El Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya
y la situación de doble poder
en los primeros meses de la guerra civil española.
Enric Mompó.
Tesis doctoral leida el 8 de julio de 1994 en el Departamento de
Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona.
1. INTRODUCCIÓN.
La
dualidad de poderes en las situaciones revolucionarias corresponde a períodos
que han sido ampliamente estudiados por los clásicos del marxismo y por otros
de distintos orígenes ideológicos. Ya en la revolución francesa encontramos
configurados los dos poderes enfrentados, el de la monarquía absoluta,
representante de la aristocracia y del Antiguo Régimen, y el de la Asamblea Constituyente, representante del poder de la burguesía revolucionaria, aliada al
campesinado y al resto de las clases populares francesas. Entre los
revolucionarios de la Comuna de París y el Versalles de Thiers. La dualidad de
poderes volveremos a encontrarla de nuevo en todas las revoluciones del siglo
XIX y también en el XX.
Las grandes
revoluciones de nuestro siglo han aportado un impresionante caudal de datos y
experiencias. Sin embargo, la revolución española presenta una paradoja
singular. Es uno de los acontecimientos históricos sobre el que más se ha escrito
y sin embargo, son escasos los trabajos que han estudiado a fondo la compleja
dinámica de la dualidad de poderes.
1.1 OBJETO DE LA TESIS.
Hablar del
período revolucionario caracterizado por la dualidad de poderes es algo
complejo. Es importante analizar los factores que caracterizaron la situación,
la espontaneidad del movimiento revolucionario, la formación de los organismos
revolucionarios (los embriones del nuevo estado), la correlación de fuerzas
entre los poderes enfrentados,
Primero
sería necesario encontrar una definición general que nos sirviera para
delimitar, dentro del período revolucionario, la fase de la dualidad de
poderes. Si nos atenemos a las palabras de Linón, un período revolucionario
estaría caracterizado por una situación en la que las clases dominantes no
pueden seguir gobernando como antes, mientras que las clases populares, por su
parte, no quieren seguir viviendo como lo habían hecho hasta el momento. La
fase de dualidad, en la que existiría una enfrentamiento larvado entre las
autoridades tradicionales y el nuevo poder, sería la consecuencia de un todavía
insuficiente grado de conciencia y de organización de los sectores
revolucionarios (1).
Concretando,
es necesario desmenuzar y analizar las diferentes características, propias de
la revolución española para que podamos comprender su dinámica, su ascenso,
madurez y declive, a través de la evolución de la dualidad de poderes
existente.
Este trabajo
ha sido dividido en tres grandes partes que responderían a tres períodos
distintos de la revolución española. La primera parte corresponde al período
prerrevolucionario (Abril-1931/Julio-1936). La República llegó, como no se han cansado de comentar historiadores, políticos y testimonios de
la época, sin encontrar resistencia y sin derramar una gota de sangre. Por
distintas razones, casi todas las clases sociales aclamaron la llegada de la República. Unos esperaban que el capital político y las esperanzas que acompañaban a la
instauración de la República serviría para abortar la radicalización de las
clases trabajadoras y evitaría que las aspiraciones populares pudieran derivar
hacia peligrosas situaciones revolucionarias. Otros, esperaban que la República solucionar definitivamente sus aspiraciones históricas, el hambre de la tierra, los
derechos nacionales... Por otra parte, los republicanos pretendían nadar entre
dos aguas, para conseguir sus objetivos de modernización del capitalismo
español.
Sin embargo,
el republicanismo era, a todas luces, inviable, en una época en la que el
capitalismo en crisis amenazaba con romperse en sus eslabones más débiles.
Cualquier intento de los gobiernos republicanos de izquierda para solucionar
los problemas históricos que arrastraba el estado español, y que le impedían
convertirse en una economía moderna, chocaban con los intereses de las clases
privilegiadas, incluidos los de la burguesía industrial y financiera.
Cinco años
después, el proyecto republicano estaba completamente agotado. Las pretendidas
reformas se habían perdido en estériles debates parlamentarios. Las tímidas
iniciativas adoptadas por el gobierno izquierdista (1931-1933) habían sido
neutralizadas durante el bienio negro. En 1936, la República se habían convertido en un cascarón vacío que no representaba a casi nadie.
Mientras las clases dominantes se volcaban cada vez a la solución militar para
evitar el creciente peligro revolucionario, las clases populares experimentaban
una radicalización cada vez mayor, frustradas por cinco años de inútiles
esperas. Mientras tanto, las clases medias tendían a reagruparse en torno a los
dos grandes polos sociales que se enfrentaban. El único capital político con el
que seguían contando los políticos republicanos era el firme apoyo que estaban
dispuestos a prestarles los dirigentes de las organizaciones obreras del Frente
Popular.
Durante el
período republicano, el movimiento obrero experimentó un fuerte proceso de
radicalización, consecuencia de su decepción ante la experiencia republicana de
los primeros años y por la amenaza fascista internacional que se presentaba con
el ascenso de Hitler al poder en Alemania en 1933. La radicalización del
movimiento obrero y del campesinado pobre quedó reflejada en las grandes
movilizaciones protagonizadas por las dos centrales sindicales (CNT y UGT), en
la insurrección de 1934, en el proceso de reagrupamiento de las Alianzas
Obreras y en los debates sobre la construcción el partido revolucionario que
debía dirigir la revolución que se avecinaba.
Estas
experiencias incidieron profundamente en la conciencia del movimiento revolucionario y
por lo tanto también en la forma y el contenido que adoptó la revolución. Todas
estas cuestiones son de vital importancia para que podamos comprender la
génesis de los comités y del resto de organismos que se encarnaron en la
revolución española.
La segunda
parte de nuestro trabajo estaría dividida en dos y correspondería a los
primeros meses de la guerra civil. Exactamente, al período comprendido entre
las jornadas de Julio y la integración del anarcosindicalismo en el
aparato de Estado republicano. Esta parte equivaldría al ascenso y esplendor de
la revolución y es también en este período donde situamos la dualidad de
poderes. Sin embargo, nos gustaría destacar a priori una de las grandes
originalidades de la revolución española. La dualidad, no se situaba entre las
cenizas del gobierno republicano y la multitud de comités-gobierno
(calificativo dado por Munis y que es el mejor que hemos encontrado, para
explicar la verdadera naturaleza de estos organismos), sino entre estos últimos
y los comités dirigentes de las organizaciones obreras del Frente Popular. El
mismo Munis prefiere situar la verdadera dualidad de poderes tres meses después
de haber estallado la revolución (2), para destacar el aplastante predominio
del poder revolucionario frente a las ruinas del estado republicano.
Junto a los
comités revolucionarios locales, creados por la iniciativa espontánea de los
militantes obreros (los mismos que apoyaban a las autoridades republicanas)
apareció toda una gran variedad de organismos que, bajo nombres distintos e
incluso con tareas diferentes que encarnaron el poder revolucionario que
acababa de nacer (Juntas territoriales, milicias, patrullas de control o de
retaguardia, comités de empresa...). En este trabajo intentaremos analizar los
procesos de formación de estos organismos, su composición interna, las formas
de funcionamiento, la correlación de fuerzas que existían en su seno y también
las relaciones con las autoridades republicanas y entre ellos mismos. Nos
gustaría resaltar también el elevado grado de espontaneismo de la obra
revolucionaria, como un factor que nos ayuda a comprender la naturaleza misma
de la revolución española.
"No hay duda que la espontaneidad del movimiento es un indicio de su
profundo arraigo en las masas, de la solidez de sus raíces, de su
ineludibilidad" (3).
Intentaremos
profundizar en el debate sobre la verdadera naturaleza de los diferentes tipos
de organismos y sobre su supuesta (o no) esencia soviética o consejista.
También
hemos considerado importante intercalar una serie de capítulos destinados a
analizar las diferentes actitudes políticas de las organizaciones obreras (con
respecto a la revolución española, a los comités, a las milicias, las
colectivizaciones agrarias e industriales...). La postura de los diferentes
grupos nos ayudará a entender las alianzas, en ocasiones aparentemente
paradójicas, que se llevaron a cabo durante el proceso revolucionario.
Más arriba
hemos planteado que esta segunda parte del trabajo estaría dividida a su vez,
en dos partes. Efectivamente, nuestro estudio no abarca la revolución española en
general, sino su impacto en Catalunya, territorio dentro de la llamada
"zona republicana", donde el movimiento revolucionario adquirió mayor
fuerza y profundidad. Por ese motivo, la parte principal se centraría en los
organismos revolucionarios catalanes y especialmente en el Comité Central de
Milicias Antifascistas de Catalunya. La otra parte nos servirá para encuadrar
la revolución en Catalunya, dentro del contexto de la española. Limitar el
estudio al territorio catalán impediría la comprensión del proceso. Hay que
tener en cuenta que gran parte de los factores que influyeron en el proceso
revolucionario en Catalunya, procedían del marco estatal en el que se estaba
desarrollando el conflicto. He considerado imprescindible incluir algunos
capítulos para analizar la reconstrucción del aparato estatal republicano y la
sustitución del desprestigiado gobierno de Giral por un nuevo gabinete
presidido por Largo Caballero. De esta manera, el proceso restaurador se vestía
con su ropaje más izquierdista.
Con respecto
al Comité Central de Milicias, hemos hecho un capítulo aparte que se iniciaría
con su formación, consecuencia del choque del anarcosindicalismo con el reto
del poder y que terminaría con su disolución tres meses después. Con el estudio
del Comité Central hemos pretendido dilucidar su verdadera naturaleza del
organismo en el que se desarrolló una parte importante del conflicto de
poderes. Mientras la calle se encontraba en manos de los revolucionarios, en el
seno del Comité Central se luchaba para que la balanza del poder se decantara
finalmente a favor de una de las dos fracciones.
Tal como se
ha indicado a menudo, el período de dualidad de poderes es siempre altamente
inestable y no puede ser mantenido indefinidamente. La evolución del conflicto
entre las distintas clases sociales tiene que resolverse inevitablemente a
favor de una de otra. El triunfo en estas situaciones, no corresponde al grupo
inicialmente más poderoso, sino al más clarividente, al que es capaz de definir
y luchar mejor por sus objetivos. Dicho con otras palabras, el poder se decanta
siempre hacia el grupo que está dispuesto a tomarlo en sus manos.
"Otra vez se vio confirmada una vieja regla de las revoluciones; la
batalla debe ser llevada hasta el final, o caso contrario, mejor es no
comenzarla" (4).
Con el
análisis de la historia y de la obra del Comité Central de Milicias he
intentado hacer más comprensible el proceso dialéctico en el que se encontraba
inmerso este organismo, que se convirtió en el poder indiscutible e indiscutido
de Catalunya, desplazando al impotente gobierno de la Generalitat de Companys. También en este caso me ha parecido interesante y necesario
introducir un capítulo destinado a analizar las diferentes opciones políticas
que pugnaban en su seno.
"El poder, al igual que la naturaleza, aborrece el vacío. Tanto más en el
crisol de una guerra civil, que es la política de la lucha de clases elevada al
extremo de conflicto armado. La mayor parte de los medios de producción se
hallaban en manos de la clase obrera catalana, pero el poder político se
encontraba atomizado en una miríada de comités: compartido, aunque
desigualmente, en Barcelona entre el Comité de Milícies Antifeixistes y la Generalitat; dividido dentro del mismo comité; dividido también entre éste y otros comités de
Catalunya; dividido entre Catalunya y Madrid. Semejante poder dual (si no
múltiple) que era normal en una revolución no acabada, no podía permanecer
estático" (6).
Finalmente
este estudio consta de una tercera parte que estudia las consecuencias de la
integración del anarquismo y del poumismo en las instituciones republicanas.
Analizaremos el proceso de decadencia de la revolución. Una vez rota la
situación de doble poder en favor de la restauración de la República, los comités revolucionarios, las patrullas de retaguardia, las milicias y las
colectivizaciones empezaron a ser disueltas inexorablemente. Sin la existencia
de una organización que estuviera dispuesta a responder al resto de la toma del
poder, la revolución estaba condenada sin remedio. Desde este punto de vista,
podríamos hablar de que la revolución española fue una revolución huérfana.
A lo largo
del trabajo podremos observar la creciente escisión entre el instinto y la
conciencia de los trabajadores revolucionarios y los cuadros dirigentes de sus
organizaciones. Los primeros veían como, poco a poco, sus más preciadas
conquistas se les escapaban de las manos. Los segundos, asustados frente a la
responsabilidad de la toma del poder, sin el más mínimo programa adecuado para
enfrentarse a la complejidad de la situación, se enmarañaban cada vez más en
una política de compromisos que debilitaba la revolución.
Desde un
punto de vista convencional, el punto de partida de la decadencia
revolucionaria se iniciaría con la disolución del Comité Central de Milicias de
Catalunya (a finales de septiembre) y terminaría en las jornadas de mayo del
año siguiente. La integración del anarcosindicalismo y del poumismo en el
gobierno de concentración de la Generalitat sería la señal. Pocas semanas
después, el 4 de noviembre, la CNT aceptaba integrarse sin condiciones en el
segundo gabinete de Largo Caballero.
Sin embargo,
no puede tampoco hablarse de que el declive revolucionario fuera un camino de
rosas para la contrarrevolución republicana. Durante los siete meses
siguientes, la inmensa energía de la revolución se haría sentir. Una cosa era
decretar la disolución de los comités locales, de las patrullas y de las
milicias y otra llevarlo a la práctica. Una cantidad importante de los
organismos que habían surgido al calor de la revolución de julio, sobrevivieron
tozudamente hasta después de las jornadas de mayo barcelonesas, sin que las
autoridades republicanas tuvieran la suficiente fuerza para disolverlas.
A pesar de
las grandes resistencias, la revolución tenía bloqueado el camino. Su
orfandad política le impedía superar el estadio de la dispersión para fundirse
en un solo cuerpo que unificase todas las energías que había desatado la
revolución. En la historia, y más todavía en la historia de las revoluciones,
nada permanece, nada se mantiene estático, lo que no avanza retrocede. Y esto
es lo que ocurrió con las utopías anarcosindicalistas de posponer su desenlace
para después de la contienda.
"Habiéndose detenido los comités gobierno en el ejercicio local del poder,
no aceptando a encadenarse en un sistema de gobierno único y general, la
revolución quedó incompleta, dejó de cerrar su círculo de adquisiciones, y sus
enemigos encontraron un respiro y condiciones para confabularse contra ella...
si los comités revolucionarios no se constituían en base de un nuevo estado y
un nuevo gobierno, forzosamente darían ocasión a la reconstitución del estado y
el gobierno capitalista" (5).
Las jornadas
de mayo barcelonesas, sean cuales fueran sus causas y su interpretación, fueron
la última oportunidad de la revolución. La derrota que supuso el desenlace de
este enfrentamiento supondría el golpe definitivo. A partir de este punto
quedaba demostrado ante los partidarios y los adversarios de la revolución que
ésta estaba herida de muerte. Si en aquellos momentos, alguien continuó
creyendo lo contrario, pronto la realidad iba a desengañarlo. La CNT quedaría desarbolada definitivamente; el POUM sería ilegalizado, juzgado y perseguido; su
primer dirigente, el revolucionario Andreu Nin, torturado y asesinado por
orden de Stalin. Con las jornadas de mayo se desataría una verdadera
orgía de sangre contra los revolucionarios que no terminaría hasta el final de
la guerra. El mismo Largo Caballero, acabaría siendo una víctima del proceso
contrarrevolucionario que él mismo había desencadenado desde el gobierno; a
pesar de su oportunismo, el máximo dirigente de la Izquierda Socialista, era un obstáculo para los planes de liquidación total del movimiento
revolucionario (Largo Caballero se opondría a la persecución del POUM).
Para
concluir el pequeño resumen de los objetivos de este trabajo, me gustaría
resaltar, una vez más, la idea de la orfandad política de la revolución
española. Mientras los trabajadores socialistas, libertarios, comunistas,
poumistas, o sin afiliación, realizaban por su propia cuenta y riesgo lo
que ellos entendían por revolución (formación de comités, marginación de las
viejas autoridades, colectivización y socialización de la economía, creación de
milicias...), los cuadros dirigentes, por diferentes motivos, se negaban a
llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias y preferían posponer su
desenlace hasta el final de la guerra (o hasta un futuro indeterminado). Este
hecho es de crucial importancia para entender las características de la
revolución española. También nos ayudará a comprender las virtudes y las limitaciones
que supuso el fenómeno del espontaneísmo de los trabajadores en una situación
revolucionaria como aquella.
1.2 METODOLOGÍA.
Fuentes
utilizadas.
El material
utilizado para el estudio del Comité Central de Milicias y la situación de
doble poder en los primeros meses de la guerra y de la revolución en Catalunya
ha sido obligatoriamente muy variado. Queremos resaltar una laguna que
consideramos importante, la falta de un trabajo de historia oral sobre el tema
de estudio. Los principales testimonios de la vida interna del Comité Central
de Milicias han fallecido todos o casi todos. Por lo tanto el estudio ha tenido
que centrarse en otros trabajos, ya realizados con anterioridad por otros
autores. Vale la pena dividir los trabajos que corresponden a testimonios
directos de la guerra y de la revolución, y los estudios hechos posteriormente
por los historiadores. En la mayoría de los casos estos trabajos solo aportan
una visión fugaz del desarrollo de la situación revolucionaria y de la dualidad
(o pluralidad) de poderes.
Hemos
utilizado la prensa de la época como una de las fuentes de información. Hemos
limitado el estudio a la prensa catalana y a un número representativo de
periódicos (uno o dos publicaciones de cada una de las fuerzas políticas
protagonistas de los acontecimientos).
También
hemos seleccionado algunos documentos de la época, folletos, publicaciones de
empresas colectivizadas, octavillas, informes e incluso algunas actas fragmentarias
de algunas comisiones de trabajo del Comité Central de Milicias o del primer
gobierno de concentración de la Generalitat de Catalunya.
Finalmente
me gustaría resaltar el largo e infructuoso trabajo de investigación realizado,
en busca del documento que tenía que constituir la piedra angular de este
trabajo: El libro de actas del Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya. Estoy convencido que el hallazgo futuro de este valioso documento
ayudará a comprender muchas facetas que todavía se encuentran a oscuras de la
historia de este organismo que sustituyó durante algunos meses el poder del
gobierno de la Generalitat.
La búsqueda
de este documento nos llevó a buscar en diferentes archivos. Indagamos en el
Archivo Histórico Nacional de la Guerra Civil que se encuentra en la ciudad de Salamanca. También investigamos en otros centros como el Arxiu Nacional de
Catalunya o el Archivo Histórico de la ciudad de Barcelona (Casa de l'Ardiaca).
En cambio resultaron infructuosas todas las gestiones que se hicieron
para entrar en el Arxiu Tarradellas situado en el Monasterio de Santa María de
Poblet (Tarragona). Sin lugar a dudas, el estudio del material que allí se
encuentra habría sido especialmente valioso para este trabajo. Los archivos
particulares del dirigente nacionalista catalán, Josep Tarradellas, miembro
destacado del Comité Central de Milicias, se encuentran en este centro.
También
investigamos en el archivo particular de Diego Abad de Santillán, situado en la Biblioteca Arus, con la esperanza que encontraríamos algún material referente al período
revolucionario. Desgraciadamente no fue así. La casi totalidad de los
documentos que estudiamos pertenecían al período del exilio y respondían en su
mayor parte a la correspondencia mantenida por su amigo José Herrera con
diferentes grupos y militantes anarcosindicalistas. Sería muy importante
poder averiguar donde está el resto de los archivos de uno de los dirigentes
libertarios en el Comité Central de Milicias. Hicimos una fugaz incursión en el
Centre d'Estudis Històrics Internacionals (CEHI), donde su director, Jordi
Planas, muy amablemente nos informó de que en dicho centro no existía ningún
material procedente directamente del Comité Central de Milicias, pero nos
facilitó una copia de las memorias manuscritas de Felipe Díaz Sandino.
También
enviamos cartas a destacados investigadores del tema de la guerra civil
española, como Rudolf de Jong, responsable del International Institut
voor Sociale Geschiedenis, asociación que mantiene uno de los mejores archivos
sobre el anarcosindicalismo español. Rudolf de Jong también nos comentó que a
pesar de la gran cantidad de material que posee el Instituto, no se encuentra
en él, ningún ejemplar del libro de Actas del Comité Central de Milicias. La
misma suerte tuvimos con Pierre Broué, quién nos informó que a lo largo de su
dilatada investigación sobre la guerra y la revolución españolas no había
encontrado ni rastro del libro.
Algunos
investigadores, como Abel Paz han llegado a poner en duda (en una conversación
que sostuvimos con él) que este documento hubiera existido alguna vez. Pese a
los pobres resultados que obtuvimos en la investigación nos parece infundada la
afirmación de Abel Paz. Resulta evidente que un organismo que se convirtió en
la cúspide de la pirámide del poder en Catalunya, desplazando a la Generalitat, y que publicaba sus acuerdos en la prensa diaria, tenía que tener un registro
donde quedaran reflejados los debates, las diferencias y los acuerdos
conseguidos. Sin embargo, al desenlace del conflicto, la huida de los
derrotados y el duro exilio (en una Europa que estaba en vísperas de la Segunda Guerra Mundial) son factores que explican que gran parte del material histórico
desapareciera y no haya sido encontrado hasta el momento actual.
Finalmente,
me gustaría comentar que las últimas pistas que conseguí sobre el paradero de
dicho documento, apuntan hacia los archivos del Kremlin. Efectivamente, parece
ser que, apenas terminada la guerra, una importante cantidad de material de la CNT fue vista en un vagón de tren en Checoslovaquia, que parecía dirigirse hacia la U.R.S.S.. En cualquier caso, la verosimilitud o no de estos datos, tendrá que ser averiguada
por los futuros investigadores.
1.2.1 Bibliografía utilizada.
En este
apartado no pretendemos hacer una síntesis de la extensísima obra bibliográfica
que se ha llegado a publicar sobre la guerra y la revolución española. Nos
limitaremos a hacer un escueto comentario orientativo de algunos de los libros
a los que hemos tenido acceso y que hemos podido consultar. Con esto no
pretendemos agraviar a la multitud de estudios y de publicaciones que no hemos
llegado a seleccionar. Sin lugar a dudas hay cientos de trabajos excelentes que
no hemos utilizado. Estamos convencidos de que se nos han escapado muchas obras
que hubieran enriquecido decisivamente el contenido de nuestro trabajo. El
criterio de selección ha sido en ocasiones empírico. Había que llenar las
frecuentes lagunas e interrogantes que surgían a medida que el estudio iba
tomando cuerpo. Con frecuencia, hemos utilizado un material, y no otro,
simplemente porque era accesible y otro en cambio presentaba dificultades
importantes para poderlo abordar. Por esta razón, se nos han escapado gran
cantidad de documentos que nos habrían facilitado valiosas informaciones. No
hemos despreciado ninguna obra, por escasa que nos pudiera parecer a priori, la
información contenida en él. En ocasiones nos hemos encontrado con sorpresas.
Trabajos que prometían ser de escaso interés, nos han aportado datos o
reflexiones importantes. Sin embargo, la mayor parte del material utilizado lo
ha sido, después de una previa y cuidada selección entre la multitud de
trabajos que podíamos consultar.
Con este
breve capítulo que iniciamos no pretendemos analizar, una por una, todas las
obras consultadas Tampoco hacer un extenso comentario sobre ellas. Un trabajo
de esta clase se convertiría en otra tesis doctoral y no forma parte de
nuestros objetivos. El criterio que hemos preferido seguir, finalmente, ha sido
el de escoger los trabajos en los que hemos encontrado mayor cantidad de
material específico para el tema que nos ocupa (del de la dualidad de poderes).
Los
comentarios que realizaremos, no se referirán al grado de acuerdo o desacuerdo
que podamos tener con el autor de cada obra, sino que los relacionaremos con el
grado de información que nos ha facilitado en nuestro trabajo.
Me gustaría
empezar hablando de la visión global de la guerra civil española, refiriéndome
a uno de los estudios más conocidos sobre el tema: El trabajo de Gabriel
Jackson "La República española y la guerra civil". Este libro
constituye un excelente estudio general sobre los años de la República y de la guerra. Sin embargo, como el resto de los estudios de carácter
"liberal" que se han hecho sobre este período histórico, tiende a
minusvalorar el fenómeno revolucionario, en aras de lo institucional o de lo
militar. La temática de la dualidad de poderes en el territorio
"republicano" apenas está esbozada y no existe una seria
profundización en la revolución. Muy similares son los comentarios que
podríamos hacer sobre el trabajo de Stanley G.Payne "La revolución y la
guerra civil española", de Hugh Thomas "La guerra civil
española", o de Raymond Carr "La tragedia española". La tónica
dominante en todos esos trabajos es la de persistir en la idea de que el
conflicto era entre la democracia republicana y la sublevación militar
fascista.
Contrastando
con la escuela liberal y desde una perspectiva claramente marxista, Pierre
Broué y Émile Témine han escrito "La revolución y la guerra de
España" que constituye un verdadero clásico. El trabajo analiza en
profundidad las causas que llevaron al estallido de la guerra y la revolución,
así como los cambios sociales, políticos y económicos que se produjeron a raíz
de las jornadas de julio. Broué y Témine describen las características que fue
adoptando la revolución (comités revolucionarios, Juntas territoriales,
milicias, colectividades). Sin embargo adolece de las limitaciones que conlleva
cualquier obra de carácter general: la
extensión del trabajo impide extenderse en otras
cuestiones (que en este caso son las que nos interesan). Posteriormente Pierre
Broué escribió otra síntesis global de similares características "La
revolución española" (1931-1939).
Como obras
globalizadoras que intentan analizar las causas, el ascenso, esplendor y
declive de la revolución vale la pena citar otra obra, la de Grandizo Munis
"Jalones de derrota, promesas de victoria", mexicano de
nacimiento y dirigente de uno de los pequeños grupos trotskistas que existieron
al margen del POUM. La obra de Munis es excelente, aunque por desgracia
resulta poco y mal conocida. Una de sus características más interesantes es el
hecho de que el autor haya sido también protagonista de los acontecimientos. El
trabajo constituye un exhaustivo análisis de las causas y de las circunstancias
en las que se desarrolló la revolución española, desde la instauración
de la República hasta la victoria final franquista.
Consideramos
también imprescindible la lectura de los análisis que León Trotsky, primero
desde Suecia y después desde México, realizó sobre la revolución española. A
pesar de las grandes limitaciones informativas con las que se encontró, el
valor inigualable de los análisis de Trotsky reside en la profunda experiencia
que éste tenía de la revolución rusa de 1917. Los trabajos que han reunido el
material mencionado son, "La revolución española", recopilada y
comentada por Pierre Broué en dos tomos y la selección más reducida
"Escritos sobre España".
Para estudiar en profundidad el período prerrevolucionario hemos creído
importante destacar algunos trabajos que están centrados en aspectos políticos
o ideológicos, o bien en acontecimientos históricos determinados. Merece
destacarse la brillante obra de Santos Juliá "La izquierda del PSOE"
(1935-1936). La obra aclara muchos aspectos poco conocidos de la evolución de
la corriente caballerista del Partido Socialista. A menudo, durante la guerra y
la revolución, encontraremos aspectos aparentemente contradictorios en la
política de la Izquierda Socialista. Santos Juliá lo ha calificado muy
acertadamente como "reformismo radical". El estudio de la
naturaleza de esta corriente política nos ayudará a explicar la enorme
ductilidad política que mantuvo durante toda su existencia, frente a la presión
de grupos más pequeños, pero ideológicamente más coherentes y audaces.
Hay dos
hechos que hemos considerado imprescindibles en el período, para explicar
las características que posteriormente adoptó la guerra y la revolución: las
Alianzas Obreras y la insurrección de Octubre de 1934. Ambas cuestiones
están fuertemente vinculadas. Para entender las circunstancias en las que se
formaron y desarrollaron las Alianzas Obreras es importante tener en cuenta la
obra de Joaquín Maurín "Revolución y contrarrevolución en España".
Maurín fue el principal dirigente del BOC, uno de los grupos que impulsaron las
Alianzas Obreras y que protagonizaron la insurrección de 1934. También vale la
pena citar las obras de Manuel Grossi Mier "La insurrección de Asturias"
y de N. Molins i Fábrega "UHP. La insurrección proletaria de
Asturias". Grossi, militante destacado del BOC, fue protagonista directo
de la insurrección de Asturias y tras la derrota, detenido y condenado a
muerte, de la que se salvó con la amnistía de 1936; Molins, periodista
revolucionario catalán que formaba parte del periódico nacionalista "La Humanitat", se trasladó a la región asturiana para poder denunciar la verdad de los
acontecimientos y de la despiadada represión posterior.
Existe
también una recopilación "Octubre 1934" que recoge numerosos trabajos
sobre el tema, procedentes de las más variadas tendencias ideológicas.
Finalmente vale la pena destacar también el trabajo de Adrián Shubert
"Hacia la revolución", que analiza en profundidad las causas de la
radicalización obrera en Asturias, región donde los enfrentamientos alcanzaron
el grado insurreccional. Sin ningún tipo de dudas podemos hablar de la
experiencia asturiana, como el reflejo de lo que iba a ser, poco después, la
revolución española.
Durante la
guerra y en pleno proceso revolucionario, teniendo en cuenta el escaso peso
político del republicanismo en la confrontación, nos hemos limitado a recoger
la recopilación de once artículos escritos por Manuel Azaña "Causas de la
guerra de España". Estos artículos pueden ayudarnos a comprender
algunos aspectos poco comprendidos de la guerra civil (como el del decreto de
disolución de las fuerzas sublevadas...) y la tragedia de unos dirigentes
políticos que habían sido desplazados por otras fuerzas.
Con respecto
a las diferentes fracciones en las que se encontraba dividido el Partido
Socialista hemos utilizado el trabajo autobiográfico de Juan Simeón Vidarte
(socialista moderado) "Todos fuimos culpables" y la recopilación de
artículos de Luis Araquistain (Izquierda Socialista) "Sobre la guerra
civil y en la emigración". Ambos trabajos suministran información lateral
al trabajo que aquí nos ocupa, pero no por ello menos importante a la hora de
completar el cuadro político de la revolución española.
La
inexistencia del Partido Socialista en Catalunya no impidió que esta
organización no tuviera un peso decisivo en la evolución de los
acontecimientos revolucionarios en toda la zona republicana (y por lo tanto,
también en Catalunya).
La
bibliografía vinculada a los partidos comunistas oficiales (PCE y PSUC) es
especialmente abundante. Sin embargo, la mayor parte de ella tiene escaso
interés para nuestro trabajo, salvo en lo que respecta a conocer sus tesis
políticas (y también de la Komintern y del estalinismo internacional. Con
esta orientación hemos seleccionado algunos trabajos que consideramos
representativos, como el de Manuel B. Benavides "Guerra y revolución en
Cataluña", o el de Joaquín Almendros "Situaciones españolas
1936/1939. El PSUC en la guerra civil". El valor histórico del libro de
Benavides es muy reducido, salvo para conocer la mitología estalinista en la
revolución española. Deja mucho que desear en lo que respecta a su objetividad.
El trabajo de Joaquín Almendros merece destacarse por dos cuestiones: el autor
fue Secretario Militar del PSUC durante el período revolucionario de la guerra
civil (facilita importante información sobre la política militar del partido:
milicias, expedición a Mallorca...) y el hecho de que procediera de la disuelta
Federación catalana del PSOE (presenta diferencias en lo que respecta a la
visión oficial del partido). Ya dentro de la investigación moderna vale la pena
resaltar la obra de Miquel Caminal, "Joan Comorera", minucioso
trabajo biográfico de la vida del máximo dirigente del PSUC. Caminal ha hecho
un excelente trabajo de investigación, a partir de la prensa partidaria y de la
documentación interna del PSUC.
Existen
también otros trabajos que han centrado sus investigaciones en la política
comunista dentro de la revolución española, y que han ayudado a explicar
la aparente paradoja de como un partido obrero, que se autoconsideraba heredero
de la tradición bolchevique en el estado español, acabó convirtiéndose en el
gran abanderado de la restauración republicana. Burnett Bolloten ha publicado
dos trabajos que se han convertido en dos clásicos del tema: "El gran
engaño" y lo que sería su revisión y ampliación posterior, "La
revolución española". El estudio de Bolloten aborda la actuación del PCE y
del PSUC contra la revolución de los comités. A medida que la revolución iría
retrocediendo, el anarcosindicalismo y el socialismo de izquierdas irían
declinando, para dar paso al formidable aparato comunista oficial, que parecía
ser el gran vencedor de la contrarrevolución republicana. Bolloten facilita
gran cantidad de datos y de documentación sobre las tácticas de infiltración y
de proselitismo de los partidos comunistas en el resto de las organizaciones
obreras y en el recién construido aparato de estado republicano.
Joan Estruch
ha realizado una buena síntesis crítica de la historia del PCE: "Historia
del PCE". Sin embargo, su obra adolece de los defectos forzosos que tienen
la mayor parte de los trabajos que abarcan extensos períodos de tiempo. La
buena síntesis de Estruch, le impide entrar con mayor profundidad en los
períodos históricos estudiados.
Sin embargo
es el trabajo de Claudín "La crisis del Movimiento Comunista" el que
nos ha merecido mayor interés. Claudín ha hecho un soberbio trabajo de crítica
de la degeneración estalinista de la III Internacional. De la misma manera que Estruch, la extensión de su obra le impide entrar
con mayor profundidad en el tema que aquí nos interesa. Sin embargo, no hay que
olvidar que Claudín fue un privilegiado protagonista de la actividad política
de la sección española de la Komintern (primero fue dirigente de las UJC, y
después de las JSU). Por sus vivencias personales, la obra de Claudín refleja
una singular profundidad en sus análisis, intentando mantener una objetividad
que les resulta difícil a aquellos que son juez y parte en un acontecimiento
histórico.
Finalmente
me gustaría mencionar dos trabajos que han aportado importantes datos para
comprender el papel del PCE y del PSUC en la guerra y en la revolución
española. E.H. Carr con "La Komintern y la guerra civil española" y
la reciente obra de Pierre Broué (todavía no ha sido traducida) "Staline
et la Révolution (le cas espagnol 1936-1939)". Ambos trabajos
aportan un caudal impresionante de datos sobre las necesidades de la
política estalinista internacional y la forma en la que éstas se tradujeron en
la revolución española, a través de la correa de transmisión que eran las
secciones nacionales de la Komintern.
También el
anarcosindicalismo ha aportado un gran caudal de trabajos sobre la revolución
española. Algunos tienen un importante valor histórico, otros por el contrario,
aportan muy poco, y no pasan de la actitudes propagandísticas de la obra
literaria. Es destacable que, prácticamente todos ellos están centrados en el
papel que jugó la CNT en el período revolucionario. Esta característica
de los estudios libertarios es comprensible, si nos atenemos al papel de primer
orden que jugó el anarcosindicalismo en la revolución española. Unos trabajos
se han orientado a hacer un balance, a veces favorable, a veces crítico (varía
el radicalismo de las críticas) de la línea que aplicaron la CNT y la FAI. Otros han trabajado las extraordinarias realizaciones que llevó a cabo el
movimiento revolucionario.
En lo que
respecta a los estudios sobre la trayectoria del anarcosindicalismo hemos
escogido algunos títulos (debido a la gran cantidad de obras existentes) que
hemos considerado suficientemente representativos de las diferentes ópticas
que se han desarrollado en el seno del movimiento libertario. Cesar M.
Lorenzo en "Los anarquistas españoles y el poder" ha realizado una
síntesis de la historia del anarcosindicalismo español desde sus orígenes hasta
1969, en plena decadencia del franquismo. En su obra queda resaltado el período
revolucionario de la guerra civil, en la que el anarcosindicalismo fue puesto a
prueba por los acontecimientos. José Peirats ha realizado dos obras
excelentemente documentadas: "La CNT en la revolución española" y
"Los anarquistas en la crisis política española". El primero se trata
de una extensa y bien documentada obra de tres tomos, en los que el autor realiza
un balance de los aciertos y errores del anarcosindicalismo durante la
revolución española. El segundo trabajo se trataría de una obra menor, con los
mismos objetivos que la primera. La gran obra de Peirats queda enriquecida por
la experiencia del autor en el seno de los órganos dirigentes del anarquismo
español. Otro trabajo digno de ser mencionado es el realizado por Vernon
Richards "Enseñanzas de la revolución española". El autor enfoca su
estudio desde una óptica claramente crítica de la línea colaboracionista que
había adoptado la dirección cenetista. Tal como se indica en la introducción,
el trabajo de Vernon Richards está considerado en algunos aspectos, como un
complemento de la obra de Peirats, pero en otros va mucho más allá en la
crítica. El trabajo de Richards se sitúa en posiciones muy cercanas a las
defendidas en su momento por el italiano Camilo Berneri (del que hablaremos más
abajo). Otro de los trabajos críticos de la línea oficial cenetista es el que
fue llevado a cabo por Carlos Semprún-Maura, "Revolución y
contrarrevolución en Cataluña (1936-1937)".
Dentro de la
multitud de trabajos que se han realizado dentro del movimiento
anarcosindicalista hemos considerado imprescindible hablar de la autobiografía
realizada por Juan García Oliver, "El eco de los pasos". Sin duda
alguna, el autor fue uno de los líderes libertarios más capaces de la CNT. Su trabajo aporta una gran cantidad de datos y de opiniones que han resultado de primera
importancia para nuestro estudio, especialmente en lo que respecta a la
historia del Comité Central de Milicias. Sin embargo, la obra de García
Oliver adolece de una grave limitación. La misma que tienen todos los trabajos
autobiográficos de personajes que han jugado un importante papel en los acontecimientos,
interpreta la (su) historia desde una óptica claramente autoexculpatoria. Junto
al trabajo de García Oliver hay que situar el realizado por Abel Paz,
"Durruti, el proletariado en armas". Aunque la obra del historiador
libertario está centrada en la vida del revolucionario español, el trabajo
queda perfectamente enmarcado en el cuadro histórico de la revolución. También
la obra de Diego Abad de Santillán, "Por qué perdimos la guerra"
aporta una gran cantidad de datos sobre la tragedia del anarcosindicalismo
español. De la misma forma que la de Juan García Oliver, la obra de Abad de
Santillán tiene el especial valor de recoger las memorias de personajes
que estuvieron en el centro de los acontecimientos. También es importante
destacar la recopilación de trabajos de Abad de Santillán, "El anarquismo
y la revolución en España". Esta obra recoge una buena cantidad de
artículos de prensa escritos por el líder libertario durante los años del
proceso revolucionario, es decir desde la instauración de la República hasta su liquidación. No podía faltar tampoco la selección de trabajos de Camilo
Berneri, "Guerra de clases en españa (1936-1937)" extraídos del
periódico que él mismo dirigía <<Guerra di classe>>. No hay que
olvidar que el periódico italiano editado en Barcelona se convirtió,
durante los meses de su existencia, en uno de los órganos más coherentes de la
oposición anticolaboracionista de la CNT.
Mención
aparte merece la obra del historiador demócrata norteamericano John Brademas,
"Anarcosindicalismo y revolución en España". La obra aborda la
evolución de la CNT desde la caída de la dictadura del general Primo de Rivera
y de la monarquía, hasta el desenlace de las jornadas barcelonesas de mayo de
1937.
En el estudio del poumismo hemos seleccionado algunas obras que hemos
considerado imprescindibles para comprender su papel en la revolución española
y su evolución política. En el período prerrevolucionario (aunque sea un
trabajo colateral para nuestro estudio), Pelai Pagés realizó una
magnífica investigación sobre la historia de la Izquierda Comunista Española, uno de los grupos que formó el POUM, "El movimiento
trotskista en España (1930-1935)". Francesc Bonamusa, ha realizado también
un trabajo similar pero centrándose en la vida política de Andreu Nin, el
principal dirigente de la ICE y colíder del POUM junto a su amigo personal
Joaquín Maurín, "Andreu Nin y el movimiento comunista en España
(1930-1937)". En lo que respecta a las recopilaciones de trabajos y
artículos, existen varias obras de similares características. Relacionados con
Nin están, "Los problemas de la revolución española", "La
revolución española", "Por la unificación marxista" y con Juan
Andrade, "La revolución española, día a día". Victor Alba,
historiador y antiguo militante del POUM ha realizado varios trabajos, entre
ellos "La revolución española en la práctica", que reúne un conjunto
de documentos políticos, representativos de la línea del partido.
No menos importantes han sido los testimonios "independientes",
realizados por extranjeros que estuvieron inmersos en la guerra y en la
revolución española. En primer lugar hay que hablar de George Orwell (seudónimo
del escritor británico, Eric Blair), "Homenaje a Cataluña", en
la que el autor relata sus experiencias como combatiente internacionalista en
las milicias del POUM del frente de Aragón. La obra de Orwell tiene un especial
interés, si tenemos en cuenta que la defensa que hace de las milicias, no es
como teórico, sino después de haber vivido la experiencia como combatiente.
Existe otro libro menor "mi guerra civil española", que reúne la
correspondencia de Orwell, relacionada con sus vivencias en España.
Una nota
especial merece el magnífico trabajo de historia oral, realizado por Ronald
Fraser, "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros". El extenso estudio,
reunido en dos tomos, aporta gran cantidad de testimonios (más de 300
entrevistas) sobre lo que fue el movimiento revolucionario. Gerald Brenan en,
"El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra
civil", realiza una profunda reflexión sobre las causas de la contienda, y
también de las fuerzas sociales que la protagonizaron. El trabajo de Brenan
termina en las puertas de la guerra civil, pero resulta imprescindible para comprender
su evolución y desenlace. Un excelente trabajo periodístico de la época es el
realizado por Kaminski, "los de Barcelona", y que se aborda
principalmente en el proceso revolucionario en Catalunya. El aire
"periodístico" de la obra y el hecho de que ésta estuviera acabada
antes de finalizar la guerra civil, no le impidió a Kaminski darle una especial
profundidad. También tiene un valor excepcional la obra de Franz Borkenau,
"El reñidero español", un excelente estudio que, como el trabajo de
Brenan, fue publicado antes de que finalizara la contienda. El mismo Brenan ha
calificado esta obra como uno de los mejores libros que jamás han llegado a
publicarse sobre la guerra y la revolución españolas.
El número de
trabajos realizados sobre las colectivizaciones es ingente. Por ese
motivo y debido a que gran parte de ese material tiene un contenido
propagandístico, pero en ocasiones escaso valor histórico hemos preferido
seleccionar algunos de ellos. Desde la óptica libertaria vale la pena citar el trabajo
realizado por A.Souchy y P.Folgare, "Colectivizaciones", que estudia
el profundo fenómeno colectivista tanto en el campo, como en las ciudades
(industrias, servicios). La obra está enriquecida con numerosos ejemplos sobre
el funcionamiento de las empresas colectivizadas. Existe una pequeña y valiosa
recopilación de artículos, que se ha dirigido hacia el fenómeno colectivizador
en el campo, "Las colectividades campesinas". Esta reunión de
trabajos y de documentos se extiende a toda la zona republicana, y permite
comparar las experiencia en zonas tan alejadas y distintas como puede ser
Catalunya, Aragón, Cuenca o Ciudad Real. Desde una óptica no libertaria,
encontramos el trabajo de Albert Pérez Baró "30 meses de colectivismo en
Cataluña". Esta obra se centra en el régimen colectivista urbano, pero se
centra excesivamente en la parte jurídica, por lo que le resta interés para
nuestro trabajo. Finalmente merece que destaquemos una de las obras que
constituye una de las últimas investigaciones que se han realizado sobre las
colectivizaciones, "Colectividades y revolución social" de Walther
Bernecker. La obra se centra principalmente en el anarcosindicalismo,
organización que representó la columna vertebral del movimiento colectivizador
en toda la zona republicana.
Otro tema
que hemos abordado es el de las milicias revolucionarias, su formación,
características, funcionamiento, su evolución y declive hasta dejar paso al
Ejército Popular de la República. Dejando aparte los comentarios hechos más arriba sobre la obra de Orwell, creemos importante destacar la obra de Manuel
Cruells, "De les milícies a l'Exèrcit Popular a Catalunya" y la
realizada por Michael Alpert "El ejército republicano en la guerra
civil". El primero es un excelente estudio sobre el proceso de
restauración republicana que en el orden militar quedó reflejado en el declive
de las milicias y en la formación de un nuevo ejército de viejo estilo. El
segundo traza la evolución histórica de la revolución, desde el punto de vista
militar, desde las organizaciones paramilitares durante la república, la
formación de las milicias y el Ejército Popular. Alpert hace una buena y
detallada descripción de los mecanismos del ejército republicano (oficiales,
comisarios).
También queremos
mencionar un par de trabajos que se han realizado sobre sucesos de mayo
de 1937 en Barcelona. Ambos trabajos arrojan luz en la polémica sobre la
interpretación de estos acontecimientos que marcaron el final del proceso
revolucionario español. Nos referimos a la pequeña recopilación de artículos de
prensa, documentos y octavillas realizado por Frank Mintz y Miguel Peciña
"Los amigos de Durruti, los trotskistas y los sucesos de mayo" y
también al más reciente trabajo "Los sucesos de mayo de 1937. Una revolución
en la República". Este último trabajo reúne las colaboraciones
de varios historiadores, Eduardo de Guzmán, Gutierrez Alvarez, Pierre Broué,
Franz Mintz, Pelai Pagés, Wilebaldo Dolano..., y que constituye una de las
últimas interpretaciones sobre los hechos mencionados.
1.2.2 Periódicos y revistas utilizadas.
El criterio
de selección de la prensa que hemos utilizado ha sido el de escoger una
publicación representativa de cada una de las fuerzas políticas que
participaron en el proceso revolucionario en Catalunya. Por lo tanto, hemos
tenido que excluir (salvo en cuestiones puntuales) la prensa estatal (Claridad,
Mundo Obrero, El Socialista...).
Relacionado
con el republicanismo izquierdista, catalanista, hemos escogido el periódico
"La Humanitat". Este diario, fundado por el mismo Lluís Companys, era
considerado el portavoz de la Esquerra Republicana de Catalunya y también del gobierno de la Generalitat.
Apenas
terminados los combates callejeros de julio, en Barcelona se creaba el Partido
Socialista Unificado de Catalunya. Con la aparición del PSUC también se
iniciaba la publicación de su órgano de prensa, "Treball".
La prensa
anarcosindicalista ha estado representada en nuestro trabajo por la tradicional
"Solidaridad Obrera". Sin embargo, nos ha parecido necesario
representar a la oposición anticolaboracionista de la CNT en el periódico editado por el revolucionario italiano Camilo Berneri, "Guerra di
classe". Este periódico fue publicado entre los meses de octubre de 1936 y
mayo de 1937. Berneri sería asesinado a principios de este mes, durante la
revuelta barcelonesa. Después de su muerte, el periódico dejaría de publicarse.
La brillantez y la coherencia de los artículos de Berneri ha sido un motivo más
que suficiente para ser elegido en nuestro trabajo.
Con respecto
al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), hemos considerado suficiente
el estudio de "La Batalla", el órgano de prensa principal del
partido. De la misma manera que la prensa del PSUC, "La Batalla" inició su publicación al calor de la revolución que acababa de estallar.
También
hemos considerado necesario incluir los trabajos relacionados con el tema, y
que han sido publicados en revistas más recientes. La colección "Cuadernos
de Ruedo Ibérico" (66 números editados en 39 revistas, entre junio de 1965
y diciembre de 1979). La publicación, órgano del grupo editor del mismo nombre,
fue durante el último periódico de la dictadura, una de las principales
tribunas de la oposición antifranquista. En sus números hay una extensa
colección de trabajos de numerosos políticos, historiadores y escritores (Juan
Martínez Alier, Ignacio Fernández Castro, Fernando Claudín, Juan Andrade...).
Los cuadernos de Ruedo Ibérico reunieron importantes discusiones, no sólo sobre
la situación política nacional e internacional del momento, sino también sobre
el balance de diversos aspectos de la guerra civil. También hemos utilizado
algunos números monográficos o no, de "Historia 16", "Historia y
Vida", Documents...
1.2.3 Documentación.
La
documentación utilizada es amplia y variada. Sin embargo no siempre hemos
podido trabajar con el material adecuado. Para ello, hemos hecho una labor de
rastreo en los distintos archivos mencionados más arriba.
El temario
de la documentación utilizada es heterogéneo. Hemos analizado algunas
actas del Consejo de Economía de Catalunya, o de los organismos de
Seguridad de la Generalitat (desgraciadamente tan solo hemos encontrado
algunas, y nos ha resultado imposible hacer un seguimiento completo de los
debates que se realizaron en el seno de estos organismos. También hemos
encontrado octavillas, documentos o publicaciones pertenecientes a los
sindicatos o a las colectivizaciones barcelonesas. Este material es
especialmente importante para acercarnos a la situación real existente durante
el proceso revolucionario.
También hemos trabajado con abundante material procedente del gobierno de
la Generalitat. Especial mención merece el decreto de disolución de los
comités revolucionarios y en el que se declaraba la formación de los nuevos
ayuntamientos; el decreto de sindicación obligatoria; el proyecto de decreto de
estructuración de los Consejos Generales... Podríamos citar muchos más, pero
hemos preferido dejarlo para el índice bibiliográfico, al final.
2. LA SITUACIÓN PRERREVOLUCIONARIA (Abril 1931-Julio 1936):
2.1.LA REPÚBLICA Y LAS CORTES CONSTITUYENTES (1931-1933). EL AGOTAMIENTO DE LAS
ILUSIONES DEMOCRÁTICAS.
La caída de
la dictadura de Primo de Rivera y, posteriormente, de la Monarquía de Alfonso XIII, abrieron el período de lo que ha venido a llamarse, la revolución
española. Durante cerca de seis años, el proletariado y el resto de clases
populares esperaron que la República solucionara sus principales
reivindicaciones democráticas y sociales. Durante todo este período también
experimentaron el alcance y las limitaciones de la República.
El proyecto
republicano pretendió completar la revolución burguesa por la vía
democrática, contando como principal capital político con el apoyo que le
prestaban las organizaciones obreras tradicionales, especialmente de los
socialistas.
Sin
embargo los dirigentes republicanos, serían incapaces de solucionar
cualquiera de los grandes problemas que arrastraba históricamente el Estado
Español (la cuestión nacional catalana y vasca, el problema de la tierra, el
peso tradicional del ejército en la política del país, el enorme poder
económico y político que había acumulado la Iglesia...).
La monarquía
había caído sin derramamiento de sangre. Los hombres que tomaron el poder en el
14 de Abril lo habían hecho, no para llevar a cabo la revolución, sino para
evitarla. Sin embargo, la República llegaba demasiado tarde. El tradicional
atraso de la economía española solo podía superarse con la superexplotación del
proletariado y de los campesinos, es decir, con el rechazo a satisfacer
cualquiera de las demandas elementales por las que clamaban los sectores
populares. En estas circunstancias, el proyecto republicano sería
considerado por las clases privilegiadas, como utópico y peligroso, y por
lo tanto, solo sería aceptado una vez agotadas la dictadura y la monarquía.
A pesar de
todo la burguesía no se dejó convencer. Era consciente de que el movimiento
revolucionario desatado con la caída de la monarquía, era una bomba de
tiempo que iba dirigida, en esencia, contra sus propiedades y privilegios. Las
clases privilegiadas aceptarían la República como un mal menor, frente a una monarquía descompuesta y desprestigiada, que era incapaz de contener el movimiento
revolucionario que se estaba gestando.
Sin embargo, también eran conscientes de que no sería posible acabar con
él, por la vía democrática y parlamentaria. La República era un aprendiz de brujo que carecía de capacidad para frenar y controlar las
fuerzas desencadenadas.
El proyecto
republicano, solo podía completar la revolución burguesa y solucionar los
principales problemas del país, enfrentándose a los grandes propietarios
agrarios, que estaban emparentados con la burguesía industrial y financiera.
Cualquier limitada concesión que pudiera hacerse a las demandas populares
terminaba convirtiéndose en un ataque contra los intereses del conjunto
de las clases propietarias. De esta forma, el proyecto se mostraba inviable.
Las clases sociales en las que pretendía apoyarse, el proletariado y el
campesinado, y la burguesía industrial tenían intereses completamente opuestos.
Indudablemente, la República llegó con una extraordinaria ola de popularidad,
causada por un profundo deseo de cambios de la casi totalidad de las clases
sociales del país. Mientras el proletariado y el campesinado pobre depositaban
sus esperanzas en el nuevo régimen para conseguir sus reivindicaciones,
las heterogéneas clases medias aspiraban a que la República emprendiera un proceso de modernización capitalista que abriría las puertas a un
nuevo período de crecimiento y prosperidad económica. Sólo un reducido sector
de los grandes terratenientes y de la burguesía, verían con malestar la
victoria republicana.
Durante el
período comprendido entre la caída de la monarquía y los inicios de la guerra
civil, las ilusiones democráticas del proletariado se irían difuminando
hasta desaparecer. Cinco años después de la instauración de la República, muy poco de lo esperado se había conseguido.
En 1931, dos
millones de trabajadores agrícolas carecían de tierras, un millón y medio de
pequeños propietarios estaban obligados a trabajar para los terratenientes para
poder vivir. Apenas cincuenta mil propietarios lo eran de la mitad de las
tierras cultivables del país. El latifundio y el minifundio se combinaban
explosivamente en la mayor parte del territorio. En un país tan eminentemente
agrario como era el Estado español, la Reforma Agraria se había convertido en una necesidad ineludible para la estabilidad del nuevo
régimen. Sin embargo, cinco años después seguía paralizada en los estériles
debates parlamentarios.
La cuestión
nacional vasca continuaba sin encontrar solución, mientras que el
Estatuto de Autonomía de Catalunya había nacido en 1932 con grandes
dificultades, después de ser drásticamente recortado por las Cortes españolas.
El poder
económico y político de la Iglesia apenas había sufrido limitaciones. Seguía
siendo la propietaria de grandes latifundios, y continuaba siendo la principal
accionista de numerosas empresas y bancos del país. Las escasas y tímidas
acciones que se habían iniciado para recortar el poder de la Iglesia (educación, órdenes religiosas...) habían sido anuladas durante el "bienio
negro".
El Ejército,
anticuado y con graves problemas en su funcionamiento y eficacia
(macrocefalia). Con una larga tradición intervencionista en la política del
país, que se había incrementado tras la pérdida de las últimas colonias
americanas, especializado en la represión interior, mantenía sus principales
cuadros intactos. A pesar de sus permanentes conspiraciones contra la República y de sus fracasados intentos por derribarla, los gobiernos se habían negado a
cualquier proyecto de democratización de éste, ni siquiera habían intentado
depurar a los elementos más destacadamente golpistas, que
continuaron en sus puestos de mando.
Por el
contrario, cuando las clases populares, exasperadas por la lentitud de los
cambios actuaron por su cuenta, para satisfacer sus necesidades, fueron reprimidas
por los mismos gobiernos republicanos que habían apoyado a instancias de sus
organizaciones. La República había demostrado su eficacia, en la aprobación de
leyes represivas que iban encaminadas a controlar a los movimientos
populares (Ley de Defensa de la República,...).
El capital político del republicanismo se iría diluyendo con el agotamiento de
las ilusiones democráticas de las clases populares. También en este sentido,
perdería su atractivo como dique de contención contra la mareada revolucionaria,
para las clases propietarias que cada vez más buscarían la salvaguarda de sus
intereses en el ejército.
2.2 EL MOVIMIENTO OBRERO. LAS DIFERENTES CONCEPCIONES DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
Desde sus
orígenes, el movimiento obrero español se encontraba dividido en dos grandes
corrientes: el socialismo y el anarcosindicalismo. Fue ya en la década de los
años veinte, cuando apareció, bajo la influencia de la revolución rusa de
1917, una tercera fuerza política, el comunismo. La caída de la dictadura
los encontró escindidos en varios grupos enfrentados entre si. La temprana
estalinización del PCE y su política de expulsiones frente a cualquier tipo de
disidencia, había provocado el estallido de la joven organización. El
movimiento comunista, aunque todavía marginal, iba a jugar un papel destacado
en el futuro de la revolución española.
2.2.1 El socialismo:
El Partido
Socialista (PSOE) era, a la caída de la monarquía, la única organización de
masas, que había conseguido extenderse por todo el estado, salvo en Catalunya
donde estaban reducidos a una pequeña minoría. Los socialistas controlaban un
poderoso sindicato, la Unión General de Trabajadores (UGT). Sin embargo, la
socialdemocracia española estaba dividida en tres importantes fracciones: la
derecha dirigida por Besteiro, el centro de Prieto y el ala izquierda de Largo
Caballero, que era a su vez, secretario de la UGT.
El PSOE era
desde sus orígenes, una de las organizaciones más reformistas de la II Internacional, quizás solo superado por el laborismo británico. La socialdemocracia
española contaba con un amplio historial de colaboración con los diferentes
gobiernos burgueses, incluida la dictadura. Largo Caballero había sido
Consejero de Estado del gobierno del general Primo de Rivera y había utilizado
su privilegiada posición para fortalecer a la UGT, frente al anarcosindicalismo, su adversario tradicional en el movimiento obrero. Solo se desmarcaría en la
última etapa, presionado por sus propias bases y cuando era evidente el
agotamiento político de la dictadura.
El PSOE
participó en el pacto de San Sebastián, donde se había subordinado al proyecto
republicano, comprometiendo su propia línea política al servicio de éste.
Los socialistas interpretaban el tránsito de la monarquía a la República como una "revolución burguesa" en la que la dirección política
tenía que recaer sobre los partidos que se reclamaban de ésta. De esta
forma renunciaban, una vez más, a jugar un papel independiente para ceder el
protagonismo a los partidos republicanos.
Durante el período 1931-1933, el PSOE colaboraría con los gobiernos
republicanos, y el mismo Largo Caballero llegaría a ser ministro de trabajo con
Azaña.
Sin lugar a
dudas, el socialismo español era el engranaje fundamental para el proyecto
republicano. Las partidos republicanos carecían de un programa social
propiamente dicho y carecieron siempre, de una base social sólida y
estable.
Los dirigentes socialistas creían que una democracia burguesa y progresista,
era un paso inevitable en el camino hacia el socialismo, y que tenía la tarea
histórica de acabar con los restos del feudalismo español. El socialismo
cometía, de esta manera, la misma equivocación que cometerían otras
organizaciones, al considerar a la Segunda República como un obstáculo para la reacción, y no para el movimiento revolucionario. Numerosos dirigentes socialistas
consideraban que el socialismo llegaría pacíficamente, con el agotamiento de
la fórmula republicana para solucionar los problemas del país (3). La
política socialista paralizaba al movimiento revolucionario, en espera de su
oportunidad para llegar al gobierno.
2.2.2 El anarcosindicalismo:
Al contrario
que la socialdemocracia, el movimiento anarquista o anarcosindicalista contaba
con una larga tradición de luchas que tenía su origen en los años 70 del siglo
XIX, cuando la mayor parte de la sección española de la AIT se había declarado favorable a las tesis de Bakunin frente a las de Marx.
Después de
diversas vicisitudes, y de diversos períodos de ilegalidad, en 1911 se
había fundado la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). A pesar de la fuerte represión de los gobiernos, en 1917 había dirigido una gran ola de huelgas
en Catalunya. A raíz del impacto que produjo en el movimiento obrero
internacional la revolución de octubre en Rusia, la CNT se integró efímeramente en la Internacional Sindical Roja (ligada a la recién nacida Tercera Internacional). Tras un corto período de estancia, la CNT rechazaría su adhesión, después de los acontecimientos de Kronstadt en marzo de 1921.
El
anarcosindicalismo se convirtió rápidamente en la organización hegemómica del
proletariado catalán, y tuvo una gran implantación en otras zonas del Estado,
como en Valencia, Andalucía, Asturias, Madrid y Zaragoza.
El contenido
ideológico del anarcosindicalismo, claramente apolítico, era
contrario a cualquier forma de colaboración con el Estado. Sus métodos de lucha
estaban basados en la acción directa y en la lucha de clases. En su seno
existían dos corrientes principales, el sindicalismo revolucionario y el
anarquismo, que se disputaban su control. Los anarquistas radicales se
agrupaban en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). La misión de ésta, era
mantener la pureza anarquista de la CNT a salvo de tentaciones reformistas, o
de infiltraciones marxistas.
La fracción
sindicalista (Pestaña, Juan Peiró, Juan López...) defendía la necesidad de
utilizar los métodos sindicalistas, como forma para elevar la conciencia de los
trabajadores y consideraban indispensable para la revolución, la existencia de
una organización de masas, la CNT. Los sindicalistas se oponían a los métodos
insurreccionales y espontaneístas de los faístas, que provocaron, durante los
cinco años de experiencia republicana, numerosos reveses al movimiento
revolucionario. Sin embargo, la FAI acabó por controlar la dirección de la CNT y el sector sindicalista o "trentista" sería excluido. Los
expulsados formaron la Federación Sindicalista Revolucionaria en el exterior, o los "Sindicatos de Oposición", en el seno de la Confederación, con fuerte influencia en Asturias y en Levante, así como en algunas
ciudades industriales de Catalunya. Uno de los dirigentes de esta corriente,
Angel Pestaña, acabaría formando el Partido Sindicalista, renunciando
definitivamente a sus orígenes anarcosindicalistas.
La teoría
política de la CNT, y de las corrientes que la integraban era de una gran
ingenuidad. El historiador y agudo observador de la situación española
que precedería a la guerra y a la revolución, Gerald Brenan resaltó el carácter
profundamente "idealista y religioso-moral" del anarcosindicalismo
(1).
En oposición
a las tesis marxistas que consideran al proletariado como único sujeto
revolucionario consecuente, el anarcosindicalismo concedía este papel al
"pueblo oprimido", es decir, al conjunto de clases oprimidas, sin
diferenciar la naturaleza o las peculiaridades de éstas.
El
anarcosindicalismo mantenía una visión voluntarista de la historia. Desde su
óptica, la revolución era realizable en cualquier momento y dependería solo de
la disposición que tuviera la minoría anarquista, capaz con su acción de
contagiar a las masas de su revolucionarismo. Partiendo de esta idea, el
anarcosindicalismo excluía de sus teorías, cualquier análisis serio sobre las
condiciones económicas y sociales existentes, y las sustituía por:
"... la fe en la viabilidad de este estado final (el comunismo
libertario), sin que se abordase la problemática de su realización" (2).
Para los
militantes libertarios, la estrategia no era importante, la revolución llegaría
espontáneamente, cuando la inmensa mayoría de los trabajadores estuviesen
concienciados. El anarcosindicalismo carecía, por lo tanto, de una teoría sobre
el poder, y sobre la toma de éste. El comunismo libertario llegaría, sin
etapas intermedias, con el desmoronamiento de la vieja sociedad explotadora.
Enemigos jurados de cualquier tipo de poder, no hacían ningún tipo de
distinción entre la naturaleza de los distintos tipos de estado (ya fuera la
monarquía, república o un estado obrero).
Los
treintistas, criticaban a los faístas, su voluntarismo y su espontaneísmo
extremo, es decir, el rechazo a cualquier tipo de organización de la
revolución. La crítica trentista era fruto de los numerosos fracasados
levantamientos que se habían hecho a instancias de la FAI. Mientras que los faístas reprochaban, en cambio, a los primeros su
"reformismo" sindicalista y su falta de confianza en el instinto
revolucionario de las masas.
El
treintismo consideraba necesario una mayor preparación de la revolución para
poder asegurar su éxito Era indispensable contar con una verdadera organización
de masas a nivel de todo el estado, la CNT. Las diferencias entre ambas corrientes irían desapareciendo con la nueva oleada de movilizaciones que se
había iniciado a partir de la insurrección de Octubre de 1934. La dirección
faísta de la CNT realizaría, a posteriori, una crítica sobre su abstencionismo
en dichos acontecimientos. Ambas corrientes acercarían sus posturas con
respecto a la necesidad de considerar a la Confederación, como la organización de masas indispensable para la revolución que se
avecinaba.
La división
entre las dos corrientes libertarias sólo quedaría cicatrizada en el Congreso
de Zaragoza realizado el mes de mayo de 1936, en vísperas de la guerra
civil.
2.2.3 El comunismo:
Además de la
socialdemocracia y del anarcosindicalismo, existía una tercera corriente en el
seno del movimiento obrero español: el comunismo. Surgido al calor de la
revolución rusa de octubre, la organización comunista se había formado a partir
de dos escisiones del PSOE y con el ingreso de algunos grupos que procedían del
anarcosindicalismo.
A la caída
de la dictadura, el comunismo español estaba dividido en tres
fracciones importantes, además de numerosos pequeños grupos que acabaron siendo
absorbidos.
2.2.3.1 El estalinismo:
El proceso
de degeneración burocrática de la URSS, bajo el estalinismo deformó rápidamente
las jóvenes organizaciones comunistas que se habían adherido a la III Internacional. El Partido Comunista, supeditado a las directrices dictadas por la
emergente burocracia soviética, inició un proceso de expulsiones y de
escisiones que debilitaría y fragmentaría considerablemente al pequeño
movimiento comunista. El PCE estaba implantado en Asturias, donde contaba con
una minoría importante y tenía una cierta implantación en las ciudades
andaluzas de Málaga, Cádiz y Sevilla.
El partido
oficial, completamente estalinizado y supeditado a la política ordenada por la Komintern, atravesaba una etapa dominada por el ultraizquierdismo, la línea de
"clase contra clase" característica del "Tercer Período" de
la Internacional Comunista. La socialdemocracia era considerada como la
hermana gemela del fascismo (socialfascismo). La caracterización del resto de
las corrientes políticas no corría mejor suerte, republicanos, anarquistas, o
comunistas disidentes eran consideradas como organizaciones de
corte fascista. El PCE defendía la táctica del "Frente único por la
base" y rechazaba cualquier acuerdo político con las direcciones de las
organizaciones obreras mayoritarias. De hecho, era la negativa a cualquier tipo
de acuerdo que no implicara la subordinación del resto de organizaciones a la
línea política del PCE, y dada la insignificancia de sus efectivos y el peso
aplastante del PSOE y de la CNT esto era imposible.
El PCE
mantenía una política de seguidismo incondicional hacia la dirección de la Komintern. Aplicando las análisis de Manuilski, el Partido Comunista oficial había
despreciado el movimiento que iba a provocar, posteriormente, la caída de la
dictadura y de la Monarquía (3). Poco después del establecimiento de la República, cuando las ilusiones democráticas de las clases populares eran mayores que nunca,
el PCE llamaría a la formación de una República Socialista Soviética,
basada en soviets de obreros y campesinos.
La política
aplicada por el comunismo oficial español hasta finales de 1934, lo aisló,
forzosamente, de los trabajadores, que confiaban en sus organizaciones
tradicionales. El PCE no pasaba de ser, durante todo este período, una
minúscula organización sin arraigo entre la clase obrera y el campesinado
pobre.
2.2.3.2 El Bloquismo:
La Federación Comunista Catalano-balear se escindió del PCE en 1930. La FCCB había criticado la miopía con la que la organización oficial se había enfrentado a la
caída de la dictadura. Las críticas se extendían a la línea escisionista que el
PCE aplicaba en el terreno sindical (Comité de Reconstrucción de la CNT) que lo aislaba de las masas encuadradas en torno a la CNT y la UGT. Un tercer punto de ruptura fue la cuestión nacional catalana, ante la que, según la FCCB, la organización oficial mantenía una postura vacilante. Joaquìn Maurín, su máximo
dirigente, había acusado a la Internacional de aplicar sus esquemas sobre la revolución rusa en el resto de países, sin tener en cuenta las diferencias
existentes, lo que la había llevado a la derrota en China y
en los países donde se había presentado una situación revolucionaria.
En noviembre
de 1930, la Fusión de la Federación con el Partido Comunista de Catalá dió
lugar al Bloque Obrero y Campesino (BOC), al que posteriormente se unieron
algunos pequeños grupos en el resto del estado. El BOC agrupaba a la inmensa
mayoría de los militantes comunistas de Catalunya y de Baleares, sin embargo su
peso en el resto del Estado era insignificante.
Defendía una
concepción de la revolución española completamente autóctona, equidistante de
las dos principales fracciones internacionales, estalinistas y trotskistas, en
las que se había dividido la IC. Buscaba "una <tercera
opción>, nacional, independiente de dogmas y de ortodoxias" (4).
Mantenía una concepción sindicalista de la revolución que era una clara
herencia del anarcosindicalismo. El BOC defendía la necesidad de construir
Juntas revolucionarias, que sería la forma que presentaría el frente único de
las diferentes organizaciones obreras. Los soviets eran considerados como algo
extraño a la tradición española.
El BOC,
profundamente influido por el nacionalismo catalán, se consideraba una
organización separatista, partidaria de un Estado Federal Ibérico. Su visión
sobre la cuestión nacional catalana, en el seno de la revolución "democrático-socialista"
española, hizo que el BOC considerase como progresivo el papel de los
dirigentes políticos de la pequeña burguesía nacionalista republicana, en la
primera etapa de la revolución española.
2.2.3.3 El trotskismo:
La Oposición Comunista Española (OCE) dirigida por Andreu Nin, nació en Septiembre de
1930, en torno a la Oposición Internacional dirigida por León Trotsky. Hasta 1932, este grupo se consideró como una fracción opositora del PCE. A partir
de su III Conferencia pasaría a ser una organización independiente, la Izquierda Comunista Española (ICE).
La ICE consideró a la Monarquía y a la República, como diferentes formas capitalistas. Las
reminiscencias feudales existían debido al escaso desarrollo del capitalismo
español, pero estaban, sin ninguna duda, al servicio de éste. La llegada de la República, fue analizada como un paso importante en el curso de la revolución española. La Monarquía caía por su incapacidad de frenar al movimiento revolucionario naciente. Era
necesario que las masas experimentaran las limitaciones de una República
burguesa. Solo el proletariado, arrastrando tras de si al resto de las clases
populares, podía completar la "revolución democrática" en su lucha
por la "revolución socialista".
La lucha no
era entre la República burguesa y la Monarquía feudal, como decían los republicanos; ni siquiera como etapa, como defendían el PSOE. La lucha que se había
entablado era entre el capitalismo y el socialismo. La ICE defendía la necesidad de la lucha por las consignas democráticas, que ayudarían a las
trabajadores a desembarazarse de sus ilusiones republicanas.
La ICE, como el BOC, defendía la necesidad del Frente Único Obrero. El FUO se
diferenciaba del "Frente por abajo" del PCE, en que éste debía
realizarse tanto entre las direcciones de las organizaciones obreras, como en
sus bases. Para la realización de la revolución socialista era necesario la
construcción de Juntas revolucionarias, que no serían una copia exacta de los soviets
rusos, pero que, en cualquier caso, se inspirarían en el mismo espíritu que los
originó.
2.3 EL FRACASO DE LA REACCIÓN. EL BIENIO NEGRO Y LA RADICALIZACION DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
El gobierno
republicano de izquierdas, de 1931-1933, pronto demostró su incapacidad para
resolver los problemas democráticos tradicionales, cada vez más
acuciantes. Para frenar al poderoso movimiento que amenazaba con
desbordarlo por la izquierda, tuvo que utilizar la represión contra éste, que
constituía la base social del PSOE, y del anarcosindicalismo. Los dirigentes
socialistas, preocupados, por la creciente impopularidad de su alianza con los
republicanos, rompieron finalmente con éstos.
El poderoso
movimiento anarcosindicalista, apolítico y contrario a presentar sus propias
candidaturas, organizó una campaña por la abstención, como respuesta a la
represión. El boicot de la CNT contribuiría considerablemente a la derrota
electoral de la izquierda que había estado en el gobierno.
El Comité Nacional que había amenazado con desencadenar la revolución si la
derecha se alzaba con el triunfo electoral, tuvo que organizar el levantamiento
para "salvar el honor confederal" (5). El 8 de Diciembre estallaba la
insurrección, que se extendería por todo Aragón y la Rioja y alcanzaría algunas ciudades de Catalunya. La situación del movimiento popular,
después de la derrota electoral, junto a la falta de preparación del putch
anarquista lo condenaron al fracaso. Siempre según Cesar M. Lorenzo, historiador
libertario:
"los anarquistas seguían sin aprender nada en técnica revolucionaria"
(6).
El
abstencionismo anarquista había hundido el proyecto republicano izquierdista,
pero al carecer de una alternativa coherente, había ayudado sin quererlo,
al ascenso de otro, claramente reaccionario. El anarcosindicalismo,
debilitado por el fracaso y aislado del resto de las organizaciones obreras por
la línea aislacionista que aplicaba la dirección faísta, no jugaría
ningún papel decisivo en el período siguiente.
Las clases
populares, quedaron profundamente decepcionadas con la experiencia del gobierno
de la coalición republicano -socialista. La pequeña burguesía que había apoyado
la alianza en las elecciones de 1931, que habían dado paso a la República, acabó dejándose seducir por la derecha. Esto fue la causa de la derrota electoral
de noviembre de 1933, y que dió lugar a un período de gobiernos derechistas,
conocido como el "Bienio Negro".
La victoria
de la derechista CEDA sin embargo quedó empañada al no conseguir mayoría
absoluta. La correlación resultante de las elecciones acabó entregando el
gobierno al centro-derecha de Lerroux. Los tímidos cambios del anterior
gobierno serían anulados rápidamente. Las escasas limitaciones que se pusieron
al poder de la Iglesia fueron suprimidas. La moderada Reforma Agraria quedaría
completamente paralizada. Mientras que los militares golpistas, protagonistas
de la Sanjurjada, fueron puestos en libertad y restituidos a sus puestos en el
Ejército, salvo en el caso de su principal protagonista, Sanjurjo, que seguiría
en el exilio.
La política
del gobierno de Lerroux y de los diferentes gobiernos de centro-derecha no
haría sino acrecentar las tensiones en el campo y en las ciudades. Pese a la
victoria electoral, la derecha tenía que enfrentarse a un movimiento
revolucionario, más poderoso y más radicalizado, que el que había provocado la
caída de la Monarquía.
A nivel
internacional, Hitler llegaba en 1933 al poder en Alemania, donde pronto
se organizó una represión implacable y sangrienta contra el movimiento obrero.
Este hecho impactaría profundamente en la conciencia de las masas europeas, y
se reflejaría en un intenso deseo de unidad entre los trabajadores frente
al ascenso del fascismo, y también en una pérdida de confianza en las
instituciones de la democracia burguesa.
Todos estos
factores, internos y externos, provocarían un proceso de radicalización entre
la clase obrera y el campesinado en el estado español. Los dirigentes
socialistas, profundamente decepcionados por la
experiencia del anterior gobierno, atemorizados
por el ascenso de la reacción y presionados por sus propias bases, cambiaron su
viejo discurso reformista para hablar de: "la necesidad de la toma del
poder por parte de los trabajadores, y de la dictadura del
proletariado",... El ala caballerista, al reflejar este proceso de
radicalización de las masas populares, conseguiría capitalizar sus simpatías. Sin
embargo, los socialistas de izquierda, a pesar de su verbalismo radicalizado,
seguían careciendo de un programa revolucionario coherente. Santos Julià
califica la contradicción entre el discurso revolucionario y la práctica del
largo caballerismo, como "reformismo radical" (7).
En el mes de
Junio de 1934, estallaba una poderosa huelga general campesina en Extremadura y
Andalucía, auspiciada por un Comité Unitario formado por la Federación de Trabajadores de la Tierra (UGT) y por la CNT. En las ciudades el clima de tensión social iba en aumento. Sin embargo, la posibilidad de hacer converger a
ambos movimientos sería desaprovechada por los dirigentes socialistas por
considerar que la situación todavía no había madurado (8). Aislado
el movimiento campesino, fracasó por la fuerte represión que se desencadenaría
contra él, quedando paralizado durante el período siguiente.
Desarticulado el campesinado, el proletariado industrial quedaría aislado. En
el mismo período, entre los trabajadores urbanos había empezado a
gestarse un proceso de unidad, encarnado en las Alianzas Obreras, que empezaba
a inquietar seriamente a las clases propietarias. La unidad del movimiento era
una clara amenaza que debía evitarse a toda costa.
Contrastando
con la tensión creciente, la derecha nunca llegaría a tomarse en serio los
radicalizados discursos de los dirigentes socialistas. Munis cita de memoria
las palabras que Gil Robles dirigió a Prieto, en un debate
parlamentario:
"Vosotros los socialistas seréis siempre incapaces de desencadenar la
revolución, porque la teméis; sabemos que de vuestra parte todo se quedará en
palabras" (9).
La reacción
necesitaba tomar el poder, para dar un golpe definitivo al movimiento revolucionario.
Su plan se sostenía en el temor que tenían los dirigentes socialistas a
desencadenar una revolución que no deseaban. A pesar de sus
discursos radicalizados y de sus amenazas inflamadas, expuestas en las
Cortes, los dirigentes del PSOE, puestos a elegir entre alentar una revolución
de consecuencias imprevisibles y capitular ante la ofensiva de la derecha,
tendrían que escoger la segunda opción. Los líderes de la derecha no se
engañaban.
2.4 LAS ALIANZAS OBRERAS. LOS PRIMEROS ÓRGANOS DE FRENTE ÚNICO.
La
radicalización del movimiento obrero, operada a partir de 1933, iba acompañada
de un profundo deseo de unidad frente a la amenaza de la reacción. Este
sentimiento colectivo se reflejaría en la aparición de las Alianzas Obreras, como
formas de Frente Único Obrero (FU).
El 9 de
Diciembre de 1933 se fundó en Barcelona la primera Alianza Obrera. A este
primer ensayo de FU se adhirieron la UGT, los sindicatos de oposición dentro de
la CNT (treintistas), la sección catalana del PSOE, el BOC, la Federación Sindicalista Libertaria (treintistas expulsados de la CNT), la ICE, la USC, la Unió de Rabassaires (UR) y los sindicatos de Oposición (controlados
por el BOC).
La Alianza Obrera, en palabras de Joaquín Maurín, uno de sus principales instigadores era
simple:
"Todas las secciones de los partidos y sindicatos obreros que existen en
una localidad forman un haz, un bloque. Constituyen un Comité con
representantes de cada organización adherida. Comité que centraliza la
dirección de todos los movimientos que se llevan a cabo" (10).
El nuevo
organismo se identificaba como un Frente de clase, donde las organizaciones que
no pertenecieran a los trabajadores, sólo podrían adherirse moralmente, pero
nunca como miembros efectivos. El programa de la Alianza catalana era muy general y básicamente defensista frente al avance de la reacción.
Sin embargo, encarnaba para importantes sectores obreros, la intención de no
marchar a remolque de los republicanos, y de establecer un frente con el
campesinado pobre, que se realizaba con la adhesión de la Unió de Rabassaires.
Sin embargo,
el Frente Único nacía con una grave limitación: la hostilidad del
anarcosindicalismo, hegemómico entre el proletariado catalán. Pocos meses
después de su creación, la USC abandonaría la Alianza, para entrar a formar parte del nuevo gobierno de la Generalitat. La UdR, sindicato campesino controlado por la Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) adoptó también una actitud similar.
En febrero
de 1934, el periódico anarcosindicalista asturiano "La Tierra", publicaba un artículo de Valerio Orobón, dirigente de la regional de la CNT, llamando a una alianza revolucionaria de las diferentes organizaciones obreras (11). Los
puntos de la propuesta eran: la defensa de un programa revolucionario que
excluyera la colaboración con el régimen; la socialización de la economía y la
elección de los trabajadores de sus representantes, revocables en cualquier
momento, en los órganos ejecutivos de la Alianza.
El 28 de
Marzo de 1934, se constituyó una nueva Alianza en Asturias. Firmaron el pacto, la UGT, la Federación asturiana del PSOE y la CNT. Poco después el BOC y la ICE también se adhirieron al nuevo organismo.
El pacto
CNT-UGT que dió lugar a la Alianza expresaba su programa en términos similares
a los defendidos por Valerio Orobón. Defendía además, la necesidad de trabajar
por la creación de una Alianza Obrera a nivel estatal. Pretendía crear órganos
locales que deberían servir de base al nuevo Frente. Sin embargo los miembros
de los órganos de la Alianza, no iban a ser elegidos democráticamente por los
trabajadores, ni tampoco se planteaba la revocabilidad de éstos por las bases,
sino que tanto a escala regional, como a escala local, las AO estarían formadas
por delegaciones de cada una de las organizaciones obreras firmantes del pacto.
También se reconocía la libertad de crítica entre las organizaciones
integrantes de la Alianza (12).
La CNT asturiana estaba controlada por los treintistas, que eran manifiestos partidarios del
Frente Único. La actitud del anarcosindicalismo, el componente más
obrerista y combativo de los socialistas de la región y la larga tradición de
colaboración de las centrales sindicales, hizo posible que la nueva
Alianza agrupara a todas las organizaciones obreras, a excepción del PCE.
El peso del movimiento obrero y la lejanía de los aparatos dirigentes de las
organizaciones harían que, a diferencia de Catalunya, su programa expresara con
mucha más claridad, sus objetivos revolucionarios.
Poco
después, en el mes de Mayo, se formaba una nueva Alianza en Madrid. Firmaron el
pacto, el PSOE, las Juventudes Socialistas, la UGT, la ICE y los treintistas. Posteriormente se incorporaría también la Federación Sindical Tabaquera, sindicato independiente de las grandes centrales. Sin embargo,
en Madrid, la Alianza Obrera iba a tener un pesado lastre durante toda su
existencia, la hegemonía aplastante de los socialistas en el movimiento
obrero de la capital.
Hubo otros
intentos, con mayor o menor éxito, para extender la formación de nuevas
Alianzas Obreras por todo el estado (Valencia, Santander, Extremadura,
Andalucía...). La hostilidad de la CNT y de la FAI, y la falta de entusiasmo del PSOE para extenderlas, hizo que salvo en Valencia, los nuevos organismos nunca
pasaran de ser un mero proyecto.
2.4.1 PARTIDARIOS Y DETRACTORES DE LAS ALIANZAS OBRERAS EN EL SENO DEL
MOVIMIENTO OBRERO.
El deseo de
unidad de los trabajadores frente a la amenaza de la reacción no fue el
producto de la política de ninguna de las organizaciones políticas y
sindicales. El movimiento obrero buscó la unidad a partir de sus experiencias
con los gobiernos de la coalición republicano-socialista. Otro factor que
intensificó el deseo de unidad de clase, fue el avance de los fascismos
europeos y el impacto del ascenso de Hitler al poder en Alemania.
Fueron los
factores internos y externos, los que provocaron un sentimiento de desconfianza
hacia las fuerzas republicanas. El deseo de unidad de la clase iría acompañado
de otro no menos intenso, el de la independencia política frente al
republicanismo y la burguesía. La experiencia durante el período 1931-1933
había sido nefasta. Los gobiernos republicanos de izquierdas, sostenidos por
los socialistas, no habían apenas avanzado en el cumplimiento de sus promesas
electorales. Sí en cambio habían elaborado una serie de leyes represivas
que serían aplicadas contra los trabajadores, cuando estos protestaron por la
lentitud de las reformas. La experiencia alemana, -la quiebra del sistema
parlamentario burgués y el ascenso del nacionalsocialismo- tampoco
ayudaba a confiar en las instituciones parlamentarias republicanas.
Cuando
afirmamos que el deseo de unidad y de independencia política no era el fruto de
un trabajo político de ninguna organización nos basamos en la propia concepción
que tenían de la revolución española, las organizaciones obreras mayoritarias.
En el
Partido Socialista, una organización con una larga tradición reformista, la
radicalización de sus cuadros dirigentes fue el fruto de la presión de sus
propias bases partidarias. El anarcosindicalismo mantenía durante toda esta
época una posición sectaria. La dirección faísta confiaba en que podía hacer
estallar la revolución, con sus propias fuerzas, sin la necesidad de colaborar
con sus rivales en el movimiento obrero, los partidos marxistas.
El resto de
organizaciones, el sector treintista del anarcosindicalismo, el BOC, la ICE y el PCE eran organizaciones demasiado débiles para provocar este profundo sentimiento
revolucionario entre las amplias masas, que no les seguían. El BOC y la ICE habían defendido desde sus orígenes la necesidad de construir organismos revolucionarios
de Frente Único (Juntas Revolucionarias, Soviets,...), sin embargo solo habían
podido defenderlas en el terreno de la propaganda, y entre los limitados
sectores obreros adonde llegaba su influencia. Es a partir de la derrota
electoral de noviembre de 1933, cuando considerarían que había
llegado el momento de convertir la propaganda en agitación. Sin embargo, sus
exiguas fuerzas se habrían estrellado, si su giro político no hubiese reflejado
el avance de la idea de la unidad en la conciencia de los trabajadores
2.4.1.1 EL socialismo y las Alianzas Obreras.
Gerald
Brenan atribuye a la UGT de Largo Caballero, la iniciativa en la creación de
las Alianzas Obreras (13). La afirmación de Brenan es más que dudosa. No es
ninguna casualidad que la primera de las Alianzas surgiera en Barcelona,
donde el peso del PSOE y de la UGT era claramente minoritario. Parece mucho más
creíble la afirmación de Munis (14), de que este organismo surgió a partir de
la iniciativa de la ICE y del BOC. Éste último grupo, gozaba de un
cierta implantación en Catalunya. Sin duda alguna, la integración del PSOE y de
la UGT en el proyecto de las Alianzas Obreras, convertiría a éstas en el
eje político del movimiento revolucionario durante este período. Ésta
parece ser la causa de la confusión de Brenan.
Los dirigentes socialistas empezaron a hablar de Frente Único a partir de la
derrota en las elecciones de 1933. El PSOE tenía que recuperar el
prestigio que habían perdido con la colaboración con los republicanos. Fue a
partir de este momento, cuando la Izquierda Socialista radicalizaría sus discursos, para empezar a hablar de revolución
socialista y de la dictadura del proletariado. También sería este el momento en
el que empezaría a defender el proyecto de las Alianzas Obreras.
Sin embargo,
hay una evidente contradicción entre los discursos de los dirigentes y su
escasa iniciativa en la formación de los nuevos organismos revolucionarios. El
escaso número de Alianzas Obreras que se crearon, prueba que el verdadero
proyecto socialista no pasaba por ellas, o en cualquier caso, solo era un
instrumento ocasional.
Largo
Caballero defendía la unidad obrera en el seno del PSOE y de la UGT. Los soviets no eran necesarios en España. La dictadura del proletariado se realizaría
con el gobierno del Partido Socialista, que paradójicamente, se encontraba bajo
el control del ala prietista.
"Cada cual debe gobernar <<conforme los intereses y la ideología de
su clase, y cuando al Partido Socialista le llegue la hora del poder, y le
llegará, porque eso está escrito en las leyes imanentes de la Historia, también gobernará solo>>" (15).
El ala
prietista, sin embargo, aspiraba abiertamente a la instauración de un régimen
de democracia burguesa avanzada, con el soporte de la pequeña burguesía
radicalizada, e incluso de la burguesía industrial. Los prietistas consideraban
que el socialismo tan solo podría llegar mediante un largo proceso de
maduración política en el seno de una República burguesa y parlamentaria.
Los
dirigentes de la Izquierda Socialista esperaban que el fortalecimiento de sus
organizaciones y su alianza con el anarcosindicalismo -que acabaría por entrar
en razón- junto a la crisis económica, el agotamiento republicano y un posible
golpe militar frustrado, acabaría por darles automáticamente el poder, apenas
con una simple huelga general (16). En espera de que su concepción fatalista de
la revolución española se cumpliese, los cuadros dirigentes del PSOE utilizaban
su control sobre las masas revolucionarias, para negociar con la burguesía y
reconstruir su pacto con los políticos republicanos.
Solo así
podemos explicar su negativa, no solo a extender las Alianzas por todo el país,
sino también su oposición a democratizarlas y a convertirlas en verdaderos
órganos de Frente Único. La entrada pues, de los socialistas en las Alianzas,
no era porque las considerasen organismos revolucionarios, sino como una
concesión a su propias bases, que deseaban la unidad, sin ninguna condición.
Las Alianzas Obreras, bajo la hegemonía de los socialistas, también se
convertían en una advertencia a la burguesía para que contase con ellos, y no se
dejase arrastrar por la tentación fascista.
Los
dirigentes socialistas sentían verdadero temor a perder la influencia que
tenían sobre sus bases sociales. Cómodamente situados, como los auténticos
defensores de la unidad ante la clase obrera, frente al sectarismo
anarcosindicalista, no estaban dispuestos a que las pequeñas, pero activas
organizaciones, como el BOC, la ICE o los sindicatos treintistas, les
disputasen la hegemonía. Eran conscientes de que estos grupos solo podrían
rivalizar con ellos, a través de la democratización y extensión de las Alianzas
Obreras.
El carácter
que el caballerismo daba a las Alianzas Obreras era el de órganos de carácter
insurreccional. Por lo tanto, no debían protagonizar las luchas cotidianas de
los trabajadores. Esta tarea quedaba en manos de los sindicatos. Apartadas
de las luchas, se evitaba la consecuencia lógica, su democratización: La
elección democrática de representantes obreros, revocables, a partir de los
centros de producción. De esta forma se impedía la conversión de estos
órganos de Frente Único, en verdaderos organismos del poder revolucionario, a
semejanza de lo que habían sido los soviets rusos de 1905 y 1917.
El
funcionamiento burocrático de las Alianzas aseguró el control del Partido
Socialista sobre éstas. Las condenaba a convertirse en simples comités de
enlace. Sin embargo, la participación del anarcosindicalismo asturiano y la
lejanía de la organización socialista de esta región, del aparato burocrático
de Madrid, permitiría que la Alianza Obrera asturiana acabara por convertirse
en la encarnación del poder revolucionario en esta región.
2.4.1.2 El BOC y la ICE.
La idea de
las Alianzas Obreras forma parte del programa de estas dos organizaciones, desde
sus orígenes. Ya en 1931, ambas defendían a nivel propagandístico, la necesidad
de construir Juntas Revolucionarias en toda la geografía española. También las
dos organizaciones defendieron la extensión de las Alianzas a nivel estatal.
Sólo de esta forma, el Frente Único adquiriría una dimensión política
revolucionaria, la del poder obrero frente al estado burgués.
"La Alianza Obrera no es el soviet, puesto que sus características son
distintas, pero desempeña las funciones del soviet, al que sustituye
ventajosamente dadas las particularidades de la organización obrera española.
Lo que el soviet fue para la Revolución rusa, la Alianza Obrera lo es para la Revolución española" (17).
A diferencia
de los soviets rusos, las Alianzas Obreras no necesitarían
"democratizarse" para agrupar a todo el proletariado en su seno, ya
que éste, ya estaría representado, con la incorporación posterior de los
sindicatos mayoritarios, la UGT y la CNT. Para el bloquismo, los soviets eran un cuerpo extraño en la revolución española. Los soviets de 1905 en Rusia,
habrían nacido para llenar el vacío organizativo del movimiento obrero ruso,
que carecía de organizaciones tradicionales (partidos, sindicatos...) a
diferencia de lo que ocurría en España (18).
La ICE también era partidaria de las Alianzas, como órganos de Frente Único de todas las
organizaciones obreras. Sin embargo, era necesario que evolucionaran para
convertirse en verdaderos organismos de poder. La ICE consideraba que las bases de las Alianzas tenía que ser los centros de trabajo, donde
serían escogidos los representantes democráticos de los trabajadores, sin
distinción de tendencias.
La analogía
con los soviets rusos resulta evidente (los soviets rusos nacieron de los comités
de fábrica y de huelga, existentes en 1905 y 1917). Las Alianzas eran un paso
hacia la creación de verdaderos Consejos Revolucionarios. Sin embargo tenían
una seria limitación que debía ser superada: su estructura burocrática. Habían
nacido de un pacto entre las diferentes organizaciones obreras, al margen de
los centros de trabajo.
La CNT y el PSOE eran las organizaciones hegemónicas en el movimiento
obrero. La ICE y el BOC solo podían disputarles la influencia de las masas
revolucionarias en el seno de las Alianzas. Sin embargo, las limitaciones eran
evidentes. El anarcosindicalismo se negaba a ingresar en los nuevos organismos,
y la socialdemocracia obstaculizaba su democratización.
Dos
corrientes obreras quedarían al margen de este intento de Frente Único. La
corriente mayoritaria del anarcosindicalismo y el Partido Comunista.
2.4.1.3 El anarcosindicalismo.
El
movimiento libertario se encontraba dividido frente a las Alianzas Obreras. La
corriente mayoritaria veía con hostilidad la existencia de estos organismos. No
veía en ellos un proyecto de plasmación de la unidad de los trabajadores, sino
un intento de todas las organizaciones rivales, que pretendían disputarle sus
propias bases sociales.
En el Pleno
nacional que se celebró en Madrid, en Junio de 1934, la cúpula confederal
condenaría la iniciativa asturiana. La dirección libertaria, controlada por la FAI, hablaba genéricamente sobre la necesidad de la unidad de todos los trabajadores, sin
embargo solo la concebía en el seno de la CNT, lo que en la práctica, significaba su rechazarla.
En febrero
de 1934, la CNT emplazó a la UGT a aceptar la supresión total del capitalismo y
del estado, como condiciones necesarias para conformar un pacto entre ambas
centrales sindicales. El cambio de actitud, indicaba que la dirección
libertaria sufría la presión creciente de sus bases para avanzar hacia la
unidad. Sin embargo, este cambio sólo era aparente, la cúpula anarquista se
aferraba a su antigua posición. La CNT acentuaba la idea del pacto con la UGT, siempre y cuando ésta aceptase su propio programa y renunciase al propio. El ultimatismo
faísta esterilizaba cualquier intento de Frente Único.
Los
mayoritarios veían la integración en la Alianza Obrera de Asturias, el reconocimiento de:
"... la constitución de un poder ejecutivo encargado de organizar la Revolución, de ejercer la autoridad y de mantener el orden al día siguiente de ser
realizada" (19).
Los
libertarios asturianos reconocían una de las tesis fundamentales del
marxismo, la necesidad de que un poder obrero dirigiese la revolución y
organizase la construcción de la nueva sociedad. En la práctica, abandonaban
uno de los postulados fundamentales del anarquismo, la negación del poder, y
aceptaban la Dictadura del Proletariado. Unos meses más tarde, la Alianza Obrera asturiana se convertiría en un verdadero organismo del poder revolucionario,
es decir, en una verdadera dictadura del proletariado, durante la insurrección
de Octubre.
Los
treintistas, mayoritarios en la región de Asturias, habían comprendido la
necesidad del Frente Único, tras las frustrantes experiencias de los putchs
promovidos por la FAI, en los años 1932 y 1933. Defendían la necesidad de la
unidad entre los trabajadores si se quería asegurar el éxito de la revolución.
2.4.1.4 El Partido Comunista.
La otra
corriente hostil era el Partido Comunista. El IV Congreso del PCE en marzo de
1932, había reafirmado a la organización en su táctica sectaria y
ultraizquierdista del período anterior. La expulsión en Octubre del mismo año
del antiguo grupo dirigente de Bullejos, a instancias de la Internacional, lejos de corregir los errores, los había agravado.
Desde la aparición
de las Alianzas, el PCE rechazó la posibilidad de ingresar en ellas. La idea
del "Frente Único por la base" era una copia calcada de la línea
defendida por la Komintern durante lo que ha venido a llamarse
"Tercer Período". Esta táctica ya había tenido nefastos resultados en
Alemania, donde la división y los enfrentamientos entre comunistas y
socialistas había ayudado al triunfo del nazismo.
En la
práctica, el "Frente Único por la base" del PCE era similar al
defendido por la corriente mayoritaria del anarcosindicalismo, solo era posible
aceptando incondicionalmente la política del Partido Comunista. Sin embargo, la
línea política del estalinismo español era completamente inconsistente.
Mientras el anarquismo agrupaba a un importante sector del proletariado
español, el PCE era una organización numéricamente insignificante y aislada
del grueso del movimiento obrero.
El PC de
Catalunya, sección catalana del PCE, acusaba, en Mayo de 1934, a la Alianza Obrera de Catalunya de ser un "instrumento de la Generalitat", que había sido creada por los "perros falderos" de la
burguesía, para "engañar a los obreros que quieren el Frente Único
sinceramente" (20). El argumento se apoyaba en que la CNT, se encontraba al margen de la nueva organización. Si el anarquismo, la socialdemocracia,
los comunistas disidentes, todos eran variantes del fascismo, el PCE solo podía
considerar los nuevos organismos como "Santas Alianzas de la
contrarrevolución".
El PCE
promovía su propia versión sobre la unidad: el "Frente Único por la
base", que oponía a las Alianzas Obreras. Sin embargo, la persistencia de
la línea ultraizquierdista, que lo había aislado hasta entonces del resto de
los partidos y sindicatos del movimiento obrero, hizo que solo sus propias
organizaciones filiales ingresaran en sus organismo frentistas.
A finales del mes de Septiembre de 1934, el Comité Central del Partido
Comunista decidía dar un giro radical en sus planteamientos y pedir el ingreso
de sus organizaciones en las Alianzas Obreras, para ayudar a su creación y
desarrollo, allí donde éstas todavía no existían.
El cambio
político del PCE se daba en un momento confrontación y de
radicalización social. Sin embargo, las causas del viraje no estaban en el
interior del país, sino en la situación internacional.
El ascenso
de Hitler al poder en 1933, no había conseguido cambiar la política de la URSS y de la IC. Los dirigentes estalinistas consideraban la traición de la socialdemocracia
alemana, "socialfascista", como la causa principal de la derrota de
la revolución alemana.
En el mes de
Mayo de 1934, la Komintern dió un viraje político de 180º. Los partidos
socialistas dejaban de ser considerados como "socialfascistas" y "hermanos
gemelos del fascismo", para ser calificados como "organizaciones
hermanas", con las que había que buscar la unión orgánica. La táctica del
Frente Único por la base era abandonada definitivamente, para pasar a defender
la colaboración con los socialistas y con los partidos burgueses
democráticos frente a la amenaza fascista. La política internacional del
estalinismo buscaba un acercamiento hacia Francia. Un pacto franco-soviético
que serviría para contrarrestar el peligro de una agresión de la Alemania nazi.
El Partido
Comunista dejaba de considerar a las Alianzas Obreras, como "organismos
policiales". La entrada estuvo acompañada de algunas críticas formales
(llamarlas Alianzas Obreras y Campesinas) y de la petición de expulsión de los
trotskistas (ICE) que formaban parte de ellas, argumentando que éstos no eran
un partido político independiente, sino que se consideraban una fracción del
PCE (La ICE era una organización política desde 1932, y miembro de pleno
derecho de las Alianzas Obreras desde su fundación). Ambas cuestiones fueron
desestimadas por las organizaciones integrantes de las AO. Las críticas
formales no aportaban nada y solo pretendían embellecer el repentino cambio de
actitud, hecho sin ningún tipo de balance o crítica del período anterior.
2.5 LA REACCIÓN Y LA REVOLUCIÓN SE PREPARAN PARA EL ENFRENTAMIENTO.
A pesar de
la derrota de la huelga campesina en la primavera de 1934, las huelgas se
multiplicaron en las ciudades. El 13 de Marzo, la Alianza Obrera catalana declaraba la huelga general, en solidaridad con la lucha de los
trabajadores de Madrid. La huelga sería un éxito. Sin embargo, lo
más destacable era que ésta se había llevado a cabo al margen de la CNT, y en contra de los criterios de su dirección. También estallarían huelgas
generales y parciales por todo el país (Zaragoza, Valencia...). En ellas, los
nuevos organismos revolucionarios jugarían un papel fundamental que hacía
prever la importancia que adquirirían en los meses siguientes.
La derecha
también aprovechaba el momento. Se convocaron concentraciones en una serie de
lugares estratégicos, como en El Escorial y Covadonga. Estas movilizaciones
pretendían organizar una base social para la reacción derechista. Sin embargo
las concentraciones serían contestadas con sendas huelgas generales en Madrid y
Asturias que las desbarataron. El fracaso era una seria advertencia para la
derecha, de que su ascenso al poder iba a encontrar grandes resistencias en el
movimiento obrero. Éste, lejos de estar derrotado tras las elecciones del mes
de noviembre de 1933, se encontraba, pocos meses después, más fuerte y
radicalizado que en el período anterior de colaboración republicano-socialista.
La reacción
tenía que apoderarse del poder para aplastar al revitalizado movimiento
revolucionario, antes de que fuera demasiado tarde. El gobierno radical de
Semper entró en crisis. Pocos días después se formaba un nuevo gabinete, con la
presencia de cinco ministros derechistas, tres de Acción Popular y dos
Agrarios. Los planes de la derecha estaban en marcha. Si la provocación quedaba
sin respuesta, si el temor de los dirigentes socialistas conseguía sofocar
cualquier reacción, el camino hacia el poder quedaría completamente abierto
para la reacción. Si por el contrario, el movimiento obrero respondía, aislado
del campesinado por la derrota de primavera, sería aplastado por los
cuerpos de seguridad del Estado.
Todo el
aparato de la reacción estaba en marcha para evitar que el movimiento
revolucionario pudiese triunfar, frente a la provocación que se avecinaba. Se
produjeron detenciones de militantes, cierre de locales, confiscaciones de
armas, maniobras militares... El choque entre la reacción y la revolución
estaba a punto de producirse.
2.6 LA GRAN PRUEBA DE LAS ALIANZAS OBRERAS. LA INSURRECCIÓN DE OCTUBRE.
El miércoles
3 de Octubre era nombrado el nuevo gobierno de Lerroux. Sin embargo, para ganar
tiempo, la decisión se haría saber al día siguiente. El Jueves 4, al saberse la
noticia, se iniciaron las movilizaciones revolucionarias.
2.6.1 La insurrección de Catalunya. La Alianza Obrera subordinada al gobierno de la Generalitat.
El éxito o
el fracaso en Catalunya iba a ser decisivo para la acción del movimiento
revolucionario en el resto del Estado. Catalunya contaba con el sector más
concentrado, y con una mayor tradición combativa, del proletariado español.
El martes
día 2, la Alianza Obrera había hecho un llamamiento a todos los trabajadores de
Catalunya, para que estuvieran alerta ante los acontecimientos que iban a
desencadenarse. El choque entre la revolución y la contrarrevolución era ya
sólo cuestión de horas. El mismo martes, una manifestación convocada en
Barcelona era disuelta por los guardias de asalto de Dencás. La actitud hostil
al movimiento revolucionario de la Generalitat quedaba al descubierto.
El jueves 4,
la Alianza proponía a la CNT un Frente Único contra la provocación del nuevo
gobierno. La dirección faísta rehusaría. Posteriormente se celebró una asamblea
a la que asistieron las delegaciones de las Alianzas locales de toda Catalunya,
para analizar la marcha de los acontecimientos. Aquella misma noche, una
representación se entrevistaría con el gobierno de la Generalitat para exponer el punto de vista de la Alianza. Se había convocado una huelga general para el día siguiente. Los dirigentes de la Alianza manifestaron que la acción no iba dirigida contra la Generalitat, sino contra el nuevo gobierno de Lerroux, que pretendía no solo aplastar al
movimiento revolucionario, sino también acabar con las libertades nacionales de
Catalunya. La Alianza Obrera consideraba que, desde este punto de vista, ambos
organismos eran aliados.
El viernes 5,
estallaba la huelga general. Solo siete meses antes, se había convocado otra
con éxito en toda Catalunya, sin embargo ésta no había arraigado en la
ciudad de Barcelona por la oposición anarquista. En esta ocasión el
cumplimiento de la huelga fue completo, y la oposición de la dirección de la CNT sería desbordada por las masas revolucionarias catalanas. El pánico invadió a los
dirigentes de la Generalitat ante tal expresión de fuerza. Por la tarde del
mismo día desfiló por las Ramblas una gigantesca manifestación, convocada por la Alianza Obrera, exigiendo la proclamación de la República Catalana y armas para defenderla (21). El movimiento revolucionario crecía por momentos.
En las
comarcas catalanas, la Alianza Obrera asumió la dirección del movimiento que se
estaba desatando. En muchas poblaciones los aliancistas locales proclamaron la
dictadura del proletariado, o el comunismo libertario.
A partir de
este momento, la tensión entre el gobierno de la Generalitat, temerosa de ser desbordada, y la Alianza Obrera, que se iba convirtiendo en un poder real, iría en aumento. Dencás conminó a los revolucionarios para que
disolvieran las milicias, y para que fueran interrumpidas las requisas de armas
y de vehículos Las órdenes serían desobedecidas. La Alianza Obrera ocupó el Palacio del Fomento del Trabajo e instaló en él su puesto de mando.
Los choques armados entre los guardias de asalto y los escamots dirigidos por
Dencás, y las milicias revolucionarias empezaron a producirse espontáneamente
en las calles de Barcelona.
Por la tarde
diez mil milicianos obreros desfilaron por el centro de la ciudad, pese a la
prohibición de la Generalitat. La Alianza se enfrentaba a un dilema, la
revolución necesitaba de las armas que estaban en manos de la policía y de los
"escamots", intentar conseguirlas significaba enfrentarse con sus
aliados circunstanciales. La Alianza consideró que el enfrentamiento con la Generalitat solo podía provocar el hundimiento de la insurrección, por lo que prefirió evitar
las provocaciones y esperar el momento adecuado.
El
presidente Companys se enfrentaba a un triple dilema, rendirse, reprimir la
insurrección o ponerse al frente de ella para frenarla después. Las dos
primeras significaban su liquidación política, por lo que se escogería
finalmente la tercera opción. El gobierno catalán pretendía frenar el
movimiento revolucionario gracias a la posición seguidista que había
adoptado la Alianza Obrera, y simultáneamente esperaba poder utilizar la tensa
situación existente, para negociar con Madrid, el freno de la insurrección a
cambio de nuevas competencias (22).
La presión
insostenible del movimiento que empezaba a desbordar a la Generalitat e incluso a la misma Alianza Obrera, empujó a Companys a buscar una salida que
"salvara el honor" del gobierno catalán, y que impidiera a los
revolucionarios tomar el relevo político que ansiaban.
