1. Sobre las insurrecciones de octubre de 1934
En octubre de 1934, una serie de insurrecciones contra el
Gobierno reaccionario del radical Lerroux y
de la CEDA —cuyo hombre fuerte era Gil Robles, aunque sólo tenía la cartera
de la Guerra— estallaron o abortaron en España. La más importante de todas
fue la de Asturias donde los obreros armados resistieron 15 días contra el ejército,
que acabó por aplastarlos: presionalos por Dencàs, líder del Estat Català
(organización nacionalista, poderosamente influenciada por el fascismo
musoliniano y a la que veremos en acción contra los libertarios, en 1937),
Companys intentó aprovechar el proyecto insurreccional, iniciativa del ala
izquierda del Partido Socialista que fracasó en todas partes, excepto en
Asturias. El 5 de octubre, desde el balcón del Palacio de la Generalitat y al
parecer sin convicción alguna, proclamo la independencia del Estado catalán en
el seno de una República federal española (¿?). Madrid envió sus tropas para
acabar con esa secesión. Companys hubiera querido pedir la colaboración de la
CNT (que por otra parte, era hostil a ese putsch nacionalista cuyos líderes se
oponían a ello tanto como el Gobierno central de Madrid), pero los principales
animadores del complot, Dencàs y Badía, el jefe de la policía, se negaron
tajantemente. La policía llegó incluso a aprovechar el putsch para detener a
algunos militantes anarquistas. Todo acabó muy de prisa, el ejército cercó la
Generalitat y después la tomó por asalto deteniendo a Companys, sin que
hubiera una verdadera resistencia. Los escamots, la organización militar de
tipo fascista de Dencàs, ni siquiera
Se
le ha reprochado a la CNT‑FAI su pasividad durante esos acontecimientos
de Barcelona. Hubieran debido actuar, no a favor del fascista
Dencàs,
ni siquiera a favor del republicano Companys —manipulado por el primero—,
sino para ayudar a los mineros asturianos organizados dentro de la Alianza
Obrera CNT‑UGT y que estaban asediados en Oviedo. Los anarquistas se
defienden (aunque algunos admiten el fundamento de esta crítica) diciendo
que era absurdo pretender escoger entre la reacción catalana y la reacción «madrileña»,
pero también alegando que la CNT estaba diezmada después de los
levantamientos de enero de 1932, enero de 1933 y diciembre de 1933; había
sufrido una cruel represión y miles de militantes estaban prisioneros (César
M. Lorenzo, Los Anarquistas españoles y
el Poder. Ed. du Seuil, pág. 85.) Pretenden que este argumento sea válido
para Barcelona, Madrid, Zaragoza, etc.
2. Sobre los obreros, el
proletariado y el «movimiento obrero»
Para
evitar confusiones, creo útil precisar lo siguiente: cuando hablo de obreros y
de proletariado, no concedo ninguna carga ideológica a estas palabras. El
proletariado son los metalúrgicos, los obreros textiles, los ferroviarios, los
obreros agrícolas, etc. No creo en absoluto en el papel carismático que el
marxismo atribuye al proletariado: clase
portadora de la revolución socialista que, al liberarse a sí misma, libera
a todas las clases y establece la buena sociedad sin clases. Todavía estoy
menos de acuerdo con los diversos matices y añadidos contradictorios de los epígonos:
la clase obrera, al tiempo que es, por esencia, la que va a liberar a la
humanidad, no puede por sí misma superar la práctica y la teoría de
las Trade Unions (Lenin). El partido es quien la revela a sí misma y quien le
pone en evidencia su misión histórica, el partido se convierte en el
instrumento indispensable para la conquista del poder político (que ellos
confunden con la revolución). Así, paulatinamente, el partido ha ido
sustituyendo a la clase obrera en la ortodoxia marxista y «obrero» y «proletario»
es aquello que está dentro de la línea del partido (o del Estado)
marxista‑leninista, y sólo eso.
Así,
pues, veremos, por ejemplo, que en Cataluña hay metalúrgicos que pueden no ser
«obreros» y comisarios de policía que si lo son. Porque los primeros cuando
realizan la autogestión, están desarrollando una «actividad pequeño‑burguesa»,
mientras que los segundos están en posiciones
de clase porque están en el partido. Esta ignominia jesuítica sigue
siendo una regla de oro de los partidos —o grupos o grupúsculos— de
diferente sello marxista‑leninista. Todo esto es falso, como lo es
pensar que las clases son unívocas.
