El Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya
y la situación de doble poder
en los primeros meses de la guerra civil española.
Enric Mompó.
Tesis doctoral leida el 8 de julio de 1994 en el Departamento de
Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona.
1. INTRODUCCIÓN.
La
dualidad de poderes en las situaciones revolucionarias corresponde a períodos
que han sido ampliamente estudiados por los clásicos del marxismo y por otros
de distintos orígenes ideológicos. Ya en la revolución francesa encontramos
configurados los dos poderes enfrentados, el de la monarquía absoluta,
representante de la aristocracia y del Antiguo Régimen, y el de la Asamblea Constituyente, representante del poder de la burguesía revolucionaria, aliada al
campesinado y al resto de las clases populares francesas. Entre los
revolucionarios de la Comuna de París y el Versalles de Thiers. La dualidad de
poderes volveremos a encontrarla de nuevo en todas las revoluciones del siglo
XIX y también en el XX.
Las grandes
revoluciones de nuestro siglo han aportado un impresionante caudal de datos y
experiencias. Sin embargo, la revolución española presenta una paradoja
singular. Es uno de los acontecimientos históricos sobre el que más se ha escrito
y sin embargo, son escasos los trabajos que han estudiado a fondo la compleja
dinámica de la dualidad de poderes.
1.1 OBJETO DE LA TESIS.
Hablar del
período revolucionario caracterizado por la dualidad de poderes es algo
complejo. Es importante analizar los factores que caracterizaron la situación,
la espontaneidad del movimiento revolucionario, la formación de los organismos
revolucionarios (los embriones del nuevo estado), la correlación de fuerzas
entre los poderes enfrentados,
Primero
sería necesario encontrar una definición general que nos sirviera para
delimitar, dentro del período revolucionario, la fase de la dualidad de
poderes. Si nos atenemos a las palabras de Linón, un período revolucionario
estaría caracterizado por una situación en la que las clases dominantes no
pueden seguir gobernando como antes, mientras que las clases populares, por su
parte, no quieren seguir viviendo como lo habían hecho hasta el momento. La
fase de dualidad, en la que existiría una enfrentamiento larvado entre las
autoridades tradicionales y el nuevo poder, sería la consecuencia de un todavía
insuficiente grado de conciencia y de organización de los sectores
revolucionarios (1).
Concretando,
es necesario desmenuzar y analizar las diferentes características, propias de
la revolución española para que podamos comprender su dinámica, su ascenso,
madurez y declive, a través de la evolución de la dualidad de poderes
existente.
Este trabajo
ha sido dividido en tres grandes partes que responderían a tres períodos
distintos de la revolución española. La primera parte corresponde al período
prerrevolucionario (Abril-1931/Julio-1936). La República llegó, como no se han cansado de comentar historiadores, políticos y testimonios de
la época, sin encontrar resistencia y sin derramar una gota de sangre. Por
distintas razones, casi todas las clases sociales aclamaron la llegada de la República. Unos esperaban que el capital político y las esperanzas que acompañaban a la
instauración de la República serviría para abortar la radicalización de las
clases trabajadoras y evitaría que las aspiraciones populares pudieran derivar
hacia peligrosas situaciones revolucionarias. Otros, esperaban que la República solucionar definitivamente sus aspiraciones históricas, el hambre de la tierra, los
derechos nacionales... Por otra parte, los republicanos pretendían nadar entre
dos aguas, para conseguir sus objetivos de modernización del capitalismo
español.
Sin embargo,
el republicanismo era, a todas luces, inviable, en una época en la que el
capitalismo en crisis amenazaba con romperse en sus eslabones más débiles.
Cualquier intento de los gobiernos republicanos de izquierda para solucionar
los problemas históricos que arrastraba el estado español, y que le impedían
convertirse en una economía moderna, chocaban con los intereses de las clases
privilegiadas, incluidos los de la burguesía industrial y financiera.
Cinco años
después, el proyecto republicano estaba completamente agotado. Las pretendidas
reformas se habían perdido en estériles debates parlamentarios. Las tímidas
iniciativas adoptadas por el gobierno izquierdista (1931-1933) habían sido
neutralizadas durante el bienio negro. En 1936, la República se habían convertido en un cascarón vacío que no representaba a casi nadie.
Mientras las clases dominantes se volcaban cada vez a la solución militar para
evitar el creciente peligro revolucionario, las clases populares experimentaban
una radicalización cada vez mayor, frustradas por cinco años de inútiles
esperas. Mientras tanto, las clases medias tendían a reagruparse en torno a los
dos grandes polos sociales que se enfrentaban. El único capital político con el
que seguían contando los políticos republicanos era el firme apoyo que estaban
dispuestos a prestarles los dirigentes de las organizaciones obreras del Frente
Popular.
Durante el
período republicano, el movimiento obrero experimentó un fuerte proceso de
radicalización, consecuencia de su decepción ante la experiencia republicana de
los primeros años y por la amenaza fascista internacional que se presentaba con
el ascenso de Hitler al poder en Alemania en 1933. La radicalización del
movimiento obrero y del campesinado pobre quedó reflejada en las grandes
movilizaciones protagonizadas por las dos centrales sindicales (CNT y UGT), en
la insurrección de 1934, en el proceso de reagrupamiento de las Alianzas
Obreras y en los debates sobre la construcción el partido revolucionario que
debía dirigir la revolución que se avecinaba.
Estas
experiencias incidieron profundamente en la conciencia del movimiento revolucionario y
por lo tanto también en la forma y el contenido que adoptó la revolución. Todas
estas cuestiones son de vital importancia para que podamos comprender la
génesis de los comités y del resto de organismos que se encarnaron en la
revolución española.
La segunda
parte de nuestro trabajo estaría dividida en dos y correspondería a los
primeros meses de la guerra civil. Exactamente, al período comprendido entre
las jornadas de Julio y la integración del anarcosindicalismo en el
aparato de Estado republicano. Esta parte equivaldría al ascenso y esplendor de
la revolución y es también en este período donde situamos la dualidad de
poderes. Sin embargo, nos gustaría destacar a priori una de las grandes
originalidades de la revolución española. La dualidad, no se situaba entre las
cenizas del gobierno republicano y la multitud de comités-gobierno
(calificativo dado por Munis y que es el mejor que hemos encontrado, para
explicar la verdadera naturaleza de estos organismos), sino entre estos últimos
y los comités dirigentes de las organizaciones obreras del Frente Popular. El
mismo Munis prefiere situar la verdadera dualidad de poderes tres meses después
de haber estallado la revolución (2), para destacar el aplastante predominio
del poder revolucionario frente a las ruinas del estado republicano.
Junto a los
comités revolucionarios locales, creados por la iniciativa espontánea de los
militantes obreros (los mismos que apoyaban a las autoridades republicanas)
apareció toda una gran variedad de organismos que, bajo nombres distintos e
incluso con tareas diferentes que encarnaron el poder revolucionario que
acababa de nacer (Juntas territoriales, milicias, patrullas de control o de
retaguardia, comités de empresa...). En este trabajo intentaremos analizar los
procesos de formación de estos organismos, su composición interna, las formas
de funcionamiento, la correlación de fuerzas que existían en su seno y también
las relaciones con las autoridades republicanas y entre ellos mismos. Nos
gustaría resaltar también el elevado grado de espontaneismo de la obra
revolucionaria, como un factor que nos ayuda a comprender la naturaleza misma
de la revolución española.
"No hay duda que la espontaneidad del movimiento es un indicio de su
profundo arraigo en las masas, de la solidez de sus raíces, de su
ineludibilidad" (3).
Intentaremos
profundizar en el debate sobre la verdadera naturaleza de los diferentes tipos
de organismos y sobre su supuesta (o no) esencia soviética o consejista.
También
hemos considerado importante intercalar una serie de capítulos destinados a
analizar las diferentes actitudes políticas de las organizaciones obreras (con
respecto a la revolución española, a los comités, a las milicias, las
colectivizaciones agrarias e industriales...). La postura de los diferentes
grupos nos ayudará a entender las alianzas, en ocasiones aparentemente
paradójicas, que se llevaron a cabo durante el proceso revolucionario.
Más arriba
hemos planteado que esta segunda parte del trabajo estaría dividida a su vez,
en dos partes. Efectivamente, nuestro estudio no abarca la revolución española en
general, sino su impacto en Catalunya, territorio dentro de la llamada
"zona republicana", donde el movimiento revolucionario adquirió mayor
fuerza y profundidad. Por ese motivo, la parte principal se centraría en los
organismos revolucionarios catalanes y especialmente en el Comité Central de
Milicias Antifascistas de Catalunya. La otra parte nos servirá para encuadrar
la revolución en Catalunya, dentro del contexto de la española. Limitar el
estudio al territorio catalán impediría la comprensión del proceso. Hay que
tener en cuenta que gran parte de los factores que influyeron en el proceso
revolucionario en Catalunya, procedían del marco estatal en el que se estaba
desarrollando el conflicto. He considerado imprescindible incluir algunos
capítulos para analizar la reconstrucción del aparato estatal republicano y la
sustitución del desprestigiado gobierno de Giral por un nuevo gabinete
presidido por Largo Caballero. De esta manera, el proceso restaurador se vestía
con su ropaje más izquierdista.
Con respecto
al Comité Central de Milicias, hemos hecho un capítulo aparte que se iniciaría
con su formación, consecuencia del choque del anarcosindicalismo con el reto
del poder y que terminaría con su disolución tres meses después. Con el estudio
del Comité Central hemos pretendido dilucidar su verdadera naturaleza del
organismo en el que se desarrolló una parte importante del conflicto de
poderes. Mientras la calle se encontraba en manos de los revolucionarios, en el
seno del Comité Central se luchaba para que la balanza del poder se decantara
finalmente a favor de una de las dos fracciones.
Tal como se
ha indicado a menudo, el período de dualidad de poderes es siempre altamente
inestable y no puede ser mantenido indefinidamente. La evolución del conflicto
entre las distintas clases sociales tiene que resolverse inevitablemente a
favor de una de otra. El triunfo en estas situaciones, no corresponde al grupo
inicialmente más poderoso, sino al más clarividente, al que es capaz de definir
y luchar mejor por sus objetivos. Dicho con otras palabras, el poder se decanta
siempre hacia el grupo que está dispuesto a tomarlo en sus manos.
"Otra vez se vio confirmada una vieja regla de las revoluciones; la
batalla debe ser llevada hasta el final, o caso contrario, mejor es no
comenzarla" (4).
Con el
análisis de la historia y de la obra del Comité Central de Milicias he
intentado hacer más comprensible el proceso dialéctico en el que se encontraba
inmerso este organismo, que se convirtió en el poder indiscutible e indiscutido
de Catalunya, desplazando al impotente gobierno de la Generalitat de Companys. También en este caso me ha parecido interesante y necesario
introducir un capítulo destinado a analizar las diferentes opciones políticas
que pugnaban en su seno.
"El poder, al igual que la naturaleza, aborrece el vacío. Tanto más en el
crisol de una guerra civil, que es la política de la lucha de clases elevada al
extremo de conflicto armado. La mayor parte de los medios de producción se
hallaban en manos de la clase obrera catalana, pero el poder político se
encontraba atomizado en una miríada de comités: compartido, aunque
desigualmente, en Barcelona entre el Comité de Milícies Antifeixistes y la Generalitat; dividido dentro del mismo comité; dividido también entre éste y otros comités de
Catalunya; dividido entre Catalunya y Madrid. Semejante poder dual (si no
múltiple) que era normal en una revolución no acabada, no podía permanecer
estático" (6).
Finalmente
este estudio consta de una tercera parte que estudia las consecuencias de la
integración del anarquismo y del poumismo en las instituciones republicanas.
Analizaremos el proceso de decadencia de la revolución. Una vez rota la
situación de doble poder en favor de la restauración de la República, los comités revolucionarios, las patrullas de retaguardia, las milicias y las
colectivizaciones empezaron a ser disueltas inexorablemente. Sin la existencia
de una organización que estuviera dispuesta a responder al resto de la toma del
poder, la revolución estaba condenada sin remedio. Desde este punto de vista,
podríamos hablar de que la revolución española fue una revolución huérfana.
A lo largo
del trabajo podremos observar la creciente escisión entre el instinto y la
conciencia de los trabajadores revolucionarios y los cuadros dirigentes de sus
organizaciones. Los primeros veían como, poco a poco, sus más preciadas
conquistas se les escapaban de las manos. Los segundos, asustados frente a la
responsabilidad de la toma del poder, sin el más mínimo programa adecuado para
enfrentarse a la complejidad de la situación, se enmarañaban cada vez más en
una política de compromisos que debilitaba la revolución.
Desde un
punto de vista convencional, el punto de partida de la decadencia
revolucionaria se iniciaría con la disolución del Comité Central de Milicias de
Catalunya (a finales de septiembre) y terminaría en las jornadas de mayo del
año siguiente. La integración del anarcosindicalismo y del poumismo en el
gobierno de concentración de la Generalitat sería la señal. Pocas semanas
después, el 4 de noviembre, la CNT aceptaba integrarse sin condiciones en el
segundo gabinete de Largo Caballero.
Sin embargo,
no puede tampoco hablarse de que el declive revolucionario fuera un camino de
rosas para la contrarrevolución republicana. Durante los siete meses
siguientes, la inmensa energía de la revolución se haría sentir. Una cosa era
decretar la disolución de los comités locales, de las patrullas y de las
milicias y otra llevarlo a la práctica. Una cantidad importante de los
organismos que habían surgido al calor de la revolución de julio, sobrevivieron
tozudamente hasta después de las jornadas de mayo barcelonesas, sin que las
autoridades republicanas tuvieran la suficiente fuerza para disolverlas.
A pesar de
las grandes resistencias, la revolución tenía bloqueado el camino. Su
orfandad política le impedía superar el estadio de la dispersión para fundirse
en un solo cuerpo que unificase todas las energías que había desatado la
revolución. En la historia, y más todavía en la historia de las revoluciones,
nada permanece, nada se mantiene estático, lo que no avanza retrocede. Y esto
es lo que ocurrió con las utopías anarcosindicalistas de posponer su desenlace
para después de la contienda.
"Habiéndose detenido los comités gobierno en el ejercicio local del poder,
no aceptando a encadenarse en un sistema de gobierno único y general, la
revolución quedó incompleta, dejó de cerrar su círculo de adquisiciones, y sus
enemigos encontraron un respiro y condiciones para confabularse contra ella...
si los comités revolucionarios no se constituían en base de un nuevo estado y
un nuevo gobierno, forzosamente darían ocasión a la reconstitución del estado y
el gobierno capitalista" (5).
Las jornadas
de mayo barcelonesas, sean cuales fueran sus causas y su interpretación, fueron
la última oportunidad de la revolución. La derrota que supuso el desenlace de
este enfrentamiento supondría el golpe definitivo. A partir de este punto
quedaba demostrado ante los partidarios y los adversarios de la revolución que
ésta estaba herida de muerte. Si en aquellos momentos, alguien continuó
creyendo lo contrario, pronto la realidad iba a desengañarlo. La CNT quedaría desarbolada definitivamente; el POUM sería ilegalizado, juzgado y perseguido; su
primer dirigente, el revolucionario Andreu Nin, torturado y asesinado por
orden de Stalin. Con las jornadas de mayo se desataría una verdadera
orgía de sangre contra los revolucionarios que no terminaría hasta el final de
la guerra. El mismo Largo Caballero, acabaría siendo una víctima del proceso
contrarrevolucionario que él mismo había desencadenado desde el gobierno; a
pesar de su oportunismo, el máximo dirigente de la Izquierda Socialista, era un obstáculo para los planes de liquidación total del movimiento
revolucionario (Largo Caballero se opondría a la persecución del POUM).
Para
concluir el pequeño resumen de los objetivos de este trabajo, me gustaría
resaltar, una vez más, la idea de la orfandad política de la revolución
española. Mientras los trabajadores socialistas, libertarios, comunistas,
poumistas, o sin afiliación, realizaban por su propia cuenta y riesgo lo
que ellos entendían por revolución (formación de comités, marginación de las
viejas autoridades, colectivización y socialización de la economía, creación de
milicias...), los cuadros dirigentes, por diferentes motivos, se negaban a
llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias y preferían posponer su
desenlace hasta el final de la guerra (o hasta un futuro indeterminado). Este
hecho es de crucial importancia para entender las características de la
revolución española. También nos ayudará a comprender las virtudes y las limitaciones
que supuso el fenómeno del espontaneísmo de los trabajadores en una situación
revolucionaria como aquella.
1.2 METODOLOGÍA.
Fuentes
utilizadas.
El material
utilizado para el estudio del Comité Central de Milicias y la situación de
doble poder en los primeros meses de la guerra y de la revolución en Catalunya
ha sido obligatoriamente muy variado. Queremos resaltar una laguna que
consideramos importante, la falta de un trabajo de historia oral sobre el tema
de estudio. Los principales testimonios de la vida interna del Comité Central
de Milicias han fallecido todos o casi todos. Por lo tanto el estudio ha tenido
que centrarse en otros trabajos, ya realizados con anterioridad por otros
autores. Vale la pena dividir los trabajos que corresponden a testimonios
directos de la guerra y de la revolución, y los estudios hechos posteriormente
por los historiadores. En la mayoría de los casos estos trabajos solo aportan
una visión fugaz del desarrollo de la situación revolucionaria y de la dualidad
(o pluralidad) de poderes.
Hemos
utilizado la prensa de la época como una de las fuentes de información. Hemos
limitado el estudio a la prensa catalana y a un número representativo de
periódicos (uno o dos publicaciones de cada una de las fuerzas políticas
protagonistas de los acontecimientos).
También
hemos seleccionado algunos documentos de la época, folletos, publicaciones de
empresas colectivizadas, octavillas, informes e incluso algunas actas fragmentarias
de algunas comisiones de trabajo del Comité Central de Milicias o del primer
gobierno de concentración de la Generalitat de Catalunya.
Finalmente
me gustaría resaltar el largo e infructuoso trabajo de investigación realizado,
en busca del documento que tenía que constituir la piedra angular de este
trabajo: El libro de actas del Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya. Estoy convencido que el hallazgo futuro de este valioso documento
ayudará a comprender muchas facetas que todavía se encuentran a oscuras de la
historia de este organismo que sustituyó durante algunos meses el poder del
gobierno de la Generalitat.
La búsqueda
de este documento nos llevó a buscar en diferentes archivos. Indagamos en el
Archivo Histórico Nacional de la Guerra Civil que se encuentra en la ciudad de Salamanca. También investigamos en otros centros como el Arxiu Nacional de
Catalunya o el Archivo Histórico de la ciudad de Barcelona (Casa de l'Ardiaca).
En cambio resultaron infructuosas todas las gestiones que se hicieron
para entrar en el Arxiu Tarradellas situado en el Monasterio de Santa María de
Poblet (Tarragona). Sin lugar a dudas, el estudio del material que allí se
encuentra habría sido especialmente valioso para este trabajo. Los archivos
particulares del dirigente nacionalista catalán, Josep Tarradellas, miembro
destacado del Comité Central de Milicias, se encuentran en este centro.
También
investigamos en el archivo particular de Diego Abad de Santillán, situado en la Biblioteca Arus, con la esperanza que encontraríamos algún material referente al período
revolucionario. Desgraciadamente no fue así. La casi totalidad de los
documentos que estudiamos pertenecían al período del exilio y respondían en su
mayor parte a la correspondencia mantenida por su amigo José Herrera con
diferentes grupos y militantes anarcosindicalistas. Sería muy importante
poder averiguar donde está el resto de los archivos de uno de los dirigentes
libertarios en el Comité Central de Milicias. Hicimos una fugaz incursión en el
Centre d'Estudis Històrics Internacionals (CEHI), donde su director, Jordi
Planas, muy amablemente nos informó de que en dicho centro no existía ningún
material procedente directamente del Comité Central de Milicias, pero nos
facilitó una copia de las memorias manuscritas de Felipe Díaz Sandino.
También
enviamos cartas a destacados investigadores del tema de la guerra civil
española, como Rudolf de Jong, responsable del International Institut
voor Sociale Geschiedenis, asociación que mantiene uno de los mejores archivos
sobre el anarcosindicalismo español. Rudolf de Jong también nos comentó que a
pesar de la gran cantidad de material que posee el Instituto, no se encuentra
en él, ningún ejemplar del libro de Actas del Comité Central de Milicias. La
misma suerte tuvimos con Pierre Broué, quién nos informó que a lo largo de su
dilatada investigación sobre la guerra y la revolución españolas no había
encontrado ni rastro del libro.
Algunos
investigadores, como Abel Paz han llegado a poner en duda (en una conversación
que sostuvimos con él) que este documento hubiera existido alguna vez. Pese a
los pobres resultados que obtuvimos en la investigación nos parece infundada la
afirmación de Abel Paz. Resulta evidente que un organismo que se convirtió en
la cúspide de la pirámide del poder en Catalunya, desplazando a la Generalitat, y que publicaba sus acuerdos en la prensa diaria, tenía que tener un registro
donde quedaran reflejados los debates, las diferencias y los acuerdos
conseguidos. Sin embargo, al desenlace del conflicto, la huida de los
derrotados y el duro exilio (en una Europa que estaba en vísperas de la Segunda Guerra Mundial) son factores que explican que gran parte del material histórico
desapareciera y no haya sido encontrado hasta el momento actual.
Finalmente,
me gustaría comentar que las últimas pistas que conseguí sobre el paradero de
dicho documento, apuntan hacia los archivos del Kremlin. Efectivamente, parece
ser que, apenas terminada la guerra, una importante cantidad de material de la CNT fue vista en un vagón de tren en Checoslovaquia, que parecía dirigirse hacia la U.R.S.S.. En cualquier caso, la verosimilitud o no de estos datos, tendrá que ser averiguada
por los futuros investigadores.
1.2.1 Bibliografía utilizada.
En este
apartado no pretendemos hacer una síntesis de la extensísima obra bibliográfica
que se ha llegado a publicar sobre la guerra y la revolución española. Nos
limitaremos a hacer un escueto comentario orientativo de algunos de los libros
a los que hemos tenido acceso y que hemos podido consultar. Con esto no
pretendemos agraviar a la multitud de estudios y de publicaciones que no hemos
llegado a seleccionar. Sin lugar a dudas hay cientos de trabajos excelentes que
no hemos utilizado. Estamos convencidos de que se nos han escapado muchas obras
que hubieran enriquecido decisivamente el contenido de nuestro trabajo. El
criterio de selección ha sido en ocasiones empírico. Había que llenar las
frecuentes lagunas e interrogantes que surgían a medida que el estudio iba
tomando cuerpo. Con frecuencia, hemos utilizado un material, y no otro,
simplemente porque era accesible y otro en cambio presentaba dificultades
importantes para poderlo abordar. Por esta razón, se nos han escapado gran
cantidad de documentos que nos habrían facilitado valiosas informaciones. No
hemos despreciado ninguna obra, por escasa que nos pudiera parecer a priori, la
información contenida en él. En ocasiones nos hemos encontrado con sorpresas.
Trabajos que prometían ser de escaso interés, nos han aportado datos o
reflexiones importantes. Sin embargo, la mayor parte del material utilizado lo
ha sido, después de una previa y cuidada selección entre la multitud de
trabajos que podíamos consultar.
Con este
breve capítulo que iniciamos no pretendemos analizar, una por una, todas las
obras consultadas Tampoco hacer un extenso comentario sobre ellas. Un trabajo
de esta clase se convertiría en otra tesis doctoral y no forma parte de
nuestros objetivos. El criterio que hemos preferido seguir, finalmente, ha sido
el de escoger los trabajos en los que hemos encontrado mayor cantidad de
material específico para el tema que nos ocupa (del de la dualidad de poderes).
Los
comentarios que realizaremos, no se referirán al grado de acuerdo o desacuerdo
que podamos tener con el autor de cada obra, sino que los relacionaremos con el
grado de información que nos ha facilitado en nuestro trabajo.
Me gustaría
empezar hablando de la visión global de la guerra civil española, refiriéndome
a uno de los estudios más conocidos sobre el tema: El trabajo de Gabriel
Jackson "La República española y la guerra civil". Este libro
constituye un excelente estudio general sobre los años de la República y de la guerra. Sin embargo, como el resto de los estudios de carácter
"liberal" que se han hecho sobre este período histórico, tiende a
minusvalorar el fenómeno revolucionario, en aras de lo institucional o de lo
militar. La temática de la dualidad de poderes en el territorio
"republicano" apenas está esbozada y no existe una seria
profundización en la revolución. Muy similares son los comentarios que
podríamos hacer sobre el trabajo de Stanley G.Payne "La revolución y la
guerra civil española", de Hugh Thomas "La guerra civil
española", o de Raymond Carr "La tragedia española". La tónica
dominante en todos esos trabajos es la de persistir en la idea de que el
conflicto era entre la democracia republicana y la sublevación militar
fascista.
Contrastando
con la escuela liberal y desde una perspectiva claramente marxista, Pierre
Broué y Émile Témine han escrito "La revolución y la guerra de
España" que constituye un verdadero clásico. El trabajo analiza en
profundidad las causas que llevaron al estallido de la guerra y la revolución,
así como los cambios sociales, políticos y económicos que se produjeron a raíz
de las jornadas de julio. Broué y Témine describen las características que fue
adoptando la revolución (comités revolucionarios, Juntas territoriales,
milicias, colectividades). Sin embargo adolece de las limitaciones que conlleva
cualquier obra de carácter general: la
extensión del trabajo impide extenderse en otras
cuestiones (que en este caso son las que nos interesan). Posteriormente Pierre
Broué escribió otra síntesis global de similares características "La
revolución española" (1931-1939).
Como obras
globalizadoras que intentan analizar las causas, el ascenso, esplendor y
declive de la revolución vale la pena citar otra obra, la de Grandizo Munis
"Jalones de derrota, promesas de victoria", mexicano de
nacimiento y dirigente de uno de los pequeños grupos trotskistas que existieron
al margen del POUM. La obra de Munis es excelente, aunque por desgracia
resulta poco y mal conocida. Una de sus características más interesantes es el
hecho de que el autor haya sido también protagonista de los acontecimientos. El
trabajo constituye un exhaustivo análisis de las causas y de las circunstancias
en las que se desarrolló la revolución española, desde la instauración
de la República hasta la victoria final franquista.
Consideramos
también imprescindible la lectura de los análisis que León Trotsky, primero
desde Suecia y después desde México, realizó sobre la revolución española. A
pesar de las grandes limitaciones informativas con las que se encontró, el
valor inigualable de los análisis de Trotsky reside en la profunda experiencia
que éste tenía de la revolución rusa de 1917. Los trabajos que han reunido el
material mencionado son, "La revolución española", recopilada y
comentada por Pierre Broué en dos tomos y la selección más reducida
"Escritos sobre España".
