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PRÓLOGO

 

LA actuación de la C. N. T. y de la F. A. I. en el proceso revolucionario español ha sido y continúa siendo objeto de polémicas dentro del campo internacional anarquista, sin que ello implique desconocer el esfuerzo gigantesco de sus militantes —anarquistas y anarcosindicalistas— en el terreno económico, político y social para orientar la guerra contra el fascismo hacia el triunfo e ir asentando las conquistas revolucionarias sobre bases libertarias, organizando la vida de la ciudad y del campo, en todo lo posible, sobre los postulados de equidad y libertad que la ideología de ambas organizaciones ha propugnado siempre en sus luchas cruentas contra la burguesía y el Estado españoles.

La participación en el gobierno de la República española, después del 19 de julio, de militantes anarquistas de la C. N. T. y de la F. A. I. ha sido vista por muchos como un cambio de táctica que involucra un enorme peligro de desviación para todo el movimiento anarquista internacional, por otros como una consecuencia fatal de circunstancias especialísimas en la lucha que desencadenó el fascismo con su golpe de Estado fracasado que dió lugar a que la revolución se llevara a cabo conjuntamente con una guerra que, no obstante desarrollarse en suelo español, tiene proyecciones de guerra internacional.

Sin duda, son grandes los reparos que pueden oponerse a la colaboración gubernamental de los anarquistas, aún teniendo en cuenta las circunstancias especiales que los llevaron a esta colaboración. Sebastián Faure, en un meditado trabajo (I),con señalado acierto constata tres consecuencias Perniciosas inmediatas de esa colaboración 1º Relajación de la unidad del vínculo fraternal C. N. T.-F. A. I., por cuanto si bien la mayoría aprobó la colaboración, una minoría importante se opuso: 2º Los partidos políticos que toman parte en el gobierno al lado de los delegados de la C. N. T. y de la F. A. I. se benefician con la aplicación de procedimientos reformistas y colaboracionistas que contrabalancean y amenazan el espíritu de lucha de clases y los métodos revolucionarios y de acción directa que fueron norma de las organizaciones nombradas y 3º La mentalidad y las costumbres federalistas que la C. N. T. y la F. A. I. habían determinado y aclimatado son heridas como consecuencia de la colaboración gubernamental, puesto que el poder es centralista y en consecuencia la acción a desarrollar, las decisiones a tomar, etc., no parten ya de la base sino del vértice; la dirección no parte de las masas sino de los jefes. Hechas estas objeciones la conclusión es terminante y lógica: la colaboración gubernamental ha sido perjudicial al movimiento libertario del pueblo español. Todo ésto sin desconocer las buenas intenciones de los camaradas españoles, cuyo espíritu de lucha y de sacrificio es indiscutible.

(I) Véase el artículo titulado "La Pendiente Fatal" reproducido en La Obra, de Bs. Aires, Año II, Nº 14 Setiembre de 1937.

No llevaremos adelante una discusión de principios, ya que no está en nuestro ánimo abrir nuevas o continuar iniciadas polémicas. Señalamos el hecho por ser de capital importancia e interés para nuestro movimiento y además, porque en el estudio de R. Louzón que publicamos por considerarlo un trabajo serio y objetivo, de documentación y observación del desarrollo de los acontecimientos en la España revolucionaria, y, particularmente en Cataluña y Aragón, se habla con frecuencia de la toma del poder por parte de la C. N. T. y de la F. A. I. como garantía para el triunfo de la revolución, concepción marxista con la que discrepamos y lógica en el autor dada su ideología.

Exceptuando estas discrepancias, que trataremos de puntualizar, y algunas conclusiones que son corolario de su modo de ver y de pensar, el trabajo de Louzón es imparcial y concluyente con respecto a la grandiosa obra realizada por la C. N. T. y la F. A. I.

Después de hacer un paralelo entre los sucesos de junio de 1848 en París y los de mayo del corriente año acaecidos en Barcelona y demostrar la semejanza de procedimientos de la burguesía de entonces y la de ahora para desembarazarse de los "ministros" obreros que aceptaron por la fuerza de las circunstancias, pero complacidas en el primer momento, destaca la fuerza, de la C. N. T. y de la F. A. I., su participación en la guerra y la labor llevada a cabo en el terreno económico con la colectivización de las industrias y de los campos, considerando que mientras permanezca en manos de los trabajadores la administración de la economía, además de las armas que aún mantienen en la retaguardia y en el frente, la revolución está ganada. Verdad irrefutable, que contradice en parte el pensamiento del propio Louzón, cuando sostiene que sólo apoderándose del poder la C. N. T. y la F. A. I. podrán organizar y sostener la revolución social.