El sábado 6,
Companys proclamaba el "Estado catalán dentro de la República Federal Española". La proclamación sería sólo un símbolo. Los diez mil hombres
con los que contaba el gobierno de la Generalitat, entre los guardias de asalto y los escamots de Dencás no ofrecerían ninguna
resistencia seria, a los escasos quinientos soldados que el general Batet sacó
a la calle para hacerse con el control de la ciudad (23). El dato de la escasez
numérica de las tropas que intervinieron en el conflicto refleja también las
dudas de los mandos militares en la fidelidad de los soldados frente a la insurrección
popular. Tampoco las milicias revolucionarias, desarmadas y a la
espectativa, pudieron ser un serio obstáculo para el ejército.
La
insurrección, victoriosa en algunas poblaciones de Catalunya se hundiría
rápidamente ante las noticias del fracaso de Barcelona. Los revolucionarios
apenas pudieron reaccionar, era demasiado tarde, el movimiento ya estaba herido
de muerte. La sublevación había sido entregada sin apenas ofrecer resistencia.
La huelga perduraría hasta el martes, día en el que se iniciaría la vuelta al
trabajo.
La Alianza Obrera catalana responsabilizó al abstencionismo cenetista como uno de los
causas principales de la derrota. La actitud sectaria de la CNT fue, sin duda alguna, un factor importante en el aplastamiento de la revolución, pero no
puede considerarse que fuera decisiva. La hegemonía del anarquismo en el
movimiento obrero catalán presentaba grandes grietas, por lo menos en aquellos
momentos. En el mes de Marzo había estallado una huelga exitosa en la mayor
parte de Catalunya, sin que se diera la participación anarquista. En
Octubre la movilización fue total, la dirección de la CNT y de la FAI habían quedado al margen de los acontecimientos, y sin embargo numerosos
militantes anarquistas participaron en la insurrección, obedeciendo las
consignas que había marcado la Alianza. Existe un dato irrefrutable para comprender que, durante la breve insurrección de Octubre, la minoritaria Alianza
Obrera catalana, había desplazado a los anarcosindicalistas de la dirección del
movimiento. Durante la huelga general, toda la prensa, incluida la misma
"Solidaridad Obrera" y los periódicos próximos a las posiciones
políticas de la Generalitat, dejaron de publicarse. Sólo el Boletín de la Alianza pudo salir a la calle (24).
La línea
seguidista frente a la Generalitat, mantenida por la Alianza Obrera, fue un factor mucho más importante que el de la actitud de la dirección
de la CNT. Pese a las presiones procedentes de las bases, los dirigentes
de la Alianza no se atrevieron a romper con las autoridades autonómicas, en los
momentos decisivos. La postura de la Alianza está explicada por Maurín,
dirigente del BOC: el éxito solo era posible sosteniendo al gobierno catalán en
los momentos en los que vacilaba. La Alianza esperaba el agotamiento político
del gobierno de la Generalitat, para tomar el relevo en la dirección del
movimiento. Sin embargo, la dirección política estaba ya en manos de la Alianza. La actitud de espera sería fatal para el movimiento revolucionario, porque
permitió a los dirigentes catalanistas maniobrar y evitar que el desbordamiento
pasara por encima de ellos y les aplastara. La actitud de Companys y del
gobierno de refleja que la Generalitat temía más a la revolución que al
nuevo gobierno derechista que se había instaurado en Madrid. Mientras reprimía
y provocaba a los revolucionarios en la medida de sus posibilidades, buscaba la
negociación con la derecha en el gobierno, esperando sacar sus ventajas de la
situación (25).
Como
historiadores, no nos sirve especular, sobre si una actitud más decidida de la Alianza Obrera, hubiese asegurado o no el éxito. Sin embargo, parece cierto que su actitud
condenó al movimiento a permanecer a la expectativa en los momentos decisivos,
hasta que ya fue demasiado tarde para reaccionar. Dos años más tarde, en
julio de 1936, las masas revolucionarias pasarían por encima de la Generalitat y asaltarían los cuarteles para apoderarse de las armas. Éste hecho marcaría
entonces, el triunfo revolucionario en Catalunya.
Munis
reprocha en su obra a la Alianza Obrera catalana, su seguidismo ante la Generalitat, que mantenía cerrados los locales de la CNT y perseguía a sus militantes. Las
buenas relaciones de la Alianza con el gobierno catalanista fueron, sin
duda alguna, un serio obstáculo para el acercamiento de los
anarcosindicalistas al movimiento revolucionario (26).
La actitud
de éstos, durante los acontecimientos, no fue siempre la misma, sino que varió
según el momento. Munis vuelve a señalar lo que él considera como dos graves
errores políticos de la Alianza ante los anarquistas. La convocatoria de la Huelga general del día 4 había sido aceptada por la Regional Catalana de la CNT. La actitud de la dirección reflejaba la presión de las masas
revolucionarias. Los libertarios exigían la reapertura de sus sindicatos y la
creación de comités de barricada para dirigir la insurrección. La primera
condición de los cenetistas no fue recogida por la Alianza Obrera en su programa, hasta que no fue exigida por la dirección de la CNT. La segunda condición, la de los comités de barricada fue desatendida, tras las
expectativas de una posible alianza con el gobierno de la Generalitat (27).
La misma
postura de la Alianza permitiría a los dirigentes anarquistas justificar su
abstencionismo frente a la insurrección.
"En efecto, ya desde el día 4 de octubre, los escamots... y las fuerzas de
la policía no encontraron nada mejor que encarcelar a los libertarios más
conocidos y disparar sobre los obreros de la CNT para obligarles a cesar el trabajo. Estuvieron secundados en esta tarea por la pequeña Alianza obrera,
receptáculo de todos los adversarios de la Confederación..., imaginándose que había sonado la hora de aniquilar a su poderosa
rival" (28).
2.6.2 La huelga general de Madrid. Las limitaciones de la Alianza Obrera, bajo la hegemonía socialista.
El peso
político aplastante del PSOE en la Alianza Obrera madrileña, impidió que ésta pudiera convertirse en un verdadero organismo revolucionario.
La crisis
que desembocó en los hechos del mes de Octubre fue larga. Sin embargo, los
preparativos de la insurrección, amenaza constante de los dirigentes
caballeristas contra las tentaciones totalitarias de la derecha, fueron
escasos o inexistentes. La Alianza Obrera, destinada a ser el órgano de la
insurrección, según el Partido Socialista, fue mantenida durante todo el
período en el ostracismo político (29). Los socialistas no querían la
revolución, sino obligar al presidente de gobierno y a la burguesía a
recapacitar en su tentación de llevar a la CEDA al poder.
El día 2 de
Octubre, los delegados socialistas hicieron saber a la Alianza Obrera, la decisión de llamar a la insurrección, en el momento en el que Acción
Popular y los Agrarios entraran a formar parte del nuevo gobierno. De esta
forma, la Alianza se encontraba ante la política de hechos consumados del PSOE.
El día 4, al
hacerse público la composición del nuevo gobierno, los socialistas comunicaron
a la Alianza, la orden de huelga general pacífica. Sin embargo, la
convocatoria sería interpretada por los trabajadores como un ardid
político de sus direcciones. Las masas se lanzaron a la calle en espera del
armamento prometido. Antes de acabar el día la huelga general era completa en
todo Madrid.
La actitud
del gobierno fue de pánico y de dudas ante la multitud. Lerroux solo contaba
con la guardia civil y los guardias de Asalto, como cuerpos de choque seguros
frente al movimiento revolucionario. Se dudaba de la actitud de los soldados en
un enfrentamiento contra la población. Se dieron numerosos casos de adhesión de
grupos de soldados a la Alianza Obrera. Munis cita que la guarnición de la
glorieta de Cuatro Caminos aseguró que estaba dispuesta a pasarse al lado de
los revolucionarios, si era atacada . También cita la adhesión de numerosos
guardias civiles de la guarnición del Ministerio de la gobernación (30). Es de
suponer que estos ejemplos no eran una excepción y de que éste era un ánimo
bastante generalizado en una tropa, mayoritariamente campesina.
Los días
pasaban y las armas prometidas por la dirección socialista, no llegaban.
La actitud tímida de los cuerpos policiales fue cobrando seguridad a medida que
pasaba el tiempo y la insurrección no se producía. Simultáneamente la
desesperación y el desánimo empezaron a cundir entre la población.
El Partido
Socialista se oponía a la insurrección. Solo individuos aislados o pequeños
grupos mal armados se enfrentaron con la policía y la guardia civil. El
único intento estallaría en el cuartel de la Moncloa, donde algunos grupos impacientes intentaron asaltar el puesto militar. Poco después, varios miles de
trabajadores rodeaban a la guarnición. Sin embargo, estaban escasamente
armados y pudieron ser rechazados por la oficialidad, sin demasiadas
dificultades (31).
A medida que
el tiempo transcurría los cuerpos policiales incrementaron las detenciones y el
asalto a los locales obreros, cada vez más seguros de que la insurrección no
iba a producirse. Las masas en la calle, iniciaron su retirada. La huelga
general se mantendría unánime hasta el 13, día en el que los
dirigentes socialistas dieron la orden de volver al trabajo.
La Alianza Obrera, impedida su democratización por la oposición socialista a convertirla en la
dirección del movimiento (era considerada un órgano insurreccional que no debía
intervenir en las luchas cotidianas de los trabajadores), no jugó ningún papel
en los acontecimientos revolucionarios (32). Planteada la sublevación, siguió
marginada por los socialistas que veían con desconfianza, la posibilidad de
compartir la dirección del movimiento con otras organizaciones minoritarias.
Las milicias
organizadas por el PSOE y el descubrimiento de armas en varios alijo por la
policía en los meses anteriores, prueba que existía armamento y voluntad de las
bases suficiente para la insurrección. Sin embargo, la falta de un plan insurreccional,
la marginación de la Alianza Obrera y la convocatoria de la huelga general
pacífica, demuestra que era la dirección socialista, la que no tenía voluntad
para realizarla.
2.6.3 La insurrección de Asturias. La Alianza Obrera: De Frente Único a órgano del poder revolucionario.
En Asturias,
la insurrección se inició desde los primeros momentos, apenas conocido el
nombramiento del nuevo gobierno.
La Alianza Obrera asturiana era el único organismo de Frente Único que agrupaba
a todas las organizaciones obreras de la región, sin excepción. La regional
asturiana de la CNT, en manos de los treintistas, formó la Alianza a partir de un pacto establecido con la UGT, al que se adhirieron los partidos
políticos. El PCE, con una fuerte presencia en algunas áreas, se había
integrado en la Alianza en vísperas de la insurrección. La conformación de la
unidad de todas las organizaciones le daba al movimiento algo más, que la suma
aritmética de los miembros que componían la Alianza, les daba la seguridad de que la unidad hacía que el triunfo fuera posible.
El
anarcosindicalismo, aunque con menor peso que la UGT en la región, era un contrapeso importante a los socialistas. Esta circunstancia no existía en Madrid, donde
el Partido Socialista era hegemónico, frente a las pequeñas organizaciones que
componían la Alianza.
El
desarrollo de los acontecimientos revolucionarios fue diferente a como éstos se
desarrollaron en Madrid y en Catalunya. Sin embargo, la actitud del PSOE, organización
mayoritaria, fue la misma, como correspondería a una organización
centralizada. La oposición a convertir a las Alianzas en verdaderos organismos
democráticos, para reducirlas a meros comités de enlace, sería similar. Sería
la insurrección de los mineros asturianos lo que colocó a la Alianza en el centro político de la situación y acabó convirtiéndola en el verdadero centro
de poder.
Como en
Madrid, los dirigentes socialistas, hicieron el llamamiento a la huelga general
pacífica, marginando a la Alianza (33). La orden se convirtió rápidamente, en
una llamada a insurrección, que se iniciaría en la noche del 4 al 5 en
toda la cuenca minera. En Oviedo, el movimiento, controlado por los
dirigentes socialistas del Comité revolucionario, adquirió un carácter
huelguístico. Solo la llegada de los mineros, al día siguiente por la
tarde, permitió que la huelga se convirtiera en una insurrección
victoriosa. En Gijón, la desconfianza entre socialistas y libertarios, permitió
que las fuerzas gubernamentales tomaran la iniciativa y controlaran la
situación.
Incomprensiblemente, el día 5 no se dio la orden de huelga general, que en el
mismo momento, en otras localidades de la región, daba lugar a los primeros
enfrentamientos. Cuando intentaron reaccionar, la fuerza pública, controlaba
por completo la situación en la ciudad.
Los mineros,
con escasas armas y con la tradicional dinamita, se enfrentaron y aplastaron a
los destacamentos de la guardia civil y de los guardias de asalto, que se
encontraban en sus poblaciones. Dado el cariz que estaban tomando los
acontecimientos, los militares se encerraron en sus cuarteles,
atemorizados por el posible contagio revolucionario de los soldados, si éstos
salían para enfrentarse a la población. Las principales localidades de la
región, Langreo, Mieres, Sama, La Felguera, Pola de Lena Olloniego,... pronto
estuvieron en manos de los revolucionarios.
La caída de
la fábrica de cañones de Trubia (aunque los proyectiles no disponían de
espoleta), la de fusiles de La Vega y la de dinamita de Manjoya, junto a las
armas arrancadas a la guardia civil, permitieron improvisar un verdadero
ejército revolucionario. El armamento conseguido, mantuvo Asturias en poder de
los revolucionarios durante medio mes, después de que el movimiento
hubiera fracasado en el resto de España. Se hicieron verdaderos alardes de
creatividad para defender la revolución. En tan corto espacio de tiempo, se
construyeron trenes y camiones blindados (en las planchas figuraban,
entre otras, las siglas de UHP, Unión de Hermanos proletarios); se llegó
incluso a fabricar combustible a base de carbón, para solucionar la falta de
gasolina con la que se encontraban los revolucionarios (34).
Una vez
vencido el movimiento en el resto del estado, la revolución asturiana estaba
condenada a la derrota. Tres columnas militares entraron por tierra, mientras
que tropas legionarias del Tercio y de Cazadores de Africa desembarcaban
el día 10, en Gijón que se mantenía en manos del gobierno. Mal armados y
con escasas municiones, los mineros resistieron todavía, pueblo por pueblo,
durante varios días a una fuerza de más de 40.000 hombres, bien armados y
apoyados por la aviación.
Durante todo
este tiempo, los mineros estuvieron convencidos de que la insurrección había
triunfado en toda España, y desoyeron la propaganda gubernamental,
considerándola como un intento de desmoralización (35). El día 11, el Comité
provincial, consciente del fracaso en el resto del país, decretó el final
de la insurrección y sus miembros abandonaron sus puestos. El pánico se
contagió a numerosos Comités Locales. La deserción fue seguida de la formación
de nuevos comités que se encargaron de dirigir la resistencia. Los antiguos dirigentes,
detenidos por los mismos trabajadores, fueron en muchos casos devueltos a sus
antiguos puestos.
El día 18,
tras una entrevista con el general López Ochoa, el Comité Provincial ordenó
terminar con la insurrección, tras un acuerdo por el que las tropas marroquíes
y los legionarios irían en la retaguardia de las tropas gubernamentales. La
represión, el saqueo y las violaciones, los fusilamientos y la tortura fueron
la respuesta del gobierno y de los militares contra la población asturiana que
había apoyado masivamente la insurrección.
Además de
los aspectos insurreccionales, hay otros elementos muy importantes en estos
hechos, que serían un valioso precedente para la experiencia
revolucionaria de la guerra civil, dos años más tarde:
1) La conciencia de los obreros revolucionarios. Los trabajadores que no
estaban en el frente, estaban en los centros de producción, para satisfacer las
necesidades de los combatientes. Las minas y las fábricas fueron respetadas.
Existía una clara conciencia de que todo iba a ser necesario después del
triunfo de la revolución.
2) El funcionamiento de los comités por toda la Asturias revolucionaria. Las Alianzas Obreras locales se convirtieron en la estructura del
poder revolucionario, ocupando las antiguas alcaldías y sustituyendo al antiguo
aparato del Estado. Los comités revolucionarios, formados por miembros de todas
las tendencias obreras, organizaron la vida cotidiana de las poblaciones,
formaron patrullas obreras para impedir los saqueos e incautar las armas que no
estaban bajo su control, crearon tribunales revolucionarios para juzgar a los
elementos más destacados de la reacción, se preocuparon del abastecimiento de
las poblaciones, estructuraron una sanidad popular y organizaron milicias para
combatir en el frente. La diversidad de formas que adoptaron los comités
locales, se debió al predominio de una u otra tendencia en las diferentes
poblaciones.
Los
libertarios abandonaron en la práctica sus tesis antiestatalistas para construir
la dictadura del proletariado:
"Los militantes libertarios se transformaron de este modo en gobernantes,
en policías, en oficiales o en jueces. Los medios de producción fueron
colectivizados casi en todas partes, abolida la propiedad privada y suprimida
la moneda" (36).
Los comités
revolucionarios se convirtieron en el embrión del Estado Obrero. Las Alianzas
locales mostraron una clara tendencia a su "sovietización".
Especialmente ante la huída de los primeros comités, en la noche del 11 al 12
de Octubre.
3) La relación entre los obreros revolucionarios y el campesinado. Tras algunos
intentos de requisa, se acordó buscar un acuerdo con los campesinos, mientras
la revolución no resolviera el problema de la tierra y la entregara en usufructo
a los que la trabajaban. Los campesinos entregaron sus productos a los comités,
a cambio de otros que ellos necesitaban. Los revolucionarios habían comprendido
que las requisas forzosas solo habrían servido para entregar al campesinado a
la reacción.
4) La victoria de los revolucionarios sobre un ejército disciplinado y bien
armado. El entusiasmo y el convencimiento de los mineros por su causa superaron
con creces sus propias limitaciones (falta de disciplina,
desorganización) frente las ventajas del ejército tradicional. Los trabajadores
solo fueron vencidos, tras medio mes de lucha, por el aislamiento en el
que se encontraba la insurrección asturiana.
Las
represalias contra el movimiento revolucionario en toda España fueron inmediatas.
en Asturias hubo 3.000 muertos en combate y 3.000 en los asesinatos posteriores
(37). Los Consejos de Guerra se encargaron de la represión legal, dictaminando
numerosas penas de muerte contra los revolucionarios y contra dirigentes
socialistas y catalanistas. Hubo además 30.000 detenidos y numerosos
despedidos en los centros de trabajo. Las Casas del Pueblo y los locales
sindicales fueron clausurados, la prensa obrera fue prohibida, la autonomía
catalana suprimida y los militares más reaccionarios colocados en puestos
clave.
Sin embargo,
los hechos de Octubre habían herido de muerte el proyecto de la reacción. La
derecha había acertado en sus previsiones sobre cual iba a ser la actitud de
los líderes socialistas, pero no habían contado con el grado de radicalización
de las masas, que había desbordado en muchos lugares a sus dirigentes. El
Partido Socialista había llamado a una huelga general pacífica, y sin embargo,
en Asturias la movilización se había convertido en una auténtica insurrección
armada, mientras que en otros lugares habían podido contener a las masas con
grandes dificultades. El movimiento, lejos de haber sido aplastado, volvió a
entrar rápidamente en ebullición.
En Marzo de
1935 estallaría de nuevo la crisis del gobierno. La CEDA abandonó el gobierno por su negativa a aceptar la conmutación de las penas de muerte
contra los dirigentes asturianos. Lerroux temía que la aplicación de las
sentencias, convirtiera a los revolucionarios en mártires y que lejos de frenar
al movimiento revolucionario, lo acentuaran. Gil Robles pretendía utilizar la
represión para desmantelar a las organizaciones obreras y para consolidar un
gobierno fuerte.
En Mayo, la CEDA volvía al gobierno, con Gil Robles como ministro de la Guerra. Pero el nuevo gobierno dividiría todavía más a la derecha, los monárquicos de
Calvo Sotelo acusaron a Gil Robles de traidor por haber aceptado la República. En el mes de Octubre de 1935, a la división de la derecha se unirían una
serie de escándalos financieros que debilitaron al gobierno y aceleraron su
crisis. La CEDA se negó a aceptar los nuevos presupuestos estatales, provocando
la dimisión del gabinete. Gil Robles reclamaría la presidencia, tras diversas
deliberaciones, el presidente Alcalá Zamora rechazó la petición y decidió
la convocatoria de elecciones para el 16 de Febrero del año siguiente.
2.7 LA RECOMPOSICIÓN DE LAS FUERZAS REVOLUCIONARIAS.
La
revolución de Octubre había mostrado las ventajas del Frente Único Obrero, pero
también había mostrado sus limitaciones. No era suficiente la unidad de los
trabajadores para vencer, hacía falta una dirección revolucionaria que
organizase al movimiento y lo dirigiese hacia la victoria.
Las Alianzas
que habían funcionado como un acuerdo político entre las direcciones de
las distintas organizaciones obreras, pero que no lograron
democratizarse, habían demostrado en la práctica, que no eran ni un verdadero
Frente Único, ni el embrión del poder revolucionario.
El
anarcosindicalismo seguía siendo hostil hacia cualquier tipo de frente único.
La actitud de la Alianza Obrera catalana en Octubre tampoco había ayudado
a su aproximación. Sin embargo, el impacto de lo sucedido, especialmente en
Asturias, había abierto una brecha en la actitud aislacionista de la CNT y de la FAI y muchos militantes se mostraban partidarios de revisar su actitud
tradicional para iniciar una aproximación a las restantes organizaciones
obreras, en especial a la UGT. Sin embargo, los socialistas abandonaron
cada vez más, cualquier referencia a las Alianzas, para pasar a hablar de la
unidad en "el partido único de la clase obrera". El PCE también
abandonó el proyecto, al que se había adherido en el último momento,
porque en ellas se encontraba el PSOE, y empezó a constituir Comités de Enlace
Antifascistas. Solo los bloquistas y los trotskistas siguieron defendiendo la
necesidad del Frente Único y de las Alianzas Obreras. A partir de 1935, las
Alianzas entraron en un proceso de decadencia hasta llegar a su total
desaparición.
2.7.1 El debate sobre el Partido Revolucionario.
El debate
iba a enfrentar las diferentes concepciones que tenían los partidos obreros. El
futuro Partido Revolucionario sería el fruto de la fusión de las
diferentes organizaciones, o el resultado de la clarificación y diferenciación
política de éstas.
La
radicalización de las bases socialistas se reflejaba en los discursos de sus
dirigentes izquierdistas al proclamar la necesidad de convertir al PSOE en un
verdadero Partido Revolucionario. La unidad política del proletariado era
esencial para la victoria de la revolución. El caballerismo consideraba
que, dado que la inmensa mayoría de las fuerzas que se reclamaban del marxismo
se agrupaban en el seno del Partido Socialista, la unificación solo podría
realizarse con la integración de los pequeños grupos (PCE, BOC e ICE) en
él. Conseguida la unidad política y la unificación sindical con el anarquismo,
el triunfo de la revolución vendría por si solo (38).
En las bases
socialistas iba en aumento el rechazo hacia la política tradicionalmente
reformista del Partido, que los había llevado a colaborar en el pasado,
con la dictadura del general Primo de Rivera, y con los republicanos
posteriormente. Durante 1934 y 1935, numerosos dirigentes de las
Juventudes o del PSOE, como Federico Melchor o Santiago Carrillo
llamaron a las organizaciones comunistas antiestalinistas, trotskistas y
bloquistas, a integrarse en el partido para "bolchevizarlo" (39).
Algunos
incluso se declararían partidarios de la creación de una nueva Internacional,
que debería construirse sobre las cenizas de la Segunda y de la Tercera.
Mientras
tanto, a nivel internacional y con el informe de Dimitrof en el VII Congreso de
la IC, los partidos comunistas darían un giro político completo a sus
anteriores posiciones. Los Partidos Socialistas dejaban de ser traidores para
convertirse en organizaciones hermanas, con las que era necesario iniciar un
proceso de unificación.
El cambio de
política se debía a las nuevas necesidades de la política exterior del
Kremlin. Era necesario acercarse a Gran Bretaña y a Francia, para construir un
frente que neutralizara los avances del fascismo en Europa y el peligro de
agresión militar. Para ello había que ofrecer garantías de que la URSS y las secciones de la Komintern, no sólo no estaban dispuestas a iniciar ninguna
revolución, sino que por el contrario estaban dispuestos a frenarla.
La división
interna del PSOE permitió que el acercamiento no se hiciera con el partido en
su totalidad, sino con la fracción izquierdista dirigida por Largo Caballero.
Sin embargo sus condiciones pretendían que "el Partido Unificado" no
fuera otro que el mismo PCE, bajo el férreo control de la Komintern (40).
La
unificación del PSOE y del PCE era, en estas condiciones, imposible. Sin
embargo, esta bandera sería utilizada por las dos organizaciones. Los
caballeristas en su lucha contra el ala derecha del partido, a la que acusaban
de enemiga de la unidad revolucionaria del proletariado. El PCE para disputarle
al PSOE su propio espacio político (41).
Las
organizaciones comunistas antiestalinistas, el BOC y la ICE, rechazaron la invitación de entrar en el PSOE para transformarlo en una
verdadera organización revolucionaria. Ambos grupos desconfiaban de sus
posibilidades y temían que la entrada, provocara su disolución política
en el seno del Partido Socialista. La creación de un verdadero Partido
Revolucionario sólo sería posible a partir de la escisión de los miembros
sinceramente revolucionarios de la Izquierda Socialista y de un proceso de fusión de las diferentes organizaciones (42).
La experiencia
de las Alianzas Obreras, en las que ambos grupos habían mantenido una estrecha
colaboración había acercado sus posiciones políticas. El acercamiento del BOC y
de la ICE se daba en un momento de progresivo alejamiento de esta última de las
posiciones de Trotsky y del Secretariado Internacional, que defendían la opción
"entrista" en el PSOE para trabajar desde dentro por la escisión, que
permitiría dotar a la Izquierda Comunista de una base de masas.
A finales de
enero de 1935, el BOC presentó una encuesta a las demás organizaciones que se
declaraban marxistas en Catalunya para que éstas se definieran sobre la unidad
política, sindical y de acción. Los resultados de la encuesta y el debate
iniciado con ella, serían el inicio del proceso de fusión entre la ICE y el BOC, que sería considerado por éstas, como el primer paso dado en la creación del
gran Partido Revolucionario estatal. La nueva organización tendría que
convertirse en un polo de atracción para las bases izquierdistas del PSOE. La
fusión de ambos grupos fue en realidad una absorción, donde la ICE, minoritaria, acabó por aceptar la mayor parte de las posiciones políticas del BOC (43).
El 29 de Septiembre de 1935, se constituía el Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM).
El proceso
unificador también alcanzó al anarcosindicalismo. El acercamiento de los
treintistas, se dio en un proceso que culminaría en mayo de 1936, en el
Congreso de Zaragoza, donde los sindicatos de la oposición volvieron a
incorporarse a la CNT.
En Octubre
de 1935, el PCE propuso además de la fusión con los caballeristas, el
desarrollo de las Alianzas Obreras, la creación de un Bloque Popular
Antifascista y la entrada de la pequeña CGTU en la UGT. La segunda propuesta, el desarrollo de las Alianzas, no se planteaba desde una
perspectiva revolucionaria, sino como un paso hacia la formación del Bloque
antifascista, que contenía ya la esencia del futuro Frente Popular: la
colaboración con los republicanos, y la supeditación de las organizaciones
obreras a un programa moderado que hiciera posible la Alianza con la burguesía "democrática y antifascista".
Aunque la fusión entre el PSOE-PCE pronto iba a quedar frenada.
El abandono
del BOC y de la ICE del trabajo en el seno del socialismo, facilitaría al
Partido Comunista, fusionar en Mayo de 1936, a sus juventudes, las UJC (5.000 afiliados) con las JSE (80.000), después de ganarse a su cúpula dirigente.
Las nuevas Juventudes Unificadas (JSU), se adhirieron a la III Internacional, permitiendo al PCE contar con una base de masas en vísperas de la guerra
civil.
La fusión de
la pequeña central sindical CGTU comunista, con la UGT socialista no tuvo los mismos resultados. Los caballeristas siguieron controlando la UGT.
El resto de
las organizaciones catalanas que se reclamaban del marxismo (PCC, PCP, USC,
PSOE), después de la aparición del POUM, mantuvieron sus comités de
enlace, pero la heterogeneidad de sus posiciones políticas impidió cualquier
intento unificador.
Solo el
inicio de la guerra y la aparición de un movimiento revolucionario triunfante,
dirigido por el anarcosindicalismo, que les amenazaba con la marginación,
provocó el proceso de unificación. El 21 de Julio de 1936 aparecía el partido
Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) que se adhirió, como las JSU, a la Internacional Comunista.
2.7.2 Las organizaciones obreras y el Frente Popular.
La represión
posterior a los hechos de Octubre llegó también a los dirigentes
republicanos, a pesar de que se habían mostrado hostiles o expectantes. La
represión les permitiría recuperar parte del prestigio perdido ante las clases
medias. Azaña fue juzgado, encarcelado y acusado de promover una revolución a
la que se había opuesto con todas sus fuerzas. Sin embargo, los republicanos
siguieron sin tener una verdadera base social.
El punto
cumbre de la recuperación republicana se dió en la concentración de Comillas.
Sin embargo, en este acto esta ya latente, la futura ruptura que pronto iba a
producirse entre las masas radicalizadas y los dirigentes republicanos:
"Ciertamente, la contradicción entre lo que Azaña decía y lo que la
inmensa mayoría de sus auditores quería se hizo palpable cuando al terminar
<<miles y miles de puños cerrados se levantaron>> sin que Azaña
devolviera el saludo" (44).
En el seno
del Partido Socialista, la derecha y la izquierda hicieron una interpretación
distinta de la frustrada revolución de Octubre. Prieto, que había estado
exiliado en París, conseguiría en la reunión del 20 de Diciembre de 1935, que la Ejecutiva del partido aceptara la renovación de la coalición de 1931. Prieto, defensor
a ultranza de la República y enemigo de cualquier tentación
revolucionaria, acusó en esta reunión, a la Izquierda Socialista de locura criminal. Para los socialistas moderados, solo una renovación
de la Alianza podría evitar que la República fuera destruida.
Largo
Caballero, rechazaba cualquier intento de volver a la situación de dicho
período. La experiencia había traído el triunfo de la reacción. Sin
embargo, a partir del acto republicano de Comillas, donde se habían concentrado
400.000 personas, el caballerismo experimentaría una evolución, y
acabaría aceptando una nueva coalición. El apoyo al Frente Popular quedaría
condicionado: la Alianza sería puramente electoral y temporal. Los socialistas,
frustrando los deseos de Prieto, no formarían parte del futuro gobierno y
se limitarían a apoyarlo para que cumpliera su programa mínimo, como un
paso necesario hacia la toma del poder por los trabajadores (45).
Durante 1935, la teoría caballerista de la inminencia de la revolución
experimentaría una evolución. Del "inmediatismo revolucionario" se
pasaría a aceptar la existencia de un período intermedio, la etapa de la
"revolución democrática". Durante el período intermedio, los
socialistas deberían prepararse para tomar el poder, pero también tendrían que
apoyar a la burguesía avanzada contra la resistencia de los restos feudales
(46). Pese a la fraseología radicalizada, el caballerismo carecía de propuestas
concretas, por lo que estaba condenado a adoptar una actitud pasiva, prestando
su apoyo o adaptándose en cada momento, a la política más sólida, de las
otras corrientes.
El punto más
importante de la nueva política de los partidos comunistas era el llamamiento a
la construcción de amplios Frentes Populares, que incluyeran a todas las clases
y sectores antifascistas. Para ello, era necesario abandonar cualquier objetivo
socialista que pudiese "asustar a las clases medias" o a la
pretendida "burguesía democrática". El PCE defendía la necesidad del
Frente Único Obrero, bajo la forma de Alianzas Obreras, pero supeditado
al programa moderado, de colaboración de clases del Frente Popular.
"El posterior cambio de interpretación de las alianzas obreras,
históricamente injustificado, en el sentido del pacto de Frente Popular con las
clases medias o con la pequeña burguesía..."
(47).
Ya unos
meses antes del VII Congreso de la IC, el programa del PCE había experimentado
una importante moderación que lo acercaba a los planteamientos de los
republicanos (48). Durante todo el período siguiente, el PCE se declaró como el
defensor más fiel de la República, en su fase de revolución "democrático
-burguesa". En Abril de 1935 siguiendo el ejemplo del PCF llamó a la
formación de un Bloque Popular Antifascista. La unidad antifascista tomaba el
carácter defensivo, frente a la represión del gobierno derechista que aunque afectaba
a las organizaciones obreras, también se cernía sobre los grupos republicanos
de "izquierda" (49).
El
llamamiento del PCE, conseguiría cristalizar gracias a la convocatoria de
elecciones en Febrero de 1936. El PCE, situándose en la extrema derecha del
Frente Popular, se comprometía a "respetar escrupulosamente el compromiso
contraído" (50).
El apoyo de
todas las tendencias del PSOE, y en mucha menor medida del PCE, a la
nueva alianza con los republicanos, generaría, de forma momentánea entre los
trabajadores grandes ilusiones. Aunque el programa electoral del Frente Popular
era sumamente moderado y no respondía a ninguna de sus aspiraciones, se podía
detener el avance de la reacción derechista recuperando el gobierno para los
republicanos de izquierda. La victoria de la alianza significaría también
conseguir una de las reivindicaciones más sentidas: la amnistía política a
todos los represaliados de Octubre.
En el seno
del anarcosindicalismo, se había abierto camino una poderosa corriente de
opinión que pretendía revisar su tradicional aislacionismo. A pesar de su
desconfianza hacia los partidos, los militantes de la CNT y de la FAI sabían que la actitud de su organización, frente a los hechos de Octubre había
sido un factor que había influido considerablemente en la derrota. Era preciso
detener los avances de la reacción que se ocultaba detrás del gobierno. La
represión no iba dirigida solo contra los partidos obreros, la CNT también era víctima de la represión (sus locales clausurados, su prensa prohibida,
muchos de los 30.000 presos políticos eran militantes libertarios).
La actitud
de la CNT frente a la formación del Frente Popular fue completamente pasiva. No
haría campaña a favor de la bloque electoral, pero tampoco la haría en
contra, lo que equivalía a dar su visto bueno para que sus afiliados votaran
por él. El anarcosindicalismo abandonaba ,una vez más, su tradicional táctica,
pero presa de sus propios prejuicios:
"Una vez más olvidó sus principios sin adoptar, a pesar de ello, una nueva
línea ideológica consecuente; permanecía desorientada en el tortuoso laberinto
del apoliticismo politicómano y de la politiquería antipolítica" (51).
Los
libertarios estaban presos de sus propias contradicciones. Por un lado se veían
obligados a renunciar a su antielectoralismo, por el otro desconfiaban de un
Frente Popular, que no era más que una continuación de la vieja coalición de
1931-1933, que había protagonizado hechos tan sangrientos como el de Casas
Viejas. Sin embargo sus bases ideológicas les impedían participar en las
elecciones, por lo que la CNT se veía condenada a colaborar, pasivamente, con
el Frente Popular.
El POUM
defendía la necesidad de revitalizar las Alianzas Obreras que habían encarnado
la independencia de clase en el período anterior, frente a la constitución
de un bloque de colaboración de clases, como era el Frente Popular. El
POUM criticó el llamamiento del PCE a subordinar el movimiento revolucionario a
la Alianza con los republicanos, en nombre del antifascismo:
"El Frente Popular tal como lo propaga la IC es el contacto orgánico permanente del movimiento obrero y la burguesía liberal... Por medio del Frente
Popular se pierden totalmente las diferencias de clase y se asesta, por lo
tanto, un golpe a la lucha de clases, que es la piedra angular del
marxismo" (52).
Sin embargo,
la inmensa presión causada por las ilusiones de las masas en el Frente Popular,
que estaba apoyado por todas las ,grandes organizaciones obreras. provocó un
brusco viraje en su línea política. El 4 de Noviembre, el POUM propuso al PSOE
y al PCE la formación de una Alianza Obrera Nacional.
Posteriormente haría una nueva propuesta, la coalición obrera discutiría con
los republicanos la posibilidad de un pacto electoral, en la que el punto
principal del programa sería la amnistía política. Ambas propuestas serían
rechazadas. El 15 de Enero, el POUM firmó la constitución del Frente Popular,
alegando que era un pacto puramente electoral y circunstancial para detener a
la derecha y conseguir la libertad de los presos políticos y que habían
sido obligados por las leyes electorales que favorecían a los bloques
electorales. Con la entrada en la coalición, los poumistas pretendían evitar su
marginación política frente al masivo respaldo que recibía el Frente Popular.
Los cambios en su política por temor a la marginación política, sería una
táctica que volvería a repetirse, con resultados nefastos para el POUM, durante
la guerra civil.
De distintas
maneras, todas las organizaciones obreras quedaban supeditadas a la reedición
de la Alianza de 1931.
2.7.2.1 Frente Único Obrero versus Frente Popular. Naturaleza y programa.
El programa
de las Alianzas Obreras, con mayor o menor claridad, reivindicaba la
independencia orgánica y política del movimiento revolucionario frente a los
republicanos. El Frente Popular defendía exactamente lo contrario, las
organizaciones obreras supeditaban su línea política a la defensa de un
programa moderado y liberal, que estaba representado por los republicanos.
El programa
frentepopulista se desarrollaba en ocho puntos. En el preámbulo las
organizaciones obreras se comprometían a apoyar el programa que desarrollaría
el nuevo gabinete. Se defendía el restablecimiento del imperio de la Constitución y la defensa del principio de autoridad del gobierno. Los republicanos dejaban
muy claras cuales eran sus intenciones frente a las tentaciones revolucionarias
de las masas:
"La República que conciben los republicanos, no es una república dirigida
por motivos sociales o económicos de clases... llevar las condiciones morales y
materiales de los trabajadores hasta el límite máximo que permita el interés
general de la producción" (53).
Tras los
eufemismos y el mito del Estado, como árbitro que se sitúa por encima de
las clases sociales, los dirigentes republicanos también dejaban muy claro los
límites de su reformismo: la defensa de la propiedad privada. En una economía
atrasada como era la española y en un contexto de crisis mundial, solo podía
significar el futuro enfrentamiento con las aspiraciones más elementales de las
masas.
Las Alianzas
Obreras habían simbolizado la independencia de los trabajadores frente a
la burguesía republicana liberal. Sin embargo, la falta de
democratización y su funcionamiento burocrático había mostrado sus graves
limitaciones. El proyecto aliancista había quedado arrinconado. Para unos
eran algo anacrónico y superado, otros las relegaban a un futuro indeterminado,
por cuestiones tácticas. Sin embargo y tal como señala Manuel Grossi, por una
extraña ironía de la historia, la victoria del Frente Popular, iba a ser
posible gracias a la Revolución de Octubre, que encarnaba la antítesis de la
colaboración de clases y por lo tanto, las Alianzas Obreras (54).
En los
diferentes puntos se indicaba el rechazo de las propuestas de la Izquierda Socialista sobre la nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los
campesinos, el control obrero de los medios de producción, la nacionalización
de la banca o el subsidio de paro. La indicación propuesta por los socialistas
para dejar claro que sus propuestas habían sido rechazadas, evidenciaban sin
embargo, su capitulación. Se veían obligados a aceptar un programa político que
estaba muy lejos de ser, ni siquiera, el de la "revolución
democrática" que pretendían defender para esta etapa.
La
identificación de fascismo y restos feudales, que hacía gran parte de la
izquierda (olvidando que el fascismo italiano y el alemán eran fenómenos
completamente burgueses) justificaba la aceptación de los partidos obreros de
convertirse en el furgón de cola de los republicanos, y de su proyecto de
modernización del capitalismo español.
El Frente
Popular era un calco de la coalición republicano -socialista de 1931, con la
diferencia de que éste contaba, en esta ocasión, con la adhesión del PCE y del
POUM. Sin embargo, había una diferencia mucho más importante. En 1931 las
ilusiones democráticas de los obreros y del campesinado pobre en la República eran inmensas; en 1936, las expectativas de las masas no se centraban en el Frente
Popular, sino en sus dirigentes que aseguraban la inminencia de la revolución
socialista. Una vez detenida la reacción y agotado el proyecto republicano.
Un programa
tan moderado no podía despertar los temores de la derecha, pero sí la evidente
debilidad del Frente Popular, pese al apoyo prestado por las organizaciones
obreras, para resistir los presiones del movimiento revolucionario. En
realidad, la teoría interclasista que lo justificaba era completamente falsa:
"Los núcleos principales de la burguesía, incluyendo la mayor parte de la
burguesía media y capas importantes de la pequeña burguesía urbana y rural,...
formaban un bloque, de hecho, con la aristocracia terrateniente, las castas
militares y eclesiásticas, los grupos fascistas" (55).
El grueso de
la burguesía y de las clases dominantes, temerosas de la revolución, se
hallaban claramente decantadas hacia la solución "fascista", y
pese a su heterogeneidad y sus divisiones internas, se agrupaban en su inmensa
mayoría, en torno a la CEDA . También el proletariado y el campesinado pobre se
hallaban claramente decantados hacia posiciones revolucionarias:
"Decepcionado hasta el tuétano de la república parlamentaria instaurada el
14 de abril y de sus políticos liberales, ya no confiaba más que en sus propias
fuerzas, en sus organizaciones clasistas; ya no creía en programas
<<mínimos>>, en las medias tintas. Puede decirse, sin exagerar, que
su <<programa mínimo>> era la revolución social" (56).
La situación
no podía engañar a nadie. Los dos campos, la reacción y la revolución se
encontraban claramente, frente a frente. Sólo los separaba una delgada capa
formada por los dirigentes de las organizaciones que apoyaban el Frente
Popular.
2.8 DE LAS ELECCIONES DE FEBRERO AL 18 DE JULIO.
Las elecciones
del 16 de Febrero de 1936 dieron la victoria al Frente Popular con 4.838.449
votos, frente a 3.996.931 de la coalición de derechas y 449.320 del centro. Los
resultados se tradujeron en las Cortes en 277 parlamentarios frentepopulistas,
132 derechistas y 32 del Centro (57). La aportación del voto anarcosindicalista
al Frente Popular se calcula en un millón y medio. Los resultados por supuesto,
no son fiables, en un sistema electoral donde el caciquismo y el pucherazo eran
una práctica habitual. Sólo su análisis global, nos rebela algunas datos
importantes que hay que tener en cuenta, para comprender los acontecimientos
que se aproximaban. Por eso nos parecería absurdo cualquier estudio que pueda
hacerse sobre los resultados, basándose en un análisis fetichista de los
resultados.
Lo primero
destacable de los resultados electorales fue el reflejo de la polarización
social entre revolución y contrarrevolución. El Centro, sobre el que Alcalá
Zamora, pretendía asentar la gobernabilidad de la República se desmoronó por completo. Sus principales dirigentes (Lerroux y Cambó) ni
siquiera fueron elegidos, mientras que otros dirigentes derechistas, como Calvo
Sotelo tuvieron problemas para conseguir su elección. Las clases medias
se habían dividido entre los dos polos de atracción, el proletariado y la
burguesía.
El
sometimiento de los partidos obreros al proyecto republicano aparecía
claramente reflejado en el reparto de los escaños en el seno del Frente
Popular. Los republicanos contaban con 159 parlamentarios (84 para la Izquierda Republicana de Azaña, 37 de la Uniòn Republicana y 38 de la Esquerra Republicana de Catalunya), mientras que el PSOE, la única organización que contaba con una
verdadera base social solo había obtenido 90 escaños. El PCE consiguió 16
quedando sobrerrepresentado por los pactos internos del Frente Popular,
mientras que el POUM y el Partido Sindicalista solo consiguieron uno
respectivamente (58).
La situación
que se desencadenó con el triunfo del Frente Popular ocasionó la dimisión del
centrista Portela Valladares y la formación de un nuevo gobierno de la
coalición vencedora.
2.8.1 La evolución post-electoral.
La prueba de
la ficción que era el Frente Popular se puso en evidencia inmediatamente
después de su victoria electoral. Las masas trabajadoras no esperaron a la
formación del nuevo gobierno para satisfacer su reivindicación más sentida, la
amnistía política. A partir del 17 de Febrero, grandes manifestaciones como las
ocurridas en Valencia y en Oviedo, abrieron las cárceles y liberaron a los
presos políticos. Poco después estallaban huelgas por todo el país exigiendo la
reincorporación de los obreros despedidos por represalias políticas y por el
aumento de los salarios.
La victoria
del Frente Popular desembocaba inmediatamente en una situación revolucionaria.
A finales del mes de febrero, movimientos campesinos de ocupación de tierras
aparecían y se extendían por todo el país. Cerca de 70.000 yunteros
extremeños ocupaban las grandes propiedades de los terratenientes de la región.
Movimientos similares se desarrollaban en Andalucía y en parte de
Castilla. A menudo, el gobierno frentepopulista tenía que contemplar con
impotencia las acciones del campesinado y legalizar por medio del Instituto de la Reforma Agraria las ocupaciones de tierras. Pero también, en numerosas ocasiones la acción
del campesinado desembocó en enfrentamientos con la guardia civil, con
sangrientos resultados (Yeste).
En los
meses posteriores a la victoria electoral hasta el 18 de Julio, la situación
revolucionaria se desarrollaría con gran rapidez:
"170 iglesias incendiadas, 269 muertos, 1287 heridos, 2l5 atentados, 113
huelgas generales, 228 parciales y 145 explosiones de bombas" (59).
La
radicalización del movimiento crecía a medida que los meses pasaban y las
aspiraciones de las clases populares no eran satisfechas.
"En junio-julio se registró un promedio de diez a veinte huelgas diarias.
Hubo días con 400.000 a 450.000 huelguistas. Y el 95% de las huelgas que
tuvieron lugar entre febrero y julio de 1936 fueron ganadas por los obreros.
Grandes manifestaciones obreras desfilaban por las calles exigiendo pan,
trabajo, tierra, aplastamiento del fascismo y victoria total de la
revolución".
...
"La ocupación de las calles, de las empresas y de las tierras, la
incesante acción huelguística, impulsaban al proletariado urbano y agrícola
hacia formas más elevadas de la lucha política" (60).
Efectivamente, el movimiento revolucionario, más fuerte y radicalizado que
nunca, apuntaba claramente hacia el desenlace final, hacia la confrontación. En
el 1 de Mayo de 1936, las bases socialistas se manifestaron bajo las consignas
de "Queremos un gobierno de los trabajadores" y "¡viva el
Ejército Rojo!". El Frente Popular, una pálida sombra de gobierno,
contemplaba impotente y paralizado, como el desarrollo de la situación no
pasaba por el Parlamento, ni por el gobierno, sino en la calle y en el campo.
Con sus triunfos, las clases populares crecían en la confianza en sus propias
formas de luchas, frente a la paralización de los métodos parlamentarios que se
mostraban, como en 1931, tímidos e impotentes.
En Catalunya
el movimiento huelguístico y las acciones violentas fueron menores. La
problemática campesina era diferente a la del resto del estado, ya que no
existían grandes propiedades y las ocupaciones de tierra fueron
prácticamente inexistentes. Mientras la situación en el campo catalán se
mantenía más o menos, estabilizada. En las ciudades, el crecimiento del
anarcosindicalismo era la característica dominante de la situación.
Se puede
hablar, sin lugar a dudas, de que entre febrero y Julio, existía en España un
triple poder.
-La reacción
derechista, aterrorizada por la evolución de los acontecimientos, abandonaba
definitivamente los métodos parlamentarios para terminar con el movimiento
revolucionario y se entregaba, a los militares monárquicos que conspiraban
desde la instauración de la República. Los militares, apoyados por las clases dominantes del país y por la Iglesia, eran conscientes que había llegado su
momento.
-El
movimiento revolucionario aplicaba la acción directa. Con sus
movilizaciones, los trabajadores demostraban sus nulas ilusiones en la
política que pudiera llevar a cabo el gobierno republicano, y presionaban a sus
propias organizaciones para que tomasen en sus manos la situación. El gobierno
no tuvo un momento de respiro, en el que se habrían ido apagando lentamente las
ilusiones democráticas de los trabajadores. Éstos habían pasando inmediatamente
a la acción. Sin embargo, el peligro para el movimiento revolucionario, estaba
en el Frente Popular, en el apoyo político que éste, insistentemente, recibía
de la mayor parte de las organizaciones obreras. Era este apoyo, el que actuaba
como un verdadero freno en el proceso de radicalización de la situación.
-Entre ambos
antagonistas, se situaba el cada vez más acorralado gobierno republicano. Azaña
pretendía inútilmente demostrar que la República seguía teniendo la capacidad para frenar a los revolucionarios, y por lo tanto que el proyecto republicano todavía
era viable. Superficialmente, su capital político conseguido durante la campaña
electoral, permanecía intacto. La mayor parte de los partidos y sindicatos
obreros estaban dispuestos a subordinar sus políticas al compromiso que
habían adquirido con el Frente Popular. Sin embargo, el gobierno republicano,
empequeñecido por la sombra de los dos colosos sociales, era incapaz de llevar
a cabo su propia línea. No era más que una ficción.,El gobierno tenía que hacer
respetar la legalidad republicana, si quería sobrevivir, pero para ello tenía
que contar incondicionalmente con los cuerpos de seguridad del Estado, el
ejército, los guardias de asalto y la guardia civil.
Desde el
primer momento la política hacia estas instituciones fue cerrar los ojos,
frente a las evidencias de los avances de la conspiración. El gobierno se negaba
a cualquier tipo de depuración en el ejército, ni siquiera de los elementos más
declaradamente fascistas.
La actitud
del gobierno de Azaña no puede ser tachada ingenua, sino de interesada. Frente
a la potencial amenaza revolucionaria y la incapacidad de las organizaciones
obreras del Frente Popular para frenar a sus propias bases, los
políticos republicanos tuvieron que apoyarse más y más, en el estamento
militar. Este fue la razón política de la elección para el Ministerio del Ejército
del general Carlos Masquelet Lacaci, antiguo ministro y hombre de
confianza de Lerroux en el bienio negro, ante la sorpresa y el malestar de los
mismos socialistas moderados (61).
Los
principales líderes militares de la conspiración habían sido trasladados
en sus destinos, pero fueron mantenidos en puestos estratégicos, a cambio de
una promesa formal de fidelidad a la República.
"Muchos oficiales republicanos instaban a los políticos medidas de control
contra las conspiraciones. Pero el Gobierno no se atrevía a tomar medidas
enérgicas, confiado en una política de apaciguamiento, con ingenuas
declaraciones públicas" (62).
El general
Franco fue enviado a Canarias, cerca de la principal base de la conspiración,
Marruecos; Mola era trasladado a Navarra, uno de los focos peninsulares de la
contrarrevolución y Goded a Mallorca. Ante los rumores públicos sobre los
preparativos del golpe, el gobierno salió en defensa de los "fieles
servidores del poder constituido y garantía de obediencia a la voluntad
popular" (63). La pretendida ceguera republicana se mantendría incluso en
los primeros momentos del golpe, negándose a creer que éste se hubiera puesto
en marcha.
Esta
aparentemente incomprensible actitud, sólo puede explicarse por el intento
desesperado del gobierno para mantener el orden frente a la creciente
polarización social. La depuración de los golpistas hubiera afectado
profundamente al ejército, donde éstos contaban con grandes simpatías, y
hubiera acelerado el proceso conspirativo. Los republicanos temían el golpe
militar, pero temían infinitamente más a la radicalización del movimiento
obrero y del campesinado, que habría liquidado definitivamente su proyecto
modernizador del capitalismo español.
La táctica
de los republicanos era atraerse a los mandos militares hacia su causa,
mientras se reprimía las movilizaciones en el campo y en la ciudad. Como
contrapartida, para contentar a la izquierda del Frente Popular, era declarada
ilegal la ultraderechista Falange Española. Sorteando a ambos
contendientes, el gobierno pretendía salvar la ficción del régimen republicano.
"El gobierno era una ridícula cúspide <<antifascista>>
coronando la pirámide de un Estado perfectamente agarrado, en todos sus
organismos esenciales, por las facciones contrarrevolucionarias" (64).
Las cárceles
vaciadas al día siguiente de la victoria electoral, se llenaron de nuevo de
militantes obreros y campesinos. Una buena parte de los nuevos presos,
pertenecientes a las organizaciones que apoyaban al gobierno, fueron acusados
de ocupar ilegalmente las grandes propiedades agrícolas, o por participar en
huelgas ilegales. La CNT fue perseguida por su apoyo a las movilizaciones
y amenazada con la ilegalización. Un mes antes del inicio de la guerra,
los locales del sindicato estaban cerrados. Sólo la presión popular
y la solidaridad de la UGT obligaron al gobierno a retroceder en el
cumplimiento de sus amenazas.
2.8.2 Las organizaciones obreras. Programa, análisis y perspectivas.
La fisonomía
política del movimiento obrero durante el período post-electoral hasta las
vísperas del intento de golpe se refleja en la estadística sobre la afiliación
sindical: la UGT agrupaba a 1.447.000 de miembros mientras que la CNT tenía 1.557.000. La suma de ambas organizaciones sindicales era algo superior a los tres
millones de afiliados, cerca de un 40% de los trabajadores del país. La
militancia política de los partidos obreros estaba incorporada en su mayoría a
una u otra central sindical o, como la FOUS (POUM) estaba en proceso de
hacerlo.
2.8.2.1 El Partido Socialista.
La derecha
de Besteiro y el centro de Prieto que controlaban el aparato del Partido, se
volcaron incondicionalmente a apoyar al nuevo gobierno republicano. Ambos
dirigentes políticos llamaron a la moderación y a la paciencia de los
trabajadores, considerando que era la única forma para defender a la República, frente a la reacción fascista.
La mayor
parte de las bases ugetistas y socialistas se agrupaban en torno a Largo
Caballero. Desde 1934, la Izquierda Socialista había pasado del rechazo más absoluto a cualquier pacto con los republicanos, al descubrimiento de la
existencia de una etapa "democrático burguesa" intermedia, previa
a la revolución socialista. El viraje radical de la Izquierda Socialista reflejaba la adaptación política del caballerismo a la presión
proveniente de los republicanos, del PCE y de la derecha de su propio partido.
La nueva teoría justificaba la alianza circunstancial con la burguesía
"democrática". Los caballeristas no aceptaban abiertamente el
proyecto azañista, pero tampoco proponían otra alternativa. Se limitaban a ir a
remolque de los acontecimientos y de las iniciativas de los grupos restantes.
El
caballerismo persistía en la idea de que, con la debilidad de la pequeña
burguesía, la reacción levantaría la cabeza e intentaría el golpe de
Estado. El agotamiento de los republicanos entregaría, como fruta madura,
el poder a los socialistas. Se identificaba la revolución con un simple cambio
de gobierno. Era una visión mecanicista de los acontecimientos, que cedía
la iniciativa a la reacción. La derecha sería aplastada por una huelga general
y por la respuesta unitaria de los trabajadores. Desde este punto de vista, era
innecesario cualquier programa o plan para enfrentarse a los acontecimientos.
La visión de
Caballero, no era compartida por Prieto, que consideraba que el agotamiento
republicano arrastraría al resto de organizaciones del Frente Popular (65).
A partir de
la defensa de la etapa "democrática", se inició una evolución hacia
la defensa, cada vez más clara, del proyecto del Frente Popular:
"A su lado estamos para ayudarles con toda la resolución precisa en el
desenvolvimiento del programa que juntos hemos suscrito, aunque no nos
satisface" (66).
La idea de
que la coalición era puramente electoral, o su propia circunstancialidad
fue desapareciendo para convertirse en un pacto estable y permanente. En estas
circunstancias, el poder ya no estaba al alcance de los trabajadores, y la
disolución del Frente Popular solo podía favorecer a la derecha.
El gobierno
republicano tenía que desarrollar su programa. Los socialistas se limitarían a
ayudar y a presionar para que los republicanos cumpliesen. La negativa
del caballerismo a que el Partido socialista formase parte del gobierno sólo
puede entenderse como una maniobra destinada a evitar que Prieto consiguiese
sus propósitos de formar parte de él. La exigencia de que se formase un
gobierno socialista monocolor, después del agotamiento de los republicanos, si
éstos no eran capaces de cumplir su programa, era irreal. El caballerismo
carecía de un plan para conseguir sus objetivos. Por el contrario, a
medida que la situación se deterioraba, sus intervenciones se encaminaban a
calmar los ánimos de sus propias bases sociales y a conseguir apoyos para el
gobierno. Se observa un abandono del lenguaje revolucionario y de las antiguas referencias
a la dictadura del proletariado. En una entrevista con el ministro de Trabajo,
Largo Caballero aseguró que las huelgas y las manifestaciones:
"no tienen en ningún momento carácter de agresión contra la República, contra el régimen ni contra el poder constituido" (67).
Ante los
sangrientos sucesos de Yeste y frente a los sectores de sus propias bases
que reclamaban la disolución de la guardia civil, afirmaban que:
"como colaboradores del <<Frente Popular>>, no les es lícito
<<pedir al gobierno medidas que no entran en sus propósitos y que
ciertamente rebasan el programa del Frente Popular>>, con lo que se
referían a su intención de no pedir la disolución de la Guardia Civil..." (68).
Los rumores
de conspiración fueron considerados exagerados, e incluso como una maniobra
prietista para justificar su entrada en el gobierno. El caballerismo
subestimaba los planes conspirativos de la reacción, a la que esperaba derrotar
con la simple respuesta espontánea de las masas, y que se convertiría en
el mecanismo por el que la Izquierda Socialista esperaba acceder al gobierno.
2.8.2.2 El Partido Comunista.
El PCE se
convirtió en la organización obrera más entusiasta e incondicional del Frente
Popular. No se trataba de preparar la revolución socialista, sino de defender y
consolidar a la República. Como los caballeristas, los comunistas
oficiales defendían la existencia de una etapa intermedia, anterior a la
revolución socialista. La revolución democrático-burguesa, dirigida por una
supuesta "burguesía democrática", liquidaría los restos del
feudalismo. También, como los socialistas, se identificaba al fascismo, no con
la burguesía aterrorizada por la revolución, sino con los residuos feudales. La
posición del PCE era, por lo tanto, defender el nuevo gobierno y presionarlo
para que cumpliese su programa moderado. Pero al contrario de Caballero, que
excluía la participación del PSOE en el gobierno, los comunistas se acercaban a
los prietistas, al defender la formación de un gobierno de coalición y no
republicano, exclusivamente.
Durante
años, cuando no habían condiciones, el PCE había clamado por la revolución
proletaria. Ahora, que la República entraba en crisis, y el movimiento
revolucionario empujaba, el PCE se convertía, con su interpretación
"democrático-burguesa", en uno de los soportes más fieles del régimen
republicano. Los llamamientos para limitar el movimiento huelguístico, durante
este período, fueron constantes:
"No es un secreto para nadie que después del 16 de Febrero, los patronos
fascistas utilizan como forma de lucha el empujar primero a los obreros a
declarar conflictos y luego prolongar su solución, mientras sea necesario y
posible, para desesperar a las masas, lo cual provocará actos esporádicos sin
finalidad ni efectividad... pero que enfrentarán a los obreros con el gobierno,
porque ésta es una de las condiciones... para un golpe de estado" (69).
Frente a la
amenaza fascista, el Partido Comunista llamó a la unidad de la clase
obrera (PCE-PSOE, CNT-UGT), pero por la defensa y consolidación de la República, no para superarla.
Ante el rápido deterioro republicano, José Diaz se vió obligado a reconocer
que:
"El gobierno, al que estamos apoyando lealmente en la medida en que cumple
el pacto del Bloque Popular, comienza a perder la confianza de los
trabajadores. Y yo digo al Gobierno Republicano de izquierda que este es el
camino erróneo del 14 de Abril de 1931. Y que si sigue por este camino,
nosotros obraremos, no rompiendo el Bloque Popular, sino fortaleciéndolo y
empujando hacia la solución de un Gobierno de tipo popular revolucionario que
imponga las cosas que este Gobierno no ha comprendido o no ha querido
comprender" (70).
La
declaración del dirigente comunista no podía ser más patética. La política
internacional del estalinismo obligaba al PCE a insistir en el programa
del Frente Popular, cuando éste era cotidianamente desbordado por los
trabajadores, que se empeñaban, tozudamente, en no respetar la naturaleza
"democrático burguesa" de la revolución.
2.8.2.3 El anarcosindicalismo.
La CNT había apoyado al Frente Popular, dando libertad de voto a sus afiliados, para conseguir
la amnistía y evitar el triunfo de la derecha, que solo podía significar el
avance del fascismo.
El peligro
de una sublevación militar había sido analizado antes de la victoria electoral
del Frente Popular. El 14 de Febrero, el Comité Nacional había lanzado un
manifiesto que denunciaba los planes de la conspiración:
"Marruecos parece ser el foco y epicentro de la conjura. La acción
insurreccional está supeditada al resultado de las elecciones. El plan teórico
y preventivo lo pondrán en práctica si el triunfo lo consiguen las izquierdas.
Nosotros, que no defendemos la República pero que combatiremos sin tregua al fascismo, pondremos a contribución todas las fuerzas de que disponemos para
derrotar a los verdugos históricos del proletariado español... La democracia
sucumbirá entre dos fuegos, por inactual, por desplazada del terreno de la
lucha. O fascismo o revolución social..." (71).
Sin embargo,
la amenaza fascista fue subestimada por todas las organizaciones
obreras,incluida la CNT.
Entre los
meses de febrero y Julio, la CNT apoyó todo el proceso de huelgas y de
movilizaciones que se desarrollaban por todo el país, y que amenazaba con
desbordar al gobierno del Frente Popular, lo que la llevó a enfrentamientos con
la UGT. La actitud del anarcosindicalismo frente a la moderación republicana
fue de rechazo, acusándolos de no haber adoptado durante los primeros
meses de gobierno, las mínimas medidas democráticas para corregir la
secuelas de la represión del bienio negro:
"Pronto hará tres meses que la coalición de izquierdas, consiguió el
triunfo electoral. Las masas populares dispuestas a que fueran libertados los
presos y restablecidas las garantías constitucionales, votaron a los hombres de
izquierda. Han sido liberados muchos presos, no todos, pero siguen en vigencia
el estado de excepción y de alarma. La prensa vive la vergüenza de la sumisión
a la previa censura. No hay, pues, libertad de expresión. De aquellos fogosos
discursos y de aquellas risueñas promesas, no queda absolutamente nada"
(72).
El 1 de Mayo
de 1936, se realizó en Zaragoza, el IV Congreso de la organización, que se
caracterizaría por el triunfo completo de la FAI sobre las demás corrientes. Pese a la maduración revolucionaria, la CNT no hizo ningún análisis sobre la
situación política. Siguiendo la vieja tradición faísta, la sobreestimación de
la espontaneidad revolucionaria de las masas sustituyó a cualquier plan para
enfrentarse a los acontecimientos que estaban a punto de suceder. La oposición
treintista que asistió al Congreso para reingresar a la CNT y los "anarcobolcheviques", fueron los vencidos. Los treintistas abandonaron
sus antiguas críticas, y aceptaron las resoluciones del Congreso, a cambio de
algunas concesiones. Los anarcobolcheviques intentaron que el sindicato fuera
consecuente con el peligro fascista, reclamaron la formación de milicias
confederales, pero fueron derrotados por los anarquistas "puros".
El texto
aprobado en el Congreso, poco o nada tenía que ver con la situación. En un
momento en el que el choque decisivo se acercaba, donde la amenaza de la
reacción se desarrollaba con rapidez, y donde el volcán revolucionario estaba
al borde de la erupción, las resoluciones aprobadas hablaban de la futura
sociedad anarquista y se tomaban posiciones sobre la reforma agraria. El único
punto que respondía a las necesidades del momento, sería una propuesta de
Alianza Revolucionaria con la UGT, que se condicionaba al abandono de la
colaboración de ésta con el gobierno.
El IV
Congreso de la CNT fue una oportunidad perdida para el movimiento libertario.
Dos meses después el anarcosindicalismo tendría que enfrentarse a una situación
revolucionaria, provocada por el levantamiento militar, en las peores
condiciones posibles.
"... que en el Congreso de Zaragoza hicieron tabla rasa de todas
las experiencias acumuladas desde 1919, no se entregaron a ningún análisis de
la coyuntura política, y se vieron obligados, el 19 de Julio, a improvisar en
la incoherencia más completa" (73).
Sólo la
creatividad y el entusiasmo de sus militantes evitaría el hundimiento de la
organización. Esta subestimación por la teoría y por el estudio de la
situación iba a tener nefastas consecuencias pocos meses después, ya en plena
guerra civil.
2.8.2.4 El Poumismo.
El POUM
había apoyado al Frente Popular por cuestiones tácticas: la amnistía de los
presos de Octubre y el temor a verse aislado por el aparente renacimiento de
las ilusiones democráticas que produjo la campaña electoral. Su línea
política, entre los meses de Febrero y Julio sería de
vacilación frente a la coalición obrero-republicana. Inmediatamente después de
conocerse los resultados, declaró su independencia con respecto al Frente
Popular y criticó el apoyo del PCE y del PSOE al gobierno surgido de las
elecciones. Esta postura no impediría que el único diputado del POUM,
Joaquín Maurín, votara a favor del gobierno de Azaña, precipitadamente
constituido después del triunfo electoral (74). Ante la convocatoria de nuevas
elecciones municipales volvió a apoyar a la coalición, para volver a atacarla,
después de ser postergadas por Azaña (75).
La táctica
de los dirigentes socialistas y comunistas, de intentar limitar las
movilizaciones y de moderar las reivindicaciones de los trabajadores, en aras
de la consolidación del gobierno fue tachada de crimen y de traición, porque
consolidaba el dominio de la burguesía, bajo la forma republicana (76). Sin
embargo, Maurín, llamó al gobierno republicano a emprender una política de
nacionalizaciones y a adoptar medidas progresivas, a la manera de las que había
aplicado Blum en Francia, para detener los avances del fascismo (77). La
política poumista combinaba la crítica y la denuncia, con la colaboración con
el Frente Popular, según el momento y la situación, lo que lo convertía, sin
quererlo, en su ala izquierda.
La política
poumista se basaba en dos puntos fundamentales:
-La
revitalización de las Alianzas Obreras, condenadas al ostracismo y a la
disolución por el abandono del PSOE del proyecto. Andreu Nin, secretario del
partido, debatiendo con las JSE partidarias también de las Alianzas, defendió
la necesidad de que los nuevos organismos revolucionarios abandonasen su
carácter burocrático y que se democratizasen, dando el protagonismo, la
participación y su control a las masas.
-El segundo
punto sobre el que descansaba la política poumista era la necesidad del Partido
revolucionario. El POUM sentía su propia debilidad frente a las poderosas
corrientes socialista y anarquista que organizaban a la inmensa mayoría del
movimiento obrero español. Su política vacilaba entre la crítica principista y
la adaptación a estas corrientes, era un reflejo de esta visión. El POUM
esperaba que las circunstancias arrastrarían a la izquierda del Partido
Socialista y al sector más consecuente de la CNT hacia posiciones consecuentemente revolucionarias. Entonces sería posible la deseada unidad revolucionaria.
Mientras tanto, el poumismo se veía obligado a nadar entre dos aguas, esperando
su oportunidad.
En vísperas
de la guerra civil, todas las organizaciones obreras, de una forma u otra,
estaban ancladas en el Pacto del Frente Popular.
El PCE se
declaraba su más entusiasta defensor. El socialismo español se encontraba
dividido en dos fracciones, sin embargo los dirigentes de ambas, no estaban
dispuestos a ir más allá del pacto con los republicanos. El anarcosindicalismo
y el poumismo se declaraban críticos del Frente Popular. Sin embargo y aunque
apoyaban decididamente al movimiento revolucionario, carecían de alternativas.
El anarcosindicalismo, preso de sus prejuicios tradicionales, sobrevaloraba el
espontaneísmo de las masas y consideraba que la voluntad revolucionaria era una
condición suficiente para la victoria. El Poumismo analizaba correctamente la
naturaleza del Frente Popular, pero no se atrevía a romper frontalmente con él,
por temor a quedarse aislado políticamente.
Con el 18 de
Julio de 1936 se iniciaría una nueva situación revolucionaria que desnudaría la
ficción frentepopulista. Todos los historiadores sin excepción, reconocen
el carácter espontáneo del movimiento que barrió la legalidad republicana y que
hizo fracasar la sublevación en la mayor parte del país. Sin embargo, la
espontaneidad tenía sus límites. Los trabajadores carecían de una organización
dispuesta a llevarlos al poder. La dualidad de poderes que pretendemos estudiar
en este trabajo, fue de hecho, fruto de la falta de esta dirección
revolucionaria. También es en este vacío político, donde encontraremos también
las causas del fracaso de la revolución española.
2.8.3 La reacción en marcha. Los preparativos del golpe.
La victoria
electoral del Frente Popular sorprendió a la derecha que esperaba su triunfo.
El resultado electoral llenó de pánico a las clases dominantes.
El 17 de
Febrero, Franco, Calvo Sotelo y Gil Robles, reclamaron al jefe de gobierno
Portela Valladares, la declaración del estado de guerra para hacer frente al movimiento
revolucionario que amenazaba con desbordar, desde los primeros momentos, al
victorioso Frente Popular. La declaración hubiera significado en realidad, un
golpe de Estado de imprevisibles consecuencias y hubiera desencadenado el
enfrentamiento, en un momento en el que la derecha se encontraba dividida.
Primero era
necesario desarticular al poderoso movimiento revolucionario en nombre del
Frente Popular. Después había que subsanar los antagonismos que debilitaban a
la derecha y que afectaba a la misma unidad del ejército, que se había
convertido en la columna vertebral de la reacción.
Durante el
período comprendido entre los meses de febrero y julio, el terrorismo
falangista y los sabotajes económicos iban a preparar el ambiente
psicológico para el golpe de estado. La derecha, completamente entregada a los
planes conspirativos de la Unión Militar Española (UME), abandonó en la práctica cualquier iniciativa parlamentaria. Las Cortes serían utilizadas como
tribuna para atraerse a los sectores de la pequeña burguesía, temerosa de
un movimiento revolucionario que se agitaba pero que, falto de dirección, no se
decidía a tomar el poder.
Alcalá
Zamora fue destituído de la presidencia de gobierno y un mes
más tarde, sustituido por Azaña. En las votaciones la derecha se abstuvo o dió
libertad de voto a sus parlamentarios. Poco podía preocuparle quién iba a
ocupar la presidencia de la República, cuando había dejado de creer en ella.
La burguesía
era consciente de que la República ya no era una salvaguarda segura para sus
intereses. La reacción necesitaba tiempo para preparar el golpe de Estado que
tenía que devolver la situación a su cauce tradicional. La defensa que hacían
las organizaciones obreras del Frente Popular del régimen servía,
objetivamente, a sus intereses. El pacto les obligaba a frenar las
luchas de los trabajadores y las dejaba sin dirección. La derecha, mientras
tanto, recobraba la confianza en sus propias fuerzas, después del fracaso
electoral de febrero, al ver que el adversario era incapaz de enfrentarse
seriamente a ella.
La
incapacidad del movimiento obrero, durante dicho período, para tomar el poder,
pese a las grandes luchas y movilizaciones desencadenadas, hizo que parte de la
pequeña burguesía, que había votado por el Frente Popular o por los
partidos del Centro, acabase simpatizando con las promesas de orden que lanzaba
la reacción.
Una vez las
diferentes organizaciones derechistas estuvieron unificadas bajo la dirección
del ejército, la cuenta atrás para llevar a cabo el plan, se puso en marcha.
Los asesinatos del teniente de Asalto, Castillo, simpatizante de la izquierda,
y también del líder de la extrema derecha Calvo Sotelo, serían el pretexto
para adelantar el golpe. El 17 de Julio las guarniciones de Marruecos
proclamaban el "pronunciamiento" que iba a desencadenar la
guerra civil.
3. LAS JORNADAS DE JULIO. LOS INICIOS DEL DOBLE PODER.
El 17 de
Julio, las tropas acantonadas en Marruecos se pronunciaron contra el curso de
los acontecimientos de los últimos meses y exigieron una corrección drástica de
la República.
El contenido
de la proclama no iba dirigido contra el orden republicano ni contra el Frente
Popular, sino contra el movimiento revolucionario que tendía a desbordarlos.
En los planes de los militares insurrectos no estaba previsto el inicio
de una guerra civil, ni que el intento de golpe de estado derivase en una
auténtica revolución que terminaría con las instituciones republicanas.
La conspiración copiaba los esquemas del clásicos pronunciamientos
decimonónicos. El pronunciamiento provocaría la dimisión del
gobierno y la implantación de un directorio militar, que llevaría a cabo la
represión contra las organizaciones obreras y que restauraría el orden
republicano.
Al día siguiente, y frente a la pasividad gubernamental, que ocultaba a la
población las noticias del levantamiento y que lo declaraba limitado a
"algunas zonas del Protectorado", la sublevación se extendió por toda
la península. La actitud del gobierno, apoyado por las organizaciones obreras
del Frente Popular, (bajo la consigna de "El gobierno manda y el
Frente Popular obedece") fue la de llamar a la población a la serenidad.
El gobierno, en un intento para evitar la participación de la población y de
los trabajadores en los enfrentamientos, proclamó que las fuerzas leales al
gobierno se bastarían para sofocar la sublevación.
Largo
Caballero pidió públicamente, en nombre de la UGT, que se armara a los obreros para poder defender la República. La petición fue rechazada por el gobierno, temeroso de que este hecho pudiera significar la liquidación del orden
republicano y el desencadenamiento de la revolución.
Ante los
avances de los golpistas, la CNT y la UGT proclamaron la huelga general, en la
noche del 18 de Julio. En la madrugada del mismo día, el presidente Casares
Quiroga presentó su dimisión, después de que hubieran fracasado las
negociaciones con los sublevados.
Poco
después, Azaña, propuso al presidente de las Cortes, Martínez Barrio, que
formase el nuevo gabinete, que debería estar compuesto exclusivamente por
republicanos y situado políticamente, a la derecha del Frente Popular. Con esta
derechización, Azaña pretendía facilitar el acuerdo con los sublevados y evitar
a toda costa, la intervención de las masas y el hundimiento del orden
republicano. Varias carteras del nuevo gabinete fueron prometidas a los
sublevados (78). Sin embargo, los intentos de Martínez Barrio estaban
condenados al fracaso. La noticia de las conversaciones llegó a la población,
en el momento en que ésta, empezaba a reaccionar contra el levantamiento. Largo
Caballero amenazó con la insurrección, si se llegaba a un acuerdo con
los golpistas, mientras que cientos de miles de manifestantes recorrían las
calles de Madrid exigiendo armas y acusando al gobierno de traidor. La
composición del nuevo gobierno y la petición de negociaciones,
fueron interpretadas como un signo de debilidad y rechazaron la propuesta. El
gabinete de Martínez Barrio, ante el callejón sin salida, dimitió.
Finalmente,
sólo José Giral aceptó formar un nuevo gabinete.
Seguidamente
y ante una situación cada vez más desesperada, decretó la disolución de las
unidades sublevadas y la distribución de armas entre las milicias obreras. Los
decretos "legalizaban" la realidad que ya se estaba desarrollando en
todo el país, pero también era el reconocimiento de la muerte de la República.
3.1 LAS JORNADAS DE JULIO EN BARCELONA Y CATALUNYA.
La
conspiración era un secreto a voces, que solo el gobierno se había negado a
aceptar. En Catalunya, la CNT había alertado a la opinión pública, junto al
resto de organizaciones obreras del peligro de sublevación militar. El 14 de
Julio, en una reunión de sus Comités de Defensa de Barriada de Barcelona, los
anarcosindicalistas concretaron sus planes para poder enfrentarse al
levantamiento militar. El día 16, en una nueva reunión, se informó de la escasa
o nula predisposición del gobierno catalán a armar a la población. En la misma
reunión se decidió colaborar con el resto de las organizaciones obreras, frente
a la amenaza inminente de la sublevación.
La Generalitat desconfiaba de los revolucionarios. El remedio de entregar armas a las
organizaciones obreras, podía ser peor que la enfermedad golpista (79). Ante el
dilema de armar a los trabajadores y desencadenar la revolución social, o no
hacerlo, facilitando las posibilidades de éxito de los militares que
liquidarían la autonomía catalana, el presidente Companys prefirió confiar,
exclusivamente, en sus escasas fuerzas para dominar la situación y desechó las
peticiones de los dirigentes de la CNT pidiendo armas, lo que equivalía al
suicidio. La correlación de fuerzas era adversa. Mientras la guarnición militar
contaba con unos 6.000 hombres con abundante armamento, sin contar los
efectivos civiles derechistas que se sumarían a la sublevación, la Generalitat solo contaba con 1.960 guardias de Seguridad y de Asalto, y con la dudosa
lealtad de 3.000 guardias civiles que estaban dirigidos por el general
Aranguren, Una buena parte de estos últimos mantenía una actitud
sospechosa y podían pasarse al lado de los insurrectos en cualquier
momento. A pesar de todo, el gobierno autónomo catalán procedió a asegurarse de
que no sería desbordado por los revolucionarios cuando la conspiración
estallara. En vísperas del golpe, procedió a registrar los locales de la CNT en busca de armas y a confiscar todas aquellas que fueron descubiertas en poder de sus
militantes. En los combates del 19 y 20 de Julio, los revolucionarios solo
pudieron contar con las escasas armas que habían mantenido ocultas
desde 1934, hasta que consiguieron asaltar los cuarteles.
La mañana
del 19 fue la elegida para que las tropas, dirigidas por Goded, desde Mallorca,
iniciaran sus maniobras para apoderarse de Barcelona. Inmediatamente las
sirenas de las fábricas y de algunos barcos alertaron a la población, y
llamaron a la lucha contra los sublevados.
Después de
intensos combates, en la tarde del día 20, la insurrección militar había sido
finalmente vencida en Barcelona. El general Goded había sido detenido cuando,
confiado en la victoria, había llegado a la capital catalana, a bordo de
un hidroavión, para encabezar a la guarnición sublevada.
Algunos
historiadores atribuyen la victoria sobre los militares insurrectos, al papel
jugado por la guardia civil y los efectivos controlados por la Generalitat, que se mantuvieron fieles a la República (80). Sin desmerecer la importancia de estas fuerzas en los combates, que sería fundamental en los primeros
momentos de la lucha, fue la participación de los obreros revolucionarios, la
que decidió el resultado final.
Vicenç
Guarner, jefe de los servicios de la Comisaría General de Orden Público de la Generalitat, tenía muy claro la enorme inferioridad
de las tropas leales, en efectivos y en armamento:
"En nuestra enorme inferioridad, el <<hierro de nuestros escuadrones
armados>> no era más que modestas limaduras... era incierta todavía, la
actitud de la guardia civil, y nuestros viejos guardias de las compañías
locales de seguridad estaban desentrenados militarmente... la perspectiva no
podía ser más desoladora" (81).
Las
declaraciones de Vicenç Guarner son una honesta confesión de lo que él
consideraba una derrota previsible. Sin embargo esa era la línea que había sido
aceptada por el gobierno catalán. La actitud mantenida por los dirigentes de la Generalitat ante la amenaza de la sublevación, (como en Octubre de 1934) muestra que ponían
un signo igual entre éstos y los revolucionarios.
"En la jefatura de policía, Frederic Escofet, comisario de orden público,
oyó el aullido de las sirenas con sentimientos opuestos. Él y Lluís Companys,
presidente de la Generalitat, habían acordado no armar al pueblo. A sus ojos, la CNT representaba para el régimen republicano un peligro tan grande como el de la revuelta
militar" (82).
Fue la
intervención de los militantes de las organizaciones obreras, principalmente
los libertarios, que combatieron junto a la guardia civil y la aviación, la que
decidió el resultado del conflicto.
Historiadores
tan poco sospechosos de simpatizar con los revolucionarios como Martínez Bande
reconocen que su aporte fue decisivo para la derrota de los insurrectos (83).
En todo el estado, la mayor parte de la guardia civil y numerosos miembros de
los cuerpos policiales republicanos, se pasaron al lado de los insurrectos.
Esto no ocurrió en Barcelona. Cabe preguntarse porqué. El capitán
Escofet, había observado que "una pasividad incomprensible"
afectaba a algunos grupos de Asalto, frente a los rebeldes (84). Sin duda
alguna, la presión de los revolucionarios y de la población en general, fue un
factor decisivo para que numerosos efectivos de los cuerpos policiales no se
pasasen al bando contrario, al estallar los combates.
El decreto
de Giral, disolviendo las unidades sublevadas, actuó como un poderoso
disolvente en todo el ejército. Los cuarteles fueron abandonados por la escasa
guarnición que en ellos había quedado (85). El día 20, la CNT y la FAI asaltaron los cuarteles de las fuerzas sublevadas que estaban combatiendo en las
calles de Barcelona. Los revolucionarios pudieron así, incautarse del numeroso
armamento que allí se encontraba y que pudieron añadir a su escaso
arsenal. El hecho de que los revolucionarios pudieran contar con armas en
abundancia facilitó el triunfo de los revolucionarios y el rápido
desmoronamiento republicano.
A pesar de
los preparativos de la CNT, de la FAI y del resto de grupos obreros, la
organización contra la intentona de golpe, fue escasa y los elevados grados de
espontaneidad y de improvisación fueron el elemento dominante de la lucha.
"¿Dónde se encontraba, pues, ese Estado Mayor de la
<<chusma>>? En realidad, no había Estado Mayor, sino una iniciativa
descentralizada animada por los Sindicatos obreros, por los Comités
revolucionarios de Barriadas, y por la fuerza entusiasta de una multitud de
mujeres, hombres y chiquillos que acechan al enemigo, que toma la decisión de
levantar barricadas aquí y más allá, poniendo en cada adoquín que se pasa en
cadena de mano en mano, un propósito de aplastar a los sublevados" (86).
La
colaboración entre las tropas leales y los militantes obreros resquebrajó,
definitivamente, la disciplina de los primeros. Contagiados del ambiente y de
la simpatía de la población que había salido a la calle, a medida que los
últimos focos de resistencia se iban acabando, empezaron a romper sus uniformes
y a sumarse a los revolucionarios. Felipe Diaz Sandino, un honesto militar
republicano, describía la situación revolucionaria que se había abierto con el
intento de golpe de Estado.
"... con el ejército en contra, el pueblo armado en la calle y sin poder
contar con la guardia civil y asalto, contagiados después por la ola de
indisciplina social o bien sumergiéndose en ella para congraciarse con los
organismos obreros, contra los que habrán luchado en otras ocasiones,
participando en el desorden general, tales eran las circunstancias en que se
encontraba España y Catalunya por lo tanto... no podía contar el gobierno con
quien oponerse a aquel estado de cosas..." (87).
La victoria
se consiguió con grandes pérdidas para los revolucionarios, Ascaso (CNT),
Germinal (POUM), Graells (JSU), cerca de medio millar de anarquistas y otros
muchos militantes de los otros grupos obreros, murieron o resultaron heridos en
los enfrentamientos.
La victoria
en Barcelona decidió el resultado de los combates que se estaban desarrollando
en el resto de Catalunya y provocó el hundimiento de los sublevados. Con las
armas requisadas en los cuarteles, numerosos grupos armados se
desplazaron a otras poblaciones para acabar con los últimos focos de
resistencia de los insurrectos.
La Generalitat se encontró desprovista de su autoridad y de los medios para ejercerla. En
pocas horas su poder, como el del gobierno de Madrid, se había derrumbado.
"El 19 de Julio,(dice Companys), yo tocaba el timbre de mi despacho
llamando a mi secretario. El timbre comenzaba por no sonar, porque no había
corriente eléctrica. Si me dirigía a la puerta de mi oficina, el secretario no
estaba; no había podido llegar al Palacio de Gobierno; pero, si se encontraba
allí, no podía comunicar con el secretario del director general, porque éste no
había llegado a la Generalitat. Y si el secretario del director, venciendo mil
dificultades, se encontraba en su sitio, su superior jerárquico no había
acudido a la cita." (88).
La Generalitat, sólo era una sombra arrinconada del viejo poder. El prestigio ganado en los
combates, por la CNT, verdadera vencedora, colocaba a la organización
anarcosindicalista en el centro de la situación política en Catalunya.
3.2 LAS JORNADAS DE JULIO EN EL ESTADO
La tentativa
de golpe de los insurrectos buscaba un desarrollo rápido. Nadie preveía que el
pronunciamiento militar pudiera desencadenar la revolución que pretendían
evitar, ni que iba a desembocar en una sangrienta guerra civil que duraría tres
largos años.
Según Pietro
Nenni, el 95% de los oficiales del ejército, la Guardia Civil en su casi totalidad y el 50% de los guardias de Asalto se unieron a los
insurrectos. Entre un 75% y un 90% de los altos funcionarios de los
ministerios, de las administraciones locales y de las empresas industriales
hicieron lo mismo (89). Julio Alvarez del Vayo estima que de los
15.000 oficiales del ejército, solamente 5.000 se mantuvieron leales al
gobierno de la República (90). Las cifras, evidentemente, no son exactas
y se prestan a exageraciones o a equívocos, pero reflejan el grado de ficción
del régimen republicano. Mientras el gobierno de Azaña aseguraba tener el
control de la situación, el aparato de Estado apoyaba decididamente la
sublevación. Aunque en muchos lugares, parte de los cuerpos policiales y de la
oficialidad del ejército, se mantuvieron fieles al gobierno, estos eran
claramente minoritarios.
En la mayor
parte del territorio donde los insurrectos habían vencido, los organizaciones
obreras quedaron paralizadas, esperando, confiadas, la iniciativa del gobierno.
Los gobernadores provinciales se negaron a entregar armas a los obreros, y
muchos de ellos se declararon posteriormente, partidarios de la
sublevación.
En algunos
lugares, la ingenuidad de las organizaciones obreras fue determinante
para el éxito de los rebeldes. En Zaragoza, bastión histórico de la CNT, el jefe de la guarnición, Miguel Cabanellas, se declaró fiel a la República y decretó el estado de sitio "contra los fascistas". El gobernador civil
se negó a entregar armas a los obreros y pidió calma a la población. A
instancias de él, los dirigentes de la CNT, desmovilizaron a sus bases,
convencidos de la lealtad republicana de los mandos militares. Pocos días
antes, en la Asamblea del 15 de Julio, el sector partidario de esperar y de
mantener la confianza en las autoridades había vencido a los que defendían la
necesidad de armarse y de prepararse para el enfrentamiento.
Cuando
Cabanellas ocupó la ciudad y desveló sus verdaderas intenciones ya era
demasiado tarde. Las centrales sindicales convocaron la huelga general e
iniciaron una desesperada lucha desde los barrios obreros. Sin embargo, los
facciosos tardaron una semana para poder aplastar los últimos focos de
resistencia.
En la ciudad
de Oviedo, el jefe de la guarnición proclamó su lealtad a la República, mientras que, de forma oculta, concentraba tropas y armamento en los cuarteles
esperando el momento. Se constituyó un Comité Provincial, donde republicanos y
socialistas de derecha apoyaron las muestras de lealtad de los mandos
militares, mientras la CNT, los socialistas de izquierda y el PCE desconfiaban
y exigían como prueba de buena fe, que se armara a las milicias obreras.
Finalmente, la actitud de los primeros prevaleció. Los golpistas aprovecharon
la partida de parte de las columnas mineras en ayuda de Madrid, para
ocupar la ciudad. Sin embargo, la reacción de los trabajadores, que rápidamente
cercaron la ciudad, impidió que su caída se convirtiera en la caída de toda la
región.
En Madrid,
el mismo l8 de Julio, la CNT había reabierto por la fuerza sus locales,
cerrados por la policía. Al día siguiente fue liberado el secretario del
Comité Nacional de esta organización. Solo un ultimátum permitió la liberación
de los numerosos presos libertarios que seguían en las cárceles.
Desobedeciendo las órdenes de Martínez Barrio, se repartieron 5.000
fusiles entre los trabajadores de la capital. Con las armas en la mano, éstos
iniciaron sus labores de policía y de vigilancia de la guarnición militar. La
distribución del armamento, decretada por el gobierno Giral, favoreció
claramente a las organizaciones obreras del Frente Popular, socialistas y
comunistas, en detrimento de la CNT y del POUM que solo pudieron contar con las
armas que mantenían en su poder, desde 1934.
La
guarnición militar de la capital madrileña se encontraba dividida frente a la
sublevación. En algunos cuarteles estallaron combates entre sublevados y leales
al gobierno. El general Fanjul, jefe de los insurrectos en Madrid,
temeroso del contagio revolucionario de sus tropas, si éstas entraban en
contacto con la población, adoptó una actitud defensiva y se hizo fuerte en el
cuartel de la Montaña. La iniciativa quedaba en manos de las tropas leales y de
las milicias obreras que rodearon la guarnición rebelde.
En medio de
los combates, la noticia del fracaso de la insurrección en
Barcelona desmoralizó a los golpistas. El ametrallamiento de la multitud,
después de izar la bandera blanca en señal de rendición provocó la ira popular.
Las masas revolucionarias irrumpieron sin orden, y con graves pérdidas se
apoderaron del cuartel. Numerosos sitiados fueron ejecutados en el mismo
cuartel, mientras que Fanjul y algunos de sus oficiales tuvieron que ser
detenidos y protegidos por los guardias de asalto, para evitar que fueran
linchados por la multitud.
En Valencia,
durante los primeros días de la sublevación, coexistieron dos poderes, la Junta delegada del gobierno y el Comité Ejecutivo Popular, donde estaban integradas las
organizaciones obreras. El 23 de Julio, el gobierno decretó la desaparición del
Comité Ejecutivo. Los republicanos y el PCE aceptaron en nombre de la
disciplina y la obediencia al gobierno. El PSOE, la UGT, la CNT y el POUM se opusieron a la disolución.
Después de
varios días de indecisión, el 31 de Julio, la guarnición militar se sublevó.
Fue el Comité Ejecutivo Popular quien convocó la huelga general y organizó los
combates contra los insurrectos. La junta gubernamental fue disuelta, mientras
que la autoridad del Comité era reconocida por la población que reconocía en
él, el organismo que había sofocado la sublevación.
En Euskadi, las vacilaciones de los rebeldes fueron decisivas para su fracaso.
En San Sebastián, los nacionalistas consiguieron la rendición de los
sublevados, después del intento de sublevación de un sector de la guarnición y
de la guardia civil. En Bilbao el alzamiento fue frustrado al ser interceptadas
las órdenes enviadas por Mola, desde Pamplona. El peso del nacionalismo vasco
fue decisivo frente a las organizaciones obreras en las jornadas de julio, y
sería igualmente decisivo en los meses posteriores.
En Málaga,
Santander y otras localidades, las vacilaciones de los sublevados en los
primeros momentos fueron decisivas en su fracaso. Los partidos y
sindicatos obreros pudieron reaccionar y cercar a los rebeldes hasta su
rendición.
Otro de los
grandes fracasos de la sublevación fue la Flota. Los comités de marineros mantenían una red organizativa coordinada por un Consejo Central. Las tripulaciones
hicieron fracasar la insurrección, los oficiales rebeldes fueron desarmados,
detenidos y en algunos casos fusilados. La mayor parte de la flota no se sumó
al golpe, quedando en manos de los comités revolucionarios de marineros .
En la noche
del 20 de julio, el mapa político era claramente desfavorable a los
insurrectos. La mayor parte de la flota y de la aviación no había apoyado el golpe.
Los rebeldes habían fracasado en Madrid y Barcelona, y en las dos terceras
partes más pobladas y más ricas, mientras que en Valencia se mantenían
indecisos, perdiendo un tiempo precioso que sería aprovechado por las
organizaciones obreras y por las tropas leales al gobierno. En las principales
ciudades donde habían vencido, encontraron una feroz resistencia que se
prolongó durante varios días.
Sin embargo
el principal fracaso de los insurrectos no era militar, sino político. La
revolución que habían pretendido evitar, se había desencadenado como respuesta
al golpe. El gobierno estaba seriamente desprestigiado. Antes de julio había
protegido a los principales dirigentes de la conspiración y se había negado a
apartarlos de los puestos de responsabilidad. Durante las jornadas, había
manifestado una clara falta de iniciativa política, paralizado entre el temor
al golpe y el temor a los revolucionarios. Esta parálisis había sido
aprovechada por los rebeldes para consolidar sus posiciones en una parte del
país, desde donde iniciar la guerra.
El poder
republicano, se había derrumbado como una baraja de naipes frente al sangriento
choque entre los dos campos en los que se había dividido la sociedad.
Desprovisto de su poder coaccionador, los cuerpos policiales y el ejército,
seriamente desprestigiado por su actitud antes y durante la sublevación,
el gobierno del Frente Popular era una mera ficción. Su único poder residía en
el apoyo que todavía le prestaban, directa o indirectamente, los partidos y
sindicatos obreros.
El verdadero
poder de la burguesía se había desplazado al ejército. Las clases propietarias,
la Iglesia y las organizaciones derechistas le habían entregado su apoyo
político y económico.
En el seno
del campo republicano, junto al poder formal, se situaba el nuevo poder
revolucionario: el poder de los comités y de las milicias obreras, formados
para combatir a los sublevados. Un poder que reflejaba la desconfianza de la
población trabajadora hacia el gobierno, y también que reunía el conjunto de
sus ilusiones y esperanzas de emancipación. Con esta situación, se
abría una etapa de dualidad de poderes.
"...(el poder) de Azaña y Companys, era ya demasiado débil para desafiar
la existencia del otro, a su vez, el otro poder, el del proletariado armado,
todavía no era bastante fuerte, bastante consciente de su importancia como para
prescindir de la existencia del otro" (91).
Sin embargo,
los comités revolucionarios, apoyados por los trabajadores, no estaban
dispuestos a ceder el poder que habían ganado con las armas, contra los
militares, y menos a un gobierno al que consideraban responsable por su
pasividad, de la insurrección.
La
participación de las masas en las jornadas de julio fue completamente
espontánea. La iniciativa de las direcciones de los partidos y sindicatos
obreros fue muy limitada. La movilización surgió, principalmente, de los
militantes de base de las organizaciones.
Los
dirigentes del PCE, de las diferentes fracciones del PSOE y de la UGT, centraban su actividad política en la subordinación al gobierno republicano. Esperaban
que fuera éste el que tomara la iniciativa, y menospreciaban (como en el caso
de la Izquierda Socialista) el peligro militar. En resumen, carecían de planes
serios con los que enfrentarse a la sublevación.
La CNT y la FAI, habían preparado en los últimos meses sus fuerzas para el enfrentamiento. Pero
su sobrevaloración tradicional del espontaneísmo, que tantos fracasos
sangrientos les había deparado en los años anteriores, limitó el alcance
de sus iniciativas. A pesar de las reuniones locales realizadas en
las semanas anteriores al 17 de Julio, el anarcosindicalismo carecía de un plan
estatal. No existía ningún tipo de coordinación entre las diferentes
agrupaciones territoriales. Lo que algunos historiadores han considerado
ingenuidad de los dirigentes anarcosindicalistas, no era más que una falta de
criterios claros sobre la situación. En este sentido, resulta
significativo, el rechazo mostrado por la mayor parte de los cuadros
libertarios a la propuesta de García Oliver, para formar un ejército de
milicias, durante el Congreso de Zaragoza. Los prejuicios fueron más fuertes y
se impusieron a la clarividencia del dirigente "anarcobolchevique"
(92).
La falta de
claridad del anarcosindicalismo no fue solamente en las jornadas de Julio. La
sobrevaloración del espontaneísmo, el desprecio por la estrategia y por
el análisis de la realidad, sustituidos por el voluntarismo de sus
militantes, resultaría fatal para los libertarios en los meses siguientes, que
acabarían dejándose arrebatar la iniciativa por sus adversarios.
La
espontaneidad y el voluntarismo revolucionario de las bases suplió
la falta de organización de los partidos y de los sindicatos ante la
sublevación. El ejército contaba con la disciplina, con sus pertrechos y su
armamento, con un plan de combate cuidadosamente preparado, tenía además, a su
favor, el elemento sorpresa y la parálisis del gobierno. Cabe
preguntarse
¿cómo fue posible que unas masas mal organizadas y pésimamente armadas,
pudieran vencer?. La participación de las escasas fuerzas que se mantuvieron
leales a la República tuvieron su importancia. Nadie lo pone en duda.
Pero resulta inverosímil pensar que ellas, por si mismas, pudieran
decantar la situación. Ésta no puede ser la explicación. Sólo el entusiasmo
revolucionario de las masas, que habían participado en los combates, que habían
paralizado el país con una huelga general, que habían colaborado en la
construcción de barricadas y ayudado a los combatientes, podía suplir con
creces las desventajas iniciales.
3.3 LA DUALIDAD DE PODERES EN CATALUNYA.
En realidad,
en los días posteriores a las jornadas de Julio, en Catalunya, no existió una
auténtica dualidad de poderes. La autoridad política del gobierno de la Generalitat se había derrumbado sin apenas resistencia, frente a una multitud revolucionaria
que, armada, se había adueñado de las calles. La dualidad de poderes en
Catalunya, aparecería posteriormente, después de que el proceso revolucionario
quedase truncado por el rechazo de la CNT a tomar el poder.
La mayoría
de los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI se negaron a aprovechar su triunfo para implantar el comunismo libertario, considerándolo en aquellas
circunstancias, como una acción dictatorial, contraria a sus principios
antiautoritarios. La Generalitat era impotente para extender su autoridad fuera
de sus propias Consellerías, frente a la proliferación de los comités
revolucionarios, que aparecerían, desperdigados, por toda Catalunya.
Fruto del
rechazo anarquista a tomar el poder, sería la creación del Comité Central de
Milicias Antifascistas. Fue este organismo, verdadero poder territorial en
Catalunya, el que simbolizó la dualidad de poderes y su evolución. Las
luchas internas que en él se desarrollaron marcarían el destino de los comités
y por consiguiente, también el de la misma revolución en Catalunya.
Sin embargo,
las vacilaciones de los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, y su renuncia al poder no siempre coincidiría con la actitud de sus propias bases.
Frecuentemente las acciones de la militancia fueron por delante, y desbordaron,
a sus dirigentes.
"(El gobierno de la Generalitat) en un intento de encauzar el ímpetu
revolucionario de las masas, autorizó al consejero de Trabajo a que, por medio
de la radio, diese cuenta de las disposiciones dictadas sobre rebaja de
jornada, aumento de salarios y aprobación de bases de trabajo pendientes. Antes
de publicarlas, estas disposiciones fueron puestas en conocimiento de delegados
de las llamadas corporaciones económicas, llamados a la Generalitat tales como el Fomento del Trabajo Nacional, Cámaras de la industria y de la Propiedad, etc., a quienes el consejero de Trabajo les expuso lo que acababa de decirle el
director de las minas de Suria. Todos los presentes estuvieron de acuerdo en
todo y el representante de la Cámara de la Propiedad ofreció además la rebaja de alquileres".
"No obstante, durante el curso de la reunión se produjo un hecho,
reiterado dos o tres veces, que dió al traste con la toma de responsabilidad
que se había iniciado por parte de los representantes patronales reunidos con
el Consejero de Trabajo, algunos de ellos fueron avisados de que no volvieran a
sus casas, puesto que habían ido a buscarles grupos de paisanos armados. Ello
representó la autodisolución de las corporaciones económicas" (93).
Los
representantes de la burguesía industrial catalana pronto comprendieron que las
concesiones que estaban haciendo, para frenar el alud revolucionario eran
completamente inútiles. Los trabajadores, dueños de la situación no olvidaban
que la patronal había apoyado tradicionalmente la represión contra el
movimiento obrer, y que numerosos patronos simpatizaban o habían apoyado
directamente la sublevación militar. La detención del director de las minas de
potasa de la población de Suria, por el comité revolucionario local, fue la
señal para la desbandada.
3.4 EL ANARCOSINDICALISMO FRENTE AL PODER. EL NACIMIENTO DEL COMITÉ CENTRAL DE
MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA.
Terminados
los últimos combates, la CNT se había convertido en el árbitro indiscutible de
la situación.El gobierno de la Generalitat se encontraba completamente desacreditada frente a los trabajadores. El ejército, con la mayoría de sus
oficiales y suboficiales, partidarios del golpe, había sido aplastado en los
combate. Las unidades que se habían mantenido fieles a la República, habían sufrido el efecto boomerang y con el decreto Giral, prácticamente se habían
disuelto. Los soldados, desertaban o se unían, contagiados por el entusiasmo
popular, a los grupos de revolucionarios armados. La situación en las filas de
la guardia civil y del resto de cuerpos policiales era similar. El gobierno
autónomo catalán, completamente marginado por la oleada revolucionaria, carecía
de los instrumentos necesarios para imponer su autoridad.
Sin embargo,
el presidente Companys, no estaba solo. Las organizaciones que formaban el
Frente Popular (Front d'Esquerres en Catalunya), desbordadas por la situación,
intentaban reagrupase en torno a la Generalitat, buscando su supervivencia política ante un movimiento revolucionario que todo lo
devoraba. Las fuerzas que apoyaban a Companys, significaban muy poco en
aquellos momentos, para poder servir de contrapeso al anarcosindicalismo
victorioso.
Los partidos
obreros catalanes del Frente Popular, el Partido Comunista de Catalunya (PCC), la Federación Catalana del PSOE, la Unió Socialista de Catalunya (USC) y el Partit Català
Proletari (PCP), acordaron acelerar el proceso de unificación, que estaba
en marcha desde hacía varios meses. Así, sin ningún tipo de Congreso de las
bases que lo sancionara y de forma completamente improvisada, nacía el 24 de
Julio, el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC). El nuevo partido,
de la misma forma que, poco antes lo habían hecho las Juventudes Socialistas
unificadas (JSU), se adhirió a la III Internacional, estalinizada.
Sin embargo,
y pese al reagrupamiento producido, el Partido Socialista Unificado, poco podía
contar en la nueva situación, frente a un movimiento revolucionario triunfante,
que había desbordado al gobierno y que había empezado a construir, sus propios
organismos de poder.
El día 20 de
Julio, Companys solicitó una entrevista con una delegación de representantes de
la CNT y de la FAI. Su intención era conseguir el apoyo del
anarcosindicalismo, sin el que resultaba utópico iniciar la recuperación del
poder perdido.
La asamblea
de la CNT-FAI, fue convocada el mismo día por la tarde, en los locales
incautados a la patronal catalana, el Fomento Nacional del Trabajo (y que se
habían convertido en la residencia de la Regional Catalana). El plenario fue organizado para discutir los resultados de la entrevista
con Companys y la situación que se había abierto con la derrota de los militares.
En él, pronto se reflejaron las divisiones que existían latentes en el
seno del anarcosindicalismo. Juan García Oliver, defendía la necesidad de
proclamar el Comunismo Libertario y de "ir a por el todo", Diego Abad
de Santillán se manifestaba partidario de la colaboración con el resto de
fuerzas políticas que habían intervenido en la lucha. Entre ambas posturas,
existía una intermedia, la de Manuel Escorza, que planteaba utilizar a la Generalitat para legalizar las conquistas revolucionarias, apoyándose en el aplastante
predominio del anarcosindicalismo entre los trabajadores, para desprenderse de
ella, cuando las circunstancias lo aconsejaran. La postura de Escorza, opuesta
a la de Diego Abad de Santillán porque negaba cualquier pacto con la Generalitat, consiguió el apoyo de la organización comarcal del Baix Llobregat. Finalmente,
se decidió enviar una delegación para entrevistarse con Companys, y conocer
cuales eran sus propuestas.
En la
entrevista, el presidente catalán adoptó una actitud astuta y prudente.
Reconoció lo que era más que evidente, su derrota política y la victoria de los
revolucionarios, para, seguidamente, poner su cargo a disposición de los
triunfadores. La postura de ofrecer la dimisión de un cargo que había perdido
toda autoridad política era más que un gesto patético, estaba cargada de
intencionalidad política. Si los libertarios tomaban la actitud de ir a todo
por el todo, la Generalitat y las organizaciones catalanas del Frente Popular
no tendrían futuro. Si por el contrario, la CNT decidía colaborar, se ganaría el tiempo necesario para preparar las condiciones que permitiesen a la Generalitat, recuperar el poder perdido.
"(Companys) realizaba una gran maniobra para salvar las instituciones del
poder y con ellas la propia política..., (que) en aquel momento estaba vencida.
Luis Companys salvaba las instituciones y salvaba , con ellas, su concepción
ideológica. Fue iniciar un proceso de tiempo y de paciencia con todos los altos
y bajos normales en un proceso como aquél, de recuperación del poder"
(94).
Los
delegados de la CNT y de la FAI se negaron a comprometerse hasta que el
Plenario Sindical decidiera. Companys los hizo pasar a otra sala, donde
esperaban los representantes del Frente Popular y el POUM. El presidente
de la Generalitat propuso la formación de un Comité de Milicias Ciudadanas,
para "encauzar la vida de Catalunya", y para organizar la lucha
contra los insurrectos, en aquellos lugares donde éstos todavía no habían sido
aplastados. La propuesta iba destinada a subordinar a los anarcosindicalistas
al carro de su política. Sin embargo, la profunda transformación revolucionaria
que se estaba desarrollando, iba a frustrar por el momento, sus planes.
A pesar de que los libertarios victoriosos retrocediesen frente al poder, iban
a imponer su propia concepción de lo que debía ser el Comité Central de
Milicias. El nuevo organismo iba a dirigir el poder durante los siguientes
meses, asumiendo la dirección política, económica y militar de Catalunya,
mientras que la Generalitat pasaría a ser un organismo simbólico, desprovisto
de toda autoridad tangible.
Poco antes
de la entrevista con la delegación anarcosindicalista, el presidente Companys
había realizado otra reunión similar con los representantes de las
organizaciones del Front d'Esquerres (ERC, AC, UGT, Unió de Rabassaires , el
Comité de enlace del nuevo PSUC) y con el POUM, (que mantenía una posición
ambigua). En la reunión se acordó crear un gobierno de concentración, en el que
se integrarían todas las organizaciones presentes. También se decidió la
formación de milicias populares que serían las encargadas de sustituir al viejo
ejército, y que estarían dirigidas por el nuevo gobierno. Solo Andreu Nin
estaría en desacuerdo con estos planes. El secretario del POUM argumentó
que sin el acuerdo de los anarquistas, verdaderos dueños de la situación,
cualquier plan era irrealizable, y que por lo tanto, habría que esperar
su respuesta definitiva (95).