Para estudiar en profundidad el período prerrevolucionario hemos creído
importante destacar algunos trabajos que están centrados en aspectos políticos
o ideológicos, o bien en acontecimientos históricos determinados. Merece
destacarse la brillante obra de Santos Juliá "La izquierda del PSOE"
(1935-1936). La obra aclara muchos aspectos poco conocidos de la evolución de
la corriente caballerista del Partido Socialista. A menudo, durante la guerra y
la revolución, encontraremos aspectos aparentemente contradictorios en la
política de la Izquierda Socialista. Santos Juliá lo ha calificado muy
acertadamente como "reformismo radical". El estudio de la
naturaleza de esta corriente política nos ayudará a explicar la enorme
ductilidad política que mantuvo durante toda su existencia, frente a la presión
de grupos más pequeños, pero ideológicamente más coherentes y audaces.
Hay dos
hechos que hemos considerado imprescindibles en el período, para explicar
las características que posteriormente adoptó la guerra y la revolución: las
Alianzas Obreras y la insurrección de Octubre de 1934. Ambas cuestiones
están fuertemente vinculadas. Para entender las circunstancias en las que se
formaron y desarrollaron las Alianzas Obreras es importante tener en cuenta la
obra de Joaquín Maurín "Revolución y contrarrevolución en España".
Maurín fue el principal dirigente del BOC, uno de los grupos que impulsaron las
Alianzas Obreras y que protagonizaron la insurrección de 1934. También vale la
pena citar las obras de Manuel Grossi Mier "La insurrección de Asturias"
y de N. Molins i Fábrega "UHP. La insurrección proletaria de
Asturias". Grossi, militante destacado del BOC, fue protagonista directo
de la insurrección de Asturias y tras la derrota, detenido y condenado a
muerte, de la que se salvó con la amnistía de 1936; Molins, periodista
revolucionario catalán que formaba parte del periódico nacionalista "La Humanitat", se trasladó a la región asturiana para poder denunciar la verdad de los
acontecimientos y de la despiadada represión posterior.
Existe
también una recopilación "Octubre 1934" que recoge numerosos trabajos
sobre el tema, procedentes de las más variadas tendencias ideológicas.
Finalmente vale la pena destacar también el trabajo de Adrián Shubert
"Hacia la revolución", que analiza en profundidad las causas de la
radicalización obrera en Asturias, región donde los enfrentamientos alcanzaron
el grado insurreccional. Sin ningún tipo de dudas podemos hablar de la
experiencia asturiana, como el reflejo de lo que iba a ser, poco después, la
revolución española.
Durante la
guerra y en pleno proceso revolucionario, teniendo en cuenta el escaso peso
político del republicanismo en la confrontación, nos hemos limitado a recoger
la recopilación de once artículos escritos por Manuel Azaña "Causas de la
guerra de España". Estos artículos pueden ayudarnos a comprender
algunos aspectos poco comprendidos de la guerra civil (como el del decreto de
disolución de las fuerzas sublevadas...) y la tragedia de unos dirigentes
políticos que habían sido desplazados por otras fuerzas.
Con respecto
a las diferentes fracciones en las que se encontraba dividido el Partido
Socialista hemos utilizado el trabajo autobiográfico de Juan Simeón Vidarte
(socialista moderado) "Todos fuimos culpables" y la recopilación de
artículos de Luis Araquistain (Izquierda Socialista) "Sobre la guerra
civil y en la emigración". Ambos trabajos suministran información lateral
al trabajo que aquí nos ocupa, pero no por ello menos importante a la hora de
completar el cuadro político de la revolución española.
La
inexistencia del Partido Socialista en Catalunya no impidió que esta
organización no tuviera un peso decisivo en la evolución de los
acontecimientos revolucionarios en toda la zona republicana (y por lo tanto,
también en Catalunya).
La
bibliografía vinculada a los partidos comunistas oficiales (PCE y PSUC) es
especialmente abundante. Sin embargo, la mayor parte de ella tiene escaso
interés para nuestro trabajo, salvo en lo que respecta a conocer sus tesis
políticas (y también de la Komintern y del estalinismo internacional. Con
esta orientación hemos seleccionado algunos trabajos que consideramos
representativos, como el de Manuel B. Benavides "Guerra y revolución en
Cataluña", o el de Joaquín Almendros "Situaciones españolas
1936/1939. El PSUC en la guerra civil". El valor histórico del libro de
Benavides es muy reducido, salvo para conocer la mitología estalinista en la
revolución española. Deja mucho que desear en lo que respecta a su objetividad.
El trabajo de Joaquín Almendros merece destacarse por dos cuestiones: el autor
fue Secretario Militar del PSUC durante el período revolucionario de la guerra
civil (facilita importante información sobre la política militar del partido:
milicias, expedición a Mallorca...) y el hecho de que procediera de la disuelta
Federación catalana del PSOE (presenta diferencias en lo que respecta a la
visión oficial del partido). Ya dentro de la investigación moderna vale la pena
resaltar la obra de Miquel Caminal, "Joan Comorera", minucioso
trabajo biográfico de la vida del máximo dirigente del PSUC. Caminal ha hecho
un excelente trabajo de investigación, a partir de la prensa partidaria y de la
documentación interna del PSUC.
Existen
también otros trabajos que han centrado sus investigaciones en la política
comunista dentro de la revolución española, y que han ayudado a explicar
la aparente paradoja de como un partido obrero, que se autoconsideraba heredero
de la tradición bolchevique en el estado español, acabó convirtiéndose en el
gran abanderado de la restauración republicana. Burnett Bolloten ha publicado
dos trabajos que se han convertido en dos clásicos del tema: "El gran
engaño" y lo que sería su revisión y ampliación posterior, "La
revolución española". El estudio de Bolloten aborda la actuación del PCE y
del PSUC contra la revolución de los comités. A medida que la revolución iría
retrocediendo, el anarcosindicalismo y el socialismo de izquierdas irían
declinando, para dar paso al formidable aparato comunista oficial, que parecía
ser el gran vencedor de la contrarrevolución republicana. Bolloten facilita
gran cantidad de datos y de documentación sobre las tácticas de infiltración y
de proselitismo de los partidos comunistas en el resto de las organizaciones
obreras y en el recién construido aparato de estado republicano.
Joan Estruch
ha realizado una buena síntesis crítica de la historia del PCE: "Historia
del PCE". Sin embargo, su obra adolece de los defectos forzosos que tienen
la mayor parte de los trabajos que abarcan extensos períodos de tiempo. La
buena síntesis de Estruch, le impide entrar con mayor profundidad en los
períodos históricos estudiados.
Sin embargo
es el trabajo de Claudín "La crisis del Movimiento Comunista" el que
nos ha merecido mayor interés. Claudín ha hecho un soberbio trabajo de crítica
de la degeneración estalinista de la III Internacional. De la misma manera que Estruch, la extensión de su obra le impide entrar
con mayor profundidad en el tema que aquí nos interesa. Sin embargo, no hay que
olvidar que Claudín fue un privilegiado protagonista de la actividad política
de la sección española de la Komintern (primero fue dirigente de las UJC, y
después de las JSU). Por sus vivencias personales, la obra de Claudín refleja
una singular profundidad en sus análisis, intentando mantener una objetividad
que les resulta difícil a aquellos que son juez y parte en un acontecimiento
histórico.
Finalmente
me gustaría mencionar dos trabajos que han aportado importantes datos para
comprender el papel del PCE y del PSUC en la guerra y en la revolución
española. E.H. Carr con "La Komintern y la guerra civil española" y
la reciente obra de Pierre Broué (todavía no ha sido traducida) "Staline
et la Révolution (le cas espagnol 1936-1939)". Ambos trabajos
aportan un caudal impresionante de datos sobre las necesidades de la
política estalinista internacional y la forma en la que éstas se tradujeron en
la revolución española, a través de la correa de transmisión que eran las
secciones nacionales de la Komintern.
También el
anarcosindicalismo ha aportado un gran caudal de trabajos sobre la revolución
española. Algunos tienen un importante valor histórico, otros por el contrario,
aportan muy poco, y no pasan de la actitudes propagandísticas de la obra
literaria. Es destacable que, prácticamente todos ellos están centrados en el
papel que jugó la CNT en el período revolucionario. Esta característica
de los estudios libertarios es comprensible, si nos atenemos al papel de primer
orden que jugó el anarcosindicalismo en la revolución española. Unos trabajos
se han orientado a hacer un balance, a veces favorable, a veces crítico (varía
el radicalismo de las críticas) de la línea que aplicaron la CNT y la FAI. Otros han trabajado las extraordinarias realizaciones que llevó a cabo el
movimiento revolucionario.
En lo que
respecta a los estudios sobre la trayectoria del anarcosindicalismo hemos
escogido algunos títulos (debido a la gran cantidad de obras existentes) que
hemos considerado suficientemente representativos de las diferentes ópticas
que se han desarrollado en el seno del movimiento libertario. Cesar M.
Lorenzo en "Los anarquistas españoles y el poder" ha realizado una
síntesis de la historia del anarcosindicalismo español desde sus orígenes hasta
1969, en plena decadencia del franquismo. En su obra queda resaltado el período
revolucionario de la guerra civil, en la que el anarcosindicalismo fue puesto a
prueba por los acontecimientos. José Peirats ha realizado dos obras
excelentemente documentadas: "La CNT en la revolución española" y
"Los anarquistas en la crisis política española". El primero se trata
de una extensa y bien documentada obra de tres tomos, en los que el autor realiza
un balance de los aciertos y errores del anarcosindicalismo durante la
revolución española. El segundo trabajo se trataría de una obra menor, con los
mismos objetivos que la primera. La gran obra de Peirats queda enriquecida por
la experiencia del autor en el seno de los órganos dirigentes del anarquismo
español. Otro trabajo digno de ser mencionado es el realizado por Vernon
Richards "Enseñanzas de la revolución española". El autor enfoca su
estudio desde una óptica claramente crítica de la línea colaboracionista que
había adoptado la dirección cenetista. Tal como se indica en la introducción,
el trabajo de Vernon Richards está considerado en algunos aspectos, como un
complemento de la obra de Peirats, pero en otros va mucho más allá en la
crítica. El trabajo de Richards se sitúa en posiciones muy cercanas a las
defendidas en su momento por el italiano Camilo Berneri (del que hablaremos más
abajo). Otro de los trabajos críticos de la línea oficial cenetista es el que
fue llevado a cabo por Carlos Semprún-Maura, "Revolución y
contrarrevolución en Cataluña (1936-1937)".
Dentro de la
multitud de trabajos que se han realizado dentro del movimiento
anarcosindicalista hemos considerado imprescindible hablar de la autobiografía
realizada por Juan García Oliver, "El eco de los pasos". Sin duda
alguna, el autor fue uno de los líderes libertarios más capaces de la CNT. Su trabajo aporta una gran cantidad de datos y de opiniones que han resultado de primera
importancia para nuestro estudio, especialmente en lo que respecta a la
historia del Comité Central de Milicias. Sin embargo, la obra de García
Oliver adolece de una grave limitación. La misma que tienen todos los trabajos
autobiográficos de personajes que han jugado un importante papel en los acontecimientos,
interpreta la (su) historia desde una óptica claramente autoexculpatoria. Junto
al trabajo de García Oliver hay que situar el realizado por Abel Paz,
"Durruti, el proletariado en armas". Aunque la obra del historiador
libertario está centrada en la vida del revolucionario español, el trabajo
queda perfectamente enmarcado en el cuadro histórico de la revolución. También
la obra de Diego Abad de Santillán, "Por qué perdimos la guerra"
aporta una gran cantidad de datos sobre la tragedia del anarcosindicalismo
español. De la misma forma que la de Juan García Oliver, la obra de Abad de
Santillán tiene el especial valor de recoger las memorias de personajes
que estuvieron en el centro de los acontecimientos. También es importante
destacar la recopilación de trabajos de Abad de Santillán, "El anarquismo
y la revolución en España". Esta obra recoge una buena cantidad de
artículos de prensa escritos por el líder libertario durante los años del
proceso revolucionario, es decir desde la instauración de la República hasta su liquidación. No podía faltar tampoco la selección de trabajos de Camilo
Berneri, "Guerra de clases en españa (1936-1937)" extraídos del
periódico que él mismo dirigía <<Guerra di classe>>. No hay que
olvidar que el periódico italiano editado en Barcelona se convirtió,
durante los meses de su existencia, en uno de los órganos más coherentes de la
oposición anticolaboracionista de la CNT.
Mención
aparte merece la obra del historiador demócrata norteamericano John Brademas,
"Anarcosindicalismo y revolución en España". La obra aborda la
evolución de la CNT desde la caída de la dictadura del general Primo de Rivera
y de la monarquía, hasta el desenlace de las jornadas barcelonesas de mayo de
1937.
En el estudio del poumismo hemos seleccionado algunas obras que hemos
considerado imprescindibles para comprender su papel en la revolución española
y su evolución política. En el período prerrevolucionario (aunque sea un
trabajo colateral para nuestro estudio), Pelai Pagés realizó una
magnífica investigación sobre la historia de la Izquierda Comunista Española, uno de los grupos que formó el POUM, "El movimiento
trotskista en España (1930-1935)". Francesc Bonamusa, ha realizado también
un trabajo similar pero centrándose en la vida política de Andreu Nin, el
principal dirigente de la ICE y colíder del POUM junto a su amigo personal
Joaquín Maurín, "Andreu Nin y el movimiento comunista en España
(1930-1937)". En lo que respecta a las recopilaciones de trabajos y
artículos, existen varias obras de similares características. Relacionados con
Nin están, "Los problemas de la revolución española", "La
revolución española", "Por la unificación marxista" y con Juan
Andrade, "La revolución española, día a día". Victor Alba,
historiador y antiguo militante del POUM ha realizado varios trabajos, entre
ellos "La revolución española en la práctica", que reúne un conjunto
de documentos políticos, representativos de la línea del partido.
No menos importantes han sido los testimonios "independientes",
realizados por extranjeros que estuvieron inmersos en la guerra y en la
revolución española. En primer lugar hay que hablar de George Orwell (seudónimo
del escritor británico, Eric Blair), "Homenaje a Cataluña", en
la que el autor relata sus experiencias como combatiente internacionalista en
las milicias del POUM del frente de Aragón. La obra de Orwell tiene un especial
interés, si tenemos en cuenta que la defensa que hace de las milicias, no es
como teórico, sino después de haber vivido la experiencia como combatiente.
Existe otro libro menor "mi guerra civil española", que reúne la
correspondencia de Orwell, relacionada con sus vivencias en España.
Una nota
especial merece el magnífico trabajo de historia oral, realizado por Ronald
Fraser, "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros". El extenso estudio,
reunido en dos tomos, aporta gran cantidad de testimonios (más de 300
entrevistas) sobre lo que fue el movimiento revolucionario. Gerald Brenan en,
"El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra
civil", realiza una profunda reflexión sobre las causas de la contienda, y
también de las fuerzas sociales que la protagonizaron. El trabajo de Brenan
termina en las puertas de la guerra civil, pero resulta imprescindible para comprender
su evolución y desenlace. Un excelente trabajo periodístico de la época es el
realizado por Kaminski, "los de Barcelona", y que se aborda
principalmente en el proceso revolucionario en Catalunya. El aire
"periodístico" de la obra y el hecho de que ésta estuviera acabada
antes de finalizar la guerra civil, no le impidió a Kaminski darle una especial
profundidad. También tiene un valor excepcional la obra de Franz Borkenau,
"El reñidero español", un excelente estudio que, como el trabajo de
Brenan, fue publicado antes de que finalizara la contienda. El mismo Brenan ha
calificado esta obra como uno de los mejores libros que jamás han llegado a
publicarse sobre la guerra y la revolución españolas.
El número de
trabajos realizados sobre las colectivizaciones es ingente. Por ese
motivo y debido a que gran parte de ese material tiene un contenido
propagandístico, pero en ocasiones escaso valor histórico hemos preferido
seleccionar algunos de ellos. Desde la óptica libertaria vale la pena citar el trabajo
realizado por A.Souchy y P.Folgare, "Colectivizaciones", que estudia
el profundo fenómeno colectivista tanto en el campo, como en las ciudades
(industrias, servicios). La obra está enriquecida con numerosos ejemplos sobre
el funcionamiento de las empresas colectivizadas. Existe una pequeña y valiosa
recopilación de artículos, que se ha dirigido hacia el fenómeno colectivizador
en el campo, "Las colectividades campesinas". Esta reunión de
trabajos y de documentos se extiende a toda la zona republicana, y permite
comparar las experiencia en zonas tan alejadas y distintas como puede ser
Catalunya, Aragón, Cuenca o Ciudad Real. Desde una óptica no libertaria,
encontramos el trabajo de Albert Pérez Baró "30 meses de colectivismo en
Cataluña". Esta obra se centra en el régimen colectivista urbano, pero se
centra excesivamente en la parte jurídica, por lo que le resta interés para
nuestro trabajo. Finalmente merece que destaquemos una de las obras que
constituye una de las últimas investigaciones que se han realizado sobre las
colectivizaciones, "Colectividades y revolución social" de Walther
Bernecker. La obra se centra principalmente en el anarcosindicalismo,
organización que representó la columna vertebral del movimiento colectivizador
en toda la zona republicana.
Otro tema
que hemos abordado es el de las milicias revolucionarias, su formación,
características, funcionamiento, su evolución y declive hasta dejar paso al
Ejército Popular de la República. Dejando aparte los comentarios hechos más arriba sobre la obra de Orwell, creemos importante destacar la obra de Manuel
Cruells, "De les milícies a l'Exèrcit Popular a Catalunya" y la
realizada por Michael Alpert "El ejército republicano en la guerra
civil". El primero es un excelente estudio sobre el proceso de
restauración republicana que en el orden militar quedó reflejado en el declive
de las milicias y en la formación de un nuevo ejército de viejo estilo. El
segundo traza la evolución histórica de la revolución, desde el punto de vista
militar, desde las organizaciones paramilitares durante la república, la
formación de las milicias y el Ejército Popular. Alpert hace una buena y
detallada descripción de los mecanismos del ejército republicano (oficiales,
comisarios).
También queremos
mencionar un par de trabajos que se han realizado sobre sucesos de mayo
de 1937 en Barcelona. Ambos trabajos arrojan luz en la polémica sobre la
interpretación de estos acontecimientos que marcaron el final del proceso
revolucionario español. Nos referimos a la pequeña recopilación de artículos de
prensa, documentos y octavillas realizado por Frank Mintz y Miguel Peciña
"Los amigos de Durruti, los trotskistas y los sucesos de mayo" y
también al más reciente trabajo "Los sucesos de mayo de 1937. Una revolución
en la República". Este último trabajo reúne las colaboraciones
de varios historiadores, Eduardo de Guzmán, Gutierrez Alvarez, Pierre Broué,
Franz Mintz, Pelai Pagés, Wilebaldo Dolano..., y que constituye una de las
últimas interpretaciones sobre los hechos mencionados.
1.2.2 Periódicos y revistas utilizadas.
El criterio
de selección de la prensa que hemos utilizado ha sido el de escoger una
publicación representativa de cada una de las fuerzas políticas que
participaron en el proceso revolucionario en Catalunya. Por lo tanto, hemos
tenido que excluir (salvo en cuestiones puntuales) la prensa estatal (Claridad,
Mundo Obrero, El Socialista...).
Relacionado
con el republicanismo izquierdista, catalanista, hemos escogido el periódico
"La Humanitat". Este diario, fundado por el mismo Lluís Companys, era
considerado el portavoz de la Esquerra Republicana de Catalunya y también del gobierno de la Generalitat.
Apenas
terminados los combates callejeros de julio, en Barcelona se creaba el Partido
Socialista Unificado de Catalunya. Con la aparición del PSUC también se
iniciaba la publicación de su órgano de prensa, "Treball".
La prensa
anarcosindicalista ha estado representada en nuestro trabajo por la tradicional
"Solidaridad Obrera". Sin embargo, nos ha parecido necesario
representar a la oposición anticolaboracionista de la CNT en el periódico editado por el revolucionario italiano Camilo Berneri, "Guerra di
classe". Este periódico fue publicado entre los meses de octubre de 1936 y
mayo de 1937. Berneri sería asesinado a principios de este mes, durante la
revuelta barcelonesa. Después de su muerte, el periódico dejaría de publicarse.
La brillantez y la coherencia de los artículos de Berneri ha sido un motivo más
que suficiente para ser elegido en nuestro trabajo.
Con respecto
al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), hemos considerado suficiente
el estudio de "La Batalla", el órgano de prensa principal del
partido. De la misma manera que la prensa del PSUC, "La Batalla" inició su publicación al calor de la revolución que acababa de estallar.
También
hemos considerado necesario incluir los trabajos relacionados con el tema, y
que han sido publicados en revistas más recientes. La colección "Cuadernos
de Ruedo Ibérico" (66 números editados en 39 revistas, entre junio de 1965
y diciembre de 1979). La publicación, órgano del grupo editor del mismo nombre,
fue durante el último periódico de la dictadura, una de las principales
tribunas de la oposición antifranquista. En sus números hay una extensa
colección de trabajos de numerosos políticos, historiadores y escritores (Juan
Martínez Alier, Ignacio Fernández Castro, Fernando Claudín, Juan Andrade...).
Los cuadernos de Ruedo Ibérico reunieron importantes discusiones, no sólo sobre
la situación política nacional e internacional del momento, sino también sobre
el balance de diversos aspectos de la guerra civil. También hemos utilizado
algunos números monográficos o no, de "Historia 16", "Historia y
Vida", Documents...
1.2.3 Documentación.
La
documentación utilizada es amplia y variada. Sin embargo no siempre hemos
podido trabajar con el material adecuado. Para ello, hemos hecho una labor de
rastreo en los distintos archivos mencionados más arriba.
El temario
de la documentación utilizada es heterogéneo. Hemos analizado algunas
actas del Consejo de Economía de Catalunya, o de los organismos de
Seguridad de la Generalitat (desgraciadamente tan solo hemos encontrado
algunas, y nos ha resultado imposible hacer un seguimiento completo de los
debates que se realizaron en el seno de estos organismos. También hemos
encontrado octavillas, documentos o publicaciones pertenecientes a los
sindicatos o a las colectivizaciones barcelonesas. Este material es
especialmente importante para acercarnos a la situación real existente durante
el proceso revolucionario.
También hemos trabajado con abundante material procedente del gobierno de
la Generalitat. Especial mención merece el decreto de disolución de los
comités revolucionarios y en el que se declaraba la formación de los nuevos
ayuntamientos; el decreto de sindicación obligatoria; el proyecto de decreto de
estructuración de los Consejos Generales... Podríamos citar muchos más, pero
hemos preferido dejarlo para el índice bibiliográfico, al final.
2. LA SITUACIÓN PRERREVOLUCIONARIA (Abril 1931-Julio 1936):
2.1.LA REPÚBLICA Y LAS CORTES CONSTITUYENTES (1931-1933). EL AGOTAMIENTO DE LAS
ILUSIONES DEMOCRÁTICAS.
La caída de
la dictadura de Primo de Rivera y, posteriormente, de la Monarquía de Alfonso XIII, abrieron el período de lo que ha venido a llamarse, la revolución
española. Durante cerca de seis años, el proletariado y el resto de clases
populares esperaron que la República solucionara sus principales
reivindicaciones democráticas y sociales. Durante todo este período también
experimentaron el alcance y las limitaciones de la República.
El proyecto
republicano pretendió completar la revolución burguesa por la vía
democrática, contando como principal capital político con el apoyo que le
prestaban las organizaciones obreras tradicionales, especialmente de los
socialistas.
Sin
embargo los dirigentes republicanos, serían incapaces de solucionar
cualquiera de los grandes problemas que arrastraba históricamente el Estado
Español (la cuestión nacional catalana y vasca, el problema de la tierra, el
peso tradicional del ejército en la política del país, el enorme poder
económico y político que había acumulado la Iglesia...).
La monarquía
había caído sin derramamiento de sangre. Los hombres que tomaron el poder en el
14 de Abril lo habían hecho, no para llevar a cabo la revolución, sino para
evitarla. Sin embargo, la República llegaba demasiado tarde. El tradicional
atraso de la economía española solo podía superarse con la superexplotación del
proletariado y de los campesinos, es decir, con el rechazo a satisfacer
cualquiera de las demandas elementales por las que clamaban los sectores
populares. En estas circunstancias, el proyecto republicano sería
considerado por las clases privilegiadas, como utópico y peligroso, y por
lo tanto, solo sería aceptado una vez agotadas la dictadura y la monarquía.
A pesar de
todo la burguesía no se dejó convencer. Era consciente de que el movimiento
revolucionario desatado con la caída de la monarquía, era una bomba de
tiempo que iba dirigida, en esencia, contra sus propiedades y privilegios. Las
clases privilegiadas aceptarían la República como un mal menor, frente a una monarquía descompuesta y desprestigiada, que era incapaz de contener el movimiento
revolucionario que se estaba gestando.
Sin embargo, también eran conscientes de que no sería posible acabar con
él, por la vía democrática y parlamentaria. La República era un aprendiz de brujo que carecía de capacidad para frenar y controlar las
fuerzas desencadenadas.
El proyecto
republicano, solo podía completar la revolución burguesa y solucionar los
principales problemas del país, enfrentándose a los grandes propietarios
agrarios, que estaban emparentados con la burguesía industrial y financiera.
Cualquier limitada concesión que pudiera hacerse a las demandas populares
terminaba convirtiéndose en un ataque contra los intereses del conjunto
de las clases propietarias. De esta forma, el proyecto se mostraba inviable.
Las clases sociales en las que pretendía apoyarse, el proletariado y el
campesinado, y la burguesía industrial tenían intereses completamente opuestos.
Indudablemente, la República llegó con una extraordinaria ola de popularidad,
causada por un profundo deseo de cambios de la casi totalidad de las clases
sociales del país. Mientras el proletariado y el campesinado pobre depositaban
sus esperanzas en el nuevo régimen para conseguir sus reivindicaciones,
las heterogéneas clases medias aspiraban a que la República emprendiera un proceso de modernización capitalista que abriría las puertas a un
nuevo período de crecimiento y prosperidad económica. Sólo un reducido sector
de los grandes terratenientes y de la burguesía, verían con malestar la
victoria republicana.
Durante el
período comprendido entre la caída de la monarquía y los inicios de la guerra
civil, las ilusiones democráticas del proletariado se irían difuminando
hasta desaparecer. Cinco años después de la instauración de la República, muy poco de lo esperado se había conseguido.
En 1931, dos
millones de trabajadores agrícolas carecían de tierras, un millón y medio de
pequeños propietarios estaban obligados a trabajar para los terratenientes para
poder vivir. Apenas cincuenta mil propietarios lo eran de la mitad de las
tierras cultivables del país. El latifundio y el minifundio se combinaban
explosivamente en la mayor parte del territorio. En un país tan eminentemente
agrario como era el Estado español, la Reforma Agraria se había convertido en una necesidad ineludible para la estabilidad del nuevo
régimen. Sin embargo, cinco años después seguía paralizada en los estériles
debates parlamentarios.
La cuestión
nacional vasca continuaba sin encontrar solución, mientras que el
Estatuto de Autonomía de Catalunya había nacido en 1932 con grandes
dificultades, después de ser drásticamente recortado por las Cortes españolas.
