UNA
cuestión que tiene atingencia con el armamento del proletariado es la cuestión
del frente de Aragón.
Como
ya he manifestado, las tres cuartas partes, por lo menos, del ejército de este frente
(sin contar una buena proporción de las tropas de otros frentes) responden a la C. N. T.
Son, por consiguiente, una reserva armada. Para desarmar completamente al proletariado es
necesario hacer desaparecer esta reserva. Con esta finalidad trabaja el gobierno.
Los
medios empleados se diferencian a los usados con los obreros de Barcelona. No es el caso
de pensar quitarles las armas a los soldados del frente. Comparando las situaciones sólo
puede pensarse en un desarme moral, substrayéndolos a la autoridad moral de las
organizaciones obreras para incorporarlos en cuerpo y alma
al ejército del Estado. Esta es la finalidad de todas las campañas pro "comando único",
pro "militarización", pro necesidad de un "ejército popular de la nación", etc.; cosas
que los necios han tomado por cuestiones de técnica militar, mientras sólo se trata de
una cuestión política, de una cuestión de clase: ¿el ejército hubiera seguido siendo
del proletariado, o, en cambio, se hubiera vuelto un ejército del Estado y de la burguesía?
El
problema está planteado desde hace tiempo y la "militarización" de la milicia no es de
ayer. Pero en realidad, la militarización no ha sido hasta estos últimos tiempos más
que una palabra. Y es precisamente por esto que, el gobierno de Valencia, tomando como
pretextos los sucesos de mayo se ha adueñado del Ministerio de Guerra de la Generalidad,
ocupado hasta entonces por un representante de la C. N. T. y ha puesto en su lugar un
general madrileño. Su obligación es llevar a la práctica la "militarización", es decir
eliminar al ejercito del proletariado.
¿De
qué modo lo hará?
Hasta
estos últimos días la militarización consistía en un cambio de nombres. A las "centurias"
se las llama "compañías" y a las "columnas", "divisiones". Frecuentemente las centurias
llevaban el nombre del sindicato que las había organizado (centuria "Artes Gráficas",
constituída por el sindicato del libro; centuria "Madera" constituida por el sindicato de
la madera, etc.) Mal recuerdo éste del vínculo corporativo. Ahora las compañías sólo
tienen un número. A las nuevas divisiones se les dejó al principio el nombre: División
Durruti, División Ascaso, División Maciá, etc., etc., pero actualmente el nombre ha
sido suprimido y solo pueden usar un número.
El
mismo cambio han sufrido las denominaciones de los grados: los "delegados de compañías"
son ahora capitanes, los "delegados de grupo" son jefes de escuadra, etc. etc.
En
verdad, esto tiene poca importancia.
En
cambio la tiene, y mucha, el hecho de llevar galones. En las milicias los graduados no
obstentaban galones: pero, si un "delegado de compañía" puede prescindir de ellos ¿puede
también hacerlo un capitán?
En
las milicias militarizadas los graduados tienen el derecho de hacer ostentación del grado
y esto es lo que ha hecho notar de inmediato cierta división en el ejército proletario.
Si
en algunas unidades donde el espíritu proletario y anarquista tenía sólido arraigo, los
galones continuaron siendo desconocidos después de la militarización, como lo habían
sido antes; si tanto el capitán como el jefe continuaron sin llevar galones y siendo los
buenos camaradas de siempre; si también algunos militares de profesión, investidos de
altos mandos, creyeron prudente quitarse los galones al visitar esta o aquella unidad,
hubo en cambio, compañías fieles también a los principios de la revolución, en la que
los galones no solo aparecieron sino que se generalizaron. ¡La vanidad es grande! Sin embargo debemos agregar que muchas veces los
galones desaparecían después de una breve exhibición. Era suficiente que una compañía
con hombres galoneados se pusiera en contacto con otra sin ellos, para que los galones
desaparecieran. Tal la fuerza del ejemplo. En otros casos bastaba que un jefe que llevara
galones fuera substituído por otro que no los llevara, para que desaparecieran los
galones de los subordinados. ¡Miserias humanas!
Mañana
seguramente el peligro será más grave.
Hasta
ahora, aunque convertidos en "soldadas" todos los milicianos perciben igual salario,
cualquiera sea su grado; "oficiales" y "suboficiales" comen en la misma mesa y reciben el
mismo jornal correspondiente a la segunda categoría: 10 pesetas diarias. Pero se busca
substituir este tratamiento de igualdad con la jerarquía de salarios usada en el viejo ejército
y con las consiguientes diferencias para cada grado ¿Los sargentos, capitanes y generales
de la C. N. T. y de la F. A. I. tendrán el coraje de oponerse con la energía necesaria a
una medida que está destinada a reportarles considerables ventajas personales?
Sin
duda, esto es un gran peligro; pero nada autoriza a suponer que no será superado.
De
modo que, entonces, la fuerza de la C. N. T., que se basa actualmente sobre estos dos
elementos: el armamento de los trabajadores del campo y de las fábricas y las milicias
del frente de Aragón, está amenazada de dos peligros: el peligro material que pesa sobre
la fuerza armada de la retaguardia y el peligro moral que pesa sobre la fuerza armada del
frente, de convertirse en un ejército mercenario.
Sólamente
si logra la C. N. T. salvar estos dos peligros podrá continuar siendo la fuerza e impedir
el avance de la contrarevolución.