Una
vez dicho esto, todavía tengo que precisar un punto: sin confundir proletariado
y «movimiento obrero» (partidos, sindicatos, Herrs Professors, corrientes
ideológicas, publicaciones, círculos, Casas del Pueblo, etc.), hay que
constatar que, en el pasado, constituían
juntos una fuerza de protesta global de la sociedad bastante considerable y
que hoy ya no la constituyen. Los partidos y los sindicatos, con el correr de
los días, de las luchas y de la evolución de las sociedades modernas, se han
convertido en instrumentos de integración de los trabajadores en la
sociedad. Por supuesto, desde un principio lo llevaban dentro de sí, aunque sólo
fuese por la reconstrucción en su
seno de la jerarquía de valores y de puestos existentes en la sociedad
burguesa, a veces adaptados, a veces no. Pero lo que al principio sólo era una tendencia,
se ha convertido en su rasgo predominante.
Por
su parte, el proletariado, que algunas
veces ha sido «representado» y otras «traicionado» por el movimiento
obrero, ha actuado más de una vez como protagonista en la historia de las
luchas sociales, de manera autónoma, tomando directamente en sus manos sus
intereses específicos sin —o en contra de— la mediación de las
organizaciones que decían ser sus representantes. Cada vez
que el proletariado ha actuado así, lo ha hecha en un sentido libertario o
antiautoritario, como se dice hoy.
Fueron
los obreros rusos quienes crearon los soviets en 1905. El Partido
social‑demócrata de Lenin y de Trotski no hizo más que ordenarles
que adoptaran su programa o que se disolvieran. Todo está ya ahí. Así
pues, fueron los proletarios (en el sentido aquí definido) los que realizaron
la autogestión, casi generalizada, en Cataluña, y todas las demás
experiencias revolucionarias que constituyen el objeto de este libro. Sin
embargo, hay que constatar igualmente que, dejando de lado algunas experiencias
recientes habidas en las «democracias populares», el proletariado cada vez actúa
de un modo menos autónomo y menos revolucionario y cabe preguntarse si la
Revolución catalana no ha sido en alguna medida la última gran manifestación
de esta especificidad revolucionaria del proletariado, que le convirtió en el
verdadero protagonista de numerosas luchas sociales del pasado.
Esta
especificidad revolucionaria no tiene mucho que ver con el papel carismático,
con el destino histórico, que Marx: atribuía al proletariado, y esto por toda
una serie de razones que serian muy largas de explicar aquí y de las cuales, una
es precisamente su propia evolución, que ha llevado a amplios sectores de la
clase obrera a integrarse en las llamadas sociedades de consumo, que les han
convertido en uno de los más sólidos y conservadores pilares de la «mayoría
silenciosa», mientras que otros sectores se lanzan a las «huelgas salvajes» y
a otros actos que a su manera se inscriben en el movimiento antiautoritario
moderno. Si, en otra época, se ha podido hablar a tontas y a locas de
proletariado, creo que hoy sería más acertado hablar de los proletarios.
3. Sobre el abastecimiento y las escuelas nuevas
«El
Comité Central de Abastecimiento (cuyo origen provenía del departamento
correspondiente en el Comité de Milicias) estaba encargado de regularizar,
planificar todo lo que concernía a la producción alimenticia y al consumo
(tasas, precios, control de los grandes almacenes, depósitos, comercios
mayoristas y minoristas, cooperativas, panaderías, fábricas de comestibles,
recolección de la cosecha de trigo en Aragón y en la provincia de Lérida,
distribución de las mercancías, víveres, ropas, las compras al extranjero) y
de abastecer a las milicias que todavía no tenían intendencia, a las patrullas
de control y a la población (restaurantes, hogares populares, hospitales,
etc.). Estaba compuesto por delegados de los diferentes partidos y sindicatos (3
de la CNT: Valerio Mas, Facundo Roca, y José Juan Domènech; 2 de la FAI: Juanel
y Manuel Villar; 3 de la UGT; 1 del POUM; 3 de la Esquerra;
1 de la Unión de Rabassaires; 1
técnico)» (César M. Lorenzo, op. cit., pág. 114). Añadiré
simplemente que entre este proyecto planificador y la realidad, muchas veces
hubo que recurrir a la improvisación, a la imaginación y a la habilidad
personal, como se tuvo que hacer en muchos otros aspectos. Hubo numerosos
intercambios directos entre Colectividades (agrícolas e industriales o agrícolas
entre si, etc.), que no siempre pasaron por ese Comité.