El
historiador, Stanley G.Payne, afirma que los dirigentes de ERC y de
la Generalitat evitaron el enfrentamiento con los anarquistas, pese a contar
con "numerosas unidades locales de policía, así como regimientos de tropas
también leales, con los que hubiesen podido contar" (96). Los datos en los
que se apoya Payne, para basar sus conclusiones, son rigurosamente inexactos.
En Catalunya, apenas quedaban efectivos policiales, de la guardia civil o
del ejército, leales a la República, sin sufrir los efectos de la contaminación
revolucionaria, y que no hubieran acabado disolviéndose entre los combatientes
obreros. El gobierno de la Generalitat y el Front d'Esquerres, en
aquellos momentos, difícilmente habrían encontrado efectivos disponibles para
enfrentarse a los triunfadores de las jornadas de Julio. Companys rechazó la
posibilidad, sugerida por Joan Comorera, de utilizar las nuevas milicias
ciudadanas (que por otra parte, estarían integradas principalmente por
militantes libertarios y poumistas) contra la CNT, consciente de que el combate sería demasiado desigual, para poder pensar en la posibilidad de éxito (97).
El día 21,
el Comité regional de la CNT acordó aceptar provisionalmente, la propuesta de
Companys. Sin embargo, se reservaban el acuerdo sobre la participación de cada
sector en el nuevo organismo, y aplazaban la respuesta definitiva al Plenario
que debía realizarse.
Contando con
el apoyo de las organizaciones del Frente Popular y con la aceptación
provisional de su propuesta de los dirigentes de la CNT y de la FAI, Companys consideró que podía dar un nuevo paso en la recuperación del poder.
El mismo día, el Boletín Oficial de la Generalitat publicaba un decreto por el se creaban "las milicias ciudadanas, para la defensa de la República". Su jefe sería el comandante Enrique Pérez Farrás, que estaría subordinado al
Conseller de Defensa, Lluis Prunés i Sato. El Comité de las Milicias
Ciudadanas, propuesto por Companys a la CNT, se revelaba como un simple organismo de enlace de las diferentes organizaciones antifascistas, que estaría
subordinado a la autoridad política de la Generalitat.
En el Pleno
de las Federaciones locales y comarcales, después de que la delegación que se
había entrevisado con Companys, explicara el contenido de la entrevista, las
posturas aparecidas en la primera asamblea volvieron a reaparecer de nuevo. La
posición colaboracionista, defendida por Abad de Santillán, Federica Montseny y
por otros militantes prevaleció sobre la de García Oliver y de la delegación
del Baix Llobregat, que defendían la instauración inmediata del comunismo
libertario y la liquidación del Comité Central de Milicias. La postura radical
consideraba la aceptación de las propuestas de Companys como una claudicación,
en un momento en el que las fuerzas revolucionarias habían alcanzado la
victoria. Los colaboracionistas argumentaron que la implantación del comunismo
libertario, en aquellos momentos, sería caer en la tentación dictatorial, que
entraba en franca contradicción con los principios del anarquismo. Federica
Montseny consideró que esta situación sería finalmente salvada por las mismas
masas revolucionarias, desde la calle. La misma participación en el Comité
Central era ya, en si, una concesión, y éste debería ser abandonada, tan rápidamente
como las circunstancias lo hicieran posible (98).
Diego Abad
de Santillán argumentó que la instauración del comunismo libertario solo
serviría para desencadenar la intervención de las potencias imperialistas
europeas. En esta situación, la participación en el Comité Central de Milicias
solo podía tener efectos positivos para la CNT, sin perjuicio de gobernar desde la calle, pero sin caer en tentaciones dictatoriales (99).
El áspero
debate entre colaboracionistas e intransigentes terminó con la victoria de los
primeros. Solo la agrupación del Baix Llobregat votaría a favor de la propuesta
presentada por García Oliver de continuar el proceso revolucionario hasta las
últimas consecuencias. El resto de las delegaciones asistentes, votaron por la
colaboración en el seno del nuevo organismo de poder.
Rudolf de
Jong, en su excelente trabajo sobre el anarquismo y el doble poder en la guerra
civil española, defiende la existencia de terceras vías que no fueron contempladas
por los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI y que no presuponían ni la "colaboración democrática", ni la "dictadura anarquista". La
de la participación y potenciación del desarrollo de la revolución
"autogestionaria" que se estaba dando fuera del Comité Central y de la Generalitat, al margen de los comités centrales de los partidos y de los sindicatos, en
los comités revolucionarios, en las colectivizaciones que se desarrollaban por
toda Catalunya y por todo el estado español. Esta opción implicaba también,
acabar definitivamente, con el poder del moribundo gobierno catalán. Otra
alternativa que de Jong valora, era la aceptación de la colaboración en el seno
del Comité Central de Milicias, pero considerándolo como un organismo
provisional, que debía ser reemplazado, en el momento en el que las
circunstancias lo hubieran permitido, por otro nuevo, de tipo confederal,
creado a partir del proceso revolucionario (100).
Ambas
posiciones son muy similares, y defienden la necesidad de convertir los
comités revolucionarios locales y las Juntas de poder territorial, en
verdaderos soviets. La primera defiende la potenciación de los organismos
revolucionarios que aparecían por todas partes. Sin embargo, el desarrollo de
los organismos revolucionarios sólo era posible por medio de la
democratización y la ampliación sus bases sociales con la participación popular
en su seno. El poder revolucionario de los comités locales sólo podía
potenciarse mediante la coordinación y la estructuración territorial de éstos.
La segunda
opción que contempla de Jong, implicaba reemplazar el Comité Central, como
organismo burocrático de enlace entre los diferentes partidos y sindicatos, por
otro organismo de naturaleza democrática. La democratización sólo era
posible convirtiendo al Comité de Milicias en el organismo coordinador y
representativo de la multitud de comités revolucionarios de ámbito local
que existían.
Efectivamente, las alternativas contempladas por de Jong, nunca fueron
consideradas seriamente por los libertarios. Hacerlo hubiera implicado la
potenciación de los comités, su democratización, el aumento el poder de
decisión de sus bases sociales y por consiguiente, la liquidación definitiva
del gobierno de la Generalitat. Ambas opciones empujaban, directamente, hacia
la consolidación del poder revolucionario y hacia la construcción de un
pseudoestado, obrero. Esto hubiera significado la renuncia a uno de los dogmas
más preciosos del anarquismo, el completo rechazo, a cualquier forma de poder
estatal.
Sin embargo,
no parece que el problema que más preocupaba al sector colaboracionista, fuera
el de los principios. Como muy bien observa de Jong, al combatir la propuesta
de los intransigentes, los colaboracionistas olvidaban que, en el terreno de
los principios, la dictadura anarquista estaba tan en contradicción con sus
ideas como la colaboración en el seno del Comité Central de Milicias (101). El
lenguaje y los argumentos, confusos y contradictorios, expresaban el profundo
desconcierto que reinaba entre las filas anarcosindicalistas. Tanto la CNT, como la FAI, se encontraban desarmadas políticamente, para enfrentarse a los hechos que
se estaban desarrollando. Toda la larga tradición de apoliticismo y de rechazo
total a cualquier forma de poder, se volvía ahora contra ellos. Sin
pretenderlo, y en circunstancias que ellos no esperaban (como acostumbra a
pasar en la historia), tenían el poder en sus manos, un poder que no deseaban y
con el que tampoco sabían que hacer.
El
anarcosindicalismo carecía de política ante el poder, y era la realidad, la que
les obligaba a improvisarla. Es significativa la confesión que hizo, Helmut
Rüdiger, representante en Barcelona de la AIT, frente a las críticas que hacían los anarquistas extranjeros a la CNT española:
"Los que dicen que la CNT tenía que establecer su dictadura en 1936 no
saben lo que exigen,... Entonces, la CNT debía tener un programa de gobierno,
de ejercicio de poder, un plan de economía autoritariamente dirigida y
experiencia en el aprovechamiento del aparato estatal... Todo eso no lo tenía la CNT, pero los que creen que la CNT debía realizar su dictadura tampoco poseen este programa
ni para su propio país, ni para España. No nos engañemos: de haber poseído un
semejante programa antes del 19 de Julio, la CNT no hubiera sido la CNT, sino un partido bolchevique. De haber aplicado semejantes prácticas en la revolución
hubiera dado el golpe mortal definitivo al anarquismo" (102).
Careciendo
de programa, los dirigentes de la CNT-FAI se negaron a tomar el poder y
permitieron que la Generalitat sobreviviera, seguros de que su fuerza,
impediría que el gobierno catalán recuperara su antigua autoridad perdida.
Numerosos
historiadores como Rudolf de Jong o Vernon Richards, ponen en duda la
representatividad del Plenario que decidió la postura libertaria frente al
poder (103). Aunque las bases libertarias no fueron consultadas, es difícil
negar que los cuadros de la CNT-FAI, reunidos en aquel Plenario
representaban la sensibilidad de la mayor parte de la militancia, por lo menos
en aquellos momentos de desconcierto. Las circunstancias del momento,
difícilmente podían permitir la celebración de una Asamblea más democrática. Sin
embargo esta falta de representatividad acabaría convirtiéndose en permanente.
En aquellos momentos, tanto las bases como los cuadros dirigentes vivían
todavía la euforia de las jornadas de Julio. Creían que la colaboración con
Companys y con las organizaciones del Front d'Esquerres, sólo sería un
alto en el camino de la revolución y que no sería necesario romper su alianza
con los partidarios de la República. No se daban cuenta de que esta política acabaría ahogando a la misma revolución que pretendían defender.
3.5 LOS ÓRGANOS DEL PODER REVOLUCIONARIO. COMITES, PATRULLAS Y MILICIAS.
Como
consecuencia de las jornadas de julio, una verdadera explosión revolucionaria
sacudió los cimientos en el territorio donde los militares habían sido derrotados.
Una multitud de comités, dispersos por toda la geografía, aparecieron en
los pueblos y ciudades, y en los centros de trabajo.
La mayor
parte de la burguesía había apoyado o simpatizado con el levantamiento
militar. Entre los meses de Febrero y Julio, la fuga de grandes capitales y los
cierres patronales, había sido la tónica cosntante. Sólo en los quince días
anteriores a la sublevación militar, más de noventa millones de pesetas,
habían sido trasladados al extranjero. Poco antes de la sublevación, gran
número de propietarios decidieron ausentarse de sus propiedades y trasladarse
al extranjero, esperando que un desenlace victorioso para el ejército,
disiparía el peligro revolucionario que el gobierno del Frente Popular había
sido incapaz de detener. Con la derrota de los militares en la mayor parte de
la península, gran numero de propietarios que todavía no habían huido,
decidieron hacerlo, por temor a las posibles represalias.
Los decretos
del gobierno de Giral y de la Generalitat de Catalunya, cesando a los alcaldes
y concejales de signo derechista, llegaron tarde. La mayor parte de los
Ayuntamientos en todo el estado, habían dejado de existír. Habían sido
sustituidos por los comités revolucionarios, que se habían revelado como los
nuevos poderes locales.
La deserción
de la burguesía y de los funcionarios del aparato estatal provocó un verdadero
vacío de poder, que sería rapidamente ocupado por las organizaciones
obreras. Los trabajadores ocuparon los Ayuntamientos, las fábricas, las minas y
los talleres. Formaron sus propios comités que sustituyeron a las viejas
autoridades republicanas, y se encargaron de reorganizar la producción y la
vida cotidiana.
Los comités
eran un reflejo de la profunda desconfianza que sentían los trabajadores hacia
las autoridades republicanas, que habían permitido con su política, la
sublevación militar.
"El pueblo... experimentaba un sentimiento de profunda desconfianza, que
abarcaba todo y cegaba cualquier intento de organización. Lo triste es que
tenía razón para tal desconfianza, porque todos los organismos de estado lo
habían traicionado y los gobiernos, con sus errores, permitieron la realización
del movimiento subversivo. Su desconfianza se presentaba bajo dos aspectos:
uno, el que le producía la duda sobre la lealtad de los funcionarios del
estado: y otro, el consiguiente a desconfiar, no de la lealtad, sino del
acierto en las disposiciones que se dieron cuando estas se asemejaban a las del
anterior régimen. Su rencor se extendía a todo lo pasado, instituciones y
procedimientos; buscaba como Diógenes el ideal: aseguraban las libertades del
pueblo y que éstas no fueran jamás abolidas, para lo que se trataba de inventar
organismos nuevos que fueran perfectamente controlados y no pudieran incurrir
en los defectos de los anteriores, ni producir nuevas traiciones".
"De ahí, la creación de comités, que no era otra cosa que el control que
el pueblo establecía en todas las funciones estatales. No pretendía suplantar
al gobierno; quería sencillamente vigilar sus actos..." (104).
Felipe Diaz
Sandino describió perfectamente, el sentido y la naturaleza de estos organismos
revolucionarios, además de la conciencia que animaba a la mayor parte de sus
bases sociales.
Los comités
pretendían defender las libertades populares y lo que es más importante, y Diaz
Sandino no menciona, satisfacer las reivindicaciones históricas de la población
trabajadora, que la República, durante cinco largos años se había negado a
realizar.
Aunque la
génesis de los comités fué extremadamente heterogénea y compleja, el ejemplo de
Lérida, ciudad controlada por el POUM, es bastante representativo del
proceso:
"La grande y la pequeña burguesía fueron separadas del ejercicio del
poder; los partidos republicanos, genuinos representantes de la pequeña
burguesía, fueron barridos de la plaza pública... Durante los primeros días, la
constitución de la nueva ciudad revolucionaria quedó fijada. Una serie de comités
obreros atendían las necesidades perentorias y controlaban todas las
actividades (abastecimientos, transportes, ejército, seguridad revolucionaria,
etc.). El POUM convocó una reunión de organizaciones sindicales. De esta
histórica reunión salió pujante y fuerte un nuevo orden (sin ninguna relación
con el gobierno de Madrid y el de la Generalidad de Catalunya)... La clase obrera ejerció su poder a través de tres organismos, independientes en su
funcionamiento, pero estrechamente ligados en sus directivas. Partiendo del
principio de que todo el poder emanaba de la clase obrera, ésta, por medio de
las juntas de todos los sindicatos de la CNT, UGT, y de la FOUS (Sindicato dependiente del POUM), junto con la delegación de un solo partido, el POUM,
se constituye en poder legislativo. Su misión era estudiar y fijar las normas
sobre todos los problemas. La asamblea de las juntas de los sindicatos delega
el poder ejecutivo en las personas de los comisarios de la Generalidad y Ordén Público y en el Comité Popular Antifascista. Este comité queda
constituído por representantes de las mismas organizaciones sindicales y
políticas de la asamblea. Dos representantes por organización. Su misión es
cumplir las disposiciones acordadas por la Asamblea. Las dos comisarías tienen las funciones propias de su cargo. La de la Generalidad (dirigida por Joaquín Vila, militante de las UGT) se ocupa de cuestiones
económicas, la del Orden Público (dirigida por José Robles, miembro del POUM)
de la seguridad revolucionaria. La asamblea de los sindicatos establece el
orden judicial... Crea el Tribunal Popular Revolucionario". (105).
El poder
político de las clases medias había sido expropiado por la revolución. Sin
embargo, la voluntad de la población trabajadora y de las masas revolucionarias
sólo llegaría a expresarse en la gestión del nuevo poder, de forma indirecta, a
través de sus organizaciones tradicionales, los sindicatos y los partidos
obreros, o lo que es lo mismo, a través del aparato de éstos.
Los comités
no sólo ejercieron las funciones de los gobiernos municipales abandonados, sino
que fueron mucho más lejos en su tarea de llenar el vacío de poder. Los nuevos
organismos revolucionarios actuaron como verdaderos gobiernos locales en las
poblaciones donde habían aparecido. Se preocuparon del abastecimiento de
víveres de la población. Crearon sus tribunales populares que se encargaron de
administrar justicia.
Formaron su
propia policía, las patrullas de control o las milicias de retaguardia, que
aseguraron el nuevo orden revolucionario. Formaron milicias de voluntarios, que
se dirigieron a combatir a los sublevados, en aquellos lugares, donde éstos,
habían triunfado. Los comités se encargaron de muchas otras funciones (sanidad,
educación...). Confiscaron los edificios religiosos y las propiedades de
la burguesía, que había huido. Las propiedades confiscadas fueron utilizadas
como cooperativas agrícolas, escuelas, guarderías, almacenes de víveres y de
armamento, locales de las organizaciones políticas y sindicales, y para otras
muchas funciones y servicios que eran necesarios para la comunidad (106).
En algunas
de las grandes ciudades, como Barcelona, aparecieron comités de barricada,
descendientes directos de los viejos grupos de defensa de la CNT y de la FAI. El conjunto de estos comités se articularon en una verdadera
federación. Se encargaron de administrar sus respectivas áreas de influencia,
convirtiéndose en el único poder existente, en los primeros momentos de la
revolución. En palabras de un periodista francés testimonio de los
acontecimientos.
"... se ha hecho aquí con el poder. El gobierno civil es una figura
simbólica, es un pálido girondino ante unos jacobinos, en comparación con los
cuales, los nuestros, fueron simples aficionados" (107).
De forma
precipitada, se crearon tribunales populares que tuvieron que suplir las
funciones del viejo aparato judicial. Los antiguos magistrados fueron relevados
de sus puestos, mientras que los elementos más reaccionarios fueron detenidos y
en algunos casos, fusilados. Los archivos judiciales y los registros de la
propiedad fueron quemados y saqueados por la multitud. De esta forma, la
multitud expresaba su odio hacia el viejo orden social.
Los nuevos
tribunales, formados con representantes de todas las organizaciones
antifascistas, se encargaron de administrar, de manera improvisada, la nueva
justicia.
La nueva
polícía revolucionaria, Las patrullas obreras de retaguardia
se encargaron de vigilar por la seguridad interna del nuevo orden social.
Llevaron a cabo la represión contra los simpatizantes de la sublevación, y
evitaron, en muchos casos los saqueos, los excesos y las venganzas personales,
protagonizados por el lumpenproletariado y por algunos de los elementos
revolucionarios más exaltados.
Los nuevos
organismos aparecieron también en el interior de los restos de los viejos
cuerpos policiales, los guardias de asalto, y la guardia civil (reconvertida
rapidamente, en guardia republicana). Estos comités, creados a iniciativa de
los mismos guardias de base, se encargaron de la vigilancia y de la
depuración de los elementos sospechosos de simpatizar con la sublevación.
La práctica
desaparición de cualquier sector del ejército, fiel al gobierno y el
fermento revolucionario que se estaba desarrollando por todo el país, fueron
las causas de la rápida aparición de un improvisado ejército de voluntarios,
dispuestos a terminar con los últimos reductos de los sublevados. Las
estimaciones más ajustadas hablan de más de 100.000 milicianos en todo el
Estado. La mitad de ellos pertenecían a los sindicatos de la CNT, 30.000 a la UGT, 10.000 al Partido Comunista, 5.000 al POUM (en su mayor parte, en
Catalunya). A las milicias obreras se unió un contingente de 12.000 guardias de
asalto, algunos centenares de guardias civiles, algunos miles de soldados y
apenas 200 oficiales del antiguo ejército (108).
El
improvisado ejército de voluntarios en el que se constituyeron las milicias, se
caracterizó por su igualitarismo, reflejo de los ideales de la revolución que
estaban llevando a cabo. Se abandonaron los nombres de las antiguas unidades,
los uniformes, el saludo castrense, el código militar y todos aquellos rasgos
que pudieran recordar al viejo ejército de castas que había protagonizado la
sublevación. Los oficiales y suboficiales que carecían de privilegios y de
distinciones que los diferenciara de la tropa, eran elegidos frecuentemente por
ésta en asambleas de milicianos. Sin embargo, eran normalmente los altos mandos
y los delegados de las organizaciones políticas y sindicales, los que hacían la
elección de los mandos. Su autoridad sólo era utilizada en los combates.
Indiscutiblemente, en ocasiones el afán igualitarista fué llevado, a extremos
anecdóticos, y a menudo se dieron grandes dosis de ingenuidad.
(109).Frecuentemente también se cometieron graves errores que limitaron la
capacidad de los combatientes. Las órdenes de los mandos eran a
menudo, discutidas en plenarios y en ocasiones, desobedecidas por los
milicianos, si éstos no se mostraban en acuerdo.
Los errores
de las milicias serían utilizados por los partidarios de la reconstrucción del
viejo ejército republicano, para denigrarlas. Sin embargo, hasta sus
adversarios más decididos, tuvieron que reconocer que el avance de los
sublevados solo pudo detenerse, durante los primeros meses, gracias a la acción
de las milicias populares.
La
estructura del improvisado ejército revolucionario era, por lo general,
profundamente democrática. En el Frente de Aragón, las asambleas de milicianos
escogían a sus representantes, uno por cada veinte combatientes. Los
delegados, a su vez, formaban un Comité General de la agrupación, que era
el intermediario entre las asambleas y el Comité Ejecutivo.
Este
organismo rector era el encargado de llevar a cabo los acuerdos tomados por los
milicianos. Las asambleas eran convocadas periodicamente para discutir y
resolver los problemas a los que se enfrentaban. Los cargos eran responsables
de su gestión ante la tropa que los había elegido y podían ser revocados en
cualquier momento, si así lo decidían las bases.
Los
"Consejos de obreros y de soldados" aparecieron por iniciativa de la CNT y de la UGT, primero en Catalunya, para extenderse rapidamente al resto del
territorio "republicano". Estaban formados por delegados de las
milicias y por representantes de los partidos y de los sindicatos que las
integraban. Dirigieron el trabajo de vigilancia y depuración de los militares
profesionales que se habían integrado en las milicias como asesores técnicos.
Los revolucionarios veían en ellos, con razón o sin ella, a los representantes
del viejo y odiado ejército, sospechosos de simpatizar con el enemigo. Los
consejos de delegados se encargaron también de representar a los milicianos
frente a los mandos.
Es
importante destacar la importancia obra de las milicias, al extender la
revolución y sus conquistas, a las tierras recuperadas a los sublevados. Sólo
de esta forma, podemos comprender, como las improvisadas milicias,
"carentes de organización y experiencia militar, de armas y de
mandos" pudieron enfrentarse con éxito a un ejército, que era claramente
superior a ellas, en todos los aspectos convencionales.
"En efecto, carentes de organización y experiencia militares, de armas y
de mandos, los obreros solo podían compensar este desequilibrio mediante el
entusiasmo, y el entusiasmo no podía generarse por la idea de defender una
República que había perseguido a buena parte del movimiento obrero y que había
permitido que estallara la guerra civil. Ese entusiasmo, que debía ocupar el
lugar del ejército, de las armas, de la experiencia militar, solo podía surgir
de la convicción de que se defendía la propiedad del pueblo, es decir, la
revolución" (110).
Apenas
acabados los combates, los sindicatos descombocaron la huelga general que había
paralizado todo el estado. Era necesario recuperar cuanto antes, la
normalidad en los centros de trabajo, para poder suministrar lo necesario en
los frentes de batalla. Los trabajadores encontraron cerradas las empresas y
las industrias donde trabajaban. La mayor parte de los propietarios y de los
técnicos habían huído.
"Aunque el día 20, lunes, todavía seguía la consigna de huelga general,
los obreros se dirigieron a sus empresas. No sabían si a trabajar o a
curiosear. Había en el aire de los barrios, la sensación de que las cosas eran
distintas.
El martes 21. En la mayoría de las empresas grandes no estaba el dueño, ni los
gerentes, a veces ni siquiera los ingenieros. Ahí, la inquietud se concretó. Si
las empresas no funcionaban. ¿qué pasaría?" (111).
La
improvisación y la creatividad fueron la tónica general en los centros de
trabajo.
"... cada industria, cada empresa, se puso a funcionar por
simple iniciativa del propio proletariado, con todos los
inconvenientes que se producen en las simples improvisaciones... ellos mismos,
desconectados en los primeros momentos de sus propios sindicatos y de sus
propios dirigentes ideológicos, se constituyen en asamblea, la cual escoge a
quienes consideran más capacitados para poner en funcionamiento la empresa. Si
esta requiere una dirección técnica muy especializada se va a buscar, si no se
ha presentado, al elemento técnico que les merece más confianza y lo ponen como
directivo máximo" (112).
En numerosas
ocasiones, los mismos patronos que no habían huido, fueron incorporados a los
centros de trabajo como simples técnicos o trabajadores.
La
iniciativa de los comités partió, principalmente de los militantes de las
organizaciones obreras, que serían seguidos por el resto de los trabajadores.
En muchos casos fueron los antiguos comités de empresa, los que dirigieron la
puesta en marcha de la producción. A pesar de las jornadas de julio, la
producción apenas se interrumpió durante dos o tres días. Cuando se reinició el
trabajo, todo volvió a funcionar como antes. A medida que la vida cotidiana se
ponía en marcha, se registraba una actividad frenética de los sindicatos para
coordinar a los comités, que pedían desorientados, asesoramiento e
instrucciones.
El
anarcosindicalismo, por su peso en el movimiento obrero catalán, y su fuerte
presencia en otras regiones del estado, jugó un papel fundamental. Los
militantes de la CNT y de la FAI, empujados por la realidad, se vieron
empujados a renunciar a sus principios de rechazo a cualquier forma de poder y
acabaron por convertirse en la fuerza principal que impulsó la creación
de los comités. El poder estatal, rechazado en la cúpula por sus dirigentes,
fué ejercido sin paliativos a nivel local por los militantes de base que no
despreciaban las medidas autoritarias para consolidar su revolución.
"El Estado proletario brotaba poderosamente por todas partes, de las
propias filas anarquistas" (113).
Es
importante destacar la absoluta espontaneidad del
fenómeno revolucionario. Fruto de ésta, fué la gran variedad de nombres que
adoptaron los comités, en las diferentes localidades. Los nuevos
organismos fueron la obra espontánea de las bases de los partidos, de los
sindicatos, y también de gran número de trabajadores no afiliados, que
decidieron sin esperar las órdenes de sus dirigentes, llenar el vacío político
y enfrentarse a los graves problemas que se presentaban.
"En esas primeras semanas posteriores al 20 de Julio ni siquiera los
partidos y organizaciones controlaban a sus afiliados" (114).
El carácter
espontáneo de los comités y de su obra, pone en evidencia la profunda
naturaleza anticapitalista de la revolución española frente a todos aquellos
que prefieren reducirla a una simple guerra civil, o bien a una hipotética
revolución democrática burguesa que solo fué rebasada por algunos sectores
extremistas.
Las
organizaciones obreras carecían por completo, en los primeros momentos, de un
programa político que les permitiera enfrentarse con la situación
desencadenada.
"Los socialistas no lo aprovechan porque de hecho habían perdido su
impulso revolucionario y se diluían en divisiones más o menos provocadas, por
una demagogia a la cual les impulsaban otras formaciones proletarias; los
comunistas tampoco no lo aprovechan porque su fuerza numérica aún era muy
inferior y porque ya habían iniciado su evolución, marcada por Moscú, hacia un
conservadurismo local, y los anarquistas porque, numericamente superiores solo
en Catalunya y Aragón, no tenían una concepción clara de la forma de como
tenían que hermanar su deseo revolucionario y su realización práctica"
(115).
Sin embargo
no hay que caer en el error de considerar a los comités y su obra
colectivizadora, como el reflejo de una plena conciencia revolucionaria de los
trabajadores. La acción espontánea también fué una consecuencia del vacío de
poder político (derrumbe de la República y de sus instituciones) y económico (huída de la burguesía). La reacción fué en gran parte instintiva para la
mayoría de los trabajadores. Sólo una minoría organizada veía con
claridad la meta final del proceso revolucionario que acababa de iniciarse.
A menudo,
los historiadores conservadores o simpatizantes del orden republicano, han
atribuído a los comités revolucionarios, numerosos excesos, venganzas
personales,... Sin lugar a dudas, algunos en ocasiones, fueron responsables de
parte de los excesos perpetrados durante los primeros meses de la guerra civil.
En toda revolución se liberan odios acumulados durante siglos de miseria y de
explotación, y por lo tanto, va acompañada de excesos inevitables. Juzgar la
obra de los comités por estos hechos, significaría disimular la represión fría
y planificada que llevaron a cabo sus adversarios, tanto en el bando
republicano, como en el franquista Significaría también minusvalorar, pese a
los errores cometidos, los importantes éxitos conseguidos en la improvisada
puesta en marcha de la economía en el bando "republicano".
Los excesos
se produjeron en los momentos de desorden y de vacío de poder. La espontaneidad
del fenómeno y el hecho de que no existiera ningún órgano del poder
revolucionario que centralizara y coordinara las actividades de los comités,
fué una de las causas de los posibles excesos de violencia que se pudieran dar.
Los comités,
aparecidos al calor de la derrota del ejército y del derrumbe del poder
del poder republicano, se formaron por lo general, con los militantes de las
organizaciones obreras que contaban con mayor popularidad entre la población.
Victor Alba da un importante testimonio sobre los procedimientos que se
siguieron en la elección de los delegados de los comités.
"fué una selección hecha por la base, sin formalidades, aunque a
veces se designaron en asambleas, por una especie de concenso. Solo en
localidades grandes se recurrió a asambleas con elecciones, más o menos
democráticas, para seleccionar a los miembros de los comités. No faltaron los
lugares donde fueron los comités de cada organización quienes hicieron las
designaciones" (116).
Al contrario
de lo que parece afirmar Victor Alba, la democracia interna de los comités era
inversamente proporcional a la importancia de las poblaciones. En las grandes
ciudades, el peso de la burocracia de las organizaciones obreras se hizo
sentir, en detrimento de la democracia. Eran los dirigentes, los que por
medio de negociaciones y pactos con las demás fuerzas políticas y sindicales,
escogían a sus representantes.
"Rara vez los comités ratificaron su composición mediante un voto más
amplio, en los días que siguieron a su designación... de hecho, la
<<base>> no ejerció un dominio verdadero más que sobre los comités
de pueblo o de empresa. En el escalón superior, la voluntad de las
organizaciones fué preponderante" (117).
La
democracia en los comités se relegaba a las poblaciones de menor tamaño y a los
centros de trabajo. A menudo, los delegados de los comités fueron elegidos en
asambleas abiertas, por los miembros de la comunidad o del centro de
trabajo. La proximidad entre los delegados y sus bases, hacía que éstos últimos
ejercieran un control directo sobre la gestión que realizaban sus
representantes. A menudo, los asuntos más importantes eran discutidos en
asamblea por la comunidad y no sólo por los delegados del comité. En la
composición de los comités se cuidaba con frecuencia, que las minorías
estuvieran representadas.
"La mayoría de los comités eran elegidos democráticamente por los
trabajadores, milicianos, marinos y campesinos, sin distinción de tendencias,
realizándose así la democracia proletaria..." (118).
Los comités,
a pesar de ser elegidos generalmente en asambleas, no representaban la
opinión real de los trabajadores, sino que reflejaban la correlación de fuerzas
que existía entre los sectores más avanzados que estaban organizados en los
partidos y en los sindicatos (119). Muchas de estas características hacen
que éstos deban ser comparados, no con los soviets rusos de 1917, sino
con las Juntas revolucionarias españolas del siglo XIX (120).
COMPOSICION DE LOS COMITÉS EN DIFERENTES POBLACIONES DE CATALUNYA (Datos de
Cesar M.Lorenzo) (121).
VICH:
2(CNT),1(FAI),1(ERC),1(UGT),1(POUM),1(UdR).
VALLS:5(CNT),2(ERC),2(USC)1(UGT),1(POUM).
BADALONA:2(CNT),2(FAI),1(ferroviarios
CNT),1(PS),1(PC),
1(UGT),1(UdR),1(AC),1(Estat
Catalá),2(ERC),1(POUM).
GARRIGUELLA:1(CNT),1(POUM),2(ERC).
CABANES: 3(CNT),1(POUM),1(ERC),2(Ayuntamiento).
VILLAJUICA:1(CNT),1(ERC),1(UdR),1(Ayuntamiento).
AGULLANA:2(CNT),2(UGT),2(POUM),1(ERC).
PONTS DE MOLINS:4(CNT),4(ERC), más el alcalde, liberal.
ROSAS: 4(CNT),3(ERC).
Los
comités-gobierno eran los herederos de las Alianzas Obreras que habían
protagonizado los hechos de Octubre de 1934, y como éstas, arrastraba las
mismas limitaciones. Los nuevos organismos, de la misma forma que las viejas
Alianzas, eran fruto del acuerdo entre los diferentes partidos y sindicatos, y
por lo tanto tenían el mismo funcionamiento "burocrático" que
aquellas.
Sin embargo, la debilidad política de los comités era mayor. Las Alianzas
Obreras locales habían tenido su representación jerárquica en las Alianzas
regionales o nacionales, existía un verdadero vínculo directo entre ellos. Los
comités revolucionarios en cambio, se encontraban dispersos, sin ningún tipo de
relación con las Juntas que representaban el poder territorial. Las directrices
políticas de éstas últimas, sin ningún tipo de relación jerárquica,
chocaban con frecuencia con la oposición de los comités locales y sólo se
transmitían a través de los militantes de las organizaciones que estaban
presentes en ambos organismos.
Los comités
no mantenían estrictamente la condición clasista que habían defendido las
Alianzas Obreras. Frecuentemente, los partidos republicanos o militantes
destacados de éstos, tenían su representación en los comités, en las
localidades donde estaban implantados. La condición interclasista era una
consecuencia lógica del pacto que se había realizado en la cúpula, por las
direcciones de las organizaciones obreras con el gobierno y con las
organizaciones republicanas.
A pesar de
la dispersión de los comités, la existencia en muchos casos de coordinadoras
comarcales o cantonales, confirman la existencia de una tendencia de los
trabajadores a constituirse espontaneamente en un poder revolucionario de tipo
soviético o asambleario. Fué la incomprensión de las organizaciones que se
reclamaban de la revolución, especialmente la CNT y en mucha menor medida el POUM, sobre la naturaleza y el papel de los comités en la revolución, la que
impidió que estas coordinadoras establecieran su representaciòn y su control
sobre los organismos de poder territorial.
La falta de
una organización que estuviera dispuesta a llevar a cabo la estructuración de
los dispersos comités, en un verdadero estado obrero, llevó a muchos de éstos,
a convertirse en verdaderos cantones casi independientes. Cada comité de pueblo
o de suburbio se convirtió en el responsable de sus propias acciones y fué muy
difícil establecer algún tipo de unidad orgánica o de coordinación. Sin
embargo, la causa de las dificultades para someter a los comités a una
autoridad superior, residía en la escisión creciente que existía entre éstos y
las Juntas territoriales, cada vez más subordinadas a la autoridad en
vías de recuperación del gobierno de la República.
El fenómeno
de los comités revolucionarios que surgió en todo el territorio
"republicano", no tuvo un carácter homogéneo. Su implantación, el
radicalismo de su obra, sus relaciones con las autoridades
gubernamentales y con las Juntas territoriales, dependió en gran manera
de la correlación de fuerzas existente en cada una de las zonas del estado. La
falta de un organismo centralizado que se convirtiera en la cúspide del poder de
los comites, fué también una de las causas de su gran heterogeneidad, tanto en
la forma, como en su funcionamiento.
El caso de
Euskadi es perfectamente ilustrativo. La fuerza del nacionalismo burgués fué un
obstáculo insalvable para que los comités-gobierno se multiplicaran y se
consolidaran como un verdadero poder alternativo. En ocasiones, bajo el nombre
de los comités, siguieron subsistiendo los viejos Ayuntamientos. La hegemonía
aplastante del Partido Nacionalista Vasco impidió la realización de las
expropiaciones. Las propiedades de la burguesía vasca fueron respetadas. (Este
tipo de comités, escasamente desarrollados como órganos embrionarios del nuevo
poder revolucionario, hizo su aparición también en otros territorios del
estado, como en Extremadura).
En Asturias,
la industria, el comercio y los servicios quedaron socializados. La producción
estuvo bajo control de los consejos obreros y de los sindicatos, mientras
que su dirección quedaba en manos de las Juntas territoriales de
Gijón y de Sama de Langreo. Los comités de empresa se limitaron a controlar la
producción en los centros de trabajo, bajo la influencia socialista,
tradicionalmente mayoritaria en la región (122). (El ejemplo de Asturias, con
sus propias variantes, se desarrolló en algunas zonas de Andalucía y en toda
Catalunya).
Otro ejemplo
característico fué el caso de Madrid, donde la dispersión fué la tónica
dominante. Cada partido, cada sindicato, tenían sus propios comités, su propia
policía, sus milicias, sus tribunales y sus prisiones. Cada organización
funcionaba en la práctica como un microestado, en convivencia con lo que
quedaba del estado central.
Es difícil
analizar la conciencia de las masas en plena situación revolucionaria, sin caer
en los tópicos tradicionales. A menudo, unos ensalzan el grado de conciencia,
hasta convertir a los trabajadores, en revolucionarios completamente
conscientes de las circunstancias y perspectivas de la obra que habían
iniciado. Otros los convierten en una masa dócil, dirigida y manipulada por una
pequeña minorìa de conspiradores. La conciencia de las masas, en medio de un
proceso revolucionario, es algo infinitamente más complejo, que cualquiera de
los esquemas simplificadores. Los grados de conciencia varían hasta el
infinito. Desde los sectores más atrasados de los trabajadores, que inician su
incorporación al proceso de transformación social, hasta los que constituyen su
vanguardia organizada en los partidos y sindicatos:
"Sin embargo, en el curso de una revolución, la conciencia de clase, es el
proceso más dinámico que puede darse, el que determina directamente el curso de
la revolución" (123).
Las clases
populares, el proletariado urbano, el campesinado pobre (jornaleros, pequeños
propietarios) y la pequeña burguesía urbana mantenían una serie de
reivindicaciones históricas que hasta el momento, no habían sido satisfechas.
La monarquía de Alfonso XIII, y la dictadura del general Primo de Rivera
habían sido un obstáculo. La República había sido recibida por la inmensa mayoría de la población, salvo por una pequeña minoría de grandes propietarios,
con inmensas esperanzas. Sin embargo, cinco años después, la República, poco o nada había hecho para satisfacerlas.
Las ocupaciones
de tierras, las huelgas generales o parciales, por motivos económicos,
políticos o solidarios, realizadas entre los meses de Febrero y Julio de 1936,
reflejan el creciente descontento y la desconfianza que existía
hacia los métodos legales o parlamentarios. La masividad de estas
movilizaciones nos permiten afirmar que la conciencia del proletariado y del
campesinado, reflejaba confusamente estos deseos de liberación social. La República los había defraudado. Las escasas reformas que se iniciaron durante el período de
la coalición republicano socialista, habían sido anuladas durante el bienio
negro, en el que había gobernado la reacción derechista.
La
sangrienta represión de Octubre de 1934 había sacudido los cimientos de
la conciencia de los trabajadores.
Paradójicamente, esta última había dado la victoria electoral, en el mes
de febrero de 1936, a un moderado Frente Popular que prometía la
amnistía para los represaliados por el gobierno derechista, pero
que defendía un programa conservador que no respondía a las
reivindicaciones históricas de la población. Cuando las masas llegaron a
impacientarse por las duras condiciones de penuria en las que sobrevivían,
pasaron a utilizar la acción directa. Las autoridades republicanas
izquierdistas del Frente Popular, reprimieron sin contemplaciones las
movilizaciones, en nombre del sagrado principio de la propiedad.
Las jornadas
revolucionarias de Julio, desencadenaron en Catalunya y en toda España, las
profundas aspiraciones de liberación de las clases populares. Después de haber
participado en los combates callejeros, o de haber apoyado a los que lo hacían,
no estaban dispuestos a confiar en un gobierno totalmente
desprestigiado, que carecía de sus cuerpos policiales y de su ejército, a
los cuales poder recurrir para imponer su autoridad.
Durante el
período revolucionario, los comités y su obra actuaron como un verdadero
catalizador en la conciencia de los trabajadores.
"El hombre común tuvo pues, la impresión de que no sólo era el amo
de las empresas abandonadas, sino también de las instituciones municipales o
privadas abandonadas o paralizadas" (124).
Podríamos
añadir que también empezaba a serlo de su propio destino. En el campo y en la
ciudad, muchos trabajadores presentían, en la derrota de los militares y en la
huida de los odiados patronos, su oportunidad histórica para liberarse de
tantos siglos de explotación. Aquella que tanto habían prometido los dirigentes
de sus organizaciones. Los jornaleros en el campo vieron la posibilidad de
acceder, de forma individual o colectiva, a la propiedad de la tierra. Sin
embargo es importante destacar que gran parte del campesinado pobre, escogió la
via de la explotación colectiva de las propiedades, superando el tradicional
individualismo campesino. Sin lugar a dudas, el tradicional arraigo del
anarquismo en muchas zonas rurales, fué un factor decisivo en la aparición y
desarrollo de esta conciencia socialista agraria. Fué el instinto revolucionario,
el que convirtió a los trabajadores en los artífices de los comités
revolucionarios y de su obra: las colectivizaciones.
Aunque los
comités se convirtieran en verdaderos embriones del estado obrero, esta idea no
estaba claramente definida en la conciencia de sus bases sociales. Con ellos,
los trabajadores pretendían cubrir el vacío de poder dejado por el derrumbe de
las autoridades republicanas, solucionar sus problemas históricos y también sus
necesidades más inmediatas.
" (Lo que quería la clase obrera) era tener el salario asegurado, en
ausencia de quien tradicionalmente lo pagaba. Buscó esta seguridad, no en
medidas gubernamentales, sino en sus propias medidas. Los obreros, de momento,
no pensaron en ejercer este poder que les daba el tener armas y el haber ganado
las jornadas más que en una cuestión, la de asegurarse el salario del sábado
siguiente" (125).
Desconfiaban
de las autoridades republicanas que habían permitido con su política, que
estallara la sublevación militar.
Cumplían sus más profundos deseos de satisfacer sus reivindicaciones
históricas. Pero, salvo su vanguardia organizada, la mayoría de los
trabajadores no eran completamente conscientes de la incompatibilidad que
existía entre los comités, su obra y el estado republicano en ruinas que
pugnaba por resurgir, y con el que habían pactado y colaboraban sus
direcciones políticas y sindicales.
La pequeña
burguesía urbana, junto a importantes sectores del campesinado (pequeños y
medianos propietarios), vieron con agrado la caída del gran capital que los
había condenado inexorablemente a la ruina. Los pequeños propietarios
agrícolas veían en la situación revolucionaria, la oportunidad para
desembarazarse del pesado yugo de los grandes terratenientes. Sin embargo, la
pequeña burguesía también veía con recelo y temor a los trabajadores y
sus posibles excesos expropiadores. Las clases medias adoptaron en muchos
casos, una actitud neutral o de tímido apoyo a la revolución que se acababa de
iniciar. No estaban dispuestas a arriesgar su vida oponiéndose a la revolución.
El
verbalismo izquierdista de los socialistas, sus divisiones internas y su
desconcierto frente a los hechos, los incapacitaba para convertirse en una
verdadera alternativa para las clases medias. Fué el PCE-PSUC con su política
audaz y decidida, en defensa de los intereses de estos sectores sociales, quién
recogió en los meses posteriores, su apoyo. La táctica que iban a seguir los
revolucionarios iba a ser preciosa para decidir hacia qué lado iban a
decantarse las clases medias, y por lo tanto, en gran parte, cual iba a ser el
destino de la misma revolución.
El
funcionamiento de los comités revolucionarios, verdaderos embriones de
estado obrero y la reorganización autogestionaria de la
producción en los centros de trabajo, hizo que los obreros y el campesinado
pobre creyeran que había llegado la hora de la nueva sociedad. Sólo esta nueva
conciencia liberadora y revolucionaria puede explicar el entusiasmo, el arrojo
y la improvisación con la que se enfrentaron, no sólo a los militares
sublevados, sino también a los retos que presentaba la nueva organización de la
producción y de la vida cotidiana en general.Los comités revolucionarios
estuvieron formados, principalmente, por militantes socialistas, anarquistas y
comunistas.
La
hostilidad o la incomprensión con la que sus direcciones políticas se opusieron
a su obra y el hecho de que no existiese ninguna organización que apoyase con
claridad, la vocación estatalista de los comités, hizo que éstos acabaran
subordinándose, no sin oponer resistencia, a las autoridades republicanas.
Aunque los trabajadores se aferraran a sus comités y desconfiaran de los
llamamientos al desarme de la retaguardia, no podían oponerse indefinidamente,
sin tener que enfrentarse a los dirigentes de sus propias organizaciones.
Socialistas
y comunistas oficiales en nombre del Frente Popular, pronto se mostraron
partidarios de disolver los comités y de reconstruir las instituciones
republicanas. El hecho de que los trabajadores se empeñaran tercamente en no
abandonar lo conquistado, cuestionaba su proyecto de construcción de una
"democracia avanzada", que había sido superada por gran parte de la
población.
Los nuevos
organismos revolucionarios, formados en muchos casos por militantes de estas
organizaciones, actuaban frecuentemente por su propia cuenta, al margen de las
directrices de sus direcciones políticas. A menudo, sus líneas de acción
entraban en abierta oposición.
"... donde militantes socialistas y estalinistas hacían prácticamente la
revolución, mientras sus dirigentes predicaban la democracia
burguesa y preparaban la reorganización del Estado" (126).
Las aspiraciones
de los trabajadores y del resto de las clases populares, estaban simbolizadas
por el poder de los comités y se hicieron realidad en la obra de éstos. Sin
embargo no fueron recogidas, por diferentes razones, por las organizaciones que
los representaban.
Unos se
empeñaban en volver a la situación anterior a Julio, que había demostrado hasta
la saciedad, sus límitaciones insalvables. Al liquidar las conquistas
revolucionarias, consideradas como "excesos" de los trabajadores,
manipulados por "extremistas", introducían la desmoralización entre
las masas revolucionarias y, simultáneamente, debilitaban el suelo político en
el que se apoyaban, facilitando el avance de la reacción militar.
Otros no
comprendían que la dinámica revolucionaria de los comités estaba muy
lejos de sus esquemas tradicionales, y esto los incapacitaba para llevarla
hasta sus últimas consecuencias. Sacrificaron la revolución, poco a poco, en
nombre de una ficticia unidad antifascista, que la iba socavando, a medida que
iban siendo desmanteladas las conquistas revolucionarias y reconstruido el
viejo aparato estatal.
"Sabíamos que no era posible triunfar en la revolución si no se triunfaba
antes en la guerra, y por la guerra lo sacrificábamos todo. Sacrificábamos la
revolución misma, sin advertir que ese sacrificio implicaba también el
sacrificio de los objetivos de la guerra" (127).
La
imposibilidad de los comités-gobierno para convertirse en verdaderos soviets,
es decir, en las células del nuevo Estado Obrero, no puede ser atribuida a la
rápida restauración del poder republicano. Esto sería una cuestión secundaria. La República, al fin y al cabo, pudo reconstruirse gracias al apoyo prestado por las
organizaciones obreras, y por consiguiente, también por su negativa a convertir
a los comités en los cimientos de la nueva sociedad revolucionaria. El poder de
los comités se oponía directamente al de las instituciones republicanas. Ambas
se excluían mutuamente. El apoyo al gobierno, por lo tanto, tenía que
combinarse con la hostilidad, más o menos abierta, hacia los comités. Ningun
partido o sindicato se mostró dispuesto a estructurarlos y coordinarlos.
Elementos que eran indispensables, para que la dualidad de poderes evolucionara
en un sentido revolucionario.
La
inexistencia de una organización que comprendiera el verdadero papel de los
comités, sería la causa de que éstos no llegaran a convertirse en
verdaderos soviets, similares a los que habían aparecido en las revoluciones rusas
de 1917 y 1905, o en la fracasada revolución alemana de 1918.
"Para que los comités hubiesen podido llegar a convertirse en
verdaderos soviets, hubiese sido necesario que en uno o en otro momento,
hubiesen dejado de estar integrados por dirigentes de las organizaciones,
designados o elegidos, para convertirse en organismos elegidos y revocables en
los cuales operase democráticamente la ley de la mayoría, y no la regla de los
acuerdos de las altas esferas del partido" (128).
En resumen,
los comités-gobierno no llegaron a convertirse en soviets, no porque existiera
alguna particularidad de la revolución española, o por la tradición y arraigo
de los sindicatos en el movimiento obrero de este país. Al fin y al cabo, los
rätes alemanes, de naturaleza similar a los soviets rusos, o a los comités
revolucionarios españoles, partían de un movimiento obrero que contaba con
poderosas organizaciones sindicales y partidarias y con una tradición mucho más
vasta que la española. Los organismos de naturaleza soviética no existieron en
la revolución española, porque no hubo ninguna fuerza dispuesta a promoverlos.
La
incapacidad de los comités-gobierno, fué también la causa de su decadencia y
disolución posterior:
"Así también, poco a poco, los comités dejaron de ser verdaderos
organismos revolucionarios, por no haberse transformado en expresión directa de
las masas sublevadas. Se convirtieron en <<comités de alianza>>, en
los cuales la acción de los obreros y de los campesinos, a medida que nos
alejamos de las jornadas revolucionarias y del ejercicio del poder en la calle,
por los trabajadores en armas, se dejó sentir cada vez menos, y en los cuales,
por el contrario, la influencia de los aparatos de los partidos y de los
sindicatos se volvió preponderante" (129).
3.6 EL PERÍODO DE DOBLE PODER EN EL RESTO DEL ESTADO
Numerosos
historiadores y políticos han catalogado a la revolución española, como la más
profunda acaecida en el siglo XX, después de la del Octubre ruso. Su gran
originalidad residió, sin duda alguna, en que su carácter insistentemente
socialista, se dio de forma independiente de las fuerzas políticas que
intervinieron en ella.
La dualidad
de poderes, durante los primeros meses de la guerra civil, estuvo
centrada en la oposición existente entre el poder de los comités-gobierno
locales y el de las direcciones de las organizaciones obreras que formaban
parte del Frente Popular. La revolución española tenía sus propias
singularidades.
El gobierno
de Giral y la Generalitat de Companys sólo se representaban así mismos. La
burguesía urbana y agraria los había abandonado refugiándose en el bando
franquista. Las clases medias, o bien se mantenían aparentemente neutrales o se
agrupaban en torno al PCE-PSUC, que demostraba ser mucho más audaz en la
defensa de sus intereses, que los agonizantes partidos republicanos.
Por lo
tanto, sería incorrecto afirmar que la dualidad de poderes estaba situada entre
las instituciones gubernamentales republicanas y los comités revolucionarios.
El falso argumento se apoya en el hecho circunstancial de que en el gobierno,
estaban representadas exclusivamente las organizaciones republicanas, y que
eran apoyadas desde el exterior por las organizaciones obreras del Frente
Popular. La afirmación tiende a sobrevalorar a un gobierno republicano que
había perdido toda su autoridad política ante la población, y que mantenía un
raquítico poder, que le era concedido por la gracia de las organizaciones
obreras (130).
Como en
Catalunya, también a nivel estatal se produjeron cambios revolucionarios
profundos. Sin embargo, el período de dualidad de poderes sería mucho más corto
e inestable. Las principales diferencias entre ambas dinámicas revolucionarias
hay que buscarlas en dos factores: El proyecto político de las organizaciones
obreras mayoritarias en ambas zonas era distinto y el hecho de que Catalunya
contara con el proletariado más concentrado, mejor organizado y con la mayor
tradición de lucha de todo el estado.
El
anarcosindicalismo, fuerza hegemónica en Catalunya, carecía de un programa
político adecuado para enfrentarse con éxito a la compleja situación que se
estaba desarrollando. Los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, mantenían una larga tradición antipolítica y antiestatalista que les impedía
comprender la verdadera naturaleza de los comités-gobierno. Pero el
anarcosindicalismo necesitaban apoyarse en éstos para mantener su
hegemonía frente a los partidarios mantener la revolución en los límites de la
revolución democrática. En Catalunya, los partidos y sindicatos obreros que
integraban el Frente Popular, eran claramente minoritarios. Fuera de la CNT, solo el POUM contaba en aquellos momentos con una implantación significativa en
Catalunya, y éste también se apoyaba en la autoridad de los comités.
Las
direcciones de las diferentes fracciones del PSOE y de la UGT, organizaciones mayoritarias fuera de Catalunya, tenían en común, a pesar de sus
diferencias políticas, su adhesión al Frente Popular. Caballeristas y
prietistas eran partidarios de terminar cuanto antes con el poder de los
comités, para reconstruir el estado republicano.
La
profundidad de la revolución en el resto del territorio "republicano",
era similar a la que se estaba desarrollando en Catalunya, pero los obstáculos
eran mucho mayores. La principal diferencia entre los dos procesos
revolucionarios, estaba en su dinámica. Los comités en el resto del estado, se
estrellaron con la hostilidad, más o menos abierta, de los dirigentes de la
mayoría de los partidos y sindicatos, y declinaron rápidamente.
Con la
decadencia de los comités-gobierno, decayeron también gran parte de las
conquistas conseguidas en el primer período de la guerra y de la revolución.
Durante los
meses que existió el período dual, el poder revolucionario estuvo
indiscutiblemente, ligado al auge y a la decadencia de los comités.
"...el destino de la revolución española de 1936-1939 estuvo estrechamente
vinculado a la formación, despliegue y decadencia de los comités en los meses
de guerra" (131).
3.7 LAS JUNTAS TERRITORIALES.
Por encima
de los comités-gobierno que aparecieron en los pueblos, en las barriadas
de las ciudades y en los centros de trabajo, se formaron una serie de
organismos territoriales en todas las zonas de la península donde los militares
habían sido derrotados. El Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya, del que hablaremos en otros capítulos, fue el exponente más completo
de esta clase de organismos de poder.
Una de las
principales características que presenta el fenómeno de las Juntas
territoriales, es la inexistencia de un poder unitario y centralizador en todo
el territorio republicano. Durante los meses siguientes a las jornadas de
julio, el gobierno republicano en proceso de reconstrucción, tuvo que disputar,
palmo a palmo, el poder político a las Juntas territoriales, hasta conseguir
someterlas y disolverlas posteriormente para sustituirlas por sus propias
instituciones restauradas.
Las causas
del renacimiento de esta expresión del viejo cantonalismo, hay que buscarlas en
la histórica falta de desarrollo y articulación de las estructuras estatales
españolas.
El derrumbe
del estado central republicano daría paso, no a una nueva forma de estado, sino
a diversos gobiernos regionales o territoriales, semi-independientes y sin
apenas relación entre si. No hay que olvidar que esta conciencia
cantonalista ya había impregnado profundamente a las mismas organizaciones del
movimiento obrero español, que tradicionalmente, se habían reivindicado, en
mayor o menor grado como federalistas. La "deficitaria" conciencia
nacional española fue descrita magistralmente por Gerald Brenan:
"España es el país de la <<patria chica>>...un hombre se
caracteriza por su vinculación a su ciudad natal o, dentro de ella, a su
familia o grupo social, y sólo en segundo lugar a su patria y al Estado"
(132).
A nivel
jerárquico, el vacío de poder provocado por el derrumbe de las instituciones
republicanas fue rápidamente ocupado por las Juntas territoriales, que tuvieron
que encargarse, con la urgencia que la situación requería, de los
graves problemas que se presentaban, en medio de una guerra civil. Se
crearon comisiones que se encargaron de dirigir y gestionar los servicios y las
funciones específicas que anteriormente habían estado en manos del Estado
(Abastecimientos, economía, enseñanza, seguridad, Justicia,...). Sin embargo
y de la misma forma que los comités revolucionarios locales, nunca
adquirieron alcance nacional. Se limitaron a ejercer su autoridad en los
territorios en los que habían aparecido, sin que existiera ninguna tentativa de
coordinación y de enlace. El hecho de que la mayor parte de las organizaciones
obreras fueran partidarias del mantenimiento del gobierno republicano y de los
acuerdos del Frente Popular explica la inexistencia de tentativas de
coordinación entre ellas. Las Juntas territoriales nunca se convirtieron en un
verdadero Estado, ni se vincularon directamente a los comités locales, por la
razón de que tampoco pretendían suplantar a la República.
Algunos
historiadores parecen considerar que los poderes regionales se formaron a
partir de los comités locales.
"A partir de los comités locales se organizaron en los días que
siguieron al aplastamiento de la rebelión armada, los poderes regionales"
(133).
El origen de
las Juntas territoriales no estuvo en la multitud de
comités-gobiernos de carácter local que existían, sino en los pactos y
negociaciones que se dieron entre las direcciones de las diferentes
organizaciones obreras y republicanas.
Los miembros
de las Juntas territoriales, representaban a los organismos dirigentes de los
distintos partidos y sindicatos, y sólo eran responsables ante ellos. La falta
de democratización interna de éstas no es sólo atribuible a las
circunstancias de la guerra, sino también a la concepción burocrática que de
ellas tenían los dirigentes de las organizaciones que las conformaban. Desde
este punto de vista, las Alianzas Obreras territoriales que se habían
desarrollado durante 1934 habían sido un precedente de las Juntas
territoriales, es decir, como organismos de enlace de las diferentes
organizaciones.
Para los
partidos y sindicatos obreros del Frente Popular, los comités locales y las
Juntas territoriales eran un mal menor que había que aceptar, pacientemente,
mientras se reconstruía el estado. Al fin y al cabo, ocupaban el espacio
político que habían dejado las desaparecidas instituciones republicanas e
impedían que la zona republicana se hundiera en el caos y en el vacío
total de poder. Defender la democratización de los organismos revolucionarios,
su articulación de abajo a arriba, hubiera significado consolidar una
revolución en la que no creían o de la que eran decididos adversarios.
En el
espectro ideológico izquierdista, se situaban la CNT, la FAI y el POUM. Las organizaciones anarcosindicalistas consideraban que la democratización de las Juntas
territoriales era innecesaria. Para ellos, eran tan solo organismos de frente
único con el resto de grupos antifascistas. Para los libertarios los comités locales
y las Juntas territoriales eran organismos extraños a su concepción de
revolución anarcosindicalista. En el Congreso de Zaragoza, pocos meses
antes, la CNT se había definido por una sociedad libertaria, que estaría basada
en los sindicatos y en las comunas libres.
El denominador común de todas las organizaciones obreras con respecto a los
nuevos organismos que habían aparecido al calor de la revolución era o bien la
hostilidad y la desconfianza o bien la simple incomprensión de la naturaleza de
las Juntas y de los comités en la revolución española. Sin ningún partido
o sindicato que estuviera dispuesto a trabajar desde ellos, para la
construcción de un auténtico poder obrero, estructurado y centralizado, que
acabara con la débil existencia de la República, el camino de la revolución de los comités quedaba fatalmente bloqueado.
El débil
control que ejercieron las Juntas sobre los comités revolucionarios, se realizó
a través de los partidos y de los sindicatos obreros que estaban representados
en ambos organismos. Los comités lo eran todo a nivel local, las Juntas
cumplían la misma función en el territorio donde habían aparecido. Ambos
organismos tenían el mismo origen, el vacío del poder político que había
dejado la República. La explicación del porqué las Juntas territoriales nunca
mostraron vocación para convertirse en el embrión estatal que debería ocupar el
espacio dejado por las instituciones republicanas hay que buscarla en la
voluntad política de las organizaciones obreras que formaban parte de ellas.
Ninguna de ellas, ni siquiera las más radicalizadas, estaban dispuestas, en
aquellas condiciones y por distintos motivos, a llevar la revolución hasta sus
últimas consecuencias.
La CNT, presionada por las circunstancias, llegó a proponer la creación de una Junta
Nacional de Defensa, con representación exclusivamente sindical, UGT y CNT, en
la que las organizaciones republicanas serían excluidas y donde los partidos
obreros solo estarían representados, por medio de los sindicatos. La
propuesta anarquista parecía dirigirse hacia la formación, con otro
nombre y arrastrando sus viejos prejuicios antipartidistas, de un
verdadero gobierno obrero. Sin embargo, tampoco en esta ocasión la
dirección cenetista, estaba dispuesta a llevar el combate hasta el final.
La propuesta fue rechazada por Largo Caballero, consciente de que cuestionaba
en esencia los acuerdos del Frente Popular y de que ésta no reflejaba la
fortaleza política de la CNT, sino su debilidad. Efectivamente, pocas semanas
después, los anarcosindicalistas entrarían, sin condiciones, a formar parte de
su segundo gobierno.
3.7.1. Asturias:
Coexistiendo
con los comités revolucionarios locales, se formaron dos poderes
regionales: el Comité de Guerra de Gijón (con mayoría anarcosindicalista),
presidido por Segundo Blanco y el Comité Popular de Sama de Langreo (de mayoría
socialista y con presencia de comunistas y republicanos), que estuvo
dirigido primero por el socialista González Peña y posteriormente por Amador
Fernández. En Septiembre, ambos poderes territoriales llegarían a
unificarse en un Comité de Guerra, que se instaló en Gijón, y sería dirigido
por el socialista Belarmino Tomás.
Los dos
organismos territoriales, herederos de la vieja Alianza Obrera regional,
cooperaron activamente hasta el momento de su fusión. Ambos crearon sus propias
estructuras, dirigidas a solucionar los graves problemas de abastecimiento de
la población y a cubrir las necesidades de la guerra. El Comité de Sama de
Langreo conseguiría movilizar hasta 20.000 milicianos para hacer frente al
ejército franquista. Las milicias revolucionarias en Asturias, al contrario de
lo que ocurriría en el del resto del país, no se dividieron según sus
ideologías políticas, sino que en su seno coexistieron sin dificultades, los
militantes de los diferentes partidos y sindicatos. La lejanía y la escasa
influencia de los centros estatales de dirección de las organizaciones obreras
hizo que las bases militantes tendieran espontáneamente a la unidad en defensa
de la revolución (135).
En la
retaguardia, las milicias y patrullas de control, dirigidas por delegados de
los partidos y de los sindicatos, se encargaron de mantener el orden interno.
En Gijón, se constituyó el Tribunal Popular de Asturias, formado por
representantes de todas las organizaciones antifascistas, que se encargó de
administrar la justicia revolucionaria en la zona.
Durante este
período hasta la ocupación de Asturias por las tropas franquistas, la industria
fue socializada. Las minas y las empresas metalúrgicas estuvieron dirigidas por
los comités y por los sindicatos. También la actividad pesquera tuvo profundas
transformaciones revolucionarias y fue colectivizada. La experiencia con la comuna
asturiana de 1934, fue determinante para que fuera llevada a cabo una
política de alianza entre el movimiento obrero y el campesinado pobre de la
región.
El agro asturiano, donde la pequeña y mediana propiedad eran
mayoritarias, no estuvo afectado por la acción colectivizadora.
La
prudencia de los revolucionarios en el campo, permitió que existiera una
relación estable entre los obreros y el campesinado La moderación con la que
los comités dirigieron sus relaciones con el campesinado, no impidió que los
productos fueran fiscalizados en beneficio del abastecimiento de la población.
3.7.2. Santander, Burgos y Palencia:
En la zona
se constituyó el Comité del Frente Popular Ampliado, en la que se integraron,
además de las distintas organizaciones del frente Popular, la CNT y la FAI.
La obra
colectivizadora en la región fue escasa, debido a la predominancia
socialista en el movimiento obrero. Las expropiaciones sólo afectarían a las
propiedades pertenecientes a los patronos que había huido o la de los que eran
simpatizantes declarados de los sublevación militar. La industria
pesquera fue socializada y controlada por un comité sindical formado por seis
miembros de la CNT y seis de la UGT.
Como en
Asturias, las buenas relaciones entre los sindicatos permitirían la formación
de milicias mixtas, formadas por militantes de todas las organizaciones que
integraban la Junta.
3.7.3 Andalucía:
En Córdoba,
Jaén y Granada, las dos centrales sindicales UGT y CNT, estaban
ampliamente arraigadas y mantenían fuerzas similares. En Sevilla, la situación
era compleja, los socialistas eran mayoritarios en la capital, el PCE también
estaba fuertemente implantado, mientras que la CNT controlaba el campo.
En la ciudad
de Málaga, los comunistas mantenían una fuerte influencia entre los
trabajadores organizados.
El estallido
de la sublevación y el rápido control de los insurrectos sobre la parte
Occidental de la región, impidió que la situación revolucionaria se
desarrollara en estas zonas tan complejas en su correlación de fuerzas.
La división existente provocó, tras las jornadas de Julio, una profunda
disgregación del poder político. No existió un solo poder centralizado, sino
varios, que organizaran la resistencia y dirigieran el movimiento espontáneo de
la población, (Comité de Salud Pública de Málaga, Frente Popular
Antifascista de Granada, Consejo Provincial de Sevilla, Comité de Defensa de
Ronda,...),
"Cada ciudad se hizo independiente; no fueron posibles ninguna
centralización ni acción coordinada alguna. A diferencia de las otras grandes
regiones de España, no se constituyó aquí ningún organismo que subyugara o que
al menos intentara subyugar a los innumerables poderes locales" (136).
En Málaga,
una vez aplastados en los primeros días los insurrectos, se formó un Comité de
Defensa, a partir de los sindicatos UGT-CNT. Posteriormente, el acuerdo se
amplió a los partidos políticos "antifascistas" y se constituiría el
Comité de Salud Pública de Málaga. La nueva Junta se encargaría de
asegurar el orden interno, la organización de la defensa y el
abastecimiento de la ciudad.
A diferencia
de lo que ocurría en el resto de las Juntas territoriales, la división del
trabajo en el seno del Comité de Salud Pública estuvo poco definida. No
existieron subcomités especializados en tareas específicas. Sólo
posteriormente, y frente a la necesidad de contener el avance franquista,
parecen haberse definido las tareas internas (Sin embargo nunca hubo ningún
intento de constituir un Consejo Económico). Otra particularidad del Comité de
Salud pública fue la de que el Ayuntamiento de la ciudad no fue
disuelto, sino solamente depurado de los elementos derechistas y reaccionarios.
El 30 de Julio se convirtió en una comisión ejecutiva compuesta por doce
miembros, representantes de todas las organizaciones antifascistas.
La autoridad
del Comité de Salud Pública se limitó a la ciudad de Málaga. Fuera de ella, el
poder estaba en manos de los comités locales que existían en los pueblos de la
provincia (Comité Central Permanente de Motril...).
El Frente
Popular Antifascista de Granada no se formó hasta el mes de noviembre. La
presidencia del organismo recayó en el gobernador civil. Todas las
organizaciones antifascistas, incluidas las más radicales, se integraron en la Junta y aceptaron su política de disolución de los comités locales y la
sustitución por Consejos Municipales. Esto significó la consolidación del poder
político del gobierno de la República en todo su área de influencia.
A pesar del
rápida liquidación de la revolución en toda Andalucía, ésta no se hizo sin
grandes resistencias. En el proceso de disolución de los comités, los
anarcosindicalistas adoptaron diferentes actitudes, según la zona. En algunos
lugares como en Granada, la CNT se integró en el poder provincial y en los
nuevos Consejos Municipales, que no eran otra cosa que apéndices del gobierno,
a diferencia de lo que ocurrió en Málaga donde nunca aceptaron su
incorporación.
La
inexistencia de una pequeña burguesía numerosa en la región, hizo que los
enfrentamientos en la adquirieran formas distintas a las que se desarrollaron
en otras zonas. Las organizaciones republicanas apenas tenían algún peso en la
sociedad andaluza. El PCE no pudo capitalizar el temor de las clases medias
para frenar a los revolucionarios. Las diferencias entre las bases comunistas y
las del anarcosindicalismo en cuanto a las colectivizaciones, se limitaron a
las formas y no al contenido y naturaleza de éstas (137).
La falta de
un organismo territorial único y centralizado, que canalizara los esfuerzos de
los trabajadores y de sus comités para frenar el avance de las tropas
franquistas, explica la facilidad con la que éstas se adueñaron de gran parte
de la región, frente a una oposición dispersa, desorganizada y mal armada.
3.7.4. Aragón:
La
reconquista parcial de la región por las milicias de catalanas, principalmente
anarcosindicalistas, fue acompañada de profundos cambios revolucionarios,
bajo la forma de las colectivizaciones agrarias.
El 6 de
Octubre y por iniciativa del Comité Regional de la CNT, se reunió en la población de Bujaraloz, donde estaba situado el Cuartel General de
la columna de Durruti, un Congreso de representantes de los comités de las
colectivizaciones y de las milicias del frente. Los delegados eligieron
un Consejo de Defensa de que estuvo presidido por Joaquín Ascaso. La nueva
Junta revolucionaria se instaló en Fraga:
"...El gobierno se resiste a abandonar su puesto para ceder el paso a las
iniciativas de la CNT, ante esto, el pleno decidió minar la influencia del
poder central y para ello nada mejor que ir a la constitución de los consejos
regionales de defensa. Catalunya ya los ha constituido; Levante también lo ha
decidido, y por lo que a Aragón respecta: aquí estamos reunidos para llegar a
una inteligencia e ir a la constitución del Consejo Regional de Defensa de
Aragón" (138).
El Consejo
de Aragón estuvo compuesto, desde un principio, exclusivamente por
miembros de la CNT. Los socialistas rechazaron su participación y
contemplaron con hostilidad la formación de una Junta, que con su existencia
cuestionaba, los intentos del gobierno para reconstruir su autoridad en la
región. Las organizaciones republicanas, ante la actitud del PSOE, decidieron
abstenerse de participar. Socialistas y comunistas oficiales atacaron la
formación del nuevo organismo acusándolo de ser una dictadura anarquista
camuflada y de cantonalismo (139).
También la Generalitat de Catalunya vio con malos ojos la formación de un poder territorial en Aragón
que le disputaba su influencia sobre la región. El gobierno de Madrid no
estaba en condiciones para evitar su formación. Sólo lo reconocería mucho
más tarde, como maniobra para someterlo a su autoridad. El reconocimiento
político del Consejo sería el paso previo para su absorción y disolución, que
daría paso a las instituciones del estado republicano reconstruido.
Sin embargo,
una de las principales oposiciones a la formación del Consejo de Aragón
provino de la misma dirección estatal anarcosindicalista.
"... los propios dirigentes de la CNT proclamaron su descontento. Según
ellos, la creación de este Consejo no sólo entorpecía sus gestiones para
integrarse en el gobierno sino que además, era ilegítimo ya que no había sido
decidido con la aprobación del Comité nacional, ni ratificado por ningún pleno
o congreso regular" (140).
La dirección
de la CNT, presa de sus compromisos con el gobierno y el
Frente Popular, sacrificaba todo lo que pudiera significar profundización en la
organización del poder revolucionario, en aras de una "unidad
antifascista" que pretendía restaurar el viejo orden republicano.
3.7.5. Valencia:
El 20 de
Julio, en pleno fragor de los combates, se constituyó un Comité que agrupó a
todas las organizaciones pertenecientes al Frente Popular. Mientras tanto, el
día 19, la CNT había formado su propio Comité de Huelga que procedió a convocar
la huelga general en toda la región, apenas conocida la sublevación
militar.
El Comité de
Huelga precedió al que se formaría el mismo día 20 entre las dos
centrales sindicales, UGT y CNT, dirigido por el cenetista Francisco Gómez y
por el socialista Guillén. Poco después, se formó un nueva Junta que unificaría
a los dos organismos existentes, el Comité Ejecutivo Popular de Levante.
Aprovechando el largo paréntesis entre el estallido de la sublevación estatal y
la de Valencia, el gobierno Giral intentó aprovechar la situación y
recuperar su autoridad en la región.
Una Junta
delegada, dirigida por Martínez Barrio fue enviada desde Madrid, para sustituir
al gobernador civil.
El choque
entre la Junta gubernamental y el Comité Ejecutivo Popular no se hizo esperar. La Junta delegada, apoyada por el PCE, presionó para que finalizara la huelga general y se iniciaran
negociaciones con los mandos de la guarnición militar que estaba acuartelada, y
que era supuestamente leal al gobierno.
La Junta de Martínez Barrio pidió la disolución del Comité Ejecutivo Popular, y la subordinación
de todo el movimiento a su autoridad. Las direcciones sindicales de la CNT y de la UGT empezaron a ceder ante las demandas y ordenaron la vuelta al trabajo, a
excepción de los trabajadores del Transporte. Sin embargo la desconvocatoria no
se produjo porque los trabajadores se negaron a desmovilizarse frente a la
actitud sospechosa del ejército. Fue la guarnición de Valencia la que
resolvería la situación de impás existente.
El día 31 de
Julio, los militares superaron sus vacilaciones e intentaron el levantamiento.
Sin embargo, el tiempo perdido por los insurrectos fue decisivo, y sería
aprovechado por sus adversarios. Los trabajadores, organizados y armados por el
Comité Ejecutivo Popular, con armas procedentes de Barcelona y de la zona
centro, que fueron enviadas por la CNT y por la FAI, sofocaron rápidamente la sublevación. Los acontecimientos colocaron a la Junta delegada por el gobierno en una situación más que difícil. Sus directrices, que
implicaban el desarme de la población, habrían facilitado enormemente los
objetivos de los sublevados. La delegación de Martínez Barrio completamente
desprestigiada, tuvo que regresar a Madrid, dejando el poder en manos del
Comité Ejecutivo Popular. La presidencia de la Junta territorial quedaría, sin embargo, en manos del Coronel Arín, que fue promovido por el gobierno de Madrid a
gobernador civil. De esta forma, el presidente del poder paralelo, se
convertía también en el represente del gobierno republicano.
Sin embargo,
el Comité Ejecutivo Popular, sólo controló la capital levantina y sus
alrededores. La autoridad de la Junta territorial tuvo que convivir
con el poder de los numerosos comités revolucionarios locales y con las
colectividades. Su autoridad en muchos lugares sólo fue simbólica. La coordinación
entre el poder regional y los comités locales era inexistente en la
práctica.
El Comité
Ejecutivo Popular de Levante, como otras Juntas territoriales, tuvo que
enfrentarse a numerosas dificultades, nacidas por el repentino desplome del
gobierno republicano y por el inicio de la guerra civil y de la revolución. A
propuesta de la CNT, se formó un Consejo de Economía, similar al existente en
Catalunya y que había sido creado a instancias del Comité Central de Milicias
Antifascistas. El nuevo organismo económico, formado por representantes de las
dos centrales sindicales, se encargó de organizar y coordinar la producción y
las colectivizaciones de la región.
El traslado
del gobierno de Largo Caballero a Valencia, durante la primera
semana de noviembre, huyendo de la amenaza inminente de las tropas franquistas
sobre Madrid, significó la rápida decadencia y desaparición del Comité
Ejecutivo Popular, que acabó disolviéndose en el mes de diciembre.
3.7.6. Euskadi:
En el primer
período posterior a las jornadas de Julio, el orden fue mantenido por el Comité
del Frente Popular, que estaba presidido por el gobernador civil, José
Echevarría Novoa.
A finales de
Julio se constituyó el Comisariado de Defensa de Vizcaya, encargado de
enfrentarse a la reacción militar. El hecho de que la principal organización en
el Pais Vasco fuera el Partido Nacionalista sería un poderoso
condicionante para que el proceso revolucionario en Euskadi no llegara a desarrollarse,
más allá de los primeros balbuceos.
"Las Juntas de Defensa que se constituyeron en todas las provincias vascas
eran organismos de lucha contra la insurrección militar y, al mismo tiempo,
bastiones contra la revolución" (141).
La rápida organización
de las milicias vascas, controladas por el PNV y dirigidas por el comandante
Saseta, permitieron a los nacionalistas recuperar las armas y el terreno
perdido ante las organizaciones obreras, en los primeros días del estallido de
la guerra.
El
hundimiento del gobierno central, dio lugar, no a un poder obrero, más o menos
desarrollado, sino a un nuevo estado específicamente nacionalista burgués, que
combatió y limitó con éxito al movimiento revolucionario. El fenómeno de los
comités, que habían surgido con extraordinaria fuerza, por toda la geografía
del estado, apenas llegó a existir en el Pais Vasco.
3.7.7. Badajoz:
Extremadura
quedó dividida en dos zonas. Cáceres había caído en manos de los
sublevados, mientras que Badajoz continuaba bajo control republicano. Los
socialistas estaban fuertemente implantados en el campo extremeño, donde eran
claramente mayoritarios. La UGT había organizado y dirigido el poderoso
movimiento yuntero. A pesar de ello, la CNT y los diferentes grupos comunistas,
el PCE y el POUM, tenían importantes núcleos militantes en la región.
Pese a la
hegemonía socialista, el proceso revolucionario abierto con las jornadas de
Julio fue capitalizado por el anarcosindicalismo y por las organizaciones
comunistas, mucho más audaces y decididas que los primeros.
En numerosos
poblaciones (Mérida,...), donde el anarcosindicalismo era mayoritario, los
antiguos ayuntamientos fueron sustituidos por comités revolucionarios locales que
constituyeron sus propias milicias y se encargaron de la defensa y del
orden público. En otras poblaciones de mayoría socialista, (Badajoz,
Almendralejos, Zafra, Villafranca de los Barros...), los ayuntamientos
continuaron existiendo, depurados de los sectores derechistas, pero sin que
llegaran a integrarse las organizaciones que hasta el momento no habían formado
parte de ellos.
En todas las
poblaciones se formaron patrullas de vigilancia a partir de los
militantes de todas las organizaciones obreras, que se encargaron de mantener
el orden interno en sus respectivas localidades. Las milicias que se opusieron
al avance del ejército sublevado, se formaron a partir de la iniciativa de los
partidos y de los sindicatos, y no llegaron a mezclarse entre ellas. Sin duda
alguna, la división existente entre las diferentes milicias, mal organizadas y
peor armadas, hizo que no llegaran a ser, en ningún momento, un serio rival
para las tropas sublevadas que avanzaban, procedentes del sur.
El Consejo
Provincial de Badajoz no llegaría a formarse hasta el mes de noviembre y fue
presidido por el socialista Casado. El tardío poder territorial se creaba,
empujado por la fuerza de las circunstancias, por la necesidad de
coordinar la defensa y contener el rápido avance de las tropas franquistas.
Algunos
historiadores consideran que la constitución de la nueva Junta territorial
sirvió para superar la oposición que existía entre los comités revolucionarios
y los antiguos ayuntamientos (142). La afirmación parece un tanto ingenua. La
formación del poder regional se dio, simultáneamente a la reorganización de los
poderes locales. La supuesta superación de la oposición entre los comités y los
ayuntamientos se dio, en cualquier caso, con la disolución de los primeros y la
integración de las organizaciones más radicales en los organismos republicanos.
La diferencia entre ambos organismos era algo mucho más importante que un
simple cambio de nombre.
La ocupación
de Extremadura por las tropas franquistas, en su marcha hacia Madrid, truncó el
desarrollo de esta situación.
3.7.8. Murcia:
El
cantonalismo resurgió con fuerza en esta región. Esto hace que numerosos
historiadores lleguen a equipararlo con el existente en 1873 (143). El Comité
Provincial del Frente Popular Antifascista, se formó en torno a dos núcleos
urbanos importantes: Murcia, dirigida por los socialistas y Cartagena, que
contaba con una fuerte presencia libertaria.
La CNT contaba con importantes núcleos militantes en Cartagena y en los pueblos mineros (La Unión, Llano del Beal, Alumbres, Portman,...). Mientras que los socialistas y los
republicanos federalistas (cantonalistas) tenían también un importante arraigo
en la región, especialmente en la ciudad de Murcia.
La
industria, la minería y los servicios fueron socializados y puestos bajo
control de los comités y sindicatos. En el campo, los numerosos latifundios de
la región fueron sustituidos por colectivizaciones de la UGT y de la CNT. Las propiedades de los pequeños y medianos propietarios agrícolas,
numerosos en la región, fueron respetadas.
3.7.9. Castilla:
Después de
las jornadas de julio, la mayor parte de Castilla-León cayó en manos de los
insurgentes, mientras que la región de Castilla-La Mancha y Madrid
continuaban en manos "republicanas". La batalla por el control de la
capital fue determinante en la derrota de los sublevados en toda la zona
centro, y por lo tanto decisivo en la mayor parte del estado. En los días
posteriores a los primeros combates, las milicias revolucionarias
liberaron numerosas poblaciones (Toledo, Alcalá de Henares, Sigüenza,
Guadalajara...), y detuvieron el avance de los rebeldes en los pasos montañosos
de Guadarrama y Somosierra.
En el
período anterior al inicio de la guerra y la revolución, los socialistas habían
sido la organización obrera mayoritaria en toda la región castellana y en
Madrid. Los anarcosindicalistas estaban fuertemente implantados en algunas
poblaciones. Mientras que los diferentes grupos comunistas, el PCE y el POUM,
muy débiles organizativamente, apenas contaban políticamente.
Después de
las jornadas de Julio, la hegemonía socialista se vio quebrada por los acontecimientos.
La direcciones del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores, se vieron bloqueados por sus divisiones internas y por la
falta de un programa político apropiado para enfrentarse a la nueva situación
revolucionaria. La parálisis socialista pronto sería capitalizada por los
grupos minoritarios, por el anarcosindicalismo y el Partido Comunista.
La CNT y la FAI, gracias al poderoso movimiento colectivizador que sustituyó a los grandes
latifundios, impulsado por sus propias bases, capitalizó parte del prestigio
perdido por los socialistas. La CNT tendió a arrastrar con las
colectivizaciones, a los sectores más izquierdistas de la UGT. Gran parte de la región de La Mancha y la ciudad de Cuenca, cayeron bajo control anarcosindicalista.
El movimiento colectivista arraigó profundamente en la meseta castellana. En
muchos lugares, los campesinos prefirieron explotar las grandes
propiedades agrícolas de forma conjunta y solidaria, a repartirse
individualmente la tierra. El fenómeno colectivizador, aunque protagonizado
principalmente por las bases anarcosindicalistas, pronto se extendería a
numerosos sectores socialistas, comunistas, e incluso católicos. La llegada de
las milicias revolucionarias madrileñas permitió que el 80% de los campesinos
toledanos se mostraran partidarios de la colectivización del campo (144).
El fuerte
crecimiento comunista obligó a los libertarios a replantearse sus viejas
fórmulas espontaneístas y antimilitaristas. Las milicias libertarias de la zona
centro, fueron las primeras, de la CNT, que aceptaron reorganizarse en torno a
criterios de disciplina y autoridad en el combate.
El Partido
Comunista se convertiría en el principal beneficiario de la decadencia
socialista. Gracias a su decidida y eficaz defensa de los intereses de las
clases medias, el PCE se convirtió en un polo de atracción para la pequeña
burguesía urbana y campesina. Los militares profesionales que se mantuvieron
fieles a la legalidad republicana, entraron a menudo en sus filas, atraídos por
el prestigio organizativo que habían ganado sus milicias, mucho mejor
organizadas y disciplinadas que las de los demás partidos y sindicatos.
El PCE también reclutó a numerosos cuadros dirigentes del PSOE y de la UGT hacia sus filas, decepcionados por la desorientación y la confusión que había hecho presa
en su partido.
3.7.10. Madrid:
El peso
principal en la defensa de la capital recayó en los
anarcosindicalistas y en los grupos izquierdistas que, aunque minoritarios,
eran mucho más decididos y audaces que los socialistas. Fueron éstos los que
capitalizaron el prestigio de los primeros momentos. Sin embargo, la CNT y la FAI, víctimas de sus prejuicios antiautoritarios, fueron incapaces de
capitalizar la situación existente para organizar un nuevo poder a partir del
movimiento revolucionario que se había iniciado con los combates.
Finalmente,
la iniciativa recaería en manos de los comunistas del PCE, que comprendieron
mejor que nadie la oportunidad que se les brindaba, con la defensa de la
ciudad.
La falta de un poder real unificado en Madrid, provocó una caótica dispersión
del poder que había surgido de la revolución. Cada partido o sindicato tenía
sus propias milicias, su propia policía e incluso sus propias cárceles.
El poder quedaba, de esta manera, completamente fragmentado entre los distintos
partidos y sindicatos. Este caos no podía mantenerse indefinidamente sin poner
en peligro la defensa de la capital y la misma revolución en si.
En Madrid,
el prestigio conseguido por sus milicias, dio la supremacía política y militar
al PCE. Con la huida del gobierno de Largo Caballero, la organización de la
defensa quedaría en manos de una Junta, donde los comunistas tendrían un papel
destacado, que se fue acrecentando a medida que el movimiento revolucionario
retrocedía y el poder del viejo estado se desarrollaba y se consolidaba.
Madrid, a
pesar de ser la capital de la República, carecía de industrias importantes. La pequeña burguesía, agrupada en torno a lo que constituía el corazón del
aparato de Estado era numerosa. Estos factores, junto a la delicada situación
que presentaba la defensa de la ciudad, en peligro inminente de ser ocupada por
los franquistas, durante la mayor parte de la guerra, explican el escaso eco
que tuvo en la capital, el movimiento expropiador.
El gobierno
Giral, completamente impotente frente a la oleada revolucionaria, mantuvo una
autoridad ficticia durante todo su mandato. La existencia del gobierno
republicano y la fuerte oposición del PSOE y del PCE impidieron la
formación de un poder, similar a las Juntas territoriales que habían
aparecido por toda la geografía "republicana".
La fuga del
gobierno a Valencia, hizo que la Junta de Defensa se convirtiera,
posteriormente, en el nuevo poder local, manteniendo una relativa independencia
durante todo el tiempo de su existencia. El nuevo organismo perduraría, bajo
predominio del PCE y tras algunas reorganizaciones hasta el 21 de Abril de
1937, fecha en la que fue disuelta, para dar paso a un Consejo Municipal,
subordinado al gobierno de Valencia.
Indiscutiblemente, la mayor parte de las Juntas territoriales fueron útiles a
la revolución en sus primeros momentos, ya que fueron, en mayor o menor
medida, las responsables de su organización y coordinación a una escala
superior a la local. Sin embargo, su falta de coordinación con los comités; el
hecho de que se mantuvieran como organismos de naturaleza burocrática y no
llegaran a democratizarse; la subordinación creciente de las direcciones de los
partidos políticos y de los sindicatos más izquierdistas al estado republicano,
convertiría a las Juntas en auténticos obstáculos para que los comités-gobierno
locales pudieran llegar a convertirse en las bases del nuevo poder
revolucionario.
3.8 LA REVOLUCIÓN DE LOS COMITES Y SU OBRA. LAS COLECTIVIZACIONES.
"Si el concepto clave de la revolución política y administrativa fue el
poder de los comités, su equivalente económico fue la colectivización"
(145).
Las
colectivizaciones fueron la obra económica de la revolución de los comités.
Como ellos, su origen fue completamente espontáneo, y no, fruto de ninguna
estrategia revolucionaria deliberada de ninguna organización. Las
colectividades nacieron de la necesidad de los trabajadores del campo y de la
ciudad, de llenar el vacío económico causado por el derrumbe de la República y por la huída de la mayor parte de los propietarios, por temor a la represión de
los revolucionarios.
Las
colectivizaciones aparecieron al margen de los partidos y sindicatos, en un
momento en el que nadie comprendía todavía el alcance de las medidas que se
estaban llevando a cabo de forma espontánea.
Después de
las jornadas de Julio, las organizaciones obreras, verdaderas dueñas de la
situación, se encontraron ante el urgente reto de reorganizar la
producción, abastecer a la población y a las milicias, y asegurar el pago de
los salarios a los trabajadores, para evitar el cierre de las empresas
"En aquel momento no teníamos la menor intención de ocupar, expropiar o
colectivizar ninguna fábrica. Pensábamos que el levantamiento sería aplastado
rápidamente y que todo quedaría más o menos igual que antes. ¿De qué iba
a servir entusiasmarse con las colectivizaciones si todo iba a terminar otra
vez en manos del anterior sistema capitalista?..." (146).
La CNT, completamente desconcertada por la amplitud de los acontecimientos que se estaban
desarrollando, se mostró incapaz, durante las primeras semanas, de dar ninguna
directriz a sus afiliados, que se estaban apoderando de las tierras y de las
empresas. Las resoluciones del Congreso de Zaragoza, acordadas apenas tres
meses antes, quedaban ahora completamente alejadas de la realidad y demostraban
su inutilidad para poder orientar a la organización en la nueva situación
revolucionaria.
"Ni la CNT regional de Catalunya, ni su federación local, ni la FAI impartieron en sus primeras declaraciones, los objetivos de la nueva estructura económica
que había empezado a construirse... fue una obra de completa
espontaneidad" (147).
Sin embargo
sería la madurez revolucionaria de la situación y la dinámica de los hechos (la
desaparición de la ficción republicana y la derrota de los militares sublevados
en la mayor parte del estado), las que iban a convertir la espontánea ocupación
de los centros de trabajo de los primeros momentos, en un poderoso
movimiento colectivizador que iba a transformar radicalmente la sociedad.
Las
colectivizaciones consistieron en la organización de las expropiaciones de los
medios de producción que llevó a cabo el proletariado industrial en las
ciudades, y el campesinado pobre en el campo.
Es importante
resaltar los intentos posteriores que hubo, por parte de las autoridades
republicanas y por las direcciones de las organizaciones obreras, para
"legalizar" la nueva economía revolucionaria. Sin embargo, esta
obsesión por "legalizar" lo que ya los trabajadores habían legalizado
en la práctica, con sus propios medios, no ocultaba la realidad. Las nuevas
leyes se limitaron a registrar una realidad cotidiana que había aparecido al
margen del gobierno que pretendía legislarla. La obsesión legalista de los partidos
y sindicatos obreros refleja que ninguna de ellas estaba dispuesta, por el
momento, a romper por completo con el tambaleante poder republicano y a llevar
el nuevo orden revolucionarios hasta sus últimas consecuencias. El empeño de
las organizaciones obreras, para que las viejas autoridades republicanas
"legalizaran" las conquistas revolucionarias pone al descubierto
también otros elementos, no menos importantes. El debate tantas veces
planteado, sobre cual debía ser el objetivo prioritario, la guerra o la
revolución, era en realidad, una falsa polémica. Todos las fracciones
organizadas del movimiento obrero, desde la derecha socialista y el Partido
Comunista, hasta el anarcosindicalismo y el poumismo, se mostraron partidarias
en la práctica -partiendo desde distintas ópticas políticas- de anteponer la
victoria militar a las conquistas revolucionarias, partiendo del supuesto de
que ambas ideas, guerra y revolución, eran antagónicas.
"Guerra y revolución; revolución y guerra. Con qué frecuencia se utilizaron
estas tres palabras, ya fuese recitándolas de un modo o del otro. El triunfo de
la revolución para asegurar la victoria en la guerra, la victoria en la guerra
para asegurar el triunfo de la revolución. Las palabras pueden representar una
trampa terrible. Los términos de cada eslogan se veían tan separados como
unidos por la sencilla palabra <<y>>. Cuán pocas veces se eliminó
la conjunción para formar una frase adjetival: guerra revolucionaria, que diera
respuesta a las preguntas gemelas: ¿qué tipo de revolución? ¿qué clase de
guerra? Las dos eran más <<inseparables>>; había que fusionarlas en
un nuevo conjunto" (148).
Sin querer
entrar en detalles sobre las diferentes posiciones (de ellas hablaremos en
otros capítulos) nos limitaremos a relacionar aquellas que demuestren la
orfandad políticas en la que se encontraron los comités y su obra, las
colectivizaciones.
Las
organizaciones del Frente Popular, con sus diferencias y matices, pretendían en
su conjunto hacer retroceder la revolución espontánea a la situación anterior a
las jornadas de Julio. Sin embargo esto ya no era posible, ya que, a medida que
avanzaban en sus objetivos y el movimiento revolucionario retrocedía, también
decrecía el entusiasmo de los trabajadores.
El mismo
entusiasmo que había permitido vencer a los sublevados en los primeros momentos
y que había conseguido improvisar un ejército miliciano y reconstruir la
economía en escasas semanas. La liquidación de las conquistas revolucionarias
de julio y la reinstauración del poder republicano condujeron a los obreros y
al campesinado pobre a la desmoralización y a la desmotivación. Sin duda alguna
esta evolución favoreció el avance del ejército sublevado. Una vez
desencadenada la revolución ya no era posible hacerla volver atrás, sino era
por medio de la represión y del aplastamiento del movimiento revolucionario.
Una vez perdido el entusiasmo, la capacidad ofensiva del ejército franquista
iba a ser muy superior a la que podría oponerle el futuro Ejército Popular
republicano.
Los sectores
más izquierdistas, principalmente los anarcosindicalistas, se mostraron
partidarios de mantener la situación existente, la dualidad de poderes, hasta
el final de la guerra. Una vez derrotados los militares sublevados sería
posible proseguir la revolución victoriosa, en las mejores condiciones
posibles. Esta concepción estática de la dualidad de poderes, reflejaba su
incomprensión de la dinámica de las revoluciones que se habían dado hasta el
momento, desde la francesa de 1789, hasta la soviética de 1917. Este error, el
de considerar que las situaciones revolucionarias podían prolongarse
indefinidamente, les iba a traer funestas consecuencias en el período
posterior.
Los obreros
de las ciudades y el campesinado pobre, no esperaron a la iniciativa de sus
partidos y sindicatos para llevar a cabo las expropiaciones. Las colectividades
no se formaron con los decretos que las legalizaban, sino que ya llevaban largo
tiempo existiendo y desarrollándose, al margen de las autoridades
republicanas y de la voluntad de los órganos dirigentes de las organizaciones
obreras.
"Los anarcosindicalistas catalanes habían <<aplazado>> la
revolución libertaria y, pese a ello, en Barcelona la revolución echaba diariamente
raíces en las colectividades de la CNT y en las industrias dirigidas por los
sindicatos" (149).
Al llevar a
cabo las colectivizaciones, los obreros y los campesinos pobres demostraban que
no estaban dispuestos a volver a la situación anterior al inicio de la guerra y
de la revolución. Sin embargo, esto no implica que la mayoría de los
trabajadores llegaran a ser plenamente conscientes de la incompatibilidad que
existía entre su obra revolucionaria y el resurgimiento de las instituciones
republicanas que estaban siendo auspiciadas por sus propias organizaciones.
"Las colectividades no fracasaron, los obreros, gracias a ellas
demostraron dos cosas fundamentales: que deseaban ser los amos y que podían
serlo con tanta o más eficiencia que los amos tradicionales. El colectivismo
resultó ser más eficaz, administrativamente, que el capitalismo, y además probó
que con la economía en manos de los obreros existían más posibilidades de que
sirviera a toda la sociedad en vez de solo a un sector de ella" (150).
Las
múltiples formas que adquirieron las colectivizaciones refleja también su
origen espontáneo. Los trabajadores, de forma empírica y sin ningún tipo de
plan preconcebido, tuvieron que enfrentarse a los retos que les presentaba la
nueva situación (huida de los antiguos propietarios, escasez de técnicos, una
parte de los obreros estaban en el frente con las milicias...).
En esta
espontaneidad, de la que hablaremos más adelante, se evidencia una
extraordinaria iniciativa y creatividad en los trabajadores, que sólo es
posible explicar, por la nueva conciencia adquirida: la energía desplegada en
su obra, no sólo estaba destinada a aplastar la sublevación militar, sino
también a crear las bases de una nueva sociedad, que los iba a liberar de los
viejos yugos sociales.
"Era increíble, era la prueba práctica de lo que uno conoce en teoría: el
poder y la fuerza de las masas cuando se echan a la calle. De pronto todas sus
dudas se esfuman, dudas sobre cómo hay que organizar a la clase obrera y a las
masas, sobre cómo pueden hacer la revolución en tanto que no se hayan
organizado. De repente sientes su poder creador. No puedes imaginarte cuan
rápidamente son capaces de organizarse las masas. Inventan formas de hacerlo que
van mucho más allá de lo que jamás hayas soñado o leído en los libros. Lo que
ahora hacía falta era aprovechar esta iniciativa, canalizarla, darle
forma..." (159).
Junto a las
indiscutibles virtudes y méritos de las colectivizaciones, se cometieron
errores e ingenuidades, de los que hablaremos más adelante, y que colocan en el
centro del debate, algo que los anarcosindicalistas siempre rechazaron y
a lo que se habían opuesto, por distintos motivos, las organizaciones obreras
pertenecientes al Frente Popular: La toma del poder, para ponerlo al
servicio de la profundización y consolidación de las conquistas revolucionarias
que había llevado a cabo la población trabajadora.
No era
suficiente con apoderarse del poder económico, también era necesario apoderarse
del político. Sin esta condición, la nueva economía revolucionaria que había
surgido dispersa y desarticulada, afectada por graves contradicciones,
derivadas de las duras condiciones en las que había nacido, estaba destinada
a desaparecer.
De los
grandes errores que cometieron las colectividades, como indica Munis:
"El primero de ellos, fuente de los demás, consistía en no ser más que
eso, colectividades" (152).
Es decir, el
desprecio del poder político, como condición necesaria para convertirlas en los
cimientos de una economía socializada. Del mismo modo que los comités
revolucionarios locales, que eran el aspecto político de la revolución
española, nunca llegaron a articularse entre si, para conformar un poder
revolucionario, las colectivizaciones, que representaban el aspecto económico,
nunca llegaron a formar un verdadero tejido social.
No tiene
sentido considerar al sistema colectivista, como socialista o libertario.
Su naturaleza era contradictoria.
Mantenía
características del viejo sistema capitalista (la idea de muchos trabajadores,
de que las empresas donde trabajaban eran de su propiedad; la competencia entre
las diferentes empresas colectivizadas para vender los productos ...), con
elementos de naturaleza revolucionaria (los medios de producción en manos de
los trabajadores, intentos de planificar la economía en base a las necesidades
de la población ...). En cualquier caso, el orden de las colectivizaciones era
altamente inestable y precario. Forzosamente habría acabado derivando hacia uno
de los dos polos existentes. Desde el punto de vista económico, expresaban las
contradicciones políticas de la situación de dualidad de poderes.
Es necesario,
que no olvidemos otra cuestión, para poder comprender la obra colectivizadora y
su alcance: las condiciones sociales y económicas en las que se llevó a cabo.
La guerra no sólo había dividido el estado, separando las regiones agrícolas y
mineras, de las manufactureras y cercenando los mercados internos. También
había provocado la caída drástica de las exportaciones y de las importaciones.
Por lo tanto, es incorrecto valorar a las colectivizaciones, como
si su existencia se hubiera desarrollado en un período económico normal. Es
absurdo o malintencionado, achacar todos los problemas con los que
tuvieron que enfrentarse a su propia naturaleza, a sus errores o ingenuidades,
eludiendo las graves circunstancias con las que tuvieron que enfrentarse.
Es más
difícil todavía, pronosticar que hubiera podido pasar con éstas, si la reacción
no hubiese triunfado. En cualquier caso, la especulación no forma parte de la
historia. Lo que sí que podemos afirmar, es que su éxito y viabilidad estaban
condicionados por la consolidación del poder revolucionario, basado en la
planificación de la economía. La victoria de Franco, o de la República, condenaban a las colectividades a su total extinción.
"No hubo tiempo de que maduraran, de que en ellas surgieran los problemas
más propios de la colectivización y las soluciones a los mismos que habrían
permitido juzgar el éxito o el fracaso de la colectivización como sistema de
propiedad".
"...la experiencia colectivizadora no duró treinta meses, como muchos
autores pretenden, aunque las colectividades persistieran por este lapso de
tiempo en algunos lugares, pero no en todos. En Mayo del 37, con el cambio de
gobierno, la experiencia colectivizadora se paralizó. El gobierno Negrín se
esforzó con éxito en reducir las colectivizaciones que no pudo destruir, a
simples cooperativas o nacionalizaciones" (153).
En las
semanas posteriores a julio, el gobierno republicano y los dirigentes del
Frente Popular no se opusieron frontalmente a las colectivizaciones. Tampoco
habrían podido hacerlo.
Pretendieron
que el movimiento expropiador se limitara a las propiedades de los
simpatizantes declarados del movimiento insurgente. Sin embargo, la revolución
no les escuchaba y sus propias bases se habían lanzado a llevar a cabo todo
aquello que había constituido su tradicional aspiración de emancipación social.
Por otro
lado, las organizaciones partidarias del Frente Popular, no podían atacar
directamente al movimiento expropiador, sin poner en peligro sus propios planes
de restauración republicana. Durante los primeros meses, después de iniciada la
guerra, no contaron con la fuerza suficiente para imponer sus planes Ni
siquiera a sus propias bases. Intentar derribar en aquellos momentos al movimiento
revolucionario que se les había ido de las manos, hubiera significado su
suicidio político. En el mejor de los casos, en el que hubieran conseguido
recuperar el control sobre las masas revolucionarias, no habrían tenido con qué
llenar el vacío provocado por la desbandada de los propietarios. Era mejor
esperar y proceder con cautela, limitando y haciendo retroceder progresivamente
a la revolución.
Los
partidarios de volver al viejo orden republicano procedieron, paso a paso,
aprovechando la incapacidad del movimiento revolucionario para consolidar su
poder. En nombre de una mayor eficacia, al servicio de la victoria militar,
pretendieron coordinar, mejorar y aumentar la producción. El gobierno
republicano en vías de reconstrucción, saboteó y presionó hasta conseguir que
comités y colectivizaciones se sometieran a su control político. Posteriormente
y a medida que el movimiento revolucionario retrocedía, pretendió la
nacionalización de la industria, dejando a los comités de fábrica y a los trabajadores
las funciones de cogestión y colaboración con las medidas gubernamentales.
La derrota
republicana nos ha impedido ver cual hubiera sido el final del proceso de
restauración republicana. Sin embargo, las aspiraciones del gobierno
Negrín, decretando la devolución de las propiedades expropiadas a sus antiguos
dueños, en aras a las negociaciones de paz con Franco, dejan muy claro cual era
el destino final proyectado para los restos de la revolución de Julio.
Un elemento
característico de las colectivizaciones fue el peso fundamental que tuvieron
los elementos sindicales en ellas, especialmente la CNT. Esta influencia era directamente proporcional a la fuerza y a la tradición de las
centrales sindicales en el movimiento obrero español. El historiador
anarcosindicalista Abel Paz recoge una conversación entre dos de los
principales líderes libertarios, Durruti y Marianet, que refleja el arraigo
sindical:
"De golpe y porrazo... la CNT se ha revelado indispensable para resolver
todos los problemas de la vida local y regional. Los centros de producción
están todos controlados por los obreros, y los sindicatos tienen que estudiar
los problemas que presenta la gestión colectiva de la producción y, como
consecuencia, ha sido necesaria crear esta estructura que ha ido naciendo por
si misma, imponiéndose en razón de las necesidades. En realidad, todo este
aparato que ves, no obedece a un centro. Cada organismo lo controla su propio
sindicato. Los compañeros que los atienden siguen siendo obreros en sus
respectivas fábricas, y sus asambleas controlan sus actividades. Por el
momento, el control sobre el militante no se ha perdido" (154).
Las bases
anarcosindicalistas fueron las principales protagonistas del fenómeno colectivizador,
pero no fueron los únicos, socialistas, comunistas, republicanos y también
católicos, participaron en la obra revolucionaria. Por lo tanto, no
puede hablarse de que las colectivizaciones fueran el fruto de la acción de
grupos determinados, sino que encarnaría las aspiraciones históricas de las
clases sociales más desfavorecidas. Aquellas que la República, durante más de cinco años, no había sido capaz de satisfacer.
La múltiples
formas que adquirió el fenómeno socializador estuvieron condicionadas por la
correlación de fuerzas existente en cada sector o en cada centro de trabajo.
Las colectivizaciones se dieron en mayor proporción allí donde los
anarcosindicalistas eran mayoritarios con respecto a comunistas y socialistas.
En los casos donde esta correlación de fuerzas se invertía, las empresas
controladas por los obreros fueron nacionalizadas por medio de la incautación,
o bien intervenidas por los comités. Sin embargo, en ningún caso se puede
cuestionar el origen espontáneo de la obra económica que llevaron a
cabo los comités.
3.9 LA OBRA DE LAS COLECTIVIZACIONES EN LA CIUDAD
En
Barcelona, la huelga general contra la sublevación militar se mantuvo hasta el
día 28. A partir de esta fecha y una vez sofocados en toda Catalunya los
últimos reductos de la sublevación, los comités de empresa, siguiendo las
consignas de regional catalana de la CNT, decidieron la vuelta al trabajo. Sin
embargo y desde el día 21, apenas terminados los combates callejeros, los
obreros habían empezado a ocupar espontáneamente los centros de trabajo. La
mayor parte de los empresarios habían abandonado sus propiedades por temor a
las represalias. Algo parecido había pasado con gran parte de los
directivos y de los cuadros técnicos que se encargaban de dirigir y organizar
la producción. La formidable obra colectivizadora, nacía de la necesidad de
llenar el vacío económico provocado por la fuga de los antiguos propietarios.
Los dirigentes obreros se encontraron con una revolución en marcha, completamente
espontánea, e imposible de detener. Después de las jornadas de julio, las
organizaciones obreras están completamente desbordadas y con graves
dificultades para dar cualquier tipo de orientación a las demandas de
sus afiliados en las empresas.
El primer
folleto de la FAI no llegaría a publicarse hasta el 26 de Julio. En él se
hablaba de aplastar al fascismo, pero no había ni una sola línea sobre el
fenómeno revolucionario que se está desarrollando por todas partes. El día 28
del mismo mes, la Federación local de la CNT de Barcelona lanzaba la consigna
de volver al trabajo, para enfrentarse a las necesidades del conflicto, cuyo
final se preveía inminente. Sin embargo, continuaba sin haber una sola
consigna, ni una directriz que pudiera servir para reorganizar la producción.
