Los
trágicos sucesos de mayo empezaron el día 2, alrededor de las tres de la
tarde. Fuerzas de guardias de asalto de la Comisaría de Orden Público atacaron
por sorpresa el edificio de la Telefónica, sito en el corazón de la ciudad
(Plaza de Cataluña). La Telefónica, empresa norteamericana, había sido
incautada por la C. N. T. y la U. G. T. según el decreto de Colectivizaciones
en vigor, y en el Comité de Empresa figuraba un representante del Gobierno de
la Generalidad. Los trabajadores cerraron el paso de las fuerzas hacia los pisos
superiores mientras daban la alarma a toda la organización confederal. La orden
de incautación procedía del consejero de Seguridad Interior (Artemio Ayguadé),
quien había tomado aquella grave determinación sin contar con sus compañeros
de gabinete.
A
partir del día siguiente la lucha se generalizó en las calles. Los
combatientes se habían dividido en dos bandos. Al lado de la fuerza pública se
situaron el P. S. U. C. y la U. G. T., y también los extremistas catalanistas
de Estat Catalá. Los defensores de la revolución eran la C. N. T., la F. A.
I., las Juventudes Libertarias y el Partido Obrero de Unificación Marxista (P.
O. U. M.). La reacción había sido espontánea de los militantes libertarios de
base. Los comités superiores de la C. N. T. - F. A. I. fueron desde el
principio partidarios del apaciguamiento. En sus negociaciones trataban de
demostrar la extralimitación de funciones del consejero de Seguridad Interior,
del que pedían la dimisión. La posición vacilante del presidente Companys y
la parcialidad de los partidos políticos hicieron difícil la negociación.
Desde
el principio de las hostilidades las fuerzas populares se habían adueñado de
los barrios extremos; los gubernamentales dominaban los puntos estratégicos del
centro de la capital, alrededor de los centros oficiales, cuarteles de policía
y locales de los partidos. Los sindicatos de la C. N. T. eran en algunos puntos
asediados por la policía. Los revolucionarios consiguieron desalojar a la
fuerza pública de los pabellones de la Exposición y de algunos cines
convertidos en fortines.
Intervinieron
en la lucha toda clase de armas largas y automáticas: fusiles, ametralladoras y
bombas de mano. Algunas tanquetas se limitaban a servir de enlace.
Pertenecientes a uno u otro bando, algunos focos habían quedado aislados. La
Casa C. N. T. F. A. I. se hallaba rodeada por fuerzas de la vecina Jefatura
Superior de Policía. Los comités superiores de la C. N. T. - F. A. I.,
partidarios de la negociación desde el primer momento no tuvieron ninguna
participación en la lucha. Por el lado revolucionario las operaciones eran
dirigidas por los Comités de Defensa de barrio, organismos de vieja tradición
revolucionaria que habían jugado un importante papel el 19 de julio de 1936.
La
lucha fue particularmente intensa en el casco viejo de la ciudad, lugar de
concentración de los gubernamentales, cuyas tortuosas calles se prestaban a la
lucha de barricadas. Bloqueados en los centros oficiales los representantes políticos
y sindicales de ambos bandos hacían, con más o menos sinceridad y convicción,
gestiones para conseguir un armisticio. Se frenaban también las que se llevaban
a cabo, en espera de que las fuerzas respectivas redujeran a sus adversarios.
Las consignas de «alto el fuego» impartidas constantemente por la C. N. T.
eran en perjuicio del impulso ofensivo de las fuerzas populares. Dichas
consignas eran transmitidas por Radio C. N. T. - F. A. I., que en su emisión
del 4 de mayo proclamaba:
«No
somos responsables de lo ocurrido. No estamos atacando, nos estamos defendiendo.
¡Obreros de la C. N. T. y de la U. G. T., recordad bien el camino recorrido,
los caídos envueltos en sangre, en plena calle, en las barricadas! ¡Deponed
las armas, abrazaros como hermanos! ¡Tendremos la victoria si nos unimos;
hallaremos la derrota si luchamos entre nosotros! Pensadlo bien, os tendemos los
brazos sin armas; haced lo mismo y
todo terminará. Que haya concordia entre nosotros. ¡Guerra a muerte contra el
fascismo!»
Desde
los micrófonos oficiales los líderes políticos hablaban el mismo lenguaje;
pero una cosa eran las palabras y otra los hechos.