El poder
económico y político de la Iglesia apenas había sufrido limitaciones. Seguía
siendo la propietaria de grandes latifundios, y continuaba siendo la principal
accionista de numerosas empresas y bancos del país. Las escasas y tímidas
acciones que se habían iniciado para recortar el poder de la Iglesia (educación, órdenes religiosas...) habían sido anuladas durante el "bienio
negro".
El Ejército,
anticuado y con graves problemas en su funcionamiento y eficacia
(macrocefalia). Con una larga tradición intervencionista en la política del
país, que se había incrementado tras la pérdida de las últimas colonias
americanas, especializado en la represión interior, mantenía sus principales
cuadros intactos. A pesar de sus permanentes conspiraciones contra la República y de sus fracasados intentos por derribarla, los gobiernos se habían negado a
cualquier proyecto de democratización de éste, ni siquiera habían intentado
depurar a los elementos más destacadamente golpistas, que
continuaron en sus puestos de mando.
Por el
contrario, cuando las clases populares, exasperadas por la lentitud de los
cambios actuaron por su cuenta, para satisfacer sus necesidades, fueron reprimidas
por los mismos gobiernos republicanos que habían apoyado a instancias de sus
organizaciones. La República había demostrado su eficacia, en la aprobación de
leyes represivas que iban encaminadas a controlar a los movimientos
populares (Ley de Defensa de la República,...).
El capital político del republicanismo se iría diluyendo con el agotamiento de
las ilusiones democráticas de las clases populares. También en este sentido,
perdería su atractivo como dique de contención contra la mareada revolucionaria,
para las clases propietarias que cada vez más buscarían la salvaguarda de sus
intereses en el ejército.
2.2 EL MOVIMIENTO OBRERO. LAS DIFERENTES CONCEPCIONES DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
Desde sus
orígenes, el movimiento obrero español se encontraba dividido en dos grandes
corrientes: el socialismo y el anarcosindicalismo. Fue ya en la década de los
años veinte, cuando apareció, bajo la influencia de la revolución rusa de
1917, una tercera fuerza política, el comunismo. La caída de la dictadura
los encontró escindidos en varios grupos enfrentados entre si. La temprana
estalinización del PCE y su política de expulsiones frente a cualquier tipo de
disidencia, había provocado el estallido de la joven organización. El
movimiento comunista, aunque todavía marginal, iba a jugar un papel destacado
en el futuro de la revolución española.
2.2.1 El socialismo:
El Partido
Socialista (PSOE) era, a la caída de la monarquía, la única organización de
masas, que había conseguido extenderse por todo el estado, salvo en Catalunya
donde estaban reducidos a una pequeña minoría. Los socialistas controlaban un
poderoso sindicato, la Unión General de Trabajadores (UGT). Sin embargo, la
socialdemocracia española estaba dividida en tres importantes fracciones: la
derecha dirigida por Besteiro, el centro de Prieto y el ala izquierda de Largo
Caballero, que era a su vez, secretario de la UGT.
El PSOE era
desde sus orígenes, una de las organizaciones más reformistas de la II Internacional, quizás solo superado por el laborismo británico. La socialdemocracia
española contaba con un amplio historial de colaboración con los diferentes
gobiernos burgueses, incluida la dictadura. Largo Caballero había sido
Consejero de Estado del gobierno del general Primo de Rivera y había utilizado
su privilegiada posición para fortalecer a la UGT, frente al anarcosindicalismo, su adversario tradicional en el movimiento obrero. Solo se desmarcaría en la
última etapa, presionado por sus propias bases y cuando era evidente el
agotamiento político de la dictadura.
El PSOE
participó en el pacto de San Sebastián, donde se había subordinado al proyecto
republicano, comprometiendo su propia línea política al servicio de éste.
Los socialistas interpretaban el tránsito de la monarquía a la República como una "revolución burguesa" en la que la dirección política
tenía que recaer sobre los partidos que se reclamaban de ésta. De esta
forma renunciaban, una vez más, a jugar un papel independiente para ceder el
protagonismo a los partidos republicanos.
Durante el período 1931-1933, el PSOE colaboraría con los gobiernos
republicanos, y el mismo Largo Caballero llegaría a ser ministro de trabajo con
Azaña.
Sin lugar a
dudas, el socialismo español era el engranaje fundamental para el proyecto
republicano. Las partidos republicanos carecían de un programa social
propiamente dicho y carecieron siempre, de una base social sólida y
estable.
Los dirigentes socialistas creían que una democracia burguesa y progresista,
era un paso inevitable en el camino hacia el socialismo, y que tenía la tarea
histórica de acabar con los restos del feudalismo español. El socialismo
cometía, de esta manera, la misma equivocación que cometerían otras
organizaciones, al considerar a la Segunda República como un obstáculo para la reacción, y no para el movimiento revolucionario. Numerosos dirigentes socialistas
consideraban que el socialismo llegaría pacíficamente, con el agotamiento de
la fórmula republicana para solucionar los problemas del país (3). La
política socialista paralizaba al movimiento revolucionario, en espera de su
oportunidad para llegar al gobierno.
2.2.2 El anarcosindicalismo:
Al contrario
que la socialdemocracia, el movimiento anarquista o anarcosindicalista contaba
con una larga tradición de luchas que tenía su origen en los años 70 del siglo
XIX, cuando la mayor parte de la sección española de la AIT se había declarado favorable a las tesis de Bakunin frente a las de Marx.
Después de
diversas vicisitudes, y de diversos períodos de ilegalidad, en 1911 se
había fundado la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). A pesar de la fuerte represión de los gobiernos, en 1917 había dirigido una gran ola de huelgas
en Catalunya. A raíz del impacto que produjo en el movimiento obrero
internacional la revolución de octubre en Rusia, la CNT se integró efímeramente en la Internacional Sindical Roja (ligada a la recién nacida Tercera Internacional). Tras un corto período de estancia, la CNT rechazaría su adhesión, después de los acontecimientos de Kronstadt en marzo de 1921.
El
anarcosindicalismo se convirtió rápidamente en la organización hegemómica del
proletariado catalán, y tuvo una gran implantación en otras zonas del Estado,
como en Valencia, Andalucía, Asturias, Madrid y Zaragoza.
El contenido
ideológico del anarcosindicalismo, claramente apolítico, era
contrario a cualquier forma de colaboración con el Estado. Sus métodos de lucha
estaban basados en la acción directa y en la lucha de clases. En su seno
existían dos corrientes principales, el sindicalismo revolucionario y el
anarquismo, que se disputaban su control. Los anarquistas radicales se
agrupaban en la Federación Anarquista Ibérica (FAI). La misión de ésta, era
mantener la pureza anarquista de la CNT a salvo de tentaciones reformistas, o
de infiltraciones marxistas.
La fracción
sindicalista (Pestaña, Juan Peiró, Juan López...) defendía la necesidad de
utilizar los métodos sindicalistas, como forma para elevar la conciencia de los
trabajadores y consideraban indispensable para la revolución, la existencia de
una organización de masas, la CNT. Los sindicalistas se oponían a los métodos
insurreccionales y espontaneístas de los faístas, que provocaron, durante los
cinco años de experiencia republicana, numerosos reveses al movimiento
revolucionario. Sin embargo, la FAI acabó por controlar la dirección de la CNT y el sector sindicalista o "trentista" sería excluido. Los
expulsados formaron la Federación Sindicalista Revolucionaria en el exterior, o los "Sindicatos de Oposición", en el seno de la Confederación, con fuerte influencia en Asturias y en Levante, así como en algunas
ciudades industriales de Catalunya. Uno de los dirigentes de esta corriente,
Angel Pestaña, acabaría formando el Partido Sindicalista, renunciando
definitivamente a sus orígenes anarcosindicalistas.
La teoría
política de la CNT, y de las corrientes que la integraban era de una gran
ingenuidad. El historiador y agudo observador de la situación española
que precedería a la guerra y a la revolución, Gerald Brenan resaltó el carácter
profundamente "idealista y religioso-moral" del anarcosindicalismo
(1).
En oposición
a las tesis marxistas que consideran al proletariado como único sujeto
revolucionario consecuente, el anarcosindicalismo concedía este papel al
"pueblo oprimido", es decir, al conjunto de clases oprimidas, sin
diferenciar la naturaleza o las peculiaridades de éstas.
El
anarcosindicalismo mantenía una visión voluntarista de la historia. Desde su
óptica, la revolución era realizable en cualquier momento y dependería solo de
la disposición que tuviera la minoría anarquista, capaz con su acción de
contagiar a las masas de su revolucionarismo. Partiendo de esta idea, el
anarcosindicalismo excluía de sus teorías, cualquier análisis serio sobre las
condiciones económicas y sociales existentes, y las sustituía por:
"... la fe en la viabilidad de este estado final (el comunismo
libertario), sin que se abordase la problemática de su realización" (2).
Para los
militantes libertarios, la estrategia no era importante, la revolución llegaría
espontáneamente, cuando la inmensa mayoría de los trabajadores estuviesen
concienciados. El anarcosindicalismo carecía, por lo tanto, de una teoría sobre
el poder, y sobre la toma de éste. El comunismo libertario llegaría, sin
etapas intermedias, con el desmoronamiento de la vieja sociedad explotadora.
Enemigos jurados de cualquier tipo de poder, no hacían ningún tipo de
distinción entre la naturaleza de los distintos tipos de estado (ya fuera la
monarquía, república o un estado obrero).
Los
treintistas, criticaban a los faístas, su voluntarismo y su espontaneísmo
extremo, es decir, el rechazo a cualquier tipo de organización de la
revolución. La crítica trentista era fruto de los numerosos fracasados
levantamientos que se habían hecho a instancias de la FAI. Mientras que los faístas reprochaban, en cambio, a los primeros su
"reformismo" sindicalista y su falta de confianza en el instinto
revolucionario de las masas.
El
treintismo consideraba necesario una mayor preparación de la revolución para
poder asegurar su éxito Era indispensable contar con una verdadera organización
de masas a nivel de todo el estado, la CNT. Las diferencias entre ambas corrientes irían desapareciendo con la nueva oleada de movilizaciones que se
había iniciado a partir de la insurrección de Octubre de 1934. La dirección
faísta de la CNT realizaría, a posteriori, una crítica sobre su abstencionismo
en dichos acontecimientos. Ambas corrientes acercarían sus posturas con
respecto a la necesidad de considerar a la Confederación, como la organización de masas indispensable para la revolución que se
avecinaba.
La división
entre las dos corrientes libertarias sólo quedaría cicatrizada en el Congreso
de Zaragoza realizado el mes de mayo de 1936, en vísperas de la guerra
civil.
2.2.3 El comunismo:
Además de la
socialdemocracia y del anarcosindicalismo, existía una tercera corriente en el
seno del movimiento obrero español: el comunismo. Surgido al calor de la
revolución rusa de octubre, la organización comunista se había formado a partir
de dos escisiones del PSOE y con el ingreso de algunos grupos que procedían del
anarcosindicalismo.
A la caída
de la dictadura, el comunismo español estaba dividido en tres
fracciones importantes, además de numerosos pequeños grupos que acabaron siendo
absorbidos.
2.2.3.1 El estalinismo:
El proceso
de degeneración burocrática de la URSS, bajo el estalinismo deformó rápidamente
las jóvenes organizaciones comunistas que se habían adherido a la III Internacional. El Partido Comunista, supeditado a las directrices dictadas por la
emergente burocracia soviética, inició un proceso de expulsiones y de
escisiones que debilitaría y fragmentaría considerablemente al pequeño
movimiento comunista. El PCE estaba implantado en Asturias, donde contaba con
una minoría importante y tenía una cierta implantación en las ciudades
andaluzas de Málaga, Cádiz y Sevilla.
El partido
oficial, completamente estalinizado y supeditado a la política ordenada por la Komintern, atravesaba una etapa dominada por el ultraizquierdismo, la línea de
"clase contra clase" característica del "Tercer Período" de
la Internacional Comunista. La socialdemocracia era considerada como la
hermana gemela del fascismo (socialfascismo). La caracterización del resto de
las corrientes políticas no corría mejor suerte, republicanos, anarquistas, o
comunistas disidentes eran consideradas como organizaciones de
corte fascista. El PCE defendía la táctica del "Frente único por la
base" y rechazaba cualquier acuerdo político con las direcciones de las
organizaciones obreras mayoritarias. De hecho, era la negativa a cualquier tipo
de acuerdo que no implicara la subordinación del resto de organizaciones a la
línea política del PCE, y dada la insignificancia de sus efectivos y el peso
aplastante del PSOE y de la CNT esto era imposible.
El PCE
mantenía una política de seguidismo incondicional hacia la dirección de la Komintern. Aplicando las análisis de Manuilski, el Partido Comunista oficial había
despreciado el movimiento que iba a provocar, posteriormente, la caída de la
dictadura y de la Monarquía (3). Poco después del establecimiento de la República, cuando las ilusiones democráticas de las clases populares eran mayores que nunca,
el PCE llamaría a la formación de una República Socialista Soviética,
basada en soviets de obreros y campesinos.
La política
aplicada por el comunismo oficial español hasta finales de 1934, lo aisló,
forzosamente, de los trabajadores, que confiaban en sus organizaciones
tradicionales. El PCE no pasaba de ser, durante todo este período, una
minúscula organización sin arraigo entre la clase obrera y el campesinado
pobre.
2.2.3.2 El Bloquismo:
La Federación Comunista Catalano-balear se escindió del PCE en 1930. La FCCB había criticado la miopía con la que la organización oficial se había enfrentado a la
caída de la dictadura. Las críticas se extendían a la línea escisionista que el
PCE aplicaba en el terreno sindical (Comité de Reconstrucción de la CNT) que lo aislaba de las masas encuadradas en torno a la CNT y la UGT. Un tercer punto de ruptura fue la cuestión nacional catalana, ante la que, según la FCCB, la organización oficial mantenía una postura vacilante. Joaquìn Maurín, su máximo
dirigente, había acusado a la Internacional de aplicar sus esquemas sobre la revolución rusa en el resto de países, sin tener en cuenta las diferencias
existentes, lo que la había llevado a la derrota en China y
en los países donde se había presentado una situación revolucionaria.
En noviembre
de 1930, la Fusión de la Federación con el Partido Comunista de Catalá dió
lugar al Bloque Obrero y Campesino (BOC), al que posteriormente se unieron
algunos pequeños grupos en el resto del estado. El BOC agrupaba a la inmensa
mayoría de los militantes comunistas de Catalunya y de Baleares, sin embargo su
peso en el resto del Estado era insignificante.
Defendía una
concepción de la revolución española completamente autóctona, equidistante de
las dos principales fracciones internacionales, estalinistas y trotskistas, en
las que se había dividido la IC. Buscaba "una <tercera
opción>, nacional, independiente de dogmas y de ortodoxias" (4).
Mantenía una concepción sindicalista de la revolución que era una clara
herencia del anarcosindicalismo. El BOC defendía la necesidad de construir
Juntas revolucionarias, que sería la forma que presentaría el frente único de
las diferentes organizaciones obreras. Los soviets eran considerados como algo
extraño a la tradición española.
El BOC,
profundamente influido por el nacionalismo catalán, se consideraba una
organización separatista, partidaria de un Estado Federal Ibérico. Su visión
sobre la cuestión nacional catalana, en el seno de la revolución "democrático-socialista"
española, hizo que el BOC considerase como progresivo el papel de los
dirigentes políticos de la pequeña burguesía nacionalista republicana, en la
primera etapa de la revolución española.
2.2.3.3 El trotskismo:
La Oposición Comunista Española (OCE) dirigida por Andreu Nin, nació en Septiembre de
1930, en torno a la Oposición Internacional dirigida por León Trotsky. Hasta 1932, este grupo se consideró como una fracción opositora del PCE. A partir
de su III Conferencia pasaría a ser una organización independiente, la Izquierda Comunista Española (ICE).
La ICE consideró a la Monarquía y a la República, como diferentes formas capitalistas. Las
reminiscencias feudales existían debido al escaso desarrollo del capitalismo
español, pero estaban, sin ninguna duda, al servicio de éste. La llegada de la República, fue analizada como un paso importante en el curso de la revolución española. La Monarquía caía por su incapacidad de frenar al movimiento revolucionario naciente. Era
necesario que las masas experimentaran las limitaciones de una República
burguesa. Solo el proletariado, arrastrando tras de si al resto de las clases
populares, podía completar la "revolución democrática" en su lucha
por la "revolución socialista".
La lucha no
era entre la República burguesa y la Monarquía feudal, como decían los republicanos; ni siquiera como etapa, como defendían el PSOE. La lucha que se había
entablado era entre el capitalismo y el socialismo. La ICE defendía la necesidad de la lucha por las consignas democráticas, que ayudarían a las
trabajadores a desembarazarse de sus ilusiones republicanas.
La ICE, como el BOC, defendía la necesidad del Frente Único Obrero. El FUO se
diferenciaba del "Frente por abajo" del PCE, en que éste debía
realizarse tanto entre las direcciones de las organizaciones obreras, como en
sus bases. Para la realización de la revolución socialista era necesario la
construcción de Juntas revolucionarias, que no serían una copia exacta de los soviets
rusos, pero que, en cualquier caso, se inspirarían en el mismo espíritu que los
originó.
2.3 EL FRACASO DE LA REACCIÓN. EL BIENIO NEGRO Y LA RADICALIZACION DEL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
El gobierno
republicano de izquierdas, de 1931-1933, pronto demostró su incapacidad para
resolver los problemas democráticos tradicionales, cada vez más
acuciantes. Para frenar al poderoso movimiento que amenazaba con
desbordarlo por la izquierda, tuvo que utilizar la represión contra éste, que
constituía la base social del PSOE, y del anarcosindicalismo. Los dirigentes
socialistas, preocupados, por la creciente impopularidad de su alianza con los
republicanos, rompieron finalmente con éstos.
El poderoso
movimiento anarcosindicalista, apolítico y contrario a presentar sus propias
candidaturas, organizó una campaña por la abstención, como respuesta a la
represión. El boicot de la CNT contribuiría considerablemente a la derrota
electoral de la izquierda que había estado en el gobierno.
El Comité Nacional que había amenazado con desencadenar la revolución si la
derecha se alzaba con el triunfo electoral, tuvo que organizar el levantamiento
para "salvar el honor confederal" (5). El 8 de Diciembre estallaba la
insurrección, que se extendería por todo Aragón y la Rioja y alcanzaría algunas ciudades de Catalunya. La situación del movimiento popular,
después de la derrota electoral, junto a la falta de preparación del putch
anarquista lo condenaron al fracaso. Siempre según Cesar M. Lorenzo, historiador
libertario:
"los anarquistas seguían sin aprender nada en técnica revolucionaria"
(6).
El
abstencionismo anarquista había hundido el proyecto republicano izquierdista,
pero al carecer de una alternativa coherente, había ayudado sin quererlo,
al ascenso de otro, claramente reaccionario. El anarcosindicalismo,
debilitado por el fracaso y aislado del resto de las organizaciones obreras por
la línea aislacionista que aplicaba la dirección faísta, no jugaría
ningún papel decisivo en el período siguiente.
Las clases
populares, quedaron profundamente decepcionadas con la experiencia del gobierno
de la coalición republicano -socialista. La pequeña burguesía que había apoyado
la alianza en las elecciones de 1931, que habían dado paso a la República, acabó dejándose seducir por la derecha. Esto fue la causa de la derrota electoral
de noviembre de 1933, y que dió lugar a un período de gobiernos derechistas,
conocido como el "Bienio Negro".
La victoria
de la derechista CEDA sin embargo quedó empañada al no conseguir mayoría
absoluta. La correlación resultante de las elecciones acabó entregando el
gobierno al centro-derecha de Lerroux. Los tímidos cambios del anterior
gobierno serían anulados rápidamente. Las escasas limitaciones que se pusieron
al poder de la Iglesia fueron suprimidas. La moderada Reforma Agraria quedaría
completamente paralizada. Mientras que los militares golpistas, protagonistas
de la Sanjurjada, fueron puestos en libertad y restituidos a sus puestos en el
Ejército, salvo en el caso de su principal protagonista, Sanjurjo, que seguiría
en el exilio.
La política
del gobierno de Lerroux y de los diferentes gobiernos de centro-derecha no
haría sino acrecentar las tensiones en el campo y en las ciudades. Pese a la
victoria electoral, la derecha tenía que enfrentarse a un movimiento
revolucionario, más poderoso y más radicalizado, que el que había provocado la
caída de la Monarquía.
A nivel
internacional, Hitler llegaba en 1933 al poder en Alemania, donde pronto
se organizó una represión implacable y sangrienta contra el movimiento obrero.
Este hecho impactaría profundamente en la conciencia de las masas europeas, y
se reflejaría en un intenso deseo de unidad entre los trabajadores frente
al ascenso del fascismo, y también en una pérdida de confianza en las
instituciones de la democracia burguesa.
Todos estos
factores, internos y externos, provocarían un proceso de radicalización entre
la clase obrera y el campesinado en el estado español. Los dirigentes
socialistas, profundamente decepcionados por la
experiencia del anterior gobierno, atemorizados
por el ascenso de la reacción y presionados por sus propias bases, cambiaron su
viejo discurso reformista para hablar de: "la necesidad de la toma del
poder por parte de los trabajadores, y de la dictadura del
proletariado",... El ala caballerista, al reflejar este proceso de
radicalización de las masas populares, conseguiría capitalizar sus simpatías. Sin
embargo, los socialistas de izquierda, a pesar de su verbalismo radicalizado,
seguían careciendo de un programa revolucionario coherente. Santos Julià
califica la contradicción entre el discurso revolucionario y la práctica del
largo caballerismo, como "reformismo radical" (7).
En el mes de
Junio de 1934, estallaba una poderosa huelga general campesina en Extremadura y
Andalucía, auspiciada por un Comité Unitario formado por la Federación de Trabajadores de la Tierra (UGT) y por la CNT. En las ciudades el clima de tensión social iba en aumento. Sin embargo, la posibilidad de hacer converger a
ambos movimientos sería desaprovechada por los dirigentes socialistas por
considerar que la situación todavía no había madurado (8). Aislado
el movimiento campesino, fracasó por la fuerte represión que se desencadenaría
contra él, quedando paralizado durante el período siguiente.
Desarticulado el campesinado, el proletariado industrial quedaría aislado. En
el mismo período, entre los trabajadores urbanos había empezado a
gestarse un proceso de unidad, encarnado en las Alianzas Obreras, que empezaba
a inquietar seriamente a las clases propietarias. La unidad del movimiento era
una clara amenaza que debía evitarse a toda costa.
Contrastando
con la tensión creciente, la derecha nunca llegaría a tomarse en serio los
radicalizados discursos de los dirigentes socialistas. Munis cita de memoria
las palabras que Gil Robles dirigió a Prieto, en un debate
parlamentario:
"Vosotros los socialistas seréis siempre incapaces de desencadenar la
revolución, porque la teméis; sabemos que de vuestra parte todo se quedará en
palabras" (9).
La reacción
necesitaba tomar el poder, para dar un golpe definitivo al movimiento revolucionario.
Su plan se sostenía en el temor que tenían los dirigentes socialistas a
desencadenar una revolución que no deseaban. A pesar de sus
discursos radicalizados y de sus amenazas inflamadas, expuestas en las
Cortes, los dirigentes del PSOE, puestos a elegir entre alentar una revolución
de consecuencias imprevisibles y capitular ante la ofensiva de la derecha,
tendrían que escoger la segunda opción. Los líderes de la derecha no se
engañaban.
2.4 LAS ALIANZAS OBRERAS. LOS PRIMEROS ÓRGANOS DE FRENTE ÚNICO.
La
radicalización del movimiento obrero, operada a partir de 1933, iba acompañada
de un profundo deseo de unidad frente a la amenaza de la reacción. Este
sentimiento colectivo se reflejaría en la aparición de las Alianzas Obreras, como
formas de Frente Único Obrero (FU).
El 9 de
Diciembre de 1933 se fundó en Barcelona la primera Alianza Obrera. A este
primer ensayo de FU se adhirieron la UGT, los sindicatos de oposición dentro de
la CNT (treintistas), la sección catalana del PSOE, el BOC, la Federación Sindicalista Libertaria (treintistas expulsados de la CNT), la ICE, la USC, la Unió de Rabassaires (UR) y los sindicatos de Oposición (controlados
por el BOC).
La Alianza Obrera, en palabras de Joaquín Maurín, uno de sus principales instigadores era
simple:
"Todas las secciones de los partidos y sindicatos obreros que existen en
una localidad forman un haz, un bloque. Constituyen un Comité con
representantes de cada organización adherida. Comité que centraliza la
dirección de todos los movimientos que se llevan a cabo" (10).
El nuevo
organismo se identificaba como un Frente de clase, donde las organizaciones que
no pertenecieran a los trabajadores, sólo podrían adherirse moralmente, pero
nunca como miembros efectivos. El programa de la Alianza catalana era muy general y básicamente defensista frente al avance de la reacción.
Sin embargo, encarnaba para importantes sectores obreros, la intención de no
marchar a remolque de los republicanos, y de establecer un frente con el
campesinado pobre, que se realizaba con la adhesión de la Unió de Rabassaires.
Sin embargo,
el Frente Único nacía con una grave limitación: la hostilidad del
anarcosindicalismo, hegemómico entre el proletariado catalán. Pocos meses
después de su creación, la USC abandonaría la Alianza, para entrar a formar parte del nuevo gobierno de la Generalitat. La UdR, sindicato campesino controlado por la Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) adoptó también una actitud similar.
En febrero
de 1934, el periódico anarcosindicalista asturiano "La Tierra", publicaba un artículo de Valerio Orobón, dirigente de la regional de la CNT, llamando a una alianza revolucionaria de las diferentes organizaciones obreras (11). Los
puntos de la propuesta eran: la defensa de un programa revolucionario que
excluyera la colaboración con el régimen; la socialización de la economía y la
elección de los trabajadores de sus representantes, revocables en cualquier
momento, en los órganos ejecutivos de la Alianza.
El 28 de
Marzo de 1934, se constituyó una nueva Alianza en Asturias. Firmaron el pacto, la UGT, la Federación asturiana del PSOE y la CNT. Poco después el BOC y la ICE también se adhirieron al nuevo organismo.
El pacto
CNT-UGT que dió lugar a la Alianza expresaba su programa en términos similares
a los defendidos por Valerio Orobón. Defendía además, la necesidad de trabajar
por la creación de una Alianza Obrera a nivel estatal. Pretendía crear órganos
locales que deberían servir de base al nuevo Frente. Sin embargo los miembros
de los órganos de la Alianza, no iban a ser elegidos democráticamente por los
trabajadores, ni tampoco se planteaba la revocabilidad de éstos por las bases,
sino que tanto a escala regional, como a escala local, las AO estarían formadas
por delegaciones de cada una de las organizaciones obreras firmantes del pacto.
También se reconocía la libertad de crítica entre las organizaciones
integrantes de la Alianza (12).