Uno de los
primeros folletos que aparecieron para ayudar a poner orden en el marasmo
revolucionario surgiría a principios de agosto, publicado por el
Sindicato Mercantil de Barcelona, que había sido expulsado de la CNT por estar dirigido por el POUM. En las instrucciones que se daban se recomendaba que el
número de los miembros de los comités fuera reducido, para evitar la
falta de eficacia y el exceso deliberativo; se indicaba que las asambleas y reuniones
deberían realizarse fuera de la jornada de trabajo, para no dificultar el
trabajo; y pedía que en el seno de los comités estuvieran representadas todas
las tendencias existentes en la empresa, de forma proporcional; se recomendaba
la disciplina y el pleno aprovechamiento de los escasos cuadros técnicos que se
habían incorporado a las empresas, después de julio. Existía una gran
preocupación para que los trabajadores fueran conscientes de su
responsabilidad en la revolución que acababa de iniciarse (155).
Los
trabajadores, sin esperar órdenes ni consignas, habían ido mucho más lejos que
los objetivos marcados por la huelga general. Los sindicatos y los partidos
obreros empezaron a reaccionar, algunas semanas después, presionadas por
sus bases y por los retos que la nueva situación planteaba.
"A cada día que pasaba, la ciudad caía más, bajo control de la clase
obrera. El transporte público funcionaba, las fábricas trabajaban, las tiendas
estaban abiertas, los abastecimientos de víveres llegaban sin novedad, el
teléfono funcionaba también, el suministro de agua y gas igualmente, todo ello
organizado y llevado, en mayor o menor medida, por los propios trabajadores. ¿A
que se debía que así fuera? Los principales comités de la CNT no habían dado ninguna orden en tal sentido" (156).
Es
importante destacar que, a pesar del carácter espontáneo de las
colectivizaciones, de que empezaron a desarrollarse sin ser parte
de los planes de ninguna organización y de que no existiera una plena
conciencia de las repercusiones revolucionarias que iban a tener, los obreros
no acudieron a las autoridades republicanas para solucionar sus problemas, sino
que prescindieron de ellas por completo. Sin duda alguna, la iniciativa de las
bases anarcosindicalistas y ugetistas evitó el desmoronamiento completo de la
economía, que hubiera convertido el intento de golpe de estado, en un
simple paseo triunfal de los militares. La iniciativa de los trabajadores,
salvó a la revolución que acababa de nacer con su protagonismo, tanto en las
barricadas, como en los centros de trabajo.
El hecho de
que en la mayor parte de la zona republicana, las empresas no llegaran a
socializarse, sino que pasaran a manos de los trabajadores de sus propias
plantillas, o de los sindicatos, fue una consecuencia de la inexistencia de un
organismo representativo, que unificara la acción revolucionaria (al estilo de
lo que habían sido los soviets rusos). Esta característica no sólo no desmiente
el carácter socialista de la revolución española, sino que lo confirma todavía
más. Las clases populares manifestaban, de forma espontánea y desorganizada, la
necesidad que tenían de tomar en sus manos, las riendas de su propio destino.
"De todas las alternativas posibles, escogieron la que reflejaba mejor sus
deseos y que les parecía que respondía a sus intereses: convertirse en los
amos. En la calle, millares de obreros tenían armas. En el lugar del trabajo,
tendrían las fábricas. Sin las armas, eso no hubiese sido posible. Con las
armas solas, nada habría cambiado. Los trabajadores, sin necesidad de que nadie
les diera instrucciones, comprendieron que las dos cosas estaban
relacionadas" (157).
Los
trabajadores en las empresas que habían sido abandonadas por sus antiguos
dueños, tuvieron que dotarse de una nueva dirección que pudiera organizar la
producción y el trabajo. La elección de los comités dirigentes partió de la
iniciativa de los obreros, sin esperar las directrices de sus organizaciones
sindicales. Según reconoce el mismo Peirats:
"Hasta los primeros días de agosto, la CNT no se encargó de modo oficial y organizado de canalizar las colectivizaciones" (158).
Ronald Fraser es bastante más explícito y descriptivo en sus conclusiones,
después de recoger numerosos testimonios:
"La iniciativa revolucionaria no había surgido de los comités directivos
de la CNT -eso era imposible toda vez que la revolucción había sido
oficialmente <aplazada>-, sino de los sindicatos cenetistas individuales,
impulsados por sus militantes más avanzados. Incluso así tal vez no hubiese ido
más lejos que el simple control de las funciones directivas por parte de los
trabajadores. La defección a gran escala de propietarios, directores y
gerentes, temerosos por su suerte, condujo al siguiente paso en muchas
fábricas" (159).
En los casos
más frecuentes, los comités dirigentes fueron elegidos en asambleas abiertas,
por toda la plantilla de la empresa, obreros, administrativos y técnicos; en
otros, los viejos comités de empresa, ya existentes en el período
prerrevolucionario, pasaron a convertirse en la nueva dirección de la empresa.
Los
delegados de los nuevos comités, estaban sujetos al control de los trabajadores
que los habían escogido, tenían que responder periódicamente ante ellos y
podían ser sustituidos en cualquier momento por la asamblea, si ésta
consideraba que su gestión no era satisfactoria.
Frecuentemente, las enormes dificultades con las que los comités tuvieron que
enfrentarse, les obligaron a dotarse de una estructura, a subdividirse y a
especializarse en ciertas tareas.
La tradición
y el arraigo de las centrales sindicales hizo que, por lo general, la inmensa
mayoría de los delegados de los comités estuvieran afiliados a ellas. Esta
circunstancia ha hecho que algunos historiadores hayan considerado, tal
vez de forma simplista, a los comités de empresa y de control, como simples
delegaciones o apéndices de los sindicatos (160). Sin embargo, frecuentemente,
los sindicatos y los comités tuvieron graves desacuerdos en la orientación de
la nueva economía revolucionaria.
Los obreros
tuvieron que enfrentarse en las empresas, a multitud de problemas técnicos y
administrativos, derivados de la gestión y dirección de éstas, también chocaron
con el sabotaje de algunos de los técnicos. Todo ello conformaba un cuadro de
dificultades para las que no estaban preparados, por lo que tuvieron que
recurrir a los sindicatos, en busca de asesoramiento. Desgraciadamente, los
cuadros sindicales no abundaban ni estaban mucho mejor preparados y en
numerosas ocasiones, sus consignas causaron todavía una mayor confusión entre
los comités y los trabajadores de las empresas.
Aunque las
formas que adoptó el estallido colectivizador, por su propia acción
espontánea, fueron numerosísimas, aprovecharemos la clasificación introducida
por Bernecker (161):
1.Empresas colectivizadas.
Todo el
poder pertenecía exclusivamente a los trabajadores de la empresa. Las tareas de
dirección y de administración quedaban en manos del comité de delegados y de un
director. Los nuevos dirigentes tenían que responder de su gestión ante los
trabajadores en asamblea y ante el Consejo General de Industria. (Entre otros
muchísimos casos, en Barcelona encontramos los ejemplos de las compañías
navieras, Trasatlántica, Ibarra, Ramos... de los transportes urbanos y de las
compañías ferroviarias...).
2.Empresas controladas.
Eran
empresas que continuaban en manos de sus antiguos dueños y que no
llegaron a ser colectivizadas. Sin embargo, los trabajadores, mediante sus
comités de control tuvieron una gran influencia en su gestión y dirección.
Además de la existencia del antiguo propietario y del comité de control, existía
también un delegado del gobierno que mantenía el vínculo de la empresa, con la
política planificadora del Consejo General de Industria (Telefónica...).
3.Empresas nacionalizadas.
Eran
empresas que estaban bajo el control directo del gobierno. Con la recuperación
progresiva del poder de las instituciones republicanas, el número de
estas empresas aumentó.
Las autoridades republicanas de Madrid y de la Generalitat de Catalunya, poco pudieron hacer para frenar el proceso expropiador. Sin embargo,
algunas empresas fueron intervenidas por "necesidades de la producción y
de la guerra". En la medida en que pudieron y con el visto bueno de las
direcciones de las organizaciones obreras, numerosas empresas se mantuvieron
bajo el control estatal. Sólo en Catalunya, en el mes de Octubre de 1936. se
contabilizaron 435 empresas que estaban en esta situación. La Generalitat creó la Comisión de Industrias de guerra que contaban en el otoño de 1937. con
500 fábricas y con más de 50.000 trabajadores.
4.Empresas municipales.
Este era el
caso de las empresas de servicios urbanos (transportes...). Los ayuntamientos
tomaron estas medidas para paliar sus déficits económicos y sus evidentes
dificultades para recaudar los impuestos, en plena situación revolucionaria.
5.Agrupaciones.
Se
produjeron numerosos casos de concentración de las pequeñas empresas, en
sectores determinados de la economía. Las Agrupaciones fueron una de las
fórmulas que se adoptaron para articular las colectivizaciones urbanas y para
racionalizar los costos de la producción, superando la dispersión
antieconómica de las colectivizaciones. Las agrupaciones, controladas por
los sindicatos, supusieron un aumento del poder y de la influencia de la CNT y posteriormente encontrarían cada vez mayores obstáculos por parte de las
autoridades republicanas.
Una multitud
de empresas fueron colectivizadas por los trabajadores (se calcula que en el
mes de septiembre de 1936, más de 80.000 empresas habían sido incautadas).
Algunas de ellas, como sería el caso de las entidades financieras, los
bancos y las cajas de ahorro, serían nacionalizadas por las
autoridades republicanas, para evitar el peligro de que acabaran siendo
expropiadas por la oleada revolucionaria. Las nacionalizaciones contaron,
por lo general, con el visto bueno de las centrales sindicales, UGT y CNT, o en
cualquier caso con su pasividad.
Cuando por
diferentes razones, los obreros no pudieron incautarse de los centros de
trabajo, éstos quedaron bajo control de sus comités, que se encargaron de
dirigir la producción. En la mayoría de los casos, los antiguos comités de
empresa del período prerrevolucionario, se convirtieron en los nuevos
organismos de control obrero.
En el caso
de las empresas con capital extranjero, el movimiento expropiador chocó con la
oposición y la resistencia de los países extranjeros. Durante las jornadas de
julio, en el puerto de Barcelona, algunos buques de guerra británicos habían
hecho acto de presencia, en un gesto intimidatorio, para que los
revolucionarios se abstuvieran de expropiar las empresas en las que
habían capitales extranjeros invertidos. La CNT y el gobierno catalán, llegaron a un acuerdo por el que una lista de 87 firmas quedarían a salvo de
cualquier intento de incautación (Riegos y Fuerza del Ebro, Sales Potásicas de
Suria,...). En algunos casos, donde la composición del capital de las empresas
era mixto, los obreros procedieron a su expropiación, desoyendo la orientación
dada por las centrales sindicales, que pedían que fuera respetado el acuerdo.
Los comités
de control ejercieron una fuerte vigilancia sobre la gestión y dirección de las
empresas que no habían sido colectivizadas. El control se extendía hasta
las cuentas bancarias de éstas. Los propietarios y los directivos sólo podían
acceder al dinero, con el visto bueno del comité. De esta forma, se evitaron
nuevas fugas de capitales y posibles sabotajes contra la
producción, por parte de los antiguos dueños de las empresas, que no
simpatizaban con la revolución.
Las fórmulas
de nacionalización y de control obrero, fueron utilizadas por las autoridades
republicanas para evitar que el proceso de incautaciones se extendiese a
algunas industrias y empresas de alto valor estratégico. Posteriormente, las
nacionalizaciones fueron utilizadas para recuperar el poder perdido y hacer
retroceder el control de los revolucionarios sobre la economía.
Hay
numerosos ejemplos representativos de la dinámica del proceso: La Compañía Telefónica, propiedad de un trust norteamericano, la International Telephone and Telegraph Corporation, obedeciendo las órdenes de las direcciones
sindicales, no fue incautada. Sin embargo, los obreros se reunieron en una
asamblea abierta y nombraron a su propio comité de control, en el que estarían
representadas las dos centrales sindicales. El control de los trabajadores se
extendió a todos los centros de trabajo de la compañía, mediante
subcomités de delegados. La antigua dirección de la empresa quedó limitada en
sus funciones, a llevar el sistema contable de la compañía.
A nivel
estatal, la mayor parte de la industria de armamento había caído en manos
franquistas. En Catalunya existían cerca de 800 establecimientos metalúrgicos,
pero ninguno de ellos estaba preparado para la producción bélica. La maquinaria
existente en los cuarteles de Sant Andreu (Barcelona) para recargar cartuchos
había sido destruida en el asalto, durante las jornadas de Julio.
Incluso habían llegado a desaparecer los cianotipos para la fabricación
de obuses.
En
Barcelona, como en otras ciudades industriales, todas las grandes
industrias metalúrgicas fueron colectivizadas (Hispano Suiza, Vulcano, La Maquinista Terrestre y Marítima...). Los obreros, dirigidos por sus comités reiniciaron la
producción destinada a cubrir las necesidades de las milicias
combatientes.
En el mes de
Agosto se creó la Comisión de la Industria de Guerra, que estaría presidida por Josep Tarradellas (ERC), miembro de la Generalitat. El control del gobierno autónomo era sólo simbólico. Era la central
sindical anarcosindicalista y los comités de trabajadores, los que
verdaderamente controlaban la producción de la industria de armamento. Pese a
las grandes dificultades que conllevaba la guerra, pese a la política de boicot
del gobierno central a la industria bélica catalana, sólo un año después, la
producción había superado las estimaciones más optimistas que había
establecido la comisión (162).
La aparición
de una verdadera industria bélica catalana fue un fenómeno que reflejaría la
inmensa energía creativa que había desencadenado la revolución. Las
circunstancias de su aparición, su espectacular desarrollo en un espacio
tan corto de tiempo, son muestras de ello. La industria metalúrgica
reconvertida sufrió un extraordinario proceso de concentración de
la producción. Más de setenta pequeñas y antieconómicas fundiciones
barcelonesas fueron cerradas y concentradas en tan solo veinticuatro centros.
Sin embargo,
mucho antes de la aparición de la Comisión de industrias de Guerra de Catalunya, los trabajadores ya habían iniciado su propia "reconversión
industrial" de los sectores químico y metalúrgico. Gracias a la iniciativa
de un grupo de militantes de la CNT y de un militar, experto de la fábrica de
armamentos de Oviedo, se improvisó la primera industria bélica.
Era el
primer paso para la formación de una verdadera industria de guerra.
El hecho de
que las empresas metalúrgicas fueran capaces de reconvertirse en tan solo
algunas semanas, en tan difíciles condiciones y sufriendo una importante
carestía de cuadros técnicos refleja el enorme entusiasmo que el desenlace de
las jornadas de julio había provocado entre los trabajadores. Apenas unos días
después de la victoria sobre los sublevados, en las calles de Barcelona, ya
habían hecho acto de presencia los primeros camiones blindados y las primeras
granadas de mano, material que fue rápidamente enviado al frente aragonés.
"Hemos asistido al nacimiento y al desarrollo de las industrias de guerra
de Catalunya y podemos decir que raramente se podrá presentar un ejemplo
semejante de improvisación, porque raramente se volverá a encontrar un acuerdo
tan perfecto y una pasión tan unánime entre las autoridades políticas, las
autoridades técnicas y los obreros de todos los oficios de un país. Técnicos
militares extranjeros que vieron de cerca esa obra nos aseguraban que lo realizado
por nosotros en muy pocos meses era superior a cuanto se había logrado con
muchos más medios, por países mejor equipados, como Francia, en los dos
primeros años de la guerra de 1914-1918" (163).
Por primera
vez, los obreros se sentían dueños de sus destinos, y era esa, su conciencia
liberadora, el motor que podía hacer posible tales iniciativas y tal capacidad
de creación.
"En Catalunya, donde yo me encontraba, he visto crearse una industria
de guerra como por arte de brujería... (el
pueblo) estaba dispuesto para realizar ese milagro, que pueblos en plena paz y
con medios económicos adecuados no logran realizar en mucho tiempo, y más aún,
sin ingenieros en las fábricas, con solo dos o tres en la comisión de
industrias de guerra, y aquellas fábricas y talleres tan rápida y perfectamente
transformados funcionaban admirablemente, aumentando cada día la producción en
términos insospechados, creándose las más difíciles actividades industriales,
gracias a la iniciativa particular de los obreros catalanes..." (164).
La Comisión de Industrias Bélicas tuvo en un par de meses, bajo su control, 24 importantes
fábricas catalanas de ingeniería y de productos químicos, que se dedicaron a la
producción de obuses, explosivos y vehículos blindados... En el mes de Octubre
de 1937, más de 50.000 obreros, repartidos en 500 fábricas, intervenían en la
producción de armamento, mientras que otros 30.000 lo hacían en industrias
auxiliares (165).
En el mes de
Septiembre de 1936, el gobierno de la Generalitat pidió el traslado a Catalunya de la maquinaria para la producción de municiones que existía en Toledo, y que
se veía amenazada por el avance del ejército franquista. La respuesta del
gobierno de Madrid fue categórica y reveladora de cual era la actitud de las
autoridades republicanas estatales:
"Catalunya nunca hará cartuchos" (166).
Con el
retroceso revolucionario vendría también la decadencia de la economía
colectivizada y también la de la industria bélica, contrapuestas a la creciente
intervención de las autoridades republicanas.
En una carta
enviada por Lluís Companys a Prieto, éste confesaba que la producción bélica
había retrocedido considerablemente. El presidente de la Generalitat establecía el principio de la decadencia en el mes de Junio, pero la decadencia
parece haber empezado antes, en el mes de marzo. Companys reconocía que la
situación había cambiado por completo, desde la nacionalización de la
industria de armamento. La moral de los trabajadores que durante los
primeros meses de la guerra y de la revolución habían trabajado más de 56
horas, sin cobrar por las horas extraordinarias y sin que se diesen casos de
sabotaje o de indisciplina, ahora se resentía por la creciente burocratización
que había acompañado a la toma de control de la industria, por parte del
gobierno (167).
En cualquier
caso, podemos ver un paralelismo en el retroceso de la producción y la
disminución del entusiasmo de los trabajadores. La recuperación del poder
republicano iba parejo a la progresiva liquidación del orden revolucionario.
Este proceso iba acompañado de la apatía y de la desmoralización de los
obreros. La explicación del retroceso de la producción no es posible atribuirlo
solo a las dificultades que entrañaba el conflicto bélico. Del mismo modo, que
el factor de la moral revolucionaria explica el milagro económico, también lo
hace con la decadencia de la economía colectivizada.
El sistema
de control obrero sobre las industrias bélicas terminó con el decreto de
militarización del sector, promulgado por el gobierno el 11 de agosto de 1938.
Aunque hasta aquel momento había sido la Generalitat la que legalmente había controlado la industria armamentística, en realidad, habían sido los comités
obreros, los que habían ejercido la verdadera dirección de la producción.
La
militarizacion fue la medida que adoptaron las autoridades republicanas para
acallar en creciente descontento de los trabajadores del sector (168). La
afirmación que hemos hecho no es gratuita. El mismo Joan Comorera, máximo
dirigente del PSUC y enemigo declarado del movimiento expropiador, partidario
entusiasta de la reconstrucción del poder republicano, declaraba en un Plenario
de su partido, celebrado en Lérida, en el año 1938, que:
"La situación de las industrias de guerra hay que confesar que no ha
mejorado suficientemente y que en algunos casos, incluso ha
empeorado" (169).
También el
dirigente ugetista catalán, Rodríguez Vega, confesaba que en algunas
industrias, la productividad había descendido a la mitad (170). Con el
restablecimiento del orden republicano y el incremento del control burocrático
de las empresas, los trabajadores veían esfumarse sus sueños de liberación y aumentaba
la desmoralización y la apatía.
Vale la pena
citar algunos ejemplos sobre la nueva organización de la industria metalúrgica
catalana, dedicada a la fabricación de armamento. Los TALLERES HISPANO SUIZA
contaban con unos 1400 obreros. Fue de esta empresa, de donde surgieron los
primeros camiones blindados que acompañarían a la columna de milicianos
dirigida por Durruti, que se dirigía hacia Aragón, para recuperar Zaragoza. Los
sindicatos procedieron a la incautación de la industria y remodelaron su
organización, adaptándola para la producción de guerra automóviles blindados,
motores de avión, granadas de mano, ambulancias, soportes de
ametralladoras...).
La industria
se situó bajo el control del Comité Central de Milicias Antifascistas, que
nombró un delegado, un obrero metalúrgico, militante de la CNT, para hacer de intermediario entre ambos.
El comité se
formó por delegados de ambos sindicatos, de todos los sectores de la empresa,
incluidos los técnicos, empleados administrativos e ingenieros, que de esta
forma se integraban en la obra revolucionaria.
LA MAQUINISTA TERRESTRE Y MARÍTIMA. Como el resto de las empresas del sector bélico no fue
incautada por los trabajadores. Sin embargo, las diferencias entre las empresas
expropiadas y las que solo estaban sujetas al control, eran mínimas. Fue
el comité de empresa, el que realmente dirigió la marcha de la
producción. Ésta nunca llegó a superar el 50% de su potencial, debido a las
insalvables dificultades de carácter técnico que existían. A pesar de la
iniciativa y del entusiasmo de los obreros, la escasez de técnicos y el hecho
de que los que no habían huido, no simpatizaran con la causa revolucionaria
impidió el aumento de la producción (171).
Junto a la
industria metalúrgica y armamentística, muchos otros ramos de la
industria y de los servicios se vieron afectados profundamente por las
colectivizaciones, el textil, la alimentación, madera, electroquímica... El textil
catalán, en el que trabajaban más de 230.000 obreros (170.000 de ellos,
afiliados a la CNT), sufrió grandes transformaciones revolucionarias en la
organización del trabajo y de la producción. La colectivización en este sector
fue prácticamente total, salvo algunas empresas que contaban con capital
extranjero. De los 20.000 patronos existentes, apenas una décima parte de ellos
se acercó a sus antiguas empresas, donde entraron a trabajar como técnicos o
como simples trabajadores a sueldo. El resto de ellos huyó o fue eliminado.
LA ESPAÑA INDUSTRIAL contaba con fábricas en Barcelona, en Sabadell y en Sants, y empleaba a
cerca de 2.000 obreros que trabajaban en sus instalaciones. De ellos el 80%
estaba afiliado a la CNT y el 20% restante a la UGT (172).
Después del
mes de Julio, la empresa pasó a depender de un comité que fue elegido en una
asamblea a mano alzada por más de 1.800 trabajadores de la plantilla,
para sustituir a los directivos que habían huido. A pesar de que la empresa
quedó bajo control de los obreros, no fue colectivizada hasta la
publicación del decreto de colectivizaciones (173).
El comité de
empresa estuvo compuesto por un total de doce miembros (dos técnicos, dos
administrativos y ocho de los trabajadores manuales), dos de los delegados eran
mujeres que representaban al sector de hilado y de tejido. Los
delegados siguieron trabajando en sus puestos, reuniéndose semanalmente los
sábados, después de la jornada de trabajo, para resolver los problemas derivados
de la reorganización de la producción. Para estas tareas el comité fue dividido
en diferentes comisiones de trabajo (finanzas, comercialización, técnica y
personal). El personal técnico y el administrativo, representado en el comité
por sus propios representantes se comprometió a acatar las decisiones
mayoritarias.
El comité
convocaba asambleas periódicamente, cada dos o tres meses. La finalidad
de las reuniones abiertas a todos los trabajadores, era explicar y rendir
cuentas de la marcha de la empresa. Pese a ello, los duros condicionamientos de
la guerra les obligaron a reducir el trabajo a tres días semanales, debido a la
escasez de materias primas que empezaba a ahogar a la economía colectivizada.
El sindicato textil de la CNT se encargó de la venta de la producción y de la
importación de materias primas.
En la nueva
organización del trabajo, los trabajadores escogieron a sus propios capataces,
que siguieron cobrando lo mismo que el resto de trabajadores manuales. Los
nuevos encargados hicieron de enlace entre sus secciones y el consejo de
empresa en las cuestiones de carácter técnico. Las diferencias salariales se
redujeron sin llegar a eliminarse. Las trabajadoras siguieron cobrando entre un
15 y un 20% menos que los hombres, mientras que los trabajadores manuales
mantuvieron salarios menores que los de los administrativos y técnicos. Los
condicionamientos económicos que imponía la guerra impidieron los aumentos
salariales. Sin embargo fueron los técnicos y los administrativos, los que
propusieron una reducción de sus salarios en un 20%. El dinero ahorrado fue
utilizado en la creación de un fondo de pensiones destinado a los trabajadores
más ancianos (no olvidemos que no existía la seguridad social, y que el
abandono del trabajo significaba la inmediata miseria).
LA SEDA DE BARCELONA, no pudo llegar a ser colectivizada por ser de capital holandés. La
empresa, puesta bajo control obrero, estuvo dirigida por un comité compuesto
por diez miembros. Aunque los delegados habían sido escogidos en una asamblea,
el reparto de puestos se decidió de forma paritaria, 5 de la CNT y 5 de la UGT, a pesar de la clara hegemonía del anarcosindicalismo en la empresa. La
conciencia unitaria de los trabajadores superaba, de esta forma,
los posibles enfrentamientos entre ambas centrales sindicales.
Las
colectivizaciones urbanas no se limitaron a la industria. También se
extendieron al sector de servicios. Los depósitos de CAMPSA, las centrales
eléctricas, las compañías del gas, los trasportes urbanos (tranvías, metros y
autobuses) y también los terrestres y marítimos. Las compañías
ferroviarias quedaron bajo control sindical de la UGT y de la CNT. Algo similar ocurrió con la mayoría de las empresas de comunicaciones.
Tampoco el
sector de espectáculos (cines, teatros) escapó a la colectivización. Todo iba
quedando en manos de los obreros sin que nadie pudiera hacer nada para
evitarlo.
Los
trabajadores de Tranvías de Barcelona se incautaron de la compañía. El comité
gestor, compuesto por siete delegados, se encargó de las tareas de organización
de los servicios en toda la ciudad. Poco después, las compañías de autobuses y
del metro adoptaron las mismas iniciativas.
Las empresas
de transportes de Barcelona formaron un comité central unificado con
representantes de todas ellas (de 1 a 4 delegados por empresa, según su
importancia), para coordinar racionalmente el transporte de viajeros en toda la
ciudad. Cada empresa se administraba de forma autónoma, sin embargo, todas
estaban supeditadas al comité central coordinador, que se encargaba de
compensar con los beneficios de las compañías más rentables, las pérdidas del
resto. Se mejoraron las condiciones de trabajo y de higiene de las plantillas, y
se llegó a plantear, para después de la guerra, la implantación de la semana de
cuarenta horas, en el camino hacia la de treinta y seis. En materia salarial,
aunque las diferencias persistieron, tendieron a igualarse.
La
composición de los comités de las diferentes compañías de transporte de
viajeros de Barcelona no era uniforme. Mientras en el del Metro Transversal y
en el de la Compañía de Autobuses su composición era completamente
anarcosindicalista, en el del Gran Metro habían representantes de ambas
centrales sindicales. La Compañía de los Ferrocarriles Catalanes fue dirigida por un comité conjunto CNT-UGT, contando con la presencia de un delegado del
Gobierno de la Generalitat que tuvo un papel completamente testimonial, durante
los primeros meses de conflicto.
El gran
comercio barcelonés sufrió también importantes cambios. Los grandes almacenes
como "El Siglo", fueron incautados por el Sindicato Único Mercantil
de la CNT. En la asamblea de trabajadores de la empresa se escogió un Consejo
Técnico (3 miembros) y un Consejo Administrativo (12 empleados, 2 ex-empleados
y un representante del Sindicato).
La mayor
parte de los establecimientos comerciales (los grandes en su totalidad)
fueron colectivizados. Algo similar ocurrió con el comercio mayorista de
víveres (huevos, pescado, verduras, fruta, leche,...), mientras se establecían
comercios de venta minorista. Los intermediarios fueron excluidos
del circuito comercial, permitiéndoseles trabajar como asalariados en el mismo
ramo. Se dictaron normas encaminadas a mejorar la higiene de los
alimentos, se establecieron comités de control en el matadero municipal y se
cerraron aquellos establecimientos que fueron considerados insalubres. El
campesinado fue obligado a comerciar sus excedentes con los comités locales de
abastecimiento creados por la CNT.
Los comités
de empresa se convirtieron en la nueva dirección de los centros de trabajo
colectivizados. Las dificultades con las que se encontraron en su tarea de
dirigir la producción, hizo que éstos, frecuentemente, delegaran sus funciones
de representación sindical, en los denominados comités de fábrica. Estos
organismos se convirtieron en los intermediarios de los trabajadores
frente a los comités, que se habían convertido en los nuevos organismos
directivos de las empresas. Sus tareas reivindicativas permitieron integrar a
numerosos trabajadores en las tareas de gestión de la producción y evitaron el
alejamiento entre éstos y los nuevos organismos de dirección (174).
Es
destacable el sentimiento de unidad de clase que se expresó, a menudo, en la
composición de los comités de las empresas colectivizadas y en las sujetas al
control obrero. Ambas centrales sindicales, CNT y UGT, estuvieron representadas
en los comités de las empresas, unas veces de forma proporcional a su
afiliación, otras de forma paritaria. En los comités también estuvieron
integrados los representantes de los técnicos y de los administrativos. La idea
dominante era la de integrar a las minorías y preservar de esta forma, el
espíritu unitario que alentaba al movimiento.
Algunos
historiadores, estudiosos del tema, consideran que la asistencia y la
participación en las asambleas no fue demasiado numerosa. Algunos la sitúan en
un porcentaje en torno a una tercera parte de las plantillas (175).
La participación en las reuniones periódicas no era, necesariamente, falta de
identificación de los trabajadores con la obra colectivizadora de la que eran
protagonistas. No podemos olvidar que, la mayor parte del debate en este tipo
de asambleas se centraba en aspectos rutinarios, técnicos y administrativos,
que difícilmente atraían el interés del conjunto de los trabajadores, salvo a
los sectores más conscientes y militantes de las empresas.
Para
comprender el impacto que tuvieron las colectivizaciones en la conciencia de
los trabajadores, es revelador el testimonio de uno de los
anarcosindicalistas que participó en ellas:
"A raíz de la colectivización observó una gran diferencia en los obreros.
Antes de la guerra ninguno de ellos <<sabía hablar>>. Si había que
hacer alguna reivindicación, él, Capdevila, o alguno de sus compañeros del
sindicato tenía que entrevistarse con la dirección. Mientras funcionó el comité
obrero de control, el grueso de la fuerza laboral siguió sin decir palabra.
Pero en cuanto se colectivizó la fábrica y se celebraron asambleas generales,
todo el mundo empezó a hablar".
"<<Era asombroso. Todo el mundo se convirtió en un loro, todo el
mundo quería decir lo que pensaba y sentía. Evidentemente ahora eran
conscientes de estar a cargo de las cosas y de que tenían derecho a hablar por
si mismos...>>" (176).
Las empresas
expropiadas sólo fueron completamente autónomas durante un breve período de
tiempo, durante las semanas siguientes a las jornadas de julio. La situación
creada, las necesidades y los obstáculos, pese al origen espontáneo y disperso
de las colectivizaciones y de su obra, las empujaba en una sola dirección. La obra
revolucionaria, solamente podía sobrevivir mediante la coordinación y
planificación de la economía.
La
inexistencia de un auténtico estado obrero, que representara, centralizara y
ordenara la actividad de los comités y de las colectivizaciones, hizo que
durante los primeros meses, después de iniciado el conflicto, la economía se
caracterizara por la combinación de rasgos de autogestión obrera y de
corporativismo, con los intentos de coordinación y de estructuración de la
misma. El hecho de que la dualidad de poderes derivase hacia la restauración de
las viejas instituciones estatales, sería la causa de que en la mayor
parte del territorio, las colectivizaciones quedasen rápidamente en la
órbita del nuevo gobierno republicano. Esta vez dirigido por Largo Caballero y
por las organizaciones obreras del Frente Popular.
Sólo en
Catalunya, las colectivizaciones y los comités, consiguieron mantener una
cierta independencia de las autoridades, incluido el Comité Central de
Milicias. Durante cerca de cuatro meses, se resistieron a someterse al Consejo
de Economía y al Gobierno de la Generalitat, a pesar de la participación y de
la subordinación de los organismos dirigentes de las organizaciones
obreras a estos organismos.
En el mes de
octubre de 1936, se reunió en Barcelona un Congreso sindical, en el que
asistieron delegaciones y representantes de más de 600.000 obreros de las
industrias colectivizadas. La finalidad del acto era el estudio de la
socialización de la industria.
Pocos días
después, el 24 del mismo mes, el nuevo orden económico era institucionalizado
en Catalunya, con la publicación del decreto de colectivizaciones. La orden
gubernamental reconocía como un hecho consumado lo que era una realidad desde
hacía algunos meses en la calle. Sin embargo, a cambio se iniciaba un proceso
de intervención de las colectivizaciones, por parte de la Generalitat. La penetración del gobierno catalán, testimonial y simbólica al principio,
acabaría por significar la contención y la limitación de las colectivizaciones,
en el período del retroceso revolucionario. El nuevo decreto también reflejaba
la consolidación del poder del gobierno de la Generalitat, y la tendencia de las organizaciones obreras más radicales a subordinarse a su
autoridad política.
Hubo
numerosos intentos de planificación de la economía colectivizada. En el mes de
diciembre del mismo año, se celebró un Congreso de Sindicatos Únicos de la CNT en la ciudad de Valencia. El congreso pretendía estudiar y proponer soluciones a
las dificultades que provocaba la dispersión y la
competencia entre las diferentes industrias colectivizadas.
El resumen de la declaración final refleja las conclusiones y las
propuestas que fueron dirigidas a los sindicatos:
"Al proceder a la socialización de una industria
deberán agruparse todos los esfuerzos de los distintos sectores que componen la
rama de la industria en un plano general y orgánico con lo cual se evitarán las
competiciones y dificultades de orden sindical que dificultarían la buena
organización de la industria socializada. Se enlazarán los organismos de
producción y distribución de tal manera que se evite la especulación de
elementos ajenos a los intereses de la industria socializada"
(177).
Como muy
bien indica José Peirats, el documento de Valencia reflejaba una conciencia
clara entre los participantes del Congreso, de cuales eran los problemas que
amenazaban a la industria socializada.
"Los trabajadores se daban cuenta de que la colectivización parcial
degeneraría con el tiempo en una especie de cooperativismo burgués.
Encastillado en su respectiva colectividad, las empresas habrían suplantado los
clásicos compartimientos estancos y caerían fatalmente en la burocracia, primer
paso de una nueva desigualdad social. Las colectividades terminarían haciéndose
la guerra unas a otras, comercialmente hablando, con tanto ahínco y mediocridad
como las antiguas empresas burguesas" (178).
Los
sindicatos procuraron reorganizar las distintas ramas de la producción. Por su
peso y arraigo en el movimiento obrero y a falta de organizaciones de otro tipo
(soviets) que pudieran asumir estas tareas, las centrales sindicales y
especialmente la CNT, tuvieron que asumir la función de coordinación de las
empresas colectivizadas o las que estaban sujetas al control obrero. Su
importancia en la estructuración de la economía revolucionaria fue inmensa. Sin
ningún tipo de dudas podemos considerar que hubiera sido imposible superar el
caos revolucionario de los primeros momentos, si los sindicatos no hubieran
intervenido. Sin embargo, es constatable también, la falta de definición y de
delimitación en las relaciones entre éstos y los comités. Esta confusión,
fue una frecuente fuente de tensiones y de conflictos entre ambos organismos y
facilitó, posteriormente, la intervención del gobierno republicano.
La idea de
estructurar la economía revolucionaria mediante las agrupaciones industriales,
fue vista con buenos ojos por los anarcosindicalistas, que consideraron que
esta solución se aproximaba a sus planteamientos de socialización bajo control
sindical de la economía.
"Los de la CNT opinábamos que todo debía partir del obrero... A tal
efecto queríamos crear federaciones industriales (textiles, ingeniería, grandes
almacenes, etc.) que estarían representados en un consejo económico global
encargado de dirigir la economía. De esta manera, todo, incluyendo la
planificación económica, permanecería en manos de los obreros. (Las
federaciones industriales habían sido aprobadas por la CNT en 1931, pero su creación fue combatida por elementos anarquistas del sindicato, por lo
que sólo existían unas cuantas al estallar la guerra)" (179).
En
ocasiones, los intentos de creación de las agrupaciones industriales fracasaron
al chocar con la visión corporativista de los comités, que consideraban a las
empresas colectivizadas, como algo de su exclusiva propiedad y se mostraban
reticentes a formar parte de las federaciones.
Pasados los
primeros momentos, generalmente, fueron las Juntas territoriales las que
acabaron por asumir las funciones de dirección de la economía en sus
respectivas zonas. La aparición en Catalunya del Consejo de Economía,
organismo de planificación que estaba supeditado al gobierno de la Generalitat, en la que participaban todas las organizaciones obreras, hizo que estas
funciones recayeran en él. Sin embargo, las centrales sindicales y en concreto
la CNT, mantuvieron su poder e influencia en las empresas socializadas o
intervenidas por los trabajadores. Gran parte de la articulación de la economía
revolucionaria siguió recayendo en ella.
El Consejo
de Economía de Catalunya apareció ante muchos trabajadores como un órgano extraño,
que había sido impuesto desde las alturas y que estaba subordinado al
desprestigiado gobierno de la Generalitat. Los sindicatos en cambio, eran las organizaciones tradicionales del movimiento obrero y gozaban de su entera
confianza, por lo tanto, no es de extrañar que estas organizaciones continuaran
siendo las que coordinaran y estructuraran los sectores colectivizados.
La
coordinación superó en muchos casos el ámbito local extendiéndose a regiones
enteras, llegando a abarcar desde la extracción de materias primas, hasta la
manufacturación y distribución de los productos. Ramas enteras de los servicios
y de la industria fueron completamente reorganizadas. Cientos de pequeñas
industrias, dispersas y antieconómicas, fueron cerradas y concentradas en
grandes centros, mejor equipados para la producción. Los trabajadores de la
mayoría de los 745 hornos-panadería que existían en Barcelona aceptaron la
socialización y la reestructuración de todo el sector. Algo similar ocurrió con
el sector de la madera, donde cientos de pequeños talleres
fueron reorganizados y concentrados en fábricas más grandes.
En otras
poblaciones catalanas se vivieron procesos idénticos (la industria del
vidrio, confección, la sastrería, la piel y también el calzado de Sitges,
el embutido de Vich...). El fenómeno, muy importante en Catalunya, se
extendería a otras ciudades y pueblos de la zona republicana (el metal y el
textil de Alcoi, la madera de Cuenca, la ebanistería de Madrid...).
Los
proyectos de racionalización y de coordinación de la economía colectivizada
fueron impulsados especialmente por las organizaciones más radicales del
movimiento obrero, la CNT-FAI y también por el POUM. Sin embargo, a
menudo, estos proyectos chocaron con la resistencia del resto de
organizaciones, que no veían con buenos ojos la consolidación del sistema de
las colectivizaciones.
Después de
las jornadas barcelonesas de mayo de 1937, en Catalunya y a pesar de la
supuesta legalidad que amparaba la planificación de la economía, con la
publicación del decreto sobre las colectivizaciones, los intentos de
racionalización de la producción encontraron la oposición creciente
de la UGT catalana, que invocaba a la Generalitat y al secretario del PSUC, Comorera, para impedirlos.
El
origen no planificado de las colectivizaciones revela el verdadero
carácter de la revolución española. Sin embargo el espontaneísmo también
fue el origen de numerosos errores y limitaciones del movimiento colectivizador.
Sobre la ingenuidad y el simplismo con el que los revolucionarios acometieron
su obra revolucionaria en la economía, Fraser recoge las declaraciones de un
joven militante de CNT, Pons Prades, que había trabajado en la industria
colectivizada:
"... era fácil alcanzar aquel mundo nuevo, aquel paraíso terrenal del que
tan a menudo le hablara su padre. Bastaría con cambiar las banderas,
entonar nuevas canciones revolucionarias, abolir el dinero, la jerarquía, el
egoísmo, el orgullo; las columnas sobre las que se apoyaba el imperio del
dinero. <<No era yo solo, joven inexperto, quien así pensaba. Eran
también los hombres, los militantes de la CNT que tanto habían luchado en la vida>>..." (180).
En muchos
casos, los trabajadores se limitaron a aumentarse los salarios, reducir
sus horas laborales y producir contando tan solo con las reservas
existentes en sus almacenes y sin preocuparse de lo que pasaría cuando éstas se
agotaran. Muchos trabajadores tenían una visión excesivamente esquemática de lo
que significaban las colectivizaciones y también de su funcionamiento. Sin
embargo pronto surgieron problemas inesperados que se encargaron de borrar esta
falsa idea.
Las
colectividades no llegaron a unificarse jamás, en un sistema económico
coherentemente estructurado, con una sola administración centralizada, elegida
democráticamente por las bases. Esto hubiera significado sentar las bases del
estado obrero, alternativa en la que no estaban interesadas en aquel momento,
ninguna de las organizaciones obreras.
El
anarcosindicalismo cometió la equivocación de olvidar las experiencias de las
revoluciones anteriores. Los libertarios españoles repitieron
trágicamente los errores que había cometido la Comuna de París, apenas sesenta años antes, abandonando en manos de sus adversarios
políticos, en la zona republicana, los resortes del capital financiero,
que luego serían utilizados en su contra.
La Generalitat de Catalunya nombró rápidamente delegados en cada banco y en cada caja de
ahorros, con el acuerdo de la UGT y de la CNT, para impedir la fuga de capitales y controlar las operaciones comerciales de las empresas. Con esta
maniobra, el gobierno catalán evitaba cualquier tentación de incautación de las
entidades financieras catalanas. En los meses siguientes, el control
sobre los bancos y las entidades financieras se mostró como un instrumento
eficaz para paralizar y hacer retroceder al movimiento colectivista, como paso
previo y obligado para su posterior liquidación.
Dos años
después de iniciada la guerra, al menos la mitad de las empresas colectivizadas
catalanas se encontraban hipotecadas con la Generalitat, por los préstamos que ésta había concedido para el pago de los salarios. Gracias
a esta situación, el gobierno autónomo conseguiría fácilmente intervenir
la industria colectivizada, mediante el nombramiento de inspectores. A
medida que las viejas autoridades recuperaban su poder, los interventores de la Generalitat también irían adquiriendo, poco a poco, más poder en el seno de las
colectividades, en detrimento de la antigua autonomía económica que éstas
habían gozado. Con esta situación, atada de pies y manos, la economía
revolucionaria iniciaba su declive.
"Según sus defensores, las colectividades fracasaron, no por su celo
egocéntrico, ni por su incompetencia o mala organización, sino sencillamente
porque, una vez agotados sus recursos iniciales, no consiguieron crédito de sus
enemigos, que manipulaban el sistema bancario y controlaban las divisas y el
comercio exterior. Juan Fábregas, delegado de la CNT en el Consejo Económico de Catalunya, recibió de Madrid negativas rotundas. <<Bastaba que la nueva
industria militar de Catalunya estuviera controlada por los trabajadores de la CNT para que el gobierno de Madrid negara su ayuda. Solo concedían ayuda económica a cambio
de ceder el control al gobierno>>. Negrín dijo al periodista Louis
Fischer que las fábricas colectivizadas de Catalunya habían gastado todas sus
reservas en pagar salarios y que por eso acudían a él, Ministro de Hacienda, a
solicitar dinero. <<Aprovecharemos su petición -añadió- para hacernos con
el control de las fábricas>>. En otras palabras, los enemigos políticos
de la CNT trataban de colocar a las empresas colectivas en una situación tan
difícil que se vieran obligadas a rendirse" (181).
El
testimonio de Fábregas, y la conversación entre Negrín y el periodista
procomunista Fischer, revelan el alcance y la eficacia del instrumento financiero,
como instrumento contra la revolución colectivista que estaba en marcha.
El arma
financiera no solo fue utilizada contra las colectivizaciones. También sería un
instrumento de presión del gobierno central contra los deseos autodeterminativos
de la Generalitat de Catalunya, demasiado escorada hacia la izquierda, por la
fuerte presión a la que estaba sometida por el movimiento revolucionario. El
gobierno de Largo Caballero se negó a traspasar parte de las reservas de
oro del Banco de España a Catalunya, que debían ser utilizadas en la
compra de armamento y de materias primas, por temor a que ésta, adquiriese
demasiada independencia frente al gobierno central (182).
Resulta
asombroso observar como algunos historiadores anarcosindicalistas justifican la
trágica equivocación:
"En un ramo no se realizó la colectivización: en la Banca. Por razones fáciles de comprender. La colectivización no se hace por decreto desde
arriba, sino por la intervención de los obreros y empleados de cada
empresa".
"¿Porqué no se colectivizaron los bancos? los dependientes bancarios
estaban poco organizados, existían dos sindicatos bancarios, uno CNT y otro
UGT; este último, mayoritario, era contrario a la colectivización y propugnaba
la estatalización".
"La socialización debe realizarse, según su doctrina, por decretos
gubernamentales. El gobierno no decretó la colectivización de los bancos. Así,
los dependientes bancarios, en mayoría, no sabían lo que debían hacer. La
colectivización no se llevó a cabo" (183).
Sin embargo,
otros historiadores de la misma ideología, reconocen el error histórico del
anarcosindicalismo español (184). El sector financiero, controlado por la UGT catalana se mantendría al margen del movimiento expropiador, siendo entregado
intacto, con el visto bueno de los dirigentes de CNT, a sus adversarios, para
ser utilizado posteriormente como un instrumento de chantaje y de presión
contra las colectivizaciones.
Es necesario
tener en cuenta otro factor: el tradicional raquitismo del sector bancario en
Catalunya, que lo hacía depender fuertemente del capital financiero estatal.
Sin embargo este dato no invalida la conclusión: el desprecio que
la tradición libertaria siente hacia el dinero, se convertía en una terrible
arma contra la misma revolución. La ingenuidad anarcosindicalista residía en
considerar que la iniciativa colectivizadora solo podía partir de los mismos
trabajadores del sector, y no del conjunto de la clase obrera, que necesitaba
utilizar los capitales expropiados para consolidar y extender el nuevo orden
revolucionario.
Las empresas
necesitaban financiarse, necesitaba divisas para importar materias primas que
eran indispensables para poder seguir produciendo, era necesario pagar los
salarios a los trabajadores que las integraban. Muchas empresas solo pudieron
mantener su ritmo de trabajo, mientras no se agotaron los stocks que habían
sido expropiados durante los primeros días de la revolución. El agotamiento de
las reservas provocaría un descenso dramático de la producción en algunos
sectores de la industria. El textil catalán tuvo que reducir la semana laboral
a tres días, ante la escasez de materias primas.
Cuando la
situación empezó a volverse insostenible, un grupo de militantes libertarios
llegó a proponer al Comité Nacional de la CNT la planificación del robo de una parte del oro guardado en el Banco de España de Madrid. El plan sería
rechazado por la dirección, por las consecuencias políticas que hubiera tenido
la acción, en las relaciones con el gobierno central.
La
actitud que las autoridades republicanas y del Frente Popular mantuvieron
frente a las colectivizaciones fue, en un primer período, de aceptación
forzosa. Sin embargo y a medida que su autoridad iba siendo restablecida, tanto
la Generalitat, como el gobierno de Valencia, intentaron detener la honda
expansiva del movimiento expropiador. Aplicaron una política de boicot y de
sabotaje a la industria colectivizada. El gobierno de Largo Caballero llegaría
a importar del extranjero numerosas partidas de ropa para abastecer al nuevo
Ejército Popular de la República, para evitar tener que hacer la compra a las
empresas del textil catalán. Los gobiernos central y en menor medida, también
el autónomo, tenían en su poder la llave de acceso a las divisas y a los
tratados de comercio. En esta situación de boicot y sabotaje por parte de las
autoridades republicanas, las empresas que dependían del mercado exterior se
encontraron con graves dificultades para acceder a nuevos envíos de materias
primas.
Difícilmente, los comités de empresa, podían proceder de forma diferente
a como lo hicieron, sin la existencia de un sistema económico socialista
coherente. La falta de criterios claros de planificación global, acentuó
todavía más, los rasgos más individualistas de los trabajadores y llevó a
los comités, en muchas ocasiones, a mantener una visión localista y corporativa
de las empresas. La falta de una orientación precisa y concreta de las
organizaciones obreras, hizo que surgiera con mucha fuerza, en muchas de las
colectivizaciones, la idea de que éstas, eran propiedad exclusiva de los
obreros que trabajaban en ellas, y no de toda la sociedad, que les habría
cedido a ellos, su control y gestión.
Las
consecuencias no se hicieron esperar: se dio una división creciente entre las
empresas ricas y las pobres, con las consiguientes diferenciaciones salariales;
apareció la competencia entre las diferentes empresas colectivizadas para
conquistar el mercado, afán de lucro como motor de la producción,... Estos
hechos fueron denominados por algunos sectores críticos como "capitalismo
sindical" (185), o como lo llegó a denominar Peirats "cooperativismo
burgués" (186).
"El colectivismo que vivimos en España no es el colectivismo anarquista,
es la creación de un nuevo capitalismo más inorgánico que el viejo sistema
capitalista que acabamos de destrozar... Está hoy plenamente comprobado que no
existe dentro de nosotros ningún ajuste, ningún apego, ningún respecto a la
moral libertaria que nosotros decidimos defender o sustentar; y no existe
porque nadie entiende de economía en general, de complejos económicos, de la
dependencia de unas industrias con otras..." (declaración de Horacio
Prieto, exsecretario de la CN de la CNT, hechas el 06.01.1938). (187).
Más
clarificadoras son las críticas aparecidas en el órgano del POUM, "La Batalla":
"(el artículo se titula <<ante todo hay que saber adonde se va y lo
que se quiere>)... Asistimos en Barcelona, principalmente, casi sin que se
preste atención a ello, a un proceso de <<sindicalización>> de
todos los aspectos de la vida económica, que nada tiene que ver ni con la
socialización, ni con la colectivización. Los sindicatos recaban la hegemonía
absoluta de cada industria, establecen sus normas, su dirección, teniendo en
cuenta los intereses estrictamente profesionales, no generales, de la clase
trabajadora, e incluso ni el interés de la lucha actual... queremos referirnos
a un caso, como ejemplo, el comité revolucionario ferroviario ha adoptado el
acuerdo de no conceder billetes gratuitos, partiendo de la necesidad de no
mermar los ingresos de la industria... pero evitar estos abusos es una cosa, y
otra deducir las consecuencias de que deben negarse casi en absoluto de los
billetes gratuitos... ¿porqué se producen todas estas contradicciones y hasta
cierto punto este desbarajuste?, sencillamente porque hasta ahora no ha habido
un pensamiento rector del curso de la revolución..." (188).
Era evidente
que la persistencia de estas actitudes sólo podían llevar al hundimiento de la
revolución y a la restauración progresiva de la vieja sociedad
capitalista que había sido aplastada en las jornadas de julio.
La gravedad
de la situación obligó a la CNT a presionar sobre las empresas colectivizadas
para que éstas corrigieran las graves contradicciones que sufrían. En el
mes de febrero de 1937, cuatro meses después de aprobarse el decreto
sobre las colectivizaciones, una conferencia sindical conjunta CNT-UGT del
textil, acordaba que la colectivización de las empresas, tal como se había
llevado a cabo en muchos casos, había sido un grave error, y que era necesario
proceder a la socialización total de la industria colectivizada. Una comisión
del sindicato anarcosindicalista informaba en Barcelona en el mes julio del
mismo año:
"El precipitado afán de colectivizarlo todo, especialmente las empresas
que tenían reservas monetarias, ha revelado en las masas un espíritu
utilitarista y pequeño burgués... al considerar toda colectividad como
propiedad privada, no como mero usufructo, han sido ignorados los intereses de
otras colectividades. Las empresas colectividades se han preocupado solo de su
propia rentabilidad, produciendo un desequilibrio en las propias finanzas de
otras empresas" (189).
Sin
pretender minusvalorar el éxito de los comités y de las colectivizaciones en su
gestión, hemos de aceptar, coincidiendo con Walther Bernecker, que las
metas revolucionarias y de emancipación social que se plantearon, sólo pudieron
conseguirse de forma limitada e imperfecta.
"Sin embargo, su meta social, la abolición de la alienación de los
trabajadores, mediante transformaciones radicales de la estructura de poder de
la economía industrial, sólo la alcanzaron temporalmente y aún en este caso,
parcialmente. Su error de partida consistió en dejar fuera de su atención los
intereses económicos generales y en tolerar durante demasiado tiempo la
existencia de un ciego egoísmo de empresa" (190).
El avance y
profundización de la conciencia revolucionaria de los trabajadores chocó con la
inexistencia de un programa de planificación global de la economía que les
ofreciera un proyecto socializador de la revolución que ellos habían iniciado,
en vez de perderse en actitudes corporativistas.
La intentos
de planificación y estructuración de la economía, impulsados por la CNT, hizo posible que estos prejuicios fueran superados por la comprensión de muchos
trabajadores, de la existencia de una interdependencia de toda la economía
colectivizada.
En
Catalunya, los crecientes desequilibrios fueron corregidos en parte, con la
creación de una Caja Central de igualación o de compensación, que
redistribuiría los beneficios cedidos por las colectividades ricas, entre las
que presentaban pérdidas. También existieron Cajas de Compensación sectoriales,
como la de Transportes de Barcelona, donde la Compañía de Autobuses dedicó una parte de los beneficios obtenidos a compensar las pérdidas
de la de tranvías.
Con
frecuencia, los comités de empresa, empeñados en las tareas de dirección y de
organización de la producción en las empresas colectivizadas o intervenidas,
perdían sus antiguas funciones sindicales. En ocasiones, como hemos comentado
más arriba, llegaron a crearse nuevos organismos sindicales que se encargaron
de representar a los trabajadores en las cuestiones de índole laboral. Sin
embargo y a menudo, estas funciones quedaron completamente abandonadas.
"Debería haberse hecho, para que los trabajadores siguieran teniendo su
representación sindical directa a la que acudir en caso de alguna queja
laboral. Fue un fallo muy común en el área de Barcelona, un fallo consciente en
no comprender cuál era la nueva situación creada por el hecho de que un
sindicato pasara de la fase de lucha de clases a la autogestión, una confusión
entre los dos papeles..." (191).
De la idea
recogida por Ronald Fraser se desprende un cierto grado de burocratización de
los comités de empresa, y también el alejamiento de algunos sectores de
trabajadores del funcionamiento de la economía colectivizada o intervenida.
"El principal fracaso, según la opinión de Pons Prades y de otros
miembros, opinión que confirmaba la objeción planteada originariamente por los
anarquistas, fue que el sindicato se transformó en una especie de gran empresa,
con una estructura progresivamente fingida. <<Visto desde fuera, empezó a
parecerse a un trust americano o alemán>>. Desde dentro, si bien los
obreros tenían posibilidad de expresar sus críticas o necesidades, resultaba
difícil efectuar los cambios que querían".
"<<Tenían la impresión de que no participaban directamente en la
toma de decisiones. Si el <estado mayor> decidía que se cambiase la
producción en dos talleres, no se informaba a los obreros del porqué. La falta
de información... engendró descontento, especialmente si se tiene en cuenta que
en la CNT era tradicional discutirlo y examinarlo todo. Las reuniones
quincenales de delegados pasaron a ser mensuales y creo que terminaron siendo
trimestrales...>>."
"A pesar de todas estas objeciones, en la primera asamblea general
anual casi todos los cargos fueron prorrogados por unanimidad... <<A
medida que fue pasando el tiempo, habría sido difícil corregir la estructura
cada vez más rígida del sindicato.>>" (192).
Hay
distintos factores que nos pueden ayudar a comprender el origen de estas
actitudes burocráticas. Las circunstancias en las que se desarrollaban los
comités, como la guerra, la falta de orientación política,... impidieron que
éstos pudieran profundizar su democratización interna. La escasez de cuadros
obreros, preparados para asumir las responsabilidades que implicaba la
administración y la organización de la economía colectivizada era más que
dramática. Las funciones de dirección de las empresas colectivizaciones
acabaron por concentrarse en una pequeña minoría de militantes revolucionarios.
También el
excesivo afán de expropiarlo todo, sin ningún tipo de criterio diferenciador
entre las grandes y las pequeñas empresas, provocó graves problemas al
movimiento revolucionario. La incautación de gran número de minúsculas empresas
y establecimientos, provocó el descontento y el temor de la pequeña burguesía y
de las clases medias. En Madrid, por ejemplo, llegaron a colectivizarse los
equipos de zapateros, los ebanistas, las barberías e incluso... los salones de
belleza. Los antiguos propietarios se convirtieron en simples trabajadores de
sus antiguas empresas.
Durante las
jornadas de julio, el grueso de la pequeña burguesía urbana y del campo había
permanecido neutral, o incluso había llegado a simpatizar con los
revolucionarios. Sin embargo los errores cometidos provocaron el alejamiento de
las clases medias de la izquierda y también de los desprestigiados e impotentes
republicanos, para volcarse hacia el PCE-PSUC, que fueron las organizaciones
que, gracias a su eficacia, consiguieron capitalizar el desplazamiento
político. Los excesos colectivizadores y la violencia indiscriminada que se dio
en muchos casos, empujaron a la pequeña burguesía a buscar la protección entre
las organizaciones que pretendían restaurar el viejo orden republicano y que se
enfrentaban al anarcosindicalismo.
"Al sentar las bases del socialismo, un error gravísimo se ha cometido en
nuestro país, la colectivización de la pequeña industria y del pequeño
comercio, a pesar de estar prohibido por el decreto de colectivizaciones,
estaba en el ánimo de muchos trabajadores, por falta de una cultura social
suficiente, el deseo de intervenir y de disponer en los negocios de la
industria o el comercio donde trabajaba. Un falso concepto igualitario, muy
extendido en nuestros medios obreros, ha hecho también que se dañaran los
intereses de la pequeña burguesía".
"Más que dañar su intereses, más que desposeerlos de su industria o
comercio, lo que debía haberse hecho era impedirles su libre uso y apartarlos
de la dirección del estado. Hubiera sido la mejor política respecto a la
pequeña industria, ahora desposeídos de sus propiedades y con el poder
político, tratan y tratarán constantemente de hacer marchar atrás en el camino
de la revolución y buscarán la fórmula que les permite volver a la vieja situación.
Y este error que ha cometido el proletariado colectivizando pequeños comercios
e industrias, como la pequeña propiedad de la tierra, es totalmente contrario a
las leyes del socialismo".
"El socialismo no debe entrar en la conciencia de las masas o de los
individuos a la fuerza" (193).
El documento
que cita Victor Alba pertenece al POUM, y sitúa la posición crítica de
esta organización ante uno de los errores más graves, cometidos por el
movimiento colectivizador. La inexistencia de una organización capaz de
encauzar el torrente revolucionario desatado, condujo a una serie de errores o
excesos que debilitarían a la misma revolución. Los adversarios de las
colectivizaciones aprovecharon estos errores para denigrarlas, condición que
era necesaria para su posterior liquidación.
Los
historiadores contrarios al movimiento colectivizador, reconocen las graves
dificultades, derivadas del conflicto bélico, que tuvo que atravesar la
economía socializada. Han reflejado los errores y las ingenuidades que se
desarrollaron en las colectividades. Sin embargo algunos de ellos han
presentado una serie de argumentos en su contra, que no resisten un análisis
serio.
Stanley
Payne considera que las colectivizaciones y el control obrero, tuvieron efectos
negativos en la economía republicana, y esta nunca pudo recuperar los niveles
de producción existentes a principios de 1936.
"La escasez propia de la guerra, la pérdida de mercados, la falta de
materias primas, junto con el efecto disgregador de las colectivizaciones y el
control obrero, hizo imposible a la industria catalana alcanzar los niveles de
producción previos" (194).
El
historiador Stanley G. Payne coloca "el efecto disgregador de las
colectivizaciones y el control obrero" al mismo nivel que los factores
relacionados con la guerra. Sin embargo, se resiste a analizar las causas del
"efecto disgregador" del colectivismo, es decir, la falta de un poder
político que estuviera dispuesto a llevar hasta el final la construcción de una
economía socialista, sólida y coherente.
La disminución de la producción, ha sido perfectamente explicado por otro
economista e historiador, poco sospechoso de simpatizar con el movimiento
revolucionario:
"(Primera fase. Julio-Agosto de 1936) Refleja el impacto de la
desorganización debida a la guerra civil: el mes de agosto marca el punto más
bajo de la actividad industrial...
(Segunda fase. Septiembre de 1936 a Octubre de 1937) Es una etapa de adaptación
a la situación. El impacto económico de la guerra por la pérdida de mercados y
del abastecimiento de materias primas reduce la producción entre el 75 y el 60%
respecto a Enero de 1936. Hay puntos significativos de baja: noviembre de
1936, a causa del agotamiento de los stocks de las empresas, y Febrero de
1937, en que se manifiesta la crisis iniciada a principios de año, a causa de
la reconversión, ya iniciada, de la economía catalana en una economía de
guerra; todo esto repercute en el conjunto industrial del país, que se resiente
por la rigidez de la oferta. De esta manera se acelera el incremento de
precios a partir del mes de marzo, en que el encarecimiento acentuado de la
subsistencia puede explicar en parte, los hechos de mayo de 1937. Por otra
parte, la disminución de la producción industrial en mayo de 1937 es una
consecuencia de los hechos producidos en Catalunya, y muy especialmente en la
ciudad de Barcelona, aquel mismo mes" (195).
El autor de
estas significativas líneas reconoce la existencia del factor "desmoralización",
como una de las causas de la caída de la producción industrial de Catalunya (y
por lo tanto, del resto de la zona republicana), pero no atribuye a la
naturaleza del sistema de las colectivizaciones y al control obrero, ninguna
cualidad "disgregadora" intrínseca, como causa de la decadencia. Por
el contrario, si la desmoralización de los trabajadores fue una de las causas
del retroceso de la economía, se deduce que el entusiasmo revolucionario de la
clase obrera por las conquistas sociales conseguidas (las colectivizaciones y
el control obrero) habían sido uno de los soportes principales que evitaron,
pese a las condiciones negativas existentes, que la economía se desplomara.
Fue Jaume
Miravitlles en una conversación con Josep Tarradellas, ambos miembros de ERC y
adversarios de la revolución de los comités, quién, sin salir de su asombro,
confesó: "Este sistema funciona" (196). Efectivamente, el sistema,
con todas sus taras, con todos sus errores y defectos, con todas sus ingenuidades,
funcionaba.
También hay
que tener en cuenta, la multitud de conquistas sociales que se realizaron por
primera vez en España y posiblemente en el mundo entero. Algunos de los
proyectos, como el del salario único, o el de las seis semanas de
vacaciones, fueron planteados pero nunca pudieron ser llevados a la
práctica.
El momento en el que la revolución se estaba jugando
su destino en el frente, contra el ejército franquista, o en la retaguardia,
contra las organizaciones del Frente Popular, no era el más adecuado para
ponerlas en marcha. Incluso algunas de ellas no pudieron ponerse en la
práctica, de manera generalizada, sencillamente porque en aquel momento eran
utópicas, como era la de la abolición del dinero.
Sin embargo
otras muchas se aplicaron y funcionaron perfectamente, y hoy, algunas de ellas,
todavía no han sido alcanzadas. Se abolió el trabajo a destajo, se redujo la
semana laboral a 40 horas (aunque en un principio tal medida estaba planteada
para el período posterior a la victoria de la revolución). La carestía de
materias primas convirtieron la semana laboral en mucho menos, se creó el
primer sistema de seguridad social en España, jubilación con la paga completa,
asistencia médica y medicinas gratuitas, subsidio de enfermedad y de maternidad
(el marido tenía derecho a dos días libres pagados, cuando su esposa estaba de
parto), clínicas con servicios especializados, se creó un fondo de desempleo y
de recolocación de los parados,... (197).
Todo este
sistema de conquistas sociales estuvo financiado con las reservas de las
empresas colectivizadas que presentaban beneficios.
Las
colectividades fueron la expresión máxima de la conciencia socialista
espontánea de los trabajadores. Ronald Fraser sitúa el verdadero debate, no en
la defensa del éxito o del fracaso de las colectivizaciones, sino en si tal
como se dieron éstas, fueron o no:
"... la respuesta revolucionaria adecuada a las necesidades del
momento..." (198).
El sistema
colectivista fue una reacción necesaria en los primeros momentos. En esto
coinciden todos, adversarios y partidarios.
La
diferencia entre unos y otros estribaría en si éstas eran o no, un mal
necesario que llenaba el vacío dejado por la huida de los antiguos propietarios
hasta que pudiese restablecerse el orden republicano, o eran la expresión
legítima del nuevo orden revolucionario.
La dualidad
de poderes que apareció simultáneamente a las colectivizaciones, evolucionó
posteriormente, no hacia una salida revolucionaria, hacia la construcción de un
estado obrero, capaz de canalizar las energías y esfuerzos hacia una
verdadera economía socializada, sino hacia la reconstrucción de la vieja
República, aunque fuera en su versión largocaballerista o negrinista.
3.10 LA OBRA DE LAS COLECTIVIDADES EN EL CAMPO
La huida en
las ciudades de la burguesía industrial y financiera, tuvo su paralelismo en el
campo, con la marcha de las familias de terratenientes latifundistas. El
abandono de las grandes propiedades rurales puso en manos del campesinado
pobre, la solución a su gran reivindicación histórica: la propiedad de la
tierra.
Uno de los
rasgos más característicos de la revolución española fue el hecho de que
importantes sectores del campesinado pobre, (jornaleros y pequeños
propietarios) se decidieran por la explotación colectiva y socialista de la
tierra. El reparto de las propiedades incautadas, en pequeñas parcelas
familiares, sin capacidad para mejorar las tradicionales técnicas de cultivo y
sin posibilidades de conseguir la maquinaria adecuada, apenas habría mejorado
sus ya precarias condiciones de existencia. El fenómeno espontáneo de la
colectivización de la tierra, fue un rasgo original de la revolución española,
que no tiene paralelismo con ninguna otra de las revoluciones contemporáneas.
La gravedad
del momento fue uno de los factores que, sin duda alguna, estimuló la
colectivización de las tierras incautadas. La situación de vacío de poder,
tanto en el plano económico como en el político, que se había abierto con las
jornadas de julio exigía poner en marcha, con la máxima urgencia, la recogida
de la cosecha. El tiempo que transcurría era precioso, era necesario
enviar víveres al frente para sostener a las milicias que se estaban
enfrentando a los sublevados, y no podía perderse el tiempo improvisando un
complicado plan de reparto de las tierras. Tampoco existía un poder político
capaz de llevarlo a cabo.
Sin duda
alguna y como veremos más adelante, estas condiciones, también fueron la
causa de excesos y errores. Sin embargo, la aparición de las colectivizaciones
solamente es explicable por la existencia de una arraigada conciencia
colectivista del campesinado sin tierra, consecuencia de la larga tradición
anarquista que se remontaba a la segunda mitad del siglo XIX.
La acción de
las milicias revolucionarias fue otro de los motores que desencadenaron la
oleada colectivizadora en el campo, y que se extendió por gran parte de la zona
republicana. La revolución que había estallado en las ciudades, a partir de la
lucha contra la sublevación militar, se extendió al campo, acompañando el
avance de las milicias.
"La colectivización, llevada a cabo bajo el amparo general, si no
necesariamente la gestión directa, de las columnas de milicianos de la CNT, representó el intento que una minoría revolucionaria hizo para controlar no sólo la
producción, sino también el consumo, por razones igualitarias y por las
necesidades de la guerra" (199).
En extensas
zonas agrícolas recuperadas a los facciosos, como en Aragón o en Toledo, se
originó un proceso revolucionario que modificaría profundamente las estructuras
rurales y semifeudales, que habían perdurado, apenas sin modificarse, durante
siglos. La recuperación del territorio estuvo acompañada de la fuga
precipitada de las familias propietarias y del abandono de sus pertenencias.
Sin embargo, en numerosas ocasiones hizo falta el efecto catalizador de la
presencia de las milicias, para que el campesinado tomara la iniciativa.
"Formamos comités y milicias antifascistas por todos los pueblos. En el
primer momento, el campesino demuestra cierta reserva y temor en romper con la
organización feudal establecida en estas tierras de Aragón. Donde el
campesinado sobrio, tozudo y leal ha vivido en la miseria durante siglos. Solo
cuando se da cuenta de que los propietarios han huido y que las milicias son
algo serio y capaz de derrotar al fascismo e imponer un orden nuevo de cosas,
viene a exponernos sus quejas, sus necesidades y sus problemas..." (200).
La actitud
inicial de reserva y de recelo del campesinado aragonés, fruto de siglos de
opresión, se transformó en anhelo de liberación y en hambre de tierras, apenas
comprendió que la presencia de las milicias obreras catalanas, no eran un
fenómeno fugaz, sino que significaba la sólida implantación de un nuevo orden
de cosas.
En
Catalunya, las colectivizaciones que se desarrollaron, adoptaron dos
formas claramente diferenciadas. La presencia de una clase campesina
mayoritaria de pequeños propietarios, que mantenía fuertes sentimientos
individualistas con respecto a la propiedad fue un factor que marcó
profundamente la configuración de las colectivizaciones. En el caso menos
frecuente, las comunas agrarias estaban integradas por todas las tierras del
término municipal y abarcaban a todos los campesinos de la localidad
(Hospitalet, El Prat del Llobregat,...). En la mayoría de los casos, las
colectivizaciones sólo abarcaron una parte de las tierras de la población (las
que procedían de los grandes propietarios huidos y que habían sido
expropiadas), junto a las que aportaban los pequeños propietarios que quisieron
integrarse en ellas y que aportaban todas sus pertenencias (Badalona). En
este segundo caso, las colectivizaciones tuvieron que coexistir con las
pequeñas propiedades familiares de los campesinos individualistas. Hubo comunas
que estuvieron formadas exclusivamente por anarcosindicalistas, mientras que
otras lo estaban por miembros de los dos sindicatos, UGT y CNT. También se
dieron algunas situaciones en las que las controversias existentes entre ambas
centrales llevaron a la formación de dos colectividades por separado, en la misma
localidad.
En algunos
casos, las iniciativas colectivizadoras de la CNT quedaron frustradas por el fuerte sentimiento individualista del campesinado. La asamblea de la comunidad se
decidió frecuentemente por el reparto de las grandes propiedades incautadas,
entre los miembros más pobres de la localidad, y rechazó la posibilidad de
socializar la tierra.
En realidad,
la acción colectivizadora fue muy desigual, debido a la gran heterogeneidad del
campo español. El fenómeno de las colectivizaciones agrarias se dió
principalmente en las extensas regiones latifundistas, donde predominaban los
jornaleros, los campesinos sin tierras. En menor medida también se dió en los
territorios donde predominaba el minifundio y la pequeña y mediana propiedad.
En zonas como en Catalunya, existía un numeroso y próspero campesino,
propietario o arrendatario de pequeñas explotaciones familiares. En estos
casos, las colectivizaciones fueron escasas. En otros territorios, como
Levante, las comunas agrícolas tuvieron que coexistir con importantes
sectores campesinos, pequeños propietarios de fértiles explotaciones
familiares.
El impacto
de las colectivizaciones fue muy desigual en todo el territorio
republicano. La profundidad con la que en cada lugar se dió el fenómeno
dependió en gran parte del tejido social existente. La razón de la mayor
o menor radicalización del proceso colectivizador se debe a la existencia o no,
de importantes sectores de pequeños propietarios campesinos o de
aparceros que aspiraban a la propiedad individual de la tierra, y no a su
socialización.
Mientras en
Aragón se constituyeron unas 450 colectivizaciones aproximadamente, que
llegaron a agrupar a cerca de 500.000 miembros, y que significaban más de las
tres cuartas partes del terreno cultivable de la región, recuperadas a los
sublevados. En Catalunya, donde el sentido de la propiedad individual de
la tierra estaba muy arraigado, las colectivizaciones apenas llegaron a la
cuarentena, y el número de sus miembros seguramente no pasó de unos pocos
miles. En la región de Levante, que agrupaba cinco provincias, incluidas Murcia
y Albacete, se crearon cerca de 900 colectivizaciones, y llegaron a englobar el
43% de las localidades. Sin embargo, significativamente, la tierra
cultivable socializada sólo llegó a una quinta parte del total de la región. En
Castilla, las comunas fueron unas 300 comunas, que organizaron a cerca de
100.000 campesinos colectivistas. En Extremadura, los datos indican que fueron
unas treinta, sin que podamos especificar el número de miembros con que
contaban (la rapidez con la que el ejército sublevado conquistó la
región impidió posiblemente, la proliferación de otras). En Andalucía, aunque
sabemos de la existencia de comunas agrarias, el número de ellas, parece estar
por determinar. Los distintos cálculos que se han hecho sobre el número de
colectividades y de colectivistas parecen estar entre las 1265 y las 1865, con
una población entre los 600.000 y los 800.000 miembros (201).
Las
colectividades agrarias aragonesas constituyeron un caso peculiar. Aragón era
una región donde predominaban las pequeñas y medianas propiedades. Las grandes
propiedades (con 100 o más hectáreas) apenas abarcaban una quinta parte del
total de las tierras. Las medianas propiedades (10 a 100 ha.) ocupaban cerca de la cuarta parte, mientras que las pequeñas explotaciones, comprendían
poco más de la mitad de la superficie cultivable.
Sin embargo,
la pobreza y el atraso de la región (antes de la guerra, Aragón producía tan
solo el 7.6% de la cosecha cerealera del país), junto a la proximidad de la
línea del frente y la presencia de las milicias revolucionarias desencadenaron
el más completo proceso colectivizador de toda el área republicana.
Como en las
ciudades, el fenómeno de las colectivizaciones agrarias, tuvo grandes dosis de
espontaneidad y de improvisación. Aunque en muchos territorios fuera un factor
externo, el desencadenante del proceso, las milicias revolucionarias, la
génesis de las colectividades en el campo, no obedeció a ninguna idea
preconcebida, ni a ningún programa político de partido o sindicato. Las
múltiples formas que adoptó el proceso revolucionario en cada localidad, fue
fruto de su origen, que tuvo que basarse en la intuición y en el instinto de
los campesinos.
Ni
socialistas, ni anarcosindicalistas habían previsto, en sus planes futuros, la
existencia de las colectivizaciones. Los socialistas habían concebido la
reforma agraria, como el reparto de los grandes latifundios entre los
campesinos sin tierra. Los anarcosindicalistas en cambio, habían
concebido una sociedad comunista libertaria futura, basada en las comunas
libres y en los sindicatos. La colectivización espontánea en cambio, adoptaba
formas de tipo consejista, que nunca llegaron a ser completamente asimiladas
por los cuadros de la CNT y de la FAI (202).
Indiscutiblemente, el fenómeno de las colectivizaciones agrícolas, penetró
profundamente en la conciencia de amplias capas, las más pobres y desposeídas
del campesinado. Si las colectivizaciones hubieran sido un descabellado
experimento, impuesto con la fuerza de las armas, como aseguraban las
acusaciones de sus adversarios del Frente Popular, no hubieran resistido las
agresiones de tipo político o militar de las que fueron objeto y se habrían
disuelto, sin pena ni gloria, después de los primeros embates. Si las
colectivizaciones no hubieran respondido a las aspiraciones más profundas de,
por lo menos, una gran parte del campesinado aragonés, las milicias
anarcosindicalistas no habrían podido imponer una obra tan gigantesca, sin
acabar enfrentándose a la población.
En el verano
de 1937, el movimiento revolucionario ya estaba derrotado o en franco retroceso.
Los comités revolucionarios, representativos del período de dualidad de poderes
habían desaparecido para dar paso a los nuevos ayuntamientos y a un gobierno
del Frente Popular completamente recuperado. Fue el momento que aprovechó el
PCE para redoblar sus ataques contra las colectivizaciones, con la
intención de proceder a su inmediata disolución. El ministerio de agricultura,
presidido por el comunista Uribe, tuvo que retroceder y corregir su táctica,
para evitar que la disolución forzada de las colectivizaciones tuviera nefastas
consecuencias, la pérdida de la cosecha.
En el mes de
agosto del mismo año, las tropas de Lister, pretendieron liquidar las
colectivizaciones aragonesas, por la fuerza de las bayonetas. Poco antes se
habían producido sangrientos enfrentamientos entre comunistas y anarquistas en
Castilla por motivos similares. La destrucción del colectivismo agrario
provocaría un gran caos en el campo. Esta confesión la hace el secretario
general del instituto de la Reforma Agraria, militante del PCE, y por lo tanto,
nada sospechoso de simpatizar con las transformaciones socialistas del campo
(203). Muchas de las colectivizaciones perdurarían hasta la práctica llegada
del ejército franquista.
Tanto
Burnett Bolloten como Noam Chomsky, consideran que el hundimiento del frente de
Aragón, que se produjo pocos meses más tarde, estuvo influido por la
desmoralización del campesinado colectivista. Bernecker, aunque considera
problemática una afirmación tan tajante y se permite recordarnos otro factor,
el militar, ya que en ese momento la correlación de fuerzas era claramente
favorable al ejército franquista, reconoce que el factor
"desmoralización" influyó en la derrota republicana.
"Para los campesinos pobres no estaba siempre claro que luchando por la
república luchaban por su propio interés" (204).
¿Porqué
tenía que estar claro?, ¿acaso la política negrinista no lo era? ¿acaso el
gobierno de la República no había dejado bien claro que sus pretensiones eran
devolver las tierras a sus antiguos propietarios (salvo aquellas que hubieran
pertenecido a los facciosos), en aras de la paz y la reconciliación?.
El
campesinado sentía una profunda desconfianza por una República que desde su
nacimiento, había reprimido fuertemente sus intentos de paliar el hambre y la
miseria, mediante la ocupación de los grandes latifundios. Durante más de
cinco años, la prometida reforma agraria nunca había acabado de
llegar. La revolución que había estallado con el inicio de la guerra, había
puesto en marcha el proyecto de las colectivizaciones que grandes sectores del
campesinado identificaban con su definitiva liberación. Después, vino el
retroceso, la restauración de las viejas instituciones republicanas y con ellas,
los intentos de liquidar las conquistas revolucionarias en el campo. No es pues
de extrañar que apareciera la desmoralización y la apatía entre gran parte del
campesinado que había apoyado las colectivizaciones.
La mayor
parte de las comunas agrarias se formaron al calor de los acontecimientos
revolucionarios, durante los meses de julio y de agosto de 1936, tras la huida
de los grandes terratenientes, el derrumbe de las autoridades republicanas y la
desaparición de la odiada guardia civil. Se convocaron asambleas en las
poblaciones, donde los trabajadores agrícolas procedieron a debatir sobre cual
tenía que ser el camino a seguir con las propiedades abandonadas e incautadas,
eligieron a sus propias autoridades, integradas en los comités revolucionarios,
que suplieron a los viejos ayuntamientos, y que se encargaron de suplir el
vacío de poder que se había abierto, y a reorganizar la actividad económica de
la localidad.
La tierra en
las colectividades, fue trabajada colectivamente por toda la comunidad. El
trabajo era obligatorio para todos los miembros comprendidos entre los
dieciocho y los sesenta años, que estuvieran en condiciones para hacerlo, sin
ningún tipo de excepción. Los trabajadores colectivistas se dividían en brigadas
o grupos de trabajo, integradas por unos diez miembros, y que eran dirigidos
por un delegado, responsable de la actividad ante el comité administrador de la
comuna. A cada grupo se le adjudicaba un sector de la colectivización o bien,
una función determinada.
Los comités
que administraban las colectividades agrícolas, aunque con sus particularidades
y variantes, estaban compuestos normalmente, por un presidente, por un
secretario y un vicesecretario, por un contable y por un tesorero, además de
todos los posibles delegados que estaban encargados de tareas específicas
(estadística, abastecimientos, cosecha,...). Sin embargo, los miembros de los
comités siguieron desarrollando las mismas tareas que llevaba a cabo el resto
de la comunidad, sin tener por ello, ningún tipo de privilegio.
El papel
dirigente de los comités revolucionarios en el seno de las colectivizaciones
era casi omnipresente. Sus funciones abarcaban todos los aspectos que la
comunidad consideraba necesarios para su administración. Los comités encarnaban
a nivel local, el embrión del nuevo estado revolucionario, mientras que la
colectivización le daba a éste, su expresión económica.
"El comité es padre, juez, cura, verdugo y comerciante. Todo al mismo
tiempo, dirige <<la colectiva>> y fija los salarios. Estos son
iguales para todos... El Comité no se ocupa de los salarios de aquellos que no
forman parte de <<la colectiva>>, todos los antiguos obreros
agrícolas hacen parte de ella, pues ya no queda ningún gran propietario, pero
siguen existiendo pequeños agricultores que, en alguna ocasión trabajan para un
vecino más rico, el Comité compra los productos de todos y, a cambio, les
entrega provisiones y también dinero. La venta directa al comerciante y al
consumidor está prohibida" (205).
El caso que
nos cita H.E. Kaminski, podemos considerarlo como bastante representativo
de las funciones que los comités revolucionarios adoptaron en el seno de las
colectivizaciones.
Las
infinitas formas que adoptó esta relación dependieron de los criterios y de las
necesidades de cada comunidad. También dependieron de la correlación de fuerzas
políticas que existiera en su seno, del tamaño de la población, o incluso del
tipo de actividades que existieran en ella.
Los cargos
de los comités, en la mayoría de los casos, eran elegidos democráticamente por
una asamblea abierta en la que participaban todos los miembros de la
colectivización. Los representantes eran revocables por decisión de la
comunidad y tenían la obligación de rendir cuentas periódicamente de su gestión
ante la comunidad. El plenario de la asamblea era el órgano soberano, y era en
él, donde se debatían y se decidían todas las cuestiones económicas o políticas
de envergadura, que incidían en la marcha de la colectivización. También se
aprobaba en ellas, el destino que debían darse a los beneficios conseguidos con
la cosecha, y que normalmente se dedicaban a fondos sociales (escuelas,
medicinas, pensiones para los jubilados y para los enfermos...), siempre y
cuando este destino no estuviese ya regulado en los estatutos de la
colectivización.
"Era la forma de democracia directa y la convicción de los colectivistas
que se expresaba en ella de haber tomado sus destinos en sus propias manos y de
poder decidir libremente acerca de ellos..." (206).
El contenido
de la democracia directa en las colectividades era claro. Cada miembro de la
comuna tenía un solo voto. Las asambleas periódicas eran decisorias y estaban
abiertas a toda la población, incluyendo con frecuencia a los campesinos
individualistas, que podían dar a conocer su opinión sobre los asuntos que les
concernían, pero que carecían de derecho al voto.
El papel de
los sindicatos en la vida de las colectivizaciones no fue insignificante. Las
organizaciones sindicales jugaron un papel muy importante en la
coordinación y en la planificación económica, en el control y en el
asesoramiento de las comunidades. Los excedentes de las cosechas eran
entregadas obligatoriamente al sindicato local, que asumía el papel de
intermediario entre los campesinos y los comités de abastecimiento de las
ciudades con los que intercambiaban sus productos.
En algunas
zonas, como en la región levantina, la CNT estableció una organización
que se encargó de la compra, del empaquetado, de la distribución y
comercialización de las cosechas de naranjas. Parte de esta producción se
dedicó a la exportación, siendo una importante fuente de divisas. La red
sindical intermediaria estuvo compuesta por unos 270 comités, que se
distribuían por todos los pueblos y las ciudades de la región.
La nueva
economía revolucionaria se enfrentaba a un importante reto, era necesario
articularse o desaparecer, víctima de sus propias contradicciones internas. La
revolución de las colectividades necesitaba la consolidación de sus órganos de
expresión política, los comités-gobierno, en una nueva organización estatal,
que desplazara los restos del viejo poder republicano. Era necesario que la
nueva economía se planificara en base a las necesidades que presentaba la
guerra revolucionaria. Sin embargo, y reflejando la incapacidad política del
movimiento, la estructuración y planificación del sistema colectivista fue
incompleta.
En toda la
geografía republicana se dieron diversos ensayos de estructuración de la
economía agrícola colectivizada. Los intentos de coordinación se dieron en
detrimento de la independencia inicial de la que habían gozado las colectivizaciones.
Algunas de sus funciones tuvieron que ser delegadas en organismos superiores a
nivel territorial. Estas organizaciones intercolectivistas fueron, normalmente,
de tipo sindical, o estuvieron controlados directamente por los sindicatos.
Las comunas
agrícolas se agruparon en federaciones cantonales. Las tierras que pertenecían
a estas agrupaciones, formaban un solo territorio sin deslindes entre los
diferentes municipios. A su vez, las federaciones, se agrupaban en un organismo
regional que se encargaba de la planificación de la producción y de los
suministros a las colectividades.
"Se esbozó, al menos, una planificación agrícola basada en las
estadísticas de producción y de consumo que entregaban las
colectividades a sus respectivos comités cantonales, los cuales, a su vez, las
comunicaban al comité regional, que cumplía la tarea de controlar al comité
regional, que cumplía la tarea de controlar la cantidad y la calidad de la
producción de cada región..." (207).
El caso
aragonés es, quizás, el más avanzado y completo de las formas que adoptaron los
intentos de crear una estructura articulada de las colectivizaciones agrarias,
que superase el primitivo desorden de las primeras semanas.
La formación
del Consejo de Aragón, a finales del mes de septiembre de 1936, en la población
de Bujaraloz, reforzó enormemente las perspectivas de desarrollo del sistema
colectivista en la región.
Las
colectivizaciones se habían desarrollado al principio, de forma prácticamente
autónoma, bajo la protección y también la arbitrariedad de las milicias
(término que utilizó la asamblea de los comités que dio lugar al Consejo de
Defensa aragonés, para criticar los excesos de las columnas armadas
provenientes de Catalunya y de Valencia) y con el teórico y lejano control,
primero del Comité Central de Milicias Antifascistas, y posteriormente de la
gobierno de la Generalitat de Catalunya.
Parece pues
correcto, el análisis que realiza Walther Bernecker, al considerar que, durante
los primeros meses de existencia del Consejo de Defensa aragonés, su apoyo a
las colectivizaciones tan solo pudo ser de índole moral (208). La existencia de
un poder territorial, donde los anarcosindicalistas, partidarios de las colectivizaciones,
eran hegemónicos, amplió las espectativas y la confianza del sector
colectivista del campesinado, en el nuevo sistema de explotación de la tierra.
En el
período anterior a la constitución del Consejo de Aragón, hubo importantes avances
en los ensayos de coordinación de las colectivizaciones, a niveles comarcales.
El 26 de agosto de 1936, "Solidaridad Obrera" publicaba las
resoluciones a las que habían llegado 21 comunidades agrícolas, reunidas en una
asamblea celebrada en Albalate de Cinca: Recoger lo antes posible la cosecha,
colectivizar lo expropiado y exigirle a los pequeños propietarios, su
participación en los sacrificios que exigía el mantenimiento del frente
aragonés. La colectivización de las comunidades firmantes, respetando las
explotaciones familiares de los pequeños y medianos propietarios, y
permitiéndoles un cierto margen de libertad para sus
trabajos, siempre y cuando no tuvieran que emplear mano de obra
asalariada. Como contrapartida, se les obligaba, a cambio de una pequeña
compensación en dinero, a entregar a los sindicatos locales, los excedentes de
sus cosecha para proceder a su comercialización.
Se aceptaba
también, articular la producción de las colectividades que habían suscrito el
acuerdo. La asamblea acordaba también, enviar una comisión a Lérida, para
negociar el precio del trigo (209).
Se ensayaron
también sistemas compensatorios para paliar las desigualdades sociales. El
reparto de los sacrificios sería inversamente proporcional a la riqueza del
campesinado, acordando reducir al mínimo los de los sectores más pobres.
Hasta el mes
de Febrero de 1937, las colectividades gozaron de una autonomía casi completa.
Sin embargo, la misma situación empujó, cada vez más, a dar un nuevo paso. Era
urgente aumentar la eficacia en la producción, superar y corregir los graves
errores que se estaban desarrollando en el seno de las comunas agrícolas. Era
necesario corregir los excesos que se estaban cometiendo con el campesinado
individualista en algunas colectivizaciones. Era indispensable para la
supervivencia de la revolución y para el triunfo en la guerra, convertir a las
colectividades dispersas y corporativizadas, en un nuevo sistema económico
coherente.
Durante los
días 14 y 15 del mes de Febrero de 1937, se celebró en la ciudad de Caspe, el
congreso fundacional de la Federación Regional Aragonesa de Colectivizaciones. Asistieron al encuentro, 456 delegados representando a 275 comunas y a 141.430 campesinos
colectivistas.
El congreso
aprobó organizar la economía agrícola socializada en federaciones comarcales,
que dependerían a su vez, de un comité regional de
Aragón, que estaría supeditado al Consejo de Defensa.
También se resolvió crear un Fondo de cambios exteriores (monopolio del
comercio exterior), la municipalización de la tierra, un conjunto de medidas
necesarias para le estructuración de una verdadera economía revolucionaria
planificada (estadísticas, organización y planificación de la producción...),
establecimiento de unas relaciones de tolerancia con los pequeños y medianos
propietarios, que eran reacios a colectivizar sus propiedades, la sustitución
del dinero por una cartilla de productor y de consumidor... (210).
Al margen de
la ingenuidad o del realismo de algunas de las medidas que se aprobaron en el
congreso, lo importante es resaltar la creación de una organización económica,
de tipo piramidal, a nivel regional (El Consejo regional de las colectividades)
paralela a otro organismo de índole político (El Consejo de Defensa de Aragón).
Una vez más, los militantes anarcosindicalistas, empujados por la realidad de
la revolución que defendían, se veían obligados a superar sus viejos dogmas
para poder salvarla.
"Los resultados no estuvieron siempre a la altura de las esperanzas,
quizás por falta de preparación o de capacidad, y sobre todo por falta de paz
estable y de tiempo suficiente. Pero no deja de ser cierto que los
anarcosindicalistas aragoneses se vieron obligados (sin conseguirlo nunca
verdaderamente) a implantar, en total contradicción con su ideal de libre
asociación de productores libres, un sistema económico que se parecía más al
comunismo de guerra que al comunismo libertario". (211).
Como en toda
revolución, los revolucionarios españoles no pudieron elegir las circunstancias
en las que hubieran querido que ésta se desarrollase. Y era en esta situación,
en las que sus viejas tradiciones libertarias, eran barridas por la fuerza de
la circunstancias. Las resoluciones del Congreso de Zaragoza, basadas en los
municipios y en las comunas de libres productores nunca pudieron aplicarse.
El Consejo
de Defensa de Aragón tuvo, durante el primer período de su existencia, un
importante grado de independencia ante los gobiernos de Madrid-Valencia y de
Catalunya. Llegó a establecer, por medio de la Federación Regional de las colectividades, relaciones comerciales por su propia cuenta con
diversos países europeos (Francia, Checoslovaquia, Yugoslavia...) intercambios
especialmente valiosos para las colectividades, que sufrían una importante
penuria de medios materiales para poder mantener la producción. También
se encargó de organizar los suministros y los intercambios entre las
diferentes comunas de la región.
El Comité
nacional de la CNT desaprobó, desde el principio al Consejo de Defensa aragonés
que se había constituido al margen de su voluntad. El nuevo organismos fue
considerado como una violación de las viejas tradiciones antiestatalistas. La
creación de un organismo regional de poder, monopolizado por los libertarios se
convertía en un serio obstáculo para las negociaciones sobre integración en el
gobierno de Largo Caballero (212).
En el mes de
Diciembre de 1936, los comités-gobierno de la región fueron sustituidos por los
nuevos consejos municipales. El Consejo de Aragón, cada vez más aislado,
acabaría sometiéndose a la autoridad del gobierno. Su presidente, Joaquín
Ascaso, por expreso deseo de Largo Caballero, se vio convertido en el nuevo
gobernador de la región. El nuevo cargo simbolizaba el principio del fin de la
revolución libertaria en Aragón.
"Tras haber querido ser más revolucionarios que nadie, los anarquistas
aragoneses reconocían la autoridad del gobierno central, inclinaban la cabeza
bajo el yugo del Estado y se amoldaban a su marco" (213).
La Junta territorial, cada vez más subordinada al poder central, acabaría siendo disuelta
después de las jornadas barcelonesas de mayo de 1937, cuando, una vez aplastado
el movimiento revolucionario, las circunstancias lo hicieron posible.
El fin de
los comités-gobierno locales y su sustitución por los nuevos ayuntamientos,
desembocó en una nueva situación, cada vez más comprometida para el
movimiento revolucionario.
No era una
simple modificación de nombres. Los nuevos consejos municipales dependían por
completo de la autoridad del gobierno, y pasaban a formar parte del
aparato de estado republicano. Los cambios en la composición de los
nuevos ayuntamientos reflejaban la cambiante correlación de fuerzas, en una
situación donde una CNT a la defensiva, acababa de integrarse en el nuevo
gobierno. Los conflictos y las tensiones entre los comités administrativos de
las colectivizaciones y los ayuntamientos aumentaron, a pesar de que los
militantes anarcosindicalistas seguían siendo mayoritarios en ambos
organismos.
Además de
los problemas derivados de la guerra (pérdida de una parte del mercado interno,
boicot internacional, escasez de materias primas y de maquinaria...), las
colectivizaciones agrarias se estrellaron contra la negativa de los partidos y
de los sindicatos obreros a consolidar el nuevo orden revolucionario. Para
superar las limitaciones de las colectividades era necesario construir, a
partir de ellas, un nuevo edificio económico sólido y coherente. Sin embargo,
esto significaba cuestionar la política de alianzas "antifascista"
existente. Con esta limitación política, las organizaciones defensoras de las
colectivizaciones, como era el caso de la CNT y de la FAI, no pudieron utilizar a su favor, los mecanismos comerciales y financieros que se encontraban en
manos del Estado republicano.
"Mas el crédito y el comercio exterior siguieron en manos del sector
privado, por voluntad de gobierno republicano burgués. Y aunque el Estado
controlaba los bancos, se guardaba de ponerlos al servicio de la autogestión.
Por carecer de dinero en efectivo, muchas colectividades se mantenían con los
fondos embargados al producirse la Revolución de julio de 1936... La única solución hubiera sido transferir todo el capital a manos del proletariado organizado.
Pero la CNT, prisionera del Frente Popular, no se atrevió a ir tan lejos"
(214).
La renuncia
al poder político y el apoyo que las organizaciones obreras izquierdistas
prestaron al disminuido gobierno republicano, provocó una gran desorientación e
inseguridad jurídica entre los campesinos colectivistas. La evidente hostilidad
de las autoridades republicanas y de las organizaciones obreras partidarias del
Frente Popular, hacia las expropiaciones, fue la causa de que se diera un
permanente sentimiento de incertidumbre en las colectivizaciones agrarias.
Sus miembros
no tenían ninguna seguridad de que, con la victoria, o incluso antes de ella,
las tierras no iban a ser devueltas a sus antiguos propietarios.
"El tiempo que pasaba no tardó en subrayar esta evidencia: el campesino se
había apoderado de las tierras, pero, después del primer momento de entusiasmo,
no estaba seguro ni de poseerlas efectivamente, ni de haber salido ganando...
La revolución tan vigorosa, al comienzo, en los campos, parecía perder pie por
falta de una verdadera dirección" (215).
Estos
factores condicionaron gravemente el entusiasmo y la iniciativa del campesinado
colectivista. La gran tragedia del campesinado español no estuvo en el grado de
madurez de su conciencia, sino en que le faltó, lo que para los campesinos
rusos en la revolución de Octubre supuso el decreto de la tierra.
La República burguesa española, aunque fuera mostrando su rostro más izquierdista, no podía
llevar a cabo las medidas que promulgó el gobierno de los soviets de Lenin y
Trotsky, y que le permitió liberar la energía revolucionaria del
campesinado ruso.
La no
consolidación del poder revolucionario, provocada por la incapacidad de
las organizaciones obreras izquierdistas, para resolver favorablemente la
dualidad de poderes existente, fue una grave limitación que impidió a las
colectivizaciones escapar a las presiones para su "legalización".
Las leyes y
decretos promulgados por los gobiernos de la Generalitat y de Valencia
"legalizaban" la nueva economía revolucionaria, pero también
introducían elementos de control y de reglamentación, que sometían a las
colectivizaciones a su órbita política. La necesaria pérdida de autonomía de
las colectivizaciones, en aras de una mayor articulación de la nueva economía,
se daba, no en beneficio de un nuevo estado revolucionario, basado en el poder
de los comités, sino en el de un gobierno que era manifiestamente hostil
a cualquier medida socialista que fuera más allá de la República burguesa.
El gobierno
central y la Generalitat de Catalunya, llevaron a cabo una política de
centralización y de control creciente de las colectivizaciones, a la que no
pudo oponerse eficazmente el anarcosindicalismo, cada vez más preso de sus
compromisos políticos.
Aunque la
revolución de los comités se extendió rápidamente por el campo y por las
ciudades, hubo una patente desunión entre el proletariado urbano y el
campesinado colectivista. Ambas partes del movimiento revolucionario se
desarrollaron por separado, sin que existieran sólidos nexos de unión política
entre sus proyectos sociales, salvando los de las relaciones mercantiles. Las
colectivizaciones agrarias tuvieron que sufrir la falta de apoyo de la
industria que, en plena situación bélica, era incapaz de prestarle.
Frecuentemente, los campesinos se encontraron sin los medios materiales
adecuados que debían recibir de las industrias (maquinaria,
transportes...) para mejorar la producción y la distribución de los excedentes
de las cosechas, mientras que en las ciudades, se daban situaciones de escasez
y de penuria, cuando no de hambre.
La falta de
un programa de planificación socialista de las colectivizaciones y de la
sociedad en general provocó la puesta en marcha de numerosos proyectos,
totalmente ingenuos, que no correspondían a la realidad del momento y que eran
fruto del desconocimiento y de la falta de preparación de los trabajadores. Sin
embargo, estos proyectos también reflejaban las aspiraciones emancipadoras del
campesinado revolucionario.
En numerosas
colectivizaciones, se llegó a suprimir la circulación interna del dinero,
siendo sustituido por otros métodos de distribución, cartillas de productor y
de consumidor, vales, moneda local,... Las medidas tomadas, eran fruto de la
confusión que a menudo cometía la militancia anarcosindicalista, al equiparar
dinero y capital, como si ambos conceptos fueran exactamente lo mismo. A pesar
de tales medidas, inevitablemente, el dinero seguía siendo el vehículo de
intercambio comercial, fuera de las colectivizaciones. Como en las ciudades,
también existió, al principio de la creación de las comunas agrarias, un fuerte
sentimiento de autarquía, consecuencia del mito sobre la autosuficiencia de las
comunidades de productores libres, que había sido ensalzado en el
Congreso cenetista de Zaragoza, poco antes de estallar la guerra. Todas estas
ideas simplistas fueron rápidamente barridas por la realidad y por las
necesidades con las que tenía que enfrentarse el movimiento revolucionario.
"La gente tiraba el pan porque era gratis... Era trágico para los que
habíamos aspirado a una sociedad libertaria, pero teníamos que reconocerlo. No
podíamos permitir el despilfarro. Teníamos que fijar un salario para el trabajo
de la gente y un precio para los productos. De hecho tuvimos que introducir el
racionamiento..." (216).
"Terra Lliure", órgano del campesinado catalán, organizado en la Unió de Rabassaires, y firme partidario de la explotación familiar de la tierra, frente
a la experiencia colectivista, analizó los errores que estaban cometiendo las
explotaciones agrarias socialistas:
"Tal como han creado las colectivizaciones agrícolas, el fracaso era
evidente desde un principio. Aquí los payeses colectivizados se otorgaban
jornales de 8 hasta 12 pesetas diarias, sin tener en cuenta las posibilidades
económicas del cultivo de la explotación; allá arrancaban algarrobos para
plantar patatas, sin tener en cuenta que debía prepararse previamente la tierra
para este cambio de cultivo de cultivo; en otro lugar encargaban de la
dirección de las colectivizaciones a obreros que nunca habían sido payeses; más
allá querían resolver el paro industrial encuadrando a los obreros en las
colectivizaciones agrícolas; más acá echaban a los payeses de sus tierras para
colectivizarlas, sin que estos payeses fuesen propietarios de ellas ni menos
proletarios que los que les expulsaban..." (217).
La escasez
de personal administrativo o técnico, suficientemente preparado, en muchas
colectivizaciones fue especialmente dramático. Con frecuencia, la
población de las comunidades era completamente analfabeta y desconocía
cualquier sistema de contabilidad de la producción y de los suministros.
En ocasiones, tuvieron que ser elementos derechistas de la localidad, o poco
sospechosos de simpatizar con el nuevo orden, los que tuvieron que encargarse
de las tareas administrativas de la comunidad. En otros casos, serían los
mismos colectivistas, analfabetos, los que pondrían en marcha su capacidad
creativa para solucionar los problemas de la colectividad.
El
sistema financiero, en manos de las semiderruidas instituciones del
gobierno republicano, también se convirtió en un poderoso y eficaz instrumento
para detener y boicotear la revolución en el campo. Las colectividades tuvieron
que soportar la falta de divisas y de créditos para la adquisición de abono o
de maquinaria, necesarias para la producción.
La
inexistencia de una auténtica planificación socialista de la economía tendría
consecuencias negativas para las colectivizaciones campesinas. El peligro de
restauración capitalista surgió con el desarrollo de la conciencia
corporativista en el seno de muchas comunas agrarias. La creencia de que los
beneficios de las cosechas pertenecían exclusivamente a los trabajadores de la
colectivización y no al conjunto de la sociedad, permitió el surgimiento
de desigualdades entre las distintas colectivizaciones. Frecuentemente,
la existencia de comunidades agrarias que contaban con fuertes excedentes
en la producción, maquinaria agrícola y abundante mano de obra, contrastaban
con la languidecente existencia de otras, mucho menos afortunadas, que contaban
con menos recursos.
Los planes
de coordinación promovieron la aparición de cajas de compensación que ayudaron a
paliar estas diferencias. Los organismos compensatorios establecieron el
principio de solidaridad entre las diferentes colectividades. A pesar de ello
y aunque atenuadas en muchos casos, las desigualdades siguieron
existiendo. Las cajas de solidaridad fueron un pobre sustitutivo de una
verdadera administración centralizada de la economía, dependiente y controlada
democráticamente por las mismas colectividades.
Merecen
estudiarse como un capítulo aparte, las relaciones del movimiento colectivista
con los pequeños y medianos propietarios del campo. Esta cuestión sería
causa de frecuentes roces y tensiones entre ambos sectores del campesinado y ha
sido fuente de muchas leyendas y exageraciones, por parte de adversarios y
partidarios.
En algunos
territorios de la zona republicana donde se desarrollaron las colectivizaciones
agrarias, existía un numeroso campesinado propietario o arrendatario de
pequeñas explotaciones familiares a las que en su inmensa mayoría no estaban
dispuestos a renunciar.
El fenómeno
de las colectivizaciones fue rápidamente asumido por el campesinado sin tierra,
que vivía de vender su fuerza de trabajo a los grandes propietarios
terratenientes. Una buena parte de éstos estaban tradicionalmente organizados
en torno a las centrales sindicales. La revolución en el campo significaba la
liberación y la mejora de las condiciones de vida de los sectores más pobres y
desposeídos del campesinado. Sin embargo, también los pequeños y medianos propietarios
habían experimentado un profundo malestar frente a la moderada política agraria
de los distintos gobiernos republicanos de izquierdas. Ahora en plena
revolución, veían también con desconfianza las drásticas medidas restrictivas
que les había impuesto el movimiento revolucionario, forzado por las
circunstancias de la guerra.
La
heterogeneidad de las actitudes de los revolucionarios en el proceso de
formación de las colectivizaciones, explicaría el fracaso de algunas de ellas,
en las que se procedió a la colectivización total de la tierra, forzando a los
pequeños propietarios a integrarse en ellas.
"Al intentar crear su sociedad libre, los anarquistas se vieron obligados
a emplear la fuerza. He visto acudir a mí campesinos casi llorando de rabia que
me decían que no estaban contra las colectividades, <<pero me lo han
quitado todo, me han obligado a ingresar y eso es dictadura>>"
(218).
Los excesos
cometidos en las expropiaciones forzosas que se llevaron a cabo en algunas
localidades generaron un clima de temor y descontento, que acabó siendo
capitalizado por los adversarios de las colectivizaciones, tanto en el campo
republicano, como en el franquista.
Los
defensores del colectivismo agrario, no estaban de acuerdo con que las tierras
incautadas, pudieran ser repartidas individualmente entre la población pobre.
Existía el temor de que, una vez convertido en propietario de la tierra, se
convirtiera en un adversario temible de la revolución.
"Este temor a que una nueva clase de ricos propietarios rurales pudiera
levantarse sobre las ruinas del pasado... fue sin duda alguna responsable, en
parte, del empeño de los más celosos colectivizadores, en asegurarse la
adhesión del pequeño campesino, de grado, o por fuerza, al sistema
colectivo.." (219).
La presencia
en los pueblos recién liberados de las milicias revolucionarias fue, en muchos
casos, el factor desencadenante en la formación de las colectivizaciones. El
control que éstas impusieron sobre la producción y la comercialización de las
cosechas, significó la limitación de la inflación, de la especulación
privada y del mercado negro, y dio salida a los excedentes (que de otro modo,
hubieran podido ser retenidos por los campesinos, para obtener mejores precios,
a costa de la penuria en las ciudades y en el frente, y de aumentar el
desgaste y la desmoralización de la población).
Las medidas
"autoritarias" que llevaron a cabo las milicias revolucionarias
tienen algunos puntos en común con la política de "comunismo de
guerra" que desarrollaron los bolcheviques, en plena guerra civil, para
salvar la revolución de Octubre. Sin embargo es importante resaltar que,
mientras las medidas de los bolcheviques era consecuencia de una
planificación y de un programa político que ellos juzgaban necesario, las de
los anarcosindicalistas españoles fueron intuitivas, improvisadas y
realizadas sobre la marcha. La falta de criterios claros, con respecto a las
formas que debía adoptar la revolución en el campo, sería una de las
causas de los excesos que se cometieron en algunas localidades contra
los pequeños propietarios. Se ponía en evidencia la inexistencia de una
estrategia elaborada con anterioridad, por la CNT, sobre cuales debían ser las relaciones de los revolucionarios con la pequeña burguesía agraria.