En
lo concerniente a la Nueva Escuela Unificada, el Livre d'Or de la Révolution espagnole, señala que, en julio de
1936 sólo había 34.431 niños escolarizados en Barcelona y en julio de 1937,
había 116.846 instalados en 151 nuevos establecimientos escolares (la cifra de
102 que he dado se refiere a las
primeras
semanas que siguieron al levantamiento militar).
4. Sobre los conflictos de la CNT
La
historia de la CNT también es la historia de sus conflictos y escisiones.
Cuando no estaban de acuerdo en la orientación de determinado Congreso,
Federaciones enteras de sindicatos CNT se declaraban autónomas durante
períodos más o menos largos. Una de las escisiones que más duró fue la de
Angel Pestaña, que fundó en abril de 1933 el Partido sindicalista (¿?). Pestaña
era un líder bastante conocido de la CNT —varias veces fue Secretario
nacional—, miembro de la corriente «moderada» que quería frenar las «aventuras»
y el «terrorismo» de algunos sectores anarquistas y constituir un movimiento
obrero «sólido», «responsable», etc...., dividido de modo clásico: un
sindicato y un partido político, que se repartían las «tareas». Pestaña
declaraba que había roto con el anarquismo sin por ello haberse hecho marxista.
Deseaba, en cierto modo, una «síntesis» o «superación» de las dos
corrientes del movimiento obrero. La CNT se mostró muy hostil al Partido
Sindicalista, considerado como un «elemento de división» (cuando en los
documentos aquí citados se dice «sindicalista» se refiere a miembros del
partido y de las juventudes sindicalistas). El Partido Sindicalista, siempre muy
minoritario en relación a la CNT-FAI, desapareció durante la guerra civil y
algunos de sus miembros, entre los que se encontraba el propio Pestaña,
volvieron al seno de la CNT.
5. Sobre el poder
Basta
con mirar en torno nuestro para comprobar la situación de robot mal pagado a
que se encuentra reducido el obrero en los Estados «obreros» (como casi todos
los
ciudadanos, por otra parte). Pero no puede protestar
sin aparecer como un defecto del capitalismo o sin caer en la locura furiosa, ¡puesto
que es él mismo quien se explota a través del Estado que le pertenece! ¡Maravillas
de casuística! Para nuestros fanáticos de la dictadura del proletariado, lo
que está en juego no es la supresión del Estado «ese engendro sobrenatural de
la sociedad», sino por el contrario, su fortalecimiento continuo y en todos los
terrenos, siempre y cuando, claro está, ese Estado declare «defender los
intereses históricos de la clase obrera». Se ve muy bien adonde ha conducido
esto y cuanto han tenido que padecer por esta defensa histórica los
obreros, los campesinos y los demás ciudadanos en los llamados países «socialistas».
Al leer, al escuchar y al ver actuar a la mayor parte de los que se llaman a sí
mismos «revolucionarios» se diría que los hombres, eternamente, deberán confiar
a un puñado de especialistas, de sabios y de jefes, la totalidad de sus deseos
y la realización de sus sueños, y que no sólo es imposible sino que, aún
peor, es «objetivamente reaccionario» luchar contra un Poder cuyas
injusticias, alienaciones, privilegios, explotación —y a menudo su terror—
se denuncian, sin luchar por otro Poder, que, se declara bueno,
justo y dentro del sentido de la historia (¡como si la historia tuviera ese
sentido!) A partir de este postulado ideológico, se exigirá la sumisión más
total y la fe más intransigente hacia ese nuevo Poder y todo ello a pesar de
sus injusticias, sus alineaciones, su explotación, sus crímenes y su terror.