La CNT asturiana estaba controlada por los treintistas, que eran manifiestos partidarios del
Frente Único. La actitud del anarcosindicalismo, el componente más
obrerista y combativo de los socialistas de la región y la larga tradición de
colaboración de las centrales sindicales, hizo posible que la nueva
Alianza agrupara a todas las organizaciones obreras, a excepción del PCE.
El peso del movimiento obrero y la lejanía de los aparatos dirigentes de las
organizaciones harían que, a diferencia de Catalunya, su programa expresara con
mucha más claridad, sus objetivos revolucionarios.
Poco
después, en el mes de Mayo, se formaba una nueva Alianza en Madrid. Firmaron el
pacto, el PSOE, las Juventudes Socialistas, la UGT, la ICE y los treintistas. Posteriormente se incorporaría también la Federación Sindical Tabaquera, sindicato independiente de las grandes centrales. Sin embargo,
en Madrid, la Alianza Obrera iba a tener un pesado lastre durante toda su
existencia, la hegemonía aplastante de los socialistas en el movimiento
obrero de la capital.
Hubo otros
intentos, con mayor o menor éxito, para extender la formación de nuevas
Alianzas Obreras por todo el estado (Valencia, Santander, Extremadura,
Andalucía...). La hostilidad de la CNT y de la FAI, y la falta de entusiasmo del PSOE para extenderlas, hizo que salvo en Valencia, los nuevos organismos nunca
pasaran de ser un mero proyecto.
2.4.1 PARTIDARIOS Y DETRACTORES DE LAS ALIANZAS OBRERAS EN EL SENO DEL
MOVIMIENTO OBRERO.
El deseo de
unidad de los trabajadores frente a la amenaza de la reacción no fue el
producto de la política de ninguna de las organizaciones políticas y
sindicales. El movimiento obrero buscó la unidad a partir de sus experiencias
con los gobiernos de la coalición republicano-socialista. Otro factor que
intensificó el deseo de unidad de clase, fue el avance de los fascismos
europeos y el impacto del ascenso de Hitler al poder en Alemania.
Fueron los
factores internos y externos, los que provocaron un sentimiento de desconfianza
hacia las fuerzas republicanas. El deseo de unidad de la clase iría acompañado
de otro no menos intenso, el de la independencia política frente al
republicanismo y la burguesía. La experiencia durante el período 1931-1933
había sido nefasta. Los gobiernos republicanos de izquierdas, sostenidos por
los socialistas, no habían apenas avanzado en el cumplimiento de sus promesas
electorales. Sí en cambio habían elaborado una serie de leyes represivas
que serían aplicadas contra los trabajadores, cuando estos protestaron por la
lentitud de las reformas. La experiencia alemana, -la quiebra del sistema
parlamentario burgués y el ascenso del nacionalsocialismo- tampoco
ayudaba a confiar en las instituciones parlamentarias republicanas.
Cuando
afirmamos que el deseo de unidad y de independencia política no era el fruto de
un trabajo político de ninguna organización nos basamos en la propia concepción
que tenían de la revolución española, las organizaciones obreras mayoritarias.
En el
Partido Socialista, una organización con una larga tradición reformista, la
radicalización de sus cuadros dirigentes fue el fruto de la presión de sus
propias bases partidarias. El anarcosindicalismo mantenía durante toda esta
época una posición sectaria. La dirección faísta confiaba en que podía hacer
estallar la revolución, con sus propias fuerzas, sin la necesidad de colaborar
con sus rivales en el movimiento obrero, los partidos marxistas.
El resto de
organizaciones, el sector treintista del anarcosindicalismo, el BOC, la ICE y el PCE eran organizaciones demasiado débiles para provocar este profundo sentimiento
revolucionario entre las amplias masas, que no les seguían. El BOC y la ICE habían defendido desde sus orígenes la necesidad de construir organismos revolucionarios
de Frente Único (Juntas Revolucionarias, Soviets,...), sin embargo solo habían
podido defenderlas en el terreno de la propaganda, y entre los limitados
sectores obreros adonde llegaba su influencia. Es a partir de la derrota
electoral de noviembre de 1933, cuando considerarían que había
llegado el momento de convertir la propaganda en agitación. Sin embargo, sus
exiguas fuerzas se habrían estrellado, si su giro político no hubiese reflejado
el avance de la idea de la unidad en la conciencia de los trabajadores
2.4.1.1 EL socialismo y las Alianzas Obreras.
Gerald
Brenan atribuye a la UGT de Largo Caballero, la iniciativa en la creación de
las Alianzas Obreras (13). La afirmación de Brenan es más que dudosa. No es
ninguna casualidad que la primera de las Alianzas surgiera en Barcelona,
donde el peso del PSOE y de la UGT era claramente minoritario. Parece mucho más
creíble la afirmación de Munis (14), de que este organismo surgió a partir de
la iniciativa de la ICE y del BOC. Éste último grupo, gozaba de un
cierta implantación en Catalunya. Sin duda alguna, la integración del PSOE y de
la UGT en el proyecto de las Alianzas Obreras, convertiría a éstas en el
eje político del movimiento revolucionario durante este período. Ésta
parece ser la causa de la confusión de Brenan.
Los dirigentes socialistas empezaron a hablar de Frente Único a partir de la
derrota en las elecciones de 1933. El PSOE tenía que recuperar el
prestigio que habían perdido con la colaboración con los republicanos. Fue a
partir de este momento, cuando la Izquierda Socialista radicalizaría sus discursos, para empezar a hablar de revolución
socialista y de la dictadura del proletariado. También sería este el momento en
el que empezaría a defender el proyecto de las Alianzas Obreras.
Sin embargo,
hay una evidente contradicción entre los discursos de los dirigentes y su
escasa iniciativa en la formación de los nuevos organismos revolucionarios. El
escaso número de Alianzas Obreras que se crearon, prueba que el verdadero
proyecto socialista no pasaba por ellas, o en cualquier caso, solo era un
instrumento ocasional.
Largo
Caballero defendía la unidad obrera en el seno del PSOE y de la UGT. Los soviets no eran necesarios en España. La dictadura del proletariado se realizaría
con el gobierno del Partido Socialista, que paradójicamente, se encontraba bajo
el control del ala prietista.
"Cada cual debe gobernar <<conforme los intereses y la ideología de
su clase, y cuando al Partido Socialista le llegue la hora del poder, y le
llegará, porque eso está escrito en las leyes imanentes de la Historia, también gobernará solo>>" (15).
El ala
prietista, sin embargo, aspiraba abiertamente a la instauración de un régimen
de democracia burguesa avanzada, con el soporte de la pequeña burguesía
radicalizada, e incluso de la burguesía industrial. Los prietistas consideraban
que el socialismo tan solo podría llegar mediante un largo proceso de
maduración política en el seno de una República burguesa y parlamentaria.
Los
dirigentes de la Izquierda Socialista esperaban que el fortalecimiento de sus
organizaciones y su alianza con el anarcosindicalismo -que acabaría por entrar
en razón- junto a la crisis económica, el agotamiento republicano y un posible
golpe militar frustrado, acabaría por darles automáticamente el poder, apenas
con una simple huelga general (16). En espera de que su concepción fatalista de
la revolución española se cumpliese, los cuadros dirigentes del PSOE utilizaban
su control sobre las masas revolucionarias, para negociar con la burguesía y
reconstruir su pacto con los políticos republicanos.
Solo así
podemos explicar su negativa, no solo a extender las Alianzas por todo el país,
sino también su oposición a democratizarlas y a convertirlas en verdaderos
órganos de Frente Único. La entrada pues, de los socialistas en las Alianzas,
no era porque las considerasen organismos revolucionarios, sino como una
concesión a su propias bases, que deseaban la unidad, sin ninguna condición.
Las Alianzas Obreras, bajo la hegemonía de los socialistas, también se
convertían en una advertencia a la burguesía para que contase con ellos, y no se
dejase arrastrar por la tentación fascista.
Los
dirigentes socialistas sentían verdadero temor a perder la influencia que
tenían sobre sus bases sociales. Cómodamente situados, como los auténticos
defensores de la unidad ante la clase obrera, frente al sectarismo
anarcosindicalista, no estaban dispuestos a que las pequeñas, pero activas
organizaciones, como el BOC, la ICE o los sindicatos treintistas, les
disputasen la hegemonía. Eran conscientes de que estos grupos solo podrían
rivalizar con ellos, a través de la democratización y extensión de las Alianzas
Obreras.
El carácter
que el caballerismo daba a las Alianzas Obreras era el de órganos de carácter
insurreccional. Por lo tanto, no debían protagonizar las luchas cotidianas de
los trabajadores. Esta tarea quedaba en manos de los sindicatos. Apartadas
de las luchas, se evitaba la consecuencia lógica, su democratización: La
elección democrática de representantes obreros, revocables, a partir de los
centros de producción. De esta forma se impedía la conversión de estos
órganos de Frente Único, en verdaderos organismos del poder revolucionario, a
semejanza de lo que habían sido los soviets rusos de 1905 y 1917.
El
funcionamiento burocrático de las Alianzas aseguró el control del Partido
Socialista sobre éstas. Las condenaba a convertirse en simples comités de
enlace. Sin embargo, la participación del anarcosindicalismo asturiano y la
lejanía de la organización socialista de esta región, del aparato burocrático
de Madrid, permitiría que la Alianza Obrera asturiana acabara por convertirse
en la encarnación del poder revolucionario en esta región.
2.4.1.2 El BOC y la ICE.
La idea de
las Alianzas Obreras forma parte del programa de estas dos organizaciones, desde
sus orígenes. Ya en 1931, ambas defendían a nivel propagandístico, la necesidad
de construir Juntas Revolucionarias en toda la geografía española. También las
dos organizaciones defendieron la extensión de las Alianzas a nivel estatal.
Sólo de esta forma, el Frente Único adquiriría una dimensión política
revolucionaria, la del poder obrero frente al estado burgués.
"La Alianza Obrera no es el soviet, puesto que sus características son
distintas, pero desempeña las funciones del soviet, al que sustituye
ventajosamente dadas las particularidades de la organización obrera española.
Lo que el soviet fue para la Revolución rusa, la Alianza Obrera lo es para la Revolución española" (17).
A diferencia
de los soviets rusos, las Alianzas Obreras no necesitarían
"democratizarse" para agrupar a todo el proletariado en su seno, ya
que éste, ya estaría representado, con la incorporación posterior de los
sindicatos mayoritarios, la UGT y la CNT. Para el bloquismo, los soviets eran un cuerpo extraño en la revolución española. Los soviets de 1905 en Rusia,
habrían nacido para llenar el vacío organizativo del movimiento obrero ruso,
que carecía de organizaciones tradicionales (partidos, sindicatos...) a
diferencia de lo que ocurría en España (18).
La ICE también era partidaria de las Alianzas, como órganos de Frente Único de todas las
organizaciones obreras. Sin embargo, era necesario que evolucionaran para
convertirse en verdaderos organismos de poder. La ICE consideraba que las bases de las Alianzas tenía que ser los centros de trabajo, donde
serían escogidos los representantes democráticos de los trabajadores, sin
distinción de tendencias.
La analogía
con los soviets rusos resulta evidente (los soviets rusos nacieron de los comités
de fábrica y de huelga, existentes en 1905 y 1917). Las Alianzas eran un paso
hacia la creación de verdaderos Consejos Revolucionarios. Sin embargo tenían
una seria limitación que debía ser superada: su estructura burocrática. Habían
nacido de un pacto entre las diferentes organizaciones obreras, al margen de
los centros de trabajo.
La CNT y el PSOE eran las organizaciones hegemónicas en el movimiento
obrero. La ICE y el BOC solo podían disputarles la influencia de las masas
revolucionarias en el seno de las Alianzas. Sin embargo, las limitaciones eran
evidentes. El anarcosindicalismo se negaba a ingresar en los nuevos organismos,
y la socialdemocracia obstaculizaba su democratización.
Dos
corrientes obreras quedarían al margen de este intento de Frente Único. La
corriente mayoritaria del anarcosindicalismo y el Partido Comunista.
2.4.1.3 El anarcosindicalismo.
El
movimiento libertario se encontraba dividido frente a las Alianzas Obreras. La
corriente mayoritaria veía con hostilidad la existencia de estos organismos. No
veía en ellos un proyecto de plasmación de la unidad de los trabajadores, sino
un intento de todas las organizaciones rivales, que pretendían disputarle sus
propias bases sociales.
En el Pleno
nacional que se celebró en Madrid, en Junio de 1934, la cúpula confederal
condenaría la iniciativa asturiana. La dirección libertaria, controlada por la FAI, hablaba genéricamente sobre la necesidad de la unidad de todos los trabajadores, sin
embargo solo la concebía en el seno de la CNT, lo que en la práctica, significaba su rechazarla.
En febrero
de 1934, la CNT emplazó a la UGT a aceptar la supresión total del capitalismo y
del estado, como condiciones necesarias para conformar un pacto entre ambas
centrales sindicales. El cambio de actitud, indicaba que la dirección
libertaria sufría la presión creciente de sus bases para avanzar hacia la
unidad. Sin embargo, este cambio sólo era aparente, la cúpula anarquista se
aferraba a su antigua posición. La CNT acentuaba la idea del pacto con la UGT, siempre y cuando ésta aceptase su propio programa y renunciase al propio. El ultimatismo
faísta esterilizaba cualquier intento de Frente Único.
Los
mayoritarios veían la integración en la Alianza Obrera de Asturias, el reconocimiento de:
"... la constitución de un poder ejecutivo encargado de organizar la Revolución, de ejercer la autoridad y de mantener el orden al día siguiente de ser
realizada" (19).
Los
libertarios asturianos reconocían una de las tesis fundamentales del
marxismo, la necesidad de que un poder obrero dirigiese la revolución y
organizase la construcción de la nueva sociedad. En la práctica, abandonaban
uno de los postulados fundamentales del anarquismo, la negación del poder, y
aceptaban la Dictadura del Proletariado. Unos meses más tarde, la Alianza Obrera asturiana se convertiría en un verdadero organismo del poder revolucionario,
es decir, en una verdadera dictadura del proletariado, durante la insurrección
de Octubre.
Los
treintistas, mayoritarios en la región de Asturias, habían comprendido la
necesidad del Frente Único, tras las frustrantes experiencias de los putchs
promovidos por la FAI, en los años 1932 y 1933. Defendían la necesidad de la
unidad entre los trabajadores si se quería asegurar el éxito de la revolución.
2.4.1.4 El Partido Comunista.
La otra
corriente hostil era el Partido Comunista. El IV Congreso del PCE en marzo de
1932, había reafirmado a la organización en su táctica sectaria y
ultraizquierdista del período anterior. La expulsión en Octubre del mismo año
del antiguo grupo dirigente de Bullejos, a instancias de la Internacional, lejos de corregir los errores, los había agravado.
Desde la aparición
de las Alianzas, el PCE rechazó la posibilidad de ingresar en ellas. La idea
del "Frente Único por la base" era una copia calcada de la línea
defendida por la Komintern durante lo que ha venido a llamarse
"Tercer Período". Esta táctica ya había tenido nefastos resultados en
Alemania, donde la división y los enfrentamientos entre comunistas y
socialistas había ayudado al triunfo del nazismo.
En la
práctica, el "Frente Único por la base" del PCE era similar al
defendido por la corriente mayoritaria del anarcosindicalismo, solo era posible
aceptando incondicionalmente la política del Partido Comunista. Sin embargo, la
línea política del estalinismo español era completamente inconsistente.
Mientras el anarquismo agrupaba a un importante sector del proletariado
español, el PCE era una organización numéricamente insignificante y aislada
del grueso del movimiento obrero.
El PC de
Catalunya, sección catalana del PCE, acusaba, en Mayo de 1934, a la Alianza Obrera de Catalunya de ser un "instrumento de la Generalitat", que había sido creada por los "perros falderos" de la
burguesía, para "engañar a los obreros que quieren el Frente Único
sinceramente" (20). El argumento se apoyaba en que la CNT, se encontraba al margen de la nueva organización. Si el anarquismo, la socialdemocracia,
los comunistas disidentes, todos eran variantes del fascismo, el PCE solo podía
considerar los nuevos organismos como "Santas Alianzas de la
contrarrevolución".
El PCE
promovía su propia versión sobre la unidad: el "Frente Único por la
base", que oponía a las Alianzas Obreras. Sin embargo, la persistencia de
la línea ultraizquierdista, que lo había aislado hasta entonces del resto de
los partidos y sindicatos del movimiento obrero, hizo que solo sus propias
organizaciones filiales ingresaran en sus organismo frentistas.
A finales del mes de Septiembre de 1934, el Comité Central del Partido
Comunista decidía dar un giro radical en sus planteamientos y pedir el ingreso
de sus organizaciones en las Alianzas Obreras, para ayudar a su creación y
desarrollo, allí donde éstas todavía no existían.
El cambio
político del PCE se daba en un momento confrontación y de
radicalización social. Sin embargo, las causas del viraje no estaban en el
interior del país, sino en la situación internacional.
El ascenso
de Hitler al poder en 1933, no había conseguido cambiar la política de la URSS y de la IC. Los dirigentes estalinistas consideraban la traición de la socialdemocracia
alemana, "socialfascista", como la causa principal de la derrota de
la revolución alemana.
En el mes de
Mayo de 1934, la Komintern dió un viraje político de 180º. Los partidos
socialistas dejaban de ser considerados como "socialfascistas" y "hermanos
gemelos del fascismo", para ser calificados como "organizaciones
hermanas", con las que había que buscar la unión orgánica. La táctica del
Frente Único por la base era abandonada definitivamente, para pasar a defender
la colaboración con los socialistas y con los partidos burgueses
democráticos frente a la amenaza fascista. La política internacional del
estalinismo buscaba un acercamiento hacia Francia. Un pacto franco-soviético
que serviría para contrarrestar el peligro de una agresión de la Alemania nazi.
El Partido
Comunista dejaba de considerar a las Alianzas Obreras, como "organismos
policiales". La entrada estuvo acompañada de algunas críticas formales
(llamarlas Alianzas Obreras y Campesinas) y de la petición de expulsión de los
trotskistas (ICE) que formaban parte de ellas, argumentando que éstos no eran
un partido político independiente, sino que se consideraban una fracción del
PCE (La ICE era una organización política desde 1932, y miembro de pleno
derecho de las Alianzas Obreras desde su fundación). Ambas cuestiones fueron
desestimadas por las organizaciones integrantes de las AO. Las críticas
formales no aportaban nada y solo pretendían embellecer el repentino cambio de
actitud, hecho sin ningún tipo de balance o crítica del período anterior.
2.5 LA REACCIÓN Y LA REVOLUCIÓN SE PREPARAN PARA EL ENFRENTAMIENTO.
A pesar de
la derrota de la huelga campesina en la primavera de 1934, las huelgas se
multiplicaron en las ciudades. El 13 de Marzo, la Alianza Obrera catalana declaraba la huelga general, en solidaridad con la lucha de los
trabajadores de Madrid. La huelga sería un éxito. Sin embargo, lo
más destacable era que ésta se había llevado a cabo al margen de la CNT, y en contra de los criterios de su dirección. También estallarían huelgas
generales y parciales por todo el país (Zaragoza, Valencia...). En ellas, los
nuevos organismos revolucionarios jugarían un papel fundamental que hacía
prever la importancia que adquirirían en los meses siguientes.
La derecha
también aprovechaba el momento. Se convocaron concentraciones en una serie de
lugares estratégicos, como en El Escorial y Covadonga. Estas movilizaciones
pretendían organizar una base social para la reacción derechista. Sin embargo
las concentraciones serían contestadas con sendas huelgas generales en Madrid y
Asturias que las desbarataron. El fracaso era una seria advertencia para la
derecha, de que su ascenso al poder iba a encontrar grandes resistencias en el
movimiento obrero. Éste, lejos de estar derrotado tras las elecciones del mes
de noviembre de 1933, se encontraba, pocos meses después, más fuerte y
radicalizado que en el período anterior de colaboración republicano-socialista.
La reacción
tenía que apoderarse del poder para aplastar al revitalizado movimiento
revolucionario, antes de que fuera demasiado tarde. El gobierno radical de
Semper entró en crisis. Pocos días después se formaba un nuevo gabinete, con la
presencia de cinco ministros derechistas, tres de Acción Popular y dos
Agrarios. Los planes de la derecha estaban en marcha. Si la provocación quedaba
sin respuesta, si el temor de los dirigentes socialistas conseguía sofocar
cualquier reacción, el camino hacia el poder quedaría completamente abierto
para la reacción. Si por el contrario, el movimiento obrero respondía, aislado
del campesinado por la derrota de primavera, sería aplastado por los
cuerpos de seguridad del Estado.
Todo el
aparato de la reacción estaba en marcha para evitar que el movimiento
revolucionario pudiese triunfar, frente a la provocación que se avecinaba. Se
produjeron detenciones de militantes, cierre de locales, confiscaciones de
armas, maniobras militares... El choque entre la reacción y la revolución
estaba a punto de producirse.
2.6 LA GRAN PRUEBA DE LAS ALIANZAS OBRERAS. LA INSURRECCIÓN DE OCTUBRE.
El miércoles
3 de Octubre era nombrado el nuevo gobierno de Lerroux. Sin embargo, para ganar
tiempo, la decisión se haría saber al día siguiente. El Jueves 4, al saberse la
noticia, se iniciaron las movilizaciones revolucionarias.
2.6.1 La insurrección de Catalunya. La Alianza Obrera subordinada al gobierno de la Generalitat.
El éxito o
el fracaso en Catalunya iba a ser decisivo para la acción del movimiento
revolucionario en el resto del Estado. Catalunya contaba con el sector más
concentrado, y con una mayor tradición combativa, del proletariado español.
El martes
día 2, la Alianza Obrera había hecho un llamamiento a todos los trabajadores de
Catalunya, para que estuvieran alerta ante los acontecimientos que iban a
desencadenarse. El choque entre la revolución y la contrarrevolución era ya
sólo cuestión de horas. El mismo martes, una manifestación convocada en
Barcelona era disuelta por los guardias de asalto de Dencás. La actitud hostil
al movimiento revolucionario de la Generalitat quedaba al descubierto.
El jueves 4,
la Alianza proponía a la CNT un Frente Único contra la provocación del nuevo
gobierno. La dirección faísta rehusaría. Posteriormente se celebró una asamblea
a la que asistieron las delegaciones de las Alianzas locales de toda Catalunya,
para analizar la marcha de los acontecimientos. Aquella misma noche, una
representación se entrevistaría con el gobierno de la Generalitat para exponer el punto de vista de la Alianza. Se había convocado una huelga general para el día siguiente. Los dirigentes de la Alianza manifestaron que la acción no iba dirigida contra la Generalitat, sino contra el nuevo gobierno de Lerroux, que pretendía no solo aplastar al
movimiento revolucionario, sino también acabar con las libertades nacionales de
Catalunya. La Alianza Obrera consideraba que, desde este punto de vista, ambos
organismos eran aliados.
El viernes 5,
estallaba la huelga general. Solo siete meses antes, se había convocado otra
con éxito en toda Catalunya, sin embargo ésta no había arraigado en la
ciudad de Barcelona por la oposición anarquista. En esta ocasión el
cumplimiento de la huelga fue completo, y la oposición de la dirección de la CNT sería desbordada por las masas revolucionarias catalanas. El pánico invadió a los
dirigentes de la Generalitat ante tal expresión de fuerza. Por la tarde del
mismo día desfiló por las Ramblas una gigantesca manifestación, convocada por la Alianza Obrera, exigiendo la proclamación de la República Catalana y armas para defenderla (21). El movimiento revolucionario crecía por momentos.
En las
comarcas catalanas, la Alianza Obrera asumió la dirección del movimiento que se
estaba desatando. En muchas poblaciones los aliancistas locales proclamaron la
dictadura del proletariado, o el comunismo libertario.
A partir de
este momento, la tensión entre el gobierno de la Generalitat, temerosa de ser desbordada, y la Alianza Obrera, que se iba convirtiendo en un poder real, iría en aumento. Dencás conminó a los revolucionarios para que
disolvieran las milicias, y para que fueran interrumpidas las requisas de armas
y de vehículos Las órdenes serían desobedecidas. La Alianza Obrera ocupó el Palacio del Fomento del Trabajo e instaló en él su puesto de mando.
Los choques armados entre los guardias de asalto y los escamots dirigidos por
Dencás, y las milicias revolucionarias empezaron a producirse espontáneamente
en las calles de Barcelona.
Por la tarde
diez mil milicianos obreros desfilaron por el centro de la ciudad, pese a la
prohibición de la Generalitat. La Alianza se enfrentaba a un dilema, la
revolución necesitaba de las armas que estaban en manos de la policía y de los
"escamots", intentar conseguirlas significaba enfrentarse con sus
aliados circunstanciales. La Alianza consideró que el enfrentamiento con la Generalitat solo podía provocar el hundimiento de la insurrección, por lo que prefirió evitar
las provocaciones y esperar el momento adecuado.
El
presidente Companys se enfrentaba a un triple dilema, rendirse, reprimir la
insurrección o ponerse al frente de ella para frenarla después. Las dos
primeras significaban su liquidación política, por lo que se escogería
finalmente la tercera opción. El gobierno catalán pretendía frenar el
movimiento revolucionario gracias a la posición seguidista que había
adoptado la Alianza Obrera, y simultáneamente esperaba poder utilizar la tensa
situación existente, para negociar con Madrid, el freno de la insurrección a
cambio de nuevas competencias (22).
La presión
insostenible del movimiento que empezaba a desbordar a la Generalitat e incluso a la misma Alianza Obrera, empujó a Companys a buscar una salida que
"salvara el honor" del gobierno catalán, y que impidiera a los
revolucionarios tomar el relevo político que ansiaban.
El sábado 6,
Companys proclamaba el "Estado catalán dentro de la República Federal Española". La proclamación sería sólo un símbolo. Los diez mil hombres
con los que contaba el gobierno de la Generalitat, entre los guardias de asalto y los escamots de Dencás no ofrecerían ninguna
resistencia seria, a los escasos quinientos soldados que el general Batet sacó
a la calle para hacerse con el control de la ciudad (23). El dato de la escasez
numérica de las tropas que intervinieron en el conflicto refleja también las
dudas de los mandos militares en la fidelidad de los soldados frente a la insurrección
popular. Tampoco las milicias revolucionarias, desarmadas y a la
espectativa, pudieron ser un serio obstáculo para el ejército.
La
insurrección, victoriosa en algunas poblaciones de Catalunya se hundiría
rápidamente ante las noticias del fracaso de Barcelona. Los revolucionarios
apenas pudieron reaccionar, era demasiado tarde, el movimiento ya estaba herido
de muerte. La sublevación había sido entregada sin apenas ofrecer resistencia.
La huelga perduraría hasta el martes, día en el que se iniciaría la vuelta al
trabajo.