En
el gobierno central, tan pronto se tuvieron noticias de los sucesos se adoptaron
medidas de rigor para sofocar la sediciente «sublevación» de Cataluña. Los
ministros de la C. N. T. se ofrecieron como mediadores y a tal fin salieron hacía
Barcelona García Oliver y Federica Montseny. Una representación de la
Ejecutiva de la U. G. T. y del Comité Nacional C. N. T. se traladaron con el
mismo objeto. Dichos personajes hablaron por radio tratando de apaciguar los ánimos:
«Camaradas
—decía García Oliver en su alocución—, por la unidad antifascista, por la
unidad proletaria, por los que cayeron en la lucha, no hagáis caso de
provocaciones...»
Entre
los combatientes libertarlos circulaba el rumor según el cual quienes les
hablaban por radio en tales términos eran prisioneros de los comunistas y
estaban obligados a expresarse al dictado. Refiriéndose a este rumor, García
Oliver continuaba:
«Tal
como os lo digo lo pienso. Me comprendéis, me conocéis suficientemente para
pensar que en estos momentos solamente obro por impulso de mi libérrima
voluntad (...) nadie conseguirá arrancar de mis labios una declaración que no
sea sentida...»
El
rumor sobre los supuestos rehenes se extendió al extremo que los confederales,
que dominaban la fortaleza de Montjuich, apuntaron sus cañones hacia el
edificio de la Generalidad. No llegaron nunca a disparar.
Las
negociaciones entabladas el 4 de mayo no dieron resultado. El presidente
Companys exigía como previa condición la supremacía en la calle para la
fuerza pública. La lucha, pues, continuó con mayor crudeza. El 5, el gobierno
de la Generalidad dimitió en bloque. La C. N. T. exigía la separación del
gobierno de Artemio Ayguadé, responsable a su entender de los sucesos. Se
produjo una tregua en los combates, pero fue aprovechada por los gubernamentales
para rodear los locales de las juventudes Libertarias y el Sindicato de Sanidad.
Por
la tarde del mismo día el Comité Regional cenetista propuso una nueva solución.
Que cesara las hostilidades manteniéndose cada combatiente en sus posiciones.
La fórmula fue aceptada, por los gubernamentales ni cesaron de disparar. El
propio Comité Regional tuvo que suspender una reunión para defender su propio
local atacado furiosamente por los guardias de asalto.
La
política confederal de apaciguamiento produjo un hondo disgusto entre los
combatientes de los sindicatos. La suspicacia creció y surgió una corriente
extremista denominada «Los Amigos de Durruti». El periódico de este grupo (El
Amigo del Pueblo) se expresaba en un lenguaje revolucionario jacobino:
«Se
ha formado en Barcelona —decía— una Junta Revolucionaria. Todos los
elementos responsables del intento subversivo que maniobran al amparo del
gobierno, han de ser pasados por las armas. En la junta Revolucionaria ha de ser
admitido el P. 0. U. M., porque se situó al lado de los trabajadores».
Los
comités superiores de la C. N. T. desautorizaron inmediatamente a este grupo
que, verdaderamente, no tuvo jamás la importancia que algunos cronistas
extranjeros le han venido otorgando. La razón de la escasa influencia de «Los
Amigos de Durruti» puede ser tal vez el poco relieve de sus elementos
componentes, la intervención del P. O. U. M. en su seno y el sabor marxista de
algunas de sus consignas.
El
5 de mayo, los Comités Locales de la C. N. T.. y de la U. G. T. pusiéronse por
fin de acuerdo para dirigirse por radio a todos los trabajadores, instándoles a
regresar a sus lugares de trabajo en fábricas y talleres. La orden expresaba lo
siguiente:
«Los
trágicos sucesos desarrollados en nuestra ciudad durante las últimas 48 horas
han impedido que la totalidad de los obreros de Barcelona concurriesen al
trabajo. El conflicto que motivó esta situación anormal y perjudicial para la
causa del proletariado, ha sido satisfactoriamente resuelto por los
representantes de los partidos y organizaciones antifascistas reunidos en el
Palacio de la Generalidad. Por tanto, las Federaciones Locales de la C. N. T. y
la U. G. T. han tomado el acuerdo de dirigirse a todos sus afiliados ordenándoles
que se incorporen inmediatamente a sus labores habituales...»