No
se trata de que la naturaleza del poder nos sea indiferente —y dicho sea de
paso, cuando menos totalitaria sea, mejor— pero en Cataluña, como en otros
sitios, hubo hombres que se negaron, con razón, a dejarse encerrar en el falso
dilema que quiere reducir, «en última instancia», todas las luchas sociales a
la instauración de un «buen poder». Porque no hay buen poder. Toda sociedad
jerarquizada lleva en sí misma —con mayor o menor rigor— la explotación,
la alienación, y la repulsión. Si no, ¿porqué iba a ser jerarquizada? Habría
que desacralizar de una vez por todas la idea del «poder proletario» —ya que
los proletarios son precisamente los que no están en el poder y a los que
siempre se quiere limitar a un papel de simples ejecutantes. La cuestión
planteada —y a fin de cuentas sin resolver (¿lo será alguna vez?)— en
Cataluña es la siguiente. ¿La revolución
consiste en romper la jerarquía
«capitalista» para sustituirla por otra a la que se sigue considerando, a
pesar de múltiples experiencias, más justa, y eso debido esencialmente a que
se piensa que está mejor adaptada a las exigencias modernas de la producción
—y nos encontramos entonces con los objetivos capitalistas apenas invertidos?
¿O los hombres van a poder, por fin, prescindir de la tabúes y de los mitos y
a negarse a seguir delegando en el Poder —suerte de Padre monstruoso— la
realización de su vida, para poder autoorganizarse en una democracia ni
autoritaria, ni jerárquica? Esto, al menos, fue lo que se intentó en
Cataluña y esa tentativa,
a fin de cuentas, me parece fundamental porque hizo que centenares de miles
de hombres vivieran durante meses y meses en una situación de insubordinación
y de creatividad casi totales. Aunque la democracia no jerárquica no fue
institucionalizada —¿acaso puede serlo?— sin embargo, fue muy real y estuvo
en lucha abierta contra el nuevo poder burocrático.
6. Sobre la dimisión de Prieto (marzo de 1938)
César
M. Lorenzo habla de manera bastante explícita, de «ese complot» que nunca había
sido confesado oficialmente por la CNT‑FAI, aun cuando muchas personas
estaban al corriente. He aquí, resumido, de lo que se trataba. En marzo de
1938, corrieron rumores sobre una posible dimisión de Indalecio Prieto,
ministro de Defensa. La CNT envió al ministro una delegación formada por Galo
Díez, Segundo Blanco y Horacio Prieto, para pedirle que permaneciera en su
puesto. Pero Prieto confirmó su decisión de dimitir por dos motivos
fundamentales: primero, porque el control de los comunistas sobre su propio
ministerio era tan grande que él era su «prisionero»; Negrín, presidente del
Consejo, apoyaba a los comunistas en contra suya. Y seguidamente porque
consideraba que la guerra estaba perdida y que había que llegar a una paz de
compromiso. La delegación de la CNT parece que se mostró de acuerdo con el análisis
del ministro, pero consideró que, si dimitía, el control comunista se haría más
grande. Los cenetistas propusieron que se realizara un «golpe de fuerza» para
liquidar la influencia comunista sobre el Poder. Parece que las tropas
anarquistas recibieron la orden (Lorenzo no habla de ello) de preparar ese golpe
de fuerza para apartar a los comunistas. Prieto se declaró «profundamente
conmovido» pero no aceptó. Sin embargo, poco después se discutió ese golpe
de fuerza en un pleno nacional de la CNT convocado en Barcelona. Los delegados
rechazaron categóricamente cualquier «paz de compromiso» pero dudaron sobre
las medidas a adoptar para enderezar la situación. A fin de cuentas, optaron
por... volver a entrar en el Gobierno. (¡Lorenzo pasa rápidamente sobre esta
conclusión, tan audaz!) Prieto dimitió, Negrín acumuló la presidencia del
Consejo y el Ministerio de la Defensa y Segundo Blanco se convirtió en ministro
(CNT) de Instrucción pública y de Sanidad.