La Alianza Obrera catalana responsabilizó al abstencionismo cenetista como uno de los
causas principales de la derrota. La actitud sectaria de la CNT fue, sin duda alguna, un factor importante en el aplastamiento de la revolución, pero no
puede considerarse que fuera decisiva. La hegemonía del anarquismo en el
movimiento obrero catalán presentaba grandes grietas, por lo menos en aquellos
momentos. En el mes de Marzo había estallado una huelga exitosa en la mayor
parte de Catalunya, sin que se diera la participación anarquista. En
Octubre la movilización fue total, la dirección de la CNT y de la FAI habían quedado al margen de los acontecimientos, y sin embargo numerosos
militantes anarquistas participaron en la insurrección, obedeciendo las
consignas que había marcado la Alianza. Existe un dato irrefrutable para comprender que, durante la breve insurrección de Octubre, la minoritaria Alianza
Obrera catalana, había desplazado a los anarcosindicalistas de la dirección del
movimiento. Durante la huelga general, toda la prensa, incluida la misma
"Solidaridad Obrera" y los periódicos próximos a las posiciones
políticas de la Generalitat, dejaron de publicarse. Sólo el Boletín de la Alianza pudo salir a la calle (24).
La línea
seguidista frente a la Generalitat, mantenida por la Alianza Obrera, fue un factor mucho más importante que el de la actitud de la dirección
de la CNT. Pese a las presiones procedentes de las bases, los dirigentes
de la Alianza no se atrevieron a romper con las autoridades autonómicas, en los
momentos decisivos. La postura de la Alianza está explicada por Maurín,
dirigente del BOC: el éxito solo era posible sosteniendo al gobierno catalán en
los momentos en los que vacilaba. La Alianza esperaba el agotamiento político
del gobierno de la Generalitat, para tomar el relevo en la dirección del
movimiento. Sin embargo, la dirección política estaba ya en manos de la Alianza. La actitud de espera sería fatal para el movimiento revolucionario, porque
permitió a los dirigentes catalanistas maniobrar y evitar que el desbordamiento
pasara por encima de ellos y les aplastara. La actitud de Companys y del
gobierno de refleja que la Generalitat temía más a la revolución que al
nuevo gobierno derechista que se había instaurado en Madrid. Mientras reprimía
y provocaba a los revolucionarios en la medida de sus posibilidades, buscaba la
negociación con la derecha en el gobierno, esperando sacar sus ventajas de la
situación (25).
Como
historiadores, no nos sirve especular, sobre si una actitud más decidida de la Alianza Obrera, hubiese asegurado o no el éxito. Sin embargo, parece cierto que su actitud
condenó al movimiento a permanecer a la expectativa en los momentos decisivos,
hasta que ya fue demasiado tarde para reaccionar. Dos años más tarde, en
julio de 1936, las masas revolucionarias pasarían por encima de la Generalitat y asaltarían los cuarteles para apoderarse de las armas. Éste hecho marcaría
entonces, el triunfo revolucionario en Catalunya.
Munis
reprocha en su obra a la Alianza Obrera catalana, su seguidismo ante la Generalitat, que mantenía cerrados los locales de la CNT y perseguía a sus militantes. Las
buenas relaciones de la Alianza con el gobierno catalanista fueron, sin
duda alguna, un serio obstáculo para el acercamiento de los
anarcosindicalistas al movimiento revolucionario (26).
La actitud
de éstos, durante los acontecimientos, no fue siempre la misma, sino que varió
según el momento. Munis vuelve a señalar lo que él considera como dos graves
errores políticos de la Alianza ante los anarquistas. La convocatoria de la Huelga general del día 4 había sido aceptada por la Regional Catalana de la CNT. La actitud de la dirección reflejaba la presión de las masas
revolucionarias. Los libertarios exigían la reapertura de sus sindicatos y la
creación de comités de barricada para dirigir la insurrección. La primera
condición de los cenetistas no fue recogida por la Alianza Obrera en su programa, hasta que no fue exigida por la dirección de la CNT. La segunda condición, la de los comités de barricada fue desatendida, tras las
expectativas de una posible alianza con el gobierno de la Generalitat (27).
La misma
postura de la Alianza permitiría a los dirigentes anarquistas justificar su
abstencionismo frente a la insurrección.
"En efecto, ya desde el día 4 de octubre, los escamots... y las fuerzas de
la policía no encontraron nada mejor que encarcelar a los libertarios más
conocidos y disparar sobre los obreros de la CNT para obligarles a cesar el trabajo. Estuvieron secundados en esta tarea por la pequeña Alianza obrera,
receptáculo de todos los adversarios de la Confederación..., imaginándose que había sonado la hora de aniquilar a su poderosa
rival" (28).
2.6.2 La huelga general de Madrid. Las limitaciones de la Alianza Obrera, bajo la hegemonía socialista.
El peso
político aplastante del PSOE en la Alianza Obrera madrileña, impidió que ésta pudiera convertirse en un verdadero organismo revolucionario.
La crisis
que desembocó en los hechos del mes de Octubre fue larga. Sin embargo, los
preparativos de la insurrección, amenaza constante de los dirigentes
caballeristas contra las tentaciones totalitarias de la derecha, fueron
escasos o inexistentes. La Alianza Obrera, destinada a ser el órgano de la
insurrección, según el Partido Socialista, fue mantenida durante todo el
período en el ostracismo político (29). Los socialistas no querían la
revolución, sino obligar al presidente de gobierno y a la burguesía a
recapacitar en su tentación de llevar a la CEDA al poder.
El día 2 de
Octubre, los delegados socialistas hicieron saber a la Alianza Obrera, la decisión de llamar a la insurrección, en el momento en el que Acción
Popular y los Agrarios entraran a formar parte del nuevo gobierno. De esta
forma, la Alianza se encontraba ante la política de hechos consumados del PSOE.
El día 4, al
hacerse público la composición del nuevo gobierno, los socialistas comunicaron
a la Alianza, la orden de huelga general pacífica. Sin embargo, la
convocatoria sería interpretada por los trabajadores como un ardid
político de sus direcciones. Las masas se lanzaron a la calle en espera del
armamento prometido. Antes de acabar el día la huelga general era completa en
todo Madrid.
La actitud
del gobierno fue de pánico y de dudas ante la multitud. Lerroux solo contaba
con la guardia civil y los guardias de Asalto, como cuerpos de choque seguros
frente al movimiento revolucionario. Se dudaba de la actitud de los soldados en
un enfrentamiento contra la población. Se dieron numerosos casos de adhesión de
grupos de soldados a la Alianza Obrera. Munis cita que la guarnición de la
glorieta de Cuatro Caminos aseguró que estaba dispuesta a pasarse al lado de
los revolucionarios, si era atacada . También cita la adhesión de numerosos
guardias civiles de la guarnición del Ministerio de la gobernación (30). Es de
suponer que estos ejemplos no eran una excepción y de que éste era un ánimo
bastante generalizado en una tropa, mayoritariamente campesina.
Los días
pasaban y las armas prometidas por la dirección socialista, no llegaban.
La actitud tímida de los cuerpos policiales fue cobrando seguridad a medida que
pasaba el tiempo y la insurrección no se producía. Simultáneamente la
desesperación y el desánimo empezaron a cundir entre la población.
El Partido
Socialista se oponía a la insurrección. Solo individuos aislados o pequeños
grupos mal armados se enfrentaron con la policía y la guardia civil. El
único intento estallaría en el cuartel de la Moncloa, donde algunos grupos impacientes intentaron asaltar el puesto militar. Poco después, varios miles de
trabajadores rodeaban a la guarnición. Sin embargo, estaban escasamente
armados y pudieron ser rechazados por la oficialidad, sin demasiadas
dificultades (31).
A medida que
el tiempo transcurría los cuerpos policiales incrementaron las detenciones y el
asalto a los locales obreros, cada vez más seguros de que la insurrección no
iba a producirse. Las masas en la calle, iniciaron su retirada. La huelga
general se mantendría unánime hasta el 13, día en el que los
dirigentes socialistas dieron la orden de volver al trabajo.
La Alianza Obrera, impedida su democratización por la oposición socialista a convertirla en la
dirección del movimiento (era considerada un órgano insurreccional que no debía
intervenir en las luchas cotidianas de los trabajadores), no jugó ningún papel
en los acontecimientos revolucionarios (32). Planteada la sublevación, siguió
marginada por los socialistas que veían con desconfianza, la posibilidad de
compartir la dirección del movimiento con otras organizaciones minoritarias.
Las milicias
organizadas por el PSOE y el descubrimiento de armas en varios alijo por la
policía en los meses anteriores, prueba que existía armamento y voluntad de las
bases suficiente para la insurrección. Sin embargo, la falta de un plan insurreccional,
la marginación de la Alianza Obrera y la convocatoria de la huelga general
pacífica, demuestra que era la dirección socialista, la que no tenía voluntad
para realizarla.
2.6.3 La insurrección de Asturias. La Alianza Obrera: De Frente Único a órgano del poder revolucionario.
En Asturias,
la insurrección se inició desde los primeros momentos, apenas conocido el
nombramiento del nuevo gobierno.
La Alianza Obrera asturiana era el único organismo de Frente Único que agrupaba
a todas las organizaciones obreras de la región, sin excepción. La regional
asturiana de la CNT, en manos de los treintistas, formó la Alianza a partir de un pacto establecido con la UGT, al que se adhirieron los partidos
políticos. El PCE, con una fuerte presencia en algunas áreas, se había
integrado en la Alianza en vísperas de la insurrección. La conformación de la
unidad de todas las organizaciones le daba al movimiento algo más, que la suma
aritmética de los miembros que componían la Alianza, les daba la seguridad de que la unidad hacía que el triunfo fuera posible.
El
anarcosindicalismo, aunque con menor peso que la UGT en la región, era un contrapeso importante a los socialistas. Esta circunstancia no existía en Madrid, donde
el Partido Socialista era hegemónico, frente a las pequeñas organizaciones que
componían la Alianza.
El
desarrollo de los acontecimientos revolucionarios fue diferente a como éstos se
desarrollaron en Madrid y en Catalunya. Sin embargo, la actitud del PSOE, organización
mayoritaria, fue la misma, como correspondería a una organización
centralizada. La oposición a convertir a las Alianzas en verdaderos organismos
democráticos, para reducirlas a meros comités de enlace, sería similar. Sería
la insurrección de los mineros asturianos lo que colocó a la Alianza en el centro político de la situación y acabó convirtiéndola en el verdadero centro
de poder.
Como en
Madrid, los dirigentes socialistas, hicieron el llamamiento a la huelga general
pacífica, marginando a la Alianza (33). La orden se convirtió rápidamente, en
una llamada a insurrección, que se iniciaría en la noche del 4 al 5 en
toda la cuenca minera. En Oviedo, el movimiento, controlado por los
dirigentes socialistas del Comité revolucionario, adquirió un carácter
huelguístico. Solo la llegada de los mineros, al día siguiente por la
tarde, permitió que la huelga se convirtiera en una insurrección
victoriosa. En Gijón, la desconfianza entre socialistas y libertarios, permitió
que las fuerzas gubernamentales tomaran la iniciativa y controlaran la
situación.
Incomprensiblemente, el día 5 no se dio la orden de huelga general, que en el
mismo momento, en otras localidades de la región, daba lugar a los primeros
enfrentamientos. Cuando intentaron reaccionar, la fuerza pública, controlaba
por completo la situación en la ciudad.
Los mineros,
con escasas armas y con la tradicional dinamita, se enfrentaron y aplastaron a
los destacamentos de la guardia civil y de los guardias de asalto, que se
encontraban en sus poblaciones. Dado el cariz que estaban tomando los
acontecimientos, los militares se encerraron en sus cuarteles,
atemorizados por el posible contagio revolucionario de los soldados, si éstos
salían para enfrentarse a la población. Las principales localidades de la
región, Langreo, Mieres, Sama, La Felguera, Pola de Lena Olloniego,... pronto
estuvieron en manos de los revolucionarios.
La caída de
la fábrica de cañones de Trubia (aunque los proyectiles no disponían de
espoleta), la de fusiles de La Vega y la de dinamita de Manjoya, junto a las
armas arrancadas a la guardia civil, permitieron improvisar un verdadero
ejército revolucionario. El armamento conseguido, mantuvo Asturias en poder de
los revolucionarios durante medio mes, después de que el movimiento
hubiera fracasado en el resto de España. Se hicieron verdaderos alardes de
creatividad para defender la revolución. En tan corto espacio de tiempo, se
construyeron trenes y camiones blindados (en las planchas figuraban,
entre otras, las siglas de UHP, Unión de Hermanos proletarios); se llegó
incluso a fabricar combustible a base de carbón, para solucionar la falta de
gasolina con la que se encontraban los revolucionarios (34).
Una vez
vencido el movimiento en el resto del estado, la revolución asturiana estaba
condenada a la derrota. Tres columnas militares entraron por tierra, mientras
que tropas legionarias del Tercio y de Cazadores de Africa desembarcaban
el día 10, en Gijón que se mantenía en manos del gobierno. Mal armados y
con escasas municiones, los mineros resistieron todavía, pueblo por pueblo,
durante varios días a una fuerza de más de 40.000 hombres, bien armados y
apoyados por la aviación.
Durante todo
este tiempo, los mineros estuvieron convencidos de que la insurrección había
triunfado en toda España, y desoyeron la propaganda gubernamental,
considerándola como un intento de desmoralización (35). El día 11, el Comité
provincial, consciente del fracaso en el resto del país, decretó el final
de la insurrección y sus miembros abandonaron sus puestos. El pánico se
contagió a numerosos Comités Locales. La deserción fue seguida de la formación
de nuevos comités que se encargaron de dirigir la resistencia. Los antiguos dirigentes,
detenidos por los mismos trabajadores, fueron en muchos casos devueltos a sus
antiguos puestos.
El día 18,
tras una entrevista con el general López Ochoa, el Comité Provincial ordenó
terminar con la insurrección, tras un acuerdo por el que las tropas marroquíes
y los legionarios irían en la retaguardia de las tropas gubernamentales. La
represión, el saqueo y las violaciones, los fusilamientos y la tortura fueron
la respuesta del gobierno y de los militares contra la población asturiana que
había apoyado masivamente la insurrección.
Además de
los aspectos insurreccionales, hay otros elementos muy importantes en estos
hechos, que serían un valioso precedente para la experiencia
revolucionaria de la guerra civil, dos años más tarde:
1) La conciencia de los obreros revolucionarios. Los trabajadores que no
estaban en el frente, estaban en los centros de producción, para satisfacer las
necesidades de los combatientes. Las minas y las fábricas fueron respetadas.
Existía una clara conciencia de que todo iba a ser necesario después del
triunfo de la revolución.
2) El funcionamiento de los comités por toda la Asturias revolucionaria. Las Alianzas Obreras locales se convirtieron en la estructura del
poder revolucionario, ocupando las antiguas alcaldías y sustituyendo al antiguo
aparato del Estado. Los comités revolucionarios, formados por miembros de todas
las tendencias obreras, organizaron la vida cotidiana de las poblaciones,
formaron patrullas obreras para impedir los saqueos e incautar las armas que no
estaban bajo su control, crearon tribunales revolucionarios para juzgar a los
elementos más destacados de la reacción, se preocuparon del abastecimiento de
las poblaciones, estructuraron una sanidad popular y organizaron milicias para
combatir en el frente. La diversidad de formas que adoptaron los comités
locales, se debió al predominio de una u otra tendencia en las diferentes
poblaciones.
Los
libertarios abandonaron en la práctica sus tesis antiestatalistas para construir
la dictadura del proletariado:
"Los militantes libertarios se transformaron de este modo en gobernantes,
en policías, en oficiales o en jueces. Los medios de producción fueron
colectivizados casi en todas partes, abolida la propiedad privada y suprimida
la moneda" (36).
Los comités
revolucionarios se convirtieron en el embrión del Estado Obrero. Las Alianzas
locales mostraron una clara tendencia a su "sovietización".
Especialmente ante la huída de los primeros comités, en la noche del 11 al 12
de Octubre.
3) La relación entre los obreros revolucionarios y el campesinado. Tras algunos
intentos de requisa, se acordó buscar un acuerdo con los campesinos, mientras
la revolución no resolviera el problema de la tierra y la entregara en usufructo
a los que la trabajaban. Los campesinos entregaron sus productos a los comités,
a cambio de otros que ellos necesitaban. Los revolucionarios habían comprendido
que las requisas forzosas solo habrían servido para entregar al campesinado a
la reacción.
4) La victoria de los revolucionarios sobre un ejército disciplinado y bien
armado. El entusiasmo y el convencimiento de los mineros por su causa superaron
con creces sus propias limitaciones (falta de disciplina,
desorganización) frente las ventajas del ejército tradicional. Los trabajadores
solo fueron vencidos, tras medio mes de lucha, por el aislamiento en el
que se encontraba la insurrección asturiana.
Las
represalias contra el movimiento revolucionario en toda España fueron inmediatas.
en Asturias hubo 3.000 muertos en combate y 3.000 en los asesinatos posteriores
(37). Los Consejos de Guerra se encargaron de la represión legal, dictaminando
numerosas penas de muerte contra los revolucionarios y contra dirigentes
socialistas y catalanistas. Hubo además 30.000 detenidos y numerosos
despedidos en los centros de trabajo. Las Casas del Pueblo y los locales
sindicales fueron clausurados, la prensa obrera fue prohibida, la autonomía
catalana suprimida y los militares más reaccionarios colocados en puestos
clave.
Sin embargo,
los hechos de Octubre habían herido de muerte el proyecto de la reacción. La
derecha había acertado en sus previsiones sobre cual iba a ser la actitud de
los líderes socialistas, pero no habían contado con el grado de radicalización
de las masas, que había desbordado en muchos lugares a sus dirigentes. El
Partido Socialista había llamado a una huelga general pacífica, y sin embargo,
en Asturias la movilización se había convertido en una auténtica insurrección
armada, mientras que en otros lugares habían podido contener a las masas con
grandes dificultades. El movimiento, lejos de haber sido aplastado, volvió a
entrar rápidamente en ebullición.
En Marzo de
1935 estallaría de nuevo la crisis del gobierno. La CEDA abandonó el gobierno por su negativa a aceptar la conmutación de las penas de muerte
contra los dirigentes asturianos. Lerroux temía que la aplicación de las
sentencias, convirtiera a los revolucionarios en mártires y que lejos de frenar
al movimiento revolucionario, lo acentuaran. Gil Robles pretendía utilizar la
represión para desmantelar a las organizaciones obreras y para consolidar un
gobierno fuerte.
En Mayo, la CEDA volvía al gobierno, con Gil Robles como ministro de la Guerra. Pero el nuevo gobierno dividiría todavía más a la derecha, los monárquicos de
Calvo Sotelo acusaron a Gil Robles de traidor por haber aceptado la República. En el mes de Octubre de 1935, a la división de la derecha se unirían una
serie de escándalos financieros que debilitaron al gobierno y aceleraron su
crisis. La CEDA se negó a aceptar los nuevos presupuestos estatales, provocando
la dimisión del gabinete. Gil Robles reclamaría la presidencia, tras diversas
deliberaciones, el presidente Alcalá Zamora rechazó la petición y decidió
la convocatoria de elecciones para el 16 de Febrero del año siguiente.
2.7 LA RECOMPOSICIÓN DE LAS FUERZAS REVOLUCIONARIAS.
La
revolución de Octubre había mostrado las ventajas del Frente Único Obrero, pero
también había mostrado sus limitaciones. No era suficiente la unidad de los
trabajadores para vencer, hacía falta una dirección revolucionaria que
organizase al movimiento y lo dirigiese hacia la victoria.
Las Alianzas
que habían funcionado como un acuerdo político entre las direcciones de
las distintas organizaciones obreras, pero que no lograron
democratizarse, habían demostrado en la práctica, que no eran ni un verdadero
Frente Único, ni el embrión del poder revolucionario.
El
anarcosindicalismo seguía siendo hostil hacia cualquier tipo de frente único.
La actitud de la Alianza Obrera catalana en Octubre tampoco había ayudado
a su aproximación. Sin embargo, el impacto de lo sucedido, especialmente en
Asturias, había abierto una brecha en la actitud aislacionista de la CNT y de la FAI y muchos militantes se mostraban partidarios de revisar su actitud
tradicional para iniciar una aproximación a las restantes organizaciones
obreras, en especial a la UGT. Sin embargo, los socialistas abandonaron
cada vez más, cualquier referencia a las Alianzas, para pasar a hablar de la
unidad en "el partido único de la clase obrera". El PCE también
abandonó el proyecto, al que se había adherido en el último momento,
porque en ellas se encontraba el PSOE, y empezó a constituir Comités de Enlace
Antifascistas. Solo los bloquistas y los trotskistas siguieron defendiendo la
necesidad del Frente Único y de las Alianzas Obreras. A partir de 1935, las
Alianzas entraron en un proceso de decadencia hasta llegar a su total
desaparición.
2.7.1 El debate sobre el Partido Revolucionario.
El debate
iba a enfrentar las diferentes concepciones que tenían los partidos obreros. El
futuro Partido Revolucionario sería el fruto de la fusión de las
diferentes organizaciones, o el resultado de la clarificación y diferenciación
política de éstas.
La
radicalización de las bases socialistas se reflejaba en los discursos de sus
dirigentes izquierdistas al proclamar la necesidad de convertir al PSOE en un
verdadero Partido Revolucionario. La unidad política del proletariado era
esencial para la victoria de la revolución. El caballerismo consideraba
que, dado que la inmensa mayoría de las fuerzas que se reclamaban del marxismo
se agrupaban en el seno del Partido Socialista, la unificación solo podría
realizarse con la integración de los pequeños grupos (PCE, BOC e ICE) en
él. Conseguida la unidad política y la unificación sindical con el anarquismo,
el triunfo de la revolución vendría por si solo (38).
En las bases
socialistas iba en aumento el rechazo hacia la política tradicionalmente
reformista del Partido, que los había llevado a colaborar en el pasado,
con la dictadura del general Primo de Rivera, y con los republicanos
posteriormente. Durante 1934 y 1935, numerosos dirigentes de las
Juventudes o del PSOE, como Federico Melchor o Santiago Carrillo
llamaron a las organizaciones comunistas antiestalinistas, trotskistas y
bloquistas, a integrarse en el partido para "bolchevizarlo" (39).
Algunos
incluso se declararían partidarios de la creación de una nueva Internacional,
que debería construirse sobre las cenizas de la Segunda y de la Tercera.
Mientras
tanto, a nivel internacional y con el informe de Dimitrof en el VII Congreso de
la IC, los partidos comunistas darían un giro político completo a sus
anteriores posiciones. Los Partidos Socialistas dejaban de ser traidores para
convertirse en organizaciones hermanas, con las que era necesario iniciar un
proceso de unificación.
El cambio de
política se debía a las nuevas necesidades de la política exterior del
Kremlin. Era necesario acercarse a Gran Bretaña y a Francia, para construir un
frente que neutralizara los avances del fascismo en Europa y el peligro de
agresión militar. Para ello había que ofrecer garantías de que la URSS y las secciones de la Komintern, no sólo no estaban dispuestas a iniciar ninguna
revolución, sino que por el contrario estaban dispuestos a frenarla.
La división
interna del PSOE permitió que el acercamiento no se hiciera con el partido en
su totalidad, sino con la fracción izquierdista dirigida por Largo Caballero.
Sin embargo sus condiciones pretendían que "el Partido Unificado" no
fuera otro que el mismo PCE, bajo el férreo control de la Komintern (40).
La
unificación del PSOE y del PCE era, en estas condiciones, imposible. Sin
embargo, esta bandera sería utilizada por las dos organizaciones. Los
caballeristas en su lucha contra el ala derecha del partido, a la que acusaban
de enemiga de la unidad revolucionaria del proletariado. El PCE para disputarle
al PSOE su propio espacio político (41).
Las
organizaciones comunistas antiestalinistas, el BOC y la ICE, rechazaron la invitación de entrar en el PSOE para transformarlo en una
verdadera organización revolucionaria. Ambos grupos desconfiaban de sus
posibilidades y temían que la entrada, provocara su disolución política
en el seno del Partido Socialista. La creación de un verdadero Partido
Revolucionario sólo sería posible a partir de la escisión de los miembros
sinceramente revolucionarios de la Izquierda Socialista y de un proceso de fusión de las diferentes organizaciones (42).
La experiencia
de las Alianzas Obreras, en las que ambos grupos habían mantenido una estrecha
colaboración había acercado sus posiciones políticas. El acercamiento del BOC y
de la ICE se daba en un momento de progresivo alejamiento de esta última de las
posiciones de Trotsky y del Secretariado Internacional, que defendían la opción
"entrista" en el PSOE para trabajar desde dentro por la escisión, que
permitiría dotar a la Izquierda Comunista de una base de masas.
A finales de
enero de 1935, el BOC presentó una encuesta a las demás organizaciones que se
declaraban marxistas en Catalunya para que éstas se definieran sobre la unidad
política, sindical y de acción. Los resultados de la encuesta y el debate
iniciado con ella, serían el inicio del proceso de fusión entre la ICE y el BOC, que sería considerado por éstas, como el primer paso dado en la creación del
gran Partido Revolucionario estatal. La nueva organización tendría que
convertirse en un polo de atracción para las bases izquierdistas del PSOE. La
fusión de ambos grupos fue en realidad una absorción, donde la ICE, minoritaria, acabó por aceptar la mayor parte de las posiciones políticas del BOC (43).
El 29 de Septiembre de 1935, se constituía el Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM).
El proceso
unificador también alcanzó al anarcosindicalismo. El acercamiento de los
treintistas, se dio en un proceso que culminaría en mayo de 1936, en el
Congreso de Zaragoza, donde los sindicatos de la oposición volvieron a
incorporarse a la CNT.
En Octubre
de 1935, el PCE propuso además de la fusión con los caballeristas, el
desarrollo de las Alianzas Obreras, la creación de un Bloque Popular
Antifascista y la entrada de la pequeña CGTU en la UGT. La segunda propuesta, el desarrollo de las Alianzas, no se planteaba desde una
perspectiva revolucionaria, sino como un paso hacia la formación del Bloque
antifascista, que contenía ya la esencia del futuro Frente Popular: la
colaboración con los republicanos, y la supeditación de las organizaciones
obreras a un programa moderado que hiciera posible la Alianza con la burguesía "democrática y antifascista".
Aunque la fusión entre el PSOE-PCE pronto iba a quedar frenada.
El abandono
del BOC y de la ICE del trabajo en el seno del socialismo, facilitaría al
Partido Comunista, fusionar en Mayo de 1936, a sus juventudes, las UJC (5.000 afiliados) con las JSE (80.000), después de ganarse a su cúpula dirigente.
Las nuevas Juventudes Unificadas (JSU), se adhirieron a la III Internacional, permitiendo al PCE contar con una base de masas en vísperas de la guerra
civil.
La fusión de
la pequeña central sindical CGTU comunista, con la UGT socialista no tuvo los mismos resultados. Los caballeristas siguieron controlando la UGT.
El resto de
las organizaciones catalanas que se reclamaban del marxismo (PCC, PCP, USC,
PSOE), después de la aparición del POUM, mantuvieron sus comités de
enlace, pero la heterogeneidad de sus posiciones políticas impidió cualquier
intento unificador.