Las
fuerzas policíacas se aprovecharon una vez más de la confusión producida por
esta nota para conquistar nuevas posiciones. Al mismo tiempo el gobierno central
había adoptado dos importantes medidas: la incautación del Orden Público que
detentaba la Generalidad por atribución de su estatuto de autonomía, y el envío
a Barcelona de fuerzas expedicionarias procedentes del frente del Jarama. El
propio ministro de Marina había despachado en la misma dirección a varias
unidades de la flota de guerra. Barcos de guerra franceses e ingleses se disponían
también a tomar posiciones frente al puerto barcelonés.
Mientras
tanto los negociadores habían llegado a conseguir que se constituyera un
gobierno restringido a base de Antonio Sesé (U. G. T.), Valerio Más (C. N.
T.), J. Pons (Rabassaires) y Martí Faced (Izquierda Republicana de Cataluña).
Pero un suceso inesperado vino a empeorar las cosas. Antonio Sesé había sido
muerto al cruzar por un lugar de tiroteo, cuando se trasladaba en coche hacia la
Generalidad para tomar posesión de su cargo de consejero. Casi simultáneamente,
y en parecidas circunstancias, había sido muerto Domingo Ascaso, hermano del
famoso luchador, y el coche oficial de la ministro de Sanidad, Federica
Montseny, había sido tiroteado desde una barricada gubernamental. Viajaba en el
coche su secretario, Baruta, que resultó herido, y el secretario general de la
C. N. T., Mariano R. Vázquez, que quedó ileso milagrosamente. Pero los
gubernamentales y sus aliados políticos se limitaron a acusar a la C. N. T.,
haciéndola responsable de la muerte de Sesé. Los acusados decían poder
demostrar que los disparos en cuestión habían partido de una barricada
gubernamental instalada en el paseo de Gracia.
Se
reanudaron, pues, las hostilidades. Fuerzas militares comunistas (del cuartel
Carlos Marx) atacaron furiosamente la estación de Francia defendida por los
ferroviarios de la C. N. T. La intervención militar se había efectuado sin
tener en cuenta las órdenes de neutralidad del ejército impartidas por el
consejero de Defensa de la Generalidad, el cenetista Francisco Isgleas. El
gobierno central aprovechó la ocasión para reivindicar sus viejas
prerrogativas. El general Pozas tomó posesión de la Capitanía General dejando
automáticamente de existir la Consejería de Defensa.
El
6 de mayo los Comités Regionales de la C. N. T. y la F. A. I. informaban «al
proletariado internacional» con un manifiesto en el que decían:
«Nosotros
hemos rechazado toda idea dictatorial. Hemos dado la misma proporción en los
puestos públicos a las minorías ( ... ) y no hemos insistido en la realización
de nuestros postulados... Tenemos bastantes pruebas de que los acontecimientos
del 3 de mayo son obra de los provocadores políticos... El día 2 de mayo, un
par de días de después de ser asesinado el alcalde anarquista de Puigcerdá y
tres compañeros más, se ha producido el asalto a la Telefónica. Todos los
obreros de Barcelona han considerado este asalto como una de las más grandes
provocaciones... [Seguidamente] la policía empezó el asalto a los edificios y
desde entonces se levantaron barricadas y los obreros tomaron las armas ( ... ).
Las negociaciones fracasaban; cuando más cedían la C. N. T. y la F. A. I.
tanto más agresivos se hacían ciertos provocadores ( ... ). La central de la
organización anarcosindicalista de Cataluña ha sido rodeada y sitiada.
Intentan los aspirantes a la dictadura aplastar por medio de las armas a la
organización de los obreros catalanes, que tiene un historial de medio siglo.
Este es el verdadero sentido de los acontecimientos...»
A
últimas horas del mismo día la C. N. T. - F. A. I. hizo nuevas proposiciones:
los beligerantes abandonarían las barricadas y pondrían en libertad a sus
rehenes. Pero hasta las 4,45 horas de la siguiente madrugada no se obtuvo
satisfacción. Evidentemente los gubernamentales jugaban a ganar tiempo en
espera de la llegada de las fuerzas expedicionarias del gobierno central.