"...Para algunos libertarios, la colectivización obligatoria quedaba
justificada por un razonamiento que estaba más próximo al comunismo de guerra
que al comunismo libertario: la necesidad de alimentar a las columnas del
frente. Macario Royo, líder cenetista aragonés, creía que las colectividades
eran la organización más apropiada para controlar la producción y el consumo y
para tener la seguridad de que el frente dispusiera de un excedente".
"<<Todo estaba desorganizado. Las columnas dependían de los pueblos,
no tenían otra fuente de suministros. Si no hubiese habido colectividades, si
cada campesino se hubiera guardado lo que producía para disponer de ello a su
antojo, el asunto de los suministros se habría puesto mucho más
difícil...>>" (220).
Las columnas
armadas de la CNT y de la FAI, fueron un elemento de
"imposición" y de temor para los partidarios del reparto
individualizado de la tierra, pero también jugaron un papel de
"protección" para los que deseaban la socialización y la explotación
colectiva del campo. Considerar cualquiera de los dos aspectos por separado,
como han hecho a menudo algunos de sus partidarios más entusiastas, o por el
contrario, como han criticado sus detractores, conduce a deformar los hechos y
a simplificar las actitudes de las distintas clases y estratos sociales del
campo.
"Como consecuencia, el destino del campesino propietario y arrendatario de
tierras, en las comunidades ocupadas por los milicianos de la CNT-FAI, quedó decidido desde el principio; porque aunque generalmente se convocara una
reunión de la población para decidir sobre el establecimiento del sistema
colectivo, se votaba por aclamación y la presencia de milicianos armados nunca
dejó de imponer respecto y temor en los oponentes" (221).
La presión
sobre el campesino individualista fue mayor en las zonas donde existía un
predominio anarcosindicalista, que en las que estaba ampliamente implantada la Federación de Trabajadores de la Tierra, vinculada a la UGT. Lo que no quiere decir, que la presión sobre los pequeños y medianos propietarios no existiera en las
zonas de mayoría ugetista. Las limitaciones impuestas a los pequeños
agricultores eran medidas que compartían ambos sindicatos, y constituían una
forma de presión para que éstos se integraran en las colectivizaciones.
La
diferencia de sensibilidades entre ambos sindicatos, con respecto a los
pequeños propietarios no es sólo explicable por el tradicionalmente mayor
radicalismo libertario. Antes del estallido de la guerra civil, las
organizaciones campesinas socialistas contaban ya en sus filas, con numerosos
pequeños y medianos propietarios que se habían organizado para poder defenderse
de la presión de los terratenientes. Los sindicatos agrarios ligados a la CNT en cambio, estaban compuestos casi exclusivamente por jornaleros.
La política
de las centrales sindicales frente a los pequeños propietarios, fue por lo
general, de respeto y de prudencia. Las pequeñas y medianas propiedades eran
particularmente numerosas en algunas zonas del territorio republicano (Levante,
Catalunya). La defensa a ultranza de la colectivización forzosa hubiera
significado el alejamiento definitivo de la revolución de estos sectores del
campesinado. y los habría precipitado en brazos de sus adversarios políticos.
El mismo Consejo de Defensa aragonés, representante de los intereses de las
colectividades de la región, se declaró desde los primeros momentos de su
constitución, firme partidario del respeto de las pequeñas y medianas
propiedades del campesinado.
"El Consejo hará respetar la voluntad del campesino para trabajar la
tierra individual o colectivamente, a fin de evitar el descontento que pudo
crearse acaso por las rápidas transformaciones de los primeros momentos, pero
aunque el Consejo de Aragón será defensor de la pequeña propiedad, habrá de
mantener incólumes los acuerdos de las dos sindicales UGT-CNT, para evitar que
se pueda volver al sistema despreciable anterior al 19 de julio". (Joaquin
Ascaso, presidente del Consejo, CNT, alocución por radio, 19.07.37) (222).
Sin embargo
y a pesar de las directrices que dieron los sindicatos contra las actitudes más
exaltadas, los pequeños propietarios sufrieron en ocasiones, las presiones y
la violencia. El órgano de prensa de la CNT, "Solidaridad Obrera" condenó con fuerza tales excesos, y abogó para que fueran
evitados a toda costa:
"Se han cometido determinados atropellos que los creemos
contraproducentes. Sabemos que ciertos elementos irresponsables han atemorizado
a los pequeños campesinos y hasta ahora se nota cierta apatía en la labor
cotidiana" (223).
La
moderación con la que los sindicatos enfocaron el problema de las relaciones
con los pequeños propietarios del campo, no significa que los campesinos que no
aceptaban integrarse en las colectivizaciones, no estuvieran sujetos a
fuertes limitaciones, dictadas en muchos casos por cuestiones ideológicas y en
otras por las necesidades de la guerra. Las
propiedades no colectivizadas, no podían ser mayores que las que pudiera
explotar, con sus propias manos, la unidad familiar. Tampoco les estaba
permitido la posibilidad de arrendar sus parcelas, o parte de ellas, ni la de
contratar a jornaleros para que les ayudasen en sus tareas. Los excedentes de
las cosechas, sólo podían ser comercializados por medio de los sindicatos
locales, con los precios que éstos estipulasen. En estas condiciones, los
pequeños propietarios tuvieron que desenvolverse con grandes dificultades.
El criterio
de las centrales sindicales era el de convencer a los campesinos
individualistas de las patentes ventajas que conllevaría para sus condiciones
de vida futuras, su integración en las colectividades.
"Tenemos la convicción de que lo que lograríamos quizá obligando, se
obtendrá por el ejemplo que dará de si misma la colectivización de la tierra,
al cambiar la estructura del cultivo, por mediación de la mecánica, de la
química y de la técnica, que con un menor esfuerzo, producirá mayor capacidad
de producción y consecuentemente proporcionará también una nueva vida al
trabajador" (extracto de la resolución de la asamblea plenaria de los
Trabajadores la Tierra de Catalunya) (224).
Los
campesinos individualistas se encontraron con frecuencia, excluidos de la mayor
parte de las ventajas y de los servicios que prestaban las
colectivizaciones a sus miembros. Sin embargo, la marginación de éstos no era,
ni mucho menos, total.
Los pequeños
propietarios podían participar en las asambleas decisorias de la
comunidad y hacer oir su voz (aunque sin tener derecho de voto).
También podían colaborar en los trabajos de infraestructura y beneficiarse de
las ventajas obtenidas.
El
historiador anarcosindicalista alemán, Agustín Souchy, destacado
estudioso de las colectividades, ha afirmado que las renuncias
voluntarias a las propiedades, por motivos ideológicos fueron escasas. Por lo
general, serían las ventajas económicas, las mejoras en las condiciones de vida
a las que podían acceder, las que impulsaron a algunos de los pequeños
propietarios a renunciar a sus explotaciones familiares.
"Aislado y abandonado a su suerte, el pequeño propietario estaba perdido,
no tenía medios de transporte, ni máquinas. En cambio, las colectividades
disponían de facilidades económicas inaccesibles a los pequeños propietarios.
No todos los pequeños campesinos lo comprendieron enseguida. En muchos casos
llevaron paulatinamente a las colectividades, y solo después de las
experiencias hechas" (225).
Indudablemente, las colectivizaciones fueron un fenómeno popular que entroncó
con las aspiraciones de amplias capas del campesinado
pobre y sin tierra. Su raigambre quedó demostrada con la tenaz
resistencia que opuso el campesinado colectivista contra la columna de Lister
que, en agosto de 1937, penetró en la región aragonesa para terminar con la
obra revolucionaria. Las colectivizaciones perdurarían en muchos casos, hasta
la práctica llegada del ejército franquista, cuando el movimiento
revolucionario ya hacía mucho tiempo que había sido aplastado.
No tiene
pues, ninguna verosimilitud, la acusación hecha por sus adversarios, de que las
colectivizaciones fueron un experimento completamente artificial, impuesto al
campesinado por la fuerza de las armas. Difícilmente podemos aceptar esta
explicación. Si las colectividades no hubieran respondido a las aspiraciones de
por lo menos una buena parte del campesinado aragonés, las milicias de la CNT-FAI no habrían podido imponer una obra tan gigantesca, que abarcaba a más de tres cuartas
partes de la tierra aragonesa recuperada a los sublevados, y que contaba
con una población cercana al medio millón de seres humanos.
La
popularidad de las colectivizaciones no evitó que pudieran darse excesos contra
los campesinos que no estaban dispuestos a integrarse en ellas. Sin embargo,
estos casos tampoco parecen tan frecuentes como quieren demostrar sus detractores.
Algunos trabajos hechos sobre la cuestión afirman que en toda la región
aragonesa, de las 450 colectivizaciones agrarias que llegaron a desarrollarse,
tan solo en una veintena de ellas parecen haberse cometido este tipo de abusos
(226). Por esta razón no podemos estar en absoluto de acuerdo con la afirmación
que hace un historiador tan prestigioso como Burnett Bolloten.
"En el campo, los fanáticos impusieron su voluntad a los pequeños
agricultores y en nombre del comunismo libertario, establecieron dictaduras
caciquiles en muchos pueblos. El comunismo libertario, afirmaban, elevaría el
nivel de vida de los campesinos, destruiría <<el odio, la envidia y el
egoísmo>> y establecería el <<sentido de la solidaridad y el
respeto mutuo>>".
"Aterrorizadas ante estos acontecimientos, las clases medias rurales y
urbanas quedaron sin dirección, pues los líderes de los partidos republicanos
estaban sumidos en la apatía o habían huido" (243).
Sin ninguna
duda, los excesos y las agresiones contra los pequeños propietarios, fueron una
consecuencia inevitable de la confusión que cometían muchos militantes
libertarios, al considerar a los pequeños y medianos agricultores, como
potenciales adversarios de la revolución. Lejos de intentar convencerlos de las
ventajas de la explotación socializada de la tierra, los sectores más
exaltados, procedieron por la fuerza a la colectivización total en algunas
localidades, para hacer irreversible el proceso revolucionario.
Sin embargo,
el análisis que hace Burnett Bolloten es a todas luces exagerado. Condenar un
fenómeno social de la envergadura y profundidad de las colectivizaciones, por
los excesos que cometieron algunos de sus partidarios, en unos
momentos en los que la violencia era generalizada, implica perder de
vista su significado como "fenómeno social". Términos
descalificadores como "fanáticos", "dictaduras caciquiles",
han sido utilizados de forma demagógica en los debates políticos, pero no
ayudan en absoluto a comprender los acontecimientos históricos. Las acusaciones
de Bolloten harían completamente inexplicable la tenacidad con la que éstas
sobrevivieron a los intentos de erradicarlas. Tampoco explicarían que las
autoridades republicanas (el ministro de Agricultura era el comunista Uribe)
hubieran tenido que dar marcha atrás en sus propósitos, ante el peligro de que
la cosecha pudiera derrumbarse por la apatía y la desmoralización de los
campesinos.
Los
diferentes gobiernos republicanos se cuidaron mucho de dar a las colectividades,
cualquier garantía permanente de legalidad. La política gubernamental resaltaba
la provisionalidad del momento y su deseo de acabar, en cuanto las
circunstancias lo hicieran posible, con la existencia del movimiento
colectivista.
El gobierno
veía con malos ojos, que las expropiaciones se hubieran extendido a todas las
grandes propiedades sin excepción, en toda la geografía republicana. El 7 de
Octubre de 1936, el Ministerio de Agricultura publicaba un decreto que
pretendía regular la aparición y la existencia de las colectividades. Una parte
de la nueva ley no hacía otra cosa que sancionar lo que los campesinos ya
habían realizado por su propia cuenta y riesgo, tres meses antes. Sin
embargo el verdadero contenido del decreto era otro, chocaba con las
colectivizaciones y pretendía limitarlas drásticamente. Se reconocía como
tierras expropiables, tan solo las que hubieran pertenecido a los sublevados,
pero no extendía la "legalidad" de las expropiaciones al resto de los
grandes latifundios.
La
naturaleza y la intencionalidad política del decreto no se le escapaba a nadie.
Cenetistas y socialistas de izquierda, las principales corrientes que
participaron en el movimiento colectivista, criticaron duramente el contenido
de las medidas dictaminadas por el gobierno.
"El decreto conservador del 7 de octubre se proponía desmoralizar a
los colectivistas y estimular al mismo tiempo el proverbial egoísmo de los
campesinos por unos míseros terrones de tierra. A otros se les incitaba a
recobrar las parcelas de su antigua propiedad que habían aportado
voluntariamente a la colectividad. La CNT acusaba públicamente a los
funcionarios del Ministerio de Agricultura de frecuentar las Colectividades con
propósitos de intriga y derrotismo" (228).
A principios
del mes de Junio de 1937, el gobierno creyó conveniente dar un nuevo paso en su
política de someter al movimiento colectivista. Un nuevo decreto prometía
ayudar a las comunas agrícolas para que pudieran llevar a cabo sus tareas de
recogida de la cosecha. La nueva orden gubernamental reconocía una cierta
entidad legal a las colectivizaciones, pero a cambio imponía una serie de
condiciones drásticas que amenazaban con la disolución, a todas aquellas que no
cumplieran los requisitos legales, devolviendo las tierras a sus antiguos
propietarios. El cambio de actitud del gobierno no se debía a que éste hubiese
acabado por aceptar las conquistas revolucionarias que representaban las
colectivizaciones, sino a la seria amenaza que se cernía sobre la recogida de
la cosecha, consecuencia de la incertidumbre y de la desmoralización que había
hecho presa en el campesinado. El armisticio que ofrecía Uribe se reducía
significativamente, "al corriente año agrícola".
La tregua se
rompió poco después, cuando las tropas de la II División, comandadas por Enrique Lister, entraron en Aragón cumpliendo las órdenes
de Prieto, ministro de la Guerra, para proceder al desmantelamiento de las
colectivizaciones libertarias. Poco antes, se habían realizado operaciones
similares en la región de Levante y en Castilla. La finalidad no era terminar
definitivamente con las colectivizaciones, sino acabar, de una vez por todas,
con el predominio anarcosindicalista, para someterlas al control del gobierno.
Las tropas de Lister, una vez dueñas de la situación, invitaron a los
campesinos a abandonar las colectivizaciones, para optar por el reparto
individual de la tierra. Es difícil, como reconoce Ronald Fraser,
calcular el número de campesinos que se mantuvieron fieles al sistema
colectivista y cuantos prefirieron volver a la explotación individual de la
tierra (229).
Pocos meses
después de la entrada de las tropas de Lister en Aragón, la región caía en
manos del ejército franquista. Por lo tanto, no existen datos fiables sobre el
impacto que tuvieron estas medidas. Ernesto Margeli, libertario aragonés,
calcula que fue el 60% de los colectivistas, los que, pese a las presiones, se
negaron a abandonarlas (230).
En Catalunya,
la pequeña y mediana propiedad rural eran hegemónicas, mientras que los
latifundios y el campesinado sin tierra eran poco frecuentes. Los pequeños
propietarios estaban tradicionalmente organizados en torno a la poderosa Unió
de Rabassaires (organización campesina, controlada tradicionalmente por ERC y
que pasó, durante la guerra a serlo por el PSUC). La importancia de la pequeña
burguesía agraria fue, sin duda alguna, uno de los factores que hicieron que el
anarcosindicalismo adoptara una actitud conciliadora, evitando cualquier punto
de fricción que pudiera ser capitalizado por sus adversarios. Anarquistas y
rabassaires mantuvieron una línea coexistencia e incluso de cooperación, entre
los dos sistemas económicos agrícolas, el privado y el colectivista.
El 5 de
Septiembre de 1936, se celebró un Congreso Regional de campesinos
colectivistas, que organizó una comisión encargada de estudiar las relaciones
con los rabassaires. El Congreso acordó respetar las pequeñas propiedades,
siempre y cuando esto no implicara la contratación de mano de obra asalariada.
El pequeño y mediano propietario, en un régimen de explotación familiar,
debería integrase en las colectivizaciones por su propia voluntad, después de
comprobar las ventajas que le ofrecían la economía socializada. Con esta
política moderada, se pretendía evitar que los rabassaires pudieran convertirse
en enemigos declarados del movimiento revolucionario (231).
Sin embargo,
la actitud adoptada por los miembros de l'Unió de Rabassaires,
después de las jornadas de julio no había sido conservadora, ni tampoco
hostil a la revolución. El 22 de Julio, la dirección del sindicato agrario
aconsejaba a sus afiliados que se apoderasen de la cosecha, que no pagasen los
arriendos y que se incautasen, por medio de sus organizaciones locales, de las
grandes propiedades y que éstas fueran repartidas individualmente entre el
campesinado pobre (232).
L'Unió de
Rabassaires colaboró estrechamente con el Comité Central de Milicias Antifascistas
de Catalunya. Al disolverse éste, en un gobierno de concentración de la Generalitat, el sindicato campesino pasó a ocupar la consellería de Agricultura (Josep
Calvet). Durante el proceso, los rabassaires fueron absorbiendo a otras
pequeñas organizaciones como la Federación de Cooperativas (Unió de Sindicatos Agrícoles), formándose la Federación de Sindicats Agrícoles de Catalunya. El
decreto de la Generalitat por el que se hacía obligatoria la sindicalización
del campesinado se convirtió a l'Unió en la representante casi absoluta de los
pequeños propietarios del campo. Las relaciones entre la Consellería de Agricultura (controlada por la U.de R.) y las escasas colectivizaciones
catalanas no siempre fueron buenas. El Conseller Josep Calvet desoyó con
frecuencia las demandas de ayuda económica de los libertarios. La financiación
de las colectivizaciones campesinas catalanas tuvo que recaer fundamentalmente
el la industria colectivizada.
La
consolidación de la nueva situación en el campo, se dio con la promulgación de
una serie de decretos publicados por la Generalitat, durante los meses de Enero y Febrero de 1937.
Las nuevas leyes anularon todos los contratos que habían sido redactados antes
del 19 de Julio, y establecían que serían los nuevos propietarios, los que
pagarían los impuestos. Otro decreto, publicado en el mes de Febrero,
reconocía a los nuevos propietarios, la propiedad de las nuevas tierras,
incluidas las que acababan de ser expropiadas, y que por lo tanto estaban sujetas
a la amenaza de la colectivización. El gobierno de la Generalitat establecía que en los casos en que estos decretos fueran incumplidos, las
colectivizaciones podrían ser desmanteladas. La única limitación que se imponía
a los pequeños propietarios era la de la prohibición de contratación de mano de
obra asalariada. Las tierras que no pudieran ser cultivadas por la unidad
familiar pasarían a ser repartidas entre los agricultores más pobres. Por otro
lado, se decretó que los miembros de las colectivizaciones que quisieran
abandonarlas, podrían hacerlo con entera libertad en cualquier momento,
teniendo derecho a llevarse consigo la parte del equipo con la que había
contribuido a la explotación.
Como
contrapartida a los errores y limitaciones que hemos apuntado, el movimiento
colectivizador también se apuntó importantes éxitos en el campo social y en el
de la producción.
El éxito o el fracaso del colectivismo agrario es difícil de determinar, por el
corto período en el que las comunas existieron y se desarrollaron. Sin
duda alguna, el sistema colectivista tendió a una progresiva superación de los
errores iniciales. En muchos lugares también se procedió a articular y
coordinar a las colectividades. La liquidación de la revolución impediría la
posibilidad de que éstas pudieran llegar a desarrollarse, para
convertirse en la piedra angular de una nueva economía de tipo socialista.
Las comunas
agrícolas cosecharon importantes avances en el plano social, desconocidos en
los países capitalistas avanzados y en todo el mundo. Los ancianos pudieron
contar con pensiones y subsidios suficientes para poder tener una vida digna,
existió una asistencia sanitaria gratuita... En el plano cultural, se
llevaron a cabo verdaderos planes de alfabetización. En la región levantina,
todas las colectivizaciones contaron con sus propias escuelas locales. La
política salarial fue mucho más igualitaria que en las ciudades. En éstas, la
tendencia era frenada por la existencia de un importante número de técnicos y de
administrativos, tradicionalmente mucho mejor pagados que los obreros manuales.
En el campo, la división del trabajo estaba mucho menos diferenciada y no
presentaba grandes obstáculos. Por lo general, se instauró el llamado
"salario familiar", que se acercaba al principio socialista, de
"a cada cual según sus necesidades". Los trabajadores colectivistas
cobraban un salario fijo por su trabajo, al que se añadía un suplemento por
cada hijo que no estuviera en la edad de trabajar, o por cada familiar incapacitado
que tenía que mantener.
En el plano
económico, y a pesar de los fracasos, el nuevo sistema permitió el
mantenimiento e incluso el aumento de la producción, después de la caída del
viejo sistema agrario, y en unas condiciones tan difíciles como eran las que se
derivaban de la guerra. La incipiente planificación de la producción que se
llevó a cabo, significó un importante aumento en el rendimiento de la tierra.
La explotación colectiva de la tierra en grandes explotaciones socialistas, permitió
importantes mejoras en la infraestructura, (nuevos canales de regadío,
reforestación de los bosques,...), en el sistema de producción (planificación
del trabajo, introducción de nuevas técnicas, maquinaria, diversificación de
los cultivos según la demanda y las necesidades...), se crearon escuelas
técnicas rurales y granjas, se procedió a una selecciòn y mejora de la
ganadería...
"...conviene tener en cuenta que la única cosecha de trigo recogida en
Aragón bajo la colectivización -la del año 1937- mostró un aumento del 20 por
ciento sobre la del año anterior, que había sido buena, mientras que en
Catalunya, donde la colectivización agraria estaba menos extendida, descendió
en el mismo porcentaje" (233).
Es difícil
imaginarse, con estos datos, a la inmensa mayoría de las colectivizaciones,
como "dictaduras caciquiles" impuestas por "fanáticos", o
como "experimentos desatinados", como las calificaban sus
adversarios. Es importante reflexionar sobre las posibles causas del
crecimiento de la producción cerealera aragonesa, estando como estaba a escasos
kilómetros del frente, con todos sus errores, en contraste con el dramático
descenso de Catalunya, un área alejada del conflicto, y con una
agricultura caracterizada por la pequeña y por la mediana propiedad.
El
incremento de la cosecha cerealística en Aragón no bastó para contrarrestar la
caída de la producción en el principado, ni para cubrir la demanda en toda
Catalunya. El gobierno de la Generalitat tuvo que paliar la escasez de pan con
importaciones procedentes del extranjero (234).
Josep María
Bricall, en su obra, defiende las causas objetivas, como la guerra y el clima,
además de los cambios de cultivo, como los factores que provocaron el descenso
de la producción (235). Sin negar la validez y la importancia de las
reflexiones de Bricall, existen otros factores que nos ayudan a explicar este
contraste. Mientras los cambios revolucionarios provocaron el entusiasmo de
gran parte del campesinado aragonés, que consideraban a las colectivizaciones
como su gran oportunidad histórica para liberarse del pesado yugo de los
terratenientes, el campesinado catalán, predominantemente pequeño propietario,
contempló con temor creciente al movimiento colectivista y con profundo
descontento las drásticas limitaciones que les habían impuesto los
revolucionarios.
"En el segundo año de la producción colectivista, las cosechas aumentaron
de un veinte a un treinta por ciento, según las comarcas. ¿Cómo es posible -se
nos dice- que habiendo llamado a filas a un porcentaje apreciable de jóvenes,
la producción aumentara? Sin embargo, es fácil comprender este fenómeno si
tenemos en cuenta el entusiasmo que algunos hombres de edad avanzada sentían
hacia la colectividad, lo que les incitaba a ir al trabajo cuando en otras
situaciones no lo hubieran hecho. Muchas mujeres que habitualmente se ocupan
únicamente de su casa, acudían a los trabajos durante algunas horas con una
voluntad ejemplar, y muchos chicos que en épocas anteriores se hubieran
dedicado a jugar, se unían a los colectivistas en un afán de suplir a sus
hermanos que estaban en el frente, y aunque había mas trabajo, porque no se
dejaba un pedazo de tierra sin cultivar, al estar mejor organizado, todo se
hacía con menor esfuerzo" (236).
Además del
apoyo social que pudieran tener, las ventajas que presentaban las
colectivizaciones permitieron una serie de logros económicos y sociales, que
las viejas explotaciones minifundistas y familiares, tan antieconómicos que en
muchas ocasiones rozaban los niveles de subsistencia, o las grandes propiedades
latifundistas y semifeudales, no estaban en condiciones de poder conseguirlo.
Es innegable
que las colectividades agrarias respondieron a las necesidades de un momento
determinado y de una situación concreta, es decir, a una revolución en marcha,
donde todo tenía que improvisarse, y donde no existía el más mínimo programa de
planificación del nuevo orden económico que estaba surgiendo de los escombros
de la República.
Las
colectivizaciones agrarias (como las urbanas) cubrieron el vacío económico
dejado por la fuga de los antiguos propietarios. Con sus errores, con todas las
críticas y acusaciones realizadas por sus enemigos, las colectividades en el
campo, pusieron en marcha, con una preparación completamente insuficiente, un
sistema económico que funcionó y que evitó el rápido colapso de la
revolución.
El triunfo
de las colectividades sólo podía ser posible, acompañado de la victoria
política y militar de la revolución de los comités. Su gran tragedia consistió
en que ninguna organización comprendió que para que éstas desarrollaran todos
sus potenciales, era necesario que todos los resortes del poder político
estuvieran a su servicio. Las colectividades carecieron del apoyo de un poder
revolucionario que las defendiera frente a sus enemigos, que corrigiera sus
errores y sus contradicciones y que las articulara hasta convertirlas en
el tejido social y económico de la nueva sociedad.
Hablar,
desde el punto de vista histórico, de la viabilidad o inviabilidad de las
colectivizaciones, resulta simplemente absurdo. Las colectivizaciones no
tuvieron tiempo para demostrar sus posibilidades de supervivencia. Sin embargo,
en el breve espacio de tiempo de su existencia, demostraron las patentes
ventajas de un sistema económico, que gozaba del entusiasmo y del apoyo de la
mayor parte de la población trabajadora.
3.11 LOS PARTIDOS Y SINDICATOS OBREROS ANTE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
El período
de la dualidad de poderes en la revolución española, adoptó una forma
completamente original, si lo comparamos con el resto de las revoluciones
realizadas durante el siglo XX. Mientras el poder revolucionario de los comités
se encontraba atomizado y disperso, por toda la geografía del país.
La esencia del poder burgués republicano,
no estuvo encarnada en el impotente gobierno de Giral, sino en los
comités ejecutivos de las organizaciones obreras del Frente Popular.
Cuando nos
referimos, matizando, a las direcciones y no a los partidos y sindicatos en
general, lo hacemos con plena conciencia. Con esta precisión queremos resaltar
que, durante el período del "desorden revolucionario" de las primeras
semanas, miles de militantes de base de estas organizaciones, faltos de
la orientación de sus dirigentes, completamente desconcertados y desbordados
por los acontecimientos, encarnaron la revolución. Llevaron a cabo las
confiscaciones de las propiedades de la burguesía; formaron sus propios
comités, que dirigieron y organizaron la marcha de sus localidades;
formaron sus milicias y patrullas, para combatir y reprimir la sublevación...
Llevaron a cabo, un proceso revolucionario, satisfaciendo, de una vez por
todas, sus reivindicaciones históricas, que cinco largos años de República no
habían conseguido. En resumen, realizaron los inicios de una revolución, a la
que sus propios partidos y sindicatos, se oponían, bajo diferentes formas y
matices diferentes.
Aunque este
trabajo esté centrado en las características de la revolución española en
Catalunya, consideramos que es fundamental analizar a fondo, la actitud
mantenida por el PSOE y la UGT estatal. La actitud de las organizaciones
socialistas, aunque inexistentes en Catalunya, al quedar absorbidas por el
PSUC, organización que se colocó rápidamente bajo la órbita de la Komintern, nos pueden ayudar a comprender muchos de los acontecimientos políticos que se
dieron en Catalunya, durante la guerra civil.
El comunismo
estalinista, encarnado por el PSUC, experimentó una evolución espectacular,
durante el primer período revolucionario. Nacido al calor de las jornadas de
julio, a partir de la unificación de cuatro pequeñas organizaciones políticas
catalanas, se convirtió en pocos meses en el primer partido catalán,
opuesto a la hegemonía libertaria. Con su rápido crecimiento, el PSUC
acabó sustituyendo, como representante de las clases medias, a la
tradicional Esquerra Republicana de Catalunya, que había quedado
desarbolada durante y después de los acontecimientos de Julio.
El
anarcosindicalismo, indiscutiblemente, fue la fuerza hegemónica del movimiento
obrero catalán, y su actitud ante los acontecimientos fue determinante en la
evolución de la revolución. Fueron las bases anarcosindicalistas, las que
conformaron, mayoritariamente, la multitud de comités y de colectivizaciones.
Finalmente
el POUM, la principal fuerza política que se reclamaba del marxismo en
Catalunya, durante los primeros meses de la revolución. Organización comunista
independiente, que atrajo los odios del estalinismo internacional, por sus
denuncias y su firme condena de los procesos de Moscú, que se estaban llevando
a cabo contra la vieja guardia bolchevique. Su militancia, aunque sensiblemente
inferior en número a la de los anarcosindicalistas, también fue decisiva en la
formación de los comités revolucionarios y en el de numerosas
colectivizaciones.
El POUM
estaba fuertemente implantado en Lérida y en otras localidades catalanas. No
podemos estar de acuerdo con aquellos que han considerado desproporcionada la
importancia que se le ha dado a esta organización, en comparación con las
grandes formaciones tradicionales del movimiento obrero.
Las
situaciones revolucionarias se caracterizan por su vertiginosa dinámica. En un
corto espacio de tiempo, la población experimenta grandes cambios en su
conciencia, que no se había dado en los largos períodos que lo precedieron. Los
nuevos estado de conciencia se reflejan en la decadencia de las viejas
organizaciones, y en el rápido ascenso de otras que representan las nuevas
aspiraciones. En estas especiales condiciones, la importancia política de una
organización, no se mide por el número de sus efectivos militantes, sino
también por sus posiciones, su grado de influencia entre las clases sociales
que pretenden representar y también por el lugar político que ocupa en los
acontecimientos.
Los
diferentes partidos y sindicatos obreros, se agruparon en torno a determinados
programas políticos frente a la revolución española, que intentaremos definir y
explicar en la pequeña síntesis, que hemos realizado en las próximas páginas.
Con sus
respectivas diferencias, socialistas de derecha, republicanos y comunistas (de
obediencia estaliniana), se agruparon en torno a un objetivo común, hacer
retroceder la revolución y el derrocado viejo aparato de estado republicano.
Socialistas
de izquierda, anarcosindicalistas y poumistas, conformaron otro bloque, que
pretendía mantener en las mejores condiciones posibles, el cuadro aparecido
tras las jornadas de Julio, postergando el avance definitivo de la revolución
para después de la victoria militar sobre los sublevados.
Entre las
diferentes fracciones, tendencias y bloques existentes, hubo numerosos intentos
de establecer alianzas. Sin embargo, éstas se caracterizaron por su
inestabilidad. La guerra y la revolución, convertían cualquier acuerdo en algo
frágil y quebradizo. Anarcosindicalistas, socialistas de izquierda y poumistas
experimentaban la fuerte presión de sus propias bases radicalizadas.
Socialistas de derechas, republicanos y comunistas, llegaron a alianzas, pero
también eran conscientes que sus acuerdos eran sólo circunstanciales, y que en
el seno de su propio bloque político, existía una sórdida lucha por el
poder. Tanto los republicanos, como los socialistas de derechas,
desconfiaban de sus temibles aliados, que solo obedecían las consignas que
procedían de Moscú. Pero incluso entre los mismos republicanos y los
partidarios de Prieto, hubo frecuentes roces por sus diferentes concepciones
políticas.
"La lealtad era hacia las organizaciones, no hacia la República. No había más que coaliciones temporales entre las dos o tres corrientes, los
llamamientos frecuentes a la unidad antifascista no eran más que grandes
camuflajes para esconder las tentativas y las prácticas de dominación"
(237).
La
fragilidad de las alianzas políticas que se establecieron entre las cúpulas
dirigentes, demuestra que, tras las jornadas de julio, lo que quedaba de la República era, más que nunca, una ficción encarnada en el impotente y desprestigiado gobierno
de Giral. La reconstrucción del aparato de Estado republicano tenía que
realizarse encima del mar embravecido de la revolución, sobre el que pretendían
cabalgar los distintos partidos y sindicatos.
3.11.1 LOS SOCIALISTAS.
El estudio
de las posiciones políticas del socialismo español es harto dificultoso, debido
a la gran división existente entre las diferentes fracciones en las que estaban
fragmentadas sus organizaciones. Es difícil encontrar una postura unitaria
ante el hecho revolucionario, entre las distintas tendencias, que ya estaban
fuertemente enfrentadas, y al borde de la escisión, en el período precedente a
la guerra. El estallido de la contienda y el inicio de la revolución,
encontraron al Partido Socialista, completamente fraccionado en
corrientes irreconciliables que se disputaban el control del aparato.
Dividido y
sin un programa político propio, el Partido Socialista demostró ser un
gran gigante con pies de barro. Difícilmente podía jugar un papel independiente
en los acontecimientos que se estaban desarrollando por todo el país. De hecho,
la amplitud de las actitudes que se presentaban en el arco político del Partido
Socialista, se encuadraron en los distintos sectores en el que también estaba
dividido, a su vez, el campo republicano.
Prieto y Negrín,
defendían la necesidad inmediata de acabar con la revolución y restaurar, lo
antes posible, el gobierno del Frente Popular. Largo Caballero mantuvo una
posición vacilante, presionado desde la derecha y la izquierda. El máximo
dirigente de la Izquierda Socialista pretendía lo imposible, conciliar la
revolución de los comités y la contrarrevolución del Frente Popular. La
decantación de la situación hacia cualquiera de los dos extremos, significaba
el final de su postura de árbitro privilegiado y, probablemente, también el fin
de su influencia política.
Es
importante resaltar, en el seno del PSOE y de la UGT, de algo que ya hemos planteado más arriba. La diferenciación existente entre las bases socialistas y sus
dirigentes, con respecto al futuro de las milicias, de los comités y de las
colectivizaciones. Las diferencias son detectables al observar el
contraste entre la práctica llevada a cabo por las bases, y las directrices
defendidas por sus dirigentes. Sin embargo, no debemos considerar esta
afirmación, como algo evidente. No hay que ver en esta oposición, el
reflejo de una clara conciencia revolucionaria, sino el choque entre las
aspiraciones y el instinto revolucionario de los trabajadores con las moderadas
y vacilantes directrices defendidas por la dirección.
La oposición
socialista, al contrario de lo que aconteció entre los anarcosindicalistas,
no adoptó forma de corrientes políticas, en el seno del partido. El
lenguaje radicalizado utilizado por los dirigentes son también la evidencia de
la fuerte presión a la que estos se encontraban sometidos.
Los
militantes socialistas participaron en la creación de los comités y de las
colectividades, expropiaron a los terratenientes y a la burguesía industrial,
formaron sus propias milicias y sus patrullas de retaguardia. En su acción
espontánea, encontraríamos muy pocas diferencias con los militantes
anarcosindicalistas. Sin embargo, los trabajadores socialistas, a diferencia de
los libertarios, consideraban al PSOE y a la UGT como sus organizaciones tradicionales, y su política, encaminada a la restauración del orden republicano,
como una táctica dirigida al fin último, la revolución socialista, objetivo
que, aunque desmentido en la práctica, era proclamado por sus dirigentes.
El discurso
"revolucionario" de los líderes caballeristas, no podía esconder una
alarmante falta de programa político, la inexistencia de proyectos y de medidas
concretas, capaces de orientar y de ser llevadas a cabo por la militancia.
A la
política de apoyo al Frente Popular, defendida con matices, por las distintas
fracciones socialistas, y que comportaba una actitud de hostilidad, más o menos
camuflada, ante el proceso revolucionario, se unía la tradicional incomprensión
de las cuestiones nacionales catalán y vasca. El hecho de que Catalunya se
hubiera convertido en el corazón de una vasta revolución que no se avenía a sus
canones tradicionales, y de que estuviera dirigida por su tradicional
rival, la CNT, caracterizó la política de los diferentes gobiernos de mayoría
socialista.
Las tomas de
posición de los cuadros dirigentes se hacían, en muchas ocasiones, bajo la
presión de las propias bases, mucho más radicalizadas y dispuestas a todo, que
sus direcciones. La evolución política de la Izquierda Socialista, sus evidentes y continuas contradicciones entre teoría y práctica, se
explican por el choque de intereses existentes entre la presión de la población
trabajadora y los compromisos adquiridos por las cúpulas dirigentes en el seno
del Frente Popular.
Comparemos
pues, las posiciones defendidas desde las páginas de "Claridad", el
órgano de prensa de esta corriente, y la política de contención de la
revolución, defendida por el gobierno de Largo Caballero, poco después:
"Alguna gente dice: <<derrotemos primero al fascismo, terminemos la
guerra victoriosamente, y luego tendremos tiempo para hablar de la revolución y
de hacerla si es necesario>>. Aquellos que afirman esto, no han contemplado
con madurez el formidable proceso dialéctico que nos arrastra. La guerra y la
revolución son una y la misma cosa. No se excluyen, no se estorban, sino que se
apoyan y se complementan. La guerra necesita a la revolución para triunfar, de
la misma manera que la revolución ha requerido la guerra... Es la revolución en
la retaguardia la que hará más segura y más inspirada la victoria en los campos
de batalla..." (238).
Las
opiniones reflejadas en las páginas de "Claridad" reflejaban la presión
a la que estaban sometidos, por parte de sus propias bases izquierdistas y
constituían una clara crítica a los seguidores de Prieto, el ala derecha del
partido, aliados de los comunistas y de los republicanos, partidarios de hacer
retroceder la revolución hasta un futuro indeterminado. Sin embargo, las
opiniones vertidas por "Claridad", poco o nada tenían que ver con la
práctica política del gobierno que estaba presidido por Largo Caballero, y que
acabó potenciando los viejos cuerpos de seguridad republicanos, desmanteló las
patrullas obreras de la retaguardia e inició la formación de un ejército al
viejo estilo, en detrimento de las milicias revolucionarias.
Las
veleidades radicales de la Izquierda Socialista se habían transformado durante el período anterior a la guerra. A medida que el movimiento revolucionario
experimentaba una profunda radicalización, los caballeristas habían ido
moderando su lenguaje y sus objetivos políticos. Lejos quedaban ya, los
términos de "dictadura del proletariado" y de "revolución
socialista". "Claridad" había acabado calificando a la
revolución española, como burguesa-democrática, antifeudal y antioligárquica y
se había declarado ferviente partidaria del Frente Popular, que tanto había
criticado con anterioridad (239). Los caballeristas, después de llamar, durante
todo un período, a la revolución socialista, habían abandonado esta
caracterización, para sumarse a la que mantenían los prietistas y comunistas,
al considerar que la guerra que se iniciaba, era entre la democracia burguesa y
el fascismo, precisamente, en aquellos momentos, en los que la revolución
socialista, que tanto habían predicado, se ponía en marcha.
La Izquierda Socialista también expresaba con su política vacilante y llena de contradicciones,
la presión de las diferentes fuerzas políticas que intervenían en la revolución
española, tanto nacionales como internacionales. La guerra, dentro del esquema
caballerista, solo podía ganarse con la ayuda de la URSS, de Francia y de Gran Bretaña. A principios de 1937, el gobierno de Largo Caballero,
llegó a ofrecer la cesión del Marruecos colonial español y las islas Canarias,
a cambio de que Francia y Gran Bretaña, con fuertes intereses en el norte de
Africa, abandonasen su "neutralismo" y accediesen a apoyar a la República en la contienda. (240) Sin embargo, este apoyo no era posible mientras el
movimiento revolucionario no se retirase a sus cuarteles de invierno para dejar
paso libre a la reconstrucción del orden republicano. Sin embargo, el
caballerismo no pretendía la derrota total del movimiento revolucionario,
fuente de poder de la Izquierda Socialista, y que había arraigado profundamente
en las bases sindicales de la UGT.
La política
vacilante de esta corriente quedaría patente a mediados del mes de agosto de
1936, cuando, en pleno fragor revolucionario, Largo Caballero pareció
contemplar la posibilidad de formar una alianza sindical con la CNT, a la que intentaba atraer hacia sus posiciones. Sin duda alguna, el caballerismo
consideró que la alianza con los anarcosindicalistas los convertiría en la
única alternativa posible de gobierno, ante el moribundo gabinete de Giral,
agotado políticamente, antes de nacer.
La presión
política del embajador soviético en España, Marcel Rosemberg y la de los
socialistas de derecha, hizo que finalmente la alianza CNT-UGT no pasara de ser
un proyecto (241). La actitud de Largo Caballero fue la de mantener la misma
línea defendida en el período anterior a la guerra. Después de la caída
fulminante de los gabinetes de Casares Quiroga y de Martínez Barrio, Largo
Caballero rechazó la propuesta de Azaña para formar gobierno. La Izquierda Socialista consideró que todavía no estaba preparada para acceder al poder y
prefirieron dejar pasar dos meses y medio, apoyando a gobierno ficticio de
Giral, hasta aceptar la propuesta (242).
La línea
política de los caballeristas continuaba caracterizándose por su pasividad.
Esperar el total agotamiento político de los gobiernos republicanos, rechazar
cualquier compromiso con la pequeña burguesía, hasta que el poder cayera en sus
manos, como un fruto maduro. La Izquierda Socialista seguía identificando, la toma del poder por parte de la clase trabajadora, con la llegada al gobierno de un
gabinete socialista monocolor.
"Pretende una dominación socialista completa tan pronto como sea posible y
abstenerse de participar en el gobierno hasta que ya no sea posible"
(243).
Sin embargo,
el fruto maduro no caería en sus manos, en las circunstancias en las que la Izquierda Socialista había soñado. Cuando Largo Caballero formó su primer gabinete, tuvo que
hacerlo, no con un gobierno exclusivamente socialista, sino con uno de
concentración, junto a republicanos, prietistas y comunistas. La presión
internacional y la de las diferentes organizaciones del Frente Popular,
condicionaron y limitaron drásticamente sus pretensiones, y posteriormente
también harían lo mismo con su política.
"<<Virtualmente el gobierno republicano está muerto, no tiene
autoridad, ni competencia, ni decisión para hacer una guerra a fondo y acabarla
con una victoria absoluta y revolucionaria>>. Descartado Prieto como
alternativa, <<no queda más que usted>>. Araquistain recomendaba
pues, un gobierno presidido por Largo y de composición mixta entre los
diferentes sectores del Frente Popular, pero, desde luego, en detrimento de los
republicanos" (244).
El gabinete
de Largo Caballero no fue, por lo tanto, monocolor, como habían pronosticado
desde mucho antes los dirigentes de la Izquierda Socialista. Su proyecto para formar un gobierno exclusivamente socialista, quedaba
relegado para después de la guerra, período en el que ellos estaban
convencidos, de que iban a convertirse en los árbitros de la nueva situación, y
en la que los republicanos, concretamente Azaña, ya no serían ningún obstáculo
(245).
"nuestra victoria no será la implantación fulminante del bolchevismo o el
anarquismo, como siguen temiendo en estos países, sino un régimen que nadie
sabe aún que será" (246).
En la
contradictoria política que había caracterizado a los dirigentes de la Izquierda Socialista, desde los orígenes de esta corriente, encontramos ya, las causas
de su decadencia y posteriormente su derrota final.
"El fracaso final de la Izquierda Socialista estaba ya aquí, en la imposibilidad de encontrar un terreno intermedio entre la defensa del Frente Popular y
la revolución. Lo primero exigía un acuerdo con Prieto, Azaña y los comunistas.
Lo segundo exigía el mismo acuerdo con los anarquistas, y la Izquierda Socialista se empeñó en esperar unos misteriosos acontecimientos que habían de
presentar la posibilidad milagrosa de hacer la revolución contra la reacción,
contra el Frente Popular, y sin contar activamente con los anarquistas. En esa
espera perdieron el control de su propio partido, perdieron la revolución"
(247).
A diferencia
de la Izquierda Socialista, Prieto y sus seguidores consideraban que el único
futuro posible era la consolidación de la República y posteriormente la derrota militar de los sublevados o en su imposibilidad, negociar con éstos la
supervivencia de ésta a cambio de concesiones. Sin embargo, cualquiera de las
dos vías, la de la victoria militar (con la ayuda de las potencias democráticas)
o la de la negociación, sólo podía conseguirse apagando el fuego revolucionario
que había acabado con la República.
La Alianza con los republicanos, es decir, el Frente Popular, fue el eje principal de su
política. Era necesario dar seguridades a Francia y a Gran Bretaña de que su
hipotético apoyo a la República, no iba a convertirse jamás, en el apoyo a la
revolución. Era necesario evitar también, que el pánico de la burguesía no
acabase por arrojarla en brazos de los sublevados.
Sin embargo,
los socialistas de derecha adoraban a un fantasma, la burguesía hacía
tiempo que había desaparecido del campo republicano y se había refugiado, antes
del inicio de la guerra, en manos de la conspiración que se estaba gestando en
los cuarteles. El acuerdo con los republicanos, defendido por Prieto, no era
más que la alianza con la sombra de las clases propietarias. Los políticos
republicanos apenas se representaban a ellos mismos. La burguesía no estaba
dispuesta a hablar de negociaciones y de reconciliación, mientras no se
aplastase, de una vez por todas, al movimiento revolucionario. Y en este
sentido, los propietarios preferían la opción militar, al cascarón vacío y
peligroso del Frente Popular.
A medida que
la actitud "neutral" de Francia y de Gran Bretaña se consolidaba,
Prieto fue adoptando una actitud pesimista, que le valió la acusación de
derrotista. Finalmente, acabó buscando, discretamente, el camino de las
negociaciones con los facciosos, lo que le significó un nuevo fracaso. Franco
no estaba dispuesto a negociar. Era perfectamente consciente de que una vez
liquidada la revolución, él era el único triunfador, y tenía todas las cartas
en sus manos. No necesitaba negociar, ni hacer concesiones a sus adversarios,
aunque fueran los socialistas moderados y los republicanos.
Como el
resto de los grupos del Frente Popular, las diferentes fracciones del Partido
Socialista, coincidían en aceptar que los comités revolucionarios que habían
surgido durante las primeras semanas de la revolución, habían jugado un papel
de primer orden, en el primer período del conflicto. Pero eran partidarias de
que, con la restauración de las instituciones gubernamentales, debían
desaparecer a toda costa. La supervivencia de éstos, cuestionaba
seriamente la autoridad del gobierno y restaba "respetabilidad" a la República.
"Aquellos comités populares reemplazaron al Estado desaparecido y, hay que
hacerles esta justicia, salvaron la República, junto con las milicias" (248).
Para los
socialistas de todas las tendencias, los comités-gobierno eran el símbolo
viviente de la revolución que había derribado el orden republicano. El hecho de
que siguieran existiendo y de que mantuvieran todavía su poder local intacto,
hacía peligrar seriamente el proyecto de reconstrucción republicano. La
supervivencia de un poder revolucionario, ajeno e independiente del Frente
Popular, cuestionaba su alianza con los líderes republicanos, supuestos
representantes de la mítica "burguesía democrática".
Las
potencias democráticas europeas nunca estarían dispuestas a ayudar a una
España, donde el poder de los comités revolucionarios coexistía con el de la República, e incluso lo desafiaba. Y donde, concretamente en Catalunya, el Comité Central de
Milicias que se había apoderado de la autoridad del gobierno autónomo, seguía
siendo el poder indiscutido e indiscutible.
Para Largo
Caballero y sus partidarios, los comités eran un peligroso rival que disputaba
su autoridad política y su influencia entre las masas trabajadoras. En el
esquema ideológico de la Izquierda Socialista, los órganos del poder revolucionario en España, eran sus organizaciones tradicionales, el Partido
Socialista y las dos centrales sindicales existentes, la CNT y la UGT. Hacía mucho tiempo que la idea de las Alianzas Obreras, como plataforma de
frente Único, había ido desapareciendo de sus alforjas ideológicas. Los
comités, los soviets, o cualquier organismo de esta naturaleza asamblearia,
habían aparecido en otros países con situaciones revolucionarias, por la
debilidad de las organizaciones obreras tradicionales.
El poder en
la revolución española, debía residir en un gobierno del PSOE, y el frente
único de los trabajadores, tenía que forjarse, a través de la alianza
entre la CNT y la UGT (con el predominio de ésta última). Cualquier otro
organismo extraño se convertía en un obstáculo a su autoridad y tenía que
desaparecer.
Luis
Araquistain, el principal teórico de esta corriente, había defendido esta
concepción de la revolución en las páginas del periódico
"Claridad", pocos meses antes de iniciarse la guerra, polemizando con
los comunistas oficiales:
"Los soviets, Consejos, Juntas, Alianzas o como se quiera llamarlos son un
anacronismo político y social... ¿Para que se quieren las Alianzas Obreras y
campesinas, que además de ser un anacronismo son también un cuerpo extraño en
sí, y en lo confuso del concepto al venir literalmente vertido del ruso, o sea
de una realidad muy desemejante a la española" (249).
Tanto la UGT como el PSOE, apoyaron la existencia de los comités de fábrica y de las colectivizaciones
industriales. La UGT promovió la formación en todas las empresas, de comités
dirigentes, compuestos por delegados escogidos, de forma proporcional al número
de afiliados de cada sindicato.
Las
diferencias con la central sindical anarcosindicalista eran claras. Mientras la CNT defendía la expropiación total de la industria, bajo la dirección de los sindicatos, la UGT defendía la nacionalización de aquellas propiedades que habían sido abandonadas por sus
antiguos propietarios y de las que tuviesen un valor estratégico en la guerra.
Para el resto de empresas, se defendía el control obrero (por medio de comités
sindicales), pero respetando los derechos de propiedad de sus antiguos dueños.
Sin duda alguna, los comités y las colectivizaciones industriales eran
necesarias, pero siempre y cuando se mantuvieran sometidos al control y a la
planificación del gobierno de la República.
En el
terreno de las colectivizaciones agrarias la UGT adoptó una posición intermedia entre la defendida por el anarcosindicalismo y la mantenida por los
comunistas. El hecho de que, las colectivizaciones se hubieran extendido mucho
más allá de los objetivos que habían marcado los dirigentes socialistas, fueran
de la tendencia que fueran, era en el mejor de los casos, un mal necesario (la
burguesía había abandonado sus propiedades) que sería solucionado después de la
victoria militar sobre los sublevados. A pesar de los "excesos"
expropiadores de sus propias bases, los dirigentes socialistas se mostraron
partidarios de limitar las incautaciones a las propiedades pertenecientes
a los insurrectos o a sus simpatizantes. Frecuentemente, la UGT no dejó de mostrar sus reservas hacia el movimiento colectivizador.
Los
socialistas criticaron el antiestatismo libertario y defendieron la
nacionalización de la tierra y su entrega en usufructo a los campesinos. La CNT defendía el control sindical de las colectividades, en contraposición con el control
estatal que pedían los socialistas.
Las
diferencias entre los caballeristas y los comunistas oficiales también
eran patentes. Coincidían con ellos, en la exigencia de que las
colectivizaciones fueran totalmente voluntarias. Sin embargo, el sindicato
ugetista se negó a sacrificar el movimiento colectivista que estaba formado en
gran parte, por las bases de la Federación de Trabajadores de la Tierra (FTT), para fomentar el reparto individualizado de la tierra, que proponía el
PCE-PSUC.
Las
colectivizaciones agrarias que impulsaron los afiliados de la UGT, se diferenciaron en muy poco de las de la CNT. La sensibilidad frente a los pequeños
propietarios parece que fue mayor, y no parecen haberse dado casos de
colectivizaciones forzosas. Las colectividades socialistas, a diferencia de las
libertarias, no abarcaron el resto de ocupaciones de las localidades,
(barberos, zapateros, y otras profesiones artesanales...).
Los
colectivistas de la UGT, como los de la CNT, aportaban voluntariamente sus
equipos de labranza, su ganado, sus semillas, aunque no sus ahorros ni sus
bienes de consumo. Como en el caso de las colectivizaciones libertarias,
también se dieron numerosas ingenuidades: la abolición del
dinero como instrumento para las transacciones en el seno de la
comunidad y su sustitución por otros sistemas de intercambio y de distribución
(cartillas de consumidor, moneda acuñada en la misma comunidad y solo válida en
ella...).
Prieto, el
principal representante de los socialistas de derecha, defendía la necesidad de
centralizar la nueva economía para terminar con el caos que había provocado la
revolución. La política de Prieto se orientaba a someter a las
colectivizaciones a la política del gobierno de la República. Los socialistas de derecha se habían manifestado hostiles a los nuevos organismos,
sin embargo también eran conscientes de que éstos, en los primeros momentos,
habían llenado el vacío creado por la huida de los antiguos propietarios. Un
ataque frontal a las colectividades podía significar el final de los intentos
de reconstruir la maltrecha República, al tener que enfrentarse a un todavía
poderoso movimiento revolucionario. Por otro lado, el Frente Popular carecía
de otros instrumentos que pudieran competir con las colectividades. El
hundimiento de éstas, hubiera significado el naufragio económico de la República, y habría precipitado la victoria de los rebeldes. Era necesario trabajar para
conseguir el retroceso paulatino de las colectivizaciones y la liquidación
definitiva, en cuanto las circunstancias lo hicieran posible, del movimiento
revolucionario. La única política posible por el momento, era la de mantener
las colectivizaciones, acorralarlas, utilizar el chantaje y la presión
económica, hasta someterlas al control gubernamental, venciendo la resistencia
y la hostilidad de los trabajadores revolucionarios.
La
restauración del orden republicano significaría, en el momento adecuado y una
vez vencido el movimiento revolucionario, devolver las propiedades a sus
antiguos dueños, en aras de la reconciliación y de la consolidación de la República burguesa que ellos defendían.
Sin embargo,
la República no solo tenía que defenderse del movimiento revolucionario, sino
que para sobrevivir tenía que obtener la victoria sobre los sublevados, o por
lo menos, la negociación con ellos, desde una posición de fuerza que les
permitiera dictar las condiciones. El viejo ejército se había sublevado en su
mayoría contra la República, y el sector minoritario que le había sido leal, se
había desmoronado como un castillo de naipes. Las milicias revolucionarias eran
un peligroso aliado de la República, en tanto en cuanto, la mayoría de ellas,
se proclamaban defensoras de un nuevo orden revolucionario y eran completamente
independientes del gobierno.
Las milicias
mostraron en numerosas ocasiones, su hostilidad a los primeros intentos del
gobierno de Giral, para dotarse de un brazo armado.
La Izquierda Socialista defendió la formación del nuevo ejército, que debería sustituir a las
milicias de voluntarios de los primeros momentos. Sin embargo, en numerosas
ocasiones, surgieron voces, que expresaron su temor de a que la construcción de
un nuevo ejército regular, apolítico, formado por levas forzadas y dotado con
un cuerpo de oficiales separado de la tropa, un ejército similar al sublevado,
pudiera ser utilizado, posteriormente, contra los revolucionarios, e
incluso contra mismos socialistas.
"El nuevo ejército ha de tener por base los que ahora luchan y no solo los
que aún no han luchado en esta guerra. Ha de ser el ejército correspondiente a
la revolución, a la guerra social que se está operando en la sociedad
española... a la cual (a la revolución) debe ajustarse el futuro Estado. Pensar
en otra clase de ejército que sustituya a los actuales combatientes y en cierto
modo controle su acción revolucionaria, es pensar contrarrevolucionariamente"
(250).
Sin embargo,
la política de los socialistas de izquierda estaba teñida de un fuerte
oportunismo. Durante el período del gobierno de Giral, sus dirigentes se habían
opuesto a cualquier proyecto de formación del nuevo ejército, que pudiera
quedar bajo control de los republicanos, y que pudiese competir con las
milicias revolucionarias. La postura de la Izquierda Socialista se transformó en el momento en el que Largo Caballero pasó a constituir
su propio gobierno. Si la toma del poder se reducía a la sustitución del
gobierno republicano por otro socialista, desde el que se debía apoyar y
desarrollar la revolución, el nuevo ejército, controlado ahora por los
socialistas, no se contraponía, de ningún modo, a su viejo esquema político.
Las milicias
pasaban a ser una organización, anacrónica e ineficaz, que debía ser superada
por el nuevo Ejército Popular.
La nueva
obsesión de la Izquierda Socialista, mayoritaria en el nuevo gabinete, sería la
de evitar, el progresivo control que los comunistas irían tomando sobre el
nuevo cuerpo armado, sin que ellos pudieran hacer nada para evitarlo.
3.11.2 EL PARTIDO COMUNISTA.
El PCE a
nivel estatal y el PSUC en Catalunya fueron los adversarios más eficaces que
tuvo, en el seno del Frente Popular, la revolución de los comités. El
rápido crecimiento de la militancia no puede atribuirse tan sólo al
prestigio conseguido con la llegada de las armas enviadas por la URSS.
No es ningún
secreto para nadie, que la limitada y calculada ayuda enviada por Stalin
(pagada con el oro de las reservas del Banco de España), favoreció la
influencia del Partido Comunista, y por consiguiente, también su desarrollo.
Pero de ningún modo, es la única causa y tampoco la más importante.
Hay otros
cuestiones que intervinieron de forma mucho más decisiva. La eficacia de la
política del PCE y del PSUC para contener y hacer retroceder la oleada
revolucionaria, y su firme defensa de la alianza con la pequeña burguesía
urbana y con los pequeños y medianos propietarios del campo, convirtieron a los
comunistas en el auténtico partido de las clases medias. En el mes de febrero
de 1937, los pequeños y medianos propietarios campesinos sumaban ya, en
30,7 por 100 de su militancia (251).
La
pequeña burguesía, temerosa de la violencia desatada contra ella, irrumpió en
las filas del partido, después de abandonar a las viejas organizaciones
republicanas, que se habían mostrado impotentes para defenderla y que habían
quedado prácticamente desarticuladas con el inicio de la revolución.
El
extraordinario crecimiento del PSUC, un partido obrero que se reclamaba del
socialismo y de la revolución, entre la pequeña burguesía urbana y rural,
clases sociales que política y socialmente no le eran afines, fue
simultáneamente, la base de su fuerza, y también de su debilidad. La
política moderada del PSUC no engañaba a nadie, ni a la burguesía, ni a las
clases medias. A pesar de su tono moderado y de su firme defensa de la política
del Frente Popular, estas clases sociales eran perfectamente conscientes
de que el PSUC no era su verdadero partido, sino una tabla de salvación a la
que aferrarse para no sucumbir ante la revolución desencadenada.
El grueso
del movimiento obrero continuó siendo fiel a sus propias organizaciones
tradicionales: los socialistas de izquierda y los anarcosindicalistas. La
influencia del PCE y del PSUC no podía crecer de forma significativa entre el
proletariado y menos todavía entre los sectores más concienciados y organizados
de éste. La política comunista, la que le había permitido crecer entre la
pequeña burguesía, atacaba directamente a las conquistas sociales que los
obreros y los sectores más pobres del campesinado habían conseguido. Un
observador y comentarista tan penetrante como E. H. Kaminski, explicaba a
principios de 1937:
"Hay que reconocer que si oposición en Cataluña es extremadamente difícil.
El nuevo partido unificado no sigue representado hoy, sino a una pequeña parte
del proletariado catalán" (252).
Existen
otros elementos secundarios que también nos pueden ayudar a comprender el
formidable desarrollo del partido comunista en tan corto espacio de tiempo. Uno
de ellos, fue el prestigio militar que ganó el PCE, por su capacidad y eficacia
organizativa en la estructuración de sus milicias, y que constituyeron,
posteriormente, la base del nuevo Ejército Popular.
Numerosos
oficiales y militares profesionales, que eran vistos con recelo por parte de
los revolucionarios, y que se habían quedado en el campo republicano, ya sea de
forma oportunista, ya sea por su sincera lealtad al gobierno republicano,
acabaron integrándose en las filas comunistas.
Sin duda
alguna, el hecho de que el PCE y el PSUC formaran parte de la III Internacional, también contribuyó a engrandecer su prestigio, como supuestos herederos de
los bolcheviques y de la revolución de Octubre.
El hecho de
que el PSUC pasara de ser una pequeña e insignificante organización recién
formada, apenas terminados los combates de julio, a convertirse en el gran
partido de las clases medias catalanas, desbancando a la tradicional Esquerra
Republicana, en tan solo dos meses, fue en gran parte, consecuencia de la
moderación de su política y a su concepción sobre la naturaleza de la
revolución española.
El día 21 de
Julio, se formaba en Catalunya, el PSUC. En su precipitada formación, en su
programa elaborado deprisa y corriendo, no encontraremos ni una sola palabra,
sobre la revolución que se estaba desarrollando desde hacía escasos días,
a una velocidad de vértigo, por toda Catalunya y por todo el territorio
republicano. En el número 1 de "Treball", el órgano de prensa del nuevo
partido comunista catalán, figuraba la petición de incautación de las fortunas
de los que habían colaborado en la sublevación militar, reclamaban la semana de
cuarenta horas y la conversión de las milicias populares en una gran fuerza
armada popular (cuando, en estos momentos, el PSUC hablaba de
milicias, se refería al modelo de "milicias ciudadanas" que
había propuesto Companys, y que posteriormente fue rechazado por los
poumistas y los anarcosindicalistas al servicio de la República.
La piedra
angular sobre la que descansaba el edificio de la política del PSUC era
la defensa de la unidad con los "sectores antifascistas de la
burguesía". Para el PSUC esta alianza, encarnada en el Bloc Catalá
d'Esquerres y también en su programa político (el Frente Popular en Catalunya),
era fundamental para conseguir la victoria sobre la reacción en armas. El
triunfo en las jornadas de julio, (supuesto presagio del futuro de
la contienda), habría sido posible gracias a la "Unidad Antifascista".
"...Comorera era rotundamente contrario a dividir el bloque republicano.
Hacer la revolución significaba coherentemente apartar a la pequeña burguesía
del gobierno de la Generalitat y situarla en la difícil posición de estar entre
la amenaza fascista de la insurrección militar y el poder revolucionario que se
constituía en Catalunya. No era el momento de llevar a término la revolución
socialista, sino de hacer que la clase obrera se situase al frente de la
revolución democrática y de esta forma quedaría en las mejores condiciones
posibles para hacer la revolución socialista una vez ganada la guerra"
(253).
La tesis que
defendía Joan Comorera (y con posterioridad, también por Caminal) estaba
afectada, sin embargo, por una grave contradicción. Difícilmente la clase
obrera iba a dirigir una revolución "democrática" sin pretender
resolver simultáneamente sus propias reivindicaciones pendientes.
Era evidente que los trabajadores no se estaban moviendo por esquemas
prefabricados en ningún laboratorio político, sino que habían iniciado su
propia revolución, alentados por la posibilidad de poder satisfacer, de forma
inmediata, sus reivindicaciones históricas.
El gran
problema con el que se encontraban, Comorera y el PSUC, era que los obreros y
el resto de las clases populares, se mostraban tozudos a la hora de posponer
sus aspiraciones tradicionales y continuaban empeñados en ir mucho más allá de
los límites defendidos por su partido. Los trabajadores nunca iban a
aceptar la renuncia a sus pretensiones, en un momento en el que veían, más
próximo que nunca su definitiva solución, a cambio de promesas de alcanzarlas
en un futuro indeterminado. Sin embargo la caracterización que hacía el PCE y
el PSUC de la revolución española no era, en absoluto, original. Los comunistas
oficiales se limitaban a seguir el sendero político que había trazado para
ellos la Komintern:
"Después de que Manuilski plantease el habitual dilema sobre el carácter
democrático-burgués o proletario de la revolución española, Dimitrov cortó con
audacia el nudo gordiano, rechazando los <<viejos canones de la
socialdemocracia que existían hace veinte o treinta años>>. El estado por
el que estaba luchando el pueblo español no sería una República democrática al
viejo estilo, sino <<un estado especial, con auténtica democracia
popular>>. No sería <<un estado soviético, sino un estado
antifascista, con participación del sector auténticamente izquierdista de la
burguesía>>. Resucitando la fórmula de Lenin de 1905, le denominó
<<una forma especial de dictadura democrática de la clase obrera y del
campesinado>>" (254).
Sin embargo,
la definición con la que Dimitrov "cortó el nudo gordiano" dejaba más
preguntas que respuestas y difícilmente podía contentar a nadie. La burguesía
británica y francesa, con la que los dirigentes del Kremlin pretendían formar
una sólida alianza contra Hitler y Musolini, no podía caer en tamaña
ingenuidad. Tanto Dimitrov, como Manuilski, o el mismo Stalin, eran
perfectamente conscientes de ello. Los nuevos conceptos vertidos, "estado
especial", "estado antifascista", sólo venían a adornar y
camuflar la verdadera promesa, el verdadero guiño político que ofrecían con su
declaración: España no sería "un estado soviético". Ellos iban a
poner todos los medios a su alcance para evitar que pudiese triunfar una
revolución socialista en cualquier otro país. La dirección de la Komintern sabía que ese era el precio político que debía pagar para evitar la formación
de un frente de las potencias del capitalismo democrático con Alemania e
Italia, que aislaría todavía más a la URSS. La defensa de la "patria socialista", se convertía en un juego diplomático, en el que no se dudaba en
utilizar a las secciones nacionales, los partidos comunistas de cada país, como
peones de su juego inconfesable.
La
"audaz" definición de Dimitrov olvidaba algo esencial en cualquier
caracterización marxista del estado, la naturaleza de éste, la relación entre
las diferentes clases sociales que iban a coexistir en el "estado de nuevo
tipo". Los términos utilizados por Dimitrov y por los dirigentes de la III Internacional, eran calculadamente ambiguos, pero su indefinición, no iba dirigida a los
capitalistas británicos y franceses, a los que se pretendía tranquilizar sobre cuales
eran sus verdaderas intenciones, sino a los militantes de los partidos
comunistas, y a los trabajadores en general. La ambigüedad pretendía evitar el
choque abierto con las reivindicaciones de éstos, que al fin y al cabo, eran
las piezas del juego que iban a ser sacrificadas en aras de sus
intereses.
"<<La revolución que se está produciendo -repetía Dolores Ibarruri-
es una revolución democrático-burguesa>>. Había señales de que este
revisionismo radical... no era de fácil aceptación para los jóvenes del
partido. Hubo que dorar la píldora: la democracia que los comunistas estaban
defendiendo era <<una democracia con un profundo contenido
social>>".
"De esta forma los jacobinos acallaron los murmullos de los enragés.
Efectivamente, como es el caso de los jacobinos de la revolución francesa, el
hecho de que tuvieran impecables credenciales revolucionarias permitió a los
comunistas oponerse a la revolución social inmediata y actuar temporalmente
como conservadores en el orden social" (255).
El sector
"auténticamente izquierdista de la burguesía" no existía, porque las
clases propietarias españolas habían apoyado en bloque, al ejército sublevado.
Los dirigentes de las organizaciones republicanas, totalmente
desmanteladas en los comienzos de la revolución, sólo se representaban a ellos
mismos. Los militares sublevados ofrecían la única opción que aseguraba por
completo, que la revolución iba a ser exterminada sin contemplaciones. El mito
de la "burguesía izquierdista" que utilizaba Dimitrov, sólo servía
para justificarse ante las bases comunistas, por la moderación de la política
del PCE y del PSUC.
En la
concepción política del Partido Comunista, España no estaba todavía madura para
realizar la revolución socialista. Primero era necesario que el país atravesase
otras etapas de revolución y de desarrollo, antes de llegar a plantearse la
opción del socialismo. La Komintern recuperaba la vieja teoría mecanicista de
la "revolución por etapas". Los restos del feudalismo que habían
sobrevivido durante siglos, gracias a la debilidad y al atraso del
capitalismo español, y que se habían integrado perfectamente en
éste, serían utilizados por el PCE-PSUC, para justificar la defensa que hacían
de la etapa democrático burguesa de la revolución.
Dentro de su
armazón ideológico, el PCE-PSUC consideró al reaccionarismo encarnado en la
sublevación militar, (expresión de la desesperación de las clases propietarias
frente al avance del peligro revolucionario, como había pasado en
Alemania e Italia), como la expresión de los últimos coletazos de la
vieja y caduca aristocracia feudal (que por otro lado, hacía tiempo que había
dejado de existir como tal, y se había integrado al sistema económico
capitalista español).
Dentro de la
revolución democrático burguesa, era necesario entregarle la dirección
política del movimiento revolucionario a la burguesía "democrática y
antifascista". Sin embargo, si este mítico sector de las clases
dominantes, tenía que dirigir al movimiento popular, era necesario evitar que
los "excesos" de los trabajadores pudieran asustarlo. Era necesario
sacrificar cualquier conquista revolucionaria que pudiera cuestionar la alianza
"antifascista".
La gravedad
de las contradicciones de la caracterización democrático-burguesa que el
PCE-PSUC hacían de la revolución española, les llevara a enfrentarse con las
más elementales reivindicaciones democráticas que debían llevarse a cabo, bajo
la dirección política de la burguesía. La expropiación de la tierra y su
reparto entre los campesinos sin tierra (la Reforma Agraria que cinco años de República no habían podido llevar a cabo), sin ser una
medida socialista, se estrellaba con los intereses que la misma burguesía tenía
depositados en las grandes propiedades agrarias.
El PCE-PSUC
contraponía a la CNT, al POUM, e incluso a sectores de la Izquierda Socialista, que pretendían ir más lejos, la consigna de República "socialmente
avanzada" y "de nuevo tipo". El proyecto comunista defendía el
protagonismo político del régimen republicano para llevar a cabo las medidas
que debían ir destinadas a cumplir las reivindicaciones históricas de la
población trabajadora. La adopción de estas medidas daría solidez y estabilidad
social al edificio republicano. Sin embargo, la política que debería adoptar la República, tendría un límite muy claro, no pondría en peligro la propiedad privada, ni
cuestionaría los intereses de las clases propietarias. Esa parte debería quedar
relegada al momento en el que el PCE considerase que la etapa democrática
estaba definitivamente agotada. Mientras tanto, cualquier "exceso",
cualquier "radicalismo revolucionario" en el proyecto comunista, era
ultraizquierdismo y hacerle el juego a los sublevados.
Los
planteamientos políticos del PCE-PSUC desconocían varios hechos sociales y
políticos:
1) El feudalismo como sistema social hacía ya un siglo que había dejado de
existir como tal. Sus restos sobrevivían al servicio del atrasado capitalismo
español.
2) Las clases propietarias estaban completamente interrelacionadas entre si,
mediante vínculos de tipo económico, político o familiar. Los terratenientes
agrarios, la vieja aristocracia, los industriales catalanes y los financieros
vascos..., Las clases dominantes se habían unido en un solo bloque, relegando
sus diferencias de intereses, ante el peligro de ser barridas del mapa por la
amenaza revolucionaria. Este había sido uno de los factores que habían
contribuido decisivamente al fracaso del proyecto republicano. Cualquier
reforma contra los restos semifeudales, afectaba inmediatamente a todas las
clases propietarias, incluida la burguesía "democrática" que, desde
la óptica comunista estaba destinada a dirigir la nueva etapa.
Franz
Borkenau ha ironizado la actitud de los militantes comunistas por su empeño en
negar, lo que la realidad cotidiana, en toda la geografía republicana,
demostraba una y otra vez, que la revolución española era una revolución
socialista y no democrático-burguesa, como ellos defendían:
"Realmente, la gente a veces resulta sorprendente, miembros del PSUC
(Partido Socialista Unificado de Catalunya, controlado por los comunistas)
expresan la opinión de que en España no hay en absoluto una revolución, y esos
hombres con quienes sostuve una discusión bastante prolongada no son, cabría
suponer, viejos socialistas catalanes, sino comunistas extranjeros. España,
dicen, se encuentra frente a una situación única: el gobierno lucha contra su
propio ejército. Y eso es todo. Aludí el hecho de que los obreros estaban
armados, de que la administración había caído en manos de los comités
revolucionarios. Si esto no era una revolución , ¿cómo cabía llamarla? me
dijeron que estaba en un error; nada de aquello tenía ninguna significación política,
se trataba simplemente de medidas provisionales, sin trascendencia política
alguna" (256).
La política
del PCE y del PSUC, organizaciones adheridas a una Komintern, completamente
dominada por el estalinismo, obedecía a las directrices políticas que habían
sido marcadas por éste. Esta observación es sumamente importante para
comprender su evolución y desarrollo. El estalinismo, al contrario de lo que
han afirmado la mayor parte de los historiadores, no constituía en si, ninguna
ideología, y mucho menos estaba emparentada con el viejo bolchevismo
revolucionario. Las ideologías políticas representan los intereses de las
clases sociales en las que se encarnan, y en el seno de las cuales, se
desarrollan. El estalinismo no representaba a ninguna clase social, sino que
era tan solo, la total e incondicional sumisión de los partidos comunistas de la III Internacional, a los intereses del grupo dirigente del Kremlin.
El principal
pilar teórico del estalinismo, "el socialismo en un solo país", no
era más que la expresión política de estos intereses nacionales. El estalinismo
sacrificaba a los movimientos obreros de otros países, cuyos intereses
pretendían representar las jóvenes secciones comunistas a un solo objetivo, la
defensa de la URSS, identificada con la aceptación incondicional y
acrítica de sus directrices. Era necesario sacrificarlo todo, incluso hasta
convertirse en un freno a la revolución en el propio país, para defender a la
"patria de los trabajadores", desde donde llegaría, en un
futuro indeterminado, el socialismo y la revolución a todo el mundo. Es bajo
esta orientación, como la revolución española apareció como una
"revolución inoportuna", tal como lo cita Fernando Claudín (257).
"La acción espontánea de las masas trabajadores, sus atentados contra las
propiedades de empresarios y terratenientes, sus intentos de implantar una
economía colectivizada,... todo eso eran, desde la óptica del PCE y la IC (únicos depositarios e intérpretes del <<marxismo leninismo>> y de la ciencia
de las etapas de las revoluciones), actos irresponsables, deformaciones y
entusiasmos que pretendían saltarse las leyes de la historia" (258).
Sólo esta
caracterización explica, como el PCE-PSUC pudo seguir existiendo, como partido
obrero, sin estallar en mil pedazos, víctima de sus propias contradicciones. En
1931, con la instauración de la República, en un período en el que se encontraban en ascenso las ilusiones democráticas de los trabajadores, el PCE, se había
situado en la ultraizquierda del arco político y había proclamado la llegada de
la hora de la revolución. Durante este período había llamado a la formación de
soviets obreros y campesinos. Las organizaciones tradicionales del movimiento
obrero habían sido calificadas como las almas gemelas del fascismo
(socialfascismo, anarcofascismo...).
Durante todo
este período, el PCE no había pasado de ser un pequeño grupo, que no había
jugado ningún papel político importante en la situación política española. En
1934, calificó a las Alianzas Obreras que se estaban desarrollando en
diferentes zonas del país, como organismos contrarrevolucionarios, adversarios
del auténtico Frente Único, lo que no le impidió adherirse posteriormente a
ellas, sin el menor asomo de crítica, en vísperas de la revolución de Octubre.
Los traidores "socialfascistas" se convirtieron rápidamente en los
"hermanos socialistas", y el máximo dirigente de la Izquierda Socialista fue proclamado el gran "Lenin español". Sus antiguos
adversarios, estaban ahora destinados a formar con ellos, el partido dirigente
de la futura revolución española. Los soviets de 1931 habían desaparecido y las
Alianzas Obreras, a los ojos del PCE, debían convertirse en el motor del Frente
Popular, es decir, del organismo que debía reconciliar los intereses,
eternamente contrapuestos, de la burguesía española y los de las clases
populares.
Este rápido
y esquemático balance de la historia del PCE y de sus continuos virajes
políticos, tiene su paralelismo y su origen en los cambios que habían
establecido en su política de alianzas internacionales, Stalin y la camarilla
dirigente de la URSS. La comparación nos llevaría a otra conclusión, a la
que han llegado numerosos historiadores, que la dirección comunista española
era tan solo una caja de resonancia, una correa de transmisión de los intereses
y de la política estaliniana en España.
"Pero los comunistas no eran conservadores. Ni eran tampoco
revolucionarios. Eran lo que en aquel momento le convenía a la URSS que fuesen" (259).
El principal
objetivo de la burocracia estalinista era la supervivencia de la URSS y el mantenimiento de su dominio sobre ella, frente a las amenazas capitalistas. Era
necesario encontrar el punto de equilibrio, aprovechando los antagonismos
existentes entre las diferencias potencias, para conseguir el acuerdo y la
coexistencia con éstas.
A mediados
de 1936, la política del Kremlin se dirigía a conseguir una firme alianza con
Gran Bretaña, una vez conseguida con Francia. Stalin pretendía formar una basta
alianza con las potencias capitalistas democráticas que pudiera servir de muro
de contención a las apetencias expansionistas del eje creado entre la Alemania nazi y la Italia fascista. El Kremlin era consciente de que, cualquier revolución en
España o en cualquier otro país, podía dar al traste con sus planes
diplomáticos.Fernando Claudín cita el análisis de un historiador soviético
Maidanik, que puso en cuestión las tesis oficiales.
"<<Según nuestro punto de vista -escribe en su libro <<El
proletariado español en la guerra nacional revolucionaria>>- los
acontecimientos del 19 de julio fueron el comienzo de una etapa
cualitativamente nueva de la revolución española... Todo esto no encaja en los
marcos de una revolución democrático-burguesa>>. Efectivamente, no
<<encajaba>>. Pero había que hacerlo <<encajar>> para
que la ayuda de la URSS a la república española pudiera <<encajar>>
a su vez con la política exterior soviética. Y el sólido equipo de la IC instalado en España para supervisar la acción del PCE, junto con el no menos sólido equipo
de consejeros militares y políticos soviéticos, se aplicaron con todo celo a
realizar esa dificultosa operación" (260).
Para
evitarlo era necesario demostrar a sus futuros aliados, de que su Alianza no
solo sería un poderoso obstáculo contra los planes de Hitler, sino que también
sería un valioso instrumento para contener el peligro de la revolución social
en otros países.
Por otro
lado, el estallido de la guerra civil española, además de poner en peligro sus
planes políticos, creaba a la diplomacia estalinista una nueva fuente de
complicaciones. El prestigio internacional de la URSS, como "la patria del socialismo" obligaba al Kremlin a intervenir en la
contienda y en el proceso revolucionario español.
La
combinación de los intereses internacionales de la burocracia estalinista de la URSS y sus obligaciones de solidaridad con el movimiento obrero de otros países, sería la
matriz ideológica de donde surgiría la caracterización que hicieron el PCE y el
PSUC de la revolución española, y por consiguiente, también de su política.
"El interés de la URSS y por lo tanto de los comunistas españoles (aunque
solamente sus dirigentes lo comprendían claramente así), podría resumirse en
tres consignas:"
a) "Impedir cualquier medida revolucionaria que alarmara a los aliados de la URSS".
b) "Ayudar a la República con armas (pagadas por adelantado y en oro) para
seguir luchando, pero no las bastantes para vencer".
c) "Utilizar esta ayuda para dar al PCE el predominio político en la zona
republicana, con el fin de que lo empleara en destruir los cambios
revolucionarios" (261).
Los
dirigentes del Partido Comunista repitieron machaconamente en sus mítines y en
la prensa controlada por sus organizaciones, basándose en el atraso histórico
del capitalismo español, sobre la inevitabilidad de la etapa democrática
burguesa y sobre la inviabilidad de que pudiera llevarse a cabo una revolución
socialista.
En el mes de
Enero de 1937, Federico Melchor, dirigente de las JSU, realizaba un
discurso que recogía perfectamente, la metafísica estaliniana aplicada a
la revolución española.
"No estamos haciendo hoy una revolución social, estamos desarrollando una
revolución democrática, y en una revolución democrática, la economía,
producción... no pueden lanzarse a formas socialistas. Si estamos desarrollando
una revolución democrática y decidimos que luchamos por una revolución
democrática, ¿cómo en las formas económicas vamos a pretender adoptar
soluciones de tipo socialista totalitario? (...) Estas deformaciones, estas
corrientes económicas, estos ensayos que en nuestro país se realizan, no se
hacen por casualidad; en el fondo hay toda una educación. Se trata de la
deformación ideológica de un amplio sector del movimiento obrero, que pretende
realizar el desenvolvimiento económico del país sin atemperarse a las etapas
que ese desenvolvimiento económico requiere" (262).
Meses más tarde,
en mayo, en una situación en la que la contrarrevolución republicana avanzaba
con toda claridad, aliada a los comunistas, José Diaz, en una de sus
intervenciones ante el Comité Central del PCE, insistía en las tesis oficiales
de su partido y era mucho más explícito:
"Luchamos por la república democrática, por una república democrática y
parlamentaria de nuevo tipo y de un profundo contenido social. La lucha que se
desarrolla en España, no tiene por objetivo el establecimiento de una República
democrática como puede serlo la de Francia o la de cualquier otro país
capitalista. No, la República democrática por la que luchamos es otra. Nosotros
luchamos para destruir las bases materiales sobre las que se asientan la
reacción y el fascismo, pues sin la destrucción de estas bases, no puede
existir una verdadera democracia política..." (263).
Con esta
política de reconstrucción de la vieja República "democrática y
parlamentaria", el Partido Comunista se convertiría en el adversario más
temible de la revolución de los comités. En la medida en que las Juntas
territoriales, que en mayor o menor grado, también representaban a la
revolución y disputaban su autoridad al gobierno central, el PCE abogó por la
disolución de éstas y por la restauración de las viejas instituciones
republicanas que habían existido antes del estallido del conflicto.
El nudo
corredizo que la política comunista colocaba a la "revolución
inoportuna" no hacía otra cosa que debilitar simultáneamente las defensas
de la República frente al ejército rebelde. Los comunistas hablaban del
enfrentamiento entre el fascismo y la democracia, pero olvidaban que
Hitler y Musolini no representaban al feudalismo alemán o italiano, sino a la
descompuesta y atemorizada burguesía de sus propios países. Sin necesidad
de establecer una identificación completa entre el movimiento nazi o fascista y
el reaccionarismo franquista, el ejército sublevado no hacía otra cosa
que defender los intereses de la aterrorizada burguesía, frente al peligro
revolucionario.
El
capitalismo español, no tenía ningún interés en volver a tentar su suerte con
una nueva y débil República, cuyas consecuencias ya conocía de sobras, sino que
pretendía terminar, de una vez por todas, con el peligro revolucionario. Al
contener a la revolución de los comités, el PCE y el PSUC no debilitaban el
peligro feudal-fascista, que solo existía en su imaginación, sino que
fortalecía a la reacción burguesa que apoyaba, incondicional y
entusiásticamente a Franco. Franz Borkenau, una vez más, nos describe a la
perfección, la táctica y los objetivos políticos, del PCE y del PSUC:
"Los comunistas no se opusieron solamente a la marea de las
socializaciones, sino que se opusieron a casi toda forma de socialización. No se
opusieron solamente a la colectivización de los campitos campesinos, sino que
se opusieron con éxito a toda política determinada de distribución de las
tierras de los grandes latifundistas... No solamente trataron de organizar una
policía activa, sino que mostraron preferencia deliberada por las fuerzas de
policía del antiguo régimen hasta tal punto aborrecidas por las masas. No sólo
quebrantaron el poder de los comités, sino que manifestaron su hostilidad a
toda forma de movimientos de masas, espontáneo, incontrolable. En una palabra,
no obraban con el objetivo de transformar el entusiasmo caótico en entusiasmo
disciplinado, sino con el fin de sustituir la acción de las masas, por una
acción militar y administrativa, disciplinada, para desembarazarse de aquella"
(264).
Los
dirigentes comunistas ponían gran énfasis en que la clase obrera y el
campesinado pobre no debían "excederse" en sus aspiraciones
socializantes. Eso impediría la posibilidad de que las potencias democráticas,
Francia y Gran Bretaña, acabasen apoyando a la República, frente a la intervención italoalemana, y empujaría a la burguesía democrática
española al campo franquista. Sin embargo, tanto las potencias capitalistas
democráticas, como las clases propietarias españolas, no parecían sentir
ninguna confianza hacia los llamamientos a la moderación que hacían los
dirigentes comunistas, convertidos en sus fieles aliados, ni hacia las masas
revolucionarias que seguían haciendo oídos sordos a tales invitaciones.
Los trabajadores,
ellos sí, habían formado sus propios organismos de poder local, demostrando su
desconfianza hacia la revolución democrática, después de seis años de
experiencia republicana, en los que no habían conseguido apenas nada.
Los comités
revolucionarios, surgidos de esta revolución sin dirigentes, habían jugado un
papel fundamental durante los primeros momentos, ante el derrumbe de las
instituciones gubernamentales, evitando el triunfo de los sublevados. Sin
embargo, los comunistas oficiales comprendieron rápidamente que los comités
expresaban un claro desafío contra la autoridad de la República y su proyecto de "revolución democrático-burguesa", y por lo tanto debían
desaparecer lo antes posible de la escena política.
Sin embargo,
el choque entre el PSUC y los comités no fue inmediato, sino que se hizo de
forma paulatina. Las presiones de Comorera sobre Companys, para que después de
las jornadas de julio la Generalitat se enfrentara a los
anarcosindicalistas, cayó en saco roto. El presidente del gobierno autónomo
optaría por una vía más lenta, pero más segura. Lluís Companys era consciente
de que no contaba con ningún cuerpo armado seguro, ante la rápida
descomposición que experimentaban las fuerzas republicanas que todavía le
eran fieles, en contacto con los revolucionarios (265). Durante las
primeras semanas, los comunistas del PSUC defendieron la existencia de los
comités, aunque subordinados políticamente a la autoridad del gobierno de la Generalitat, lo que era lo mismo que privarles de su contenido revolucionario. Los comités
revolucionarios locales, bajo la óptica comunista, debían convertirse en un
apéndice gubernamental, a través del cual se reconstruiría su autoridad y se
llevaría a cabo una política de contención de la marea revolucionaria. En el
proyecto del PSUC, los comités tenían una función contrarrevolucionaria, la de
llenar el vacío de poder creado después de las jornadas de julio, hasta la
reconstrucción del poder republicano.
"Hace falta, por lo tanto, crear por todas partes, estos comités de Frente
Único, ya sea democráticamente elegidos en asambleas de fábrica o locales y de
barriada, o creando comités de representación proporcional, con el máximo de
sinceridad y apartando de todos nosotros, toda clase de reservas
mentales".
"Y el ligamen necesario entre estos comités constituidos en Barcelona en
federación, igual que en toda Catalunya, con el gobierno de la Generalitat, llevaría a Catalunya a una etapa del nuevo orden garantizado en la concordia
entre las fuerzas verdaderamente populares, haciendo de Catalunya una tierra
libre, de convivencia basada en el trabajo" (266).
La posición
del PSUC fue evolucionando con el tiempo, hasta adoptar una postura de decidida
hostilidad. Los comités, se fueron revelando como organismos
completamente opuestos a la moderada política del Frente Popular y del gobierno
de la Generalitat. Lejos de someterse a su autoridad, ésta desaparecía
ante el poder omnipresente de los comités en las localidades donde éstos habían
sido creados. Sin llegar a convertirse en un auténtico Estado obrero, los
comités se comportaban en la práctica como tales. A partir de esta experiencia,
el PSUC buscó su supresión definitiva.
"El comité ha sido una especie de poder confuso, tenebroso, impalpable,
sin funciones determinantes, ni autoridad expresa, pero que ejerce con
dictadura implacable, un poder indisputado, como un verdadero gobierno"
(267).
En contraste
con la UGT estatal, que estaba en manos de los socialistas de
izquierda, y que veían con simpatía el movimiento de las colectivizaciones, la
central sindical ugetista en Catalunya, controlada por el PSUC, las rechazó de
lleno. La UGT catalana propuso, frente a las colectivizaciones y expropiaciones
que se estaban llevando a cabo en la industria, en el comercio y en los
servicios, la nacionalización de las empresas abandonadas por sus antiguos
propietarios, el control obrero sobre la gran industria, y el respeto a las
pequeñas y medianas empresas.
El PSUC,
como el resto de las organizaciones obreras, también sufrió el efecto de la
inadecuación de su programa a las nuevas circunstancias y mantuvo, a menudo,
posiciones improvisadas y contradictorias. La organización
comunista catalana, al igual que el PCE, no contaba con un programa
adecuado para enfrentarse a la nueva situación revolucionaria. Con frecuencia,
sus llamamientos a la nacionalización de la gran industria y de las propiedades
de los partidarios de la sublevación, no pasaron de ser generalizaciones, que
habían sido copiadas de las defendidas por otras organizaciones
socialistas y comunistas en otros países (268). Durante las primeras semanas,
sus propios militantes, muchos de ellos procedentes del anarcosindicalismo,
llevaron a cabo iniciativas que en la práctica nada se diferenciaban de las
impulsadas por los libertarios.
El PCE y el
PSUC utilizaron en sus campañas, los graves defectos de las colectivizaciones
para denigrarlas y desprestigiarlas ante la población, un paso previo y
necesario, para exigir posteriormente su nacionalización. El enfrentamiento en
los primeros meses era imposible, debido a la gran fuerza desarrollada por el
movimiento colectivizador. Era necesario preparar antes, el camino.
"...se dice con ligereza, que estamos colectivizando las industrias,
cuando lo que se hace es un cambio de propietarios.
Lo que se hace ahora en las industrias es orientarlas hacia un sistema
cooperativo de trabajo, con el agravante de que con el sistema colectivizador,
cuando hay beneficios, van a cuenta de los trabajadores propietarios de la
empresa únicamente y cuando hay pérdidas corren a la Generalitat para que pague los salarios..." (269).
Los
comunistas hacían una crítica correcta de los errores que estaba cometiendo, en
muchos centros de trabajo, el movimiento colectivista, fruto de la
improvisación y de la falta de un programa económico revolucionario. Sin
embargo, la alternativa defendida por el PSUC, no era la superación de
estos errores, desde una perspectiva de consolidación de la revolución,
sino la supeditación de las colectivizaciones al control del gobierno de la Generalitat. La campaña fue adoptando progresivamente tonos cada vez más virulento. El PSUC
aprovechaba la "lentitud" con la que se estaba construía la nueva
economía colectivista catalana, consecuencia de los errores de la CNT, de la improvisación y de la falta de criterios claros para reclamar el
control de la economía bajo un gobierno fuerte, de la Generalitat.
Los comunistas,
por lo tanto, no se oponían a las colectivizaciones, al fin y al cabo habían
sido necesarias en los primeros momentos de la guerra. El PSUC y el resto de
las organizaciones del Frente Popular no podían oponerse a ellas, por la
sencilla razón de que comprendían que era necesario un nuevo
instrumento que debía hacer funcionar las empresas y convertirse en el motor de
la nueva economía, después de la desbandada de los antiguos propietarios.
El problema, por lo tanto, no lo constituían los comités, ni las
colectivizaciones, sino la independencia que mantenían estos organismos, con
respecto a la autoridad del gobierno y de las organizaciones del Frente Popular
que lo apoyaban:
"Este papel de palancas de la economía, en estos momentos difíciles de la
guerra, han de ejercerlos los comités de fábrica, creados a base de la UGT y de la CNT, representando la proporcionalidad del número de sus afiliados..."
(270).
Los
dirigentes del PSUC comprendieron que su oposición y la del Frente Popular, no
habría significado, en aquellos momentos, ningún obstáculo real ante el
poderoso movimiento revolucionario que se extendía por todas partes. La táctica
a seguir tenía que ser paulatina. Primero era necesario aislar a los comités y
a las colectivizaciones de su entorno social. Controlarlos, poco a poco,
mediante el chantaje económico, convirtiéndolos cada vez más en un apéndice
gestor del Estado, hasta que las circunstancias (el final de la guerra, el
triunfo de la República...) permitieran devolver las propiedades a sus
antiguos dueños, como previo pago a la reconciliación y a la puesta en marcha,
de nuevo, del proyecto republicano burgués.
El conflicto
principal consistía, por lo tanto, en quién debía controlar a las
colectivizaciones: el gobierno republicano del Frente Popular, a quién el PSUC
apoyaba decididamente, o los comités y los sectores izquierdistas que
pretendían ir mucho más lejos, una vez estuviera aplastada la sublevación
militar.
La propuesta
era la nacionalización de las colectividades, el control obrero y la dirección
del gobierno republicano sobre éstas. El PCE-PSUC pretendían que las
expropiaciones estuvieran limitadas a las propiedades de los que habían apoyado
la sublevación. Se oponían a que éstas se extendieran al resto, en nombre de
los acuerdos del Frente Popular, y que consideraban indispensable para poder
alcanzar la victoria sobre los sublevados.
"Hay que vigilar, pero ahora más que nunca, no se puede ser voluble, ni
dejarse enternecer por las palabras de los burgueses, tan diferentes de los que
pronunciaban anteriormente al histórico día 19, hace falta proceder sin
miramientos de ninguna clase, conviene nombrar comisiones de control, no
solamente en los talleres y fábricas que tengan más de 50 obreros, como ahora
se pretende, y como ya había dispuesto siendo ministro de trabajo, el compañero
Largo Caballero, sino también dentro de aquellos en los cuales, por sus
características no es posible en estos momentos calcular el número de obreros
que tienen para poder formar comisiones de control..." (271).
Los comités
de control cumplían, en el proyecto del PSUC, dos funciones. Por un lado se
convertían en el mecanismo de seguridad que evitaría la posibilidad de que los
patronos pudieran sentirse tentados de sabotear la producción, o que
transfirieran sus capitales al extranjero. Por el otro, se pretendía calmar la
ola de incautaciones, por medio de una vieja consigna del movimiento, que ya
había sido superada por la realidad y por la conciencia de los mismos
trabajadores.
En la
cuestión agraria, el Partido Comunista apoyó decididamente la nacionalización
de las propiedades de los sublevados, su parcelación en pequeñas
propiedades individuales y su entrega a los campesinos en forma de usufructo
permanente. Desde los inicios de la guerra y frente al fenómeno colectivizador,
los comunistas oficiales defendieron la fundación de cooperativas campesinas.
La actitud
del PCE fue decididamente anticolectivista, en su política de defensa de
las clases medias, frente a las continuadas incautaciones llevadas a cabo por
los militantes de la CNT, y en menos medida de la UGT. Esto les permitió implantarse en algunas áreas donde predominaba la pequeña y mediana
propiedad. En Levante, el PCE formó la Federación Campesina, que llegaría a agrupar a unos 50.000 afiliados (272) y que fue
criticado tanto por la CNT, como por la UGT, por esconder entre sus filas a
conocidos elementos derechistas que se habían destacado en el período precedente.
"El Partido Comunista -se quejaba un socialista- se dedica a recoger en
los pueblos los peores residuos del antiguo Partido Autonomista, que además de
ser reaccionarios eran inmorales, y organiza con ellos una nueva sindical
campesina, a base de prometer a los pequeños propietarios la propiedad de sus
tierras" (273).
El PSUC y el
PCE hicieron una firme defensa de los pequeños y medianos propietarios
campesinos. Defendieron la posibilidad de que éstos pudieran comerciar
libremente sus excedentes agrícolas, sin las limitaciones impuestas y sin la
obligación de entregarlos a los organismos sindicales locales, para su
posterior distribución. Se reivindicó también que el campesinado pudiera poseer
propiedades mayores que las que pudiera explotar la unidad familiar, o lo que
es lo mismo, que pudieran contratar mano de obra asalariada, para
trabajar en aquellas tierras que no pudieran hacerlo por si mismos.
El 23 de
Enero de 1937, se reunió el congreso de la organización campesina de
trabajadores de la tierra, afiliada a la UGT catalana. El acto se realizó bajo
el lema "¡Menos experimentos colectivistas y más productos!" (274).
El sindicato se opuso decididamente a las colectividades. No por una
cuestión de principios, sino de oportunidad. La teoría etapista de la
revolución, adoptada por el comunismo estalinista para justificar
ideológicamente, su defensa de la República, no permitía experimentos revolucionarios de este tipo.
Los
comunistas no dejaron de criticar las colectivizaciones forzosas que
protagonizaron algunos sectores anarcosindicalistas. En su política agraria, el
PSUC aceptó la existencia de colectividades voluntarias, bajo la forma de
cooperativas de producción. Sin embargo, en la práctica el PCE y el PSUC
pusieron toda clase de dificultades a la existencias de éstas, promoviendo en
contrapartida, la explotación individualizada de la tierra, mucho más acorde,
en sus planteamientos, con la etapa democrático-burguesa que atravesaba la
revolución española. La actitud militante anticolectivista del PCE provocó la
acusación de Horacio Prieto, secretario del Comité Nacional de la CNT de:
"ir a las zonas donde la CNT y la UGT habían establecido granjas
colectivas por acuerdo mutuo y de <<atizar la pasión egoísta de cada ser
humano, por prometerles ventajas personales a los trabajadores y por excitarles
al reparto de una tierra que ya están trabajando en colectividad>>"
(275).
Como las
colectivizaciones eran un hecho inevitable, debido a la poderosa fuerza
del movimiento revolucionario, el PSUC se mostró partidario de incrementar la
centralización de éstas y la intervención técnica, pero cuidándose, por lo
menos durante los primeros meses, de no exigir la disminución de su autonomía.
El PSUC estaba adoptando la táctica de apoderarse progresivamente del poder
político, ante la actitud vacilante de ERC frente a los anarcosindicalistas.
Los resortes del poder político de la Generalitat serían utilizados eficazmente para presionar a las colectivizaciones, e ir desposeyéndolas paulatinamente de
sus características fundamentales de control y gestión obrera.
De la misma
forma que el PCE a nivel estatal, el PSUC, aprovechando los errores que había
cometido el anarcosindicalismo con respecto a sus relaciones con la pequeña
burguesía catalana, se convirtió en el más firme defensor de los intereses de
ésta, desplazando a ERC, que había quedado completamente desarticulada
después de las jornadas de Julio. Resulta revelador el trasvase de numerosos
militantes del partido catalanista hacia el PSUC. La entrada de
importantes sectores de las atemorizadas clases medias en la UGT y en el nuevo Partido Comunista catalán se vió acelerada por los decretos, que por
iniciativa de la CNT, planteaba la sindicalización obligatoria.
En el mes de
Noviembre de 1936, el número de afiliados a la UGT en Catalunya, si creemos en las estadísticas y en las cifras interesadas, entregadas por las
organizaciones, eran de unos 350.000 afiliados y superaba levemente a los del
sindicato anarcosindicalista. Tan solo cuatro meses antes, en vísperas de
la guerra, la afiliación ugetista era de apenas unos 20.000 afiliados y solo
representaba una décima parte de los que integraban la CNT. El PSUC, nacido precipitadamente, poco después de las jornadas de julio, con una
militancia insignificante, contaba ya, en esos momentos con 50.000
miembros (276).
Franz
Borkenau analiza las causas del fortalecimiento comunista y, en consecuencia,
del debilitamiento de la CNT, en el seno de la pequeña burguesía urbana y
campesina. El equilibrio conseguido después de las jornadas de Julio fue
roto por los excesos y el terror indiscriminado con el que algunos sectores
anarcosindicalistas, golpearon a las clases medias, durante los primeros meses.
El resultado fue la creciente hostilidad de la pequeña burguesía hacia la
revolución, factor que sería posteriormente capitalizado por las
organizaciones políticas que demostraron ser más eficaces en la defensa de sus
intereses. ERC había desaparecido prácticamente de la vida política de muchas
poblaciones, y su militancia carecía de la infraestructura y de un proyecto
político coherente, con el que enfrentarse a los cenetistas. Elementos que sí
tenía el PSUC.
Otro de los
factores que cita Franz Borkenau, además del terror, fue la negativa del
anarcosindicalismo a darle al campesinado, una legislación que le asegurara el
disfrute de la propiedad recién adquirida (277).
Resulta
significativa la composición social de aluvión de las clases medias que pedían
el ingreso en la UGT y el PSUC. La nueva militancia, muchos de ellos tenderos,
comerciantes, oficinistas, empleados o funcionarios, buscaban un carnet que les
diera seguridad en el nuevo orden de cosas. La CNT había menospreciado la importancia política de la pequeña burguesía, y los excesos en la represión,
cometidos por los sectores más exaltados del movimiento revolucionario, la
habían atemorizado. En Catalunya, el PSUC consiguió organizar a cerca de 18.000
comerciantes, artesanos y pequeños industriales en la Federación Catalana de Gremios y Entidades de Pequeños Comerciantes (GEPCI), adherida a la UGT después de los decretos que obligaron a todas las organizaciones a integrarse en uno de
los dos grandes sindicatos. En el GEPCI se integrarían también, en busca de
protección, pequeños empresarios conocidos por las posiciones
antiobreristas que habían defendido, antes de la revolución.
3.11.3 EL ANARCOSINDICALISMO.
Las primeras
proclamas de la CNT no se refirieron para nada, a las incautaciones que estaban
llevando a cabo los trabajadores. La huelga que había convocado la CNT, pretendía detener la sublevación militar. La movilización no iba dirigida contra las
autoridades de la República. Los cuadros dirigentes estaban completamente
convencidos de que la hora de la revolución todavía no había llegado y de que,
tras las sangrientas jornadas de Julio, tras la derrota del intento de golpe de
estado, todo terminaría con la restauración del orden republicano.
La CNT se encontró, pocos días después de la sublevación, con una revolución política y social
que se estaba desarrollando vertiginosamente en todo el estado. Una
revolución con la que los dirigentes cenetistas no habían contado y que les
había sorprendido totalmente, tanto por su espontaneidad, como por el alcance y
profundidad de los objetivos alcanzados.
Federica
Montseny, la misma que se había opuesto, en nombre de los principios
libertarios, a que la CNT tomara el poder en Catalunya, para poder extender la
revolución al resto del estado, declaró en un mitin en el Teatro Olimpia, a
principios del mes de agosto y ante una multitud de 80.000 personas:
"...Se nos obliga a ir más adelante de lo que nosotros proponíamos, por el
abandono de gran número de industrias necesarias para la reconstrucción
económica de la revolución" (278).
Era la misma
revolución, la que estaban protagonizando las bases de la CNT, la que tiraba por la borda todo el viejo ropaje ideológico libertario. Los dirigentes de
la CNT mostraban una imagen patética, en contraste con el bullicio y la
energía que demostraban los trabajadores. La revolución "les
obligaba" a ir mucho más lejos de donde se "proponían" llegar.
Les "obligaba" a abandonar su tradicional oposición al poder
establecido, y los colocaba ante el reto de su conquista. El choque entre los
dirigentes cenetistas, desconcertados, llamando a la moderación a sus
propias bases, que estaban dispuestas a llevar a la
revolución, con todas sus consecuencias, hasta el final se iría agrandando cada
vez más. El desconcierto de los dirigentes cenetistas fue adivinado por
el, en la práctica, derrocado presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y con posterioridad, también astutamente utilizado para la
recuperación de su poder:
"Mi tarea es la de encauzar estas responsabilidades por el camino justo, y
espero que las masas anarquistas no se opondrán al buen sentido de sus
jefes" (279).
Los buenos deseos
de Companys ocultaban su desesperada necesidad de ganar tiempo, para reagrupar
a sus dispersadas fuerzas y al Front d'Esquerres de Catalunya. La negativa de
los líderes anarcosindicalistas a tomar el poder en sus manos, era un
respiro que Companys y los partidarios del orden republicano, estaban
dispuestos a aprovechar.
Los cuadros
dirigentes de la CNT, desconcertados por aquella inesperada realidad, al tener
el poder al alcance de sus manos, tuvieron que improvisar una decisión política,
que ellos presentían, pronto iba a tener importantes repercusiones.
"Ante ella se abrían tres posibilidades como resultado de las jornadas de
julio: tratar de realizar las ideas anarquistas sobre la abolición inmediata y
definitiva de todo Estado, redondear formalmente la destrucción sufrida de
hecho por el Estado capitalista, estructurando los elementos del Estado
proletario espontáneamente surgidos, o finalmente impedir los progresos de éste
último y revigorizar el Estado capitalista prestándole colaboración. La
dirección anarquista emprendió este tercer camino. El primero que era el suyo,
mil veces alabado en cantos líricos, y el segundo, el del marxismo
revolucionario, ni siquiera los intentó" (280).
La abolición
del Estado les parecía a los dirigentes libertarios, en aquellos momentos, ante
la amenaza de la sublevación militar, frente al peligro de intervención
extranjera y con la oposición de las organizaciones del Frente Popular,
completamente utópica. Por otro lado, rechazaban la alternativa de la toma del
poder, idea que les repelía porque entraba en conflicto directo con sus viejas
tradiciones antiestatalistas y por temor a que el aislamiento nacional e
internacional, precipitara la derrota.
La dirección
de la CNT, confiada en su fuerza, adoptó finalmente una actitud posibilista,
sin reparar en las consecuencias que iba a tener para el movimiento libertario,
en el futuro inmediato.
Algunos
dirigentes que participaron en la histórica decisión de la CNT, de renunciar al poder que los trabajadores, vencedores de las jornadas de Julio, les
entregaban, pretendieron justificarla, derivando la responsabilidad a factores
externos:
"El movimiento libertario se decidió por el único camino que la
indiferencia, la inhibición del proletariado internacional le deparaba. Su
revolución quiere decir adaptación a las propias posibilidades" (281).
En cualquier
caso, la argumentación a posteriori, que da Juan García Oliver,
pretendiendo acusar a la "indiferencia" internacional, de los errores
del anarcosindicalismo español se vuelve en su contra. La renuncia al poder de la CNT, se decidió en los primeros momentos del conflicto, donde de la actitud del
"proletariado internacional" poco o nada se podía saber. El mismo
García Oliver, autor de estos argumentos, defendió, en aquella situación, la
adopción de una actitud completamente contraria a la que tomó el plenario
decisorio, y que él ha pretendido justificar.