Solo el
inicio de la guerra y la aparición de un movimiento revolucionario triunfante,
dirigido por el anarcosindicalismo, que les amenazaba con la marginación,
provocó el proceso de unificación. El 21 de Julio de 1936 aparecía el partido
Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) que se adhirió, como las JSU, a la Internacional Comunista.
2.7.2 Las organizaciones obreras y el Frente Popular.
La represión
posterior a los hechos de Octubre llegó también a los dirigentes
republicanos, a pesar de que se habían mostrado hostiles o expectantes. La
represión les permitiría recuperar parte del prestigio perdido ante las clases
medias. Azaña fue juzgado, encarcelado y acusado de promover una revolución a
la que se había opuesto con todas sus fuerzas. Sin embargo, los republicanos
siguieron sin tener una verdadera base social.
El punto
cumbre de la recuperación republicana se dió en la concentración de Comillas.
Sin embargo, en este acto esta ya latente, la futura ruptura que pronto iba a
producirse entre las masas radicalizadas y los dirigentes republicanos:
"Ciertamente, la contradicción entre lo que Azaña decía y lo que la
inmensa mayoría de sus auditores quería se hizo palpable cuando al terminar
<<miles y miles de puños cerrados se levantaron>> sin que Azaña
devolviera el saludo" (44).
En el seno
del Partido Socialista, la derecha y la izquierda hicieron una interpretación
distinta de la frustrada revolución de Octubre. Prieto, que había estado
exiliado en París, conseguiría en la reunión del 20 de Diciembre de 1935, que la Ejecutiva del partido aceptara la renovación de la coalición de 1931. Prieto, defensor
a ultranza de la República y enemigo de cualquier tentación
revolucionaria, acusó en esta reunión, a la Izquierda Socialista de locura criminal. Para los socialistas moderados, solo una renovación
de la Alianza podría evitar que la República fuera destruida.
Largo
Caballero, rechazaba cualquier intento de volver a la situación de dicho
período. La experiencia había traído el triunfo de la reacción. Sin
embargo, a partir del acto republicano de Comillas, donde se habían concentrado
400.000 personas, el caballerismo experimentaría una evolución, y
acabaría aceptando una nueva coalición. El apoyo al Frente Popular quedaría
condicionado: la Alianza sería puramente electoral y temporal. Los socialistas,
frustrando los deseos de Prieto, no formarían parte del futuro gobierno y
se limitarían a apoyarlo para que cumpliera su programa mínimo, como un
paso necesario hacia la toma del poder por los trabajadores (45).
Durante 1935, la teoría caballerista de la inminencia de la revolución
experimentaría una evolución. Del "inmediatismo revolucionario" se
pasaría a aceptar la existencia de un período intermedio, la etapa de la
"revolución democrática". Durante el período intermedio, los
socialistas deberían prepararse para tomar el poder, pero también tendrían que
apoyar a la burguesía avanzada contra la resistencia de los restos feudales
(46). Pese a la fraseología radicalizada, el caballerismo carecía de propuestas
concretas, por lo que estaba condenado a adoptar una actitud pasiva, prestando
su apoyo o adaptándose en cada momento, a la política más sólida, de las
otras corrientes.
El punto más
importante de la nueva política de los partidos comunistas era el llamamiento a
la construcción de amplios Frentes Populares, que incluyeran a todas las clases
y sectores antifascistas. Para ello, era necesario abandonar cualquier objetivo
socialista que pudiese "asustar a las clases medias" o a la
pretendida "burguesía democrática". El PCE defendía la necesidad del
Frente Único Obrero, bajo la forma de Alianzas Obreras, pero supeditado
al programa moderado, de colaboración de clases del Frente Popular.
"El posterior cambio de interpretación de las alianzas obreras,
históricamente injustificado, en el sentido del pacto de Frente Popular con las
clases medias o con la pequeña burguesía..."
(47).
Ya unos
meses antes del VII Congreso de la IC, el programa del PCE había experimentado
una importante moderación que lo acercaba a los planteamientos de los
republicanos (48). Durante todo el período siguiente, el PCE se declaró como el
defensor más fiel de la República, en su fase de revolución "democrático
-burguesa". En Abril de 1935 siguiendo el ejemplo del PCF llamó a la
formación de un Bloque Popular Antifascista. La unidad antifascista tomaba el
carácter defensivo, frente a la represión del gobierno derechista que aunque afectaba
a las organizaciones obreras, también se cernía sobre los grupos republicanos
de "izquierda" (49).
El
llamamiento del PCE, conseguiría cristalizar gracias a la convocatoria de
elecciones en Febrero de 1936. El PCE, situándose en la extrema derecha del
Frente Popular, se comprometía a "respetar escrupulosamente el compromiso
contraído" (50).
El apoyo de
todas las tendencias del PSOE, y en mucha menor medida del PCE, a la
nueva alianza con los republicanos, generaría, de forma momentánea entre los
trabajadores grandes ilusiones. Aunque el programa electoral del Frente Popular
era sumamente moderado y no respondía a ninguna de sus aspiraciones, se podía
detener el avance de la reacción derechista recuperando el gobierno para los
republicanos de izquierda. La victoria de la alianza significaría también
conseguir una de las reivindicaciones más sentidas: la amnistía política a
todos los represaliados de Octubre.
En el seno
del anarcosindicalismo, se había abierto camino una poderosa corriente de
opinión que pretendía revisar su tradicional aislacionismo. A pesar de su
desconfianza hacia los partidos, los militantes de la CNT y de la FAI sabían que la actitud de su organización, frente a los hechos de Octubre había
sido un factor que había influido considerablemente en la derrota. Era preciso
detener los avances de la reacción que se ocultaba detrás del gobierno. La
represión no iba dirigida solo contra los partidos obreros, la CNT también era víctima de la represión (sus locales clausurados, su prensa prohibida,
muchos de los 30.000 presos políticos eran militantes libertarios).
La actitud
de la CNT frente a la formación del Frente Popular fue completamente pasiva. No
haría campaña a favor de la bloque electoral, pero tampoco la haría en
contra, lo que equivalía a dar su visto bueno para que sus afiliados votaran
por él. El anarcosindicalismo abandonaba ,una vez más, su tradicional táctica,
pero presa de sus propios prejuicios:
"Una vez más olvidó sus principios sin adoptar, a pesar de ello, una nueva
línea ideológica consecuente; permanecía desorientada en el tortuoso laberinto
del apoliticismo politicómano y de la politiquería antipolítica" (51).
Los
libertarios estaban presos de sus propias contradicciones. Por un lado se veían
obligados a renunciar a su antielectoralismo, por el otro desconfiaban de un
Frente Popular, que no era más que una continuación de la vieja coalición de
1931-1933, que había protagonizado hechos tan sangrientos como el de Casas
Viejas. Sin embargo sus bases ideológicas les impedían participar en las
elecciones, por lo que la CNT se veía condenada a colaborar, pasivamente, con
el Frente Popular.
El POUM
defendía la necesidad de revitalizar las Alianzas Obreras que habían encarnado
la independencia de clase en el período anterior, frente a la constitución
de un bloque de colaboración de clases, como era el Frente Popular. El
POUM criticó el llamamiento del PCE a subordinar el movimiento revolucionario a
la Alianza con los republicanos, en nombre del antifascismo:
"El Frente Popular tal como lo propaga la IC es el contacto orgánico permanente del movimiento obrero y la burguesía liberal... Por medio del Frente
Popular se pierden totalmente las diferencias de clase y se asesta, por lo
tanto, un golpe a la lucha de clases, que es la piedra angular del
marxismo" (52).
Sin embargo,
la inmensa presión causada por las ilusiones de las masas en el Frente Popular,
que estaba apoyado por todas las ,grandes organizaciones obreras. provocó un
brusco viraje en su línea política. El 4 de Noviembre, el POUM propuso al PSOE
y al PCE la formación de una Alianza Obrera Nacional.
Posteriormente haría una nueva propuesta, la coalición obrera discutiría con
los republicanos la posibilidad de un pacto electoral, en la que el punto
principal del programa sería la amnistía política. Ambas propuestas serían
rechazadas. El 15 de Enero, el POUM firmó la constitución del Frente Popular,
alegando que era un pacto puramente electoral y circunstancial para detener a
la derecha y conseguir la libertad de los presos políticos y que habían
sido obligados por las leyes electorales que favorecían a los bloques
electorales. Con la entrada en la coalición, los poumistas pretendían evitar su
marginación política frente al masivo respaldo que recibía el Frente Popular.
Los cambios en su política por temor a la marginación política, sería una
táctica que volvería a repetirse, con resultados nefastos para el POUM, durante
la guerra civil.
De distintas
maneras, todas las organizaciones obreras quedaban supeditadas a la reedición
de la Alianza de 1931.
2.7.2.1 Frente Único Obrero versus Frente Popular. Naturaleza y programa.
El programa
de las Alianzas Obreras, con mayor o menor claridad, reivindicaba la
independencia orgánica y política del movimiento revolucionario frente a los
republicanos. El Frente Popular defendía exactamente lo contrario, las
organizaciones obreras supeditaban su línea política a la defensa de un
programa moderado y liberal, que estaba representado por los republicanos.
El programa
frentepopulista se desarrollaba en ocho puntos. En el preámbulo las
organizaciones obreras se comprometían a apoyar el programa que desarrollaría
el nuevo gabinete. Se defendía el restablecimiento del imperio de la Constitución y la defensa del principio de autoridad del gobierno. Los republicanos dejaban
muy claras cuales eran sus intenciones frente a las tentaciones revolucionarias
de las masas:
"La República que conciben los republicanos, no es una república dirigida
por motivos sociales o económicos de clases... llevar las condiciones morales y
materiales de los trabajadores hasta el límite máximo que permita el interés
general de la producción" (53).
Tras los
eufemismos y el mito del Estado, como árbitro que se sitúa por encima de
las clases sociales, los dirigentes republicanos también dejaban muy claro los
límites de su reformismo: la defensa de la propiedad privada. En una economía
atrasada como era la española y en un contexto de crisis mundial, solo podía
significar el futuro enfrentamiento con las aspiraciones más elementales de las
masas.
Las Alianzas
Obreras habían simbolizado la independencia de los trabajadores frente a
la burguesía republicana liberal. Sin embargo, la falta de
democratización y su funcionamiento burocrático había mostrado sus graves
limitaciones. El proyecto aliancista había quedado arrinconado. Para unos
eran algo anacrónico y superado, otros las relegaban a un futuro indeterminado,
por cuestiones tácticas. Sin embargo y tal como señala Manuel Grossi, por una
extraña ironía de la historia, la victoria del Frente Popular, iba a ser
posible gracias a la Revolución de Octubre, que encarnaba la antítesis de la
colaboración de clases y por lo tanto, las Alianzas Obreras (54).
En los
diferentes puntos se indicaba el rechazo de las propuestas de la Izquierda Socialista sobre la nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los
campesinos, el control obrero de los medios de producción, la nacionalización
de la banca o el subsidio de paro. La indicación propuesta por los socialistas
para dejar claro que sus propuestas habían sido rechazadas, evidenciaban sin
embargo, su capitulación. Se veían obligados a aceptar un programa político que
estaba muy lejos de ser, ni siquiera, el de la "revolución
democrática" que pretendían defender para esta etapa.
La
identificación de fascismo y restos feudales, que hacía gran parte de la
izquierda (olvidando que el fascismo italiano y el alemán eran fenómenos
completamente burgueses) justificaba la aceptación de los partidos obreros de
convertirse en el furgón de cola de los republicanos, y de su proyecto de
modernización del capitalismo español.
El Frente
Popular era un calco de la coalición republicano -socialista de 1931, con la
diferencia de que éste contaba, en esta ocasión, con la adhesión del PCE y del
POUM. Sin embargo, había una diferencia mucho más importante. En 1931 las
ilusiones democráticas de los obreros y del campesinado pobre en la República eran inmensas; en 1936, las expectativas de las masas no se centraban en el Frente
Popular, sino en sus dirigentes que aseguraban la inminencia de la revolución
socialista. Una vez detenida la reacción y agotado el proyecto republicano.
Un programa
tan moderado no podía despertar los temores de la derecha, pero sí la evidente
debilidad del Frente Popular, pese al apoyo prestado por las organizaciones
obreras, para resistir los presiones del movimiento revolucionario. En
realidad, la teoría interclasista que lo justificaba era completamente falsa:
"Los núcleos principales de la burguesía, incluyendo la mayor parte de la
burguesía media y capas importantes de la pequeña burguesía urbana y rural,...
formaban un bloque, de hecho, con la aristocracia terrateniente, las castas
militares y eclesiásticas, los grupos fascistas" (55).
El grueso de
la burguesía y de las clases dominantes, temerosas de la revolución, se
hallaban claramente decantadas hacia la solución "fascista", y
pese a su heterogeneidad y sus divisiones internas, se agrupaban en su inmensa
mayoría, en torno a la CEDA . También el proletariado y el campesinado pobre se
hallaban claramente decantados hacia posiciones revolucionarias:
"Decepcionado hasta el tuétano de la república parlamentaria instaurada el
14 de abril y de sus políticos liberales, ya no confiaba más que en sus propias
fuerzas, en sus organizaciones clasistas; ya no creía en programas
<<mínimos>>, en las medias tintas. Puede decirse, sin exagerar, que
su <<programa mínimo>> era la revolución social" (56).
La situación
no podía engañar a nadie. Los dos campos, la reacción y la revolución se
encontraban claramente, frente a frente. Sólo los separaba una delgada capa
formada por los dirigentes de las organizaciones que apoyaban el Frente
Popular.
2.8 DE LAS ELECCIONES DE FEBRERO AL 18 DE JULIO.
Las elecciones
del 16 de Febrero de 1936 dieron la victoria al Frente Popular con 4.838.449
votos, frente a 3.996.931 de la coalición de derechas y 449.320 del centro. Los
resultados se tradujeron en las Cortes en 277 parlamentarios frentepopulistas,
132 derechistas y 32 del Centro (57). La aportación del voto anarcosindicalista
al Frente Popular se calcula en un millón y medio. Los resultados por supuesto,
no son fiables, en un sistema electoral donde el caciquismo y el pucherazo eran
una práctica habitual. Sólo su análisis global, nos rebela algunas datos
importantes que hay que tener en cuenta, para comprender los acontecimientos
que se aproximaban. Por eso nos parecería absurdo cualquier estudio que pueda
hacerse sobre los resultados, basándose en un análisis fetichista de los
resultados.
Lo primero
destacable de los resultados electorales fue el reflejo de la polarización
social entre revolución y contrarrevolución. El Centro, sobre el que Alcalá
Zamora, pretendía asentar la gobernabilidad de la República se desmoronó por completo. Sus principales dirigentes (Lerroux y Cambó) ni
siquiera fueron elegidos, mientras que otros dirigentes derechistas, como Calvo
Sotelo tuvieron problemas para conseguir su elección. Las clases medias
se habían dividido entre los dos polos de atracción, el proletariado y la
burguesía.
El
sometimiento de los partidos obreros al proyecto republicano aparecía
claramente reflejado en el reparto de los escaños en el seno del Frente
Popular. Los republicanos contaban con 159 parlamentarios (84 para la Izquierda Republicana de Azaña, 37 de la Uniòn Republicana y 38 de la Esquerra Republicana de Catalunya), mientras que el PSOE, la única organización que contaba con una
verdadera base social solo había obtenido 90 escaños. El PCE consiguió 16
quedando sobrerrepresentado por los pactos internos del Frente Popular,
mientras que el POUM y el Partido Sindicalista solo consiguieron uno
respectivamente (58).
La situación
que se desencadenó con el triunfo del Frente Popular ocasionó la dimisión del
centrista Portela Valladares y la formación de un nuevo gobierno de la
coalición vencedora.
2.8.1 La evolución post-electoral.
La prueba de
la ficción que era el Frente Popular se puso en evidencia inmediatamente
después de su victoria electoral. Las masas trabajadoras no esperaron a la
formación del nuevo gobierno para satisfacer su reivindicación más sentida, la
amnistía política. A partir del 17 de Febrero, grandes manifestaciones como las
ocurridas en Valencia y en Oviedo, abrieron las cárceles y liberaron a los
presos políticos. Poco después estallaban huelgas por todo el país exigiendo la
reincorporación de los obreros despedidos por represalias políticas y por el
aumento de los salarios.
La victoria
del Frente Popular desembocaba inmediatamente en una situación revolucionaria.
A finales del mes de febrero, movimientos campesinos de ocupación de tierras
aparecían y se extendían por todo el país. Cerca de 70.000 yunteros
extremeños ocupaban las grandes propiedades de los terratenientes de la región.
Movimientos similares se desarrollaban en Andalucía y en parte de
Castilla. A menudo, el gobierno frentepopulista tenía que contemplar con
impotencia las acciones del campesinado y legalizar por medio del Instituto de la Reforma Agraria las ocupaciones de tierras. Pero también, en numerosas ocasiones la acción
del campesinado desembocó en enfrentamientos con la guardia civil, con
sangrientos resultados (Yeste).
En los
meses posteriores a la victoria electoral hasta el 18 de Julio, la situación
revolucionaria se desarrollaría con gran rapidez:
"170 iglesias incendiadas, 269 muertos, 1287 heridos, 2l5 atentados, 113
huelgas generales, 228 parciales y 145 explosiones de bombas" (59).
La
radicalización del movimiento crecía a medida que los meses pasaban y las
aspiraciones de las clases populares no eran satisfechas.
"En junio-julio se registró un promedio de diez a veinte huelgas diarias.
Hubo días con 400.000 a 450.000 huelguistas. Y el 95% de las huelgas que
tuvieron lugar entre febrero y julio de 1936 fueron ganadas por los obreros.
Grandes manifestaciones obreras desfilaban por las calles exigiendo pan,
trabajo, tierra, aplastamiento del fascismo y victoria total de la
revolución".
...
"La ocupación de las calles, de las empresas y de las tierras, la
incesante acción huelguística, impulsaban al proletariado urbano y agrícola
hacia formas más elevadas de la lucha política" (60).
Efectivamente, el movimiento revolucionario, más fuerte y radicalizado que
nunca, apuntaba claramente hacia el desenlace final, hacia la confrontación. En
el 1 de Mayo de 1936, las bases socialistas se manifestaron bajo las consignas
de "Queremos un gobierno de los trabajadores" y "¡viva el
Ejército Rojo!". El Frente Popular, una pálida sombra de gobierno,
contemplaba impotente y paralizado, como el desarrollo de la situación no
pasaba por el Parlamento, ni por el gobierno, sino en la calle y en el campo.
Con sus triunfos, las clases populares crecían en la confianza en sus propias
formas de luchas, frente a la paralización de los métodos parlamentarios que se
mostraban, como en 1931, tímidos e impotentes.
En Catalunya
el movimiento huelguístico y las acciones violentas fueron menores. La
problemática campesina era diferente a la del resto del estado, ya que no
existían grandes propiedades y las ocupaciones de tierra fueron
prácticamente inexistentes. Mientras la situación en el campo catalán se
mantenía más o menos, estabilizada. En las ciudades, el crecimiento del
anarcosindicalismo era la característica dominante de la situación.
Se puede
hablar, sin lugar a dudas, de que entre febrero y Julio, existía en España un
triple poder.
-La reacción
derechista, aterrorizada por la evolución de los acontecimientos, abandonaba
definitivamente los métodos parlamentarios para terminar con el movimiento
revolucionario y se entregaba, a los militares monárquicos que conspiraban
desde la instauración de la República. Los militares, apoyados por las clases dominantes del país y por la Iglesia, eran conscientes que había llegado su
momento.
-El
movimiento revolucionario aplicaba la acción directa. Con sus
movilizaciones, los trabajadores demostraban sus nulas ilusiones en la
política que pudiera llevar a cabo el gobierno republicano, y presionaban a sus
propias organizaciones para que tomasen en sus manos la situación. El gobierno
no tuvo un momento de respiro, en el que se habrían ido apagando lentamente las
ilusiones democráticas de los trabajadores. Éstos habían pasando inmediatamente
a la acción. Sin embargo, el peligro para el movimiento revolucionario, estaba
en el Frente Popular, en el apoyo político que éste, insistentemente, recibía
de la mayor parte de las organizaciones obreras. Era este apoyo, el que actuaba
como un verdadero freno en el proceso de radicalización de la situación.
-Entre ambos
antagonistas, se situaba el cada vez más acorralado gobierno republicano. Azaña
pretendía inútilmente demostrar que la República seguía teniendo la capacidad para frenar a los revolucionarios, y por lo tanto que el proyecto republicano todavía
era viable. Superficialmente, su capital político conseguido durante la campaña
electoral, permanecía intacto. La mayor parte de los partidos y sindicatos
obreros estaban dispuestos a subordinar sus políticas al compromiso que
habían adquirido con el Frente Popular. Sin embargo, el gobierno republicano,
empequeñecido por la sombra de los dos colosos sociales, era incapaz de llevar
a cabo su propia línea. No era más que una ficción.,El gobierno tenía que hacer
respetar la legalidad republicana, si quería sobrevivir, pero para ello tenía
que contar incondicionalmente con los cuerpos de seguridad del Estado, el
ejército, los guardias de asalto y la guardia civil.
Desde el
primer momento la política hacia estas instituciones fue cerrar los ojos,
frente a las evidencias de los avances de la conspiración. El gobierno se negaba
a cualquier tipo de depuración en el ejército, ni siquiera de los elementos más
declaradamente fascistas.
La actitud
del gobierno de Azaña no puede ser tachada ingenua, sino de interesada. Frente
a la potencial amenaza revolucionaria y la incapacidad de las organizaciones
obreras del Frente Popular para frenar a sus propias bases, los
políticos republicanos tuvieron que apoyarse más y más, en el estamento
militar. Este fue la razón política de la elección para el Ministerio del Ejército
del general Carlos Masquelet Lacaci, antiguo ministro y hombre de
confianza de Lerroux en el bienio negro, ante la sorpresa y el malestar de los
mismos socialistas moderados (61).
Los
principales líderes militares de la conspiración habían sido trasladados
en sus destinos, pero fueron mantenidos en puestos estratégicos, a cambio de
una promesa formal de fidelidad a la República.
"Muchos oficiales republicanos instaban a los políticos medidas de control
contra las conspiraciones. Pero el Gobierno no se atrevía a tomar medidas
enérgicas, confiado en una política de apaciguamiento, con ingenuas
declaraciones públicas" (62).
El general
Franco fue enviado a Canarias, cerca de la principal base de la conspiración,
Marruecos; Mola era trasladado a Navarra, uno de los focos peninsulares de la
contrarrevolución y Goded a Mallorca. Ante los rumores públicos sobre los
preparativos del golpe, el gobierno salió en defensa de los "fieles
servidores del poder constituido y garantía de obediencia a la voluntad
popular" (63). La pretendida ceguera republicana se mantendría incluso en
los primeros momentos del golpe, negándose a creer que éste se hubiera puesto
en marcha.
Esta
aparentemente incomprensible actitud, sólo puede explicarse por el intento
desesperado del gobierno para mantener el orden frente a la creciente
polarización social. La depuración de los golpistas hubiera afectado
profundamente al ejército, donde éstos contaban con grandes simpatías, y
hubiera acelerado el proceso conspirativo. Los republicanos temían el golpe
militar, pero temían infinitamente más a la radicalización del movimiento
obrero y del campesinado, que habría liquidado definitivamente su proyecto
modernizador del capitalismo español.
La táctica
de los republicanos era atraerse a los mandos militares hacia su causa,
mientras se reprimía las movilizaciones en el campo y en la ciudad. Como
contrapartida, para contentar a la izquierda del Frente Popular, era declarada
ilegal la ultraderechista Falange Española. Sorteando a ambos
contendientes, el gobierno pretendía salvar la ficción del régimen republicano.
"El gobierno era una ridícula cúspide <<antifascista>>
coronando la pirámide de un Estado perfectamente agarrado, en todos sus
organismos esenciales, por las facciones contrarrevolucionarias" (64).
Las cárceles
vaciadas al día siguiente de la victoria electoral, se llenaron de nuevo de
militantes obreros y campesinos. Una buena parte de los nuevos presos,
pertenecientes a las organizaciones que apoyaban al gobierno, fueron acusados
de ocupar ilegalmente las grandes propiedades agrícolas, o por participar en
huelgas ilegales. La CNT fue perseguida por su apoyo a las movilizaciones
y amenazada con la ilegalización. Un mes antes del inicio de la guerra,
los locales del sindicato estaban cerrados. Sólo la presión popular
y la solidaridad de la UGT obligaron al gobierno a retroceder en el
cumplimiento de sus amenazas.
2.8.2 Las organizaciones obreras. Programa, análisis y perspectivas.
La fisonomía
política del movimiento obrero durante el período post-electoral hasta las
vísperas del intento de golpe se refleja en la estadística sobre la afiliación
sindical: la UGT agrupaba a 1.447.000 de miembros mientras que la CNT tenía 1.557.000. La suma de ambas organizaciones sindicales era algo superior a los tres
millones de afiliados, cerca de un 40% de los trabajadores del país. La
militancia política de los partidos obreros estaba incorporada en su mayoría a
una u otra central sindical o, como la FOUS (POUM) estaba en proceso de
hacerlo.
2.8.2.1 El Partido Socialista.
La derecha
de Besteiro y el centro de Prieto que controlaban el aparato del Partido, se
volcaron incondicionalmente a apoyar al nuevo gobierno republicano. Ambos
dirigentes políticos llamaron a la moderación y a la paciencia de los
trabajadores, considerando que era la única forma para defender a la República, frente a la reacción fascista.
La mayor
parte de las bases ugetistas y socialistas se agrupaban en torno a Largo
Caballero. Desde 1934, la Izquierda Socialista había pasado del rechazo más absoluto a cualquier pacto con los republicanos, al descubrimiento de la
existencia de una etapa "democrático burguesa" intermedia, previa
a la revolución socialista. El viraje radical de la Izquierda Socialista reflejaba la adaptación política del caballerismo a la presión
proveniente de los republicanos, del PCE y de la derecha de su propio partido.
La nueva teoría justificaba la alianza circunstancial con la burguesía
"democrática". Los caballeristas no aceptaban abiertamente el
proyecto azañista, pero tampoco proponían otra alternativa. Se limitaban a ir a
remolque de los acontecimientos y de las iniciativas de los grupos restantes.
El
caballerismo persistía en la idea de que, con la debilidad de la pequeña
burguesía, la reacción levantaría la cabeza e intentaría el golpe de
Estado. El agotamiento de los republicanos entregaría, como fruta madura,
el poder a los socialistas. Se identificaba la revolución con un simple cambio
de gobierno. Era una visión mecanicista de los acontecimientos, que cedía
la iniciativa a la reacción. La derecha sería aplastada por una huelga general
y por la respuesta unitaria de los trabajadores. Desde este punto de vista, era
innecesario cualquier programa o plan para enfrentarse a los acontecimientos.