7. Sobre las ejecuciones de Aragón
He
aquí lo que dice Gabriel Jackson en su libro (La República española y la guerra civil, Ed. Grijalbo, México,
pág. 247‑248) sobre las ejecuciones (observemos de paso que este
autor, brillantemente criticado por N. Chomsky en su ensayo ya citado, se
muestra más que reticente ante las experiencias anarquistas): «En algunos
pueblos se fusiló al cura, a los Guardias Civiles, a los principales
terratenientes y a algunos miembros de las profesiones liberales, partidarios
del antiguo orden o que se pensaba que lo eran. En algunas comunas de varios miles de
habitantes, la media de asesinatos iba de 4/5 a 35/40 generalmente más
importantes en Andalucía y al sud‑este que en Levante y Cataluña... (sin
duda, no es una casualidad que la revolución social, en cambio, haya progresado
mucho más en Cataluña y en Levante [C.S.‑M.]) ( ... ) Por otra parte hay
numerosos testimonios sobre la intervención personal de Durruti para impedir el
asesinato de terratenientes que no habían colaborado en el levantamiento
militar pero que fueron condenados simplemente porque eran católicos, monárquicos
o partidarios de Lerroux». De estos testimonios Jackson cita el siguiente: «En
una conversación privada que he sostenido con dos terratenientes monárquicos,
uno profesor de Universidad y el otro abogado, he oído una enérgica defensa de
la oposición activa de Durruti a los asesinatos». (Se trata de los
acontecimientos de Aragón.)
He
aquí el siniestro balance de muertos que da Jackson en su libro (pág. 446).
100.000
muertos en los campos de batalla.
10.000
»
en los bombardeos.
50.000
»
por subalimentación y enfermedad (durante la guerra civil).
20.000
»
por represalias políticas en zona republicana.
200.000
»
por los mismos motivos en zona franquista durante la guerra.
200.000
»
prisioneros «rojos» ejecutados o muertos en prisión por enfermedad y
malos
tratos entre 1939 y 1943.
Aunque otros comentaristas dan cifras aún más elevadas (1.000.000 de muertos), no obstante, todos están de acuerdo en indicar que la represión franquista durante y después de la guerra, ha sido la que, con gran diferencia, ha causado más muertos.
8. Sobre la muerte
de B. Durruti (20 de noviembre de 1936)
Buenaventura
Durruti murió en la «línea del frente» de Madrid, pero no se sabe
exactamente quién le mató. Algunos dicen que fue alcanzado por una bala
enemiga, otros que le mataron sus propias tropas cuando Durruti intentaba
impedir que retrocedieran. También se ha pensado en el asesinato político, los
comunistas han emitido la hipótesis de un crimen realizado por los anarquistas
extremistas, ya que Durruti se acercaba a las posturas políticas del Partido.
Nada, absolutamente nada, permite sostener esa teoría. En cambio, algunos
anarquistas acusan a los comunistas del crimen: habrían querido desembarazarse
de un rival demasiado popular. Sea como fuere, nada más muerto, casi todo el
mundo se disputó su cadáver con verdadera saña. Los comunistas destacaban sólo
una frasecita («renunciamos a todo salvo a la victoria») para justificar su
tesis de un Durruti, acercándose al Partido. Los dirigentes anarquistas «gubernamentalistas»
se servían de Durruti, que había aceptado la militarización de su columna,
cosa que, según ellos, significaba que había respaldado de antemano su política
de compromisos. En cuanto a los anarquistas intransigentes se servían de él
todavía con más ímpetu debido a su extraordinario pasado revolucionario, a su
actividad en Barcelona y en Aragón, etcétera. Algunos llegaron incluso a crear
en él seno de la CNT un grupo (del que ya he hablado) al que llamaron los «amigos
de Durruti». Lo bueno que tiene un cadáver
es que se le puede hacer decir lo
que se quiera.
9. Composición del
Gobierno Caballero (5 de septiembre de 1936)
He
aquí la lista del primer Gobierno Largo Caballero (5 de septiembre de 1936): Presidente
del Consejo y ministro de la Guerra: F.
Largo Caballero (socialista).— Ministros
de Asuntos Exteriores: Julio
Alvarez del Vayo (socialista).— Ministro de la Justicia: Mariano Ruiz‑ Funés (Izquierda
republicana).— Ministro de Instrucción
Pública y Bellas Artes: Jesús Hernández (comunista).— Ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión social: José
Tomás Piera (Esquerra republicana).—
Ministro de Agricultura: Vicente
Uribe (comunista).— Ministro de
Industria y Comercio: Anastasio de Gracia (socialista).— Ministro de Transportes y de la Marina mercante: Bernardo
Giner de los Ríos (Unión Republicana).— Ministro sin cartera: José Giral (Izquierda republicana).