Mucho más
significativa y honesta nos parece en cambio, la confesión de José Peirats, al
aceptar que:
"En el caso que nos ocupa, pensamos que hubo demasiada prisa en resolver
la cuestión del poder, apuro que impidió ver <<la profundidad de la
revolución>>..." (282).
José Peirats
no hizo otra cosa que reconocer, que la decisión errónea que había adoptado el
anarcosindicalismo español, había sido dictada por la profunda
desorientación en la que se encontraban sumidos los cuadros dirigentes y que
fueron responsables de la histórica decisión. Los acontecimientos se estaban
desarrollando a gran velocidad, desconcertando y superando las expectativas que
tenían los organismos decisorios de la CNT. El anarcosindicalismo que siempre había rechazado el poder, se encontraba en aquellos momentos, incapacitado
para apoderarse de él. Al fin y cabo, no era suficiente con tomarlo, también
era necesario saber qué había que hacer después con él. Federica
Montseny, una de los principales protagonistas y defensora de la postura
mayoritaria en la asamblea decisoria describió a la perfección el clima de
perplejidad y desconcierto que reinaba en aquellos momentos decisivos, en el
seno de la CNT y de la FAI:
"...No pasó por la imaginación de nadie, ni aún de García Oliver, el más
bolchevique de todos, la idea de la toma del poder revolucionario. Fue después
-agrega Federica-, cuando se vio la amplitud del movimiento y de las
iniciativas populares cuando empezó a discutirse si se podía o si se debía, o
no, ir a por el todo" (283).
La actitud
de la CNT frente a la situación de dualidad de poderes fue la de la espera.
Esperar a que final victorioso de la guerra, fuera el comienzo de la segunda
etapa de su revolución libertaria. Mientras tanto, lo importante era
consolidar y organizar las conquistas revolucionarias en los centros de
trabajo, en las fábricas y talleres colectivizados, en las comunas agrarias...
La idea de los cuadros dirigentes anarcosindicalistas era la de avanzar
lo más lejos posible para que, cuando la amenaza de los sublevados se hubiera
esfumado, las condiciones revolucionarias fueran completamente irreversibles.
Víctima de sus prejuicios antiestatalistas, el anarcosindicalismo se
atrincheraba en el terreno económico, despreciando y dejando en manos de sus
adversarios, el campo político y gubernamental.
Sin embargo,
la renuncia al poder, obligaba a la CNT a coexistir y a aceptar la existencia
del maltrecho gobierno de la Generalitat y del gobierno de Madrid. El
"ingenuo" argumento de los dirigentes libertarios era utilizar a las
autoridades gubernamentales, desprovistas de sus armas, la policía y el
ejército, a modo de tapadera legal de la revolución, frente a las potencias
europeas.
La
justificación de los responsables de esta decisión era tanto más
"ingenua", por diferentes motivos. Francia y Gran Bretaña conocían
perfectamente la naturaleza de los acontecimientos que se estaban desarrollando
en toda la zona republicana y porque con esta argumentación no podían
ocultar que su adaptación al poder tambaleante de la República, se debía a otras razones, su temor a apoderarse de un poder, con el que no sabían
que hacer.
"Rabassaire cita textualmente lo siguiente: un amigo anarquista que ha
leído nuestro manuscrito, ha querido precisar su pensamiento y aquí reproduzco
sus palabras: el movimiento revolucionario solo, no es capaz de llevar hacia
adelante la guerra. Él se sirve del Estado, que es capaz de llevar adelante la
guerra. Él se sirve del Estado, que es un órgano ejecutivo, y a esto lo llamamos
fiscalización".
Los comités
deciden, el Estado legaliza y ejecuta, en una palabra, es un instrumento
técnico. Queremos seguir en la legalidad, y conservar el Estado, sobre todo
frente al extranjero y las clases no revolucionarias" (284).
La actitud
libertaria reflejaba una ignorancia descomunal del poder y de las dinámicas
revolucionarias. Los cuadros cenetistas sobrevaloraban gravemente su
fuerza, convencidos de que su influencia, acentuada después de las jornadas de
julio, les permitiría congelar la revolución en las mejores condiciones
posibles, hasta después de la guerra. Los dirigentes libertarios no
quisieron tener en cuenta las conclusiones, recogidas por Marx, sobre la
experiencia de la Comuna de París, sobre la trampa mortal que había significado
para el proletariado revolucionario parisino, creer que la revolución podía
limitarse a sustituir a los dirigentes del antiguo régimen. La revolución, solo
podía triunfar, destruyendo totalmente el viejo aparato de Estado y
sustituyéndolo por sus propios organismos de poder, que ella había creado.
"La Comuna ha demostrado, sobre todo, que la <<la clase obrera no
puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en
marcha para sus propios fines>>..." (285).
La
incapacidad del anarcosindicalismo para desarrollar su propio proyecto de
revolución libertaria, como su renuncia a construir un pseudoestado que
encarnara el poder revolucionario de los dispersos comités, les llevó, meses
después, a adaptarse al viejo aparato estatal republicano. La ingenuidad de los
libertarios al creer que ellos, apoyándose en el movimiento
revolucionario, podrían utilizar al estado, en beneficio de la revolución iban
a tener consecuencias trágicas. En la actitud de "colaboración
democrática" que había adoptado la CNT en aquellos momentos decisivos, se
encerraba la perspectiva posterior que desarrollaría el anarcosindicalismo, y
que lo llevaría a su integración en el mismo aparato de estado, que en aquellos
momentos se negaba a destruir.
"En esta entrevista histórica fueron establecidas las bases de la
colaboración democrática. Pero la CNT no podía aceptar todavía su incorporación
pura y simple al gobierno autónomo. Pesaban aún sobre ella las tradiciones
antiestatales y además se sentía fuerte para imponer una fórmula intermedia a
sus colaboradores" (286).
Ignacio
Iglesias, dirigente del POUM asturiano, definió perfectamente la actitud
de la CNT catalana como "complejo de superioridad":
"Habiendo demostrado su fuerza en las calles, creía que podía hacer lo que
le diera la gana, incluyendo seguirles la corriente a sus oponentes políticos.
No se daba cuenta de que los papeles estaban trastrocados: en última instancia,
sin poder político no gozaría de poder ni en las fábricas, ni en las
calles" (287).
Los
adversarios de la CNT y de los comités no perdieron el tiempo. Aprovecharon los
errores y las concesiones que los anarcosindicalistas se veían obligados a
hacer para mantener la "unidad antifascista" y la coexistencia con el
aparato de estado republicano, para ir recuperando terreno
paulatinamente, a medida que éstos, presos de su compromisos, retrocedían
desconcertados. Cuando los dirigentes de la CNT se dieron cuenta de que la situación evolucionaba en contra de sus previsiones y de sus planes, advirtieron,
amenazaron, se retiraron de los gobiernos en los que estaban participando, pero
serían incapaces de reconducir una situación revolucionaria que decaía y se les
escapaba de las manos.
"Debido a nuestra concepción originaria. Desde el momento en que Companys
ofreció el poder a la CNT y ésta lo rechazó, la posición de la CNT se hizo trágica. Companys era un político más listo que cualquiera de nosotros. A
sabiendas de que no podíamos hacer nuestra revolución total, aceptamos un
compromiso y a partir de entonces, cada uno de los partidos políticos se sintió
capaz de maniobrar y conspirar contra nosotros". (288).
La
impotencia de la CNT, después de su renuncia a apoderarse del poder, implicaba
también la imposibilidad de seguir desarrollando la revolución. La decadencia
de ésta, pocos meses después, provocaría la aparición, en el seno de la central
anarcosindicalista, de una profunda crisis que se manifestaría en la creciente
separación entre los sectores colaboracionistas y los que se oponían a
cualquier pacto que sacrificase las conquistas sociales conseguidas con la
revolución.
Existieron
importantes sectores que iniciaron la revisión de sus concepciones tradicionales
sobre el poder, la política y el Estado. Existía la conciencia, en muchos
militantes libertarios, de que la revolución se les estaba escapando de las
manos en favor de los comunistas oficiales y de las organizaciones más
derechistas del Frente Popular. Esta revisión de los principios libertarios
adoptó diversas formas. Mientras uno tendían hacia la idea de que era necesario
tomar el poder y recuperar la iniciativa perdida, otros consideraron que el
único camino que podía seguir la CNT en aquellos momentos, era la resistencia y
la colaboración con las instituciones republicanas, mientras persistiera la
amenaza del ejército franquista.
Sin embargo,
la oposición en el seno del anarcosindicalismo no sería homogénea. Un sector se
orientó hacia el retorno a los principios tradicionales que su organización
había defendido antes de la guerra, acusando al colaboracionismo de la
dirección, de ser la fuente de todos los males que amenazaban a la revolución
de Julio. Otro sector reflejó la influencia de algunos sectores marxistas,
partidarios de la revolución, y que habían mantenido posiciones políticas
mucho más definidas que su organización. "Los amigos de Durruti"
fueron acusados por la dirección cenetista de estar infiltrados por el POUM y por
los trotskistas.
La Federación libertaria del Baix Llobregat, exigió el final del colaboracionismo y que la
dirección de la CNT se reorientara con respecto a la toma del poder, con la
creación de un organismo revolucionario, no gubernamental, que se apoyara en
los comités locales que existían por doquier. También se mostraron partidarios
de aumentar la disciplina y la organización militar de las milicias
revolucionarias, pero manteniendo siempre sus características revolucionarias,
frente a las voces, cada vez más frecuentes, que exigían la reconstrucción del
viejo ejército, bajo el nombre eufemístico de "Ejército Popular".
Las
acusaciones que en ocasiones recibió la oposición izquierdista del
anarcosindicalismo de infiltración marxista, es a todas luces injusta e
injustificada. Sin embargo reflejaba el creciente descontento de importantes
sectores de la militancia, que empezaba a cuestionarse el rumbo que había
adoptado la dirección. Muchas de las viejas tradiciones libertarias habían
quedado completamente quebradas, bajo el impacto de los acontecimientos
revolucionarios y de la guerra. La práctica estaba demostrando a muchos
militantes cenetistas que algunas de sus viejas concepciones ya no servían para
nada. Que las milicias necesitaban una mayor organización y disciplina, si
querían vencer a los facciosos. Que era necesario socializar, centralizar y
planificar la actividad económica de las colectivizaciones sino querían que
éstas acabasen hundiéndose, presas de sus particularismos y
contradicciones, regenerando al viejo sistema capitalista. Y lo que era más
importante, que sus adversarios en el bando republicano, estaban aprovechando
los resortes del poder, que ellos habían despreciado, para consolidarse y hacer
retroceder a la revolución.
La crítica
fue, frecuentemente, canalizada a través de la prensa menor del sindicato y por
la aparición de nuevos grupos de afinidad, como "Los amigos de
Durruti" y su periódico "El amigo del Pueblo",
"Ideas", el órgano de prensa de la federación del Baix Llobregat, o
"Acracia", perteneciente a la CNT de Lérida.
Sin embargo,
no es posible hablar de verdaderas corrientes organizadas en seno de la CNT, como era el caso de las fracciones en las que se encontraba escindido el Partido
Socialista.
Para
comprender el creciente divorcio entre los cuadros dirigentes de la CNT, partidarios de la "unidad antifascista" con el gobierno y el Frente Popular, y
los sectores críticos, mucho más radicalizados e intransigentes, hay que tener
en cuenta las dificultades que implicaba, la guerra civil, en el
funcionamiento sindical. Las decisiones "políticas" que adoptó la CNT fueron tomadas, no por las bases, mediante asambleas decisorias, sino por los organismos
dirigentes del sindicato, por sus comités nacionales y regionales. El
progresivo retroceso al que se vieron empujados por sus adversarios, en plena
situación de dualidad de poderes, originó entre los sectores críticos un
creciente malestar por el curso que iban tomando los acontecimientos,
bendecido por la política colaboracionista que seguían manteniendo los órganos
dirigentes.
El desconcierto de la CNT frente al giro revolucionario que había tomado la
respuesta a la sublevación militar, estuvo acompañado de una profunda
incomprensión hacia los organismos populares que habían surgido de él.
Los organismos surgidos al calor de la revolución de Julio, no formaban parte
del esquema libertario que había sido debatido en el Congreso de Zaragoza. Walther
Bernecker los considera como una manifestación de tipo consejista, surgida del
espontaneísmo y del caos existente durante los primeros días de la revolución
(289). Otros historiadores, como Pierre Broué y Émile Temine, los han
catalogado como formas presoviéticas, o soviéticas, que reflejaban la
profunda desconfianza hacia las viejas formas del poder republicano
burgués y los deseos de liberación de los trabajadores (290). Podríamos
encontrar numerosas definiciones, más o menos parecidas, sobre la naturaleza
revolucionaria de estos organismos.
Los
dirigentes de la CNT, aferrados a sus viejas ideas antiestatalistas, desarmados
ideológicamente para comprender la complejidad de la revolución, atados de pies
y manos por sus compromisos con sus circunstanciales aliados, fueron incapaces
de comprender el significado de estos organismos, auténticos embriones de
un nuevo estado obrero, que había surgido al margen de la voluntad de los
partidos y sindicatos.
Los cuadros libertarios aceptaron la importancia que habían tenido estos
organismos en los primeros momentos, enfrentándose y deteniendo la sublevación.
Los comités-gobierno locales, fueron considerados como organismos
"provisionales", que tenían que dejar paso a los verdaderos
"órganos que han partido del pueblo", los sindicatos.
El
anarcosindicalismo defendió la existencia de los comités frente a los que
clamaban por su rápida disolución. Los dirigentes cenetistas comprendían que su
existencia y desarrollo estaban inexorablemente ligados a la misma revolución.
Sin embargo, el rechazo de su esencia más revolucionaria: el embrión del nuevo
estado obrero, que debía consolidarse a través de la liquidación de los restos
del poder republicano, permitiría que, meses después, en pleno proceso de
integración de la CNT en el aparato de estado republicano, aceptaran su
disolución y sustitución por los nuevos ayuntamientos. Si se les negaba el
carácter de cauce natural de expresión de la voluntad revolucionaria de la
población trabajadora, porque esta función correspondía a los sindicatos, su
liquidación y sustitución, mientras los libertarios siguieran siendo
mayoritarios (en Catalunya, Aragón y en parte de Levante), era poco más que un
simple cambio de nombre.
"Los comités... -declaraba CNT, el principal periódico libertario de
Madrid- son órganos creados por el pueblo, para oponerse a la insurrección
fascista... Sin estos comités, que reemplazaron a las administraciones
municipales y provinciales, así como a otros muchos órganos de la democracia
burguesa, hubiera sido imposible resistir al fascismo. Son comités
revolucionarios creados por el pueblo para hacer la revolución... Con esto no
queremos significar que España ha de dividirse en cientos de comités
desparramados. Deseamos que la reconstrucción de la sociedad española... se
base en los órganos que han partido del pueblo, y nos gustaría que trabajaran
de acuerdo unos con otros. Nuestra primera intención al defenderlos es impedir
el resurgimiento de esos órganos y normas burgueses que naufragaron tan
lastimosamente el 19 de julio" (291).
Si los
comités revolucionarios eran meros organismos provisionales que tenían que
desaparecer, tarde o temprano, era innecesario democratizarlos, convertirlos en
la verdadera expresión de los trabajadores, mediante la elección democrática de
sus miembros. Tampoco era necesario agruparlos y organizarlos, creando
estructuras piramidales de poder, de abajo a arriba. Dicho de otro modo, el
anarcosindicalismo, al negar la necesidad de organizaciones de tipo soviético
en la revolución española, aunque acabaran defendiendo a los comités de sus
adversarios más impacientes, los condenaba al no desarrollo, y por lo tanto a
su decadencia y extinción. La defensa de los comités-gobierno, negando
simultáneamente, los aspectos más revolucionarios de éstos, tal como hacía la CNT, era un posición política que, con sus matices, fue compartida por los sectores más
radicales de la Izquierda Socialista y también por el POUM.
"De una Revolución que, a diferencia de la rusa, no tuvo necesidad de
crear enteramente sus órganos de poder: la elección de soviets resultaba
superflua, debido a la omnipresencia de la organización anarcosindicalista, de
la cual surgían los diversos comités de base. En Catalunya, la CNT y su minoría consciente, la FAI, eran más poderosas que las autoridades, transformadas en
simples espectros" (292).
Los
dirigentes anarcosindicalistas olvidaban que los sindicatos, en el mejor de los
casos, solo agrupaban a la parte más combativa y avanzada del movimiento obrero
y del campesinado sin tierra. Los sindicatos anarcosindicalistas y socialistas,
no constituían el cauce de expresión política de un vasto sector de los
trabajadores que, con la revolución de julio, acababan de iniciar su entrada en
la arena política. La negativa a desarrollar y democratizar los comités,
dejaba a un importante sector de la población, sin canales para poder expresar
sus intereses.
El
funcionamiento de la democracia directa, en el seno de las estructuras
sindicales, dejaban mucho que desear. La burocratización de unos organismos,
hechos para los tiempos de paz, impedía que los comités dirigentes
representaran en cada momento, el estado de ánimo de la población trabajadora y
sus continuos cambios de conciencia. Las directrices de las direcciones,
frecuentemente chocaron con la oposición y el descontento de las bases,
reticentes a la política de compromisos, que ellos veían que iba en detrimento
de las conquistas que habían conseguido. Este enfrentamiento larvado entre la
dirección y las bases se expresaría, en numerosas ocasiones, en la negativa de
los comités de empresa a subordinarse a los órganos superiores de los
sindicatos, o a la política marcada por las Juntas territoriales, como fue el
caso del Comité Central de Milicias en Catalunya.
"La sustitución del estado, por un sistema de comités surgidos unos de
otros y vinculados federalmente era, desde luego, consecuente con la concepción
post-revolucionaria propia de la CNT y de la FAI. Sin embargo, la relativa autonomización de los comités y su resistencia a dejarse
influir directamente por los órganos superiores de los sindicatos reafirmó a
los organismos anarquistas y anarcosindicalistas en su rechazo de la aplicación
de los principios organizativos de la democracia directa a todos los órganos de
poder surgidos de la revolución. El hecho de que no se llegase en España
tampoco para un breve plazo al desarrollo de un sistema de consejos más allá de
los intentos de organización en los niveles inferiores de la fábrica y de la
localidad (a lo sumo de la comarca), ha de atribuirse a la existencia y a la
fuerte influencia de poderosas organizaciones obreras que se resistieron a un
debilitamiento de su influencia y que procedieron a ocupar en los niveles
superiores, violando los principios organizativos de la democracia directa y
renunciando a la legitimación por los electores de base, las posiciones en los
nuevos órganos de poder por delegación y no por elección" (293).
La CNT rechazaba la idea de convertir a los comités locales en auténticos soviets, argumentando
que este tipo de organismos eran completamente extraños a la idiosincrasia de
la revolución española. El anarcosindicalismo, junto a otras corrientes
de la izquierda pretendía que el papel cumplido por los soviets en las
revoluciones rusas de 1905 y de 1917, y los rätes alemanes en 1919, lo cumplían
los sindicatos, en España. Los cuadros dirigentes cenetistas eran conscientes
de que la revolución sólo podría triunfar con la unidad de la clase obrera y
del campesinado pobre, en todo el estado, y que ésto solo era posible contando
con la colaboración de la UGT. El eje de la política cenetista, durante toda la
guerra, estuvo centrado en la búsqueda de la unidad entra las dos centrales
sindicales. La Alianza entre ambas debería formar un Consejo (o gobierno)
que aseguraría y defendería las conquistas sociales conseguidas y que debía
preparar el terreno para la segunda fase revolucionaria, que se iniciaría
después de la guerra. Sin embargo, la unidad sindical CNT-UGT nunca pasó del
plano teórico y de acuerdos que no fueron llevados a la práctica. La causa eran
las fuertes discrepancias que existían entre los proyectos políticos que
alentaban las direcciones, de cada una de las centrales sindicales.
Las jornadas
de Julio, la sublevación del ejército y el derrumbe de las instituciones
republicanas significaron el inicio de una larga y sangrienta guerra civil.
Después de los primeros momentos y una vez aplastados los insurrectos en la
mayor parte de la península, era necesario extender el movimiento
revolucionario hacia los reductos donde los sublevados habían triunfado. La
indiscutible victoria revolucionaria y la práctica desaparición de todos los
cuerpos armados leales a la República, llevaron a la necesidad de improvisar,
urgentemente, una fuerza armada revolucionaria que asegurase la victoria que
acababan de conseguir.
Un nuevo
ejército de voluntarios, mal organizados y peor armados, se improvisó en pocos
días. La experiencia militar de los militantes anarcosindicalistas y del resto
de organizaciones obreras era prácticamente nula. Los libertarios, organizados
en comités de defensa de barriada, que había estructurado la CNT y la FAI, durante los años anteriores, se habían limitado a los combates callejeros con
la policía y con los pistoleros de la patronal. Durante las jornadas de julio,
el valor y el entusiasmo revolucionario de los militantes suplió con creces sus
deficiencias de armamento y organización, frente a los sublevados. Pero ahora
no se trataba de enfrentarse a los facciosos en las calles de Madrid o de
Barcelona, sino de protagonizar una verdadera guerra civil, que los más
optimistas preveían rápida, pero que se adivinaba sangrienta.
Las milicias
anarcosindicalistas arrastraron tras de si, sus viejos prejuicios
antiautoritarios y espontaneístas. La disciplina y la organización militar
fueron consideradas como instrumentos del Estado y de los partidos, para poder
perpetuar la opresión. Sin embargo, los primeros choques armados y sus
sangrientos resultados, llevaron a muchos de sus militantes, a revistar sus
tradicionales ideales libertarios. La disciplina y la organización militar eran
necesarias para evitar el innecesario derramamiento de sangre de los
milicianos. Eran necesarias para aumentar la eficacia de las columnas armadas,
frente a un adversario, que estaba mucho mejor armado y organizado.
Buenaventura
Durruti, reorganizó a sus milicias e implantó una fuerte disciplina militar,
manteniendo simultáneamente la democracia interna y sus características
revolucionarias (asambleas de milicianos, elección de los mandos por la base,
inexistencia de privilegios y de distinciones entre los mandos y la tropa...).
Otro dirigente, Cipriano Mera, que se había burlado en el Congreso de Zaragoza,
de las propuestas de García Oliver, Montserrat y de Francisco Ascaso para
formar milicias confederales que pudieran enfrentarse con éxito, a la
conspiración militar, preguntándoles de que color preferían el fajín de
general, acabó siendo uno de los más firmes partidarios de la disciplina, en el
seno de las milicias (posteriormente sería nombrado comandante del IV Cuerpo de
ejército del "Ejército Popular") (294).
El anarcosindicalismo
que había renunciado al poder y a la instauración del comunismo libertario,
después de las jornadas de julio, víctima de sus propias contradicciones
ideológicas, apoyó al movimiento colectivizador, en la creencia de que
atrincherándose en la revolución económica, se imposibilitaría la vuelta atrás.
Las
colectivizaciones, tal como habían surgido durante las primeras semanas de la
revolución, no formaban parte del arsenal ideológico libertario, que reclamaba
la socialización y el control sindical de la economía. La revolución
protagonizada durante las primeras semanas por las bases sindicales, al margen
de sus desorientados dirigentes, se desarrollaba por unos cauces que nadie
había previsto. Los trabajadores se habían apoderado de las fábricas, sin
consultarlo con nadie, siguiendo su propio instinto revolucionario. Las
características contradictorias del colectivismo fueron consecuencia de la
desorganización y del espontaneismo en el que se desarrollaba la revolución
española. A pesar de la acción espontánea de los trabajadores, éstos
siguieron considerando a la CNT como su organización. La que les conduciría,
mediante la acción revolucionaria al comunismo libertario. Las
colectivizaciones acabarían siendo asimiladas como una correa de transmisión de
los sindicatos en la economía revolucionaria.
"La colectivización era el intento de crear una federación de municipios
libres y de colectividades obreras, cuya organización central debía limitarse a
coordinar la producción organizada por los sindicatos" (295).
El
anarcosindicalismo tenía que enfrentarse al desbarajuste económico, sin un
programa político y económico adecuado para la nueva situación. Las
conclusiones del Congreso de Zaragoza se mostraban ahora completamente utópicas
e ineficaces. Los cuadros dirigentes de la CNT, obligados por las circunstancias, tuvieron que improvisar una serie de medidas para poder organizar la
nueva economía. Esta debilidad teórica de la CNT sería aprovechada por los otros grupos, el PSUC y el POUM, que aunque minoritarios, mantenían posiciones
mucho más sólidas.
El
hundimiento de los viejos esquemas económicos que había mantenido
tradicionalmente la CNT, fue la causa de la ausencia de un programa unificado.
Mientras en Madrid o en Asturias, los anarcosindicalistas defendían
la postura tradicional sobre la "socialización" de la economía bajo
la dirección y coordinación de los sindicatos, y el control obrero de las
empresas que no hubieran podido expropiarse. En Catalunya la CNT se mostraba partidaria de la colectivización total de la economía y de la entrega de los
beneficios obtenidos por las empresas, a un fondo común que debía ser dirigido
por el Consejo de Economía.
El
anarcosindicalismo madrileño, minoritario, podía permitirse seguir defendiendo
la línea tradicional, pero en Catalunya la CNT mostraba una patente falta de firmeza frente a la presión y la complejidad de los problemas que
planteaba la nueva situación.
La CNT tuvo que enfrentarse a serios obstáculos en sus pretensiones de racionalizar el caos en
el que se encontraban las colectivizaciones. Sus planes chocaron con
frecuencia, con la resistencia de los comités que no estaban dispuestos a
sacrificar sus privilegios, ni a compartir los beneficios de sus empresas
colectivizadas, con las menos rentables. También encontró una fuerte
oposición por parte de la UGT y del PSUC, partidarios de que la industria
expropiada fuera nacionalizada y colocada bajo control de un gobierno hostil a
cualquier medida que pudiera atentar contra la propiedad privada, que no
fuera la de los sublevados.
En el mes de
Septiembre de 1936, un plenario regional de la CNT debatió el futuro de la economía revolucionaria. En el debate se enfrentaron los partidarios de la
socialización y los la cooperativización de las empresas. El compromiso final
entre ambas corrientes forjó el nuevo concepto de
"colectivización".
"Lo que significaba el nuevo sistema era que cada una de las empresas
colectivizadas conservaría su carácter individual, pero con el objetivo último
de federar a todas las empresas dentro de la misma industria..." (296).
También en
la cuestión campesina, la CNT tuvo que corregir sus planteamientos
tradicionales, especialmente en lo que se refiere a las relaciones con los
pequeños propietarios.
"La política agraria de la CNT consistía en colectivizar tanto las fincas
expropiadas a los grandes terratenientes como las tierras de los pequeños
propietarios" (297).
Tradicionalmente la CNT había minusvalorado el problema. Al fin y al cabo, el
comunismo libertario tenía que ser la consecuencia de la abolición del Estado y
de la unión libre de todos los productores. La realidad se manifestaba ahora de
una forma muy distinta. La mayoría de los pequeños y medianos propietarios del
campo se resistían a entregar sus propiedades a la colectivización. Si la
realidad no se amoldaba a las ideas, fue la CNT la que tuvo que amoldarse a la realidad.
"No se preocupe la pequeña burguesía. Acérquese al proletariado, pueden
estar convencidos y percatados que cuando se llegue a abolir la propiedad
privada y la facultad de comercio, se implantarán nuevas formas, que de ninguna
forma serán lesivas para los ciudadanos que se sientan afectados por las
medidas sociales" (298).
Sin embargo
los anarcosindicalistas habían perdido un tiempo precioso durante el primer mes
de la guerra y de la revolución. La falta de una línea política, madurada con
antelación, sobre cuales tenían que ser las relaciones con la pequeña burguesía
habían sido la causa de numerosos errores y excesos. Las clases medias habían
visto con simpatía la derrota de la sublevación y habían esperado que la
revolución los liberase del dominio asfixiante del gran capital, pero no
aceptaban la expropiación forzosa de sus propiedades. La pequeña
burguesía se había ido deslizando silenciosamente hacia las organizaciones más
moderadas del Frente Popular.
En el
Congreso regional de campesinos colectivistas, celebrado en Barcelona, el mes
de septiembre de 1936, se acordó respetar a los agricultores individualistas y
buscar su integración mediante la demostración de las ventajas que tenía la
explotación colectiva de la tierra sobre la individual. La resolución adoptada
no evitaría sin embargo, que algunos sectores siguieran llevando a cabo la
expropiación forzosa de las pequeñas propiedades, provocando su hostilidad
contra la CNT y el movimiento de las colectivizaciones (La Fatarella, Enero de 1937, ver apéndice).
Pese a la
actitud de moderación que había adoptado la mayor parte de la CNT en sus relaciones con la pequeña burguesía, las posiciones no siempre fueron claras. Las
declaraciones de algunos dirigentes no ayudaban precisamente a tranquilizar a
los pequeños propietarios, sobre el futuro que les aguardaba si la revolución
triunfaba. En la clausura del Congreso realizado en Valencia, en el mes de
noviembre, Tomás Cano Ruiz declaró:
"Desaparecida la actual guerra y ganada la batalla al fascismo...
suprimiremos la pequeña propiedad, sea cual fuera y como fuera, e
intensificaremos y totalizaremos la socialización y la colectivización"
(299).
Una CNT
completamente desorientada, tuvo que amoldarse empíricamente a la nueva
realidad existente e improvisar a partir de ella. La socialización de la
economía y el control sindical de ésta, sólo era posible con la toma del poder,
y con sus resortes al servicio de la revolución. El anarcosindicalismo español,
en nombre de sus principios antiestatalistas, no estaba dispuesto a llevarla
cabo. La socialización de la economía quedó en proyecto, pospuesta a un futuro
indeterminado, una vez finalizada victoriosamente la guerra civil. El
anarcosindicalismo se había encerrado en una trampa, de la que era incapaz de
escapar. La debilidad del proyecto cenetista, manifestada por su gran
ductibilidad, fue patente a lo largo del desarrollo revolucionario. Poco o nada
tienen que ver, los planteamientos defendidos durante los primeros meses del
conflicto y los que acabó asumiendo al final, cuando se encontraba ya,
políticamente quebrada. El mismo Horacio Prieto, acabó justificando la
evolución que había sufrido la CNT, en el Comité Nacional, realizado en
Barcelona, el 6 de Enero de 1938:
"Nosotros que ya estamos metidos en el engranaje de la economía política
de Catalunya, no podemos negarnos el día de mañana a intervenir también de esa
forma dentro del Estado, porque hay relaciones de tipo económico en el Estado
que difícilmente los sindicatos podrían llevarlas a cabo directamente... Pero
este Estado al que nosotros combatimos antes por ser un Estado del capitalismo,
hoy no es el Estado del capitalismo; hoy es el Estado que representa a los
trabajadores en mayoría muy considerable sobre la pequeña y media burguesía; y
siempre en este Estado y por las formas democráticas de constitución que se le
den, tendrá siempre la hegemonía el proletariado..." (300).
Las
declaraciones de Horacio Prieto, en un momento en el que el movimiento
revolucionario estaba en pleno proceso de liquidación resultaban patéticas.
"El Estado que representa a los trabajadores", al que se refería, era
el gobierno de Negrín, el mismo que había marginado a la CNT del gobierno, que había disuelto por la fuerza de las armas el Consejo de
Aragón, el mismo que había disuelto los comités locales y sometido a las
colectividades, el mismo que mantenía a una buena cantidad de militantes
libertarios en las cárceles... Las declaraciones del dirigente cenetista no
hacían otra cosa que justificar la progresiva adaptación en la que se
encontraban sumidos los cuadros dirigentes del sindicato.
Pocos días
después, el 15 del mismo mes, la CNT realizaba un Pleno económico en Valencia
en el que hacía una revisión espectacular de su programa: formación un cuerpo
de inspectores con capacidad de sancionar a los obreros y a los comités de
empresa, aceptaba la desigualdad salarial, la creación de un Banco Sindical
Ibérico y de una agencia de sindical de seguros, el desarrollo de cooperativas
de consumidores, la centralización administrativa y la planificación de
las colectivizaciones industriales y agrarias, controladas por la CNT por un Consejo Económico Confederal (en ausencia de un órgano similar, de base estatal y
sindical).
El contenido
de estos puntos programáticos, ponía al descubierto la profunda revisión
del programa tradicional, apolítico y antiestatalista que había defendido el
movimiento libertario. Lejos quedaban sus propuestas de centralización sindical
de la producción, opuesta a las nacionalizaciones. La CNT, obligada por las circunstancias de la guerra, sin un claro criterio con el
que enfrentarse a los retos que traía consigo la revolución y sus conquistas
(necesidad de una centralización económica y política, basada en el poder
de los comités y de las colectivizaciones, liquidación de los restos del viejo
estado...) acabó por abandonar su viejo programa para abrazar muchos de los
puntos que habían defendido sus adversarios, los comunistas.
Incapaces de
diferenciar las diferentes naturalezas de un estado burgués, de otro
proletario, ellos, que siempre habían colocado un signo igual entre ambos,
ahora se convertían sin quererlo, en la quinta rueda del carro de la
contrarrevolución republicana.
3.11.4 EL POUMISMO
El Partido
Obrero de Unificación Marxista, como el resto de las organizaciones obreras
había quedado completamente desbancado por la rapidez y profundidad con las que
se había desarrollado la revolución de julio, en toda la geografía
republicana.
La inminente
sublevación militar había sido denunciada por la mayor parte de las
organizaciones de izquierda. De hecho, las maniobras de la conspiración habían
sido un secreto a voces. Sólo las autoridades republicanas se habían negado a
escuchar, más temerosas del movimiento revolucionario, que de cualquier golpe
de estado que pudiera planear el ejército. Sin embargo, hay una sorprendente
falta de visión sobre el grado de madurez al que había llegado la situación.
Ningún partido ni sindicato fue capaz de valorarla en su justa medida, y por
consiguiente, nadie fue capaz de intuir las profundas consecuencias que iba a
desencadenar, la respuesta al intento de golpe de estado.
El partido
de Nin y de Maurín todavía defendía, en vísperas de la sublevación, la
formación de un gobierno de Frente Popular en el que deberían integrarse el
PSOE y el PCE. Este gobierno, serviría, para liquidar definitivamente los
restos de las ilusiones democráticas que todavía paralizaban las iniciativas de
los trabajadores (301).
Con las
jornadas de Julio, el poumismo descubrió, desconcertado, que la República y el Frente Popular se habían convertido, en pocas horas, en una sombra de lo que
habían sido poco antes, superados por la iniciativa de los revolucionarios. El
POUM había subestimado la madurez de la conciencia de las clases trabajadoras,
frente al espejismo del apoyo que éstas habían prestado al Frente Popular. Por
consiguiente el poumismo había sido incapaz de prever la precariedad del orden
republicano en unos momentos en los que el choque entre las clases
propietarias y explotadas, ya era inevitable.
Si las
ilusiones democráticas habían existido, se habían disipado en el corto
período, comprendido entre los meses de febrero y julio. La conciencia de
los trabajadores estaba muy por delante, no solo del programa liberal y
moderado del Frente Popular, sino también del defendido por el mismo POUM.
El partido
reconoció a posteriori, que la situación revolucionaria ya había madurado en
Julio. Durante los meses comprendidos entre las elecciones de febrero y el
inicio de la guerra, la situación había evolucionado vertiginosamente. Las
masas revolucionarias que habían prestado su apoyo al Frente Popular,
orientadas por sus organizaciones tradicionales, comprendieron rápidamente, que
el nuevo gobierno republicano de izquierdas, no estaba dispuesto a ser más
audaz, ni a ir más allá de lo que había ido la coalición republicano
socialista de los años 1931-1933. Durante este período de tiempo, las escasas
ilusiones democráticas que mantenía el movimiento revolucionario, se agotaron
por completo. Parafraseando a Lenin, podríamos decir que, "los de
abajo" no estaban dispuestos a continuar por más tiempo, viviendo de
promesas y de debates parlamentarios estériles, y "los de arriba" no
podían seguir viviendo y gobernando, como lo habían hecho hasta entonces.
(302).
"Los acontecimientos del 19 de julio pillaron al POUM desprevenido.
Durante la etapa anterior a las elecciones del Frente Popular se había hecho
mucha propaganda, pero no se había planteado seriamente el problema de la
apropiación de fábricas y talleres por parte de los obreros... ¿imprevisión?,
¿incapacidad? en cualquier caso, falta de organismos dirigentes políticos y
sindicales con clara visión del momento y con fórmulas preparadas para irlas
desenvolviendo según las necesidades de cada momento".
"Ha faltado agilidad revolucionaria que se ha traducido en la presencia
continua de imponderables de toda clase, que han privado de una solución rápida
y justa a los problemas. Uno de estos imponderables ha sido la dualidad de
poderes entre el gobierno de Catalunya y el gobierno de Valencia" (303).
El folleto
mencionado, continúa con la enunciación de otros "imponderables". Sin
embargo no menciona el factor más importante. La "falta de agilidad
revolucionaria" estuvo causada por la falta de comprensión del momento y
del carácter de la revolución española. La declaración política olvidaba, tras
los "imponderables" causados por las tensiones entre el gobierno
autónomo de Catalunya y el de Valencia, la existencia de otra dualidad de
poderes mucho más importante. La que se planteaba entre las autoridades
republicanas y la multitud de comités revolucionarios locales. El olvido no era
casual. En los momentos en los que se redactaba el folleto, el POUM ya había
firmado el decreto de disolución de los comités, y había entrado a formar parte
del nuevo gobierno de la Generalitat. El 20 de Julio, cuando todavía no habían
terminado los combates, el diario del partido en Barcelona "Avant",
hacía público su programa, que debía realizarse aprovechando el
empuje dado por los trabajadores, con la derrota de los sublevados. La casi
totalidad de las consignas defendidas por el POUM estaban siendo
superadas por la realidad. Entre las propuestas políticas, no se hacía ninguna
mención de las numerosas incautaciones que se estaban llevando a cabo, ni
de los comités que se estaban formando en la mayoría de pueblos, y en las
barriadas de las grandes ciudades. Ni siquiera había una frase sobre la
necesidad de la instauración de un estado obrero que superara el orden
republicano que acababa de derrumbarse y que había sido incapaz de frenar a la
conspiración. La publicación del programa reflejaba la desorientación de la
dirección del POUM, que como el resto de las organizaciones obreras, había
previsto, la amenaza de la sublevación, pero había errado el momento en que
ésta iba a producirse y había sido incapaz de intuir la dinámica revolucionaria
que ésta iba a provocar.
Con la
aparición de los comités, que se organizaron por sus propios medios y al margen
de las viejas autoridades, nacía un nuevo orden económico y social. El POUM
comprendió con rapidez el alcance de la nueva situación y el carácter potencial
de los nuevos organismos.
"Durante un cierto período, los órganos del poder burgués no son más que
una sombra. El poder real lo ejercen los comités revolucionarios, que forman
una tupida red en todas las regiones no ocupadas por los facciosos" (304).
El 6 de
Septiembre de 1936, el POUM celebró un mitin en el Gran Price de Barcelona. En
el acto intervinieron Julián Gorkin, del Comité Ejecutivo y Andreu Nin,
secretario político del partido:
"La clase trabajadora de Catalunya y la clase trabajadora de España, no
lucha por la República democrática. La revolución democrática en España hasta
ahora no se había hecho. Cinco años de República y ninguno de los problemas
fundamentales de la revolución española se habían resuelto. No se había
resuelto el problema de la Iglesia, no se había resuelto el problema de la
tierra, no se había resuelto el problema del ejército, ni el problema de la
depuración de la magistraturas, ni el problema de Catalunya. Y bien,
compañeros, todos estos objetivos concretos de la revolución democrática han
sido realizados, no por la burguesía liberal, que no lo había podido realizar
en cinco años, sino por la clase trabajadora, que los ha resuelto en pocos días
con las armas en la mano...".
"...La clase trabajadora ha resuelto todos los problemas fundamentales de
la revolución democrática. Hoy la consigna <<defensa de la revolución
democrática>> no le dice ni le puede decir nada. El 19 de julio, camaradas,
se hundieron el feudalismo, el clericalismo y el militarismo español, pero no
solamente se hundieron el feudalismo, el clericalismo y el militarismo, sino
que se hundió para siempre la economía capitalista" (305).
Andreu Nin
defendía lo que era un hecho palpable, que las clases trabajadoras habían
tomado en sus manos, las riendas de sus propios destinos, satisfaciendo con sus
propios métodos, sus reivindicaciones históricas. La etapa de la revolución
democrática, que defendían las organizaciones del Frente Popular, se había
agotado en el margen de unos pocos días. Ante la
negativa de los anarcosindicalistas a tomar el poder, el POUM defendió desde el
primer momento al Comité Central de Milicias Antifascistas, que se convertía, a
sus ojos, en el sucesor de la vieja Alianza Obrera catalana de 1934, y
que contaba con la valiosa excepción, de que en este caso, los
anarcosindicalistas no solo no eran contrarios, sino que eran sus principales
impulsores. Y era en el seno de este organismo, donde debía resolverse la
cuestión del doble poder.
Si en
Catalunya, el Comité Central de Milicias tenía que ser la cúspide del nuevo
poder revolucionario, a nivel estatal, el POUM propuso la creación de un
organismo similar, que encarnaría la alianza de las diferentes organizaciones
obreras y que debería sustituir definitivamente al viejo estado republicano.
Siguiendo la tradición juntista de la revolución española, el Comité Central
estatal se convertiría en la cúspide del nuevo Estado Obrero. Si la voluntad de
la población trabajadora se expresaba a través de sus organizaciones
tradicionales, los sindicatos, las Juntas cumplirían el doble papel de
organismos de Frente Único y de gobiernos revolucionarios territoriales. Las
estructuras soviéticas no tenía razón de ser en la revolución española.
En esta
concepción, heredada del viejo maurinismo bloquista, estaban todos los
virajes políticos que iba a realizar el POUM hasta el momento de su
ilegalización: la aceptación de la disolución del Comité Central de Milicias,
su integración en un gobierno de concentración de la Generalitat, la firma del decreto que declaraba disueltos los comités revolucionarios
locales, para sustituirlos por nuevos Ayuntamientos. Si la naturaleza revolucionaria
del Comité Central de Milicias había estado asegurado por el bloque
CNT-FAI-POUM, entonces no existía ninguna razón para no integrarse en el nuevo
gobierno, cuando los anarcosindicalistas ya habían dado su conformidad.
La dualidad
de poderes que se desarrollaría en el período posterior a las jornadas de julio
fue la consecuencia de la negativa de la CNT y de la Izquierda Socialista a tomar el poder. El POUM, imbuído por su fatalismo histórico, que lo
condenaba a jugar un papel de segundo orden en la revolución española, frente a
cenetistas y caballeristas, se encontró incapacitado para convertirse en
alternativa a las corrientes obreras tradicionales.
Según el
testimonio de Juan Andrade, miembro destacado del Comité Ejecutivo del POUM, a
su llegada a Barcelona, proveniente de Madrid, se encontró con que ni la CNT ni su propio partido, planteaban la cuestión del poder. Cuando Andrade redactó uno de los
editoriales de "La Batalla" pidiendo la convocatoria de una Asamblea
Constituyente de obreros, campesinos, guardias y milicianos, se encontró con
una fuerte oposición entre los dirigentes de su propio partido. El POUM,
completamente desorientado, defendía en aquellos momentos un programa puramente
reivindicativo, que poco o nada tenía que ver con el fenómeno revolucionario
que se estaba desarrollando (306).
La crítica
es especialmente significativa, porque procede de uno de los dirigentes más
destacados de este partido. El manifiesto redactado por Juan Andrade, finalmente
fue aprobado y publicado, pero no hubo, por parte del POUM, ningún esfuerzo
encaminado a hacerlo realidad. El poumismo, se mostraba incapaz de llevar sus
propias iniciativas hacia adelante, si éstas no eran asumidas antes, por la CNT.
El POUM era
tan solo, un pequeño partido, con escasa implantación en todo el Estado, salvo
en Catalunya, donde su presencia, aunque significativa, quedaba oscurecida por
la aplastante superioridad de la CNT. Las estimaciones de algunos historiadores
sitúan sus efectivos militantes en unos pocos miles de militantes (El número de
sus efectivos solo se conoce de forma aproximada y en ocasiones la cantidad es
abultada por los historiadores más próximos a su línea política. Broué y Temine
dan la cifra de 3.000 miembros. Félix Morrow considera que la afiliación real
era de unos 8.000. Mientras que Victor Alba, antiguo militante del POUM,
menciona 10.000 en junio-julio, 35.000 en diciembre y 70.000 en el mes de marzo
de 1937. En cualquier caso, la disparidad de cifras sirven para comprender que
el POUM, en vísperas de la guerra, era tan solo una organización
minoritaria) (307). Con el estallido de la situación revolucionaria, la
militancia se multiplicó. En el campo de batalla consiguió organizar a cerca de
10.000 combatientes en Aragón y en la zona centro. La FOUS, central sindical minoritaria que estaba dirigida por el sindicalismo poumista, parece
que agrupó a unos 60.000 de afiliados, poco antes de fusionarse con la UGT catalana (308). Pese a que las cifras no eran nada despreciables, la importancia numérica
de sus efectivos era reducida frente a la de las corrientes tradicionales
del movimiento obrero español. Esta desproporción creó en la conciencia de la
militancia del POUM, una especie de complejo de inferioridad política.
El
anarcosindicalismo era la organización obrera, hegemónica por excelencia en
Catalunya, como lo eran también los socialistas de izquierda en las zonas del
estado donde eran mayoritarios. Eran estas organizaciones las que debían
dirigir el movimiento revolucionario hacia la victoria. El POUM, víctima de su
complejo de inferioridad, se encerraba en un callejón sin salida del que
no sabría como salir. El futuro de la revolución, terminaba por depender,
exclusivamente, de los dirigentes de las organizaciones obreras mayoritarias,
quedando para ellos, el papel de consejeros.
El POUM se
había considerado, desde sus inicios, como una pequeña fracción del
futuro partido revolucionario, que estaría conformado por los sectores más
radicalizados y sanos del socialismo, junto a los comunistas oficiales y los
sectores menos sectarios del anarcosindicalismo. La evolución de las diferentes
corrientes había destruido por completo, la idea inicial. Sin embargo el POUM
seguiría manteniendo que el papel dirigente de la revolución española
correspondía a las grandes organizaciones. La política del POUM solo era
posible, si los dirigentes de la CNT-FAI y de la Izquierda Socialista se avenían a hacerla suya.
La política
del POUM durante toda su existencia, expresaría un temor manifiesto al
aislamiento y a la marginalidad, si se alejaba de la periferia de las grandes
organizaciones . El eje de toda su trayectoria se centró en la pretensión de
convencer a los dirigentes anarcosindicalistas para que dirigieran la
revolución hasta sus últimas consecuencias, y también de las nefastas
repercusiones que iba a tener el colaboracionismo político con los partidarios
de la restauración republicana.
"...Sin embargo, ¿se hizo lo suficiente para criticar abiertamente estas
posturas revolucionarias superficiales ante los militantes de la CNT?".
"<<Creo que a veces así era, porque teníamos miedo de romper con la CNT -explicaba Solano-. Deberíamos haber seguiido una política más dura...>>"
(309).
El POUM
estaba convencido que el movimiento revolucionario debía tomar el poder. Las
conquistas sociales conseguidas sólo podían consolidarse a través de la
instauración de un estado obrero que superara a la caduca república. La
dinámica de las revoluciones y en particular la de Octubre de 1917, no le era
desconocida a Nin, que había permanecido durante largo tiempo en la Rusia revolucionaria de Lenin y Trotsky. El POUM no creía que la situación revolucionaria
pudiera prolongarse por un largo período, hasta el final de la guerra. El
período de la dualidad de poderes, que se había abierto con el inicio de la
guerra era inestable y pronto se decantaría hacia uno de los dos extremos de la
balanza, hacia la revolución, o hacia la contrarrevolución republicana.
El eje de la
problemática con la que se enfrentaba el POUM, era el hecho de que adjudicara
al anarcosindicalismo y al caballerismo, el papel de timoneles de la
revolución española. De esta manera, todo se convertía en una carrera
contrarreloj para arrastrar y convencer a los dirigentes cenetistas de que
debían tomar el poder político en sus manos para salvar la revolución. En
multitud de proclamas, folletos y periódicos del partido, se publicaron
llamamientos a favor de la formación de un "gobierno obrero y
campesino" y de una "Asamblea Constituyente de delegados obreros,
campesinos y milicianos". Sin embargo, la fórmula política utilizada solo
podía ser propagandística. Si los dirigentes de la CNT mantenían su línea colaboracionista y se negaban a hacer el giro necesario, el camino del
POUM quedaba fatídicamente encerrado en un callejón sin salida.
"No creo que la historia del POUM, a partir de ese momento hubiese sido
distinta de lo que fue (se refiere a la posibilidad de que Maurín hubiese
podido dirigir el partido, en lugar de Nin), porque estuvo determinada, no por
sus posiciones, sino por el hecho mismo de su existencia".
"De una cosa se dan cuenta el ejecutivo y los militantes: que si la CNT no toma el poder, no habrá verdadera revolución. Pero la CNT no quiere el poder. Creen que con el poder económico bastará y presenta su renuncia como un gesto de
generosidad, cuando en realidad, es sometimiento a prejuicios ideológicos"
(310).
El viejo complejo
de inferioridad de la Izquierda Comunista y del Bloque Obrero y Campesino, se
mantenía en el nuevo partido. Las mismas posiciones políticas que el POUM había
adoptado en el período anterior a la guerra, volvían de nuevo a surgir, esta
vez con más fuerza, debido a que también las contradicciones de la situación se
volvían más explosivas. Esta es la confesión que Ignacio Iglesias le hizo a
Victor Alba y esto es lo que reconoce él mismo, cuando habla de que el Comité
Ejecutivo del POUM adoptó la actitud de frenar a los sectores más izquierdistas
del partido, especialmente a los comités locales de Barcelona, de Lérida y de
las Juventudes Comunistas Ibéricas. La dirección del POUM temía alejarse
demasiado de la sombra protectora de la CNT (311).
Manuel
Cruells expresa admirablemente la actitud "seguidista" que
mantuvo el POUM en el curso de la revolución española:
"La actitud de Nin era, dado que su partido no contaba con fuerzas
suficientes para tomar el poder por su cuenta, sólo podía entrar en el carruaje
triunfante de la revolución, convirtiéndose en aliado de los anarquistas o
manteniéndose en el tambaleante Frente de Izquierdas... si se colocaba al lado
de la revolución, convirtiéndose en aliado de los anarquistas podría empujar e
influenciar en aquella situación revolucionaria, en la cual, al menos, su
partido minoritario podría llevar a cabo un papel importante" (312).
El POUM
intentó, a lo largo del proceso revolucionario, sin conseguirlo, atraer a la
dirección cenetista hacia sus posiciones. Sin embargo, su papel dependiente
acabó por convertirse en una encerrona mortal. El retroceso al que se vió
obligada a realizar, la dirección anarcosindicalista, acabó arrastrando
al mismo POUM, incapaz de distanciarse políticamente de ésta. Cuando la CNT, presionada por sus adversarios del Frente Popular, retrocedió todavía más y acabó
integrándose la Generalitat de Catalunya, y también en el gobierno central, el
POUM acabó entrando a regañadientes, detrás de ella, dispuesto a pagar el
altísimo precio de apoyar la disolución de los comités y la completa
subordinación del movimiento revolucionario al nuevo gobierno catalán de
coalición. Todo con tal de no verse aislado.
El viejo
proyecto de las Alianzas Obreras había sido defendido en repetidas veces por el
POUM, en el período prerrevolucionario. Pero su revitalización había
fracasado por el rechazo del resto de las
organizaciones obreras. Sin embargo, las Alianzas Obreras no eran,
en modo alguno, una idea artificial, sino que respondían perfectamente, como ya
lo habían hecho en 1934, a las necesidades de la nueva situación. Con el
estallido de la guerra y la revolución, surgieron los comités con una
fuerza espectacular, que prueba como estos organismos de frente único, que eran
también la encarnación del poder revolucionario, respondían perfectamente a las
aspiraciones de los militantes de los partidos y sindicatos obreros. Alianzas
Obreras y comités-gobierno, tenían numerosos rasgos comunes. Sin embargo,
los comités expresaban un grado en la conciencia de los trabajadores, mucho más
avanzado que la de los períodos precedentes.
De la misma
manera que en 1934 con las Alianzas Obreras, los comités revolucionarios
locales intentaron salvaguardar su carácter clasista. Frecuentemente los
elementos pequeño burgueses de la Esquerra o de Estat Catalá fueron excluidos
de los comités, o en cualquier caso, jugaron un papel marginal. El POUM
defendió esta concepción de la "democracia obrera", en aquellos
comités donde su presencia era importante. Sin embargo, para el POUM, los
comités, como las antiguas Alianzas Obreras, no necesitaban ser democratizados,
ni estructurados, para conformar una alternativa revolucionaria al poder
del gobierno de la Generalitat. Los trabajadores expresaban su voluntad por
medio de sus sindicatos y de sus organizaciones tradicionales. No existía
ninguna necesidad de convertir a los comités revolucionarios locales en
verdaderos soviets, al estilo ruso. El mismo Nin, conocedor de la experiencia
de la revolución de Octubre, atribuiría la existencia de soviets en este país,
a la falta de tradición democrática en la Rusia prerrevolucionaria. En una conferencia en el Principal Palace de Barcelona, celebrada el 25 de Abril de 1937
afirmaba:
"En Rusia no había tradición democrática, ni tradición de organización y
de lucha en el proletariado. Nosotros contamos con ella. Tenemos
sindicatos, partidos, publicaciones, un sistema de democracia obrera. Se
comprende la importancia que tuvieron los soviets. El proletariado no tenía sus
organismos propios. Los soviets fueron una creación espontánea que, en 1905 y
en 1917, adquirieron un carácter completamente político. Nuestro proletariado
tenía ya sus sindicatos, sus partidos, sus organizaciones propias. Por eso los
soviets no han surgido entre nosotros" (313).
La
afirmación de Andreu Nin contiene algunos errores sorprendentes. Tanto los
comités revolucionarios españoles, como los soviets rusos habían surgido de
forma espontánea, a través de las luchas del movimiento obrero y de la crisis
del poder burgués, en países capitalistas atrasados. Tanto la revolución rusa
(1905, 1917), como la española (1936), y lo mismo podríamos decir de la alemana
(1918-1919) crearon sus respectivos organismos de poder (soviets,
comités-gobierno, Räte). Sin embargo, la principal diferencia entre éstos,
residía en las fuerzas políticas que los impulsaban, o que por el contrario, se
oponían a ellos y les cortaban el paso. Los soviets rusos de 1905, sólo pudieron
estructurarse y convertirse en auténticos embriones del poder revolucionario,
en el momento en el que los mencheviques y los socialistas revolucionarios
primero, y los bolcheviques posteriormente, se propusieron impulsarlos. En la
revolución alemana, las diferentes fracciones en las que se encontraba
escindida la socialdemocracia, habían participado en los Räte. En la revolución
española ocurría justamente todo lo contrario:
"Ningún partido ni sindicato se convirtió en el campeón del poder de los
comités-gobierno, ni de su transformación en soviets" (314).
Es erróneo,
por lo tanto, considerar que las estructuras soviéticas eran ajenas a la
revolución española, por el simple hecho de que los comités no acabaran por
transformarse, por generación espontánea, en auténticos soviets. El hecho de
que los comités-gobierno se hubieran convertido en la indiscutible e
indiscutida autoridad en las localidades donde habían sido creados prueba
la naturaleza presoviética de éstos. También es un error, considerar que una de
las causas de la falta de estructuras soviéticas en la revolución española se
debió a la tradición democrática del movimiento y a que éste contara desde
hacía varias décadas con poderosas organizaciones y medios de comunicación. La
tradición democrática del movimiento obrero alemán era una de la más vastas de
toda Europa. Sin embargo los rätes o consejos, adquirieron características
soviéticas mucho más desarrolladas que los comités españoles (estructura
piramidal de abajo a arriba, elección democrática de delegados por la
población...).
Esta
concepción de los comités revolucionarios explica el hecho de que, unos meses
más tarde, el POUM aceptara sin grandes reticencias, su disolución y
sustitución por los nuevos Ayuntamientos, con una composición más o menos
similar. Desde su óptica política, el paso de los comités locales a los
gobiernos municipales, se limitaba casi exclusivamente a un simple cambio de
nombre, y por lo tanto no parecía ser un precio excesivo por su entrada en el
nuevo gobierno de la Generalitat.
Cualquier
intento de transformar a los comités en auténticos organismos de poder, sólo
hubiera podido hacerse a través del enfrentamiento político con el resto de
organizaciones obreras, incluidos los dirigentes de la CNT. Algo que no entraba dentro de su proyecto.
El POUM
criticó algunos aspectos de la experiencia colectivizadora, que consideró
negativos para la supervivencia de la obra revolucionaria. La falta de
planificación y coordinación de la nueva economía había provocado
el surgimiento de lo que Andrade vino a denominar, como "capitalismo
sindical" (315). Muchas de las empresas que habían sido expropiadas
fueron consideradas como mera propiedad privada de los trabajadores de éstas, y
no como propiedad social. La existencia de estas desviaciones, sino eran
corregidas a tiempo, ponían los cimientos para la restauración del viejo
sistema capitalista que habían intentado abolir.
Las
colectivizaciones tenían además, otros dos grandes talones de Aquiles: El poder
revolucionario se había extendido en el campo económico, pero había evitado el
político. La limitación reflejaba la actitud que mantenían las organizaciones
obreras mayoritarias frente a la cuestión del poder. La CNT lo hacía en nombre de sus tradicionales principios antiestatales y las organizaciones que
formaban parte del Frente Popular, en el de la "unidad antifascista"
que estaba encarnada en el gobierno. La otra gran limitación de la nueva
economía colectivista que percibía y criticaba el POUM era el tradicional
desprecio que el anarcosindicalismo sentía hacia el dinero y la Banca. Esta infravaloración permitiría a las semiderruídas autoridades gubernamentales,
hacerse con el control de los mecanismos financieros, sin encontrar ninguna
resistencia.
El POUM
reclamó la socialización de la economía colectivizada. La alternativa del
"control obrero de los medios de producción", (exigida con
posterioridad por el PSUC, como instrumento político contra el movimiento
colectivista), pretendía evitar la expropiación de las empresas que no eran
propiedad de los sublevados) había sido ampliamente superada por los
trabajadores, al apoderarse de las fábricas y de los centros de trabajo,
para formar las colectivizaciones. Sin embargo, la misma situación exigía que
éstas fuesen superadas por un nuevo sistema económico socializado, más sólido y
coherente.
En el campo,
el programa agrario del POUM mantenía una postura intermedia entre la de la CNT (colectivización y control sindical) y la del PCE (nacionalización y reparto de las
tierras entre los campesinos, libre comercio de sus excedentes). El poumismo se
manifestó partidario de la socialización del campo y del respeto a los pequeños
propietarios. La propiedad de la tierra quedaría en manos de la sociedad, que
estaría representada por el nuevo Estado socialista y por los organismos
económicos que surgirían de él, mientras que a los campesinos se les entregaría
la tierra, en calidad de usufructo, sin posibilidades para poder
venderla o traspasarla a otros. De esta forma se evitaría que pudiera iniciarse
de nuevo el ciclo de la acumulación de propiedades. Los campesinos elegirían
libremente la forma de explotación de la tierra, que más les convendría, con la
única limitación de que en el caso de que su elección fuera la individual, solo
podrían acceder a la tierra que pudiesen trabajar con sus propias manos, o en
unidades familiares.
"Socializar la tierra significa ceder a cada campesino la cantidad de
tierra que familiarmente pueda cultivar y darle la garantía de que mientras la
cultive, los frutos que obtenga le pertenecerán. Lo que no podrá hacer el
campesino es vender o arrendar su parcela, porque volveríamos a caer en el
mismo defecto de antes: la acumulación de la propiedad" (316).
El POUM se
opuso a que la creación de las colectividades pudiera hacerse forzando a
los pequeños propietarios a integrarse en ellas, de forma forzada, por presión
o coacción de las milicias o de los militantes revolucionarios. Esta postura ha
sido juzgada incorrectamente y de forma un tanto simplista por algunos
historiadores libertarios, que han considerado que el POUM y sus milicias se
oponían a las colectivizaciones, o de que no hicieron nada por extenderlas.
"... Pero Durruti era consciente de que si esa fuerza no tomaba en
ella la misma coherencia, sería vulnerable a los ataques de las unidades
milicianas de tipo marxista, ya que incluso las del POUM se mostraban enemigas
de las colectividades" (317).
La prueba
está en que militancia poumista también participó en numerosas
colectivizaciones, especialmente en Lérida, donde estaba ampliamente implantada
(Raimat, Riudoms...).
La relación
con las clases medias, fue contemplada con preocupación, por las
consecuencias negativas que podía tener para la revolución, el hecho de que el
anarcosindicalismo mantuviera una actitud confusa y a veces
contradictoria. La revolución tenía que privar a la pequeña burguesía del poder
político, pero en aras al mantenimiento de su alianza con los trabajadores, sus
propiedades tenían que ser respetadas. La expropiación indiscriminada de las
clases medias, las precipitaría en manos de los adversarios de la revolución y
no haría otra cosa que ponerla en peligro.
El POUM
criticó a las organizaciones obreras tradicionales y en particular a la CNT por haber menospreciado el peso y la importancia de la pequeña burguesía urbana y
agraria. Sin duda alguna, fue esta actitud de temor y menosprecio hacia
las clases medias, la causa de los excesos colectivizadores que fueron llevados
a cabo, durante el período revolucionario.
"Por desgracia en nuestro país, este problema que nos ocupa -la conquista
de las clases medias- no ha sido planteado ni puesto a la orden del día por las
organizaciones obreras. Precisamente por una concepción falsa respecto a la
importancia de esta clase. Puede decirse que una política respecto a la pequeña
burguesía, orientada hasta ella, no ha sido realizada -todo lo más- apuntada
débilmente, y más que como táctica, para atraerla en tanto que clase, que es lo
que interesa, para conquistar individualmente a algunos elementos pequeño
burgueses... No ha habido una política estudiada y justamente orientada hacia las
clases medias. No la ha habido porque se ha quitado importancia a este
problema..." (318).
La postura
del POUM pretendía huir de las posiciones extremas. La del anarcosindicalismo
que rechazaba a la pequeña burguesía en nombre de una intransigencia
supuestamente revolucionaria, y que tendía a identificar a los pequeños
propietarios con los verdaderos adversarios del movimiento revolucionario, los
grandes capitalistas y los propietarios latifundistas del campo. Y la postura
sustentada por los partidos socialista y comunista, que entregaba la dirección
política de la revolución a las organizaciones republicanas de la pequeña
burguesía, y por medio de ellas, a los intereses de los grandes capitalistas.
El poumismo
defendió una política de respeto de las clases medias. La supervivencia
de la revolución dependía en gran parte de demostrar que los intereses de
la pequeña burguesía no se encontraban en peligro por el avance de la
revolución obrera, sino todo lo contrario, que solo ésta, podía preservarla de
la ruina a la que la condenaba de forma creciente, el capitalismo.
"Hacer comprender a la pequeña burguesía que la solución a sus problemas y
la satisfacción a sus necesidades, el orden y la <<paz social>> a
lo cual aspira, solo puede lograrse mediante un cambio de la actual estructura
económica... que la clase obrera no aspira a emanciparse a su costa, sino
emanciparla a ella misma, librarla del sometimiento en que actualmente se
encuentra respecto al gran capital" (319).
Era
fundamental atraerse a la pequeña burguesía hacia el movimiento revolucionario,
si éste pretendía triunfar. La aplicación de esta línea política privaría a sus
adversarios de las bases sociales en las que pretendían apoyarse, transformado
la revolución en una situación irreversible.
Los excesos
colectivizadores contra los pequeños propietarios eran comprensibles en los
primeros momentos de la revolución. Pero no era posible convertir esta práctica
en parte del plan general, sin correr el peligro de socavar la misma
revolución.
"...El paso al socialismo no puede hacerse de esa manera súbita y brusca,
anulando las etapas intermedias que es preciso atravesar y realizar. Por eso la
clase obrera en el Poder no puede precipitarse a una socialización total y
absoluta, sino por el contrario, socializar las ramas más fundamentales y que
resulten socializables desde un primer momento" (320).
Sin ninguna
duda, la actitud del POUM hacia las clases medias fue mucho más inteligente que
la de la CNT. Por este motivo, y durante los primeros meses de la revolución,
algunos sectores de la pequeña burguesía iniciaron su aproximación hacia el
poumismo, esperando que éste los defendiera de los excesos de los sectores más
exaltados del anarcosindicliasmo. Sin embargo, su actitud seguidista frente a la CNT, en contraste con la intransigencia del PSUC, partidario de una política moderada,
permitió que fuera este último el que acabara capitalizando el descrédito de
ERC.
El POUM se
manifestó partidario de una mayor centralización y disciplina de las milicias.
Era necesario convertirlas en un verdadero Ejército Rojo, que mejorase la
eficacia militar de los combatientes frente al enemigo, con el menor coste de
hombres y de tiempo posible.
Tanto el
POUM como el PCE se declararon partidarios de la construcción de un Ejército
Rojo, al estilo de los bolcheviques. La diferencia entre ambas organizaciones
residía en la clase de ejército que consideraban adecuado a la naturaleza de la
revolución que se estaba desarrollando. El PCE y el PSUC, fieles a la
caracterización democrático-burguesa de la revolución española, adoptaron la
estructura del mítico Ejército Rojo, pero adaptándola a un ejército clásico, de
naturaleza similar al que acababa de sublevarse (apoliticismo, desaparición de
los comités de milicianos, prohibición del derecho de expresión y de
organización en sus filas, mandos claramente diferenciados de la tropa,
recuperación del viejo Código de Justicia Militar...). El poumismo, al definir
la revolución como "democrático-socialista" se mostraba partidario de
convertir a las milicias en un verdadero ejército regular, pero sin que
éste perdiera las características revolucionarias y clasistas (democracia
interna, igualitarismo entre los mandos y la tropa ...). El POUM llamó a la
formación de comités de guardias y de milicianos, que deberían encargarse
de velar por el mantenimiento del orden revolucionario en el seno del nuevo
ejército.
3.12 CONCLUSIONES SOBRE LAS DIFERENTES ACTITUDES POLÍTICAS EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
La
naturaleza socialista de la revolución española quedó ampliamente
demostrada por el carácter espontáneo del movimiento que la protagonizó y por
el alcance y sentido de las conquistas sociales que llevaron a cabo los
trabajadores en el campo y en la ciudad.
"El dilema real que ésta implicaba no era el de instauración de una
dictadura contrarrvolucionaria o consolidación de la república parlamentaria
democrático-burguesa, sino dictadura contrarrevolucionaria o revolución
proletaria , aunque sólo fuera por la simple razón de que la única fuerza capaz
de impedir la dictadura contrarrevolucionaria no tenía la más mínima intención
de sostener después la república parlamentaria democrático-burguesa"
(321).
A estas
alturas del debate histórico, la tesis de que la revolución española fue tan
solo una "revolución democrático burguesa" queda, no solo en
entredicho, sino que no resiste un análisis serio. Si la revolución que estaba
en marcha se hubiera limitado a ser "democrática" y
"burguesa", la República no se habría hundido, con más pena que
gloria; ni su caída habría dado lugar a la multitud de organismos
revolucionarios locales que se desarrollaron por todo el territorio donde los
sublevados habían sido derrotados y que se constituyeron en el único poder en
las localidades donde aparecieron, sin que mediara en ello,
partido o sindicato alguno.
"La democracia burguesa se descompone... el simple hecho de que pueda
darse una insurrección fascista contra la democracia burguesa, es un síntoma de
que sus días están contados" (322).
La facilidad
con la que el poder republicano desapareció del mapa político; el hecho de que
los escasos cuerpos militares y policiales que fueron fieles a la República, se hubieran descompuesto al entrar en contacto con las masas revolucionarias, con
la facilidad con la que lo hicieron; la actitud de los trabajadores al
ignorar a las desprestigiadas autoridades gubernamentales y al cumplir con sus
propios métodos extraparlamentarios, sus reivindicaciones históricas...
Podríamos encontrar muchísimos más ejemplos que nos demostrarían el agotamiento
histórico de las instituciones republicanas, que apenas cinco años antes,
habían sido recibidas con gran entusiasmo por la mayor parte de las clases
sociales españolas.
Algunos
historiadores, cercanos a las posiciones que adoptaron los partidarios del
Frente Popular y de la "democracia contra el fascismo" han llegado a
insinuar tímidamente la caducidad de la República, y por consiguiente, también lo han hecho sobre la verdadera naturaleza de la revolución española.
"...El aplastamiento del golpe militar y la defensa democrática habían de
comportar, en principio, el fortalecimiento de las instituciones republicanas y
la legitimidad del gobierno de la Generalitat, PERO, CONTRARIAMENTE, COMO SI FUESE UNA LEGITIMIDAD FICTICIA, la Esquerra y su gobierno quedaron rodeados en medio de dos enemigos irreconciliables, de los cuales, el ganador,
derrotaba al mismo tiempo, a un árbitro sin capacidad para hacerse
respetar" (323).
La aparente
paradoja que descubre Miquel Caminal, no era tal. La República se había hundido porque había agotado su capital político, las ilusiones de los
sectores más pobres de la población. Y la desaparición de las ilusiones
democráticas de los trabajadores también implicaba el final del apoyo que la
burguesía había prestado al proyecto republicano, cinco años antes. Poco
quedaba para hacerse respetar.
Los
historiadores anarcosindicalistas podrían objetar que el contenido libertario
de la revolución, amparándose en el papel fundamental que jugó la CNT y la FAI en ella. Sin embargo y sin menospreciar sus argumentos, hay que considerar que la
evolución de los acontecimientos históricos demuestra todo lo contrario.
La
revolución española no evolucionó según los cánones que había defendido
tradicionalmente la CNT. Por el contrario, el anarcosindicalismo chocó y
fracasó frente a una contradicción que afectaba a una de las piedras angulares
de su edificio ideológico: el poder. Mientras los cuadros dirigentes de la CNT renunciaban a tomarlo, escudándose aparentemente en sus principios tradicionales (lo que
no les impidió violarlos al integrarse en los gobiernos de la República y de la Generalitat), sus propias bases, eran protagonistas de un fenómeno
relacionado con el poder. La autoridad de la República fue sustituida por una miríada de comités que se comportaron, a nivel local, como
verdaderos miniestados revolucionarios, y donde los militantes de base de la CNT, jugaron un papel fundamental en su formación y desarrollo.
La evolución
que tomó la dualidad de poderes, abierta con el inicio de la guerra civil, nos
lleva a la conclusión de que el declive del poder revolucionario de los comités
y de las colectivizaciones se dio por la incapacidad de éstos, para
estructurarse como el nuevo poder a nivel estatal. Los comités revolucionarios,
raramente se coordinaron más allá de niveles comarcales. El obstáculo
insalvable contra el que se estrellaron los comités, fue la negativa, por parte
de las todas las organizaciones obreras, a llegar hasta el final, construyendo
un nuevo poder que sustituyera definitivamente a la República. Este contraste entre la acción espontánea de los trabajadores y la moderación
política de sus direcciones, es una prueba inequívoca del carácter socialista
de la revolución española.
"La teoría marxista que proclama la necesidad de destruir el estado capitalista
y de crear un estado obrero basado en relaciones de producción y distribución
socialistas de las clases productoras, en posesión de los instrumentos de
trabajo, recibió en España, el 19 de julio, la más brillante demostración"
(324).
La
revolución española que partía de la realidad de un país capitalista atrasado
con ciertos resabios semifeudales, legado del subdesarrollo histórico, se
inició solucionando con métodos extraparlamentarios, lo que cinco largos años
de experiencia republicana no habían podido solucionar. El hecho de que gran
parte de las conquistas revolucionarias conseguidas en julio, tuvieran un
carácter democrático y no socialista, reivindicaciones que eran
tradicionales en el seno del movimiento obrero, del campesinado y la pequeña
burguesía, reivindicaciones democráticas que la burguesía española, durante más
de un siglo de "revolución burguesa" se había negado a solucionar,
lejos de desmentir el carácter socialista, no hace otra cosa que
confirmarlo.
Las
reivindicaciones democráticas de la población trabajadora fueron solucionadas
con métodos revolucionarios, que nada tenían que ver con los de la atemorizada
burguesía, y que además fueron llevadas a cabo con la oposición de ésta.
Es la clase
obrera y el campesinado pobre, con sus comités, los que iniciaron el camino de
la revolución, cumpliendo las tareas democráticas que seguían pendientes
(reforma agraria, cuestión nacional, excesivo poder político y económico de la Iglesia, ejército al servicio de la represión interna...). Las mismas colectividades que
durante las primeras semanas no pasaron de ser simples
"cooperativas", al servicio de los trabajadores de las mismas,
por la falta de un programa político que las articulara coherentemente, en un
nuevo sistema económico, tendieron inevitablemente a la socialización y a la
estructuración.
La
revolución que se había iniciado cumpliendo las tareas democráticas más
inmediatas, sintió que solo podía sobrevivir transformándose en socialista. Y
lo hizo adoptando, multitud de formas (colectivizaciones, nacionalizaciones,
control obrero, colectivizaciones agrarias forzosas, voluntarias,
cooperativas...), que expresaban simultáneamente, su fuerza (la gran capacidad
creativa de las clases explotadas, sintiéndose dueñas de su propio destino) y
su debilidad (la falta de un organismo centralizador de la revolución y
la inexistencia de una organización dispuesta a terminar con la dualidad de
poderes para llevarla hacia adelante).
La gran
tragedia de la revolución española era que nadie estaba dispuesto a asumir el
poder, y a llevar la revolución hasta las últimas consecuencias. En este
sentido, la autoridad de los comités locales, aunque fuera de una forma
desarticulada, constituía un serio inconveniente para las líneas políticas de
los distintos grupos. La dualidad de poderes, expresada en Catalunya, en el
seno del Comité Central de Milicias, se expresaría también en la calle, en la
oposición que existió entre la autoridad de los comités revolucionarios y las
organizaciones obreras del Frente Popular, que apoyaban la reconstrucción de
las viejas instituciones gubernamentales.
El Estado
republicano se había hundido, no a causa de la sublevación militar, sino por la
respuesta revolucionaria que los trabajadores habían dado. Sin embargo, los dos
poderes existentes en la zona republicana, el poder revolucionario y el poder
burgués, no se encontraban claramente enfrentados, por lo menos no a un
nivel plenamente consciente, sino que por el contrario, coexistían. Fruto
del acuerdo entre las organizaciones obreras y las instituciones
gubernamentales republicanas, el poder de los comités, se limitó a ignorarlas,
permitiendo que éstas, agazapadas a la sombra de la revolución recuperaran,
poco a poco el poder perdido. Los obreros revolucionarios
armados, sintiéndose dueños de la calle y de los
centros de trabajo, y vencedores de la sublevación, se dedicaron a
organizar el nuevo orden social, ignorando la autoridad del gobierno.
En
Catalunya, el compromiso entre los dirigentes anarcosindicalistas y el
presidente Companys, permitió que la Generalitat apareciera ante
los revolucionarios, no como un adversario político que se preparaba para
recuperar su poder, sino como la fachada "respetable" y
"legal" que adoptaba la revolución, ante las potencias
extranjeras.
Los
comités-gobierno nunca llegaron a convertirse a desarrollarse plenamente como
organismos de poder, a la manera que lo habían hecho los soviets rusos.
No porque fueran elementos extraños a la tradición española, como ha sugerido
la mayor parte de la izquierda y numerosos historiadores estudiosos del
tema (325). Los comités revolucionarios locales no adquirieron un carácter
soviético, porque no existió ninguna organización obrera, dispuesta a trabajar
políticamente para que se diera esta transformación.
"¿Cómo se puede pretender que los obreros españoles no habían construido
soviets? habían construido comités por todas partes, y estos comités habían
tomado la industria en sus manos. No hacía falta más que unificarlos,
desarrollarlos, y se hubiera construido el soviet de Barcelona" (326).
Desde el
momento de su formación, los comités representaron la voluntad revolucionaria
de los sectores más concienciados y organizados de los trabajadores. Sin
embargo, el grado de democratización de los comités fue muy heterogéneo y varió
según la zona y la correlación de fuerzas que existió en su seno. El
menosprecio de las organizaciones obreras impidió el desarrollo de su
homogeneidad. Pese a la capacidad creadora demostrada por los trabajadores y
por los militantes revolucionarios, los comités no podían superar
espontáneamente el obstáculo que significaba el hecho de que ninguna de sus
organizaciones estuviera dispuesta a organizarlos y a estructurarlos, con la
perspectiva de convertirlos en la base de un nuevo estado o poder
revolucionario.
Socialistas
y comunistas consideraban que los comités eran organizaciones provisionales,
que habían llenado el hueco dejado, en los primeros momentos, por el
derrumbe del Estado republicano. Sin embargo, los comités
debían limitarse a mantener el orden interno y organizar la defensa
contra los sublevados, para dejar paso al poder restaurado de la República. Anarcosindicalistas y poumistas, los consideraron como simples organismos de
frente único entre las diferentes organizaciones obreras, mientras que el
auténtico canal de expresión de la voluntad de las masas revolucionarias debían
las centrales sindicales y los partidos.
Ambas
opiniones condenaban a los comités, por diferentes caminos, al no desarrollo
político, y por lo tanto, a su decadencia y a su extinción final.
A diferencia
de las dos revoluciones rusas y de la alemana, los comités gobierno españoles
no contaron con ninguna organización dispuesta a organizarlos y a
democratizarlos.
Los soviets
rusos de 1905 y 1917 contaron con el apoyo de todas las organizaciones
izquierdistas, incluidas las más reformistas. En la revolución alemana,
socialdemócratas, socialdemócratas independientes y espartaquistas,
coexistieron en el seno de los Räte, con orientaciones distintas.
La
participación en la revolución rusa y alemana de las organizaciones obreras más
reformistas, no significa, en modo alguno, que éstas apoyasen la transformación
de los soviets o Räte, de organismos de frente único, a órganos del poder
revolucionario. Por el contrario, aspiraban a convertirlos en soportes
"populares" de los viejos poderes establecidos. El ejemplo más
significativo de esta actitud dual de las organizaciones reformistas, la
encontramos en Friedrich Ebert, que fue simultáneamente, canciller del
Reich (el poder burgués) y presidente del consejo de los comisarios del pueblo
(el poder obrero).
La
participación de la izquierda en los consejos los potenció, hasta
convertirlos en una auténtica alternativa frente a las instituciones
gubernamentales tradicionales.
Sin embargo,
ninguna de estas características se dio en la revolución española. Aunque los
comités revolucionarios se habían formado espontáneamente, por la
acción de la militancia de las organizaciones obreras, sus direcciones
políticas mantuvieron una actitud que fue, desde la incomprensión más absoluta
de su naturaleza hasta la franca hostilidad. Este fue uno de los rasgos más
peculiares y significativos de la revolución española, la absoluta
espontaneidad que existió en la aparición de los comités-gobierno.
Es más que
probable, que la experiencia de lo que habían sido los soviets rusos y los Räte
alemanes, pesara en las actitudes que adoptaron las organizaciones obreras en
España. Especialmente en lo que se refiere a las que mantuvieron una actitud
hostil: las organizaciones obreras que estaban adheridas al Frente Popular.
"¿Porqué, pregunto, no han sido creados soviets propiamente dichos (como
en Asturias en 1934), constituidos con diputados elegidos democráticamente por
los obreros en las fábricas? porque estamos dedicados a los problemas de orden
militar, es la respuesta, que no me suena muy convincente... quizás el PSUC
desea que las cuestiones militares reciban plena atención, pero es obvio que
esto no interesa a la CNT. Quedo limitado a mis deducciones. Es la CNT quien está en posición de decidir si deben o no crearse soviets. Si no los hay, es
probablemente porque la CNT no los quiere, si los quisiera, la UGT no podría impedírselo. Y deduzco que la actitud de la CNT se explica quizás por el hecho de que mantiene el control de las fábricas a través de sus poderosas
organizaciones sindicales y unas elecciones de tipo soviético no contribuirían
en nada a su poder, sino que inevitablemente, darían a los demás partidos, la
oportunidad de probar su fuerza en las fábricas" (327).
La
potenciación de los comités no podía hacer otra cosa que poner en peligro la
alianza que se había formado entre todas las organizaciones obreras, incluido
el anarcosindicalismo y el poumismo, con los republicanos.
El debate
sobre "Guerra o revolución", es decir, sobre si antes se debía ganar
la guerra, o no, para hacer después la revolución era en realidad, una polémica
falsa. Todas las organizaciones obreras, desde diferentes ángulos, se mostraron
partidarias de ganar primero la guerra. Ninguna de ellas defendió de
forma coherente y en la práctica, la necesidad de convertir la
guerra y la revolución, en una misma cosa: "la guerra revolucionaria"
(328).
Rudolf de
Jong, diferencia cuatro actitudes diferentes entre las distintas fuerzas
políticas que componían el campo republicano:
1. Los partidarios de salvar la revolución, ganando primero la guerra, para
continuarla después, una vez desembarazados del principal enemigo, los
militares sublevados (los libertarios y el POUM). Mientras la situación
perdurara era necesario salvar al máximo las conquistas revolucionarias. La
incompatibilidad entre éstas y el mantenimiento de la alianza con el Frente
Popular los arrastraría, en detrimento de las primeras, hacia la liquidación de
la revolución.
2. Los que consideraban que era necesario terminar con la revolución y
restaurar el estado republicano-burgués para poder "terminar" la
guerra. La palabra utilizada "terminar", es fundamental
para poder comprender la actitud de los republicanos. Los partidarios de
esta opción se manifestaron muy pronto por la negociación con los sublevados.
La negociación hubiera significado el fin de la guerra y también de la
revolución. El problema de los republicanos era que, completamente barridos de
la escena política, eran incapaces de imponer su política. Ni la revolución, ni
la reacción, enfrentadas a muerte, estaban dispuestas a ceder.
3. Utilizar la guerra para destruir la revolución y ganar el poder (de Jong
sitúa en esta posición al PCE y al PSUC). Sin embargo y como ya hemos explicado
en capítulos anteriores, el objetivo del poder, está más que cuestionado.
Stalin no estaba dispuesto a que el PCE-PSUC pudieran llegar al poder. La
sección española de la Komintern no era más que un peón en el tablero de
ajedrez de las alianzas internacionales. Un peón que estaba dispuesto a
sacrificar en el momento oportuno, para alcanzar sus principales objetivos
políticos: evitar a toda costa el aislamiento de la URSS y la posible alianza entre las potencias capitalistas democráticas y fascistas.
4. Finalmente, Rudolf de Jong, sitúa a las diferentes fracciones del Partido
Socialista, que nunca llegaron a mantener una postura homogénea. Cada tendencia
socialista hacía suya, cualquiera de las tres posiciones citadas anteriormente.
Largo Caballero, mantenía una posición ambigua, y coqueteaba con los
libertarios. Prieto coincidía por completo con los republicanos (lo que le
valió en numerosas ocasiones, la acusación de derrotista). Alvarez del Vayo,
estaba próximo a las tesis comunistas (329).
El debate real era otro muy distinto. Las fracciones socialistas de derecha y
el Partido Comunista se mostraron partidarios de hacer retroceder a la
revolución hasta el punto de que ésta no rebasase, ni pusiese en peligro, el
proyecto republicano. Esto equivalía a pretender su liquidación (los
calificativos de "democracia de nuevo tipo" o "República social
avanzada" no eran más que formas para adornar la idea de mantener la República burguesa, objetivo que chocaba con los deseos de la militancia).
La aspiración de los libertarios, y de una forma más ambigua, de la Izquierda Socialista, era otra muy distinta. Había que mantener la dualidad de poderes,
aplazar su desenlace hasta el final de la guerra, manteniendo mientras tanto,
la imagen de respetabilidad y de legalidad republicana, frente a las potencias
democráticas, pero conservando en las mejores condiciones posibles, las
conquistas revolucionarias logradas.
"Nada de comunismo libertario, primero hay que aplastar al enemigo
dondequiera que esté" (330).
Sin embargo,
y a pesar de las pruebas de moderación política demostradas por la
dirección cenetista, las bases continuaban empeñadas en llevar a cabo la revolución,
con el consentimiento, o sin él, de sus dirigentes. Fueron las iniciativas de
los militantes de la CNT, la que acabaron por arrastrar a los desconcertados
dirigentes. Con esta situación de hechos consumados, los líderes libertarios
tuvieron que desarrollar una política contradictoria: colaborar con el Frente
Popular que pretendía restaurar la República, apoyándose en el poderoso movimiento revolucionario que se estaba desarrollando y que objetivamente era
incompatible con los restos del viejo estado.
Sin embargo,
la unidad política tenía un precio, que los adversarios políticos de la
revolución estaban dispuestos a cobrar. En aras de la "unidad
antifascista" la CNT tendría que aceptar, poco a poco, la liquidación de
las conquistas de Julio, provocando la desmoralización de sus bases y la
liquidación, no deseada, de la revolución.
La
pretensión de mantener la situación revolucionaria, apoyándose en el inmenso
poder que la CNT había adquirido en la calle, se rebeló pronto como una
ilusión, de desastrosas consecuencias. La influencia conseguida sólo podía
mantenerse consolidando el poder adquirido, organizando a los comités locales
en una auténtica estructura de poder, articulándolos en torno a un programa
político que diera satisfacción a las reivindicaciones históricas de los
trabajadores y del resto de las clases populares. Era necesario acabar,
de una vez por todas, con los restos moribundos de las instituciones
republicanas, que habían sido incapaces, tanto de realizar una "revolución
democrática", como de prevenir la sublevación militar. De otra forma los
partidarios de la restauración republicana, irían recuperando paulatinamente el
poder perdido, amparándose en la actitud vacilante de los dirigentes anarcosindicalistas.
La situación
que la CNT pretendía mantener hasta el final de la guerra, se manifestaba
altamente inestable. La dualidad de poderes evolucionaba rápidamente hacia uno
de los dos extremos políticos, sin que los dirigentes de la CNT pudieran hacer nada para evitarlo. Cada paso que daban sus adversarios, en la
reconstrucción del viejo orden, chocaba con la resistencia de los comités y de
los sectores revolucionarios de la población.
Los
dirigentes libertarios, con su pretensión de mantener la situación y evitar que
ésta derivara hacia ninguno de los dos extremos, tenían que ceder cada vez más,
para preservar el compromiso con sus aliados forzosos.
El POUM
aunque defendía la necesidad de avanzar hacia la instauración del socialismo y
la dictadura del proletariado, en la práctica acabaría dejándose arrastrar por
el enorme peso del anarcosindicalismo, negándose a separarse de su sombra
protectora.
Incapaz la
revolución española de ir más allá de donde había llegado espontáneamente,
inició su decadencia. La guerra revolucionaria se reveló como un proyecto
imposible, al no ser defendida por ninguna organización, y dió paso, cada vez
más, a una guerra tradicional. Una vez perdido el contenido social revolucionario,
la guerra se decantaría inevitablemente, hacia el lado militarmente más fuerte,
el ejército de Franco.
Ante la
comisión Dewey, León Trotsky, el creador del Ejército Rojo, reflexionó, a
partir de sus experiencias en la guerra civil rusa, sobre cuales eran las
verdaderas claves que iban a decidir la derrota o la victoria de la
revolución española:
"Durante los tres años que ha durado nuestra guerra civil, la superioridad
del arte y de la técnica militares estaba con frecuencia del lado del enemigo,
pero, finalmente, fue el programa bolchevique el que consiguió el triunfo. El
obrero sabía muy bien por lo que se batía. El campesinado dudó largo tiempo,
pero habiendo comparado por experiencia ambos regímenes, sostuvo finalmente el
campo bolchevique".
"En la guerra civil, incomparablemente más dura que una guerra ordinaria,
la política domina la estrategia...".
"Las reformas sociales audaces representan el arma más potente en la
guerra civil y la condición fundamental de la victoria sobre el fascismo"
(331).
El declive
revolucionario, consecuencia de la liquidación de las conquistas
sociales conseguidas, arrastró tras de si a todo el campo republicano,
incapaz de recuperar el entusiasmo inicial. De forma trágica, la derrota
republicana demostraría que, revolución social y guerra, iban inevitablemente
unidas.
"Según la opinión coincidente de testigos presenciales extranjeros y de
numerosos dirigentes sindicales, la disposición a la acción y al sacrificio de
los obreros (sindicalmente organizados) -elemento éste imposible de medir
cuantitativamente, pero en cualquier caso decisivo para un desenlace victorioso
de la guerra- cedió en la misma medida en que los objetivos bélicos del
gobierno republicano perdían el contenido social del programa auspiciado por
los trabajadores... En el curso de la guerra civil esto generó... una creciente
desilusión e indiferencia cuyas consecuencias sobre el esfuerzo militar no cabe
infravalorar." (332).
El POUM,
repitiendo el viejo esquema maurinista, consideraba a las Juntas, como las
herederas de las viejas Alianzas Obreras de 1934. La concepción
anarcosindicalista de la revolución había arraigado profundamente en la
orientación del POUM. También para ellos, la democracia obrera y las
aspiraciones de los trabajadores se transmitía a través de las organizaciones
obreras que integraban las Juntas, especialmente los sindicatos mayoritarios
como eran la CNT y UGT. Convertir las Juntas y los comités en verdaderos
soviets era pretender introducir un cuerpo extraño en la revolución
española que no podía prosperar. Andreu Nin consideraba que los soviets rusos
de 1917 aparecieron para llenar el vacío que ocasionaba la falta de tradición
democrática del movimiento obrero en aquel país (debilidad de las
organizaciones obreras de masas). En cambio, para Nin, España contaba con una
gran tradición democrática del movimiento obrero que estaba concretada en la
existencia de dos poderosos sindicatos obreros, la UGT y la CNT. (134).
4. EL COMITE CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA
4.1 ORÍGENES Y FORMACIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE
CATALUNYA
El pacto
acordado entre Companys y los portavoces de la CNT, por el que los anarcosindicalistas renunciaban a aprovechar su indiscutible triunfo para tomar el poder, y
que permitía al primero, continuar en su puesto de presidente de la Generalitat de Catalunya, tuvo como consecuencia, la formación de un nuevo organismo de
colaboración entre ambas partes, las organizaciones afectas al Front
d'Esquerres (El Frente Popular en Catalunya) y la CNT, la FAI y el POUM. Este organismo, concebido de forma muy distinta por ambas partes, se
constituyó rápidamente en el único poder con autoridad en toda Catalunya.
Las
versiones sobre los orígenes y las circunstancias que se dieron, en los
momentos de formación del Comité Central son variadas y confusas. Al parecer,
el acuerdo no fue bien recibido por algunos sectores del Frente Popular, en
particular por el recién formado Partido Socialista Unificado de Catalunya,
que adoptó una postura beligerante ante el "inesperado"
triunfo anarcosindicalista en toda Catalunya, y se mostró partidario de
reforzar al máximo el gobierno de la Generalitat de Catalunya, organizando rápidamente una fuerza militar, a su servicio.
"Comorera propuso la creación de oficial de las milicias de la Generalitat en una reunión del Frente Popular con el presidente, el 21 de julio (asistieron
Comorera (USC), Valdés (PCC), Vidiella (PSOE), Cussó (PCP), Peypoch (AC) y
Faustino Bellvé (ERC)... disuelto el ejército por el gobierno de Madrid, la
debilidad de éste, obligaba a las provincias y a las nacionalidades españolas a
suplir el estado en ruinas y a resolver con sus exclusivos medios los
conflictos que se les planteaban. Aceptose por unanimidad, la propuesta de
Comorera y se le encargó la redacción del oportuno decreto".
"...sin oponerse por la fuerza a lo que sucede, usted, presidente,
debe asegurar un orden revolucionario y prestar apoyo a la formación de
unidades combatientes que dependan de la Generalitat, con el fin de asegurar un frente sólido... pronto dispondremos de una fuerza militar y de un movimiento
obrero-campesino político y de clase recuperado y lo bastamente vigoroso para
defender la economía en la retaguardia y hacer la guerra y no la revolución
que, de momento, no es una meta" (333).
Independientemente de la escasa rigurosidad histórica que reflejan los escritos
de Benavides, (se contradice en el número y nombre de los asistentes a la
reunión, con la versión que se da en "Guerra y revolución" tomo
I, obra colectiva del PCE, (334)), de ellos podemos extraer la división y la
desorientación que había provocado el estallido de la revolución en el seno del
Front d'Esquerres. La postura de Joan Comorera representaba la de la mayor
parte de los grupos que participaban en la reunión, todos salvo Peipoch,
miembro de la minúscula Acció Catalana y Bellvé, que pertenecía al mismo
partido que Companys. El resto de los grupos estaban ya, prácticamente
fusionados en el nuevo PSUC. Sin embargo, la postura de Comorera se estrelló
con la actitud de prudencia que había adoptado el presidente de la Generalitat, consciente éste, de que cualquier precipitación podría ser considerada
como una provocación por los verdaderos triunfadores de las jornadas y
desembocar en la liquidación definitiva de la Generalitat y del Front d'Esquerres.
La CNT y la FAI, eran los auténticos e indiscutibles dueños de la situación, y aunque los
dirigentes anarcosindicalistas habían dado seguridades a Companys de que no
estaban dispuestos a tomar el poder, sus militantes eran los auténticos dueños
de la calle. Las fuerzas militares y policiales que se habían mantenido fieles
a la República y que habían combatido contra los sublevados, estaban en franco
proceso de disolución, en contacto con la marea revolucionaria. Cualquier
acción, por parte de la Generalitat, que no contase con el visto bueno de los
anarcosindicalistas podía ser considerada una maniobra hostil.
"Era prácticamente imposible restablecer la disciplina general y la de
nuestras fuerzas de Orden Público y hasta la de la guardia civil, que
embriagadas por el entusiasmo, se habían contagiado del ambiente y en mangas de
camisa tripulaban también los camiones abanderados y con carteles de las
organizaciones, entre las cuales predominaban las inscripciones
<<CNT-FAI>>", (335).
Por otro
lado, Lluís Companys era perfectamente consciente del escaso poder de
convocatoria que su gobierno y el Front d'Esquerres, tenían en aquellos
momentos de euforia revolucionaria.
El
presidente de la Generalitat se mostró partidario de extremar la prudencia y de
ganar tiempo para aprovechar la indecisión de la que había hecho gala el
anarquismo y situarse en las mejores condiciones posibles en el camino hacia la
recuperación del poder. Esta actitud, considerada como vacilante fue duramente
criticada por los dirigentes del nuevo partido unificado, defensores de una
política más firme frente a los triunfadores de las jornadas de julio.
"Companys acaba de cometer el error más grave de su vida política. El
recuerdo de los muertos que han expirado con su nombre en los labios, el
tumulto desordenado y patético de los barceloneses y las primeras
manifestaciones de una revolución que, a pesar de su desorden y de su
patetismo, nacía sobria y virtuosa, lo desorientaron. El Presidente sólo fue un
eco del ruido callejero al dirigirse a los anarcosindicalistas que acudieron a
su despacho con la victoria caliente en las manos, como una presa de su
exclusiva pertenencia" (336).
"No se habló más del decreto y Companys aprobó el proyecto de un Comité de
Milicias Antifascistas sugerido por la CNT-FAI y apoyado por el POUM".
"...Se aceptó y ocurrió lo inevitable: desapareció la autoridad del
Gobierno, suplantada por la del Comité Central de Milicias. La dualidad de
poderes dificultaría los trabajos de organización" (337).
Si nos
atenemos a la versión que nos da Manuel D. Benavides, el Comité Central de
Milicias Antifascistas habría sido una propuesta de los anarcosindicalistas,
que habría sido aceptada a regañadientes por Companys y por los
partidarios del Front d'Esquerres. La teoría sobre el origen libertario de la
propuesta ha sido compartida por algunos testimonios políticos de la
época (338).
Sin embargo,
hay muchas otras versiones, que nos parecen mucho más realistas. Cruells
defiende la teoría de que, en realidad, la idea de la formación de un Comité
Central de Milicias Antifascistas, procedió, no de los anarcosindicalistas,
sino del mismo Companys. La posibilidad de que la CNT y la FAI se integraran en un gobierno de coalición, junto al POUM y el resto de las
organizaciones del Front d'Esquerres fue rechazada por los primeros. Cualquier
participación gubernamental de la CNT, en aquellos momentos, era
prematura y chocaba, todavía, con la resistencia ideológica de sus militantes.
"...El presidente Companys cree todavía factible una continuidad del
Frente Popular catalán, en el cual se integrarían los anarquistas, pero éstos
no aceptan esta vieja forma de poder, en la cual ellos quedarían totalmente
diluidos, y aceptan en cambio, la formación de un Comité de Milicias, también
propuesto por el presidente Companys, que tendría como finalidad, orientar toda
la vida de Catalunya, profundamente trastornada a causa de la sublevación
militar...".
"Los anarquistas aceptaron la creación de un Comité Central de Milicias,
<<en tanto que organismo popular que asuma la dirección económica,
militar y política de la vida catalana>>..." (339)
La versión
de Manuel Cruells, compartida por otros muchos historiadores y testimonios de
la época, parece más exacta (340). La misma actitud pasiva de los portavoces de
la CNT, y el desconcierto que reflejó la asamblea decisoria histórica, en la
que el anarcosindicalismo renunció al poder, en contraste con la de Lluís
Companys, que intentaba conseguir un respiro para poder reorganizar las
dispersas fuerzas de la Generalitat, parece avalarlo.
Aunque los
libertarios se habían negado a tomar el poder, la CNT era, de hecho, la dueña de la Catalunya revolucionaria. La opción adoptada de
"colaborar" en el Comité Central de Milicias, les permitía ejercer el
poder, sin necesidad de renunciar a sus principios antiestatalistas y sin
tener que asumir la responsabilidad del mismo.
Por otro
lado, Manuel D. Benavides da una versión errónea, también en otros puntos. No
es cierto que el decreto aceptado por unanimidad por los asistentes a la
reunión de Lluís Companys, con las organizaciones del Front d'Esquerres, por el
cual debían formarse milicias al servicio de la Generalitat no fuese redactado. Los planes del gobierno autónomo catalán, para constituir una
fuerza de milicias, bajo su mando, fueron publicados en forma de tres decretos,
en el Butlletí de la Generalitat, el día 22 de julio. En el primero se
constituían las "milicias ciudadanas por la defensa de la República", que sustituiría al viejo ejército que había protagonizado la sublevación. En
el segundo, se nombraba a Enric Pérez Farràs, como jefe de estas milicias y en
el tercero, se escogía a Lluís Prunés Sató, conseller de la Generalitat, como comisario de Defensa, que sería el encargado de organizarlas.
El problema
no es, como afirma sorprendentemente Manuel D. Benavides, que la presión
de los anarcosindicalistas hiciera que Lluís Companys desestimara la idea, sino
que la situación política, convertía los decretos del gobierno de la
Generalitat, en papel mojado:
"Un intento que de hecho, no pasó del papel oficial de la Generalitat, ya que los anarquistas reaccionaron enseguida en contra" (341)
Paralelamente, la propuesta de Lluís Companys, para formar un organismo de
colaboración de los anarcosindicalistas y el POUM, con el gobierno de la Generalitat y las organizaciones del Front d'Esquerres, pretendía anular políticamente
a la CNT, y convertir su triunfo, en una fuerza de apoyo al gobierno autónomo. Con
unas milicias bajo el mando la Generalitat, y un Comité Central de Milicias,
convertido en un apéndice auxiliar de su gobierno, Companys pretendía recuperar
el control de la situación, y por lo tanto del movimiento revolucionario. Sin
embargo el tiempo trabajaba en aquellos momentos, en contra de sus planes. La
revolución que se había iniciado espontáneamente con los combates, iba a
frustrar sus planes.
Lluís
Companys había interpretado erróneamente la renuncia de la CNT al poder, considerándola como una oportunidad histórica para recuperar el control de la
situación. El anarcosindicalismo no iba a dejarse arrebatar el triunfo,
especialmente, cuando la revolución que se había iniciado, espontáneamente,
con los combates, se estaba radicalizando rápidamente y llegaba, cada vez
más, a todos los rincones de Catalunya, creándose comités revolucionarios en la
mayor parte de las localidades y donde las grandes propiedades de la
burguesía estaban siendo incautadas por los trabajadores, sin esperar
órdenes de sus organizaciones.
Junto a los
decretos sobre la formación de las "milicias ciudadanas", la Generalitat publicó otros dos, en los que se convertía al Comité de Milicias, propuesto a los
libertarios, en un simple "Comité de Enlace y dirección de las milicias
ciudadanas", que estaría presidido por un delegado del gobierno autónomo,
designado por el Conseller de Orden Público. En este organismo auxiliar,
estarían integradas todas las organizaciones obreras y antifascistas de Catalunya.
Finalmente, su publicaba otro decreto, por el que se creaban "Comités
locales de Defensa" en todos los pueblos y ciudades de Catalunya, que
estarían supeditados al Comité Central de Milicias.
La realidad
fue muy distinta a los planes y previsiones que había hecho Companys:
"Al empezar la reunión, Lluís Prunés nos apercibió de que, de acuerdo con
el decreto aparecido en el Butlletí Oficial, él y los oficiales mencionados
habían acudido para encauzar la creación de las milicias ciudadanas....Le
interrumpí secamente, diciéndole que los allí reunidos nos encontrábamos
presentes no para tratar de unas milicias ciudadanas de las que no teníamos
conocimiento, sino para organizar el Comité de Milicias Antifascistas de
Catalunya que, en principio, se había acordado en el breve cambio de
impresiones tenido entre los representantes de la CNT y el presidente de la Generalitat, con el sentimiento de los dirigentes de todos los
sectores antifascistas de Catalunya. Y que eso era lo que íbamos a hacer inmediatamente,
para lo cual presentaba un proyecto de constitución y de facultades del
referido comité. Leí el proyecto, que fue escuchado atentamente por todos. Y
como los delegados no habían recibido ningún otro proyecto, no habiendo otro,
fue tomado en consideración el mío y pasó a ser discutido punto por
punto..." (342).
La ficción
republicana en Catalunya, quedaba abortada con un simple gesto de los
representantes anarcosindicalistas. El forcejeo entre ambas partes fue
prácticamente nulo, demostración palpable de que la dualidad de poderes,
instituida por la misma CNT al no tomar las riendas del poder, estaba
claramente decantada hacia uno de los dos extremos, mientras que el otro, el
gobierno de la Generalitat, sobrevivía impotente, privada de cualquier resto de
autoridad. Lluís Companys, en pleno auge revolucionario, solamente tenía dos
opciones posibles: plegarse a las exigencias de los anarcosindicalistas
respecto a que el Comité Central de Milicias se convirtiera en el auténtico
organismo de poder en Catalunya, o presentar su dimisión.
"La presencia en la reunión del día siguiente de delegados sin
personalidad en sus partidos y de nombres apenas conocidos hasta aquel momento,
revelaba sin lugar a dudas que, a espaldas nuestras, todos los partidos y
organizaciones se habían reunido previamente y convenido una tácita
desestimación de la importancia del Comité Central de Milicias Antifascistas.
Por nuestra parte, acudimos los tres designados por el Comité regional de la CNT: Buenaventura Durruti, José Asens y yo; los designados por el Comité Regional de la FAI eran Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán; por Esquerra Republicana de Catalunya,
Artemio Aiguader, Jaime Miravitlles y Juan Pons; por Acció Catalana, Tomás
Fabregas; por Unió de Rabassaires, José Torrens; por el POUM, José Rovira
Canals; por Unió Socialista de Catalunya, José Miret Yuste y por la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio López".
"También comparecieron sin que les prestásemos ninguna atención, los designados
por Companys para hacerse cargo de las diversas jefaturas previstas en su
decreto de milicias ciudadanas: Pérez Farrás, jefe de milicias ciudadanas de
Catalunya, Lluis Prunés y Saltó, comisario de defensa de la Generalidad, y Vicenç Guarner designado por el comisario general de Orden Público"
(343).
El Comité
Central de Milicias estaría compuesto, desde aquel momento, por quince
representantes de los partidos y sindicatos asistentes: cinco
anarcosindicalistas (3 de la CNT y 2 de la FAI), cinco republicanos (3 de ERC, 1 de AC y 1 de UdR), 1 representante del POUM, 1 del recién formado PSUC y 3
de la UGT (que caería rápidamente en la órbita del nuevo partido comunista
catalán). La central sindical ugetista quedó sobrerrepresentada en el nuevo
organismo.
La concesión
que efectuaba el anarcosindicalismo era un guiño político dirigido a la UGT, a la espera de que ésta adoptaría una postura similar en aquellas zonas, donde la CNT era claramente minoritaria. La correlación de fuerzas existente en el seno del Comité,
tenía poco que ver con la que correspondía a la realidad, en toda Catalunya. La
distribución se hacía claramente en detrimento de los libertarios, que
esperaban con ello, conseguir un auténtico frente único de las organizaciones
"antifascistas". La minoría numérica en la que habían
quedado, voluntariamente, los anarquistas, estaba claramente compensada
con su hegemonía en la calle.
Juan García
Oliver, nos llama la atención sobre un elemento revelador, casi nunca
mencionado por los historiadores o por los testimonios de la época. El hecho de
que los representantes de los partidos y sindicatos que habían asistido a
la primera reunión, fuesen cuadros dirigentes de segunda fila en sus
respectivas organizaciones. El detalle, lejos de ser anecdótico, como muy
bien indica el autor de dichas líneas, nos lleva a hacer algunas reflexiones
sobre las actitudes políticas de los diferentes grupos.