La visión de
Caballero, no era compartida por Prieto, que consideraba que el agotamiento
republicano arrastraría al resto de organizaciones del Frente Popular (65).
A partir de
la defensa de la etapa "democrática", se inició una evolución hacia
la defensa, cada vez más clara, del proyecto del Frente Popular:
"A su lado estamos para ayudarles con toda la resolución precisa en el
desenvolvimiento del programa que juntos hemos suscrito, aunque no nos
satisface" (66).
La idea de
que la coalición era puramente electoral, o su propia circunstancialidad
fue desapareciendo para convertirse en un pacto estable y permanente. En estas
circunstancias, el poder ya no estaba al alcance de los trabajadores, y la
disolución del Frente Popular solo podía favorecer a la derecha.
El gobierno
republicano tenía que desarrollar su programa. Los socialistas se limitarían a
ayudar y a presionar para que los republicanos cumpliesen. La negativa
del caballerismo a que el Partido socialista formase parte del gobierno sólo
puede entenderse como una maniobra destinada a evitar que Prieto consiguiese
sus propósitos de formar parte de él. La exigencia de que se formase un
gobierno socialista monocolor, después del agotamiento de los republicanos, si
éstos no eran capaces de cumplir su programa, era irreal. El caballerismo
carecía de un plan para conseguir sus objetivos. Por el contrario, a
medida que la situación se deterioraba, sus intervenciones se encaminaban a
calmar los ánimos de sus propias bases sociales y a conseguir apoyos para el
gobierno. Se observa un abandono del lenguaje revolucionario y de las antiguas referencias
a la dictadura del proletariado. En una entrevista con el ministro de Trabajo,
Largo Caballero aseguró que las huelgas y las manifestaciones:
"no tienen en ningún momento carácter de agresión contra la República, contra el régimen ni contra el poder constituido" (67).
Ante los
sangrientos sucesos de Yeste y frente a los sectores de sus propias bases
que reclamaban la disolución de la guardia civil, afirmaban que:
"como colaboradores del <<Frente Popular>>, no les es lícito
<<pedir al gobierno medidas que no entran en sus propósitos y que
ciertamente rebasan el programa del Frente Popular>>, con lo que se
referían a su intención de no pedir la disolución de la Guardia Civil..." (68).
Los rumores
de conspiración fueron considerados exagerados, e incluso como una maniobra
prietista para justificar su entrada en el gobierno. El caballerismo
subestimaba los planes conspirativos de la reacción, a la que esperaba derrotar
con la simple respuesta espontánea de las masas, y que se convertiría en
el mecanismo por el que la Izquierda Socialista esperaba acceder al gobierno.
2.8.2.2 El Partido Comunista.
El PCE se
convirtió en la organización obrera más entusiasta e incondicional del Frente
Popular. No se trataba de preparar la revolución socialista, sino de defender y
consolidar a la República. Como los caballeristas, los comunistas
oficiales defendían la existencia de una etapa intermedia, anterior a la
revolución socialista. La revolución democrático-burguesa, dirigida por una
supuesta "burguesía democrática", liquidaría los restos del
feudalismo. También, como los socialistas, se identificaba al fascismo, no con
la burguesía aterrorizada por la revolución, sino con los residuos feudales. La
posición del PCE era, por lo tanto, defender el nuevo gobierno y presionarlo
para que cumpliese su programa moderado. Pero al contrario de Caballero, que
excluía la participación del PSOE en el gobierno, los comunistas se acercaban a
los prietistas, al defender la formación de un gobierno de coalición y no
republicano, exclusivamente.
Durante
años, cuando no habían condiciones, el PCE había clamado por la revolución
proletaria. Ahora, que la República entraba en crisis, y el movimiento
revolucionario empujaba, el PCE se convertía, con su interpretación
"democrático-burguesa", en uno de los soportes más fieles del régimen
republicano. Los llamamientos para limitar el movimiento huelguístico, durante
este período, fueron constantes:
"No es un secreto para nadie que después del 16 de Febrero, los patronos
fascistas utilizan como forma de lucha el empujar primero a los obreros a
declarar conflictos y luego prolongar su solución, mientras sea necesario y
posible, para desesperar a las masas, lo cual provocará actos esporádicos sin
finalidad ni efectividad... pero que enfrentarán a los obreros con el gobierno,
porque ésta es una de las condiciones... para un golpe de estado" (69).
Frente a la
amenaza fascista, el Partido Comunista llamó a la unidad de la clase
obrera (PCE-PSOE, CNT-UGT), pero por la defensa y consolidación de la República, no para superarla.
Ante el rápido deterioro republicano, José Diaz se vió obligado a reconocer
que:
"El gobierno, al que estamos apoyando lealmente en la medida en que cumple
el pacto del Bloque Popular, comienza a perder la confianza de los
trabajadores. Y yo digo al Gobierno Republicano de izquierda que este es el
camino erróneo del 14 de Abril de 1931. Y que si sigue por este camino,
nosotros obraremos, no rompiendo el Bloque Popular, sino fortaleciéndolo y
empujando hacia la solución de un Gobierno de tipo popular revolucionario que
imponga las cosas que este Gobierno no ha comprendido o no ha querido
comprender" (70).
La
declaración del dirigente comunista no podía ser más patética. La política
internacional del estalinismo obligaba al PCE a insistir en el programa
del Frente Popular, cuando éste era cotidianamente desbordado por los
trabajadores, que se empeñaban, tozudamente, en no respetar la naturaleza
"democrático burguesa" de la revolución.
2.8.2.3 El anarcosindicalismo.
La CNT había apoyado al Frente Popular, dando libertad de voto a sus afiliados, para conseguir
la amnistía y evitar el triunfo de la derecha, que solo podía significar el
avance del fascismo.
El peligro
de una sublevación militar había sido analizado antes de la victoria electoral
del Frente Popular. El 14 de Febrero, el Comité Nacional había lanzado un
manifiesto que denunciaba los planes de la conspiración:
"Marruecos parece ser el foco y epicentro de la conjura. La acción
insurreccional está supeditada al resultado de las elecciones. El plan teórico
y preventivo lo pondrán en práctica si el triunfo lo consiguen las izquierdas.
Nosotros, que no defendemos la República pero que combatiremos sin tregua al fascismo, pondremos a contribución todas las fuerzas de que disponemos para
derrotar a los verdugos históricos del proletariado español... La democracia
sucumbirá entre dos fuegos, por inactual, por desplazada del terreno de la
lucha. O fascismo o revolución social..." (71).
Sin embargo,
la amenaza fascista fue subestimada por todas las organizaciones
obreras,incluida la CNT.
Entre los
meses de febrero y Julio, la CNT apoyó todo el proceso de huelgas y de
movilizaciones que se desarrollaban por todo el país, y que amenazaba con
desbordar al gobierno del Frente Popular, lo que la llevó a enfrentamientos con
la UGT. La actitud del anarcosindicalismo frente a la moderación republicana
fue de rechazo, acusándolos de no haber adoptado durante los primeros
meses de gobierno, las mínimas medidas democráticas para corregir la
secuelas de la represión del bienio negro:
"Pronto hará tres meses que la coalición de izquierdas, consiguió el
triunfo electoral. Las masas populares dispuestas a que fueran libertados los
presos y restablecidas las garantías constitucionales, votaron a los hombres de
izquierda. Han sido liberados muchos presos, no todos, pero siguen en vigencia
el estado de excepción y de alarma. La prensa vive la vergüenza de la sumisión
a la previa censura. No hay, pues, libertad de expresión. De aquellos fogosos
discursos y de aquellas risueñas promesas, no queda absolutamente nada"
(72).
El 1 de Mayo
de 1936, se realizó en Zaragoza, el IV Congreso de la organización, que se
caracterizaría por el triunfo completo de la FAI sobre las demás corrientes. Pese a la maduración revolucionaria, la CNT no hizo ningún análisis sobre la
situación política. Siguiendo la vieja tradición faísta, la sobreestimación de
la espontaneidad revolucionaria de las masas sustituyó a cualquier plan para
enfrentarse a los acontecimientos que estaban a punto de suceder. La oposición
treintista que asistió al Congreso para reingresar a la CNT y los "anarcobolcheviques", fueron los vencidos. Los treintistas abandonaron
sus antiguas críticas, y aceptaron las resoluciones del Congreso, a cambio de
algunas concesiones. Los anarcobolcheviques intentaron que el sindicato fuera
consecuente con el peligro fascista, reclamaron la formación de milicias
confederales, pero fueron derrotados por los anarquistas "puros".
El texto
aprobado en el Congreso, poco o nada tenía que ver con la situación. En un
momento en el que el choque decisivo se acercaba, donde la amenaza de la
reacción se desarrollaba con rapidez, y donde el volcán revolucionario estaba
al borde de la erupción, las resoluciones aprobadas hablaban de la futura
sociedad anarquista y se tomaban posiciones sobre la reforma agraria. El único
punto que respondía a las necesidades del momento, sería una propuesta de
Alianza Revolucionaria con la UGT, que se condicionaba al abandono de la
colaboración de ésta con el gobierno.
El IV
Congreso de la CNT fue una oportunidad perdida para el movimiento libertario.
Dos meses después el anarcosindicalismo tendría que enfrentarse a una situación
revolucionaria, provocada por el levantamiento militar, en las peores
condiciones posibles.
"... que en el Congreso de Zaragoza hicieron tabla rasa de todas
las experiencias acumuladas desde 1919, no se entregaron a ningún análisis de
la coyuntura política, y se vieron obligados, el 19 de Julio, a improvisar en
la incoherencia más completa" (73).
Sólo la
creatividad y el entusiasmo de sus militantes evitaría el hundimiento de la
organización. Esta subestimación por la teoría y por el estudio de la
situación iba a tener nefastas consecuencias pocos meses después, ya en plena
guerra civil.
2.8.2.4 El Poumismo.
El POUM
había apoyado al Frente Popular por cuestiones tácticas: la amnistía de los
presos de Octubre y el temor a verse aislado por el aparente renacimiento de
las ilusiones democráticas que produjo la campaña electoral. Su línea
política, entre los meses de Febrero y Julio sería de
vacilación frente a la coalición obrero-republicana. Inmediatamente después de
conocerse los resultados, declaró su independencia con respecto al Frente
Popular y criticó el apoyo del PCE y del PSOE al gobierno surgido de las
elecciones. Esta postura no impediría que el único diputado del POUM,
Joaquín Maurín, votara a favor del gobierno de Azaña, precipitadamente
constituido después del triunfo electoral (74). Ante la convocatoria de nuevas
elecciones municipales volvió a apoyar a la coalición, para volver a atacarla,
después de ser postergadas por Azaña (75).
La táctica
de los dirigentes socialistas y comunistas, de intentar limitar las
movilizaciones y de moderar las reivindicaciones de los trabajadores, en aras
de la consolidación del gobierno fue tachada de crimen y de traición, porque
consolidaba el dominio de la burguesía, bajo la forma republicana (76). Sin
embargo, Maurín, llamó al gobierno republicano a emprender una política de
nacionalizaciones y a adoptar medidas progresivas, a la manera de las que había
aplicado Blum en Francia, para detener los avances del fascismo (77). La
política poumista combinaba la crítica y la denuncia, con la colaboración con
el Frente Popular, según el momento y la situación, lo que lo convertía, sin
quererlo, en su ala izquierda.
La política
poumista se basaba en dos puntos fundamentales:
-La
revitalización de las Alianzas Obreras, condenadas al ostracismo y a la
disolución por el abandono del PSOE del proyecto. Andreu Nin, secretario del
partido, debatiendo con las JSE partidarias también de las Alianzas, defendió
la necesidad de que los nuevos organismos revolucionarios abandonasen su
carácter burocrático y que se democratizasen, dando el protagonismo, la
participación y su control a las masas.
-El segundo
punto sobre el que descansaba la política poumista era la necesidad del Partido
revolucionario. El POUM sentía su propia debilidad frente a las poderosas
corrientes socialista y anarquista que organizaban a la inmensa mayoría del
movimiento obrero español. Su política vacilaba entre la crítica principista y
la adaptación a estas corrientes, era un reflejo de esta visión. El POUM
esperaba que las circunstancias arrastrarían a la izquierda del Partido
Socialista y al sector más consecuente de la CNT hacia posiciones consecuentemente revolucionarias. Entonces sería posible la deseada unidad revolucionaria.
Mientras tanto, el poumismo se veía obligado a nadar entre dos aguas, esperando
su oportunidad.
En vísperas
de la guerra civil, todas las organizaciones obreras, de una forma u otra,
estaban ancladas en el Pacto del Frente Popular.
El PCE se
declaraba su más entusiasta defensor. El socialismo español se encontraba
dividido en dos fracciones, sin embargo los dirigentes de ambas, no estaban
dispuestos a ir más allá del pacto con los republicanos. El anarcosindicalismo
y el poumismo se declaraban críticos del Frente Popular. Sin embargo y aunque
apoyaban decididamente al movimiento revolucionario, carecían de alternativas.
El anarcosindicalismo, preso de sus prejuicios tradicionales, sobrevaloraba el
espontaneísmo de las masas y consideraba que la voluntad revolucionaria era una
condición suficiente para la victoria. El Poumismo analizaba correctamente la
naturaleza del Frente Popular, pero no se atrevía a romper frontalmente con él,
por temor a quedarse aislado políticamente.
Con el 18 de
Julio de 1936 se iniciaría una nueva situación revolucionaria que desnudaría la
ficción frentepopulista. Todos los historiadores sin excepción, reconocen
el carácter espontáneo del movimiento que barrió la legalidad republicana y que
hizo fracasar la sublevación en la mayor parte del país. Sin embargo, la
espontaneidad tenía sus límites. Los trabajadores carecían de una organización
dispuesta a llevarlos al poder. La dualidad de poderes que pretendemos estudiar
en este trabajo, fue de hecho, fruto de la falta de esta dirección
revolucionaria. También es en este vacío político, donde encontraremos también
las causas del fracaso de la revolución española.
2.8.3 La reacción en marcha. Los preparativos del golpe.
La victoria
electoral del Frente Popular sorprendió a la derecha que esperaba su triunfo.
El resultado electoral llenó de pánico a las clases dominantes.
El 17 de
Febrero, Franco, Calvo Sotelo y Gil Robles, reclamaron al jefe de gobierno
Portela Valladares, la declaración del estado de guerra para hacer frente al movimiento
revolucionario que amenazaba con desbordar, desde los primeros momentos, al
victorioso Frente Popular. La declaración hubiera significado en realidad, un
golpe de Estado de imprevisibles consecuencias y hubiera desencadenado el
enfrentamiento, en un momento en el que la derecha se encontraba dividida.
Primero era
necesario desarticular al poderoso movimiento revolucionario en nombre del
Frente Popular. Después había que subsanar los antagonismos que debilitaban a
la derecha y que afectaba a la misma unidad del ejército, que se había
convertido en la columna vertebral de la reacción.
Durante el
período comprendido entre los meses de febrero y julio, el terrorismo
falangista y los sabotajes económicos iban a preparar el ambiente
psicológico para el golpe de estado. La derecha, completamente entregada a los
planes conspirativos de la Unión Militar Española (UME), abandonó en la práctica cualquier iniciativa parlamentaria. Las Cortes serían utilizadas como
tribuna para atraerse a los sectores de la pequeña burguesía, temerosa de
un movimiento revolucionario que se agitaba pero que, falto de dirección, no se
decidía a tomar el poder.
Alcalá
Zamora fue destituído de la presidencia de gobierno y un mes
más tarde, sustituido por Azaña. En las votaciones la derecha se abstuvo o dió
libertad de voto a sus parlamentarios. Poco podía preocuparle quién iba a
ocupar la presidencia de la República, cuando había dejado de creer en ella.
La burguesía
era consciente de que la República ya no era una salvaguarda segura para sus
intereses. La reacción necesitaba tiempo para preparar el golpe de Estado que
tenía que devolver la situación a su cauce tradicional. La defensa que hacían
las organizaciones obreras del Frente Popular del régimen servía,
objetivamente, a sus intereses. El pacto les obligaba a frenar las
luchas de los trabajadores y las dejaba sin dirección. La derecha, mientras
tanto, recobraba la confianza en sus propias fuerzas, después del fracaso
electoral de febrero, al ver que el adversario era incapaz de enfrentarse
seriamente a ella.
La
incapacidad del movimiento obrero, durante dicho período, para tomar el poder,
pese a las grandes luchas y movilizaciones desencadenadas, hizo que parte de la
pequeña burguesía, que había votado por el Frente Popular o por los
partidos del Centro, acabase simpatizando con las promesas de orden que lanzaba
la reacción.
Una vez las
diferentes organizaciones derechistas estuvieron unificadas bajo la dirección
del ejército, la cuenta atrás para llevar a cabo el plan, se puso en marcha.
Los asesinatos del teniente de Asalto, Castillo, simpatizante de la izquierda,
y también del líder de la extrema derecha Calvo Sotelo, serían el pretexto
para adelantar el golpe. El 17 de Julio las guarniciones de Marruecos
proclamaban el "pronunciamiento" que iba a desencadenar la
guerra civil.
3. LAS JORNADAS DE JULIO. LOS INICIOS DEL DOBLE PODER.
El 17 de
Julio, las tropas acantonadas en Marruecos se pronunciaron contra el curso de
los acontecimientos de los últimos meses y exigieron una corrección drástica de
la República.
El contenido
de la proclama no iba dirigido contra el orden republicano ni contra el Frente
Popular, sino contra el movimiento revolucionario que tendía a desbordarlos.
En los planes de los militares insurrectos no estaba previsto el inicio
de una guerra civil, ni que el intento de golpe de estado derivase en una
auténtica revolución que terminaría con las instituciones republicanas.
La conspiración copiaba los esquemas del clásicos pronunciamientos
decimonónicos. El pronunciamiento provocaría la dimisión del
gobierno y la implantación de un directorio militar, que llevaría a cabo la
represión contra las organizaciones obreras y que restauraría el orden
republicano.
Al día siguiente, y frente a la pasividad gubernamental, que ocultaba a la
población las noticias del levantamiento y que lo declaraba limitado a
"algunas zonas del Protectorado", la sublevación se extendió por toda
la península. La actitud del gobierno, apoyado por las organizaciones obreras
del Frente Popular, (bajo la consigna de "El gobierno manda y el
Frente Popular obedece") fue la de llamar a la población a la serenidad.
El gobierno, en un intento para evitar la participación de la población y de
los trabajadores en los enfrentamientos, proclamó que las fuerzas leales al
gobierno se bastarían para sofocar la sublevación.
Largo
Caballero pidió públicamente, en nombre de la UGT, que se armara a los obreros para poder defender la República. La petición fue rechazada por el gobierno, temeroso de que este hecho pudiera significar la liquidación del orden
republicano y el desencadenamiento de la revolución.
Ante los
avances de los golpistas, la CNT y la UGT proclamaron la huelga general, en la
noche del 18 de Julio. En la madrugada del mismo día, el presidente Casares
Quiroga presentó su dimisión, después de que hubieran fracasado las
negociaciones con los sublevados.
Poco
después, Azaña, propuso al presidente de las Cortes, Martínez Barrio, que
formase el nuevo gabinete, que debería estar compuesto exclusivamente por
republicanos y situado políticamente, a la derecha del Frente Popular. Con esta
derechización, Azaña pretendía facilitar el acuerdo con los sublevados y evitar
a toda costa, la intervención de las masas y el hundimiento del orden
republicano. Varias carteras del nuevo gabinete fueron prometidas a los
sublevados (78). Sin embargo, los intentos de Martínez Barrio estaban
condenados al fracaso. La noticia de las conversaciones llegó a la población,
en el momento en que ésta, empezaba a reaccionar contra el levantamiento. Largo
Caballero amenazó con la insurrección, si se llegaba a un acuerdo con
los golpistas, mientras que cientos de miles de manifestantes recorrían las
calles de Madrid exigiendo armas y acusando al gobierno de traidor. La
composición del nuevo gobierno y la petición de negociaciones,
fueron interpretadas como un signo de debilidad y rechazaron la propuesta. El
gabinete de Martínez Barrio, ante el callejón sin salida, dimitió.
Finalmente,
sólo José Giral aceptó formar un nuevo gabinete.
Seguidamente
y ante una situación cada vez más desesperada, decretó la disolución de las
unidades sublevadas y la distribución de armas entre las milicias obreras. Los
decretos "legalizaban" la realidad que ya se estaba desarrollando en
todo el país, pero también era el reconocimiento de la muerte de la República.
3.1 LAS JORNADAS DE JULIO EN BARCELONA Y CATALUNYA.
La
conspiración era un secreto a voces, que solo el gobierno se había negado a
aceptar. En Catalunya, la CNT había alertado a la opinión pública, junto al
resto de organizaciones obreras del peligro de sublevación militar. El 14 de
Julio, en una reunión de sus Comités de Defensa de Barriada de Barcelona, los
anarcosindicalistas concretaron sus planes para poder enfrentarse al
levantamiento militar. El día 16, en una nueva reunión, se informó de la escasa
o nula predisposición del gobierno catalán a armar a la población. En la misma
reunión se decidió colaborar con el resto de las organizaciones obreras, frente
a la amenaza inminente de la sublevación.
La Generalitat desconfiaba de los revolucionarios. El remedio de entregar armas a las
organizaciones obreras, podía ser peor que la enfermedad golpista (79). Ante el
dilema de armar a los trabajadores y desencadenar la revolución social, o no
hacerlo, facilitando las posibilidades de éxito de los militares que
liquidarían la autonomía catalana, el presidente Companys prefirió confiar,
exclusivamente, en sus escasas fuerzas para dominar la situación y desechó las
peticiones de los dirigentes de la CNT pidiendo armas, lo que equivalía al
suicidio. La correlación de fuerzas era adversa. Mientras la guarnición militar
contaba con unos 6.000 hombres con abundante armamento, sin contar los
efectivos civiles derechistas que se sumarían a la sublevación, la Generalitat solo contaba con 1.960 guardias de Seguridad y de Asalto, y con la dudosa
lealtad de 3.000 guardias civiles que estaban dirigidos por el general
Aranguren, Una buena parte de estos últimos mantenía una actitud
sospechosa y podían pasarse al lado de los insurrectos en cualquier
momento. A pesar de todo, el gobierno autónomo catalán procedió a asegurarse de
que no sería desbordado por los revolucionarios cuando la conspiración
estallara. En vísperas del golpe, procedió a registrar los locales de la CNT en busca de armas y a confiscar todas aquellas que fueron descubiertas en poder de sus
militantes. En los combates del 19 y 20 de Julio, los revolucionarios solo
pudieron contar con las escasas armas que habían mantenido ocultas
desde 1934, hasta que consiguieron asaltar los cuarteles.
La mañana
del 19 fue la elegida para que las tropas, dirigidas por Goded, desde Mallorca,
iniciaran sus maniobras para apoderarse de Barcelona. Inmediatamente las
sirenas de las fábricas y de algunos barcos alertaron a la población, y
llamaron a la lucha contra los sublevados.
Después de
intensos combates, en la tarde del día 20, la insurrección militar había sido
finalmente vencida en Barcelona. El general Goded había sido detenido cuando,
confiado en la victoria, había llegado a la capital catalana, a bordo de
un hidroavión, para encabezar a la guarnición sublevada.
Algunos
historiadores atribuyen la victoria sobre los militares insurrectos, al papel
jugado por la guardia civil y los efectivos controlados por la Generalitat, que se mantuvieron fieles a la República (80). Sin desmerecer la importancia de estas fuerzas en los combates, que sería fundamental en los primeros
momentos de la lucha, fue la participación de los obreros revolucionarios, la
que decidió el resultado final.
Vicenç
Guarner, jefe de los servicios de la Comisaría General de Orden Público de la Generalitat, tenía muy claro la enorme inferioridad
de las tropas leales, en efectivos y en armamento:
"En nuestra enorme inferioridad, el <<hierro de nuestros escuadrones
armados>> no era más que modestas limaduras... era incierta todavía, la
actitud de la guardia civil, y nuestros viejos guardias de las compañías
locales de seguridad estaban desentrenados militarmente... la perspectiva no
podía ser más desoladora" (81).
Las
declaraciones de Vicenç Guarner son una honesta confesión de lo que él
consideraba una derrota previsible. Sin embargo esa era la línea que había sido
aceptada por el gobierno catalán. La actitud mantenida por los dirigentes de la Generalitat ante la amenaza de la sublevación, (como en Octubre de 1934) muestra que ponían
un signo igual entre éstos y los revolucionarios.
"En la jefatura de policía, Frederic Escofet, comisario de orden público,
oyó el aullido de las sirenas con sentimientos opuestos. Él y Lluís Companys,
presidente de la Generalitat, habían acordado no armar al pueblo. A sus ojos, la CNT representaba para el régimen republicano un peligro tan grande como el de la revuelta
militar" (82).
Fue la
intervención de los militantes de las organizaciones obreras, principalmente
los libertarios, que combatieron junto a la guardia civil y la aviación, la que
decidió el resultado del conflicto.
Historiadores
tan poco sospechosos de simpatizar con los revolucionarios como Martínez Bande
reconocen que su aporte fue decisivo para la derrota de los insurrectos (83).
En todo el estado, la mayor parte de la guardia civil y numerosos miembros de
los cuerpos policiales republicanos, se pasaron al lado de los insurrectos.
Esto no ocurrió en Barcelona. Cabe preguntarse porqué. El capitán
Escofet, había observado que "una pasividad incomprensible"
afectaba a algunos grupos de Asalto, frente a los rebeldes (84). Sin duda
alguna, la presión de los revolucionarios y de la población en general, fue un
factor decisivo para que numerosos efectivos de los cuerpos policiales no se
pasasen al bando contrario, al estallar los combates.
El decreto
de Giral, disolviendo las unidades sublevadas, actuó como un poderoso
disolvente en todo el ejército. Los cuarteles fueron abandonados por la escasa
guarnición que en ellos había quedado (85). El día 20, la CNT y la FAI asaltaron los cuarteles de las fuerzas sublevadas que estaban combatiendo en las
calles de Barcelona. Los revolucionarios pudieron así, incautarse del numeroso
armamento que allí se encontraba y que pudieron añadir a su escaso
arsenal. El hecho de que los revolucionarios pudieran contar con armas en
abundancia facilitó el triunfo de los revolucionarios y el rápido
desmoronamiento republicano.
A pesar de
los preparativos de la CNT, de la FAI y del resto de grupos obreros, la
organización contra la intentona de golpe, fue escasa y los elevados grados de
espontaneidad y de improvisación fueron el elemento dominante de la lucha.
"¿Dónde se encontraba, pues, ese Estado Mayor de la
<<chusma>>? En realidad, no había Estado Mayor, sino una iniciativa
descentralizada animada por los Sindicatos obreros, por los Comités
revolucionarios de Barriadas, y por la fuerza entusiasta de una multitud de
mujeres, hombres y chiquillos que acechan al enemigo, que toma la decisión de
levantar barricadas aquí y más allá, poniendo en cada adoquín que se pasa en
cadena de mano en mano, un propósito de aplastar a los sublevados" (86).