Producido el acuerdo los libertarios se dirigieron por radio a «todos los
trabajadores», significándoles:
«Habiendo
llegado a un acuerdo por ambas representaciones políticas y sindicales, se os
hace saber que recibiréis las oportunas ordenes de los comités responsables a
fin de restablecer completamente la normalidad.»
Este
comunicado recomendaba una vez más «serenidad contra las provocaciones»,
pero, sin embargo, hubo nuevos tiroteos durante la mañana. De una parte y otra
no había modo de que se pusieran de acuerdo para abandonar simultáneamente las
barricadas. Al parecer el ejemplo lo dieron los confederales, más que por espíritu
de ejemplaridad por disgusto y abatimiento hacía lo que consideraban una
claudicación revolucionaria suicida. La población civil empezó a invadir las
calles, volcándose a sus afanes cotidianos, principalmente para respirar el
aire fresco y ocuparse de los abastecimientos domésticos que siete días de
luchas habían hecho precarios.
Por
otra parte las fuerzas expedicionarias se acercaban a Barcelona sin tener que
vencer obstáculos en su camino. Dichas fuerzas penetraron en el recinto de la
ciudad a últimas horas de la tarde del día 7. Formaban la caravana 120
camiones con cinco mil guardias de filiación política heterogénea aunque con
preponderancia de los elementos comunizantes. La C. N. T. creía o aparentaba
creer en el carácter pacificador de aquellas fuerzas. En un último manifiesto
decía:
«Terminado
el trágico incidente que ha llenado de luto a Barcelona, y para que todo el
mundo sepa a qué atenerse, el Comité Regional de la C. N. T. y la Federación
Local de Sindicatos manifiestan su voluntad unánime de colaborar con la mayor
eficacia y lealtad al establecimiento del orden público en Cataluña... Nos
complacemos, por tanto, en reiterar nuestro concurso al Gobierno de la
Generalidad y al nuevo delegado de Orden Público mandado por el gobierno
central, teniente coronel Torres, del que hemos podido comprobar la excelente
disposición de animo con que viene a ejercer tan delicado cometido en Cataluña...»
El
teniente coronel Emilio Torres Iglesias, que había llegado a Barcelona en avión
y se había posesionado de la jefatura de Orden Público (no de la Delegación
de Orden Público), gozaba de muchas simpatías entre los anarcosindicalistas
por haber sido comandante de la columna Tierra y Libertad en el frente de
Madrid. Como garantía la C. N. T. había escogido a este viejo amigo como jefe
de las fuerzas expedicionarias, para hacerse obedecer de los propios compañeros
y evitar al mismo tiempo las represalias. Pero el repliegue de la C. N. T., que
arrastró consigo a su débil aliado (el P. O. U. M.), interpretado como
debilidad por sus enemigos políticos, evalentonó a éstos. Los stalinistas,
montados desde el principio al carro gubernamental, trataron de convertir la
expedición de orden público en expedición punitiva. En gran parte lo
consiguieron.
El
paso de los expedicionarios por los pueblos de Cataluña produjo un
levantamiento de todos los elementos gubernamentales (policíacos, militares y
civiles) contra las fuerzas de la revolución. En Tortosa, que es la frontera de
Cataluña con el resto de España, los militantes de la C. N. T. - F. A. I., que
habían dominado allí el levantamiento comunista, recibieron órdenes de su
Comité Nacional de que no se opusieran al paso de las fuerzas expedicionarias
que iban a Barcelona. Al entrar estas fuerzas en Tortosa, los elementos políticos
de la U. G. T. salieron de sus encondrijos y ocuparon los centros de
comunicaciones y oficiales. Seguidamente se dedicaron a encarcelar a sus
adversarios, cuyos locales sido previamente asaltados. También fueron invadidas
las colectividades campesinas. La represión se extendió a los pueblos de los
alrededores de Tortosa. Algunos detenidos fueron trasladados a Tarragona y más
tarde fueron encontrados sus cadáveres juntos con los de otros cenetistas.
En
Tarragona los sucesos de mayo habían tenido el mismo desarrollo que en
Barcelona, La fuerza pública había ocupado la Telefónica y seguidamente atacó
con un vivo tiroteo los locales de la C. N. T. y las juventudes Libertarias. Los
atacados se defendieron valientemente, pero las fuerzas de policía tenían allí
poderosos aliados militares, tales como un batallón de defensa de costas y la
guarnición de la vecina base aérea. Los libertarios fueron invitados a
entregar las armas bajo garantía de que no se ejercerían represalias contra
ellos. Pero una vez desarmados fueron declarados presos. Muchos de estos
detenidos fueron asesinados y sus cadáveres arrojados a las afueras de la
población.