Las
organizaciones que pertenecían al Front d'Esquerres, tenían que conocer, a la
perfección, los planes y objetivos que buscaba Companys. El
plan político de la Generalitat, era completar la maniobra, formando un
gobierno de concentración, en el que estarían incluidas todo el arco de
organizaciones que integraban el Frente Popular catalán. Sería pues, en el
nuevo gobierno autónomo, donde se situaría el centro de gravedad del
poder en Catalunya, y desde donde se dictaría la nueva orientación política. El
destino que Companys le daba al Comité Central de Milicias era completamente
secundario y sin importancia política.
Más dudosa
parece, la complicidad del POUM en esta maniobra política de Companys,
así como la actitud que mantuvo esta organización, antes y después de las
jornadas de Julio y de la formación del Comité Central. La postura del
poumismo, parece obedecer a distintos motivos que los del Front d'Esquerres, y
es más atribuible a la profunda desorientación política que atravesaba esta
organización en los primeros momentos de la revolución. El POUM se mantenía a
la expectativa del curso que podían seguir los acontecimientos que estaban
sucediendo.
La propuesta
de Lluís Companys que pretendía neutralizar al triunfante anarcosindicalismo
catalán fracasó estrepitosamente.
La CNT había renunciado a tomar el poder, pero no estaba dispuesta a convertirse en una simple
comparsa de la Generalitat, renunciando a su triunfo. Tras un debate, en el que
parecen haber resaltado las intervenciones de Aiguader y de Juan García Oliver,
se estableció publicar un nuevo decreto por el que se declaraba constituido el
nuevo organismo de poder, en Catalunya.
"Constituido el Comité de Milicias Antifascistas de Catalunya, este
organismo de acuerdo con el decreto publicado por el gobierno de la Generalitat de Catalunya, en el Butlletí Oficial del día de hoy, ha tomado los siguientes
acuerdos, el cumplimiento de los cuales obliga a todos los ciudadanos:"
"Primero. Se establece un orden revolucionario, al mantenimiento del cual
se comprometen todas las organizaciones que integran el Comité".
"Segundo. Para el control y vigilancia, el Comité ha nombrado los equipos
necesarios a fin de hacer cumplir rigurosamente las órdenes que del mismo
emanen. A este objeto, los equipos llevarán la credencial correspondiente que
hará efectiva su personalidad".
"Tercero. Estos equipos serán los únicos acreditados por el Comité. Todo
aquel que actuare al margen será considerado faccioso y sufrirá las sanciones
que determine el Comité".
"Cuarto. Los equipos de noche serán especialmente rigurosos contra
aquellos que alteren el orden revolucionario".
"Quinto. Desde la una hasta las cinco de la madrugada la circulación
quedará limitada a los siguientes elementos:"
"a) Todos los que acrediten pertenecer a cualquiera de las organizaciones
que constituyen el Comité de Milicias".
"b) Las personas que vayan acompañadas de algunos elementos que acrediten
su solvencia moral".
"c) Los que justifiquen el caso de fuerza mayor que los obligue a
salir".
"Sexto. Con el objeto de reclutar los elementos para las Milicias
Antifascistas, las organizaciones que constituyen el Comité quedan autorizadas
para abrir los correspondientes centros de reclutamiento y entrenamiento. Las
condiciones de este reclutamiento serán detalladas en un reglamento
interior".
"Séptimo. El comité espera que, dada la necesidad de constituir un orden
revolucionario para hacer frente a los núcleos fascistas, no tendrá necesidad,
para hacerse obedecer, de recurrir a medidas disciplinarias".
"El comité: (las firmas de los representantes de las organizaciones que
habían asistido a la reunión)"(184).
La nueva
orientación que los líderes anarcosindicalistas le dieron al comité Central y
la formación de las columnas milicianas, bajo su iniciativa, fueron el final de
los sueños de Companys, de reconducir la situación revolucionaria hasta la
recuperación total del poder que acababa de perder.
Definitivamente, el proceso iba a ser mucho más lento e inseguro.
De un
plumazo, el gobierno de la Generalitat quedaba relegado a un segundo plano
político, encargándose de ratificar las órdenes que partirían del Comité
Central. Los representantes enviados por la Generalitat, para hacerse cargo de la formación de las milicias ciudadanas fueron
completamente ignorados, incluido el conseller de Orden Público, Lluis Prunés,
reflejando la situación de total bancarrota política en la que se encontraban
inmersas, las viejas autoridades republicanas, completamente ignoradas por el
movimiento revolucionario que se había adueñado de las calles.
"Aunque el presidente Companys pudo haber concebido el papel del Comité
Central de las Milicias Antifascistas, como el de un organismo auxiliar del
gobierno de la Generalitat, el comité se convirtió inmediatamente en el órgano
ejecutivo de hecho de la región, cuyo poder reposaba, no en el desvencijado
aparato del estado, sino en las milicias revolucionarias y en las patrullas de
policía y en los innumerables comités que surgieron en la región durante los
primeros días de la revolución" (345).
Como muy
bien indica Walther Bernecker, el cruce que se dio entre el proyecto de
Companys, traducido en el conjunto de decretos que fueron publicados en el
Butlletí Oficial de la Generalitat del 23 de Julio, y la realidad muy distinta,
que impusieron los dirigentes anarcosindicalistas, ha dado lugar a una
confusión bastante generalizada entre diversos historiadores, (Bernecker cita a
Broué, Temine y Lorenzo entre otros), la de que el Comité Central de Milicias
fue sancionado por decreto, por el gobierno de la Generalitat (346). Sin embargo, el parecido entre el Comité Central de Companys, y el que se
convirtió en el poder indiscutible en Catalunya, durante los tres primeros
meses de la guerra civil, es inexistente.
La
complejidad de la tarea, que debía llevar a cabo el Comité Central de Milicias,
hizo que, por razones de eficacia, éste se dividiera en departamentos que
jugarían el papel de auténticos ministerios. El nuevo Comité Central pasó a
repartir los cargos y las responsabilidades en el seno del mismo. Los
anarcosindicalistas, verdaderos dueños de la situación, guardaron para si los
puestos más importantes.
Juan García
Oliver ocupó el puesto de jefe del departamento de Guerra, encargado de las
operaciones militares que debería llevar a cabo el nuevo ejército
revolucionario que se estaba formando en aquellos momentos. El departamento
estaba formado por siete miembros (tres militares, el conseller de Guerra
de la Generalitat, y representantes de UGT, ERC y del POUM).
Diego Abad
de Santillán quedó como responsable, dentro de este departamento, de la
formación y reclutamiento de las milicias.
El
rabassaire Josep Torrents dirigiría el departamento de abastecimientos.
Durruti, fue nombrado jefe de Transportes, sin embargo su cargo fue efímero,
pocos días después partía de Barcelona, rumbo a Zaragoza, al mando de la
primera columna de milicianos de la CNT. El departamento de Transportes quedó
en manos de Durán Rosell (UGT) y Alcón (CNT). Aurelio Fernández fue nombrado
responsable del departamento de Seguridad Interior, que organizaría,
entre sus diversas actividades, a las patrullas de control, encargadas de
velar por el nuevo orden revolucionario.
La comisión
de las industrias de guerra, estaría a cargo de Josep Tarradellas. Mientras que
Jaume Miravitlles sería nombrado responsable del departamento de propaganda,
además de ejercer la secretaría administrativa del Comité, que tenía un
carácter simbólico.
La mayor
parte de los nombres de los componentes del Comité Central de Milicias no
eran relevantes, y muchos de ellos serían relevados, durante los meses de
existencia del Comité, por otros miembros de sus propias organizaciones.
Buenaventura Durruti fue sustituido por Marcos-Alcón, Josep Rovira del POUM
primero lo fue por Enric Gironella, y éste, posteriormente, por Julián Gorkin,
Tarradellas, Durán Rosell, Rafael Vidiella y Enric Pérez Farràs, sustituyeron,
durante los meses siguientes, a miembros de sus respectivas organizaciones.
Mientras que Lluís Prunés, Felip Diaz Sandino y los hermanos Guarner,
cumplieron diversas funciones de coordinación con el gobierno de la Generalitat, y también como asesores militares del Comité.
El Comité
Central de Milicias estableció su sede en el Club Náutico de Barcelona, desde
donde empezó a impartir órdenes encaminadas a mantener y consolidar el
precario orden revolucionario que acababa de aparecer. Entre sus actividades
principales, estaba el mantenimiento del orden interno (con el departamento de
seguridad interior y las patrullas de control) y externo (con el departamento
de guerra y la formación de un improvisado ejército de milicianos, que se
dirigieron rápidamente a la conquista de Zaragoza, desde donde los sublevados
parecían amenazar a la Catalunya revolucionaria), la organización de la
economía (contando con el poderoso movimiento de incautación que se estaba
llevando a cabo en aquellos momentos, y con la necesidad de
"reconvertir" una parte de la industria para adecuarla a las
necesidades de la guerra), y la acción legislativa y judicial.
El
funcionamiento interno del Comité Central de Milicias fue, desde los primeros
momentos, completamente improvisado y empírico. Ninguna de las organizaciones
que formaban parte de él, tenía una línea política elaborada para poder
enfrentarse a la infinidad de problemas que suponía la administración de un
nuevo orden revolucionario que todavía no había podido consolidarse.
"La situación era tan caótica...que las reuniones del comité de milicias
se celebraban generalmente a media noche, ya que sus miembros debían
consagrarse, durante el día, a mil tareas diferentes. Los miembros se veían
obligados a reconstruir una administración en plena descomposición, a
garantizar el abastecimiento de Barcelona y el funcionamiento de los servicios
sanitarios, a entrevistarse con los técnicos y a persuadirles para que hiciesen
causa común con los obreros, a reclutar voluntarios para el frente, a mantener
la moral de la población, a impedir las venganzas, los saqueos y las exacciones
que tienen siempre lugar durante los grandes períodos de efervescencia"
(347).
La
estructura del nuevo organismo, desde el que se regulaba toda la vida cotidiana
en Catalunya, estuvo provista de otros muchos servicios que no vamos a detallar
ahora, de forma exhaustiva (educación, estadística, municiones, censura, radio,
prensa, cartografía...).
La gran
complejidad de las múltiples tareas que debía llevar a cabo el nuevo organismo
obligó al Comité Central de Milicias, a dotarse de una complicada red de
comités y de subcomités, que pudiera asegurar el cumplimiento de las funciones
vitales que debían permitir el mantenimiento del orden revolucionario.
A pesar de
la compartimentación del Comité Central de Milicias en departamentos,
responsables éstos, de llevar a cabo una de las tareas que se
consideraban vitales para la nueva sociedad revolucionaria, no debe
considerarse el funcionamiento de éstos, como algo estanco. A menudo el
cumplimiento de una de las tareas exigía la coordinación y el trabajo de
diversos comités. El suministro de alimentos y de productos de primera
necesidad para las milicias, implicaba la participación en la operación del
comité de abastecimientos, y a menudo, también la de las patrullas de control
para las requisas.
Era
necesario sustituir a una vieja administración que se había desmoronado con una
rapidez vertiginosa, formar un improvisado ejército y una policía
revolucionaria que debía asegurar que este nuevo orden no fuera saboteado ni
agredido por sus enemigos, era imprescindible asegurar el mantenimiento de los
intercambios entre el campo y la ciudad y los abastecimientos de materias
primas para la producción, había que dotar a la revolución de una industria de
guerra que Catalunya no poseía.
Toda esta
gigantesca tarea tenía que llevarse a cabo, en las difíciles condiciones de una
guerra que acababa de estallar, y en pleno caos revolucionario, mientras que el
tiempo con el que contaban era aterradoramente escaso.
"Los representantes de la CNT-FAI en el Comité de Milicias tenían que
improvisar continuamente soluciones a problemas inesperados, soluciones nuevas
a problemas también nuevos. Las soluciones no podían ser demoradas
indefinidamente, ni siquiera aplazadas para ser planteadas en la reunión diaria
del Comité de Milicias, por no poder correr el riesgo de las objeciones de un
largo debate ni de los aplazamientos inevitables, si los miembros del Comité de
Milicias hubiesen reclamado la no adopción de acuerdos inmediatos para
consultar a las organizaciones sindicales y partidos que representaban, y que
éstos, a su vez, no adoptasen resoluciones hasta la celebración de asambleas
generales, plenos regionales de sus colectividades. En tales condiciones, el
Comité de Milicias hubiera resultado inoperante, y los problemas lo hubieran
desbordado, orillándolo inevitablemente al fracaso" (348).
Las
condiciones en las que se encontró inmerso el nuevo organismo de poder, iban en
detrimento de los debates y de la coordinación interna. El Comité Central de
Milicias no era, ni podía ser nunca, un organismo parlamentario. Muy
significativos nos parecen los lamentos de Miravitlles, dirigente de ERC,
nombrado secretario del Comité:
"El título significaba muy poco. Mi papel era el de coordinador. Por
desgracia, era poco lo que podía coordinar...".
"Cada secretario hacía más o menos lo que le daba la gana... Fueron muy
pocos los acuerdos que se tomaron en el comité, al que sencillamente se le
presentaban los hechos consumados...".
"Los libertarios controlaban los <<secretariados>> más
importantes, pero en realidad el poder seguía estando en la calle. El comité
funcionaba espontáneamente, enfrentándose con los problemas a medida que iban
surgiendo. Me gustaría poder decir que representaba una nueva forma de
organización a través de la cual las masas podían expresarse: pero no era así.
No era más que un expediente para llenar un hueco. Lamentablemente, no estuvo a
la altura de las exigencias que la historia le hacía..." (349).
El Comité
Central de Milicias Antifascistas había surgido en condiciones
infinitamente más dramáticas que el
Soviet de Petrogrado en 1917, o que los consejos alemanes. Ninguna de las
organizaciones obreras que lo componían estaba mínimamente preparada para los
acontecimientos que se estaban desarrollando a una velocidad vertiginosa. Todas
las organizaciones carecían de un programa estudiado y madurado, que les
permitiera orientarse en aquellas condiciones. El Comité Central de Milicias
había surgido en unos momentos de guerra y de revolución, y difícilmente podía
comportarse según los deseos de Jaume Miravitlles. La queja del dirigente
político de ERC no era más que un lamento por sentirse apartado del poder real.
Las
condiciones en las que había nacido y se desarrollaba el Comité Central de
Milicias, eran un grave factor que se sumaba a la negativa manifiesta de la CNT y del resto de las organizaciones que lo integraban, a que éste se transformase en
un auténtico poder democrático de la revolución, sustituyendo su representación
burocrática (estaba formado por representantes de las direcciones de cada una
de las organizaciones) por delegados revocables, escogidos por los
comités locales que poblaban toda Catalunya.
"El Comité Central de Milicias no alcanzaba ese grado mutilado de
democracia, por elección en el seno de cada organización. Sus componentes
habían sido seleccionados por las direcciones de las organizaciones
respectivas. esto, que al principio era forzado y no
tenía gravedad ninguna, facilitó después la conversión del Comité Central de Milicias
en organismo del Estado burgués. Todos los comités-gobierno de Catalunya
aceptaron sin vacilaciones, la duda era imposible, la autoridad de aquel,
considerándolo justamente el poder supremo de la revolución y convergiendo
espontáneamente hacia él. No se le puede reprochar al Comité Central de
Milicias el no haber sido desde el primer instante una representación
democrática... pero el gobierno revolucionario tiene que saber estructurar, lo
más rápidamente posible, un sistema representativo adecuado al carácter
histórico de la revolución" (350).
El triunfo
sobre los sublevados se había convertido en el triunfo de la CNT. La mayor parte de los trabajadores que habían vencido a la reacción, y que patrullaban
armados por las calles, que procedían a incautarse de los centros de trabajo,
que formaban sus comités, que empezaban a dirigir y a organizar la vida
cotidiana, estaban afiliados a la central sindical libertaria. Companys había
propuesto la formación de un Comité Central y de unas milicias que debían
convertirse en simples apéndices del gobierno de la Generalitat. Sin embargo, el estallido y la profundidad de la revolución había convertido sus
sueños restauracionistas, en ceniza.
La Generalitat estaba a merced de la voluntad de los anarcosindicalistas, y su existencia
dependía de la dirección política que estos tomasen, en el transcurso de los
meses siguientes. Companys, y los partidarios del Front d'Esquerres, no
estaban dispuestos a perder el respiro, que la revolución les había dado.
"El Comité de Milicias fue reconocido como el único poder efectivo en
Catalunya. El gobierno de la Generalitat seguía existiendo y mereciendo nuestro
respeto, pero el pueblo no obedecía más que al poder que se había constituido
en virtud de la victoria y de la revolución, porque la victoria del pueblo era
la revolución económica y social" (351).
"... el Comité de Milicias lo era todo, lo atendía todo, la transformación
de las industrias de paz en industria de guerra, la propaganda, las relaciones
con el gobierno de Madrid, la ayuda a todos los centros de lucha, las
relaciones con Marruecos, el cultivo de las tierras disponibles, la sanidad, la
vigilancia de las costas y fronteras, mil asuntos de lo más dispares.
Pagábamos a los milicianos, a sus familiares, a las viudas de los
combatientes, en una palabra, atendíamos unas cuantas decenas de individuos a
las tareas que a un gobierno le exigían una costosísima burocracia . El Comité
de Milicias era un Ministerio de guerra, un Ministerio del Interior y un
Ministerio de Relaciones Exteriores al mismo tiempo, inspirando organismos
similares en el aspecto económico y en el aspecto cultural. No había expresión
mas legítima del poder del pueblo" (352).
Si el
gobierno de la Generalitat de Catalunya se había convertido en una
sombra de lo que había sido, apenas unas semanas antes, el reflejo de la
correlación de fuerzas existente, en plena situación de dualidad de
poderes solo podía darse en el seno del nuevo organismo que concentraba el
nuevo poder de la revolución: El Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya.
4.2 LA ESTRUCTURACIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE
CATALUNYA.
El cargo de
secretario político del Comité Central de Milicias fue, de hecho, un cargo
puramente simbólico. Jaume Miravitlles, como representante del espectral
gobierno de la Generalitat de Catalunya, tuvo que ejercer dicho cargo, que no
tenía absolutamente ningún poder. El hecho de que un alto cargo del gobierno
autónomo hubiese sido nombrado para este puesto pretendía darle, a los ojos de
la dirección anarcosindicalista, una imagen de "legalidad". La
anécdota era, sin embargo, todo un símbolo. En el seno del Comité Central la
autoridad real estaba en manos del grupo de delegados cenetistas, y entre ellos
destacaba la figura carismática de Juan García Oliver, mientras que el poder
"legal", completamente ficticio, quedaba en manos de Miravitlles. La
simbología reflejaba, sin embargo, la dualidad de poderes existente en aquellos
momentos en la Catalunya revolucionaria, donde el destartalado gobierno de ERC
se mantenía gracias al compromiso al que habían llegado, con el
anarcosindicalismo.
4.2.1 DEPARTAMENTO DE GUERRA
El
departamento de guerra, verdadero motor del Comité Central de Milicias, estaba
compuesto por un secretariado de ocho miembros, bajo la dirección de Juan
García Oliver (3 militares, el Conseller de Guerra de la Generalitat y los representantes de la UGT, de ERC y del POUM). En su seno se crearon
diversas subcomisiones que se encargaron de llevar a cabo, una serie de tareas
determinadas, fundamentales para la formación de un verdadero cuadro de defensa
(formación de milicias, escuela de mandos, industrias de guerra, abastecimiento
y sanidad, planificación de los frentes...).
Diego Abad
de Santillán fue el encargado de la formación de las columnas que se dirigieron
rápidamente a la conquista de Zaragoza y de la zona de Aragón que había
quedado en manos de los sublevados. En la comisión que se encargó de la organización
y estructuración de las milicias, figuraron, además de Abad de Santillán, Sato,
Edo y Ricardo Sanz.
Los
cuarteles, en posesión de los anarcosindicalistas, fueron entregados,
posteriormente, cuando el Comité Central de Milicias aceptó el principio
representativo en su seno, a los diferentes partidos y sindicatos. La
organización de las milicias debía quedar en manos del comité dirigido por Abad
de Santillán, sin embargo, la aparición de las milicias partidarias, limitó las
actividades de esta comisión a la distribución de suministros de armamento y
víveres, a las milicias.
En los
primeros momentos, el cuartel de Pedralbes fue habilitado para convertirse en
el centro neurálgico de las milicias revolucionarias que deberían estar
dirigidas por el Comité Central. Sin embargo, finalmente, solo sirvió para la
organización de las milicias anarcosindicalistas. El resto de las
organizaciones se dedicó a formar sus propias columnas de milicianos, que solo
estarían controladas por ellas mismas. Para estas funciones se distribuyeron
los cuarteles y puestos militares de Barcelona, entre los diferentes partidos y
sindicatos. Montjuich fue ocupado por miembros de ERC; el cuartel de Lepanto
estaba controlado por el POUM; el cuartel del Parque de la Ciudadela, fue ocupado por la UGT, y posteriormente por el PSUC, los anarcosindicalistas se
reservaron los de Pedralbes, Sant Andreu, el de Caballería de Santiago y el de
Ingenieros. El Parque de Artillería y el Cuerpo de Intendencia fueron instalaciones
que fueron utilizadas en común, por todas las organizaciones. Los cuarteles en
manos de sus nuevos ocupantes fueron bautizados con nombres tan significativos
como "Bakunin", "Lenin", "Marx"...
Las
milicias, nacieron por iniciativa de los partidos y de los sindicatos obreros,
para enfrentarse al ejército sublevado, en aquellos lugares donde éste había
triunfado. En Catalunya, las principales inquietudes estuvieron originadas por
la indecisión de las tropas que estaban acantonadas en Valencia y por el
triunfo de los facciosos en Zaragoza, tradicional feudo de la CNT. En Barcelona, el 24 de Julio, partía una primera columna armada, con 3.000 milicianos,
que estaba dirigida por Durruti y asesorada por el comandante Pérez Farrás. En
los días siguientes partieron diversas columnas, correspondientes a la CNT-FAI y al resto de las organizaciones antifascistas de Catalunya. Las milicias,
organizadas a instancias del Comité Central, no estaban, sin embargo, bajo la
disciplina de éste, sino de los partidos y sindicatos que las componían.
A comienzos
del mes de Septiembre, el principal frente bélico de Catalunya, Aragón, contaba
con unos 22.000 milicianos. De ellos, 2.000 correspondían a las fuerzas
voluntarias del PSUC y de la UGT, 3.000 al POUM, 13.000 a las organizaciones anarcosindicalistas y unos 4.000 efectivos pertenecientes a los antiguos
cuerpos policiales republicanos.
Además del
Frente de Aragón, el departamento de guerra tuvo que hacerse cargo de la
vigilancia de las costas catalanas, para prevenir una posible invasión de los
sublevados, que estaban establecidos en el portaaviones natural que constituían
las islas Baleares (salvo Ibiza que había permanecido fiel al gobierno de la
república). La defensa y vigilancia de las costas se estructuró creando dos
comisariados, uno en Gerona, que estuvo dirigido por Francisco Isgleas (CNT) y
otro en Tarragona, al mando de Francisco Oliva (POUM).
Otro de las
importantes tareas con las que tuvo que enfrentarse el departamento de guerra,
fue la formación de nuevos mandos revolucionarios que pudieran dirigir, con la
mayor eficacia posible, el nuevo e improvisado ejército revolucionario.
Los
dirigentes de las columnas de milicianos que habían partido en Julio, rumbo a
Zaragoza, carecían de formación militar en el campo de batalla, y su máxima
experiencia no había pasado de los combates callejeros con la policía, en los
años anteriores al inicio de la guerra y de la revolución: Durruti, Jover,
Ortiza, Rovira, Arquer, Trueba..., La inexperiencia de estos mandos, tuvo que
ser compensada, en las columnas, por la de algunos militares profesionales, de
probada lealtad republicana, aunque con escasas simpatías hacia el movimiento
revolucionario al que tenían que asesorar (los comandantes Pérez Farràs y Pérez
Salas, Escobar...). La organización y coordinación del frente de Aragón,
durante el primer mes de la contienda fue un verdadero caos. La dirección
militar estuvo a cargo de un Comité de guerra, compuesto por doce hombres,
representantes de las diversas columnas. Sin embargo, su autoridad era
"muy ilusoria".
La Escuela de mandos de las Milicias: "La Escuela Popular de guerra" fue creada el 19 de Agosto, apenas un mes después de iniciada la guerra, cuando todo
el mundo ya, adivinaba que la contienda iba a ser larga y sangrienta. La idea
de la creación de una escuela de mandos revolucionarios nació a raíz de una
conversación entre Guarner, Escobar y García Oliver, sobre los problemas más
graves con los que se habían encontrado las milicias en su marcha hacia la
ciudad de Zaragoza.
"El ejército del pueblo que ha surgido de las milicias se ha de organizar
a base de una concepción nueva. Vamos a organizar una escuela militar
revolucionaria en la cual formaremos los cuadros técnicos, que no estarán
calcados de la antigua oficialidad, sino que, como simples técnicos, seguirán,
a más a más, las indicaciones de los oficiales instructores que han demostrado
su fidelidad al pueblo y al proletariado. Esta es la garantía más absoluta que
el fascismo no nos arrollará, porque este fascismo tiene una táctica militar
superior a nuestra buena voluntad, la cual extendida sólo sirve para malgastar
esfuerzos de toda clase y vidas" (353).
La dirección
y organización de la escuela de mandos quedó bajo el mando directo de Juan
García Oliver. En el cuartel "Bakunin" (Pedralbes) donde se habilitó
la escuela de mandos, recibieron una rápida instrucción militar, cerca de 2.000
voluntarios.
Los candidatos
tenían que cumplir el requisito de contar con un pasado y una moral
revolucionarias intachables, además de contar con el aval de una de las
organizaciones que componían el Comité Central de Milicias. La disciplina en el
seno del centro de formación era rígida, tanto para los instructores como para
los alumnos. Sin embargo el funcionamiento estaba exento de castigos, salvo la
expulsión del centro y la comunicación de la falta a la organización política
que había avalado su entrada.
4.2.2 EL DEPARTAMENTO DE INTERIOR.
La formación
de una nueva policía revolucionaria tuvo que ser llevada a cabo por los cuadros
cenetistas a regañadientes. La revolución necesitaba defenderse de sus
enemigos, pero este hecho chocaba con los tradicionales prejuicios del
anarcosindicalismo, que proclamaba su condena absoluta del poder y del
autoritarismo. Algunos historiadores consideran que la iniciativa de la
creación de las patrullas de control, provino de Jaume Miravitlles (354), sin
embargo la afirmación parece más que dudosa. Si los libertarios aceptaron, de
mala gana, la tarea de crear una policía revolucionaria, forzados por la
situación, es mucho más dudoso que Miravitlles, uno de los dirigentes de ERC y
de la Generalitat propusiera el proyecto, cuando sus verdaderos planes eran los
de reconstruir, cuanto antes, los antiguos cuerpos policiales que estaban al
servicio de la Generalitat (355).
"Los jueces, aunque fuesen de la FAI, los policías, aunque perteneciesen a
la CNT, nos eran poco gratos; eran funciones esas que nos causaban un poco de
repugnancia. Por eso no vimos con simpatía tampoco la formación del cuerpo
denominado Patrullas de control. Deseábamos liquidar todos los institutos
coactivos de retaguardia y enviarlos al frente..." (356).
El
anarcosindicalismo copó los puestos claves del departamento de Seguridad
Interior. Aurelio Fernández fue el responsable de las actividades del comité,
mientras que José Asens, quedaba encargado de las "patrullas de control",
que quedaron constituidas el 10 de Agosto. Los responsables del Orden Público
de la Generalitat, Escofet y Guarner, dimitían tres días después de este
hecho, por considerar que habían quedado marginados de la función que les había
encomendado la Generalitat.
Una de las
primeras tareas que tuvo que llevar a cabo el Comité de Seguridad Interior fue
la de velar por el nuevo orden revolucionario y hacer frente a la oleada de
asesinatos y de saqueos que estaba llevando a cabo el lumpenproletariado y
algunos exaltados, que aprovechaban el caos abierto con la nueva situación,
para llevar a cabo sus venganzas personales. El mismo 20 de Julio, las
organizaciones pertenecientes al Comité Central situaron destacamentos de
guardias revolucionarios frente a los bancos, cajas de ahorros y otros lugares
estratégicos para evitar que pudieran ser asaltados.
La nueva
policía revolucionaria se organizó a partir de los militantes de las
organizaciones obreras, su principal función consistió en velar por el
mantenimiento del orden revolucionario, frente a los adversarios de la
revolución. Es Andrade, uno de los máximos dirigentes del POUM, quien nos da
una definición exacta de lo que era y representaba la nueva policía
revolucionaria:
"... ¿Y que son las patrullas de control? pues, sencillamente, una policía
obrera, revolucionaria, una garantía para todos los trabajadores, de que la
contrarrevolución no levantará cabeza en la retaguardia, y de que la revolución
caminará hacia adelante. Las patrullas de control, los grupos de investigación
en Barcelona, son carne de la carne de la clase trabajadora; están integrados
por militantes que, durante años, han soportado todas las arbitrariedades de la
represión capitalista y que, ahora se encuentran al servicio integral de los intereses
revolucionarios del proletariado en el actual movimiento" (357).
Las
patrullas de control estuvieron compuestas, desde el principio, por
destacamentos de todas las organizaciones antifascistas que formaban parte del
Comité Central. El nuevo cuerpo policial revolucionario estuvo integrado
por 700 hombres, en la ciudad de Barcelona, 325 de la CNT, 145 de la UGT, 45 del POUM y 185 de ERC. El número de miembros aumentó hasta
alcanzar una fuerza de 1.100 hombres. El Comité Central de las patrullas estaba
formado por 11 delegados de sección (4 de ellos pertenecientes a la CNT y a la FAI, 3 a la UGT y 4 a ERC). Los delegados de sección se correspondían a su vez a
las 11 circunscripciones en las que había quedado dividida Barcelona para la
actividad de la policía revolucionaria. Aunque el área de actividad se extendía
exclusivamente al área metropolitana de Barcelona, cada ciudad y cada pueblo
formaron sus propias patrullas obreras.
El
Departamento de Seguridad dividió sus tareas en compartimientos especializados
en tareas determinadas. Para las tareas de tipo político se creó un comité de
investigación, que estuvo presidido directamente por Aurelio Fernández, y que
se encargó de la persecución de los colaboradores y simpatizantes de la
sublevación. El comité recibía denuncias, realizaba interrogatorios,
llevaba a cabo sus propias pesquisas y detenciones cuando lo consideraba
conveniente. Las patrullas de control actuaban en estrecha vinculación a este
comité, mientras que extendían también, sus actividades al ámbito de la
delincuencia común.
El Comité de
Seguridad Interior, convertido en un verdadero ministerio del interior, se
encargó también de la vigilancia de las fronteras marítimas y terrestres,
controlando la entrada y salida de mercancías, de bienes y de personas.
"A finales de Agosto, hay en la prensa catalana una fuerte campaña sobre
los problemas del Orden Público. El diario `La Rambla', por ejemplo, embiste contra <<los secuestros, los registros domiciliarios y
los asesinatos>>. Y el `Diario de Barcelona', el mismo día 25 afirmaba:
<<La Generalitat de Catalunya tiene en sus manos la solución de los
problemas internos del orden revolucionario... Las fuerzas de seguridad,
policía y asalto podrían formar, han de formar, la legión gloriosa del honor
revolucionario...>>" (358).
Las
organizaciones pertenecientes al Frente Popular, se convirtieron pronto en
críticos acérrimos de la nueva policía revolucionaria, a la que acusaron de
cometer numerosos excesos en la represión. Las acusaciones contra las patrullas
de control, sin pretender afirmar que no hubo casos en los que hubo un exceso
en su labor represiva, eran del todo interesadas. Mientras se acusaba a la
policía revolucionaria, de contar en sus filas con asesinos e incontrolados,
algunos partidos políticos y sindicatos contaban con su propia policía paralela
y sus propias "comisarías" (chekas), y respondían de sus actividades
solo ante los comités directivos de sus organizaciones. La represión sistemática
contra sus adversarios en el campo republicano, que llevaban a cabo estos
grupos parapoliciales, especialmente los ligados al PSUC, era públicamente
conocida.
Las
patrullas de control fueron ocupando, cada vez más, el espacio de la seguridad
interior, en detrimento de las policías privadas. Sin embargo, éstas siguieron
existiendo, de forma más o menos clandestina, e incluso, algunas de ellas,
adquirieron gran importancia en períodos posteriores de la guerra civil. Los
ataques contra las patrullas de control formaban parte de una vasta
campaña política, que pretendía ir debilitando su imagen ante la población,
para proceder a su supresión y a la restauración de los viejos cuerpos
policiales republicanos que habían quedado casi desmantelados durante las
jornadas de Julio.
A principios
del mes de Febrero de 1937, los efectivos pertenecientes al PSUC y a la UGT abandonaron inesperadamente las patrullas de control. Era necesario debilitarlas, como
paso previo a su disolución. El fracaso del doble poder y la integración de la CNT y del POUM en un nuevo gobierno de la Generalitat, seguida por la inmediata disolución
del Comité Central de Milicias marcó el destino de una policía revolucionaria
que perdía rápidamente su razón de ser, en medio de una revolución que
retrocedía.
4.2.3 EL DEPARTAMENTO DE ABASTOS.
La situación
de Catalunya era precaria. La principal zona industrial de la República carecía de las materias primas más elementales para el funcionamiento de sus
fábricas. Si este déficit no era solucionado, la ventaja industrial con la que
contaba la revolución, quedaría rápidamente neutralizada por la paralización de
la producción y de los centros de trabajo.
"Nos encontramos desde el primer día, ante la penuria alarmante de
materias primas y en una región que escaseaba en minerales, fibras textiles,
carbones. Carecíamos de carbón para la industria y el transporte. El consumo
normal de Catalunya era de cinco a seis mil toneladas diarias, y las únicas minas
que se explotaban de carbones pobres, apenas nos daban, intensificando el
trabajo, trescientas toneladas. en pocos meses hemos hecho llegar esta cifra a
un millar; pero, con todo, la escasez de carbón era una tragedia constante, en
particular de los carbones para la metalurgia. Asturias podía haber cooperado
grandemente, pero uno de sus dirigentes, Amador Fernández, ha respondido a
nuestras propuestas que prefería que el carbón de Asturias quedase en la
bocamina o en el musel, a que fuese a parar a manos de los catalanes; y en
cambio carecía en Asturias de tejidos que a nosotros nos sobraban y de otros
elementos de que nos ofrecíamos a proveerla" (359).
La
precariedad de la que hablamos, no estaba limitada al suministro de materias
primas para el funcionamiento de la industria. Catalunya era especialmente
deficitaria también en productos alimenticios, que habían quedado, en su mayor
parte en las zonas que controlaban los sublevados: Dos terceras partes del
trigo peninsular, la mitad del maíz, el 90% del azúcar, gran parte de la
producción de patatas y también la mayor parte de las regiones ganaderas,
habían quedado en territorio enemigo. A estas graves dificultades, había que
añadir los crecientes obstáculos que iba a producir la guerra, en la
importación de estos productos desde el extranjero.
Las
organizaciones obreras, y con especial peso la CNT, organizaron los comités de abastecimientos de víveres, sustituyendo al comercio privado. Paralizados los
circuitos tradicionales, la tarea de abastecer a una ciudad que contaba
con más un millón de habitantes se convertía en un problema especialmente
grave, que no permitía la más mínima demora. Había que reemplazar los viejos
circuitos, ligados en su mayoría, a la iniciativa privada, a nuevos mecanismos
revolucionarios que suplieran estas funciones.
Los primeros
organismos que se encargaron de la función de distribuir los alimentos entre la
población fueron llamados comités locales de abastecimientos y estuvieron
controlados casi totalmente por los sindicatos de la CNT (especialmente por el Sindicato de la Alimentación). Estos organismos nacieron en los barrios de Barcelona y en numerosas poblaciones de Catalunya, ligados a los
comités revolucionarios. Para conseguir los productos alimenticios necesarios,
a partir del día 22 de Julio, se incautaron las existencias en los almacenes,
comercios y en los mercados centrales de frutas, verduras, pescado y carnes
para proceder a concentrarlos en grandes depósitos, desde donde procedieron a
su distribución.
Equipos
móviles, dependientes de estos comités iniciaron las requisas en las huertas y
en las localidades cercanas a la capital, además de realizar todo tipo de
permutas y de intercambios con los comités de los pueblos, por medio de vales o
recibos que los comerciantes tenían que presentar en la Generalitat, después de que ésta se responsabilizase de los cobros. Fue en estos ámbitos y
especialmente en las barriadas obreras de la capital catalana donde se
organizaron los primeros comedores populares, que se encargaron de
distribuir alimentos entre los combatientes y entre los sectores de la
población más pobre. Los improvisados comedores se establecieron en los
hoteles, en los locales sindicales, e incluso en empresas
que acababan de ser incautadas por los trabajadores.
El Comité de
Abastecimientos, creado el 24 de Julio, fue dirigido por el rabassaire
Torrents. Con este nombramiento, el Comité Central pretendía que fuera un
dirigente de las organizaciones campesinas de Catalunya, el que dirigiese una
de las funciones del Comité Central, en la que eran imprescindibles las buenas
relaciones entre la clase obrera, dueña de las ciudades, y el pequeño y mediano
propietario del campo.
El nuevo
organismo, adjunto al Comité Central de Milicias, se responsabilizó de
centralizar y organizar las actividades dispersas, que habían llevado a cabo en
los primeros momentos, los comités locales y los sindicatos, que estuvieran
relacionadas con la producción, distribución y consumo de alimentos. Fue el
primer organismo que procedió a realizar una política económica de precios.
"El Comité central de Abastos (cuyo origen era el departamento
correspondiente del Comité de Milicias) fue encargado de regularizar y
planificar cuanto concernía a la producción alimenticia y al consumo (tasas,
precios, control de los grandes almacenes, de los depósitos, de los comercios
al por mayor y al detalle, de las cooperativas, de las panaderías, de las
fábricas de comestibles, recolección de trigo en Aragón y en Lérida,
distribución de las mercancías, de los víveres, de los vestidos, compras al
extranjero) y de aprovisionar a las milicias todavía desprovistas de
intendencia, a las Patrullas de Control y a la población (restaurantes, centros
populares, hospitales, etc.)"
(360).
El comité de
abastecimientos fue dirigido por el anarcosindicalismo y estuvo integrado por
un consejero delegado del Ayuntamiento y por
representantes de todas las organizaciones (3 de la CNT, 2 de la FAI, 1 del POUM, 3 de ERC y 1 técnico). Una de las principales misiones, de las
que se encargó el nuevo comité, fue la de proporcionar alimentos y suministros
que aseguraran el mantenimiento de las milicias que avanzaban hacia Zaragoza,
en el frente de Aragón.
Mediante la
labor que llevó a cabo el comité de abastecimiento, durante el mes de Agosto,
fueron alimentadas en Barcelona, 120.000 personas diariamente. La cifra se fue
reduciendo hasta los 30.000 durante el mes de Septiembre, a medida que la
situación se iba normalizando.
Era
necesario detener la ola de confiscaciones que se llevaron a cabo contra
los pequeños comerciantes, en los primeros momentos, sino se quería debilitar a
la misma revolución. Para este fin se prohibieron las requisas
individuales que eran llevadas a cabo por pequeños grupos de
"incontrolados", y se establecieron una serie de grandes almacenes
centrales que se destinaron a suministrar alimentos y productos de primera
necesidad a los milicianos, a las patrullas de control, a los hospitales y a la
población más pobre.
Otra de las
tareas que llevó a cabo el comité de abastos fue la persecución del mercado
negro y del acaparamiento de productos que llevaban a cabo, algunos
comerciantes poco escrupulosos. Para ello se procedió a controlar las
existencias existentes en los grandes almacenes de los mayoristas
de cada ramo. El comercio al por mayor pasó a estar dirigido por los
sindicatos, mientras que los pequeños comerciantes conseguían sus productos,
adquiriéndolos en los sindicatos. De esta forma se controlaba el comercio y
distribución de los productos, y se pretendía combatir el acaparamiento y el
nacimiento del mercado negro.
"Gracias al apoyo de las Patrullas de control y de la Comisión de Investigación, y a los informes de los comités obreros de gestión y de control,
pudo disponer de datos serios y ejercer un control efectivo, castigando con
graves penas las infracciones: lo esencial del abastecimiento de los
milicianos y de los habitantes de las ciudades se aseguró sin una notable
elevación de los precios" (361).
El Comité de
abastecimientos procedió a aplicar una política económica proteccionista.
Para evitar situaciones explosivas, se congelaron los precios que
existían antes del 18 de Julio, para intentar poner freno a la inflación que,
aprovechando las circunstancias, empezaba a dispararse. Para ello fue
necesario fijar los precios de los productos que debían venderse en los
pequeños comercios.
"En las primeras semanas del nuevo régimen revolucionario, sin intentar un
planteamiento de la situación a largo plazo, que desbordaba cualquier previsión
y sobrepasaba las posibilidades de coacción política con las que se podía
contar, se dictaron disposiciones para salir del paso, intentando bloquear los
precios y tasando algunos de los servicios y productos" (362).
Un dato
especialmente significativo de los resultados de la política seguida por
el Comité de Abastos es el de que, durante los dos meses que tuvo de
existencia, los precios aumentaron hasta un 12%, mientras que un año después,
el incremento ascendía ya al 250% y en el mes de Septiembre de 1938, alcanzaba
ya el 500%.
El comité
abolió el dinero en sus transacciones. Los comestibles que llegaban del campo
eran intercambiados por productos manufacturados que habían sido producidos en
la ciudad. Se enviaron a todas las localidades, las listas de los productos
excedentes que estaban depositados en los almacenes de Barcelona, listos para
ser cambiados por productos de primera necesidad.
Las
operaciones comerciales que llevó a cabo el comité de abastecimiento no sólo
fueron en el ámbito de Catalunya, sino que frecuentemente se realizaron con
Aragón, e incluso con Andalucía. La fundación del Comité de abastos, y la
estructuración de su labor lo llevó a chocar con los comités revolucionarios de
barriada, que habían sido los primeros organismos que habían procedido a
asegurar el control y la distribución de víveres entre la población. Los
comités cedieron al nuevo departamento del Comité Central el control de los
almacenes que se encontraban en su poder.
4.2.4 LA COMISION DE INDUSTRIAS DE GUERRA
En el
período anterior a la contienda, Catalunya no contaba con ninguna industria
bélica en su territorio. Razones políticas e históricas habían alejado de
la zona más industrial del país, cualquier tipo de industria de armamento. Era
necesario llevar a cabo esta tarea en un tiempo peligrosamente escaso, sino se
quería caer en el colapso total de su defensa.
El 7 de
Agosto, se constituyó, por iniciativa del departamento de guerra, la Comisión de Industrias de guerra de Catalunya. A pesar de todo, apenas acabados los últimos
combates en las calles de Barcelona, la iniciativa espontánea de los obreros
revolucionarios había procedido a dotar a las columnas milicianas que se
estaban formando para dirigirse hacia Zaragoza, de los primeros camiones
blindados. El 21 de Julio, el sindicato de la Metalurgia de la CNT, de acuerdo con Juan García Oliver, había elegido a Vallejo para
organizar una industria de producción de armamento.
La Comisión recién formada, bajo la presidencia de Josep Tarradellas, se encargó de coordinar
estos primeros esfuerzos espontáneos. Sin embargo, a pesar de la
dirección simbólica de la Generalitat, el peso y el control real de ésta,
quedaba en manos del Comité Central de milicias. Los obreros industriales
Eugenio Vallejo (metalúrgico) y Manuel Martí (Químico) fueron los verdaderos
encargados de impulsar la nueva industria bélica. A la comisión se unieron
algunos técnicos militares procedentes de Oviedo (Jiménez de la Veraza...).
Era
imprescindible planificar con rapidez la reconversión de una parte de la
industria catalana para conseguir la producción de material de guerra. Para
ello, el nuevo comité técnico fue dotado de amplios poderes para proceder a la
incautación de talleres y fábricas, maquinaria y materias primas. El trabajo
inicial del Comité se centró en unas pocas empresas metalúrgicas y químicas,
que fue aumentando a medida que las necesidades de armamento y munición también
se incrementaban ("Hispano Suiza", Cross, Fabricación Nacional de
Colorantes y Explosivos, La Maquinista Terrestre y Marítima...). A mediados del mes de Septiembre, el número de empresas incautadas y controladas por el
comité era ya de 24, un año después, en Octubre de 1937, el grupo de empresas
se extendía a más de 500, con más de 50.000 trabajadores.
"...se han sostenido campañas virulentas contra las industrias de guerra
catalanas, en las que trabajaban ciento cincuenta mil hombres, se perseguía el
propósito de hacerlas depender todas del poder central, y en cuanto dependía de
éste, no hizo más que poner dificultades, negando divisas, materias primas...
pero aún así, a comienzos de Diciembre de 1937 se habían producido en las
fábricas catalanas más de 60 millones de vainas para cartuchos
<<máuser>> y desde el comienzo de septiembre del mismo año, se
llevaban producidos 76 millones de balas... Habiendo comenzado a fabricar
en septiembre de 1936 proyectiles de artillería en número de 4.000 por mes,
llegó en Abril de 1937 a la cifra de 90.000. Y hasta el 30 de septiembre de
este último año se habían fabricado ya 718.000 proyectiles de cañón. Cerca de
600.000 espoletas se habían fabricado en Catalunya, hasta el 30 de septiembre
de 1937... Se montó una fábrica de pólvora con capacidad para mil kilos
diarios, y gracias a la metalurgia de Catalunya pudo aumentar considerablemente
su producción la fábrica de pólvora de Murcia, única con que contaba la República. En Septiembre de 1936 se fabricaban ya trilita, tetralita, dinitronaftalina y
ácido pícrico. En el primer año de trabajo se produjeron 752.972 kilos de tetralina,
a fines de agosto de 1936, un mes después del triunfo sobre el levantamiento
militar, se cargaban en Catalunya bombas de aviación con trilita fabricada en
fábricas propias".
...
"Se comenzó en Agosto de 1936 a instalar una fábrica de octanol, obteniendo
en la misma también cloruro de metilo y tetraetilo de plomo puro, la primera de
España y una de las pocas de Europa".
"Pero no sólo se fabricaba material de guerra, se fabricaban las máquinas
necesarias para obtener ese material..." (363).
4.2.5 LOS TRIBUNALES REVOLUCIONARIOS.
A pesar de
la cuidadosa depuración que llevó a cabo el movimiento revolucionario sobre los
viejos cuerpos judiciales, las instituciones penitenciarias, el Palacio de
Justicia de Barcelona con sus archivos intactos, permaneció después de las
jornadas de Julio en poder del gobierno de la Generalitat, custodiado por un retén de la guardia civil.
Angel
Samblancat, acompañado por un destacamento revolucionario sujeto al Comité
Central de Milicias, ocupó el edificio, con el pretexto de hacer un registro en
busca de armamento que pudiera estar oculto. Posteriormente, Samblancat,
abogado cercano a los anarcosindicalistas, junto a dos delegados de la CNT, constituyeron el Comité Superior de Justicia de Catalunya. El nuevo poder judicial,
desde sus nuevas estancias, simplificó y facilitó los trámites,
además de instituir en ellos, el principio de la gratuidad. Los revolucionarios
también procedieron a la destrucción de los expedientes anteriores al 19 de Julio
que se encontraban archivados en el Palacio de Justicia.
El 17 de Agosto, la Generalitat decretaba la creación de una Oficina Jurídica
que debería encargarse de llenar el vacío creado con la disolución de los
antiguos cuerpos jurídicos de la república. Sin embargo, simultáneamente, la Generalitat limitaba los alcances revolucionarios de ésta.
"...lo que comenzó en comité revolucionario y fue, no el comité superior,
sino el organismo único de la justicia, por un decreto de la Generalitat quedó reducido a una simple oficina jurídica, sin facultades definidas y
expresas..." (364).
Angel
Samblancat, primer presidente de este tribunal, fue sustituido, el 29 de
Agosto, por su compañero, Eduardo Barriobero. Samblancat pasó a dirigir el
Tribunal Extraordinario que juzgó y sentenció a muerte, a bordo del
buque-prisión "Uruguay", a Goded, Fernández Burriel y al resto de los
principales dirigentes de la sublevación en Barcelona. El 12 de Agosto,
los condenados fueron fusilados en los fosos del castillo de Montjuich.
La principal
tarea de Barriobero y de su oficina jurídica fue la de proporcionar
asesoramiento jurídico gratuito a la población. Entre las principales tareas
que llevó a cabo, estuvo la persecución de la especulación y de la usura,
la solución de las dificultades y litigios que surgían en los casos de divorcio
y de matrimonio, la investigación sobre las acusaciones menos graves de
simpatías con los sublevados. La labor de la oficina jurídica, llevada con una
gran dosis de voluntarismo por sus integrantes, llegó a contabilizar más de
6.000 casos resueltos, en los escasos ochenta días de existencia de este
organismo.
La Oficina Jurídica fue disuelta por la Generalitat, el 20 de Noviembre. El gobierno autónomo, había ya recuperado gran parte de su poder perdido. Era el
momento de restaurar los viejos organismos judiciales que habían sido depurados
por la revolución.
Los nuevos
tribunales revolucionarios fueron "legalizados" por la Generalitat, mediante sendos decretos que fueron publicados el 24 de Agosto. El día 26 del
mismo mes, se constituyó un Tribunal Popular Especial en Barcelona, que pasó a
encargarse de los delitos relacionados con la rebelión militar.
Los nuevos
tribunales se constituyeron por toda Catalunya a finales del mes de Octubre
(siete en total, cuatro en Barcelona y uno en cada una de las provincias
catalanas restantes) estando integrados a imagen y semejanza del de
Barcelona, por un magistrado y un jurado de doce miembros de probada
"moral revolucionaria" de las organizaciones que componían el Comité
Central de Milicias.
Su
funcionamiento estuvo alejado de los procedimientos tradicionales, que la
revolución rechazaba. El rechazo a los antiguos códigos de justicia, creaba un
vacío legislativo que solo podía subsanarse con la conciencia de los que
componían el tribunal. Las sentencias, que se emitían después de los juicios,
no podían apelarse. Sin embargo, y según numerosos testimonios, no puede
hablarse de que el Tribunal Popular dictase sentencias preestablecidas, ni que
éstas fueran especialmente severas.
Brademas,
cita el testimonio del jurista liberal Angel Osorio y Gallardo, poco sospechoso
de simpatizar con la justicia revolucionaria que afirma que, los
tribunales populares respetaban generalmente las garantías de los procesados,
llegando incluso a menudo, a extremos "exagerados" (365). Los
nuevos tribunales revolucionarios consiguieron, con su obra, terminar con los
primitivos y temidos "paseos".
La ocupación
del Palacio de Justicia de Barcelona por Samblancat y por un destacamento de
guardias revolucionarios, ligados al Comité Central, no significaba que éste
prestara especial atención a la creación de una nueva justicia, sino que,
por el contrario, éste se desentendía por completo. El nuevo orden
judicial quedó en manos de la actitud voluntarista y de la iniciativa de un
puñado de abogados ligados, en su mayoría, a la CNT. Los prejuicios históricos del anarcosindicalismo aparecían, una vez más, dificultando
las tareas que la revolución exigía.
"Sin embargo el Comité de Milicias no hizo nada para absorber la
administración de justicia. Deliberadamente por mi parte, no se deseó ejercer
las funciones judiciales en materia civil ni penal. Dejamos que el control de
la administración de justicia fuese ejercido por el comité revolucionario, que
se constituyó en la audiencia de Barcelona, al que pertenecían eminentes
juristas como Eduardo Barriobero, Angel Samblancat, Juan Rosinyol y otros,
asistidos por representantes de la CNT y de la UGT" (366).
La actitud
de menosprecio y de abandono del anarcosindicalismo, con respecto al
poder judicial, fue aprovechada con posterioridad por los partidarios de la
restauración del orden republicano. Diego Abad de Santillán nos lo indica a su
manera:
"Se formaron tribunales populares que entendían en los delitos de rebelión
y de conspiración contra la República y contra el nuevo derecho. Una vez
reconocida la función, en la primera circunstancia favorable se sustituiría a
los jueces populares por los antiguos jueces profesionales, más expertos en el
oficio y se pondría al servicio de la contrarrevolución estatal un instrumento
revalorizado inconscientemente por nosotros mismos" (367).
En contraste
con la falta de interés que manifestaba el anarcosindicalismo para consolidar
un nuevo poder judicial revolucionario, la Generalitat se oponía y obstaculizaba la depuración de los viejos colegios judiciales.
"...los indeseables expulsados por la puerta principal, con una credencial
de la Generalitat como bandera, fueron restituyéndose a sus puestos por las
puertas accesorias" (369).
El gobierno
de Companys veía con preocupación las purgas a la que eran sometidos los
estamentos del viejo estado, que serían indispensables para la restauración de la República y del poder jurídico, en cuanto las circunstancias lo hicieran posible.
4.2.6 EL CONSEJO DE LA ESCUELA NUEVA UNIFICADA.
El Consejo de
la Escuela Unificada fue constituido el 27 de Julio para proceder a
llevar a cabo una serie de cambios revolucionarios en la enseñanza, que poco
antes estaba, en gran parte, en manos de las órdenes religiosas. El
comité de Enseñanza, "ratificado" por el gobierno de la
Generalitat, se constituyó sobre la base de representaciones de las
organizaciones sindicales y de la Universidad. El secretario del consejo J.Puig Elías, era miembro de la CNT, con él, formaban parte del mismo, otros tres
representantes del sindicato.
La labor del
CENU tuvo importantes éxitos en un corto espacio de tiempo y en unas
circunstancias excepcionalmente difíciles. Antes del 19 de Julio, Barcelona
contaba solo, con un total de 34.000 plazas escolares, a principios de
1937, apenas medio año después, la cifra era ya de 54.758. La población
escolar en toda Catalunya se triplicó durante este período.
En pocos
semanas fueron abiertas, solo en la ciudad de Barcelona, 102 nuevas escuelas
laicas. La enseñanza primaria y media fueron reorganizadas, depurando a los
elementos más reaccionarios, de la enseñanza.
El impotente
gobierno de la Generalitat procedió a ratificar la
"legalidad" de las incautaciones que se estaban llevando a cabo en
las antiguas escuelas religiosas, y cuyos antiguos ocupantes habían procedido a
abandonarlos, después de los resultados de las jornadas revolucionarias de
Julio.
"El consejero de cultura ha dado las disposiciones necesarias al claustro
de maestros laicos de Catalunya para que procedan inmediatamente a organizar
escuelas para el pueblo en los edificios donde estaban las escuelas religiosas
del paseo de la Sagrada Familia y la que había sido residencia de los jesuitas
de la calle Ataulfo" (370).
La educación
sufrió una verdadera revolución interna. La CENU, liquidó la vieja enseñanza religiosa y basó la nueva enseñanza laica en "los principios racionalistas
del trabajo y de la fraternidad humana", el "sentimiento de
solidaridad universal" y en la voluntad de suprimir los viejos privilegios
de clase existentes anteriormente (371).
4.3 LAS RELACIONES DE PODER.
La
revolución de Julio había entregado el poder al anarcosindicalismo. El gobierno
de la Generalitat de Catalunya se había derrumbado estrepitosamente, sin poder
oponer ninguna resistencia a los revolucionarios victoriosos. En pocas horas,
el ejército sublevado había sido aplastado por las fuerzas combinadas de los
obreros revolucionarios y las escasas fuerzas que se habían mantenido fieles a
la legalidad republicana.
Sin embargo,
los guardias de asalto y la guardia civil, en contacto con la oleada
revolucionaria que ocupó rápidamente las calles de Barcelona y de las
principales ciudades y pueblos de Catalunya, entró en un proceso de
disgregación.
En pocas
horas, el triunfo de Lluís Companys sobre Goded se había revelado vacío de
contenido, revelando la madurez de la situación revolucionaria que se extendía
por toda Catalunya y por gran parte del estado.
El auténtico
período de dualidad de poderes se abrió con la renuncia de los dirigentes
anarcosindicalistas a tomar el poder e instaurar el comunismo libertario. Los
restos del gobierno de la Generalitat se mantuvieron en pie, mediante el pacto
que se había establecido entre Companys y los representantes de la CNT y
de la FAI. Fruto de este compromiso aparecía el Comité Central de Milicias
Antifascistas de Catalunya. El nuevo organismo de colaboración se constituyó
rápidamente en el único poder que abarcaba toda Catalunya, y que contaba con
autoridad entre la multitud revolucionaria.
Sin embargo,
la orientación política que habían adoptado los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, tenía muy poco que ver con la de sus propias bases y las del resto de las
organizaciones obreras. Los trabajadores en general, sintiéndose armados y
triunfadores del conflicto con los sublevados, desconfiando de las ineficaces y
moderadas autoridades republicanas, habían procedido a organizar su propio
poder. Los Ayuntamientos fueron sustituidos o en todo caso, marginados, por una
vasta red de comités revolucionarios locales que se convirtieron en auténticos
miniestados, y ejercieron como tales.
Los antiguos
cuerpos policiales habían desaparecido para apoyar, unos a la sublevación
militar, y otros al gobierno de la República, los primeros habían sido aplastados, los segundos se habían disuelto, en muchos casos, en la marea revolucionaria,
o habían perdido toda su autoridad frente a los trabajadores armados. El
ejército también había desaparecido de la escena, solo unos pocos mandos,
fieles a la República, se habían mantenido en sus puestos, mientras que las
unidades militares que no se habían unido a los rebeldes, habían acabado por
disolverse con el triunfo de los revolucionarios y con el decreto de disolución
que había dictado el gobierno Giral.
En
Catalunya, la situación de dualidad de poderes adquiría, con estos
acontecimientos, una complejidad extrema, característica de la revolución
española. Aparentemente la realidad revolucionaria no se presentaba como
un forcejeo entre dos poderes, claramente diferenciados, uno el poder burgués
que no se resignaba a morir, y otro el nuevo poder revolucionario que todavía
no había tomado completa conciencia de su existencia. La revolución española en
Catalunya aparecía bajo un triple poder.
En un
extremo del arco político se encontraba el poder burgués republicano, el
gobierno de la Generalitat de Catalunya, completamente desarbolado y
apoyado por las organizaciones que componían el Front d'Esquerres (El Frente
Popular en Catalunya). En el extremo contrario, representaban a la revolución
que acababa de estallar, la multitud de comités locales, los comités de fábrica,
las patrullas de control, los tribunales populares y las milicias
revolucionarias. Y en medio de ambos poderes, se encontraba el nuevo organismo
que encarnaba el poder dual, nacido del compromiso entre los que se negaban a
tomar el poder y los que lo habían perdido y pugnaban por recuperarlo.
"La verdad es que la Generalitat tenía su autoridad secuestrada por el
Comité de las Milicias, pero éste también lo estaba por otros mil comités que
actuaban por su propia cuenta, mientras que el gobierno central intentaba,
incluso hasta perder puntos esenciales de la guerra, imponer su autoridad sobre
la Generalitat y el mismo Comité Central de Milicias" (372).
El Comité
Central de Milicias Antifascistas representaba esta dualidad de poderes.
Inevitablemente, la evolución de este organismo iba a reflejar, en los meses
siguientes, los derroteros que iba a seguir la situación revolucionaria
en Catalunya, y este desenlace iba a condicionar, en gran parte, la
evolución de la revolución española. El mantenimiento del Comité Central como
organismo de compromiso, solo podía ser temporal. El pacto al que habían
llegado las diferentes organizaciones que lo componían no podía extenderse a
las fuerzas sociales que se estaban enfrentando. Tarde o temprano, la dualidad
de poderes tenía que decantarse hacia uno de los dos lados: hacia el triunfo de
la revolución de los comités, o hacia la restauración de la vieja República.
Tarde o temprano, iba a producirse el choque entre dos fuerzas que
representaban intereses completamente contrapuestos.
En medio de esta compleja situación revolucionaria se estableció un tupida red
de relaciones entre los diferentes poderes que convivían: el gobierno de la Generalitat, el Comité Central de milicias y la multitud de comités revolucionarios.
4.3.1 LAS RELACIONES ENTRE LA GENERALITAT DE CATALUNYA Y EL COMITE CENTRAL DE
MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA.
Los hechos
de Julio significaron el hundimiento del orden republicano, y por consiguiente,
también el del gobierno de la Generalitat en Catalunya. La situación
revolucionaria que acababa de abrirse colocaba al Comité Central de Milicias en
el centro del poder político, gracias al protagonismo que jugaba en su
seno el anarcosindicalismo.
Desde los
primeros momentos, el eje de la política de la Generalitat estuvo en aprovechar el respiro que le había brindado la CNT para recuperar su poder. La autoridad y los medios de los que disponía el gobierno
autónomo catalán habían quedado seriamente desbaratados por la revolución, pero
seguían existiendo y podían recuperarse.
Apenas
terminados los combates, el gobierno de la Generalitat publicó una serie de medidas, que contaron con el beneplácito de las
asociaciones patronales catalanas, destinadas a recuperar el prestigio y la
iniciativa perdida ante el movimiento revolucionario (aumento de los salarios
en un 15%, semana laboral de 40 horas, rebaja de los alquileres,
confirmación a favor de los obreros de todas las sentencias de los jurados mixtos
recurridas por los patronos ante el consejo de trabajo, pago de los jornales de
los días de la huelga general...).
Sin embargo,
la situación había ido ya, demasiado lejos para poder volver atrás mediante
unos simples decretos. Era demasiado tarde, los trabajadores eran perfectamente
conscientes de cuales eran las intenciones del gobierno autónomo catalán. Los
decretos ya habían sido superados por ellos, con sus propios métodos y
organizaciones, no necesitaban para nada al gobierno de la República y a la Generalitat. Eran dueños de sus propios destinos.
"La autoridad, sobre todo la que emanaba del Gobierno central quedó en
mitad de la calle, y el mismo Gobierno de la Generalitat,... fue también desbordado. Éste, en un intento de encauzar el ímpetu
revolucionario de las masas, autorizó al consejero de Trabajo a que, por medio
de la radio, diese cuenta de las disposiciones dictadas sobre la rebaja de
jornada, aumento de salarios y aprobación de bases de trabajo pendientes. Antes
de publicarlas, estas disposiciones fueron puestas en conocimiento de delegados
de las llamadas corporaciones económicas, llamados a la Generalitat, tales como el Fomento del Trabajo Nacional, Cámaras de la Industria y de la Propiedad, etc..." .
"Todos los presentes estuvieron de acuerdo en todo y el representante de la Cámara de la Propiedad ofreció además la rebaja de alquileres" (373).
Estas
medidas, tachadas de "demagógicas" por la mayor parte de los
historiadores, revelan las verdaderas intenciones políticas
del gobierno de la Generalitat de mantenerse y resistirse a la cresta de la ola
revolucionaria, su derecho a existir, disputando, palmo a palmo, a los
revolucionarios el terreno que acababa de perder.
Los primeros
intentos del gobierno de la Generalitat para recuperar el control de la
situación acabaron en un rotundo fracaso. La situación revolucionaria no lo
permitía. Era necesario esperar el momento propicio.
"(El gobierno autónomo) con intentos a veces tímidos pero constantes, iba
manifestando su presencia y su voluntad de subsistencia".
"Como no se disolvieron las fuerzas del orden público... ni la misma
burocracia estatal, los republicanos liberales burgueses que estaban en el
gobierno autónomo tendieron paulatinamente a reforzar aquellos organismos que
en el primer momento de la revolución parecieron desplazados y en una franca
confusión sobre el poder al que tenían que obedecer. También tendieron a
aglutinar las fuerzas militares, creando fuerzas milicianas propias. Los hombres
de la Generalitat sabían que cuando aquellos organismos de orden público
volviesen a tener cohesión, conjuntamente con las propias fuerzas
milicianas, podrían ellos, recuperar la vitalidad de su poder o la simple
viabilidad de este poder, que de hecho solo estaba dormido".
"Por esto y desde su punto de vista es lógico, el gobierno autónomo
catalán constantemente hizo sentir su presencia en todas las
disposiciones que dictaba el comité de milicias y, en ocasiones, hasta creando
situaciones conflictivas, intentaba pasar por delante..." (374).
El gran
problema con el que tenía que enfrentarse el gobierno de la Generalitat, era evitar que los pasos progresivos para recuperar el poder, no provocaran la
respuesta inmediata de los revolucionarios. El primero a seguir, pues, era
ligarse por completo al Comité Central de Milicias, "legalizar"
mediante decretos las medidas adoptadas por éste, y aprovechar la indecisión y
las vacilaciones de los anarquistas para reforzar sus propios medios. También
era necesario aumentar su prestigio político, blanquear la imagen
política ante la población, hasta convertirla en respetable y
"revolucionaria", frente a la reacción militar y frente a los
"extremismos de izquierda".
"El gobierno de la Generalitat actuó durante los dos primeros meses, poco
menos que al dictado del Comité de Milicias. En la mayoría de los aspectos...
revelan el firme propósito de mantener las riendas de la situación, aún dentro
del pragmatismo que supone aceptar, como marco de actuación una economía
revolucionaria que iba más lejos de lo que, sin duda, hubieran deseado los
partidos de izquierda burguesa todavía predominantes en el gobierno del 6 de
Agosto..." (375).
La prensa
cercana a los criterios políticos del gobierno de la Generalitat, publicaba continuamente decretos por los cuales, "se incautaba" de las
principales industrias y servicios de Catalunya. Los periódicos burgueses
catalanes pretendían con estas noticias dar una imagen de normalidad y de
iniciativa política de la Generalitat que no se correspondía con los
hechos.
Si nos
atenemos a los artículos de los periódicos, la imagen que daba la prensa
catalanista era de que la Telefónica, los servicios de transportes urbanos y
las principales empresas metalúrgicas catalanas, todo era "incautado"
por la Generalitat, en aras a las necesidades de la guerra que acababa de
estallar. La realidad era otra muy distinta, la industria, los servicios,
Catalunya entera, se encontraba en manos de los trabajadores.
En una
conversación entre Juan García Oliver y Buenaventura Durruti,
recogida por Abel Paz, encontramos las claves de la política de la Generalitat, en la que se encontraban presos los dirigentes anarcosindicalistas:
"A la conclusión que García Oliver llegaba era que, tal y como estaban las
cosas, no quedaba otra solución que seguir los acontecimientos y mirar de
controlarlos. Había que mantenerse en el Comité Central de Milicias
Antifascistas, no soltar los puestos de dirección que la CNT y la FAI tenían, sostener los comités de Defensa, y utilizar la fuerza armada del pueblo
como una constante amenaza ante una eventual tentativa de reconstruir el
antiguo poder... Pero a todo esto, decía García Oliver, hay que darle un
carácter legal, desde el Comité Central de Milicias
Antifascistas...".
...
"...(Durruti) Cuanto más legalicemos -añadió-, más reforzaremos al Govern
de la Generalitat, puesto que es él quien decreta y pone su sello; y cuanto más
se refuerce el Govern de la Generalitat, más se debilitará el
Comité Central de Milicias Antifascistas. Esto significará que la CNT reforzará al Govern de la Generalitat..." (376).
Companys
intentaba neutralizar la iniciativa y el predominio de la CNT y de la FAI. Su política de orden público se centró en reforzar las fuerzas que le
eran fieles, y que se habían salvado de la descomposición revolucionaria de los
primeros días.
Los
destartalados cuerpos policiales republicanos (guardia civil o republicana,
guardias de asalto, mozos de escuadra...) fueron aumentando progresivamente en
el número de sus efectivos, hasta poder competir, meses más tarde, con las
patrullas de control y liquidar la situación revolucionaria.
Sin embargo,
las medidas de la Generalitat tuvieron que adoptar una dinámica prudente, la
oposición que encontró en las primeras semanas, por parte de los representantes
anarquistas del Comité Central fue total; solo la presión y la negociación,
combinadas, pudieron conseguir que los dirigentes de la CNT acabaran por aceptar medidas de compromiso que significaban un paso en sus planes para
recuperar el poder.
"Surgió la idea de traer todas las unidades de la guardia civil que
seguían en los pueblos. Los anarquistas se enteraron del plan. Él (Jaume
Miravitlles) y Tarradellas, en representación de la Generalitat, se entrevistaron con Durruti, García Oliver y Mariano Vázquez de la CNT, que se presentaron armados".
"<<Si tratáis de traer a la guardia civil, convocaremos una huelga
general en el acto. Habrá una masacre de líderes de la Generalitat y de la Esquerra>>" (377).
El mismo
plan político fue aplicado a la reconstrucción del ejército. Las milicias
tenían una serie de características (democracia interna, espíritu revolucionario,
control de las bases, politización...) que las convertían en altamente
indeseables para los objetivos de la Generalitat. Era necesario reconstruir un ejército tradicional a partir de los oficiales que
se habían mantenido fieles a la República y de las milicias controladas por el Front d'Esquerres. Sin embargo, los efectivos de la Generalitat era muy inferiores a los revolucionarios, era necesario, antes, reclutar una
serie de levas forzosas sobre la población.
Aunque los
primeros intentos del gobierno autónomo para recuperarse, fracasaron por
la oposición de los revolucionarios, en otras ocasiones, fue el Comité
Central de Milicias quien acabó por aceptar soluciones de compromiso, que
evitaran el enfrentamiento y que preservaran la unidad "antifascista"
en su seno. El conflicto entre ambos poderes, sobre los cuerpos policiales se
saldó, finalmente, con una salida intermedia, la Generalitat podría aumentar las fuerzas de sus efectivos, pero éstos pertenecerían a los
sindicatos, con lo que su reforzamiento se haría a partir de elementos
revolucionarios.
Aparentemente, los anarcosindicalistas se habían salido con la suya, en la
práctica, el resultado significaba un retroceso de las fuerzas revolucionarias.
Los nuevos integrantes de los efectivos policiales de la Generalitat, pese a su origen revolucionario, estarían sujetos a la disciplina y al control
del gobierno autónomo catalán.
Aunque
desarbolado, el gobierno autónomo catalán había ido recuperando todos los
medios que la CNT y la FAI habían despreciado (nacionalización del
sistema financiero, importancia del dinero, supervivencia de los viejos cuerpos
policiales,...) para poder utilizarlos posteriormente en su política de
recuperación del poder. La Generalitat se apresuró a nacionalizar las entidades
financieras catalanas, aprovechando la mayoría sindical ugetista que existía en
ellas. Peres Mas i Parera fue nombrado comisario de la Banca en Catalunya, "para atender debidamente al pago de los jornales de los
trabajadores" (378).
Los
instrumentos que la moral anarcosindicalista había despreciado como
instrumentos de un sistema capitalista trasnochado, que nunca volvería a
resurgir de sus cenizas, fueron utilizados, posteriormente, en su contra por
sus adversarios del frente Popular. Numerosos tesoros y gran cantidad de dinero
(en moneda nacional y en divisas) fueron entregados por el Comité Central
y por las patrullas de control, fruto de sus registros y requisas en conventos,
iglesias y mansiones, al consejero de cultura de la Generalitat, Ventura Gassol, que hacía, a su vez, de depositario.
El
anarcosindicalismo comprendió demasiado tarde el error que había cometido, todo
el sistema financiero, incluidas las reservas de oro y de divisas del Banco de
España se encontraban en poder del gobierno republicano, apoyado por las
organizaciones del Frente Popular, que empezó a utilizar la represión
financiera (La Catalunya revolucionaria necesitaba importar numerosos productos
que no estaba en condiciones de producir en su suelo, y para ello eran
necesarias las divisas que se encontraban en manos de sus adversarios) como un
arma terriblemente eficaz para hacer retroceder al movimiento revolucionario y
restaurar el orden republicano.
"La Generalitat es un artefacto meramente formulario. Pero Companys que ha
reconocido el derecho de los obreros a gobernar, e incluso les ha ofrecido
abandonar su puesto, maneja las cosas con tal arte, que poco a poco
reconstituye los órganos legítimos del Poder, devuelve la acción a los
Consejeros y deja los organismos obreros reducidos a su papel de auxiliares, de
asesores, de ejecutores. A los cuatro o cinco meses estaba restablecida la
normalidad" (379).
Con su
política de "legalizar" lo que ya estaba legalizado por la acción de
los trabajadores en la calle, la Generalitat pretendía conservar su principio
de la autoridad, y también integrar las conquistas revolucionarias en el
marco de la legalidad republicano burguesa: "El gobierno no gobernaba,
pero seguía existiendo" (380).
Consecuencia
de esta táctica, el gobierno de la Generalitat publicó el decreto del 22 de Julio. Apenas instituido el Comité Central y en plena efervescencia
revolucionaria, el gobierno catalán ordenó la depuración de los gobiernos
municipales, por el que eran destituidos todos los concejales y alcaldes que no
pertenecieran al Front d'Esquerres, mientras que las vacantes deberían ser
cubiertas por los representantes de los partidos y sindicatos que se habían
opuesto a la sublevación militar. Con esta maniobra política , el gobierno de
Companys pretendía salvar de la quema revolucionaria, el aparato municipal de la República en Catalunya. Para ello era necesario blanquear su imagen depurando a los elementos
más derechistas y reaccionarios, pero simultáneamente, también se invitaba a
los anarcosindicalistas y a los poumistas a integrarse en los Ayuntamientos. La
campaña de depuraciones que llevó a cabo el gobierno de la Generalitat se extendió a todos los campos, incluidos los cuerpos policiales (381).
Desde el
principio, y aprovechando los decretos, el gobierno de Companys nombró una
serie de delegados interventores de la Generalitat (decreto del 24.08.36) que la representaban en el seno de las empresas incautadas. La función de estos
delegados, simbólica durante los primeros meses por exigencia de los mismos
trabajadores, que no hubieran permitido otro tipo de cometido, fue definiéndose
y cobrando fuerza, a medida que el movimiento revolucionario retrocedía y las
empresas colectivizadas, presionadas financieramente, se veían obligadas a
aceptar sus imposiciones.
"Se ha recurrido a la ficción de expedir decretos o leyes que den a sus
organismos (comités de milicias, patrullas de control, milicias populares de
diversos tipos, consejos regionales, etc.) la característica formal de órganos
oficiales, cuando estos reglamentos, por si mismos, hacían obra legal. En
Catalunya, por ejemplo, la Generalitat convertía automáticamente esas
disposiciones en decretos regulares".
"Los revolucionarios terminan por pensar que la función del Estado o de
los gobiernos autónomos es <<legalizar sus actos>>, ... en los
últimos meses de 1936 cunde la idea que hay una suerte de división de funciones
que consiste en:
a) creación revolucionaria popular, por intermedio de sindicatos, comités,
consejos, colectividades, etc.;
b) la legalización, y reconocimiento público de esas conquistas populares por
el Gobierno central o los gobiernos locales" (382).
Con esta
política, y frente a la desorientación de los revolucionarios, el gobierno de la Generalitat se hacía cada vez más "imprescindible" para los revolucionarios. Sin
embargo, el gobierno autónomo burgués republicano, seguía siendo hostil a la
revolución de los comités y seguía combatiendo para conseguir su liquidación
final.
Mientras
tanto, los dirigentes de la CNT, confiados en que eran los dueños de la
calle y del Comité Central de Milicias, mantenían una ingenua postura de
compromiso y de desprecio hacia el gobierno de la Generalitat. Al fin y al cabo, ellos estaban convencidos que valiéndose de su fuerza
aplastante, podían paralizar en cualquier momento, las maniobras de Companys y
de sus aliados del Front d'Esquerres.
4.3.2 LAS RELACIONES ENTRE EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS Y LOS
COMITES REVOLUCIONARIOS LOCALES.
El claro
predominio anarcosindicalista en Catalunya se expresaba de una forma dispersa y
múltiple. Como muy bien dice, el historiador libertario Abel Paz, la dualidad
de poderes se expresaba en que éste, propiamente hablando, no existía.
"De hecho, el poder, propiamente hablando, no existía: La Generalitat era un puro simbolismo, el Comité Central de Milicias Antifascistas no podía dar
un paso sin el apoyo de los Sindicatos, y las milicias no podían organizarse
sin la colaboración de los Comités de defensa y de los Sindicatos, que eran los
que controlaban a las bases obreras" (384).
Frecuentemente, la autoridad del Comité Central de Milicias terminaba en las
afueras de Barcelona, donde empezaba el poder de los comités revolucionarios de
cada localidad. Simultáneamente al Comité Central, existían otras Juntas de
poder territorial en Catalunya. En la provincia de Tarragona, en la ciudad industrial
de Reus, se había un formado un gobierno local de Frente Popular que
estaba dirigido por el anarcosindicalismo. En la ciudad de Lérida, la Junta de poder territorial estaba bajo el control del POUM, y en su seno no existía ninguna
representación de los partidos republicanos, ni tenía ningún tipo de vínculo
con el gobierno de la Generalitat.
Las medidas
que tomaba el Comité Central de Milicias sólo podía llevarse a cabo, mediante
un delicado equilibrio en el que era necesario la aceptación de los sindicatos
y de la multitud de comités. Las directrices solo eran obedecidas gracias a la
mayoría con la que contaban los anarcosindicalistas en el Comité Central y en
los comités revolucionarios.
La
espontaneidad con la que fueron formados los comités, y el alcance de su obra,
contrastan claramente con la actitud de compromiso y espera a la que habían
llegado los dirigentes de la CNT y de la FAI, con respecto a la Generalitat y el Front d'Esquerres. Las diferencias fueron acentuándose en los meses
siguientes, hasta llegar a la integración del Comité Central en el seno de un
nuevo gabinete de concentración del gobierno autónomo catalán. Este choque
entre las dos actitudes distintas que defendían miembros del anarcosindicalismo
se expresó en numerosas ocasiones por la oposición y resistencia que opusieron
los comités revolucionarios y los sindicatos a las directrices que ordenaba el
Comité Central de Milicias.
Sin embargo,
la oposición de los comités a la política de colaboración que llevaban a cabo
los cuadros dirigentes no puede ser considerada como frontal. El hecho de que la CNT fuera claramente hegemónica en ambos organismos, creaba una fuerte confusión en las bases
anarcosindicalistas.
"Los comités, que se colocaron en lugar del aparato gubernativo y
administrativo y que reflejaban, al mismo tiempo, la relación de fuerzas social
y política, se opusieron, en tanto que depositarios de poder revolucionario, al
orden económico y político establecido y al statu-quo de la distribución
del poder político -aunque a escala local lo estuviesen ejerciendo de facto-,
sino a su destrucción" (384).
Al no
sentirse representados, en muchas ocasiones por la política del Comité Central
de Milicias, y no poder ejercer ningún control o influencia directa sobre él,
los comités revolucionarios locales actuaron frecuentemente de forma
independiente e incluso opuesta a la línea que pretendía seguir el Comité
Central.
Lorenzo nos
revela un organigrama teórico del funcionamiento de las relaciones de poder que
existían entre el Comité Central y los comités, que él mismo confiesa que nunca
se llevó a la realidad. Si hubiera sido así, nos encontraríamos frente a una
estructura presoviética o soviética que nunca llegó a funcionar y que tampoco
formaba parte del proyecto de ninguna de las organizaciones obreras que
formaban parte de la Junta, ni siquiera entre los anarcosindicalistas o los
poumistas.
"Los comités locales se agrupaban después en comités comarcales que
actuaban de acuerdo con la voluntad de los habitantes de diversas localidades;
estos comités comarcales determinaban a su vez las decisiones del Comité de
Milicias de Catalunya que recíprocamente transmitía sus órdenes a los comités
comarcales, y éstos a los comités locales. Pero la verdad es que la autoridad
del Comité de Milicias no era muy sólida. Los comités locales sólo se obedecían
a sí mismos; las relaciones entre ellos y el Comité Central eran muy
superficiales. De hecho no existía un poder central, sino muchos poderes
autónomos y microgobiernos" (385).
La política
del Comité de Milicias se expresaba, principalmente, por los cauces sindicales
de la CNT y en menor medida, del resto de las organizaciones. A diferencia de
la revolución rusa, donde el soviet de Petrogrado era considerado como la
cúspide legítima del poder revolucionario, y sus miembros integrantes
eran elegidos, democráticamente, por la multitud de soviets locales existentes,
el Comité Central solo lo era por el prestigio político de las organizaciones
que formaban parte de él.
Las
consignas eran obedecidas por los comités mientras fueran consideradas
favorables para el curso de la revolución, pero tropezaban con grandes
resistencias cuando ocurría lo contrario.
Las
decisiones del Comité Central eran discutidas por los comités locales y
comarcales, que decidían su aceptación o rechazo. Mientras tanto, el
"máximo órgano de la revolución" tenía que confiar en los comités,
para que pudieran llevarse a cabo sus medidas. Frecuentemente las órdenes del
Comité Central de Milicias fueron consideradas como fruto del compromiso
con la Generalitat y sus partidarios, y por lo tanto, desobedecidas por los
comités locales. El conflicto existente en el seno de la CNT y de la FAI, entre los partidarios de la colaboración y los que se oponían a esta táctica
por considerarla como una amenaza para la revolución, se trasladaba a las
relaciones entre el Comité Central y los organismos revolucionarios locales.
4.3.3 LAS RELACIONES ENTRE EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE
CATALUNYA Y EL GOBIERNO CENTRAL DE LA REPÚBLICA.
El
hundimiento del gobierno autónomo catalán fue simultáneo al derrumbe del
gobierno de la República. El gobierno Giral tuvo que asistir, impotente, a la
disgregaciòn de todo el aparato estatal, y a su sustitución por una multitud de
comités dispersos por toda la geografía del país.
Sin embargo,
mientras a nivel estatal, la República era salvada por la colaboración y el apoyo prestado por las organizaciones obreras del Frente Popular, que
aparecían como garantes del gobierno, en Catalunya el anarcosindicalismo
adoptaba una posición confusa frente al gobierno de la Generalitat. La CNT y la FAI, a pesar de sus coqueteos anteriores con el Frente Popular nunca
habían formado parte de él, mientras que su proyecto político estaba
claramente enfrentado al de los que defendían a la República.
El
anarcosindicalismo proclamaba la necesidad de la destrucción definitiva
de cualquier tipo de Estado, fuera del tipo que fuera. Pese a todo, a la
colaboración y la libertad de voto que había dado a sus bases, en las
elecciones de Febrero, éstas concesiones no convertían a la CNT y a la FAI en defensores del orden burgués republicano. Su apoyo a las movilizaciones, en
los meses siguientes, así lo atestiguaban.
El problema
con el que tenía que enfrentarse el gobierno republicano, se complicaba a nivel
de Catalunya, donde la revolución había adquirido una profundidad mucho mayor.
Las diferencias políticas tradicionales entre Catalunya y el estado republicano
se habían reflejado en el hecho de que los partidos mayoritarios en el gobierno
catalán siempre habían tenido un matiz nacionalista y regionalista, que había
chocado con los partidos mayoritarios en el ámbito estatal.
Al hecho
diferencial catalán se unía otra característica más peligrosa: mientras a nivel
estatal el socialismo era mayoritario en la mayor parte de las regiones, a
nivel de Catalunya, la hegemonía correspondía a la CNT. Los líderes del socialismo, pese a sus discursos izquierdistas y pseudo-revolucionarios,
eran claros aliados de los republicanos, en el seno del Frente Popular. El
anarcosindicalismo, en cambio, se mostraba un aliado circunstancial, inseguro,
e incluso hostil.
"Una vez, el gobierno de Madrid, superó su autodisolución, empezó a frenar
al Gobierno de la Generalitat por su catalanismo, y al Comité de Milicias
por su revolucionarismo" (386).
Para ello,
el gobierno de Giral, y los gobiernos posteriores de Largo Caballero utilizaron
todos los medios a su alcance. Catalunya era, a pesar de la política llevada a
cabo por el Comité Central de Milicias, deficitaria en armamento y municiones.
Para ello, era necesario llevar a cabo una serie de importaciones periódicas,
que sólo podían pagarse por medio de las divisas y del oro que estaban
guardados en el Banco de España. La cuestión financiera fue uno de los
instrumentos que utilizó, con terrible eficacia, el gobierno de Madrid. La
falta de armamento afectaba por igual a los dos principales adversarios del
gobierno central en Catalunya, el Comité Central de Milicias y el gobierno de la Generalitat. El gobierno central era consciente de que controlando el poder financiero, era
cuestión de tiempo que la revolución en Catalunya y también la misma
Generalitat, estuvieran a su merced.
"Una política financiera audaz consiguió vencer los obstáculos de los
primeros meses mediante incautaciones en los establecimientos bancarios de
Catalunya; pero esas incautaciones tenían un límite en las existencias
precarias, y llegó el instante en que, para hacer frente a las necesidades
urgentísimas, hubo que recurrir a emisiones propias de las que no respondía el
Tesoro Nacional. Así llegamos a este dilema: o gestionábamos, por un lado, un
entente con el gobierno central para que sufragase los gastos de la guerra, o
bien habíamos de decidirnos a establecer un régimen de independencia política
que, probablemente habría sido poco viable durante la contienda y, después de
ella, habría sido un mal para España y para Catalunya" (387).
El gobierno
central y las organizaciones del Frente Popular estaban dispuestas a aprovechar
la ventaja que tenían en sus manos. Las divisas y el armamento, de forma
limitada, eran entregadas a cambio de graves concesiones políticas, que
amenazaban el futuro de la revolución en Catalunya. De esta forma, los
dirigentes anarcosindicalistas que se habían negado a tomar el poder en sus manos,
en los inicios de la revolución, y extenderla al resto del Estado, se
encontraban chantajeados y empujados, cada vez más, hacia la colaboración y
hacia la supeditación de los intereses revolucionarios.
La llegada
del armamento ruso, fue uno de los factores que ayudaron al gobierno central,
en colaboración con el PCE y el PSUC, a presionar al Comité Central de Milicias
de Catalunya. Los buques soviéticos tenían órdenes de no desembarcar en los
puertos catalanes. Cualquier llegada de material bélico a Catalunya, solo
llegaba por las concesiones que había dado el Comité a sus adversarios
políticos. La resistencia del anarcosindicalismo y de sus aliados del POUM en
el seno del Comité Central coincidían siempre con los períodos en los que la escasez
de armamento se hacía más angustiosa. Los suministros volvían a aparecer, en el
momento en el que éstos cedían a las presiones de sus adversarios (388).
La dramática
falta de divisas surtió efecto en el seno del Comité Central y del
anarcosindicalismo.
"Se concibió el proyecto de tomar una parte de las divisas que estaban en
manos del Banco de España para llevarlas a Catalunya. Pero llegado el momento,
no se quiso cargar con la gran responsabilidad del gesto, que habría tenido grandes
repercusiones. Fueron comunicados los propósitos al Comité Nacional de la CNT y a algunos conocidos cuadros anarquistas, pero estos rechazaron el plan con el argumento
de que sólo aumentaría la animosidad contra Catalunya" (386).
La situación
ponía a los anarcosindicalistas en un grave aprieto. Su renuncia al poder en
Catalunya, durante las jornadas de Julio, también había significado, por
lo menos por el momento, la negativa a extender la revolución, o por lo menos
su profundización, fuera de los límites de Catalunya y Aragón, que eran los
territorios que la CNT ya controlaba. Por lo tanto, la falta de
divisas y de reservas en oro, colocaba al anarcosindicalismo en una clara
situación de inferioridad, que aprovechaban ahora sus adversarios en el campo
republicano para estrangular al movimiento revolucionario. Mantener el
status-quo significaba, en esencia, y pese a su desesperada oposición,
colocarse bajo el dominio del gobierno republicano y del Frente Popular.
La negativa
de los dirigentes de la CNT a apropiarse, mediante un golpe de mano, de una
parte de las divisas que estaban almacenadas en los sótanos del Banco de
España, implicaba también su negativa a enfrentarse, y por consiguiente,
su capitulación por anticipado, frente a la presión de sus adversarios
políticos.
"Lógicamente el Gobierno utilizó esta arma para ir haciéndose de
nuevo con el poder real, es decir, para frenar el impulso revolucionario y
recortar las extralimitaciones autonómicas de los primeros días".
"Los anarquistas se dieron cuenta perfectamente de esta táctica y la
denunciaron con vehemencia. Jacinto Toryho resumió así la posición del
Gobierno: <<Catalunya es la revolución; hay pues, que hacer fracasar a
Catalunya>>, y el sistema de hacerlo era <<asfixiándola en el
terreno económico, e inutilizándola en el bélico>>, y Abad de
Santillán llega a declarar que <<sin la política hostil del
gobierno central, Catalunya habría podido liquidar el problema de la guerra en
pocos meses>>" (390).
La confesión
del dirigente libertario es reveladora. Debatir sobre la opinión de Diego Abad
de Santillán sobre la importancia de Catalunya en el desenlace de la guerra es
historia ficción.
Lo que si
que está fuera de dudas es que, por su potencial industrial, estaba destinada a
jugar un papel clave en el conflicto. Sin embargo, lo que el dirigente
anarcosindicalista no define es la postura y los intereses que defendía el
gobierno de la República y las organizaciones del Frente Popular, frente a la
revolución en Catalunya.
"En los últimos días del gabinete Giral... fuimos con Diaz Sandino, no por
primera vez, a exponer al gobierno de Madrid la situación de Catalunya, sus
necesidades y sus posibilidades. Desde la primera hora el gobierno central
había rehusado categóricamente toda ayuda a nuestra empresa en Aragón y en las
Baleares. Pero no podíamos menos de tocar los resortes para hacer comprender a
los políticos en Madrid que Catalunya tenía en sus manos el triunfo de la
guerra y que era un crimen contra España y contra la cultura amenazada por la
bota militar, no poner a su disposición los elementos que le faltaban
para terminar la contienda en muy pocos meses".
"Más de ciento cincuenta mil hombres se habían inscrito voluntariamente en
nuestras milicias para salir al frente y luchar contra el enemigo... Recordamos
haberle dicho que nuestra guerra estaría ganada el día que las fuerzas del
frente aragonés enlazasen con las regiones metalúrgicas y mineras del norte de
España. Le explicamos que nos bastábamos si se nos ayudaba con los recursos
financieros de que carecíamos, para aplastar al enemigo, deplorando que el
gobierno central, por un odio insensato a Catalunya y por miedo a la revolución
del pueblo, que era el representante de la verdadera España, pusiera obstáculos
a nuestra obra, que entrañaba la victoria y la salvación de todos" (391).
Lo que
parece una actitud sectaria e incomprensible, por parte de los diferentes
gabinetes, sin excepción, que ocuparon el gobierno de la República (Giral, Caballero y Negrín), se vuelve clara, si analizamos el conflicto desde una
perspectiva clasista. Óptica que Abad de Santillán no utiliza. Catalunya
representaba el corazón de la revolución de los comités que había estado a
punto de destruir definitivamente al estado burgués republicano. Las frases
literarias del dirigente libertario "revolución del pueblo",
"representante de la verdadera España", "la victoria y la
salvación para todos", sin duda alguna, producían en el gobierno republicano,
un resultado completamente opuesto al que esperaba que causaran. Y el mismo
"ingenuo" Abad de Santillán reconoce que en una conversación con
Azaña:
"...en el curso de la conversación tuvimos la impresión de que aquel
hombre no simpatizaba con el fascismo, pero simpatizaba menos aún con la
revolución y con la intervención directa del pueblo en la vida pública, sin
respetar las barreras preestablecidas por los partidillos republicanos que
nacieron al advenimiento de la República" (392).
El éxito del
proyecto militar que defendían los anarcosindicalistas hubiera cuestionado
gravemente los objetivos del gobierno y del Frente Popular, además de darle a la CNT un prestigio que hubiera provocado una segunda fase, mucho más radicalizada, de la
revolución de Julio. Por lo tanto, era necesario detener y hacer retroceder a la Catalunya revolucionaria, era necesario ayudar a la Generalitat y al Front d'Esquerres para recuperar el terreno perdido, y posteriormente afirmar el control del gobierno
central sobre el de Catalunya.
Pese a los
discursos izquierdistas que los dirigentes obreros del Frente Popular dirigían
a la multitud, es evidente que la revolución que se había desencadenado
era más peligrosa que el mismo ejército franquista que se había sublevado.
Importantes sectores del Frente Popular (republicanos, socialistas de derecha)
protagonizaron diversos intentos fracasados de negociación con los sublevados.
Al fin y al cabo, los militares se habían alzado en armas contra el peligro
revolucionario, no contra la República, si éste era aplastado, el camino para la reconciliación quedaría allanado. Los republicanos y los socialistas de
derecha esperaban conseguir, con su política, un pacto con los sublevados, que
relegara la revolución a un segundo término. La alianza entre ellos y los
sublevados, hubiera significado, al fin y al cabo, el final de la revolución, y
la supervivencia del orden republicano.
Esto explica
que, a menudo, el aspecto político (las negociaciones con los sublevados y la
lucha para evitar el triunfo de la revolución), en el seno del bloque
republicano, estuviera por encima del militar (que estaba, en aquellos
momentos, en manos de las milicias revolucionarias).
Por otro
lado, el PCE y el PSUC, aunque adversarios de cualquier tipo de compromiso con
los insurrectos, también se oponían firmemente a cualquier veleidad
revolucionaria, siguiendo las órdenes dictadas por Moscú.
La actitud
que había mantenido el gobierno de la República, antes del estallido de la guerra y de la revolución, había sido un reflejo de la que fue posteriormente. Los
republicanos habían hecho oídos sordos ante los rumores insistentes de que una
sublevación militar estaba en marcha. La "ingenuidad" republicana
solo podía explicarse porque el temor que los gobernantes sentían hacia la
revolución era infinitamente mayor que el que sentían hacia la conspiración. Al
fin y al cabo, esperaban vencer a la sublevación, mediante negociaciones y
ascensos, que asegurarían la fidelidad militar, que les era especialmente
valiosa frente a la amenaza revolucionaria. El gobierno central, en el camino
hacia la recuperación total de su antiguo poder, tenía que someter al
movimiento revolucionario a su autoridad, para ello contaba con el prestigio de
los partidos obreros que integraban el Frente Popular. Esto explica la rápida
decadencia de la revolución a nivel estatal, fuera del territorio de Catalunya
y de Aragón.
El proceso
en el territorio catalán iba a ser mucho más lento y cuidadoso. Primero era
necesario vencer las resistencias que oponía el anarcosindicalismo, la
organización que dirigía la revolución en Catalunya; una vez vencido el
principal enemigo, ya habría tiempo de ajustar las cuentas a las veleidades
nacionalistas de la Generalitat.
4.4 HISTORIA DEL COMITE CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. LA EVOLUCION DE LA DUALIDAD DE PODERES.
4.4.1 La formación de las milicias.
La victoria
de los revolucionarios en Barcelona dió un impulso decisivo a la lucha contra
los sublevados en el resto de Catalunya. La rendición de Goded fue un poderoso
factor de desmoralización para los insurrectos, que decidieron rendirse en
aquellas localidades donde todavía resistían.
Sin embargo,
la victoria en Catalunya no estaba asegurada. Zaragoza, uno de los principales
núcleos libertarios, donde pocos meses antes se había realizado el último
congreso de la CNT, estaba en poder del enemigo. Huesca y Teruel, el resto de
las capitales de provincia aragonesas también habían caído en manos de los
facciosos, mientras que en Valencia, el ejército permanecía sospechosamente
acuartelado desde el día 17, sin que los militares, presos de sus propias
vacilaciones, decidieran apoyar la insurrección. La Catalunya revolucionaria estaba rodeada de territorios donde el resultado de la sublevación
se había decantado en favor de los facciosos, o todavía no se había decidido
por ninguno de los dos contendientes.
Los rumores
de que una columna armada había partido de Zaragoza hacia Barcelona empezó a
circular insistentemente entre la población. En la primera reunión del Comité
Central de Milicias se decidió enviar en dirección a Zaragoza, delegaciones que
comprobasen las verdaderas posiciones del enemigo y como medida preventiva, se
decidió minar los puentes de las carreteras y de los ferrocarriles para evitar
que una columna motorizada pudiera atacar, por sorpresa.
La
revolución había triunfado en Barcelona. Sin embargo, las fuerzas
revolucionarias, organizadas principalmente por los comités de autodefensa
anarcosindicalistas de las barriadas, estaban completamente dispersas. El viejo
ejército de la República había desaparecido, reduciéndose sus efectivos, a unos
pocos cuadros militares que habían permanecido fieles al gobierno.
Una cosa
eran los combates callejeros contra las viejas fuerzas del orden, y otra muy
distinta, una guerra abierta contra un ejército regular. Era necesario
formar unas fuerzas de choque que no sólo defendieran el triunfo conseguido en
Catalunya, sino que lo extendieran hacia Zaragoza y el resto de Aragón, además
de asegurar el triunfo de los revolucionarios en Valencia, si la sublevación
llegaba a realizarse.
La base
social y política del nuevo ejército sólo podía descansar, en plena situación
revolucionaria, en la multitud de grupos de obreros armados que todavía
vigilaban las barricadas que se habían levantado contra los sublevados, el 19
de Julio, y por lo tanto, también tenía que representar sus aspiraciones y sus
esperanzas:
"El punto esencial del sistema era la igualdad social entre los oficiales
y los soldados. Absolutamente todos, desde el general hasta el soldado raso,
tenían la misma paga, comían el mismo rancho, llevaban las mismas ropas y se
trataban en términos de completa igualdad... en teoría al menos, cada milicia
era una democracia y no una jerarquía.. había oficiales y suboficiales, pero no
grados militares en el sentido corriente de la expresión; no había distintivos,
ni galones, ni taconazos, ni saludos reglamentarios... una especie de modelo
provisional y vivo de la sociedad sin clases".
"... La disciplina es voluntaria, se basa en la lealtad de clase... la
mejor prueba de la fuerza de la disciplina <<revolucionaria>> es el
hecho de que las milicias no abandonaron en ningún momento la línea de fuego.
Porque hasta Junio de 1937, lo único que les obligaba a permanecer allí era su
sentido de lealtad para con su clase..." (393)
El proyecto
de la Generalitat era otro muy distinto, constituir un cuerpo armado de
milicias ciudadanas que tuviese una doble finalidad, la lucha contra la
sublevación militar y servir como contrapeso al anarcosindicalismo triunfante,
que se había adueñado de las calles y que, sin pretenderlo, era el auténtico
poder en Catalunya. La iniciativa del Comité Central y de los
anarcosindicalistas al decidirse a crear un nuevo ejército de milicias
revolucionarias desbarataron por el momento, los planes de Companys y de sus
aliados del Front d'Esquerres.
Según la
versión recogida por Cesar M. Lorenzo (extraída de la obra de Francisco Lacruz,
"El alzamiento, la revolución y el terror en Barcelona" p.118), el
origen de las milicias partidarias estuvo en la negativa de los anarquistas a
aceptar al comandante Pérez Farrás como comandante en jefe de las
milicias, por lo que se acordó que cada grupo político o sindical constituiría
sus propias fuerzas armadas (394).
La versión
recogida por el historiador libertario es, por lo menos, dudosa. Sin embargo,
la anécdota nos enfrenta a un interrogante, ¿porqué, los anarcosindicalistas,
dueños absolutos de la situación, permitieron que el resto de las
organizaciones formara sus propias columnas, al margen del Comité Central de
Milicias, convertido, pocas horas antes, en el órgano supremo de la revolución
en Catalunya, por los mismos dirigentes de la CNT? La negativa de los anarcosindicalistas a convertir al Comité Central de Milicias Antifascistas, en un
auténtico gobierno revolucionario tuvo como consecuencia, la incapacidad
política de este organismo para convertirse en el único organizador y dirigente
del nuevo ejército.
Sin duda
alguna, la grave concesión que acababan de cometer los anarcosindicalistas iba
a tener graves consecuencias para el futuro del movimiento revolucionario, o
las nuevas e improvisadas milicias se constituyeron sin un órgano de dirección
único. Las columnas armadas se formaron en torno a los partidos y a los sindicatos,
y obedeciendo tan solo a los órganos ejecutivos de éstos.
Las milicias
obreras adquirieron una estructura partidaria que sería utilizada, en los meses
siguientes, por los partidarios de la Generalitat, para reforzar su poder, en detrimento de los sectores revolucionarios.
"Cada organización proletaria representada en el Comité de Milicias
Antifascistas creó su propio ejército, que se convertía en su garantía de
supervivencia dentro del movimiento revolucionario. Los partidos políticos pequeño
burgueses, en conjunto, también intentaron crear uno propio, sin renunciar, no
obstante, el gobierno de la Generalitat, a crear un ejército propio a base de
las clásicas levas" (395).
La
incomprensible actitud de los representantes de la CNT y de la FAI solo se explica por la autoconfianza que tenían, al comparar la desigualdad
aplastante que existía entre sus efectivos y los del resto de las
organizaciones. Por otro lado, convertir al Comité Central en el
auténtico mando de las milicias los hubiera colocado irremediablemente, una vez
más, en la fatal disyuntiva del ser o no ser, un gobierno revolucionario,
idea especialmente aborrecida por el anarcosindicalismo militante.
La concesión
del anarcosindicalismo también rebela una total improvisación y un análisis
superficial sobre las consecuencias que iban a tener sus decisiones en el
futuro de la guerra y de la revolución. Sin duda alguna, los dirigentes
de la CNT y de la FAI se dejaron llevar por la optimista e irreal idea de que
el conflicto armado iba a ser de corta duración y de que eran ellos, los
sectores revolucionarios, los que llevaban la iniciativa victoriosa.
El Comité
Central de Milicias Antifascistas de Catalunya, se convertía en una simple mesa
de frente único de las organizaciones antifascistas, pero renunciaba a
convertirse en lo que había sido, al crearse, su principal objetivo: el de
órgano director del nuevo ejército de milicias, y consecuentemente, de la
revolución.
Para las
organizaciones partidarias del Front d'Esquerres el error de los
anarcosindicalistas era, por el contrario, una valiosa oportunidad que tenía
que ser aprovechada. Constituyendo sus propias milicias, creaban las primeras
bases para la construcción del nuevo ejército de la República.
El proyecto
de "las milicias ciudadanas" de Companys había nacido muerto, porque
la situación revolucionaria no permitía que pudiese prosperar, sin embargo la
ingenuidad de los cenetistas les brindaba una posibilidad inesperada. A
partir de este momento, el gobierno de la Generalitat, por medio de las organizaciones obreras (principalmente del PSUC y de la UGT, que fueron desplazando del centro político a ERC) del Frente Popular, tenía la
posibilidad de formar su propio ejército, para que con el tiempo, pudiera
contrarrestar y anular el poderío anarcosindicalista.
En los meses
siguientes, las organizaciones más izquierdistas, los anarcosindicalistas y el
POUM, se quejaron frecuentemente, de la falta de suministros de municiones y de
armamentos, mientras que las milicias comunistas y de las organizaciones del
Frente Popular recibían abundante material de guerra proveniente de los envíos
soviéticos (396). El armamento y las municiones se repartían, no en las zonas
donde más se necesitaban, sino allí donde los comités dirigentes de las
organizaciones decidían, según sus afinidades ideológicas. Frecuentemente la
clave del armamento, fue utilizada para desprestigiar a las milicias rivales,
en beneficio de las propias. La incapacidad del Comité Central para imponerse
como centro único de mando de las milicias ocasionó graves errores en la
organización y en el funcionamiento de las milicias en el frente. Numerosos
historiadores y testimonios hablan de los frecuentes roces y enfrentamientos
que se dieron entre las columnas armadas de las diferentes organizaciones, de
la falta de coordinación y de planificación de las operaciones militares entre
las distintas milicias.
"En las milicias hay una tendencia a formarse en unidades independientes,
al servicio, cada milicia, de una política, lo que hace que tengan una doble
dirección, una doble finalidad, la lucha contra el enemigo de las trincheras de
enfrente y contra el enemigo político posible que está a su lado en los frentes
de combate y está también tomando posiciones políticas en la retaguardia"
(397).
La falta de
un mando único, el sectarismo y los numerosos errores e ingenuidades que
cometieron las milicias, fueron aprovechados, pocos meses más tarde, por
sus adversarios, para desprestigiarlas y exigir su disolución e integración en
el nuevo Ejército Popular, que empezaba a reconstruirse, al servicio del
gobierno republicano.
"Esta falta de dirección, esta falta de objetivos inmediatos, esta
falta de armamento, esta estabilidad desmoralizante de una guerra de trincheras
que duró meses, y otros factores bastante evidentes, hicieron que, de hecho, no
se pudiese poner a prueba el valor militar de las milicias, sino también, y en
gran parte, en la voluntad de no querer aprovechar aquellas masas de hombres
que se pudrían en una inactividad total. En los frentes de Aragón no hubo
operaciones importantes, no a causa de las estructuras milicianas con todos los
defectos que no dejamos de recordar, sino porque se quiso ahogar un intento
militar que habría favorecido a la organización confederal y en parte, también,
al gobierno autónomo catalán" (398).
El error
cometido por el anarcosindicalismo catalán fue repetido por otras organizaciones,
en la mayor parte de los frentes de batalla, a excepción de Asturias, donde el
grado de cooperación entre la UGT y la CNT, puesto ya a prueba en la revolución
de 1934, permitió la formación de milicias mixtas, formadas por las diferentes
organizaciones obreras, sin distinciones ideológicas o partidarias, lo que
evitó repetir estas trágicas equivocaciones.
La noticia
de la formación de milicias que iban a dirigirse hacia la conquista de Zaragoza
y del resto de la región aragonesa provocó un fuerte entusiasmo entre
importantes sectores de la población, especialmente entre los sectores
organizados. Abad de Santillán, responsable en el Comité Central de la
formación y de los suministros a las milicias, habla de la inscripción de más
de 150.000 voluntarios (399). Sin embargo, la cifra que posteriormente se
organizó fue sensiblemente menor, la falta de armamento y de municiones, y la
imposibilidad de medios materiales para formar un tan vasto e innecesario
ejército, motivó que el número de milicias catalanas que llegaron a estar en el
frente de Aragón, pocas semanas más tarde, fue apenas quinta parte de estos
cifras. La cifra de efectivos que el Comité Central de Milicias había calculado
que eran necesarios para la conquista de la capital aragonesa era de 12.000
hombres.
