ESTA situación no puede durar mucho. La C. N. T. no puede indefinidamente ser la fuerza sin posesionarse del poder, y aceptar, por el contrario, voluntariamente ser derrotada por éste. La revolución no puede tolerar indefinidamente la contra-revolucíón.
La
derrota política después de haber demostrado que se contaba con la fuerza necesaria para
obtener la victoria militar, puede tolerarse una vez, pero no dos. Con una nueva aventura de este género, la C. N. T. no conservaría su fuerza: perdería de
inmediato adherentes y prestigio.
Ahora
bien, el día en que esta cuestión —la de la fuerza— se presente de nuevo en forma
aguda —y en Barcelona nadie duda de la proximidad de ese día—la C. N. T. se encontrará
ante el mismo dilema: derrotar a su adversarios y tomar por sí sóla y oficialmente el
poder, con la consecuencia del aislamiento que dicha actitud traería aparejada, o
entregarse voluntariamente al enemigo. El porvenir de la República Española
depende, pues, en esencia, de ésto ¿permitirá el curso de los acontecimientos políticos,
diplomáticos y militares de Europa, que, en un porvenir cercano, la clase trabajadora
catalana tome el poder y organice definitivamente la Revolución Social, corriendo el
riesgo de que su aislamiento del mundo capitalista le sea fatal?
He
aquí porque la política seguida por la C. N. T., concientemente en parte, en parte bajo
la presión de los acontecimientos, parece haber sido habilidosa y contemporizante, aferrándose
a la esperanza de acontecimientos que le permitieran hacer uso de su propia fuerza sin
exponerse a un ataque del exterior demasiado fuerte para poderle resistir.
No
creo revelar un secreto expresando que los acontecimientos que desea ardientemente son
aquellos que le permitan constituir un nuevo Estado ibérico, separado del resto de España
o, por lo menos, dotado de gran autonomía.
No
es que la C. N. T. sea separatista por motivos patrióticos o morales; al contrario: se ha
opuesto siempre al catalanismo y no ha cambiado de opinión, pero es separatista por
razones sociales. Los dirigentes de la C. N. T., con o sin razón, piensan, en efecto, que
esta organización no es lo suficientemente fuerte para instaurar el socialismo en toda
España; en cambio, teniendo en cuenta siempre la situación del exterior, se creen
capacitados para establecerlo fácilmente en Cataluña, Aragón y también en el Levante.
Es
sabido, en efecto, que en Cataluña la C. N. T. es la única organización obrera digna de
tal nombre; en Aragón, bajo el impulso de Durruti, que tuvo la visión genial de llevar a
cabo la revolución agraria en toda aldea donde entraban sus columnas, la C. N. T. cuento
con la voluntad de los campesinos; en el Levante, en fin, los últimos acontecimientos han
puesto en evidencia con toda claridad el acuerdo político entre la C. N. T. y la U. G. T.
y en consecuencia, la hegemonía que ejercen ambas en la región.
La U. G. T. es en realidad una organización de composición y de política variable de provincia en provincia (12). En Cataluña la U. G. T. es una organización compuesta de pequeños burgueses, creada por los stalinistas después del 19 de julio y completamente dominada por ellos; en Asturias, en cambio, la U. G. T. es netamente anti-stalinista: en un reciente congreso los votos socialistas derrotaron a los comunistas por mayoría aplastante, y ésto explica que en Asturias la U. G. T. y la C. N. T. marchen plenamente de acuerdo después de haber firmado, hace ya tiempo, un pacto de alianza que las une estrechamente. En la región de Valencia (Levante), las cosas se desarrollan rápidamente, según parece, en la misma dirección que en Asturias. La U. G. T. del Levante ha sido el principal sostén de Largo Caballero en su disidencia con los comunistas, cuando éstos, reprochándole no haber sido suficientemente enérgico con los trabajadores de Barcelona, lo obligaron a renunciar.
(12)
Ironía de las cosas: mientras la C. N. T., federalista por principio, hace política
unitaria, la U. G. T., centralista por principio, nace frecuentemente en sus federaciones
política diametralmente opuesta.
Esta
actitud de la U. G. T. del Levante no es una postura del momento; no es la consecuencia de
la fe en un hombre, sino de una posición política. El Levante es, sobre todo, una región
agrícola, la más rica de España; Valencia no es como Barcelona, una ciudad industrial,
sino simplemente un gran mercado agrícola. Lo que importa en el Levante es el problema de
la tierra, la organización obrera más importante es la de los campesinos. Pues bien, el
sindicato de los trabajadores de la tierra adherido a la U. G. T. tiene en esta provincia,
exactamente la misma posición que la C. N. T., en absoluta oposición a los stalinistas y
a la fracción de la U. G. T. que ellos
controlan, puesto que son grandes defensores de la propiedad privada e implacables
enemigos de la colectivización; la U. G. T. del Levante es partidaria decidida de la
colectividades agrícolas y de acuerdo con la C. N. T. ha procedido a las
colectivizaciones en gran escala en toda la región.
Este
antiguo reino de Aragón, sobre el cual repetidamente hemos llamado la atención, con sus
tres grandes regiones: Aragón, Cataluña y Levante posee todavía hoy cierta unidad
social que proviene de comunes aspiraciones y
de una política común de sus trabajadores de la ciudad y de los campos.
Parece
que a medida que los hechos se aclaran la C. N. T. tiene cada vez más conciencia de esta
unidad y que su voluntad es realizarla haciendo de estas tres provincias la patria común
del socialismo libertario.
¿Logrará
su empeño? Esto no dependerá —lo repito una vez más y es mi conclusión— ni de la
C. N. T., ni de España, sino de las circunstancias internacionales que permitan a los
trabajadores de los distintos países desafiar a toda Europa: a las finanzas de París y
Londres, al fascismo de Roma y Berlín y al imperialismo de Moscú.