Sucesos
parecidos tuvieron lugar en las comarcas del norte de Cataluña. Estas comarcas
eran de tradición reaccionaria debido a la influencia histórica del carlismo.
Las fábricas de tejidos atrajeron mano de obra de la capital y con ella los gérmenes
del sindicalismo revolucionario. Pero el clericalismo conservaba su centenaria
influencia entre los campesinos, pequeños propietarios y clase media. Estos
elementos retardatarios fueron reclutados por los políticos
contrarrevolucionarios en la gran cruzada contra la supremacía anarquista.
En
la combinación contrarrevolucionaria figuraban los extremistas de Estat Catalá,
elementos que siempre batallaron por separar políticamente a Cataluña de España.
La C. N. T. había sido siempre, por sus principios internacionalistas, un serio
obstáculo, tanto para los furiosos demagogos del separatismo como para los
simples autonomistas no menos autoritarios. El odio de estos elementos contra la
C. N. T. creció mucho más viéndola dueña de la calle a partir del 19 de
julio. No pocos catalanistas habían sido sugestionados por el stalinismo; recuérdeses
que entre los partidos que pasaron a formar el P. S. U. C. figuraba el Partido
Proletario Catalán. En diciembre de 1936, los extremistas del separatismo habían
organizado un complot encaminado a conseguir la separación de Cataluña con
ayuda de potencias, democráticas o fascistas. Como consecuencia de este
descubrimiento fue fusilado el entonces comisario de Orden Público, un
catalanista llamado Reverter. Otros acusados huyeron al extranjero. Entre ellos,
el presidente del Parlamento Catalán, Juan Casanovas.
Puede
que éstas fueran las razones de la rabiosa intervención de los elementos de
Estat Catalá en los sucesos de mayo, al lado de los stalinistas y contra la
odiada C. N. T. - F. A. I.
Sólo
en Barcelona, los sangrientos acontecimientos habían producido 500 muertos y
mil heridos, según datos oficiales. Más que el 19 de julio.
Una
de las condiciones del armisticio del 7 de mayo fue el compromiso de poner en
libertad a todos los prisioneros de una parte y otra. Por el lado gubernamental
había dos clases de prisioneros. Los que estaban en la cárcel oficial y los
que habían ido a parar a las cárceles secretas de la G. P. U. staliniana.
Muchos de estos fueron asesinados después de sufrir martirio. Los presos ofíciales
eran elementos de la C. N. T. - F. A. I. y el P. O. U. M. y eran mantenidos en
las mismas aglomeraciones donde se hallaban los presos fascistas, Unos fueron
procesados por el delito de rebelión militar; otros continuaron en la cárcel a
título de presos gubernativos.
Hasta
el 11 de mayo no se tuvieron noticias sobre los desaparecidos. Por aquellos días
una ambulancia misteriosa había arrojado los cadáveres de 12 jóvenes
libertarios, completamente desfigurados, en un cementerio del vecino pueblo de
Sardañola-Ripollet. Entre ellos estaba posiblemente el cadáver nunca
identificado de Alfredo Martínez, miembro del Comité Regional de las
juventudes Libertarias. Solidaridad Obrera escribía con indignación:
«Tres
días de caza del hombre, sistemática y terrible. Hablen, si no, los cadáveres,
espantosamente mutilados, de los 12 militantes de la C. N. T. de San Andrés
[barrio extremo de Barcelona], sacados de sus casas y llevados en una ambulancia
al cementerio de Sardañola. Hablen, si no, los 5 hombres del rondín de Eroles,
asesinados también. Hablen los 15 hombres de la C. N. T. hallados muertos en
los alrededores de Tarragona, y otros más, encontrados en diversos puntos de
Cataluña. Hablé, si no, el cuerpo exánime de Camilo Berneri...»