La primera
columna de milicianos, que contó con una cifra de integrantes, muy inferior a
la planteada en el Comité Central, entre los 2.000 y los 3.000 miembros, partió
hacia Zaragoza, el día 24 de Julio, al mando de Buenaventura Durruti y
asesorado por el comandante Enric Pérez Farrás y el sargento Manzana como
consejeros técnicos militares. La columna partió del paseo de Gracia, aclamada
por la multitud que se había acercado al lugar para despedirla. El mismo Abad de
Santillán nos aclara que el motivo del escaso número de milicianos de la
expedición armada, se debió a la incomprensión que existía entre los
responsables, de la verdadera situación en la que se encontraban. existía un
exagerado optimismo de que la columna revolucionaria apenas iba a encontrar
obstáculos en su marcha (400).
La columna
de Durruti adoptó una forma organizativa que fue imitada por el resto de
las milicias libertarias, y en mayor o menor medida, por el resto de
grupos. Diez milicianos constituirían un grupo que nombraría un delegado, diez
de estos grupos se convertiría en una centuria y cinco de éstas, formarían una
agrupación, que estaría representada por un responsable que, junto a los
delegados de las centurias, formaría parte del Comité de la Agrupación. Esta estructura de las milicias se mantendría vigente y sin apenas variaciones,
hasta la militarización de éstas, en el mes de marzo de 1937.
El mismo día
que la columna de Durruti, partió un nuevo contingente de 2.000 milicianos a
las órdenes del ebanista libertario Antonio Ortiz, que estaba asesorado, como
técnico militar, por el comandante Fernando Saavedra.
El día 24,
partió otra nueva columna armada con más de 2.000 hombres que recibió el
nombre de "Lenin" o "Joaquín Maurín" (detenido en los
primeros días de la guerra en Galicia, y dado por muerto o desaparecido, en
aquellas fechas). El nuevo cuerpo de milicianos estaba organizado
por el POUM, y estuvo mandada por José Rovira y por Jordi Arquer. Apenas dos
semanas más tarde, otro grupo armado poumista, con un millar de milicianos,
partió hacia el frente dirigido por Oltra Picó.
Al día
siguiente, el 25, otro contingente de 2.000 voluntarios marchó hacia la
conquista de Aragón. La nueva columna armada, llamada "Carlos
Marx" era dirigida por Lluis del Barrio, A.Trueba y por Angel Estivill,
todos miembros de la nueva organización comunista catalana (PSUC), que
hacía dos días que acababa de formarse, al calor de los combates callejeros de
Barcelona.
Un nuevo
destacamento anarcosindicalista, dirigido por Domingo Ascaso y por Cristóbal
Aldabaltreco, partió hacia la zona que seguía dominada por los sublevados.
Más tarde
marcharon nuevas columnas armadas de milicianos de las diferentes
organizaciones que componían el Comité Central. La columna Macià-Companys
partió a principios del mes de Agosto, y estuvo dirigida por el teniente
coronel Jesús Pérez Salas y por Enric Canturriel y el contingente
armado estaba formado por militantes de ERC y de otros grupos
nacionalistas menores.
El 28 de
Agosto partió una nueva columna de milicianos libertarios hacia el frente de
Aragón, "Los aguiluchos de la FAI", integrada por cerca de dos mil
voluntarios, y reforzada por grupos de guardias de asalto. La columna
revolucionaria fue organizada por Joan García Oliver, dirigida por Luis Escobar
y García Vivancos, además de estar asesorada por Josep Guarner.
Una nueva expedición armada, compuesta por montañeros nacionalistas fue enviada
a la zona pirenaica. Otros numerosos grupos partieron de diferentes localidades
de Catalunya para dirigirse hacia Aragón.
En
Septiembre, las columnas de milicianos que contaban con 30.000
hombres, sin haber podido conseguir sus principales objetivos militares:
apoderarse de las capitales aragonesas, Zaragoza, Huesca y Teruel y
abrirse paso hasta el norte minero y siderúrgico. Las milicias guardaban
un frente de unos 300 kilómetros, desde la frontera con Francia hasta el sur de
Aragón. Según el "boletín" de la CNT y de la FAI, el anarcosindicalismo contaba con cerca de 13.000 milicianos en el Frente de Aragón, el POUM
tenía 3.000 voluntarios, 2.000 pertenecían a las columnas PSUC-UGT, 4.000 de
los efectivos, pertenecían a los restos de los viejos cuerpos policiales de la República, que se habían ofrecido voluntarios para luchar en el frente. De los 30.000
combatientes, dos terceras partes provenían de Catalunya, mientras Valencia
había enviado 9.000 milicianos. (401).
Pese al
entusiasmo inicial de los revolucionarios, las columnas de milicianos,
organizadas de una forma improvisada, no constituían un ejército eficaz.
Durante los meses de su existencia, la inferioridad organizativa de las
milicias pudo compensarse, con éxito, con el entusiasmo de los
combatientes revolucionarios.
"Los periódicos traen noticias de formación de Columnas el mismo día 22;
pero es seguro que se trataba de grupos abigarrados, sin orden -relativo- ni
mandos, más propios para desfilar por las calles que para mayores empeños"
(402).
Las columnas
de voluntarios, contaban frecuentemente, con más hombres que armas, y con raras
municiones. El abastecimiento de las milicias dependió en los primeros
momentos, cuando se consideraba que la guerra iba a ser rápida, de las
aportaciones espontáneas que hacía la población campesina, en las localidades
que iban atravesando. A medida que el conflicto tendía a prolongarse y el
frente aragonés se estabilizaba, los suministros se regularizaron a través de
los comités locales, de las colectividades agrarias y también de las empresas
colectivizadas.
Los
milicianos contaban con una ropa dispar e inadecuada para las circunstancias
que iban a atravesar, el material utilizado en los combates era, a
menudo, incompleto y defectuoso. Los mapas utilizados por los dirigentes
de las columnas, para planificar las operaciones militares eran simples mapas
turísticos de la marca "Michelín" y gran parte de la artillería de la
que se apoderaron los revolucionarios durante los combates en Barcelona,
llegaron al frente mucho después que los combatientes, por carecer de los
medios de transporte adecuados.
Muchos de
estos errores eran perfectamente comprensibles durante las primeras semanas de
la guerra, por la enorme tarea que significaba organizar y armar a un ejército
completamente improvisado, a partir de una masa ingente de 150.000 voluntarios.
Sin embargo,
muchos de los errores cometidos por las milicias tendieron a perpetuarse, o
encontraron grandes resistencias a ser solucionados, por parte de los
combatientes. Los recelos de los milicianos a cualquier tipo de disciplina,
fruto de una larga tradición de prejuicios antiautoritarios, fueron un serio
obstáculo para la eficacia de las fuerzas armadas revolucionarias.
Respecto a
esta cuestión, es revelador el testimonio del zaragozano Saturnino
Carod, dirigente de una columna de la CNT, procedente de Zaragoza que ocupó la localidad de Muniesa, recogido por Fraser:
"Comenzó a reorganizar la columna, a <<militarizarla>>,
dividiéndola en unidades más pequeñas y dotándola de una estructura de mando.
El resultado casi fue un desastre; los milicianos abandonaron la columna y casi
sólo le quedó la guardia civil".
"<<Era comprensible. Durante muchos años les había estado hablando a
los campesinos aragoneses no sólo de sus problemas (problemas que conocía por
haberlos vivido yo mismo), sino también de ideas. De oposición al capitalismo,
al estado, a la iglesia, a los militares. Se bebieron estas ideas y ahora,
cuando la revolución estaba en marcha, no entendían por qué les hablaba de la
necesidad de militarizarse,... Abandonaron la columna, sencillamente. Pero en
sus pueblos natales les presionaron mucho para que volvieran" (403).
Juan García
Oliver hace una descripción muy exacta de las milicias, refiriéndose a la
columna dirigida por Antonio Ortiz, que partió, poco después de la de Durruti:
"Más me disgustó observar que la preparación de nuestros milicianos no
hubiese experimentado ninguna mejoría: iguales vestimentas dispares, los mismos
equipos estrafalarios de la primera columna. Y algo peor, en el cuartel Bakunin
de Pedralbes los habían provisto de fusiles, pero sin cerrojos. Estos, tuvieron
que irlos ajustando a cada fusil en la estación de ferrocarril, cuando fueron
traídos en las cajas escondidas, por los oficiales sublevados de la Maestranza. Los <<pintorescos>> milicianos que presentaban las fotografías de las
revistas extranjeras entrarían en guerra al descender del tren, sin siquiera
haber aprendido a cargar un fusil" (404).
La falta de
preparación y la nula disciplina existente en las columnas, junto a la escasez
de armas y municiones, hizo que las tropas rebeldes, contuvieran con facilidad
a los revolucionarios y les impidieran tomar Zaragoza y el resto de capitales
aragonesas. A mediados del mes de Agosto, se había perdido la iniciativa
militar, y había dado paso a una guerra de posiciones que resultó fatal
para las milicias revolucionarias.
A pesar de
que las columnas estaban dirigidas y organizadas con diferentes criterios
políticos y militares, según las organizaciones que las conformaban, no parece
que ninguna de ellas destacara especialmente, por encima de las demás, respecto
a su eficacia en el combate.
En la
formación del nuevo ejército, que debía sustituir y enfrentarse al que acababa
de sublevarse, se produjeron fuertes choques entre los partidarios de construir
un ejército regular al viejo estilo, que cumpliese el papel de brazo armado del
gobierno republicano que pretendían reconstruir, y los que defendían que la
revolución había acabado con el viejo estilo de vida, y de que el nuevo
ejército, no podía ser otro que el pueblo en armas.
Las
organizaciones del Front d'Esquerres se mostraron, desde el principio,
partidarios de reconstruir un ejército regular similar al que estaban
combatiendo. La República necesitaba de un brazo armado, que aceptara someterse
incondicionalmente a sus directrices políticas. Para ello era necesario basarse
en los cuadros militares que no habían secundado la sublevación y que
habían permanecido fieles a la legalidad
republicana. Sin embargo, sus planes se encontraban ante un
obstáculo, que fue insalvable durante los primeros meses, incluso en las zonas
donde las organizaciones obreras pertenecientes al Frente Popular eran
claramente mayoritarias. Las mismas bases socialistas de izquierdas, mostraban,
en la prensa, sus claras simpatías por los rasgos igualitarios y
revolucionarios de las milicias, y veían con desconfianza el proyecto de
reconstrucción de un ejército como el que acababa de sublevarse.
"Claridad" el órgano de la UGT y de la izquierda socialista, lo
expresaba así:
"Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que actualmente
luchan y que en cierto modo controlan su propia acción revolucionaria es pensar
en términos contrarrevolucionarios. Eso es lo que Lenin dice (El Estado y la Revolución): <<Cada revolución tras la destrucción del aparato del estado, nos enseña
cómo la clase gobernante restablece cuerpos especiales de hombres armados a
'su' servicio, y como las clases oprimidas intentan crear una nueva
organización de un tipo capaz de servir no a los explotadores, sino a los
explotados>>".
"Nosotros... debemos cuidar de que las masas y los dirigentes de las
fuerzas armadas, que deben ser sobre todo el pueblo en armas, no se nos escapen
de las manos" (405).
Los más
firmes partidarios de la constitución de un nuevo ejército republicano, lo
fueron, sin duda alguna, los comunistas ortodoxos, el PSUC en Catalunya. Si la
etapa de la revolución que se estaba atravesando, correspondía a la
"burguesa", el ejército que debía constituirse tenía que ser
también forzosamente, de naturaleza "democrático-burguesa", es
decir, republicana.
Cualquier
concesión a los revolucionarios, pondría en peligro la estabilidad y el
control político de la República. Aunque en los primeros momentos de desconcierto, el nuevo PSUC y la UGT catalana, al igual que el PCE en el resto del
estado, se mostraron partidarios de las milicias, e incluso de los comités que
las estaban organizando, ambos partidos encaminaron su proyecto militar a la
conformación de un nuevo ejército regular republicano, y por lo tanto no
revolucionario.
El PSUC
apoyó la creación en las nuevas unidades militares, de los comisarios políticos
imitando superficialmente el estilo del ejército soviético. Sin embargo, el
parecido con el Ejército Rojo de Trotsky, que había protagonizado con
éxito la guerra civil en la por entonces, recién nacida URSS, empezaba y
terminaba aquí.
Manuel
Cruells llega a la conclusión de que el proyecto militar comunista procede de
la experiencia del ejército rojo soviético en la guerra civil que azotó a la URSS en su primer período de existencia.
"Se comprende que los comunistas con la experiencia, o solo simple
antecedente, de su revolución rusa, fuesen partidarios de un Ejército
terriblemente controlado y centralizado... Al fin y al cabo, aquella
experiencia les demostraba que un Ejército formado con una disciplina de
hierro, bien controlado por una fuerza política, podía ir venciendo a sus
enemigos y podía incluso desarticular las formaciones militares paralelas de
los otros grupos ideológicos. Solo así la revolución rusa había podido
consolidar su toma del poder" (406).
El
historiador catalán peca de sobrevalorar los aspectos puramente
organizativistas, y de menospreciar los políticos, en la cuestión militar. La
revolución rusa había triunfado a través de una sangrienta guerra civil, en la
que participaron ejércitos de diferentes países capitalistas, que procedieron a
apoyar a los ejércitos blancos que luchaban contra el triunfo de los
bolcheviques. Respecto a la importancia de ambos aspectos, el organizativo y el
político, es el mismo León Trotsky quien se encarga de rebatir a Cruells, y
también al PSUC.
"Durante nuestra guerra civil, no creo que venciéramos principalmente
debido a nuestra ciencia militar. Esto es falso. Ganamos a causa de nuestro
programa revolucionario. Decíamos a los campesinos <<la tierra es
vuestra>>. Y el campesino, que en un primer momento había preferido a los
blancos, comparaba a los bolcheviques con los blancos y decía: <<los
bolcheviques son mejores>>. Entonces cuando los campesinos, centenares de
miles de millones de campesinos, se convencieron de que éramos mejores,
vencimos" (407).
El proyecto
del PSUC de construir un "Ejército Popular" tenía muchas más
similitudes con cualquier ejército capitalista europeo, incluido el viejo
modelo prusiano (apolítico, con una jerarquía absoluta de arriba hacia abajo,
sin ningún tipo de consejo u organización de los soldados, recuperación de los
viejos códigos militares y del saludo militar...). Sin embargo, al pretender
crear un ejército muy similar al que mantenían sus adversarios, los
militares sublevados contaban con mayor experiencia y recursos.
Una de las tareas
en las que se empeñaron con éxito, el PCE y el PSUC fue la de la
infiltración y control de los comisarios políticos del nuevo Ejército
Popular. Sin duda alguna, la gran capacidad organizativa de los comunistas
oficiales atrajo a gran cantidad de oficiales conservadores, que se habían
mantenido fieles a la República, y que consideraban que solo el PCE apuntaba
claramente hacia la victoria sobre los sublevados.
Indudablemente, el partido político que controlase a los mandos del nuevo
ejército, estaría en condiciones de controlar también, en el futuro, a la nueva
República.
"El PSUC... está a favor del <<sistema de ejército>>, opuesto
al <<sistema de milicias>>, y en eso están de acuerdo tanto con la Generalitat como con el gobierno de Madrid... Ejército regular, con oficiales al mando y
comisarios políticos cuyo papel es sólo el de consejeros en
asuntos políticos; oficiales no elegidos sino nombrados por
el alto mando; unidades agrupadas no en tanto que hombres de la misma fe
política, sino a partir de consideraciones exclusivamente militares; todo bajo
las órdenes del gobierno legal, la Generalitat. En una palabra, el PSUC desea un ejército a las órdenes del gobierno en el cual pueda participar, mientras los
anarquistas desean un ejército a sus propias órdenes. Al mismo tiempo, el modo
en que el PSUC concibe un ejército refleja la tendencia, tanto comunista como
socialista, hacia la centralización, mientras los anarquistas continúan
defendiendo sus ideales libertarios, la formación de un "ejército"
haría más eficientes sin duda, las fuerzas de la República. La formación de una "milicia", aunque dificultase la lucha contra
Franco, favorecería el siguiente paso en dirección a la revolución
social"(408).
En agudo
contraste con la concepción del Partido Comunista, sobre la forma y la
naturaleza que debería adoptar el nuevo ejército, el anarcosindicalismo,
consideraba que éste solo podía estar compuesto por los triunfadores de las
jornadas de Julio.
La República había caído sin pena ni gloria, sin poder oponer ninguna resistencia seria, ante el
embate de las dos grandes fuerzas sociales que se enfrentaban a muerte, la
revolución y la contrarrevolución. La República se había agotado durante cinco largos años de frustrante experiencia de sus gobiernos, que habían sido incapaces de
resolver ninguno de los grandes problemas históricos.
Sin embargo,
el anarcosindicalismo, había llegado a las jornadas de Julio y a la revolución,
completamente desarmado ideológicamente, sin un programa y una teoría política
que le permitiese enfrentarse con éxito al reto del poder. Sus viejos esquemas
habían demostrado desde un principio que eran completamente ineficaces para
resolver los retos de la nueva situación.
La CNT se encontraba dueña indiscutible de la zona más vital de la República y dirigiendo al sector más numeroso y combativo del proletariado español. Sus
criterios políticos en el seno del Comité Central de Milicias estuvieron
caracterizados por el empirismo y por un fuerte voluntarismo de sus propios
militantes, empeñados en resolver los graves problemas con los que se
enfrentaban. A finales del mes de Julio, y frente a los primeros intentos, por
parte de los gobiernos de Madrid y de Catalunya para reconstruir su ejército, la CNT publicó un manifiesto:
"La CNT de Catalunya ha de plantear al Gobierno de la Generalitat y al mismo Gobierno de Madrid, la cuestión pura y simple. No podemos defender la
existencia, ni comprender la necesidad de un ejército regular, uniformado y
obligatorio. Este ejército ha de ser sustituido por las milicias populares, por
el pueblo en armas, garantía única de que la libertad será defendida con
entusiasmo y que a su sombra no se incubarán nuevas conspiraciones" (409).
Siguiendo
sus viejas tradiciones, la CNT y la FAI rechazaron al principio, no solo
cualquier proyecto de reconstruir el viejo ejército, sino cualquier elemento de
aquel (los viejos códigos militares, el saludo tradicional, los privilegios de
casta de los mandos, la disciplina, fueron completamente suprimidos). En
sustitución de los viejos principios militares, los libertarios defendieron sus
conceptos antiautoritarios (autodisciplina, igualdad entre la tropa y los
mandos, organización asamblearia, elección de los mandos por la tropa...).
"La diferencia que existe entre un militar que manda y un revolucionario
que dirige, reside en que el primero se impone por la fuerza, mientras que el
segundo no dispone de más autoridad que la que se deriva de su propia
conducta" (410).
A pesar de
que esta idea revolucionaria fue llevada, frecuentemente, y con grandes dosis
de ingenuidad, a niveles casi esperpénticos. Frecuentemente los milicianos
abandonaban sus puestos de vigilancia para visitar a sus familias, o se negaban
a cumplir órdenes, por considerarlas peligrosas. Sin embargo los hechos
manifestaban que existía una fuerte voluntad de los trabajadores de
sustituir a la vieja sociedad, por un nuevo proyecto social revolucionario.
"Hace falta decirlo desde un principio los defectos fundamentales de las
milicias radicaban en su estructura y solo en parte, en la ideología que las
formaba. Los defectos de improvisación, de menosprecio por el criterio militar
de los profesionales, de politización partidista, de incapacidad orgánica para
emprender maniobras de larga duración y, en general, de falta de capacidad de
maniobra militar, fueron propios de todos los grupos políticos que lucharon en
aquellos frentes".
"... En, los anarquistas estaban doblemente aumentados los defectos a
causa del gran número de milicianos y a causa de su ideología, pero, puede ser
que este exceso en sus defectos quedase compensado, en ellos, por su tradición
de lucha armada...".
"No existía en las milicias falta de combatividad, lo que faltaba era
entrenamiento, disciplina y un concepto de unidad entre los diferentes grupos a
causa de las divergencias ideológicas..." (411).
En el
esquema anarcosindicalista, las milicias tenían que estar sometidas al control
de los sindicatos. Victor Alba achaca el fracaso cenetista al hecho de que el
movimiento libertario era hegemónico en Barcelona y en la mayoría de las
ciudades y áreas industriales, pero no en toda Catalunya. Por lo tanto la única
forma de coordinación posible entre las distintas fuerzas tenía que ser el
Comité Central de las Milicias (412). Sin embargo, este organismo no solo
se mostró incapaz de convertirse en el centro de mando de las columnas
revolucionarias, sino que tampoco cumplió la función de coordinación que las
milicias necesitaban, salvo en el tema de los suministros del material de
guerra. El tercer proyecto político que se planteaba en Catalunya, era el
defendido por el POUM. No parecen ser justificadas algunas de las
críticas realizadas a este grupo, desde posiciones anarcosindicalistas o
trotskistas. Munis considera que el POUM aceptó alegremente la organización de
las milicias al margen del Comité Central de Milicias, a cambio de poder
tener sus propias milicias y su propio armamento (413). Diego Abad de
Santillán considera que fueron "las tendencias marxistas -estalinistas y
las llamadas trotskistas- las que primero escindieron al pueblo
antifascista" (414).
La
observación que hace Pierre Broué parece ajustarse más a la realidad. El
historiador francés afirma que la actitud del POUM no parece que fuera la de
constituir sus propias milicias, postura que habría entrado en contradicción
con su política de fortalecer el Comité Central de Milicias y de convencer a
los dirigentes anarcosindicalistas de convertir a este organismo en un
auténtico gobierno revolucionario.
"En realidad el POUM se encontró cogido en un engranaje, ya que todas las
organizaciones obreras constituyeron desde las primeras horas del
levantamiento, sus propias unidades de milicias. Esta situación tenía más
ventajas que inconvenientes para el POUM, ya que éste no podía esperar ningún
favor en el reparto de armas y municiones; y el hecho de tener <<sus
propios sectores>> en el frente le hacía prácticamente vulnerable y
trágicamente dependiente. En Madrid, las milicias del POUM no obtuvieron más
armas que las que les cedió el Partido Sindicalista que había recibido
demasiadas para sus reducidos efectivos..." (415).
La penuria
en la que se encontraron las milicias del POUM, que carecían del potencial del
anarcosindicalismo, pero que tampoco poseía la ayuda que tuvieron las
organizaciones estalinistas para formar sus propios cuerpos armados.
Frecuentemente, las columnas poumistas, fueron dramáticamente discriminadas en
el reparto de armamento y de municiones. En el frente de Madrid, nueve de cada
diez milicianos poumistas, murieron en los combates, víctimas de las órdenes
que los enviaban a realizar operaciones suicidas, con su escaso armamento y sin
ningún tipo de protección aérea o artillera.
La verdadera
postura del POUM quedó reflejada en el mitin que realizó en el Gran Price de
Barcelona, el 6 de Septiembre:
"Y uno de los obstáculos más importantes que se oponen a la verdadera
organización de la victoria, a la obtención del triunfo por nuestras milicias
obreras, es la falta de un mando único, la falta de un centro militar unificado
que dirija todas las operaciones. En las presentes circunstancias, el gobierno
de Madrid no puede jugar este papel. En Catalunya hemos creado el Comité
Central de Milicias obreras, que es el que centraliza realmente toda la acción
militar y toda la acción política, y nuestro partido propone que se constituya
una Junta Nacional de Defensa que, como el Comité de las Milicias de Catalunya,
centralice toda la acción y lleve la guerra hasta la victoria definitiva"
(416).
El POUM
defendía la necesidad de la construcción de un auténtico Ejército Rojo. Un
ejército regular y disciplinado que superara las limitaciones y los errores de
las milicias de los primeros meses, pero que mantuviera las características
revolucionarias en su seno.
"La organización del ejército rojo no puede hacerse de un golpe. Pero en
realidad, las bases sobre las que ha de sujetarse están ya realizadas en el
frente, en la convivencia íntima de las milicias obreras y campesinas en las
líneas de fuego y en la fraternización de los milicianos con los soldados y los
guardias. La creación sin pérdida de tiempo de comités integrados por delegados
de combatientes rojos integrados por delegados democráticamente elegidos por
los distintos grupos de las milicias revolucionarias, por los guardias y por
los soldados será la garantía de que el pueblo alzado en armas para la defensa
de sus intereses comunes primero, para la total reivindicación de sus derechos
después, nada ni nadie podrá detenerlo..." (417).
El proyecto
militar del POUM se diferenciaba en otro aspecto fundamental del que defendía
el PSUC. La estructura del nuevo Ejército Rojo solo podía reflejar los avances
y las aspiraciones de la revolución de los comités, esto es, defender un
auténtico programa social que recogiera las viejas aspiraciones de todas las
clases populares. En el mitin celebrado, el 6 de Septiembre, en el Gran Price
de Barcelona, Andreu Nin declaraba:
"Las guerras solo se ganan, no solamente desde el punto de vista técnico.
Desde el punto de vista técnico, por la superioridad del armamento y por la
disciplina, los militares tendrían que haber vencido el día 19 de
Julio...".
"Las realizaciones de carácter social y de carácter político tienen tanta
trascendencia, como los éxitos en el terreno militar... contra el fascismo solo
hay un medio eficaz de lucha, la revolución proletaria..." (418).
Por el otro
extremo político, el POUM realizaba una crítica al espontaneísmo anarquista,
por su desprecio a los aspectos técnicos y militares.
"Este ejército fuerte por su moral de clase, por su entusiasmo, por su
heroísmo, ha tenido, no obstante, defectos que es necesario corregir. Ha sido,
a pesar de todo, un ejército irregular, inpreparado técnicamente, que ha
confiado demasiado en el impulso y en la abnegación de sus componentes y no ha
tenido en cuenta la ciencia, la técnica y la estrategia de la guerra..."
(419).
Sin embargo,
el proyecto del POUM, no pasó en ningún momento, del propagandismo. El poumismo
tenía que aceptar una política de hechos consumados: el
anarcosindicalismo aceptaba la formación de milicias partidarias, cuando por su
propio peso e influencia podía haberlo evitado. Sin embargo, en esta situación,
el POUM optó por evitar el enfrentamiento con la CNT y la FAI y desarrollar una política similar a la del resto de las organizaciones, formar sus propias
columnas. La otra opción posible, la de ingresar en las filas de las milicias
anarcosindicalistas (las únicas que estaban sometidas directamente al control y
a la disciplina del Comité Central), fue rechazada por los dirigentes del POUM,
para no enemistarse con los dirigentes cenetistas y poner en peligro su
política de alianzas.
Por otro
lado, el POUM también parece que descuidó, menospreció, o se opuso a la
formación de consejos de milicianos en su seno. Félix Morrow aseguraba en sus
escritos que no hubo elecciones de delegados para la formación de consejos de
soldados, y asegura que los dirigentes de las columnas poumistas se oponían a
ello (420). El escritor británico George Orwell, miembro de las milicias de
este partido, corrobora esta idea y da su testimonio de que el POUM no hizo
ningún tipo de trabajo político entre sus propias milicias.
"Al contrario de lo que se cree generalmente los líderes políticos del
POUM están muy en contra de esta idea del comité y estaban ansiosos de que la
idea no pasase de los ingleses a los españoles" (421).
Sin embargo,
el testimonio más firme y demostrativo de esta actitud la encontramos en la
"resolución sometida al Comité Central del POUM", realizada por José
Rebull líder de la oposición en el seno del partido.
"...Ha permitido a miembros de nuestro partido, dirigentes de la división
Lenin, sabotear toda acción política por parte de los milicianos en nuestras
filas, en lugar de llevar una agitación por la democracia obrera en los
organismos de masas" (422).
Los
proyectos del PSUC, de la CNT-FAI y del POUM se enfrentaron en el seno del
Comité Central de Milicias, por la supremacía. Las vacilaciones y la falta de
un plan político madurado, por parte del anarcosindicalismo, triunfante en las
jornadas de Julio, permitieron que el PSUC y las organizaciones del Front
d'Esquerres, partidarios y aliados del gobierno de la Generalitat, fueran minando el terreno sobre el que se sostenía el edificio cenetista.
El proyecto
del POUM tampoco pudo prosperar. Su actitud seguidista frente a los errores del
anarcosindicalismo y la situación de aislamiento creciente en el que se
encontraba, redujo sus planes para construir un Ejército Rojo, a una
simple actividad propagandística sin concreción en la realidad. El compromiso
político del anarcosindicalismo con el gobierno de la Generalitat colocaba a las milicias en una situación de dependencia hacia las autoridades
republicanas que iba a tener funestas consecuencias. El gobierno autónomo
catalán, adversario político de la revolución que encarnaban los comités y las
milicias, se encargaba de pagar los sueldos a los combatientes del frente.
Sólo la
ideas del PSUC y del PCE prosperaron. Apoyados por los gobiernos, Central
y autónomo catalán, y también por la política soviética. Utilizando la presión
política que significaban los suministros de armamento y de municiones,
sobre los revolucionarios, día tras día, el proyecto de construcción del
Ejército Popular, nombre bajo el que se escondía el viejo ejército republicano,
fue abriéndose camino, en detrimento de las milicias y de la revolución.
4.4.2 El orden interno revolucionario
El triunfo
revolucionario de las jornadas de Julio llevó consigo una gran explosión social
y la irrupción de grandes sectores de la población, inactivos o pasivos hasta
el momento, en la actividad política. Sin embargo, y junto a la gran actividad
que empezó a desarrollarse en todas las áreas de la vida cotidiana, también
hizo irrupción la delincuencia y el lumpenproletariado.
Siglos y
siglos de explotación y de miseria, se expresaron en la gran cantidad de
saqueos y de asesinatos que asolaron las calles de Barcelona y de gran parte de
los pueblos y ciudades de Catalunya. Gran parte de esta violencia fue provocada
por la irrupción en la arena política, de importantes sectores sociales,
que habían sido marginales antes de la revolución. El odio de siglos de
miseria y de opresión se desencadenó espontáneamente, sin que existiera una
clara perspectiva revolucionaria.
No es
posible analizar una situación revolucionaria, desde una óptica supuestamente
moralista, como han hecho algunos historiadores y políticos que se opusieron a
ésta. La violencia que acompaña cada revolución, los excesos que en ella se
desencadenan son, sin duda alguna, inevitables, y reflejan la actitud de
importantes capas de la población, oprimidas, de no querer seguir soportando la
explotación sufrida hasta el momento. Sin embargo, era necesario canalizar y
limitar esta violencia social mediante cauces de "legalidad
revolucionaria", para evitar que importantes sectores de la población,
especialmente la pequeña burguesía urbana y campesina, profundamente
catalanista, pudieran depositar sus simpatías en la reacción que acababa de
sublevarse, por temor a que el movimiento revolucionario pudiera poner sus
propiedades y sus vidas en peligro.
La profunda
desestabilización social y los peligros que estos hechos provocaban hizo que el
recién nacido Comité Central de Milicias tomara medidas urgentes para poner
coto a la violencia desatada. Su primer decreto fue el de la creación de
"equipos", integrados por militantes de las distintas organizaciones,
que se encargarían del mantenimiento del nuevo orden revolucionario y de que
fuera cumplido estrictamente el toque de queda.
El gobierno
de la Generalitat de Catalunya, y los partidos del Front d'Esquerres
denunciaron los graves excesos represivos que se estaban cometiendo, al calor
de la revolución, y acusaron a los anarcosindicalistas de ser incapaces para
frenar la violencia de sus propias bases. Su objetivo era obligar al Comité
Central de Milicias a entregar las competencias del orden público a la Generalitat y los antiguos cuerpos policiales, que habían quedado completamente desplazados
de sus funciones, por las milicias revolucionarias y por las patrullas de
control.
"Sus líderes en el Comité
decían que el movimiento libertario no era responsable de los
asesinatos. <<Son las patrullas de control. Algunos de los que las
integran son asesinos>>. Pero a mi juicio, no podían enfrentarse con
aquella gente que representaba a su propia ideología" (423).
Otro de los
testimonios críticos con la actividad del anarcosindicalismo y del Comité
Central es la de Manuel D. Benavides, que muestra la actitud y las pretensiones
del PSUC, partido que, rápidamente, y desde su nacimiento, se había aliado al
gobierno de la Generalitat.
"¡Un orden! ¡un orden! -reclamaba Catalunya".
"El obstáculo para restablecerlo procedía de que el Estado y sus
órganos -magistratura, policía, ejército y administración-
habían desaparecido con las funciones que ejercían" (424).
Sin embargo,
las acusaciones contra el anarcosindicalismo parecen haber sido profundamente
injustas y también interesadas. Las campañas contra los
"incontrolados" tenían como objetivo convertir al Comité Central en
el blanco de sus críticas, desprestigiarlo ante la población, acusando a
los anarcosindicalistas de ineptitud e incluso de complicidad con los
excesos sangrientos que se estaban realizando, para justificar la
revitalización de los cuerpos policiales de la Generalitat y el desarme de los trabajadores revolucionarios.
"La Humanitat", periódico catalanista que representaba los intereses políticos próximos al
gobierno de la Generalitat, elogiaba, en los días posteriores a las jornadas de
Julio, la actividad de las patrullas revolucionarias para evitar los actos de
delincuencia y las venganzas personales. Sin duda alguna, estos artículos
fueron escritos antes de que se desatara la campaña de desprestigio contra el
orden público, que estaba en manos del Comité Central de Milicias.
"El orden revolucionario es admirablemente llevado por las
<<milicias antifascistas>>, las cuales reprimen enérgicamente todo
acto de pillaje u otro que deshonre la lucha contra la rebelión
antirrepublicana".
"Los elementos de la CNT, que, con tanto coraje, defendieron en aquellos
días las libertades del pueblo, se muestran celosos defensores del orden
revolucionario y cortan en seco todo acto de bandidaje, efectuado por los
elementos profesionales del delito" (425).
Numerosos
cuadros y dirigentes libertarios denunciaron, desde los primeros momentos, que
la violencia indiscriminada era profundamente reaccionaria, y que debía ser
detenida con todos los medios que estuvieran al alcance de los revolucionarios.
"Se están sucediendo en Barcelona una serie de
registros domiciliarios, seguidos de detenciones arbitrarias y consiguientes
fusilamientos, ejecutados la mayoría de ellos sin causa alguna que justifique
tal medida... Esto no puede continuar por más tiempo. Estamos de acuerdo en
que, en todos aquellos casos que sean debidamente justificados, se proceda
inexorablemente y sin contemplaciones de ninguna clase. Concretando: los
registros domiciliarios que se efectúan con carácter particular deben cesar, y
no podrán llevarse a cabo más que con un aval de la Comisión de Investigación de las Milicias antifascistas... o bien por la Federación local, Comité regional y Regional de la FAI, conjuntamente... Que cada
militante, que todos los soldados de la revolución sean los más celosos
guardadores de un orden nuevo: orden revolucionario. ¡Qué la revolución no nos
ahogue a todos en sangre! ¡Justicieros conscientes, sí! ¡Asesinos,
nunca!..." (427)
Cinco días
después, y en plena ofensiva del Comité Central de Milicias para hacer respetar
el nuevo orden revolucionario, Solidaridad Obrera advertía:
"Declaramos fríamente, con terrible serenidad y la inalterable intención
de hacer lo que decimos, que si no se acaba con todos estos actos que están
propagando el terror en toda Barcelona, procederemos a ejecutar a cada
individuo a quien se pruebe haber cometido actos contra los derechos humanos...
Por el honor del pueblo de Barcelona, por la dignidad de la CNT y de la FAI, debe acabarse con estos excesos" (427).
Junto a los
libertarios, el POUM planteó la necesidad de fortalecer el Comité Central de
Milicias, como la única forma posible que existía, de defensa del orden
revolucionario. Los poumistas hicieron una fuerte crítica contra el terrorismo
individual que estaba desprestigiando a la revolución, y contra los que aprovechaban
la situación para exigir el reforzamiento de los viejos cuerpos policiales de la República. La represión revolucionaria tenía que encauzarse por los medios adecuados,
que evitaran posibles excesos contra sectores de la sociedad, que solo
servirían para reforzar a los enemigos de la revolución.
"No se trata de suprimir a los burgueses físicamente, sino de suprimir a
la burguesía como clase social... ¿Quién debe entender en las cuestiones del
terrorismo revolucionario, de la justicia revolucionaria? los órganos propios
que para tal fin crea la propia revolución. Tanto en el frente de batalla como
en la retaguardia... deben ser los órganos de defensa, de salud pública, de
control, de investigación, y los tribunales populares, los únicos calificados para
administrar la justicia revolucionaria..." (428).
Las acciones
del Comité Central de Milicias y de las patrullas de control se encaminaron a
poner fin a tales excesos. Se amenazó a los miembros de los partidos y
sindicatos que realizaban registros domiciliarios, detenciones y fusilamientos
por su propia cuenta con duras represalias si eran sorprendidos realizando
tales actividades. Algunos militantes anarquistas fueron detenidos y fusilados
sin contemplaciones, por haber sido sorprendidos en pleno delito. Entre estos
destacaron los ajusticiamientos de José Gardeñas, miembro del Sindicato de la Construcción de Barcelona y de su grupo, y el de José Fernández, presidente del de la Alimentación.
El dinero y
las joyas, recogidos en los registros domiciliarios y en las
incautaciones eran entregadas por las patrullas de control al Comité Central de
Milicias, y éste, a su vez, las cedía al Conseller de Cultura de la Generalitat. La actitud del Comité Central respondía al profundo desprecio que mostraba el
anarcosindicalismo hacia el dinero y los objetos de valor, considerados como
símbolos de una sociedad caducada que no debería volver, pero también reflejaba
su postura de negarse a tomar el poder, y por lo tanto, su intención de mantener
las viejas instituciones del estado, aunque fuera de una forma simbólica.
De forma
progresiva, los registros, las detenciones y los paseos arbitrarios fueron
reduciéndose, poco a poco, a medida que el orden revolucionario iba quedando en
manos de las patrullas de control, y de la Comisión de Seguridad del Comité Central de Milicias. Carlos Semprún-Maura expresa la opinión de que el mayor control sobre
el orden revolucionario no se tradujo en el final de los ajustes de cuentas y
en los ajusticiamientos, sino en su legalización.
"La idea inicial era la de que había que evitar los abusos y exacciones
que algunos individuos o grupos <<incontrolados>> pudieran cometer
por iniciativa propia. Para ello, como siempre en la historia a secas y no sólo
en la historia de las revoluciones, lo que se iba a hacer era intentar
<<legalizar>> los abusos y las exacciones. El resultado era
previsible de antemano, no se las evitó, no se las limitó, no se hizo más que
añadir a los ajustes de cuentas individuales, las ejecuciones
<<legales>>, sin mencionar los ajustes de cuentas entre
organizaciones..." (429).
El mismo
historiador libertario reconoce que sólo una ínfima parte de los represaliados
eran simpatizantes declarados de los sublevados, mientras que la mayoría eran
simples "tipos de derechas" o que "iban a misa", y que no
representaban ningún peligro para la revolución. Sin embargo, Semprún-Maura
también reconoce, seguidamente, que el mayor peso de la represión y de los
excesos no estuvo a cargo de los Tribunales revolucionarios y de las patrullas
de control, sino de las policías paralelas que seguían existiendo,
completamente independientes de la autoridad del Comité Central y supeditados a
las de los órganos directivos de sus propias organizaciones (430).
En los meses
posteriores, y a medida que la revolución iba retrocediendo, la
violencia espontánea dió paso a otra, mucho más fría y sistemática, que
fue dirigida principalmente, no contra los simpatizantes de los
sublevados, sino contra los mismos revolucionarios. Las diferencias políticas
entre las organizaciones, se saldaron, a menudo, por medio del asesinato y de
los "paseos". Entre las víctimas de estos ajustes de cuenta,
encontramos a Desiderio Trillas, acusado por la CNT de corrupción y de ser "el cacique de los muelles" de Barcelona y el encargado de la UGT de la fábrica Hispano-suiza.
La prensa
del PSUC se destacó rápidamente por ser la que con más fuerza exigió el final
de los "excesos" de los incontrolados, que retenían gran cantidad de
fusiles y de munición en la retaguardia, cuando este material resultaba
dramáticamente escaso en el frente. El concepto de "incontrolados"
utilizado por el PSUC abarcaba a los comités revolucionarios y toda la actividad
espontánea que estaban llevando a cabo los trabajadores.
La campaña
desatada por el PSUC y la UGT, apoyada por ERC, y que contó también
con la participación de los dirigentes anarcosindicalistas del Comité Central
de Milicias fue contestada por la federación de comités de Defensa de
Barcelona, ligados también a la CNT y a la FAI:
"Mientras que la revolución no haya resuelto el problema del poder
político, y exista una fuerza armada obediente a las órdenes del gobierno de
Madrid, no sometida al control de los trabajadores, los grupos de defensa no
depondrán sus armas, porque ellas constituyen la defensa y la garantía de las
conquistas revolucionarias" (431).
La campaña
por el desarme de la retaguardia, lanzada por las organizaciones ligadas al
Frente Popular en Catalunya, pretendía el total desarme de la población,
y la centralización del control del orden público en manos del Comité Central
de Milicias y del gobierno de la Generalitat. El desarme de los trabajadores y de sus comités revolucionarios tenía que ser el primer paso necesario que
había que dar, para que el gobierno republicano y la Generalitat recuperaran el pleno poder.
Por
consiguiente, el desarme de la retaguardia, sin que el poder dual se resolviera
hacia ninguno de los dos lados, podía significar, la derrota de la revolución.
El hecho de que la requisa de armas, coincidiera con el rearme de los viejos
cuerpos policiales de la Generalitat, confirman la tesis, de que el móvil de la
campaña, lanzada por los partidos y sindicatos del Frente Popular en Catalunya,
no fuera otro que asegurar la recuperación del poder, por parte del gobierno
autónomo catalán.
Es indudable
que hubo una importante retención de material de guerra en la retaguardia,
cuando éste estaba siendo muy necesario en el Frente,
paralizado por la escasez de armas y municiones. Diego Abad
de Santillán nos habla de 60.000 fusiles, retenidos por los partidos y
sindicatos, mientras que las milicias que combatían en Aragón, apenas contaban
con 30.000 armas (432).
Sin duda
alguna, la retención de armas y municiones por los llamados
"incontrolados", es decir, por los comités locales y por las bases
cenetistas y poumistas, reflejaba el temor a que el desarme de la retaguardia
significase el reforzamiento de los viejos poderes, y por ende, el fin de la
revolución y de las conquistas sociales que acababan de conseguir. Los
posteriores acontecimientos, demostraron que sus temores no estaban, en
absoluto, infundados.
La retención
del armamento no sólo era llevada a cabo por los comités revolucionarios, sino
que era una práctica habitual entre los partidos y sindicatos. El mismo PSUC,
principal artífice de la campaña de desarme, fue acusado por retener armas, e
incluso carros blindados, que debían enviarse al frente de Aragón. El mismo
Buenaventura Durruti realizó una expedición armada a Sabadell para
obtener una docena de ametralladoras que se encontraban en manos del PSUC
(433). La retención de material de guerra en la retaguardia reflejaba el
convencimiento de todas las organizaciones que
componían el Comité Central de Milicias, de que la situación de dualidad de
poderes, tarde o temprano, iba a tener que resolverse en un enfrentamiento
armado entre los dos campos, el de la revolución de los comités y el de la
contrarrevolución democrática republicana.
El POUM se
mostró completamente contrario a la campaña de requisas de armamento. El
desarme de la retaguardia solo podía ir acompañado de la consolidación del
poder revolucionario, frente a sus adversarios, los partidarios de la
restauración del poder republicano:
"El proletariado tiene un deber elemental, y éste deber elemental es no
dejarse desarmar. Las armas con las cuales va al Frente, la clase trabajadora
ha de conservarlas, al volver del frente, para batir definitivamente al régimen
de la burguesía". (434).
El Comité
Central de Milicias participó en la campaña para que los trabajadores
entregaran el armamento que se encontraba en sus manos, para concentrarlo en el
frente. Sin embargo, la resistencia de los comités locales fue muy fuerte y no
tuvo el éxito que se esperaba. El mismo Diego Abad de Santillán, responsable de
la requisa de las armas, para poder enviarlas al frente, confesó la impotencia
del Comité Central de Milicias para hacer cumplir sus directrices, en las que
se negaron a colaborar gran parte de los sindicatos de la CNT y la misma FAI (435).
"No una, decenas de veces planteamos al movimiento libertario, la
necesidad de entregar el armamento de guerra de que disponía. Si no se quería
entregar el armamento, que acudiesen los hombres que lo manejaban. Para
asegurar el orden en la retaguardia bastaban ya las mujeres, los niños, las
piedras. Se argumentaba que no podíamos desarmar a los propios, mientras los
otros partidos y organizaciones se preparaban para atacarnos por la
espalda..." (436).
Indudablemente, las resistencias que expresaban las bases anarcosindicalistas y
del POUM, reflejaban una profunda desconfianza que éstas sentían,
hacia las organizaciones que más exigían el desarme de la retaguardia, los
partidos del Front d'Esquerres pero que seguían manteniendo en sus manos,
importantes cantidades de material de guerra. De la misma manera, el temor y la
desconfianza no podían ser eliminadas, mientras el Comité Central de Milicias
permitiera que siguieran existiendo, paralelamente a las patrullas de control,
los viejos cuerpos policiales, incluida la odiada guardia civil, que sobreviviría
con el nombre de Guardia Nacional Republicana.
El día 23 de
Julio, la Federación Local de Sindicatos de la CNT de Barcelona publicaba una octavilla:
"Obrero, organízate en milicias. No abandones el fusil ni la munición, no
pierdas el contacto con tu sindicato. Tu vida y tu libertad están en tus
manos" (437).
La octavilla
era una respuesta de los sindicatos y de los comités de Defensa de la CNT, a las directrices que el Comité Central había empezado a publicar, por las cuales se
intentaba establecer una especie de censo sobre el armamento existente en manos
de los trabajadores, mientras que se recomendaba que los que desearan entregar
las armas, lo hicieran en los cuarteles de las milicias.
La consigna
fue interpretada en el seno del anarcosindicalismo como un intento de desarmar
a la revolución. La debilidad del Comité Central de Milicias estaba en que,
mientras los líderes anarcosindicalistas se negaban a romper la dualidad de
poderes, para convertir a éste en el órgano máximo e indiscutido de la
revolución, también eran perfectamente conscientes de que el logro de sus
objetivos de desarme de la retaguardia, solo podía realizarse mediante el
enfrentamiento con sus propias bases.
4.4.3 La justicia revolucionaria. El juicio a los vencidos.
La
revolución de los comités provocó la inmediata huida de una gran parte de los
estamentos que habían estado relacionados con el poder judicial en el período
anterior a la contienda, por temor a las posibles represalias de los
revolucionarios. Sin duda alguna, fue la situación de vacío de poder que
provocó la caída de las instituciones republicanas y la inexistencia de un
poder revolucionario articulado que ocupara su lugar, la causante de los
saqueos, del terrorismo individual y de los posibles excesos de la represión
revolucionaria. Esta situación caótica quedó parcialmente controlada por la
aparición de las milicias de retaguardia y de las patrullas de control, y
también por la formación de los primeros tribunales populares que canalizaron,
organizaron y "racionalizaron" la violencia revolucionaria.
El creciente
control del orden público, de la Justicia y de la represión, que iba
adquiriendo el Comité Central de Milicias, fue saludado entusiásticamente por
toda la prensa republicana, cercana a las posiciones políticas de la Generalitat y del Front d'Esquerres. El contrasentido era solo aparente.
La
centralización de estas funciones, aunque fuera una necesidad ineludible de la
revolución que ellos combatían, también significaba un primer paso en la
dirección política hacia la que esperaban que evolucionase la situación. El
hecho de que los comités revolucionarios locales delegasen estas funciones en
manos del Comité de Milicias implicaba el reconocimiento de la supremacía
política de éste. Y, sin lugar a dudas, el peso y la influencia de sus
organizaciones en el seno de este organismo era infinitamente mayor que en la
multitud de comités locales.
El Comité
Central de Milicias era, en última instancia, un organismo
que encarnaba la negativa de los anarcosindicalistas a tomar
el poder y, por lo tanto, también representaba la dualidad de poderes
existente. Si ellos conseguían, mediante el compromiso de los dirigentes de la CNT y las presiones políticas, ir haciéndose con el control de las competencias que asumía el
Comité, la posibilidad de recuperación del estado republicano podría ir
abriéndose camino y convertirse en una realidad.
"Se han instalado tribunales populares y <<La Vanguardia>>, que continua siendo el periódico más importante de Barcelona, hace ver
que se felicita por ello, pero expresa su esperanza de que ahora en adelante,
se pondrá fin a la nueva seguridad en la vía pública y de que, delante de los
nuevos tribunales comparezcan no solo los fascistas, sino también los autores
de las falsas denuncias y los terroristas... pretende quitar a los milicianos
el poder ejecutivo y a lo mejor, llevarlos ante los tribunales" (438).
Sin embargo,
la situación estaba muy lejos de haber madurado, para poder llevar hacia
adelante, de forma inmediata, sus planes, el Comité Central de las Milicias, no
solo era un órgano de compromiso y de colaboración "democrática"
con el gobierno de la Generalitat, sino que también representaba, de una
forma más o menos deformada, las aspiraciones de una revolución que controlaba
las calles y los centros de trabajo.
El Comité
Central de Milicias ordenó que se llevara a cabo un consejo de guerra
contra los militares sublevados que habían sido derrotados en Barcelona, en las
jornadas de Julio.
Los juicios
sumarísimos se iniciaron el 11 de Agosto en el buque prisión
"Uruguay". Los vencidos serían juzgados por tribunales que
estarían integrados por oficiales y suboficiales que se habían mantenido leales
a la República (entre ellos figuraban el coronel Guillermo de la Peña, los tenientes coroneles Martínez Sansón Redondo, Jiménez Combelles, el comandante
Michelena...).
Algunos de
los detenidos fueron liberados antes de los juicios e invitados a unirse a las
milicias como técnicos asesores, al considerarse que su responsabilidad en el
levantamiento había sido ínfima, y que en realidad, habían sido arrastrados por
los conspiradores. Otros fueron sentenciados a la pena de reclusión, por
considerar que su participación había sido escasa. Las sentencias más duras
estuvieron dirigidas hacia los principales promotores de la intentona en
Catalunya.
Las penas de
muerte fueron dictadas contra los generales Goded y Fernández Burriel, y
también contra los capitanes Luis López Varela, López Amor, López Belda y
Lizcano de la Rosa. Las sentencias, irrevocables, fueron ejecutadas
rápidamente, los reos fueron fusilados, el 12 de Agosto, en los fosos del
castillo de Montjuich.
Según Vicenç
Guarner, la dureza de las sentencias estuvo dictada por el clima de
exasperación social que provocaban las noticias sobre la represión y los
continuos fusilamientos que se estaban llevado a cabo en la zona franquista.
"El presidente Companys, cuando le hablé de un posible indulto, me aseguró
que por humanidad estaba dispuesto a dictarlo, pero que la gente estaba
exasperada por las noticias de los fusilamientos continuados en la zona
adversaria. Por otro lado, me dijo que, como Presidente y abogado, él tenía que
velar por el cumplimiento de la ley, y que, si indultaba <<lo
arrastrarían por las calles como los segadores hicieron con el conde de Santa
Coloma" (439).
4.4.4 El Frente de Aragón.
Aragón
tenía, para los revolucionarios catalanes, una doble importancia, defensiva y
ofensiva. Por un lado, esta región, ocupada por las tropas sublevadas, se
convertía, por su cercanía, en un peligro inminente para la Catalunya revolucionaria. Por el otro, Aragón era la puerta que abría a las columnas armadas
catalanas, el camino hacia el Norte minero y siderúrgico, y también el que
llevaba hacia Madrid. Por último, la conquista de Zaragoza, uno de los
baluartes del movimiento libertario en el período anterior a la guerra y a la
revolución, se convertía, para la CNT y la FAI es una necesidad ineludible e impostergable, para poder auxiliar a sus compañeros que se encontraban
sometidos a la sangrienta represión del ejército franquista.
Los
representantes del anarcosindicalismo catalán comprendían la gran
importancia estratégica que suponía la conquista de Aragón, y
especialmente, Zaragoza. Apoderarse de estas tierras podía significar, no solo
el principio del fin para la sublevación, sino también un enorme prestigio para
la CNT, lo que los hubiera colocado en una inmejorable posición, después de la
derrota de la sublevación militar, en el desenlace del pulso que existía, de
forma más o menos encubierta, entre los revolucionarios y los partidarios de la República. Idéntico criterio parece que siguieron los adversarios políticos del
anarcosindicalismo pero con intereses completamente opuestos, con su política
de negarse a suministrar el armamento y las municiones necesarias para poder
relanzar la ofensiva de las milicias en este frente.
No parece
que el argumento de la escasez de armas, para explicar esta falta de
suministros, resista un análisis serio, en tanto en cuanto, otros frentes,
quizás con menor importancia estratégica, recibieron material de guerra más que
suficiente. Sin duda alguna, el criterio político, el de combatir con todos los
medios a su alcance a la revolución, primaba, una vez más, sobre el militar, la
guerra contra los sublevados. En cualquier caso, la victoria sobre el ejército
franquista solo debería ser realidad, después de la derrota y la
liquidación definitiva del movimiento revolucionario. De otra forma, una
hipotética victoria sobre los militares, significaría, en aquellas circunstancias,
la muerte definitiva del orden republicano, y el triunfo de aquella revolución,
que partidarios de la República y sublevados habían intentado evitar.
Por lo
tanto, el entusiasmo que empujaba al grueso de las columnas milicianas en el
frente de Aragón (y también en otros frentes de batalla), tenía muy poco que
ver con la defensa de la República, y mucho en cambio, con el proyecto de
extensión de la revolución fuera de Catalunya.
"Nos importaba un comino la República. Lo único que nos importaba era la revolución. No habría ido al frente de no haber sido para hacer la revolución. En
Barcelona nos habíamos echado a la calle para luchar porque no teníamos otra
opción, pero ir a luchar contra los militares en Aragón... no, no se habría ido
allí solamente para hacer eso. La fiebre revolucionaria era la que nos
empujaba" (440).
Otro
testimonio valioso, que confirma la actitud de los milicianos es el de Orwell,
que formaba parte, en aquella época de las columnas del POUM, y que ha sido
defensor y a la vez, crítico, del sistema de las milicias:
"Los miembros de los sindicatos que se constituyeron en las milicias e
hicieron retroceder a los franquistas hasta Zaragoza en las primeras semanas de
la guerra... creían estar luchando por el poder de la clase obrera" (441).
Las columnas
de milicianos se estrellaron contra las defensas de las tres capitales
aragonesas, que estaban en poder de los sublevados. Solo Teruel, cayó, en manos
republicanas, de forma muy efímera y mucho más tarde. Sin embargo, los
milicianos reconquistaron el territorio aragonés más cercano a Catalunya, y
avanzaron cerca de 100 kilómetros más allá de las fronteras catalanas, lo que significaba cerca de tres cuartas partes de la región. Además del aspecto
militar, también hay que tener en cuenta, el aspecto político y revolucionario,
del que ya hemos hablado en capítulos anteriores. La huída de los grandes
propietarios permitió la creación de un vasto sistema de comités locales y de
colectividades agrarias, que sustituyeron el vacío de poder político y
económico.
El fracaso
de las milicias revolucionarias para abrirse paso a través de Aragón, se debe a
diferentes motivos. Manuel Cruells alude a dos clases de motivos al analizar la
ineficacia de las columnas armadas catalanas: los defectos y errores derivados
de su origen, y las luchas políticas que existieron entre ellos, para dominar,
a través del nuevo ejército, el poder (442). Sin duda alguna, las dos causas
tienen un origen común, el hecho de que las columnas adquirieran una
conformación partidaria, y no supeditada a la dirección del Comité de Milicias.
Respecto a
los errores de origen, los hemos analizado en capítulos anteriores. Sin duda
alguna, la falta de armamento y de municiones fue el más importante de todos
las limitaciones con las que tuvieron que enfrentarse las milicias
revolucionarias. La penuria llegó a ser tal, que las milicias aragonesas
asaltaron un convoy que transportaba material de guerra perteneciente al
gobierno central, para poder suavizar la dramática situación del frente (443).
Según las declaraciones de uno de los responsables, nombrado por el Comité
Central de Milicias, para proveer a las milicias del frente de Aragón, de los
suministros necesarios:
"Todos ellos tenían más hombres que armas, más heridos que ambulancias,
más escaseces de suministros. Escaseaban las armas, las municiones, los vagones
de abastecimiento, todo lo necesario para hacer la guerra. Empezamos a recoger
las armas que quedaban en la retaguardia..." (444).
Mucho se ha
magnificado la importancia de la cantidad de armamento que fue
retenido por los comités locales y también por los partidos y sindicatos, en la
retaguardia. Algunos dirigentes de las milicias como Carod (CNT) o Jordi Arquer
(POUM) están convencidos de que el material bélico retenido en Catalunya,
no habría solucionado la grave carestía de las milicias. Sin ninguna duda la
penuria armamentística fue uno de los principales factores que explican la
transformación en una guerra de trincheras, justo en el momento en el que
tenían sus principales objetivos a la vista (445). La campaña de requisa del
armamento en la retaguardia tenía más elementos políticos, desarmar a un
movimiento revolucionario que desafiaba la autoridad del gobierno de la Generalitat, que de índole militar.
Los
suministros bélicos fueron utilizados por los adversarios de la
revolución, las organizaciones del Frente Popular y el
gobierno de la República, para desprestigiar, y sabotear a las fuerzas armadas
que se reclamaban de dicha revolución, acusándolas de ineptitud y de
irresponsabilidad frente al enemigo franquista:
"Catalunya, sin embargo, había enviado en Octubre de 1936, treinta mil
hombres a Aragón, que conquistaron miles de kilómetros e hicieron más
prisioneros que los milicianos de todos los otros sectores de lucha. De ello se
desprende el tremendo fracaso de lo que pudo y debió ser una campaña
victoriosa. El enemigo se limitó a establecer un muro de contención que los
voluntarios catalanes no pudieron perforar porque los planes anarquistas eran
inadecuados, abstractos y caprichosos".
...
"Asediado Madrid. la Prensa madrileña y el general Miaja calificaron de
perezoso el Frente de Aragón y de inactivas a sus milicias. El frente, en
efecto, había adquirido condición estática. La Generalitat alegó la escasez de municiones, la autonomía de las milicias, el incumplimiento
de los decretos de militarización, la desconfianza hacia los mandos
profesionales y la ausencia de un comisariado. El POUM y la FAI replicaron, reprochando al Gobierno central que escatimara los medios de combate..."
(446).
La trampa
estaba cerrada. Además de la escasez de municiones, el gobierno autónomo
catalán, representando a todas las organizaciones del frente Popular, y por lo
tanto, al mismo gobierno central, reclamaba para si el control y el mando de
las milicias revolucionarias y denunciaba la oposición de los sectores
revolucionarios a que se formase un nuevo ejército republicano, con el reclutamiento
forzoso de levas, entre la población. El único camino que se ofrecía era la
militarización de las milicias y su sometimiento incondicional a los planes del
gobierno republicano y del Frente Popular.
Manuel
Cruells analiza la situación existente en el Frente de Aragón de forma muy
distinta y cita para reafirmar sus tesis, el testimonio de Diaz Martín:
"No eran hombres lo que faltaba, pero sí combatientes, o sea tropas
efectivas... si alguna cosa caracterizaba aquellos hombres, a parte de su
valentía, era su falta de eficacia. En el primer año de guerra, lo máximo que
habían intentado era apoderarse de alguna posición enemiga aislada, pero no se
había organizado una operación importante, y no existía en absoluto, entre las
unidades, una coordinación. Muchas veces, las milicias de una o de otra
sindical o de un partido eran hostiles entre si. Los aprovisionamientos eran
escasos y el armamento desigual y viejo, debido a que el gobierno de Valencia
desconfiaba totalmente de los hombres de la CNT-FAI y no se atrevía a equiparlos convenientemente" (447).
La actitud
de total hostilidad del gobierno republicano hacia el alcance de la revolución
en Catalunya queda evidenciada por las palabras de Manuel Martínez Bande. El
suministro de armamento al Frente de Aragón hubiera significado la posibilidad
de descongestionar la presión sobre Madrid y otros frentes. Sin embargo, el
gobierno central republicano prefirió debilitar el frente aragonés, enviando
columnas de milicianos catalanes a la defensa de Madrid (448). El éxito de las
milicias catalanas en Aragón habría significado la potenciación de los sectores
revolucionarios ante los intentos del Frente Popular para restaurar el poder
perdido de la República.
Una vez más,
la actitud hostil,aparentemente incomprensible, de los gobiernos republicanos,
se vuelve lógica, si partimos de que el temor a los avances de la revolución,
era igual o mayor que el que podían tener hacia las tropas franquistas. No hay
que olvidar, que los políticos republicanos y algunos sectores de la
derecha del Frente Popular defendieron ,desde los inicios de la guerra, el
establecimiento de conversaciones con los sublevados.
Por el
contrario, la realidad hizo que las milicias revolucionarias catalanas se
estrellaran contra el sistema defensivo de las tres capitales
aragonesas. La iniciativa militar de las columnas, que había conseguido
recuperar tres cuartas partes de Aragón, se transformó en una ineficaz guerra
de trincheras que debilitó la moral de los revolucionarios.
"Fue esa la principal razón (la falta de armamento) por la que no se pudo
lanzar una ofensiva importante. Pero no fue la única. No había un plan global,
ni creo que hubiese en Catalunya un oficial del ejército capaz de trazarlo.
Entre las columnas, no existía una coordinación apropiada y a veces no había ni
siquiera comunicaciones. -recordaba Arquer- A menos que el coronel Villalba
convocase una reunión de todos los jefes de columna, nadie sabía lo que el
vecino tramaba" (449).
Por el
contrario, el alejamiento de la idea de un triunfo inminente de las fuerzas
revolucionarias en el campo militar, daban nuevos argumentos a los partidarios
de la "colaboración democrática" con las autoridades republicanas.
"El Comité regional de la CNT de Catalunya empezaba a sentir los efectos
de no haber marchado adelante, hacia la implantación del comunismo
libertario...".
"... se tenía la impresión de estar ante un gran fracaso..." (450).
Algunos
cuadros libertarios propusieron la formación de un cuerpo guerrillero, que
estuviera capacitado para infiltrarse en las líneas enemigas y que hostigase y
desbaratase su retaguardia. Sin embargo, el proyecto de formar los contingentes
guerrilleros fue rechazado por el gobierno central e incluso, llegó a ser
objeto de presión por parte de la diplomacia estalinista.
"Un día nos advirtió, apenado, Ovseenko, que su partido, que Rusia, no
accedía a que se nos entregase armamento para poner en práctica las guerrillas
en territorio enemigo. Nos decía que éramos considerados como buenos camaradas,
pero que un día podíamos ser peligrosos" (451).
"Por nuestra parte, no pudiendo hacer comprender a los que asumieron la
responsabilidad de la guerra, incluso a los propios compañeros, que era preciso
emplear, aparte del método regular... el método popular de la acción audaz,
libre, sobre un territorio enemigo en el que contábamos con tantas simpatías...
nos hemos esforzado por obrar independientemente, pero careciendo de armamento,
de apoyo y de comprensión, nos vimos en la necesidad de desistir. De desistir
en las tentativas prácticas, ante la imposibilidad de superar las resistencias
de los propios comités de la organización y las de los dirigentes estatales de
la guerra y de la política" (452).
Efectivamente, la formación de un cuerpo de guerrilleros, fue considerado por
las autoridades gubernamentales de la República como un arma de doble filo para sus objetivos. Una fuerza de estas características estaba lejos de sus
objetivos: la formación de un ejército regular, sometido a su autoridad. La
guerrilla hubiera sido un arma de incalculable valor en la retaguardia del
adversario, pero su propia estructura y su composición, presumiblemente
anarcosindicalista, la hacía peligrosa.
La autoridad
política del departamento de milicias en el frente era nula o casi nula.
A menudo los dirigentes del Comité Central se quejaban de que las milicias sólo
recurrían a ellos para pedir nuevos suministros de víveres o material de
guerra.
Los mismos dirigentes de las columnas milicianas fueron, frecuentemente,
cuestionados o desobedecidos por sus propias unidades, por no estar de acuerdo
con las decisiones que se adoptaban.
La necesidad
de un mando único militar que corrigiese los graves errores que cometían las
milicias, y que optimizase su rendimiento y eficacia era cada vez más
impostergable. Las columnas de voluntarios habían tenido un éxito parcial,
hasta el momento habían contrarrestado sus limitaciones con el entusiasmo
revolucionario y habían conseguido hacer retroceder el peligro. Sin embargo,
también habían demostrado su incapacidad para desbaratar las líneas enemigas:
"En el transcurso de los meses de Julio y de Agosto, fue quizás la unidad
de mando, la que hizo falta más cruelmente. En los días siguientes a la
rebelión fue cuando se tomaron las primeras iniciativas felices en el plano de
lo estratégico: luego, cada uno se encerró en su propia región. Anarquistas y
nacionalistas se vigilaban en el País Vasco. Mola, en las primeras semanas,
pudo darles tranquilamente las espaldas. Los catalanes que se encarnizaban en
vano, sin artillería, contra Zaragoza, no transtornaron casi los planes de un
enemigo que tenía a Madrid como meta. Cada uno parecía llevar a cabo su propia
guerra sin preocuparse de la que se llevaba a cabo en la provincia vecina"
(453).
A pesar de
que la prensa intentaba transmitir una sensación de éxito, la campaña militar
se alargaba cada vez más, y el frente tendía a estancarse por completo. La
prolongación del conflicto se reflejaba en una mayor presión de la población
sobre la CNT y sobre los organismos del poder revolucionario.
"Todo esto creaba nubes de inquietud, que se transformaban en presiones
sobre todos los organismos oficiales, especialmente sobre los de mayor
representación popular en aquellos momentos: los Sindicatos...".
"No obstante, el comité regional, presionado por los sindicatos, comités
locales y comarcales y por el latido de la opinión popular, decidió descargarse
de las presiones que sufría presionando a su vez al departamento de Guerra del
Comité de Milicias y a los jefes de las columnas anarcosindicalistas..."
(454).
Era
necesario dar un nuevo impulso a las milicias del frente y terminar con
los errores que tantas bajas estaban provocando. Había que convertir a
las indisciplinadas milicias en auténticas unidades revolucionarias de combate,
capaces de coordinarse entre sí, para poder llevar a cabo ofensivas y maniobras
de mucho más vasto alcance del que habían sido capaces hasta entonces.
También era necesario aumentar su capacidad ofensiva, dotarlas de verdaderos
cuadros capaces de dirigirlas eficazmente en los combates, mediante los
oficiales y suboficiales que iban a surgir de la Escuela Popular de Guerra. Sin embargo, lo más importante y urgente, era dotarlas de un
auténtico mando unificado que acabara con los particularismos y las
hostilidades que existían entre las diferentes columnas. En el seno del Comité
Central de Milicias se barajaron diferentes nombres como posibles candidatos a
dirigir el Mando Unificado del Frente de Aragón. ERC, UGT y el PSUC propusieron
al comandante Reyes, jefe del puesto de aviación que se había instalado en la
población de Sariñena. Otros nombres de los líderes de las columnas fueron
barajados como posibles opciones a tener en cuenta (Rovira, Trueba,
Durruti, Ascaso, Ortiz, ...). Finalmente, entre todos los propuestos sería el
coronel José Villalba el escogido para convertirse en el jefe de operaciones.
El hecho de que no perteneciera a ninguna de las corrientes políticas y de que
fuera un militar profesional, lo convertía, para el jefe del departamento de
las milicias, Juan García Oliver, en el candidato mejor situado para el puesto
(455).
Tras la
presentación de las candidaturas en el seno del Comité Central de Milicias, la
elección del jefe de operaciones para el Frente de Aragón, realizada por
el Departamento de milicias se hizo pública en la localidad de Sariñena. A la
reunión asistieron, entre otros, el coronel Villalba, el comandante Reyes,
Durruti, Ortiz, y algunos dirigentes de las columnas "Roja y negra",
de la del PSUC y de la del POUM.
La creación
de un Estado Mayor para el frente aragonés dió a las milicias una nueva y mayor
capacidad operativa. Sin embargo, no dejó de ser un pobre sustituto de las
verdaderas necesidades que exigía la situación militar de las columnas y de la
misma revolución en si misma. Para ello, era necesario que el Comité Central de
Milicias, se decidiese a convertirse en un auténtico gobierno revolucionario.
Indudablemente, el poder de las milicias no sólo dependía de su capacidad
militar, sino también de la capacidad política de la revolución en la
retaguardia, para llegar hasta el final.
"Era evidente que ni políticamente ni militarmente las cosas no
funcionaban y que se necesitaba una nueva estructura en la dirección de la
revolución y de la guerra civil que ésta mantenía. <<En la dualidad de
poderes representada por la Generalitat y el Comité de Milicias, triunfaba la
primera>>, esencialmente porque el Comité de Milicias, de una composición
tan heterogénea, no tuvo, o no supo establecer, una línea de acción eficiente,
a pesar del predominio que mantuvieron los anarquistas, y que después aún
quisieron continuar en el Gobierno de la Generalitat, que se formó absorbiendo al Comité de las Milicias" (456).
El fracaso
de las milicias en Aragón significaba también la consolidación del
fracaso político del anarcosindicalismo (457). Una victoria militar rápida de
las milicias hubiera significado un nuevo factor de aliento para la
radicalización de la revolución que se estaba llevando a cabo en la
retaguardia. Sin embargo el estancamiento implicaba también el mantenimiento del
status quo, del que era fruto el Comité Central de Milicias, y por consiguiente
también, el mantenimiento de las condiciones que iban a hacer posible la
reconstrucción del Estado republicano y de su Ejército Popular.
4.4.5 La expedición a Mallorca.
Los orígenes
y las circunstancias del proyecto, aunque han sido explicados por el que fue el
creador y principal organizador del plan, Alberto Bayo han sido algo
confusos, y motivos de controversias (458). Historiadores y políticos de la
época, han dado diferentes versiones sobre el tema.
Jaume
Miravitlles, alto cargo del gobierno de la Generalitat de Catalunya, y dirigente político de ERC, afirma en su obra, que la iniciativa
de la conquista de Mallorca partió de la órbita del Comité Central de Milicias
y que él mismo se opuso al proyecto:
"Hace falta constar explícitamente que la iniciativa de aquellas
operaciones salía de la órbita del Comité Central de Milicias de Catalunya. La
preocupación, durante las primeras semanas, se centró sobre el frente de Aragón
y la posibilidad de ocupar Zaragoza. Las milicias quedaron inmovilizadas
delante de Huesca por falta de fusiles y de municiones. No era, entonces, el
momento de iniciar otros frentes, sobre todo contra una isla donde la guarnición
franquista era numerosa y relativamente bien armada. Yo mismo hice una
declaración... en la que definía aquel intento como una acción marginal no
autorizada. Prieto, que en aquellos momentos, era ministro de Marina y de la Aviación, tampoco era partidario y escatimaba los elementos de combate que hacían falta en
los puntos más decisivos de la guerra en aquellos momentos" (459).
La
referencia que hace, un personaje tan cercano al gobierno catalán y su
referencia al Comité Central de Milicias, ha creado cierta confusión, en lo que
respecta a la iniciativa y responsabilidades del Comité de Guerra.
Juan García
Oliver, responsable máximo del departamento de Guerra del Comité Central de
Milicias, apunta, por el contrario que la idea partió de "la mente
calenturienta" de Alberto Bayo, y que posiblemente ésta, fue
"recalentada" por algún alto cargo del gobierno de la Generalitat. La velada alusión del dirigente libertario, parece dirigirse, sin mencionarlo, a
Lluís Companys (o alguien muy próximo a éste) (460). Sin embargo, las dudas y
las cábalas de Juan García Oliver se vuelven una afirmación tajante a la hora
de negar la responsabilidad del Comité Central de Milicias.
"El Comité Central de Milicias Antifascistas ignoraba por completo la
operación que se proyectaba. Si la empresa resultaba venturosa, sería un
triunfo para la <<persona que en lo alto de su posición oficial>>
había alentado la conquista de Mallorca, y un fracaso para el Comité de
Milicias" (461).
La posición del
Comité Central, en aquellos momentos, era la de neutralizar la parálisis
que empezaba a afectar a las milicias del frente de Aragón. La conquista de
Zaragoza y del resto de las capitales aragonesas era mucho más valioso para el
proyecto anarcosindicalista; romper el frente de los sublevados para enlazar
con el norte vasco y asturiano. La expedición militar a Mallorca, en unos
momentos en los que escaseaba dramáticamente el material de guerra, no podía
dejar de aparecer, ante los dirigentes libertarios, como una idea descabellada
e inoportuna.
Los
cenetistas se mostraron totalmente contrarios a la expedición armada contra
Mallorca. Juan García Oliver afirma que, tras preguntar a los delegados de la CNT y de la FAI en el Comité Central, Diego Abad de Santillán, Marcos Alcón, Torrens y
Aurelio Fernández, todos ellos afirmaron desconocer, por completo, el proyecto
del desembarco en las Baleares. Juan García Oliver alude a la posible
colaboración del Sindicato del Transporte, que ya había cometido,
anteriormente, otros actos por su propia cuenta y riesgo, e incluso insinúa
posibles y oscuras maquinaciones de sus principales adversarios en el seno de la CNT, Federica Montseny y Diego Abad de Santillán (462).
Al parecer
los dirigentes anarcosindicalistas se encontraron ante una situación de
hechos consumados, una expedición que ya estaba en marcha y que contaba con
numerosos apoyos en la Generalitat de Catalunya y probablemente también en el
gobierno de Giral en Madrid. La conquista de la isla de Mallorca habría
podido provocar la intervención militar abierta de Italia en defensa de sus
bases en las islas, y por lo tanto su entrada directa en la guerra al lado de
sus aliados del ejército franquista. Los partidarios del plan, consideraban que
este hecho tendría como consecuencia inmediata, la intervención militar de Gran
Bretaña en el conflicto para frenar las ambiciones de una de las potencias
rivales a nivel internacional. Por lo tanto, el logro de estos objetivos,
difícilmente podría ser contemplado con buenos ojos por los
anarcosindicalistas, que, de este modo, habrían visto en un grave aprieto, su
situación y la de todo el movimiento revolucionario. Sin embargo, la no
participación del Comité Central de Milicias en la planificación del proyecto,
no implica que no participasen algunas de las organizaciones políticas que
formaban parte de él. Es difícil imaginarse que el plan pudiera llevarse a
cabo, con el absoluto desconocimiento de todos los partidos y sindicatos que lo
integraban. Y en cambio, es bastante probable, que algunos de los grupos
políticos utilizase la autoridad del Comité. para conseguir los pertrechos que
hacían falta para la expedición.
Manuel
Cruells afirma que la expedición fue preparada por el gobierno de la Generalitat, por un grupo de militares profesionales, por las organizaciones del Front
d'Esquerres y algunos grupos nacionalistas, como Estat Catalá. Todos ellos,
habían quedado marginados del centro del poder político por la revolución. Los
partidarios del gobierno autónomo catalán necesitaban urgentemente una
inyección de prestigio, que compensara los recientes éxitos de los
anarcosindicalistas en las jornadas de Julio, y la hegemonía aplastante que
ejercían las milicias de la CNT en el frente aragonés.
"El gobierno de la Generalitat, con cierta urgencia, necesitaba de unas
fuerzas propias que tuviesen un sentido de disciplina y que en un momento dado
pudiesen representar un papel definitivo en la política catalana. Estas
fuerzas, naturalmente, solo podían surgir de los elementos que eran fieles a la
situación republicana" (463).
Alberto
Bayo, ha dado una versión muy parecida a la defendida por Manuel Cruells:
"En la Consejería de Defensa, donde tenía muchísimo ambiente por mi comportamiento
en la sofocación del movimiento insurreccional, me indicaron, consejeros
amigos, después de ser aceptada en principio la idea que les expuse, que
hiciese un detallado y minucioso estudio de una posible expedición para la
conquista de las islas sublevadas" (464).
El capitán
de aviación, Alberto Bayo, contó, desde los primeros momentos, con el apoyo
de los altos dirigentes del gobierno de la Generalitat (el mismo Companys, Casanovas...). Fue el consejero Josep María España, quien le aconsejó
que se dirigiera al Comité Central de Milicias para que éste diera su visto
bueno a la operación militar. Era evidente que, sin su consentimiento, la
expedición no podría ser llevada a cabo.
Finalmente, otro de los testimonios que aclara los orígenes y los apoyos que
recibió la expedición es el de Joaquín Almendros, responsable, en aquellos
momentos, de los asuntos militares del PSUC:
"Pude intervenir muy de cerca en todo lo concerniente a ese momento
crucial de nuestra guerra, en mi calidad de Secretario Militar del Partido
Socialista unificado de Catalunya, PSUC. Ese partido, conjuntamente con la Generalitat de Catalunya, tuvo a su cargo la mayor parte de la organización. De ahí partió la
iniciativa de apoderarse de Palma de Mallorca...".
"Motivos fundamentales hubo que movieron a los organizadores a no darle
intervención directa a la Federación Anarquista Ibérica (FAI)...".
"A nuestro juicio, el curso de la guerra hubiese cambiado en forma muy
positiva para las fuerzas republicanas, si hubiera sido posible privar al
enemigo del gran <<portaaviones>> que tenían en el Mediterráneo, ya
que sus aviones hostilizaban continuamente las ciudades de Barcelona y Valencia
principalmente...".
"De haberse cumplido con éxito la operación de Palma de Mallorca, se
habrían evitado también las hostilidades del enemigo contra la navegación que
nos abastecía de pertrechos y víveres...".
"No fue posible marginar del todo a la CNT y FAI, en los actos de desembarco. Se les <<autorizó>> para que formaran una columna que saldría
dos o tres días después" (465).
Sólo el
gobierno de la Generalitat de Catalunya y las organizaciones que componían el
Front d'Esquerres podían salir políticamente beneficiados del éxito de esta
operación militar. La victoria en Mallorca, contrastada con el estancamiento en
el que se encontraban sumidas las milicias que combatían en el frente de
Aragón, habría dado un fuerte impulso a los planes de Companys y del PSUC para
recuperar la perdida autoridad del gobierno catalán. Joaquín Almendros cita a
varios políticos y militares que participaron en la planificación y en los
preparativos del proyecto: el coronel Sandino, el comandante Guarner, de
Mansilla y Escobar, Josep Tarradellas, Lluís Companys y Juan Comorera entre
otros (466).
Sin embargo,
los preparativos de la expedición acabaron siendo anunciados a todo bombo y
platillo por la prensa catalanista. A. Rovira i Virgili la consideraría en sus
artículos como uno de los deberes pendientes que tenía "La Catalunya peninsular" (467). En el mismo artículo, se alude a la oposición que existía a
la expedición, entre numerosos técnicos militares y políticos. Los opositores
al proyecto consideraban que las circunstancias del momento, aconsejaban
centrarse en los objetivos militares primordiales, que eran la toma de las
ciudades de Sevilla, Zaragoza y Burgos. Unos días más tarde, el mismo
periódico, defendía las razones estratégicas que habían llevado a preparar la
operación. La isla de Mallorca en manos de los sublevados, constituía una
plataforma natural, situada detrás de las líneas republicanas, desde donde se
podía hostigar las costas y bombardear sus ciudades (468).
La campaña
de la prensa, anunciando los preparativos militares, dejaron a la expedición sin
la valiosa ventaja del factor sorpresa. Alberto Bayo ha acusado al Comité
Central de Milicias de la indiscreción y falta de seriedad:
"Mientras el secreto perteneció a mi estado Mayor, nadie supo nada del
pretendido desembarco en las Baleares, pero cuando solicité el permiso del
famoso <<Comité de Guerra>> de Barcelona, días después, aparecieron
en la primera plana de <<La Vanguardia>> (el diario más popular de
Barcelona) dos fotografías del <<Almirante Miranda>>
correspondientes al Miércoles 5 de Agosto de 1936, en cuyos pies se decía lo
siguiente: <<Preparando la ocupación de Mallorca>>. El buque de
guerra <<Almirante Miranda>> que ha marchado a Mahón convocando una
expedición de quinientos hombres que han de intervenir, ayudados por la
aviación, en la ocupación de Mallorca. A la derecha: los tubos lanzatorpedos
del <<Almirante Miranda>> con su carga dispuesta para su
empleo" (469).
Sin embargo,
la acusación parece completamente injusta e infundada. La especulación de
Alberto Bayo, parece más bien, fundada en sentimientos de antipatía hacía
García Oliver (la animadversión parece que era mutua) y el Comité Central de
Milicias. El hecho de que la campaña de prensa estuviera iniciada por Rovira i
Virgili, personaje alejado del Comité y de los anarcosindicalistas, parece
apuntar a que la irresponsabilidad periodística partió del lado político
opuesto a la CNT. La polémica y contradictoria anécdota refleja, una vez más,
la escasa o nula predisposición del Comité Central de Milicias, a ejercer como
un órgano del poder revolucionario, al no existir, ni tan siquiera unos órganos
de censura adecuados, para impedir, que en tiempo de guerra, pudieran ser
hechos públicos los secretos militares, de forma tan sorprendente.
La actitud
del Comité de Milicias y en particular la de los cenetistas, fue la de aceptar
finalmente los planes militares que se habían preparado sin su conocimiento.
Juan García Oliver exigió que la expedición se sometiera a la dirección
política del Comité Central.
La
expedición, capitaneada por Alberto Bayo, partió de Barcelona rumbo a las islas
Baleares. Las milicias pertenecían mayoritariamente a Estat Català, ERC, PSUC y
también a la CNT-FAI. La participación de toda una verdadera flota, constituida
por destructores, submarinos, cañoneras..., refleja que el proyecto militar
estaba siendo apoyado también, desde fuera de Catalunya, por sectores
gubernamentales.
A la columna
barcelonesa, compuesta por unos 5.000 combatientes, se unió otro grupo que
provenía de Valencia, al mando del capitán de la guardia civil Uribarri. Entre
los contingentes valencianos se encontraban algunos diputados socialistas,
Galarzo, Ruiz del Toro y Ruiz Lecina. Posteriormente se añadieron los buques de
guerra que se encontraban en Mahón y algunos hidroaviones.
La
participación de los notables socialistas y la de toda una flotilla de
barcos de guerra de la Marina pone en evidencia la colaboración del gobierno de
Giral y del algunos sectores del Partido Socialista. El mismo Joaquín Almendros
habla de que el proyecto era conocido por Largo Caballero, que lo había
aprobado (470). El socialista moderado Juan Simeón Vidarte, asegura que el
proyecto fue discutido en el Consejo de Ministros y finalmente acabó contando
con el apoyo del gobierno de Madrid (371). Sin embargo otros sectores
socialistas y del gobierno lo rechazaban. La oposición fuera de Catalunya,
estuvo capitaneada por Indalecio Prieto, nombrado ministro de la Guerra, en pleno desarrollo del desembarco en Mallorca. Vidarte, califica en sus
memorias a la expedición como:
"... una de las páginas románticas y al mismo tiempo más descabelladas e
inútiles del ejército republicano" (472).
Curiosamente
Juan Simeón Vidarte atribuye erróneamente, la corresponsabilidad política de la
expedición al Comité Central de Milicias (473). En cualquier caso, el
papel del Comité se limitó a la aceptación del plan, una vez éste ya se
había puesto en marcha sin su conocimiento, para evitar el enfrentamiento
con el gobierno de la Generalitat y sus aliados, y resquebrajar, de esta
forma, la "unidad antifascista". Los anarcosindicalistas podían haber
impuesto sus criterios sin grandes esfuerzos, pero prefirieron no hacerlo, pese
a considerar el proyecto como algo descabellado.
Las
presiones contra la expedición, por parte de la oposición, existente fuera de
Catalunya tuvieron, posteriormente, funestas consecuencias. Joaquín Almendros
considera que las razones políticas de estos sectores gubernamentales y del
Frente Popular se debieron a la tradicional desconfianza del gobierno central
hacia las iniciativas de Catalunya. El aumento del prestigio del gobierno
autónomo catalán era visto con buenos ojos, frente al predominio de los
anarcosindicalistas, sin embargo provocaba recelos y suspicacias por la actitud
nacionalista de los dirigentes catalanistas.
"Los elementos del poder Central criticaron mucho esta operación. Se
ha tratado de justificar la falta de apoyo inicial, así como la orden de retirar
los barcos de guerra y mercantes del escenario de esa acción de guerra. Esa
actitud obedecía a un propósito bien claro: impedir o dificultar las
pretensiones de la Generalitat, que esperaba fortalecer su posición política en
Catalunya, Baleares y Levante..." (474).
El 8 de
Agosto finalizaba triunfalmente, la conquista del resto de las islas menores,
Formentera e Ibiza, que se encontraban en manos de los militares sublevados.
Seguidamente, Alberto Bayo retornó a Barcelona para reclamar el envío de
cañones, que consideraba necesarios para poder llevar a cabo el desembarco y la
conquista de la isla de Mallorca. La respuesta del Comité Central de Milicias
fue la de exigir el inicio de la ofensiva,
exclusivamente con los materiales de los que se disponía. Una fuerte
desconfianza y antipatía existía entre los responsables del Comité y el mando
militar máximo de la operación.
El 18 de
Agosto, desembarcaba un contingente armado de 2.500 hombres en las playas más
desérticas de Mallorca, lejos de los principales núcleos urbanos. En pocas
horas, las columnas milicianas dominaron las costas comprendidas entre
Porto Cristo y Artá. La ofensiva llegó a tener una profundidad de unos diez
kilómetros de profundidad en dirección hacia Manacor, localidad que no pudo ser
tomada. Tras los primeros éxitos, la resistencia de la guarnición empezó a ser
cada vez más fuerte, apoyada por las primeras incursiones de la aviación
italiana.
La
expedición adoleció, desde los primeros momentos del desembarco, de la
falta del armamento adecuado para la ofensiva. Al parecer, el escaso material
que les fue suministrado, llegó demasiado tarde, cuando las órdenes de
retirada, procedentes del gobierno central, ya estaban dadas.
El comandante
Guarner fue enviado por el Comité de Milicias a la isla, para supervisar la
marcha de la ofensiva. Su informe sería tajante, el éxito de la
expedición dependía de que fuera suministrado el material que Alberto Bayo
reclamaba. Sin embargo, los suministros sólo llegaron en cantidades muy
limitadas, e incluso parece ser que las órdenes dadas desde este organismo para
que fuera enviado el material tampoco fueron obedecidas.
Simultáneamente a la realización de las operaciones militares, una serie de
cambios se estaban produciendo en la retaguardia republicana. Prieto iniciaba
su ofensiva contra la expedición a Mallorca, ridiculizándola en las páginas del
diario "Informaciones" de Madrid.
"La reconquista de cualquier provincia española vale muchísimo más que la
toma de Mallorca. No iban los facciosos mallorquines a nado con el fusil a la
espalda a invadirnos por Levante" (475).
La actitud
del gobierno central estaba marcada por una profunda desconfianza hacia la
iniciativa catalana. Sin duda alguna, el éxito de la expedición habría
reforzado enormemente el prestigio del gobierno autónomo catalán que se
mostraba excesivamente independiente frente al gobierno central e
indirectamente también hubiera beneficiado al Comité Central, que se había
convertido en la auténtica dirección de la operación.
La
dependencia en la cuestión del armamento del Comité Central hacia el gobierno
central se hizo patente. El hecho de que el gobierno republicano controlara la Aviación y la Marina se convirtió en una eficaz arma de presión para conseguir la retirada
inmediata de los expedicionarios de la isla. Bayo considera que Prieto fue el
principal responsable del ultimátum que dió el gobierno central a la
expedición.
"La retirada se debe a él. El la exigió para entrar en el Ministerio de
Defensa y ésa orden fue dada porque él no creyó en la empresa, como no creyó en
ninguna de las que pretendimos hacer en nuestra guerra" (476).
Las órdenes
del gobierno republicano central fueron tajantes. Se ordenaba la retirada
inmediata de las tropas expedicionarias que se encontraban en Mallorca. La
retirada de las milicias se inició en la noche del 2 al 3 de Septiembre. La
precipitación fue tal, que una gran cantidad de material bélico y
numerosos milicianos quedaron abandonados en tierra, siendo apresados por la
guarnición de la isla, y fusilados la mayoría de ellos.
Tras la
llegada a Barcelona, Alberto Bayo tuvo que presentarse ante el Comité
Central y ante Juan García Oliver, responsable máximo de las milicias, para
rendir cuentas del fracaso de la expedición. Al parecer, en Barcelona,
tanto el gobierno de la Generalitat como el Comité de Milicias ignoraban
las razones de la retirada de la expedición.
El fracaso
de la operación se debió, no tanto a los errores tácticos de las milicias, que
fueron muchos, como a la rivalidad existente entre los diferentes
poderes, y lo que éstos representaban. Una vez más, para el gobierno
republicano, primaban más los aspectos políticos (la liquidación de la
revolución) sobre los militares y la evolución de la guerra (la derrota del
ejército franquista).
La
descoordinación política entre los distintos poderes, gobierno autónomo,
Gobierno de la República y Comité Central, era absoluta, agravada por la lucha
a muerte que existía entre ellos. Los dos primeros encarnaban al viejo poder
burgués, en sus dos versiones, la central y la nacionalista, el último era, al
fin y al cabo, un organismo de poder surgido de la revolución, que debía ser
combatido hasta su desaparición definitiva.
4.4.6 Solidaridad con otros frentes. Valencia, Irún y Madrid.
Las jornadas
de Julio comportaron la derrota de los sublevados en la mayor parte de la
península y el derrumbe de las instituciones republicanas. Sin embargo, y pese
al triunfo de los revolucionarios, la victoria de la revolución de los comités
solo había alcanzado la primera etapa. La no aparición de un auténtico poder
revolucionario a nivel estatal implicó la existencia de un inestable período de
dualidad de poderes.
A pesar de
la profundidad que había adquirido la revolución en Catalunya, respecto al
resto del estado, que se mantenía fuera del poder de los sublevados, los
peligros seguían siendo reales. En este sentido, y no en otro, podemos entender
la curiosa e ingenua combinación de la táctica del anarcosindicalismo. Negarse
a la toma del poder político que la revolución había puesto en sus manos en
Catalunya, para extenderla al resto de la península, mientras intentaba
extender su influencia política mediante las milicias obreras, a través de una
política de colaboración y de compromiso con las derruidas instituciones
republicanas.
El
anarcosindicalismo, triunfante en Catalunya, contaba con una fuerte presencia
en las provincias del Levante y en otras zonas del estado que debía mantener a
toda costa. Sus victorias militares, indudablemente, hubieran aumentado
enormemente el prestigio de sus columnas armadas, y por lo tanto, de su propio
proyecto revolucionario. Por otra parte, el Comité Central de Milicias tenía
que evitar, a toda costa, que la Catalunya revolucionaria quedara aislada,
geográfica y políticamente, del resto del estado, donde habían fracasado los
insurgentes. El peligro de aislamiento que corrían los revolucionarios
catalanes provenía de dos frentes: la victoria de los sublevados y la
recuperación total del control político por parte de las instituciones
republicanas y de sus aliados del Frente Popular. Por este motivo, la primera
industria bélica de Catalunya, envió grandes cantidades de municiones y de
material de guerra a otras zonas de la península, cuando el mismo frente de
Aragón padecía una escasez angustiosa.
"Hemos entregado armas y municiones a todos los frentes: a Córdoba, a
Málaga, al Centro, a Levante, a Irún, etc.; hemos proporcionado algunas piezas
de artillería a los frentes del sur, al mismo tiempo que sosteníamos la campaña
de Mallorca y nuestra empresa de reconquista de Aragón, sin hablar de material
sanitario, ambulancias, camiones, víveres, ropas, obuses de artillería de todos
los calibres, que habíamos comenzado a fabricar en gran escala".
"A la misma defensa de Madrid, hemos contribuido desde Catalunya con unos
diez mil hombres armados..." (477).
En los
primeros momentos del triunfo en Catalunya, el Comité Central de Milicias no
sólo tuvo que enfrentarse a la amenaza de los sublevados, que habían triunfado
en Zaragoza y en el resto de la región aragonesa, sino que tuvo que asegurar
que la vacilación de las guarniciones militares existentes en Valencia, se
tradujera en el triunfo del Comité Ejecutivo Popular y no en el de los
partidarios de los facciosos. Las directrices de la junta enviada por el
gobierno de Giral, dirigida por Martínez Barrio, y encargada de mantener la
autoridad del estado republicano en la región fueron claramente
desmovilizadoras. La junta gubernamental, apoyada únicamente por el Partido
Comunista, pretendía que fuera desconvocada la huelga general, organizada por
los sindicatos, negociar las condiciones para conseguir la neutralidad de
las tropas acantonadas en la zona, que estaban dirigidas por el general
Martínez Monje y la disolución inmediata del Comité Ejecutivo Popular.
Las órdenes
gubernamentales fueron desobedecidas por la población que seguía desconfiando
de las sospechosas muestras de lealtad republicana que ofrecía Martínez Monje,
mientras sus tropas continuaban acuarteladas en sus guarniciones, y vigiladas
estrechamente por la población. El Comité Ejecutivo Popular de Levante continuó
funcionando al margen de la junta de Martínez Barrio, que era desobedecida y
arrinconada por los trabajadores.
Mientras los
militares, en Valencia, dudaban en sumarse a la sublevación, el Comité Central
de Milicias de Catalunya amenazaba a las autoridades republicanas, que exigían
la desmovilización popular y la restauración inmediata de su autoridad, con el
envío de columnas de milicianos para apoyar a los sectores revolucionarios.
Cuando a
finales del mes de Julio, los militares de Valencia decidieron sumarse a la
sublevación, los obreros valencianos, dirigidos por el Comité Ejecutivo
Popular, se lanzaron a sofocar el levantamiento con armas procedentes de los
suministros que habían llegado por el Comité Central de Milicias de Catalunya y
también por las organizaciones anarcosindicalistas de Barcelona y de Madrid.
Indudablemente, el factor catalán contribuyó decisivamente a la victoria de los
revolucionarios en Levante.
La victoria
de los revolucionarios en Catalunya fue fundamental para la moral de los
trabajadores valencianos al enfrentarse a los sublevados y, sin ninguna duda,
fue en detrimento de la de éstos. También la llegada de armas procedentes de
Barcelona contribuyó a aumentar las posibilidades de éxito para los
revolucionarios levantinos en su combate para sofocar la sublevación.
El resultado
fue el completo desmoronamiento, como en Catalunya, de las autoridades republicanas
de la región y la derrota total de los insurgentes. El Comité Ejecutivo Popular
se constituía como la junta de poder territorial en la región hasta la llegada,
pocos meses después, el 7 de Noviembre, del gobierno republicano central, ahora
presidido por Largo Caballero, que abandonaba Madrid, en peligro de caer en
manos del ejército franquista. La negativa de los libertarios a constituir un
auténtico gobierno revolucionario, tanto en Catalunya como en Valencia, fue la
causa principal de la rápida decadencia que sufrió el Comité
Ejecutivo Popular, a la llegada de las autoridades republicanas.
"... su duración fue efímera pues el traslado del gobierno central a
Valencia no tardó en asfixiarlo y no permitió que realizara nada comparable a
la obra del Consejo de Economía de Catalunya...".
"Cuando el 7 de Noviembre de 1936 el gobierno de Largo Caballero se
instaló en Valencia, el Comité Ejecutivo Popular empezó a debilitarse y
desapareció en el mes de Diciembre. Fue reemplazado por Consejos provinciales
en cada una de las cinco provincias de Levante..." (478).
La victoria
militar de los revolucionarios levantinos no era suficiente. Su indiscutible
victoria, su poder indiscutido en la ciudad de Valencia, tenía que ir
acompañada de una verdadera voluntad para constituirse en el único poder en la
región, en el poder de la revolución triunfante. La voluntad de
"colaboración democrática" que alentaba a la CNT, marcó el final del Comité Ejecutivo Popular levantino.
La ofensiva
que los sublevados, dirigidos por el general Mola, desencadenaron contra
Euskadi y contra todo el frente norte se centró en la toma de la
población de Irún, única vía terrestre que mantenía la zona republicana,
conectada con Francia. Las columnas libertarias que defendían y controlaban la
localidad, fueron abandonadas por las milicias nacionalistas vascas y por las
autoridades francesas, que en nombre del pacto de "no intervención"
bloquearon en Hendaya, un importante convoy de municiones que envió el Comité Central
de Milicias de Catalunya en auxilio de los combatientes.
"Irún no pedía aviación, ni artillería, pedía solamente fusiles, algunas
ametralladoras, municiones. Nos llegaron algunas delegaciones para exponer la
situación angustiosa en que se encontraban los combatientes de aquella región,
por falta de armas y de municiones. Nos aseguraron que Irún no caería si
se les facilitaban medios para defenderse. Todas las tentativas que habían
hecho ante el gobierno de Madrid para obtener algún armamento habían sido
estériles y los emisarios dirigieron sus pasos hacia Catalunya en demanda de
auxilio".
"... No podíamos abastecer a las milicias de Aragón, que reclamaban en
vano el envío de municiones. Se planteó algunas veces el problema de Irún en el
Comité de Milicias; pero nuestras disponibilidades se habían agotado por
completo".
"Comprendimos que Madrid abandonaba a ese bravo pueblo norteño y que
nosotros, por muchos sacrificios que hiciésemos, no podíamos salvarles"
(479).
Según el
testimonio de Diego Abad de Santillán, el Comité Central de Milicias tuvo que
recurrir a los comités locales y de defensa, para conseguir el armamento que
pedían los defensores de Irún, ya que las existencias de armamento y municiones
en su poder, eran casi inexistentes. Una pequeña parte de las armas consiguió
llegar a manos de la Federación Local de Sindicatos Únicos de Irún. Sin
embargo, un importante cargamento de municiones, que resultaba indispensable
para la defensa de la ciudad, no pudo llegar a tiempo, por el boicot francés y
por la negativa del gobierno de Madrid a suministrar el transporte aéreo
adecuado.
A pesar de
la desesperada resistencia de los defensores, reforzados por la llegada de unos
centenares de milicianos procedentes de Catalunya, que llegaron a través de la
frontera francesa, el 5 de Septiembre Irún caía en manos del ejército
franquista, completamente abandonada por Madrid y por las instituciones vascas.
La caída de la ciudad significaba el aislamiento completo de la zona republicana
del norte y también, su principio del fin.
Sin embargo,
el capítulo más importante de la intervención catalana, fuera de sus fronteras
naturales (es decir, salvo el frente de Aragón y el desembarco en Mallorca)
fue, sin ninguna duda, la ayuda que se prestó a la defensa de Madrid. La
capital del estado era uno de los objetivos principales del ejército
franquista. La toma de Madrid hubiera significado una baza política decisiva
para el reconocimiento diplomático del gobierno de la Junta militar de Burgos. Sin embargo, Franco y su estado mayor cometieron el error de
subestimar a sus adversarios, las milicias revolucionarias. El rápido avance de
las fuerzas africanistas hacia la capital, se vió desviado, a finales de
Septiembre, hacia la ciudad de Toledo, donde un puñado de guardia civiles y de
militares se defendía en el Alcázar de la ciudad. La conquista de Toledo por el
ejército franquista, dió un tiempo precioso a las tropas milicianas, que
estaban organizando la defensa de Madrid.
La
contribución catalana en armamento y en hombres a la defensa, primero del
frente de Talavera, y después de la capital, fue importante. El 10 de
Septiembre llegaba a Madrid la centuria italo-catalana Gastone Stozzi, para
integrarse en las milicias comunistas del V Regimiento. A finales del mismo
mes, la columna "Libertad", integrada por milicianos
comunistas, entraba en combate en la zona centro, en el frente de Talavera. Con
posterioridad llegaba a la capital madrileña la columna "Tierra y Libertad"
con mil quinientos voluntarios, bajo la responsabilidad de Federica Montseny y
por Diego Abad de Santillán. La columna libertaria se formó con voluntarios
procedentes de la malograda expedición a Mallorca. Sin embargo, al parecer, la
columna se formó a espaldas del Comité Central de Milicias. Al parecer y según
el testimonio del García Oliver, la formación de esta columna fue motivo de
roces y de enfrentamientos entre los dirigentes de la CNT en el Comité Central de Milicias (480).
Posteriormente
otros nuevos contingentes de las milicias catalanas se incorporaron a la
defensa de Madrid, entre ellos destacaron por su importancia, las milicias
poumistas y la columna dirigida por Durruti que se batió en la ciudad
universitaria. Sin embargo, estas nuevas incorporaciones se dieron fuera del
período del trabajo que nos ocupa, en pleno retroceso del movimiento
revolucionario en Catalunya y en el resto el estado.
4.4.7 Los Consejos de soldados.
El fenómeno
de los comités es una característica peculiar del espontaneismo de la
revolución española. La fiebre de los comités se extendió a todo el territorio
de la República, donde los militares habían sido derrotados, y también alcanzó
e inundó a todo el panorama político y económico de esta zona (los comités
adquirieron funciones políticas y económicas, ocupando el vacío político que
habían dejado las instituciones de poder republicanas y la burguesía que se
había dado a la fuga).
Los comités
revolucionarios también aparecieron, desde los primeros momentos, en las filas
de los semidisueltos cuerpos policiales y en los restos del ejército que
se había mantenido fieles a la autoridad del gobierno. La fiebre
revolucionaria había contagiado a los restos del brazo armado con los que
contaba el Estado republicano burgués.
La ola
espontánea, creadora de los comités, fue aprovechada por el Comité Central para
asegurarse el control de dichos cuerpos y de las recién organizadas milicias
revolucionarias.
Consejos de
Obreros y Soldados, supeditados a las directrices políticas del
Comité de milicias, fueron creados entre los restos de los cuerpos de
Aviación, Infantería y Artillería que se habían mantenido leales al gobierno
republicano; también aparecieron entre los carabineros, empleados de Aduanas,
Mozos de Escuadra y en Sanidad, por iniciativa del departamento de guerra.
"Para asegurarse el control de las recién organizadas milicias y limpiar
las fuerzas gubernamentales de posibles traidores, la CNT y la UGT introdujeron un sistema de consejos de obreros y soldados. Fue en Barcelona
donde primero se organizaron, extendiéndose luego por Levante, Andalucía y
hasta Madrid. Los consejos no tenían por misión asumir la dirección militar de
las operaciones, sino la de impedir que el control político de las unidades
armadas pasara de las organizaciones obreras a los oficiales profesionales que
actuaban en calidad de asesores técnicos de las milicias" (481).
John
Brademas recoge el testimonio, especialmente revelador, de uno de los
principales creadores de los Consejos de Obreros y de Soldados, que estaban
compuestos por tres delegados cenetistas y por tres ugetistas:
"La creación de los comités fue determinada por la necesidad de continuar
la lucha y de tener la confianza más absoluta en las decisiones generales del
mando militar... Las milicias obreras necesitaban una dirección garantizada. La
consiguieron, mezclando sus propios elementos a los que, elegidos por los
cuerpos y unidades militares respectivas, tenían idéntico fin: <<luchar
unidos, bajo una dirección responsable y leal...>>" (482).
Los comités
de soldados que actuaban bajo la dirección política del Comité Central de
Consejos, subordinado a su vez al Comité Central de Barcelona, mantenían el
control y la vigilancia sobre los militares profesionales que combatían al lado
de las milicias. También atendían a los problemas y conflictos de disciplina
que sucedían en los cuarteles y en el frente.
El propósito
de los anarcosindicalistas era poder romper definitivamente la disciplina y los
sentimientos corporativistas que todavía pudieran anidar en los cuerpos
policiales, y evitar que en el futuro, pudieran ser utilizados contra los
sectores revolucionarios.
"Los Consejos de Obreros y Soldados los creamos para hacer imposible la
sublevación de los guardias civiles, cosa que se logró. Pero también para
impedir el éxito de las maniobras que los comunistas realizaban en el resto de la España republicana, donde con la complicidad de socialistas y republicanos, se estaban
apoderando de todos los mandos de las fuerzas armadas..." (483).
Los Consejos
de Obreros y de Soldados, fomentados por el Comité Central de milicias,
contaron, desde los primeros momentos, con la oposición de los comunistas del
PSUC, que veían en ellos organismos que introducirían, en los ya destartalados
cuerpos policiales de la República, elementos de indisciplina y de
desintegración.
"La idea fue apoyada por Brotons y por aquellos jefes y oficiales que, en
tales consejos, veían el mejor y más eficaz instrumento para introducir un
elemento corrosivo en la disciplina de la Guardia Civil. Una institución de esa índole, de férreos reglamentos, deja de ser efectiva,
cuando se le introduce el germen de la discusión y la falta de respeto a la
autoridad. Fácil es darse cuenta de que los anarquistas, con esto, le hacían el
juego a los enemigos de la República y a sus propios enemigos" (484).
Los Consejos
de Obreros y de Soldados, como toda la estructura de comités revolucionarios
que se había formado por doquier, entre los milicianos y entre los cuerpos
policiales fieles a la República, dificultaba los planes del PSUC y del
gobierno de la Generalitat para dotarse de una fuerza de choque fiel, para
poder contrarrestar la hegemonía de la CNT.
Sin embargo,
los partidarios de la restauración republicana contaban con un elemento que iba
a ser decisivo para sus propósitos. El compromiso político del anarcosindicalismo
para respetar la existencia de las antiguas autoridades republicanas iba
acompañado, implícitamente, de la no disolución de las viejas fuerzas de orden
público, lo que, a pesar de la actividad de los comités y de los consejos en su
seno, permitió al Front d'Esquerres y al gobierno de la Generalitat, ir recuperando, poco a poco, sus efectivos y por lo tanto, también su perdido
poder.
Los
Consejos, quedaron mortalmente heridos por la posterior desaparición del Comité
Central de Milicias, y acabaron por desaparecer después de Noviembre, para dar
paso a los comisarios políticos. La figura del &q