pueblo que la soportaba con lágrimas y sangre.