Camilo
Berneri fue asesinado la noche del 5 al 6 de mayo, junto con otro anarquista y
compatriota suyo llamado Barbieri. Berneri era uno de los valores más completos
del anarquismo internacional. Era el escritor libertario mejor informado y de más
vasta cultura. Exiliado en Francia a causa de la dictadura de Mussolini, en 1936
le atrajo la revolución española. Luchó en el frente de Huesca como simple
miliciano. Más tarde se radicó en Barcelona, donde redactaba el periódico Guerra
di Classe. Dejó al ser asesinado una obra muy documentada sobre la
intervención del fascismo italiano en España: Mussolini a la conquista de
las Baleares. Solidaridad Obrera explicó así su desaparición y muerte
junto con su compañero Barbieri:
«A
las seis de la tarde del miércoles se presentaron en la casa doce hombres ( ...
) hicieron salir a los camaradas Berneri y Barbieri y les comunicaron que
estaban arrestados. Barbieri quiso saber la causa de la detención. "Parece
ser que sois contrarrevolucionarios", se les dijo. Berneri se indignó.
Veinte años de anarquismo militante le daban derecho a esa indignación...
Durante la madrugada del 6 de mayo, la policía ( ... ) aseguró a la compañera
de Barbieri que aquel mismo día, a las 12, serían libertados los dos
recluidos. Pues bien, también aquel mismo día, la familia de los dos
desaparecidos supo, por ficha del Hospital Clínico, que sus dos cuerpos,
acribillados a balazos, habían sido recogidos por la Cruz Roja en los
alrededores de la Generalidad, durante la noche del 5 al 6 de mayo...»
Desde
el comienzo de las hostilidades los comités superiores de la C. N. T. habían
optado por la pacificación esforzándose en creer que después del armisticio
la normalidad sería restablecida sin vencidos ni vencedores. Pero requerido el
gobierno central para poner orden, la manera de hacerlo era una sola: desarmar a
todo elemento ajeno a las fuerzas del gobierno, Y oficialmente, en Cataluña el
único bando ajeno a las fuerzas del gobierno era el revolucionario. Sobre éste
cerrarían las fuerzas de la represión. Los demás elementos civiles
beligerantes estaban protegidos de antemano por el apoyo que prestaron al orden
oficial.
El
13 de mayo se dio a conocer un bando del ministro de la Gobernación. Serían
castigados como actos de «adhesión a la rebelión», con las penas señaladas
en el Código de Justicia Militar, los individuos o las organizaciones que sin
constituir fuerzas del ejército o de los demás cuerpos armados del Estado,
tuviesen en su poder armas largas, explosivos, gases lacrimógenos o «asfixiantes»,
máquinas de guerra, vehículos blindados, etc. Otra orden del mismo ministro
proclamaba en la misma fecha:
«Artículo
primero.—A contar de la fecha de la publicación de esta Orden ministerial (
... ) se concede un plazo de 72 horas para que todos los ciudadanos, partidos
políticos o sindicales, comités, consejos municipales y cualquier clase de
asociaciones o entidades que poseyeran armas largas, las entreguen en Valencia,
en la Dirección General de Seguridad; en Barcelona, en el local donde está
instalada la Delegación de Orden Público del gobierno central, y en las demás
regiones en el local que designe el gobernador civil o el delegado nacional...»
Una
vez expirado el plazo de 72 horas se practicarían registros en los locales
mencionados. De encontrarse armas en las condiciones señaladas serían
detenidas todas las personas y entregadas dentro del plazo señalado por la ley
a las autoridades judiciales competentes. Por la misma orden quedaban anulados
los permisos de porte de arma corta que habían sido extendidos por los
responsables de los sindicatos o partidos a sus militantes.
Estas
medidas de desarme se tradujeron de inmediato en cacheos en la vía pública y
registros en los domicilios sociales de los libertarios. Ciertos registros, por
su aparatosidad marcial, más bien eran asaltos. El más espectacular tuvo lugar
contra el local llamado de «Los Escolapios», sede que había sido del Comité
de Defensa Central de Barcelona. En esta operación las fuerzas gubernamentales
movilizaron inclusive cañones y tanques. Sin embargo, los ocupates del local lo
defendieron enérgicamente durante varias horas, para dar lugar a la evacuación
de armas y destrucción de documentos comprometedores.