El
4 de noviembre de 1936, con la entrada de los anarquistas, el Gobierno fue
reorganizado del modo siguiente: Presidencia
y Guerra: Largo Caballero.— Asuntos Exteriores: Alvarez del
Vayo.— Marina y Aviación: Prieto.—
Finanzas: Negrín.— Instrucción Pública: Hernández.— Justicia: García Oliver (CNT).— Gobernación: Galarza.—
Trabajo: De Gracia.— Agricultura: Uribe.—
Obras Públicas:
Julio Just.— Transportes: Giner
de los Ríos.—
Industria: Juan Peiró (CNT).— Comercio:
Juan López (CNT).— Sanidad: Federica Montseny (CNT).—
Propaganda: Carlos Esplà.— Sin Cartera:
José Giral, Manuel de Irujo y Jaime Ayguadé.
10. Sobre el
enfrentamiento Casado‑PC (Madrid, marzo 1939)
Una
vez perdida la guerra militarmente, el mes de marzo de 1939 vio cómo las
fracciones del campo republicano se mataban entre sí con un ardor increíble.
El 5, Negrín nombró a comunistas para todos los mandos militares de
importancia. Se trataba supuestamente de organizar la resistencia hasta el
final. Pero esa «resistencia» sólo duró unos días. En realidad, de lo que
se trataba para el PC era de organizar la
evacuación, y es lo que hicieron. Pero en Madrid, el coronel Casado formó
una junta donde estaban representadas todas las organizaciones antifascistas
(excepto el PC) y se rebeló contra el Gobierno Negrín. La Junta Casado (que
por intermedio de los ingleses tomó contacto con el enemigo) declaró que quería
negociar una «paz honorable». No habría «paz honorable», tampoco hubo
resistencia a ultranza. Pero en todas partes hubo enfrentamientos entre partidos
y adversarios del Gobierno Negrín‑PC. Los Combates de Madrid causaron
2.000 muertos. Después, el PC cuyas tropas habían sido vencidas por las de
Cipriano Mera, negoció un compromiso con la Junta Casado que fue aceptado. Los
franquistas pusieron a «todo el mundo de acuerdo» tomando Madrid. Después fue
la desbandada, la lucha por tomar un barco, y la represión política que se
abatió durante años sobre España.
11. Sobre el asunto de Marruecos
«El
Asunto de Marruecos» constituye un ejemplo muy ilustrativo de las incoherencias
del oportunismo a corto plazo de las autoridades republicanas. A pesar de las
tentativas del propio Berneri, Santillán y otros elementos revolucionarios,
para que el Gobierno Republicano se declarase a favor de la independencia de
Marruecos (según Santillán, el Comité de Milicias había tomado contacto en
este sentido con nacionalistas marroquíes), el Gobierno Republicano, incluso
cuando estuvo presidido por Largo Caballero, se había negado siempre a ello
para (¡cómo no!) no descontentar a Gran Bretaña y a Francia, potencias
colonialistas. En lugar de hacer eso, ofrecieron a los ingleses y franceses
cederles todo o parte de las colonias españoles en Africa a cambio de su ayuda
a la República española. Según Jesús Hernández, el Gobierno Republicano,
presidido entonces por Largo Caballero, y los Gobiernos de Gran Bretaña y
Francia, habían estudiado igualmente la posibilidad de ceder a Italia y a
Alemania territorios en Africa, a cambio
de su neutralidad en España. Ninguno
de estos conciliábulos llegaron a nada como todos sabemos.
La
declaración de la independencia del Marruecos «español», no sólo habría
estado «conforme a los principios» del movimiento obrero español (que hacía
demasiado tiempo había luchado contra la guerra colonialista de Marruecos),
sino que además habría creado una situación muy difícil a los franquistas en
Marruecos, donde dominaban y de donde había partido el levantamiento militar.
Por una vez, los «principios» y la «táctica» se complementaban y
recomendaban una enérgica actuación anticolonialista. Pero los Estados Mayores
republicanos escogieron una vez más la táctica de buscar una alianza con
Francia y Gran Bretaña, alianza que éstos no deseaban. Para rematar la cuestión,
se inició una propaganda totalmente racista contra las tropas marroquíes a las
que se calificaban de bárbaras, salvajes y así sucesivamente. Para esta cuestión,
véanse los libros ya citados de Broué y Temime (pág. 240‑241), B.
Bolloten (135‑143) y Jesús Hernández (pág. 61‑64).