No es el poder en manos de la C. N. T. y de la F. A. I. lo que dará el triunfo al proletariado hispano. Es la fuerza del proletariado armado lo que le permitirá sostener las conquistas logradas y avanzar por el camino de la revolución hasta su triunfo total. En el capítulo "Las armas de la retaguardia" Louzón dice por boca de Lenín: "La revolución es el pueblo en armas; el día que el pueblo sea desarmado, la revolución deja de ser posible" Evidentemente el Poder, el Gobierno, el Estado, por muy revolucionarios que sean sus componentes, no es el pueblo en armas. Por el contrario, el Estado es el futuro estrangulador de la revolución y los hechos lo están demostrando una vez más en la propia España.

Cuando las sangrientas jornadas de mayo, provocadas por la coalición comunista- burguesa, que fueron en realidad la iniciación descarada y abierta de la contrarevolución que se sintió con fuerzas para dar el primer golpe a la revolución, la C. N. T. y la F. A. I. pudieron salir triunfantes derrotando al enemigo, ya que la superioridad numérica de sus fuerzas armadas era diez veces mayor que las del adversario. Sin embargo, prefirieron ser derrotadas. ¿Por qué? Según Louzón por no tomar el poder y afrontar por si solas el riesgo de tener que hacer frente a la Europa coaligada que la aislarían económicamente y aun las atacarían con sus ejércitos pertrechados de modernísimos armamentos bélicos.

Indudablemente no es éste el motivo único y principal; debe haberlos de otro orden: escrúpulos de índole ideológica, repugnancia por la lucha fratricida; deseos de evitarla a fin de no romper la unidad proletaria para hacer frente al fascismo, pues los anarquistas han actuado con sinceridad y lealtad únicas con sus aliados políticos del momento., lo que ha evidenciado ser un grave error.

El hecho de no estar la C. N. T. y la F. A. I. abiertamente en el poder, no ha evitado el aislamiento y el ataque solapado de las democracias europeas y del mismo gobierno republicano español. Barcelona no recibió del Gobierno Central la ayuda que necesitaba en dinero, municiones y alimentos y debió organizar la industria de guerra con el propósito de bastarse a sí misma. El frente de Aragón estuvo inactivo, no por falta de hombres ni de voluntad de actuar, sino por falta del elemento bélico indispensable. ¿Por qué este sabotaje al frente de Aragón y a las regiones en que predominaban los anarquistas? Porque éstos eran la única fuerza propulsora de la revolución social y habrían de llevar la misma hasta la consecuencia de su total triunfo. En realidad a la revolución se la estuvo saboteando desde el primer día, y fueron sus saboteadores principales los republicanos españoles a los que se unieron después las democracias francesa e inglesa y la Rusia comunista. Nadie ignora ya a qué precio y bajo qué imposiciones políticas los gobernantes rusos prestaron una tardía y medida ayuda al pueblo ibérico.

Por lo demás todo el juego de la "no intervención", sólo es en realidad un sabotaje a la España revolucionaria proletaria y una ayuda que quiso ser disimulada, pero que ya es descarada, a la España fascista.

Si los camaradas de la C. N. T. y de la F. A. I. no hubieran echo cesar el fuego en las jornadas de mayo, mientras los stalinistas masacraban impunemente a sus adherentes; la C. N. T. y la F. A. I. no hubieran pecado de lealtad hacia sus aliados momentáneos y se hubieran apoderado de la vida social y económica — no del poder de Barcelona y en consecuencia de toda Cataluña —que por otra parte ya estaba en sus manos casi totalmente— desbaratando los planes reaccionarios de la burguesía secundada por el comunismo oficial, hubieran quedado solas frente al mundo burgués y al militarismo interior y exterior, pero quizá la situación actual de España sería otra.