La
crisis del gobierno de la Generalidad había sido solucionada mediante la
transformación del Gobierno en un Consejo Ejecutivo muy restringido (Valerio
Mas, por la C. N. T.; Rafael Vidiella, por la U. G. T.; y un representante de
Izquierda Republicana de Cataluña). La Gaceta ratificaba el nombramiento
de José Echeverría Novoa como delegado de Orden Público y de Emilio Torres
Iglesias como jefe superior de policía. Como puede verse el hombre de confianza
de la C. N. T. (Torres) se había convertido en un subordinado insignificante.
Pero las cosas irían más lejos. A principios de junio, Emilo Torres Iglesias
fue sustituido en su cargo por un comunista sectario: Ricardo Burillo. También
fue «cambiado» Echeverría Novoa, al decir de la F. A. I. porque «no acataba,
al parecer, las consignas de persecución de nuestro Movimiento». Los nuevos
nombrados se apresuraron a poner en práctica la antigua ley de reuniones, según
la cual el permiso para cualquier acto público o reunión debía ser solicitado
de antemano, y debían tener lugar en presencia de un delegado de la autoridad.
Por lo mismo se prevenía que serían prohibidas cuantas reuniones de carácter
público «no beneficiasen el orden público».
Un
manifiesto de la F. A. I. denunciaba que las cárceles continuaban llenas de
presos antifascistas en situación gubernativa, mientras iban sueltos por la
ciudad «elementos peligrosos de los requetés y el fascio». Las protestas platónicas
no daban ningún resultado. El viejo escritor, historiador y geógrafo Gonzalo
de Reparaz, colaborador asiduo de la prensa libertaria, era detenido y procesado
por criticar la política de guerra del gobierno. Del 9 al 15 de junio fueron
propinados dos nuevos golpes a las conquistas revolucionarias. Las célebres
Patrullas de Control fueron disueltas y asimismo los Comités Obreros de Control
de las fuerzas armadas. Es decir que entraron en pleno vigor los decretos de
Orden Público del 4 de marzo último. Por otra parte fueron incautadas por el
gobierno las emisoras de radio de los partidos y organizaciones. De momento la
sola emisora suprimida fue la Radio C. N. T. - F. A. I.
Abundan
las tesis sobre los propósitos ocultos de la crisis de mayo. El Comité
Nacional de la C. N. T., en un documento muy desordenado que, además, mutiló
la censura, acusó a los extremistas del catalanismo de haber montado el complot
de mayo de acuerdo con potencias democráticas y fascistas. Al efecto se
relacionaban las actividades de importantes exiliados catalanes en París,
Biarritz y Roma, con los barcos de guerra extranjeros que anclaron frente al
puerto mientras se desarrollaban los sucesos.
Otra
de las tesis tiene por origen al general Franco, que había participado al
embajador de Hitler que trece de sus agentes, desparramados por Barcelona, habían
provocado las sangrientas jornadas.
Desde
los primeros momentos los comunistas españoles acusaron al P. O. U. M. de
provocador y agente principal de la «rebelión». «Los facciosos de Cataluña
que levantaron barricadas contra el gobierno legítimo deben ser castigados
implacablemente», gritaba José Díaz, secretario general del P. C.
En
su libro Agent de Staline, Walter Krivitski, entre muchas revelaciones
interesantes a este respecto, dice lo siguiente:
«Estos
informes daban a entender completamente que la O. G. P. U. conspiraba para
aplastar a los elementos "irreductibles" de Barcelona a fin de imponer
la autoridad de Stalin... El hecho es que en Cataluña, los obreros en gran
mayoría eran antiestalinistas resueltos. Stalin sabía que un conflicto era
inevitable, pero sabía también que las fuerzas de la oposición estaban
divididas y podían ser aplastadas con una acción rápida y enérgica. La O. G.
P. U. atizó el fuego y lanzó unos contra otros a sindicalistas, anarquistas y
socialistas. Tras cinco días de carnicería ( ... ) Cataluña se convirtió en
el garito donde se jugaba la suerte de Largo Caballero.» (Agent
de Staline, págs. 134-39.)
Finalmente
hay quienes opinan que no existió provocación premeditada sobre determinados
hechos concretos, sino que el desenlace era inevitable en cualquier momento. La
saturación explosiva de la atmósfera estaba pendiente de cualquier chispazo.
Pero había quienes sabían esto y en vez de moderar su lenguaje y frenar sus
actos dábanles suelta, precipitando así los acontecimientos.
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