12. Sobre los asesinatos políticos de Barcelona
Por
supuesto entre los 500 muertos (algunos comentaristas hablan del doble) no todos
murieron en los combates callejeros. La ferocidad de los combates iba acompañada
de una lista impresionante, pero poco conocida, de asesinatos políticos. En
efecto, resultaba muy fácil camuflar un asesinato dejando los cadáveres en la
calle, en los lugares donde se habían intercambiado disparos. Además del caso
de Berneri y Barbieri, hay otros donde el asesinato también resulta evidente:
Alfredo Martínez, dirigente del Comité regional de las Juventudes Libertarias
y secretario del Frente Revolucionario de la juventud (Juventudes Libertarias,
juventudes del POUM y «sindicalistas») que se dirigió al local de las JSU
(estalinista) para negociar y desapareció... Encontraron su cadáver pocos días
después.
O
Juan Rúa, joven intelectual uruguayo, también miembro del Comité Regional de
las JL, responsable del enlace con el frente de Aragón, detenido en Tortosa,
fue llevado a un «destino desconocido» y fusilado con otros anarquistas. «Solidaridad
Obrera», del 11 de mayo, denunciaba los asesinatos de doce militantes de la CNT
del barrio de San Andrés, detenidos por la policía y cuyos cadáveres fueron
depositados en el cementerio de Sardañola por una «misteriosa ambulancia», de
otros cinco anarquistas que fueron fusilados en Eroles, y después toda una
serie de ejecuciones sumarias en provincias, especialmente en Tarragona y en
Tortosa.
Por
supuesto no todas las victimas de estas ejecuciones sumarias eran miembros de la
CNT.
13. Composición del
Gobierno catalán después de las «jornadas de mayo.»
He aquí la lista del nuevo Gobierno catalán:
Presidente: Lluís
Companys. Por la CNT:
Valerio Mas. Por la UGT: Rafael Vidiella. Para la Esquerra
Republicana: Martí Faced. Por la Unión de Rabassaires: J. Pons.
Es el mismo Gobierno que se formó durante los combates salvo que Rafael
Vidiella sustituye a Antonio Sesé, que fue asesinado.
La
novedad consiste en el nuevo papel desempeñado, por el Gobierno central en el
seno de la Generalitat: el Gobierno central se encargaba directamente del Orden
Público, reduciendo así la autonomía catalana. José Echevarría Novoa era el
delegado del Gobierno central del Orden Público en Cataluña. Emilio Torres
Iglesias (igualmente enviado por Valencia), el Jefe Supremo de la Policía, y J.
M. Díaz Ceballos, el Comisario general de Seguridad en Barcelona.
14. Sobre la evolución de la JSU
La Juventud Socialista Unificada (JSU), había sido
creada poco antes de la
guerra civil, tras la fusión de las Juventudes Comunistas y Socialistas. Pero
fue rápidamente «estalinizada» y la democracia interna quedó sofocada. Se
convirtió en un satélite dócil del PC, con su política derechista y
oportunista, Santiago Carrillo había declarado en Valencia, el 15 de enero de
1937: «No luchamos por una revolución social. Nuestra organización no es ni
socialista, ni comunista. La JSU no es una juventud marxista». (Cf. Broué y
Temime, op. cit., pág. 256, nota 30.) Sin embargo, hubo una fuerte
oposición de izquierdas en el seno de la JSU. Criticaba la dictadura burocrática
de la dirección y reclamaba una orientación revolucionaria. Esta oposición
—de origen socialista— predominaba en las Federaciones de Asturias y de
Levante. Se puede decir que constituía la extrema izquierda de la corriente
socialista de izquierdas (algunas Federaciones de la UGT y los «caballeristas»
del POSE). Rafael Fernández y José Gregori —secretarios de las Federaciones
de Asturias y Levante respectivamente— dimitieron del Comité Nacional de JSU
para protestar contra la línea Carrillo. Este último les tildó de trotskistas
y de partidarios de Hitler y de Franco. Pero la oposición de izquierdas de la
JSU sufrió la misma suerte que los «caballeristas» después de la formación
del Gobierno Negrín.
Como
la toma de Asturias por los franquistas les privó de su base principal, fueron
sistemáticamente reducidos a la impotencia, bajo la acción conjugada de la
coalición gubernamental, comunistas, socialistas de derechas y republicanos, y
las maniobras burocráticas de la dirección estalinista de la JSU: Santiago
Carrillo, Ignacio Gallego, Fernando Claudín, Federico Melchor y otros.
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