Sabemos bien que el proletariado hispano ha luchado solo contra todas las fuerzas coaligadas de la reacción internacional; que en el terreno de la acción no ha recibido de sus hermanos del mundo, la ayuda necesaria e imprescindible que le permitiera asegurar el triunfo, o por lo menos luchar con mayores probabilidades de éxito. Conocemos bien la inmensidad de obstáculos que debió superar para realizar las profundas transformaciones económicas y sociales que llevó a cabo, y a costa de que sacrificios se logró ese esfuerzo que fué la admiración de todos y dió al mundo la prueba palpable y evidente de su capacidad y preparación para organizar y hacer funcionar la vida política y social conforme a sus propios intereses y necesidades dentro del ideario igualitario y justo que informan sus luchas de tres cuartos de siglo.

Si en mayo se hubiera aplastado sin contemplaciones a la contrarrevolución, cuyos ejecutores más destacados fueron el burgués Aiguadé y el comunista Rodríguez Salas, ¿hubiera ésta continuado su obra de destrucción de las conquistas revolucionarias y de impedimento de nuevas realizaciones que al asegurar lo conquistado abriera perspectivas nuevas y vastísimas? Sin duda alguna, no.

Y el giro de las cosas hubiera sido otro a pesar del peligro del ataque exterior.

¿Ante una descarada intervención armada de las potencias extranjeras contra el proletariado catalán, dueño ya absoluto de su destino, el proletariado internacional no hubiera sacudido su apatía —que más que apatía real es imposibilidad de moverse, pero que un acontecimiento de tal magnitud podía empujarlo a romper las cadenas que hoy lo maniatan— y disponerse a actuar en el terreno de los hechos en cada uno de sus propios países?

No podemos responder con exactitud a esta pregunta.

No queremos ser tampoco excesivamente optimistas, pero no podemos descartar esa posibilidad, tanto más que otros hechos históricos la abonan.

El trabajo de Louzón ha sido escrito inmediatamente después de los luctuosos sucesos de mayo último.

Seis meses más tarde, las cosas han cambiado bastante en la España proletaria.

Hasta ayer la C. T. N. y la F. A. I. eran la fuerza; controlaban políticamente Barcelona y Cataluña; tenían en sus manos, con la colectivización de las industrias y de la tierra, la vida económica de Cataluña y de Aragón; las milicias de este frente y los armamentos de la retaguardia eran una garantía para las conquistas de la revolución.

No sabemos a ciencia cierta lo que ha pasado, porque las noticias además de ser contradictorias, son en su mayor parte de fuentes, dudosas.

No creemos que la C. N. T. y la F. A. I. hayan perdido su fuerza y el arraigo que tenían en la vida española y particularmente catalana, pero es evidente que la contrarevolución gana terreno.

Los anarquistas van siendo poco a poco desplazados del cargo de funciones vitales para el desarrollo y el triunfo de la revolución, tanto en los frentes como en la retaguardia. Las patrullas de control han sido disueltas; disuelto fué también el Consejo de Aragón y encarcelado su presidente Joaquín Ascaso. Las colectivizaciones son furiosamente atacadas. En el campo se quiere devolver la tierra a sus antiguos dueños y en la ciudad "municipalizar" o "nacionalizar" las industrias, las empresas comerciales y los transportes. En los frentes se "disciplina" y "militariza" a los milicianos; se establecen diferencias jerárquicas y se despoja de los puestos de responsabilidad a los anarquistas.

Estas medidas de intención y finalidad contrarevolucionaria son siempre auspiciadas por los comunistas, que en esta emergencia se han convertido en los peores enemigos y los mayores traidores de la revolución social, es decir del proletariado del mundo.

¿Será posible todavía una acción que impida el triunfo definitivo de la burguesía fascista y fascistizante sobre el proletariado hispano?

Camilo Berneri, el infatigable luchador y esclarecido pensador anarquista, alevosamente asesinado por los perros hidrófobos del comunismo, convertidos en esforzados paladines de la democracia burguesa y de la propiedad privada, decía en su último artículo publicado en "Guerra di classe" de Barcelona, del 5 de mayo del año en curso, después de señalar donde estaban las fuerzas de la contrarevolución: "La guerra civil en España tiene dos frentes: el político y el social. La revolución debe vencer y en los dos. Y vencer".

¿Vencerá? . . . 

La burguesía, el fascismo internacional y el socialcomunismo pretenden asestarle un golpe de muerte. El proletariado del mundo puede y debe salvarse a sí mismo salvando al proletariado español.

NERVIO


 

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