La
colaboración entre las tropas leales y los militantes obreros resquebrajó,
definitivamente, la disciplina de los primeros. Contagiados del ambiente y de
la simpatía de la población que había salido a la calle, a medida que los
últimos focos de resistencia se iban acabando, empezaron a romper sus uniformes
y a sumarse a los revolucionarios. Felipe Diaz Sandino, un honesto militar
republicano, describía la situación revolucionaria que se había abierto con el
intento de golpe de Estado.
"... con el ejército en contra, el pueblo armado en la calle y sin poder
contar con la guardia civil y asalto, contagiados después por la ola de
indisciplina social o bien sumergiéndose en ella para congraciarse con los
organismos obreros, contra los que habrán luchado en otras ocasiones,
participando en el desorden general, tales eran las circunstancias en que se
encontraba España y Catalunya por lo tanto... no podía contar el gobierno con
quien oponerse a aquel estado de cosas..." (87).
La victoria
se consiguió con grandes pérdidas para los revolucionarios, Ascaso (CNT),
Germinal (POUM), Graells (JSU), cerca de medio millar de anarquistas y otros
muchos militantes de los otros grupos obreros, murieron o resultaron heridos en
los enfrentamientos.
La victoria
en Barcelona decidió el resultado de los combates que se estaban desarrollando
en el resto de Catalunya y provocó el hundimiento de los sublevados. Con las
armas requisadas en los cuarteles, numerosos grupos armados se
desplazaron a otras poblaciones para acabar con los últimos focos de
resistencia de los insurrectos.
La Generalitat se encontró desprovista de su autoridad y de los medios para ejercerla. En
pocas horas su poder, como el del gobierno de Madrid, se había derrumbado.
"El 19 de Julio,(dice Companys), yo tocaba el timbre de mi despacho
llamando a mi secretario. El timbre comenzaba por no sonar, porque no había
corriente eléctrica. Si me dirigía a la puerta de mi oficina, el secretario no
estaba; no había podido llegar al Palacio de Gobierno; pero, si se encontraba
allí, no podía comunicar con el secretario del director general, porque éste no
había llegado a la Generalitat. Y si el secretario del director, venciendo mil
dificultades, se encontraba en su sitio, su superior jerárquico no había
acudido a la cita." (88).
La Generalitat, sólo era una sombra arrinconada del viejo poder. El prestigio ganado en los
combates, por la CNT, verdadera vencedora, colocaba a la organización
anarcosindicalista en el centro de la situación política en Catalunya.
3.2 LAS JORNADAS DE JULIO EN EL ESTADO
La tentativa
de golpe de los insurrectos buscaba un desarrollo rápido. Nadie preveía que el
pronunciamiento militar pudiera desencadenar la revolución que pretendían
evitar, ni que iba a desembocar en una sangrienta guerra civil que duraría tres
largos años.
Según Pietro
Nenni, el 95% de los oficiales del ejército, la Guardia Civil en su casi totalidad y el 50% de los guardias de Asalto se unieron a los
insurrectos. Entre un 75% y un 90% de los altos funcionarios de los
ministerios, de las administraciones locales y de las empresas industriales
hicieron lo mismo (89). Julio Alvarez del Vayo estima que de los
15.000 oficiales del ejército, solamente 5.000 se mantuvieron leales al
gobierno de la República (90). Las cifras, evidentemente, no son exactas
y se prestan a exageraciones o a equívocos, pero reflejan el grado de ficción
del régimen republicano. Mientras el gobierno de Azaña aseguraba tener el
control de la situación, el aparato de Estado apoyaba decididamente la
sublevación. Aunque en muchos lugares, parte de los cuerpos policiales y de la
oficialidad del ejército, se mantuvieron fieles al gobierno, estos eran
claramente minoritarios.
En la mayor
parte del territorio donde los insurrectos habían vencido, los organizaciones
obreras quedaron paralizadas, esperando, confiadas, la iniciativa del gobierno.
Los gobernadores provinciales se negaron a entregar armas a los obreros, y
muchos de ellos se declararon posteriormente, partidarios de la
sublevación.
En algunos
lugares, la ingenuidad de las organizaciones obreras fue determinante
para el éxito de los rebeldes. En Zaragoza, bastión histórico de la CNT, el jefe de la guarnición, Miguel Cabanellas, se declaró fiel a la República y decretó el estado de sitio "contra los fascistas". El gobernador civil
se negó a entregar armas a los obreros y pidió calma a la población. A
instancias de él, los dirigentes de la CNT, desmovilizaron a sus bases,
convencidos de la lealtad republicana de los mandos militares. Pocos días
antes, en la Asamblea del 15 de Julio, el sector partidario de esperar y de
mantener la confianza en las autoridades había vencido a los que defendían la
necesidad de armarse y de prepararse para el enfrentamiento.
Cuando
Cabanellas ocupó la ciudad y desveló sus verdaderas intenciones ya era
demasiado tarde. Las centrales sindicales convocaron la huelga general e
iniciaron una desesperada lucha desde los barrios obreros. Sin embargo, los
facciosos tardaron una semana para poder aplastar los últimos focos de
resistencia.
En la ciudad
de Oviedo, el jefe de la guarnición proclamó su lealtad a la República, mientras que, de forma oculta, concentraba tropas y armamento en los cuarteles
esperando el momento. Se constituyó un Comité Provincial, donde republicanos y
socialistas de derecha apoyaron las muestras de lealtad de los mandos
militares, mientras la CNT, los socialistas de izquierda y el PCE desconfiaban
y exigían como prueba de buena fe, que se armara a las milicias obreras.
Finalmente, la actitud de los primeros prevaleció. Los golpistas aprovecharon
la partida de parte de las columnas mineras en ayuda de Madrid, para
ocupar la ciudad. Sin embargo, la reacción de los trabajadores, que rápidamente
cercaron la ciudad, impidió que su caída se convirtiera en la caída de toda la
región.
En Madrid,
el mismo l8 de Julio, la CNT había reabierto por la fuerza sus locales,
cerrados por la policía. Al día siguiente fue liberado el secretario del
Comité Nacional de esta organización. Solo un ultimátum permitió la liberación
de los numerosos presos libertarios que seguían en las cárceles.
Desobedeciendo las órdenes de Martínez Barrio, se repartieron 5.000
fusiles entre los trabajadores de la capital. Con las armas en la mano, éstos
iniciaron sus labores de policía y de vigilancia de la guarnición militar. La
distribución del armamento, decretada por el gobierno Giral, favoreció
claramente a las organizaciones obreras del Frente Popular, socialistas y
comunistas, en detrimento de la CNT y del POUM que solo pudieron contar con las
armas que mantenían en su poder, desde 1934.
La
guarnición militar de la capital madrileña se encontraba dividida frente a la
sublevación. En algunos cuarteles estallaron combates entre sublevados y leales
al gobierno. El general Fanjul, jefe de los insurrectos en Madrid,
temeroso del contagio revolucionario de sus tropas, si éstas entraban en
contacto con la población, adoptó una actitud defensiva y se hizo fuerte en el
cuartel de la Montaña. La iniciativa quedaba en manos de las tropas leales y de
las milicias obreras que rodearon la guarnición rebelde.
En medio de
los combates, la noticia del fracaso de la insurrección en
Barcelona desmoralizó a los golpistas. El ametrallamiento de la multitud,
después de izar la bandera blanca en señal de rendición provocó la ira popular.
Las masas revolucionarias irrumpieron sin orden, y con graves pérdidas se
apoderaron del cuartel. Numerosos sitiados fueron ejecutados en el mismo
cuartel, mientras que Fanjul y algunos de sus oficiales tuvieron que ser
detenidos y protegidos por los guardias de asalto, para evitar que fueran
linchados por la multitud.
En Valencia,
durante los primeros días de la sublevación, coexistieron dos poderes, la Junta delegada del gobierno y el Comité Ejecutivo Popular, donde estaban integradas las
organizaciones obreras. El 23 de Julio, el gobierno decretó la desaparición del
Comité Ejecutivo. Los republicanos y el PCE aceptaron en nombre de la
disciplina y la obediencia al gobierno. El PSOE, la UGT, la CNT y el POUM se opusieron a la disolución.
Después de
varios días de indecisión, el 31 de Julio, la guarnición militar se sublevó.
Fue el Comité Ejecutivo Popular quien convocó la huelga general y organizó los
combates contra los insurrectos. La junta gubernamental fue disuelta, mientras
que la autoridad del Comité era reconocida por la población que reconocía en
él, el organismo que había sofocado la sublevación.
En Euskadi, las vacilaciones de los rebeldes fueron decisivas para su fracaso.
En San Sebastián, los nacionalistas consiguieron la rendición de los
sublevados, después del intento de sublevación de un sector de la guarnición y
de la guardia civil. En Bilbao el alzamiento fue frustrado al ser interceptadas
las órdenes enviadas por Mola, desde Pamplona. El peso del nacionalismo vasco
fue decisivo frente a las organizaciones obreras en las jornadas de julio, y
sería igualmente decisivo en los meses posteriores.
En Málaga,
Santander y otras localidades, las vacilaciones de los sublevados en los
primeros momentos fueron decisivas en su fracaso. Los partidos y
sindicatos obreros pudieron reaccionar y cercar a los rebeldes hasta su
rendición.
Otro de los
grandes fracasos de la sublevación fue la Flota. Los comités de marineros mantenían una red organizativa coordinada por un Consejo Central. Las tripulaciones
hicieron fracasar la insurrección, los oficiales rebeldes fueron desarmados,
detenidos y en algunos casos fusilados. La mayor parte de la flota no se sumó
al golpe, quedando en manos de los comités revolucionarios de marineros .
En la noche
del 20 de julio, el mapa político era claramente desfavorable a los
insurrectos. La mayor parte de la flota y de la aviación no había apoyado el golpe.
Los rebeldes habían fracasado en Madrid y Barcelona, y en las dos terceras
partes más pobladas y más ricas, mientras que en Valencia se mantenían
indecisos, perdiendo un tiempo precioso que sería aprovechado por las
organizaciones obreras y por las tropas leales al gobierno. En las principales
ciudades donde habían vencido, encontraron una feroz resistencia que se
prolongó durante varios días.
Sin embargo
el principal fracaso de los insurrectos no era militar, sino político. La
revolución que habían pretendido evitar, se había desencadenado como respuesta
al golpe. El gobierno estaba seriamente desprestigiado. Antes de julio había
protegido a los principales dirigentes de la conspiración y se había negado a
apartarlos de los puestos de responsabilidad. Durante las jornadas, había
manifestado una clara falta de iniciativa política, paralizado entre el temor
al golpe y el temor a los revolucionarios. Esta parálisis había sido
aprovechada por los rebeldes para consolidar sus posiciones en una parte del
país, desde donde iniciar la guerra.
El poder
republicano, se había derrumbado como una baraja de naipes frente al sangriento
choque entre los dos campos en los que se había dividido la sociedad.
Desprovisto de su poder coaccionador, los cuerpos policiales y el ejército,
seriamente desprestigiado por su actitud antes y durante la sublevación,
el gobierno del Frente Popular era una mera ficción. Su único poder residía en
el apoyo que todavía le prestaban, directa o indirectamente, los partidos y
sindicatos obreros.
El verdadero
poder de la burguesía se había desplazado al ejército. Las clases propietarias,
la Iglesia y las organizaciones derechistas le habían entregado su apoyo
político y económico.
En el seno
del campo republicano, junto al poder formal, se situaba el nuevo poder
revolucionario: el poder de los comités y de las milicias obreras, formados
para combatir a los sublevados. Un poder que reflejaba la desconfianza de la
población trabajadora hacia el gobierno, y también que reunía el conjunto de
sus ilusiones y esperanzas de emancipación. Con esta situación, se
abría una etapa de dualidad de poderes.
"...(el poder) de Azaña y Companys, era ya demasiado débil para desafiar
la existencia del otro, a su vez, el otro poder, el del proletariado armado,
todavía no era bastante fuerte, bastante consciente de su importancia como para
prescindir de la existencia del otro" (91).
Sin embargo,
los comités revolucionarios, apoyados por los trabajadores, no estaban
dispuestos a ceder el poder que habían ganado con las armas, contra los
militares, y menos a un gobierno al que consideraban responsable por su
pasividad, de la insurrección.
La
participación de las masas en las jornadas de julio fue completamente
espontánea. La iniciativa de las direcciones de los partidos y sindicatos
obreros fue muy limitada. La movilización surgió, principalmente, de los
militantes de base de las organizaciones.
Los
dirigentes del PCE, de las diferentes fracciones del PSOE y de la UGT, centraban su actividad política en la subordinación al gobierno republicano. Esperaban
que fuera éste el que tomara la iniciativa, y menospreciaban (como en el caso
de la Izquierda Socialista) el peligro militar. En resumen, carecían de planes
serios con los que enfrentarse a la sublevación.
La CNT y la FAI, habían preparado en los últimos meses sus fuerzas para el enfrentamiento. Pero
su sobrevaloración tradicional del espontaneísmo, que tantos fracasos
sangrientos les había deparado en los años anteriores, limitó el alcance
de sus iniciativas. A pesar de las reuniones locales realizadas en
las semanas anteriores al 17 de Julio, el anarcosindicalismo carecía de un plan
estatal. No existía ningún tipo de coordinación entre las diferentes
agrupaciones territoriales. Lo que algunos historiadores han considerado
ingenuidad de los dirigentes anarcosindicalistas, no era más que una falta de
criterios claros sobre la situación. En este sentido, resulta
significativo, el rechazo mostrado por la mayor parte de los cuadros
libertarios a la propuesta de García Oliver, para formar un ejército de
milicias, durante el Congreso de Zaragoza. Los prejuicios fueron más fuertes y
se impusieron a la clarividencia del dirigente "anarcobolchevique"
(92).
La falta de
claridad del anarcosindicalismo no fue solamente en las jornadas de Julio. La
sobrevaloración del espontaneísmo, el desprecio por la estrategia y por
el análisis de la realidad, sustituidos por el voluntarismo de sus
militantes, resultaría fatal para los libertarios en los meses siguientes, que
acabarían dejándose arrebatar la iniciativa por sus adversarios.
La
espontaneidad y el voluntarismo revolucionario de las bases suplió
la falta de organización de los partidos y de los sindicatos ante la
sublevación. El ejército contaba con la disciplina, con sus pertrechos y su
armamento, con un plan de combate cuidadosamente preparado, tenía además, a su
favor, el elemento sorpresa y la parálisis del gobierno. Cabe
preguntarse
¿cómo fue posible que unas masas mal organizadas y pésimamente armadas,
pudieran vencer?. La participación de las escasas fuerzas que se mantuvieron
leales a la República tuvieron su importancia. Nadie lo pone en duda.
Pero resulta inverosímil pensar que ellas, por si mismas, pudieran
decantar la situación. Ésta no puede ser la explicación. Sólo el entusiasmo
revolucionario de las masas, que habían participado en los combates, que habían
paralizado el país con una huelga general, que habían colaborado en la
construcción de barricadas y ayudado a los combatientes, podía suplir con
creces las desventajas iniciales.
3.3 LA DUALIDAD DE PODERES EN CATALUNYA.
En realidad,
en los días posteriores a las jornadas de Julio, en Catalunya, no existió una
auténtica dualidad de poderes. La autoridad política del gobierno de la Generalitat se había derrumbado sin apenas resistencia, frente a una multitud revolucionaria
que, armada, se había adueñado de las calles. La dualidad de poderes en
Catalunya, aparecería posteriormente, después de que el proceso revolucionario
quedase truncado por el rechazo de la CNT a tomar el poder.
La mayoría
de los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI se negaron a aprovechar su triunfo para implantar el comunismo libertario, considerándolo en aquellas
circunstancias, como una acción dictatorial, contraria a sus principios
antiautoritarios. La Generalitat era impotente para extender su autoridad fuera
de sus propias Consellerías, frente a la proliferación de los comités
revolucionarios, que aparecerían, desperdigados, por toda Catalunya.
Fruto del
rechazo anarquista a tomar el poder, sería la creación del Comité Central de
Milicias Antifascistas. Fue este organismo, verdadero poder territorial en
Catalunya, el que simbolizó la dualidad de poderes y su evolución. Las
luchas internas que en él se desarrollaron marcarían el destino de los comités
y por consiguiente, también el de la misma revolución en Catalunya.
Sin embargo,
las vacilaciones de los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, y su renuncia al poder no siempre coincidiría con la actitud de sus propias bases.
Frecuentemente las acciones de la militancia fueron por delante, y desbordaron,
a sus dirigentes.
"(El gobierno de la Generalitat) en un intento de encauzar el ímpetu
revolucionario de las masas, autorizó al consejero de Trabajo a que, por medio
de la radio, diese cuenta de las disposiciones dictadas sobre rebaja de
jornada, aumento de salarios y aprobación de bases de trabajo pendientes. Antes
de publicarlas, estas disposiciones fueron puestas en conocimiento de delegados
de las llamadas corporaciones económicas, llamados a la Generalitat tales como el Fomento del Trabajo Nacional, Cámaras de la industria y de la Propiedad, etc., a quienes el consejero de Trabajo les expuso lo que acababa de decirle el
director de las minas de Suria. Todos los presentes estuvieron de acuerdo en
todo y el representante de la Cámara de la Propiedad ofreció además la rebaja de alquileres".
"No obstante, durante el curso de la reunión se produjo un hecho,
reiterado dos o tres veces, que dió al traste con la toma de responsabilidad
que se había iniciado por parte de los representantes patronales reunidos con
el Consejero de Trabajo, algunos de ellos fueron avisados de que no volvieran a
sus casas, puesto que habían ido a buscarles grupos de paisanos armados. Ello
representó la autodisolución de las corporaciones económicas" (93).
Los
representantes de la burguesía industrial catalana pronto comprendieron que las
concesiones que estaban haciendo, para frenar el alud revolucionario eran
completamente inútiles. Los trabajadores, dueños de la situación no olvidaban
que la patronal había apoyado tradicionalmente la represión contra el
movimiento obrer, y que numerosos patronos simpatizaban o habían apoyado
directamente la sublevación militar. La detención del director de las minas de
potasa de la población de Suria, por el comité revolucionario local, fue la
señal para la desbandada.
3.4 EL ANARCOSINDICALISMO FRENTE AL PODER. EL NACIMIENTO DEL COMITÉ CENTRAL DE
MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA.
Terminados
los últimos combates, la CNT se había convertido en el árbitro indiscutible de
la situación.El gobierno de la Generalitat se encontraba completamente desacreditada frente a los trabajadores. El ejército, con la mayoría de sus
oficiales y suboficiales, partidarios del golpe, había sido aplastado en los
combate. Las unidades que se habían mantenido fieles a la República, habían sufrido el efecto boomerang y con el decreto Giral, prácticamente se habían
disuelto. Los soldados, desertaban o se unían, contagiados por el entusiasmo
popular, a los grupos de revolucionarios armados. La situación en las filas de
la guardia civil y del resto de cuerpos policiales era similar. El gobierno
autónomo catalán, completamente marginado por la oleada revolucionaria, carecía
de los instrumentos necesarios para imponer su autoridad.
Sin embargo,
el presidente Companys, no estaba solo. Las organizaciones que formaban el
Frente Popular (Front d'Esquerres en Catalunya), desbordadas por la situación,
intentaban reagrupase en torno a la Generalitat, buscando su supervivencia política ante un movimiento revolucionario que todo lo
devoraba. Las fuerzas que apoyaban a Companys, significaban muy poco en
aquellos momentos, para poder servir de contrapeso al anarcosindicalismo
victorioso.
Los partidos
obreros catalanes del Frente Popular, el Partido Comunista de Catalunya (PCC), la Federación Catalana del PSOE, la Unió Socialista de Catalunya (USC) y el Partit Català
Proletari (PCP), acordaron acelerar el proceso de unificación, que estaba
en marcha desde hacía varios meses. Así, sin ningún tipo de Congreso de las
bases que lo sancionara y de forma completamente improvisada, nacía el 24 de
Julio, el Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC). El nuevo partido,
de la misma forma que, poco antes lo habían hecho las Juventudes Socialistas
unificadas (JSU), se adhirió a la III Internacional, estalinizada.
Sin embargo,
y pese al reagrupamiento producido, el Partido Socialista Unificado, poco podía
contar en la nueva situación, frente a un movimiento revolucionario triunfante,
que había desbordado al gobierno y que había empezado a construir, sus propios
organismos de poder.
El día 20 de
Julio, Companys solicitó una entrevista con una delegación de representantes de
la CNT y de la FAI. Su intención era conseguir el apoyo del
anarcosindicalismo, sin el que resultaba utópico iniciar la recuperación del
poder perdido.
La asamblea
de la CNT-FAI, fue convocada el mismo día por la tarde, en los locales
incautados a la patronal catalana, el Fomento Nacional del Trabajo (y que se
habían convertido en la residencia de la Regional Catalana). El plenario fue organizado para discutir los resultados de la entrevista
con Companys y la situación que se había abierto con la derrota de los militares.
En él, pronto se reflejaron las divisiones que existían latentes en el
seno del anarcosindicalismo. Juan García Oliver, defendía la necesidad de
proclamar el Comunismo Libertario y de "ir a por el todo", Diego Abad
de Santillán se manifestaba partidario de la colaboración con el resto de
fuerzas políticas que habían intervenido en la lucha. Entre ambas posturas,
existía una intermedia, la de Manuel Escorza, que planteaba utilizar a la Generalitat para legalizar las conquistas revolucionarias, apoyándose en el aplastante
predominio del anarcosindicalismo entre los trabajadores, para desprenderse de
ella, cuando las circunstancias lo aconsejaran. La postura de Escorza, opuesta
a la de Diego Abad de Santillán porque negaba cualquier pacto con la Generalitat, consiguió el apoyo de la organización comarcal del Baix Llobregat. Finalmente,
se decidió enviar una delegación para entrevistarse con Companys, y conocer
cuales eran sus propuestas.
En la
entrevista, el presidente catalán adoptó una actitud astuta y prudente.
Reconoció lo que era más que evidente, su derrota política y la victoria de los
revolucionarios, para, seguidamente, poner su cargo a disposición de los
triunfadores. La postura de ofrecer la dimisión de un cargo que había perdido
toda autoridad política era más que un gesto patético, estaba cargada de
intencionalidad política. Si los libertarios tomaban la actitud de ir a todo
por el todo, la Generalitat y las organizaciones catalanas del Frente Popular
no tendrían futuro. Si por el contrario, la CNT decidía colaborar, se ganaría el tiempo necesario para preparar las condiciones que permitiesen a la Generalitat, recuperar el poder perdido.
"(Companys) realizaba una gran maniobra para salvar las instituciones del
poder y con ellas la propia política..., (que) en aquel momento estaba vencida.
Luis Companys salvaba las instituciones y salvaba , con ellas, su concepción
ideológica. Fue iniciar un proceso de tiempo y de paciencia con todos los altos
y bajos normales en un proceso como aquél, de recuperación del poder"
(94).
Los
delegados de la CNT y de la FAI se negaron a comprometerse hasta que el
Plenario Sindical decidiera. Companys los hizo pasar a otra sala, donde
esperaban los representantes del Frente Popular y el POUM. El presidente
de la Generalitat propuso la formación de un Comité de Milicias Ciudadanas,
para "encauzar la vida de Catalunya", y para organizar la lucha
contra los insurrectos, en aquellos lugares donde éstos todavía no habían sido
aplastados. La propuesta iba destinada a subordinar a los anarcosindicalistas
al carro de su política. Sin embargo, la profunda transformación revolucionaria
que se estaba desarrollando, iba a frustrar por el momento, sus planes.
A pesar de que los libertarios victoriosos retrocediesen frente al poder, iban
a imponer su propia concepción de lo que debía ser el Comité Central de
Milicias. El nuevo organismo iba a dirigir el poder durante los siguientes
meses, asumiendo la dirección política, económica y militar de Catalunya,
mientras que la Generalitat pasaría a ser un organismo simbólico, desprovisto
de toda autoridad tangible.
Poco antes
de la entrevista con la delegación anarcosindicalista, el presidente Companys
había realizado otra reunión similar con los representantes de las
organizaciones del Front d'Esquerres (ERC, AC, UGT, Unió de Rabassaires , el
Comité de enlace del nuevo PSUC) y con el POUM, (que mantenía una posición
ambigua). En la reunión se acordó crear un gobierno de concentración, en el que
se integrarían todas las organizaciones presentes. También se decidió la
formación de milicias populares que serían las encargadas de sustituir al viejo
ejército, y que estarían dirigidas por el nuevo gobierno. Solo Andreu Nin
estaría en desacuerdo con estos planes. El secretario del POUM argumentó
que sin el acuerdo de los anarquistas, verdaderos dueños de la situación,
cualquier plan era irrealizable, y que por lo tanto, habría que esperar
su respuesta definitiva (95).
El
historiador, Stanley G.Payne, afirma que los dirigentes de ERC y de
la Generalitat evitaron el enfrentamiento con los anarquistas, pese a contar
con "numerosas unidades locales de policía, así como regimientos de tropas
también leales, con los que hubiesen podido contar" (96). Los datos en los
que se apoya Payne, para basar sus conclusiones, son rigurosamente inexactos.
En Catalunya, apenas quedaban efectivos policiales, de la guardia civil o
del ejército, leales a la República, sin sufrir los efectos de la contaminación
revolucionaria, y que no hubieran acabado disolviéndose entre los combatientes
obreros. El gobierno de la Generalitat y el Front d'Esquerres, en
aquellos momentos, difícilmente habrían encontrado efectivos disponibles para
enfrentarse a los triunfadores de las jornadas de Julio. Companys rechazó la
posibilidad, sugerida por Joan Comorera, de utilizar las nuevas milicias
ciudadanas (que por otra parte, estarían integradas principalmente por
militantes libertarios y poumistas) contra la CNT, consciente de que el combate sería demasiado desigual, para poder pensar en la posibilidad de éxito (97).
El día 21,
el Comité regional de la CNT acordó aceptar provisionalmente, la propuesta de
Companys. Sin embargo, se reservaban el acuerdo sobre la participación de cada
sector en el nuevo organismo, y aplazaban la respuesta definitiva al Plenario
que debía realizarse.
Contando con
el apoyo de las organizaciones del Frente Popular y con la aceptación
provisional de su propuesta de los dirigentes de la CNT y de la FAI, Companys consideró que podía dar un nuevo paso en la recuperación del poder.
El mismo día, el Boletín Oficial de la Generalitat publicaba un decreto por el se creaban "las milicias ciudadanas, para la defensa de la República". Su jefe sería el comandante Enrique Pérez Farrás, que estaría subordinado al
Conseller de Defensa, Lluis Prunés i Sato. El Comité de las Milicias
Ciudadanas, propuesto por Companys a la CNT, se revelaba como un simple organismo de enlace de las diferentes organizaciones antifascistas, que estaría
subordinado a la autoridad política de la Generalitat.
En el Pleno
de las Federaciones locales y comarcales, después de que la delegación que se
había entrevisado con Companys, explicara el contenido de la entrevista, las
posturas aparecidas en la primera asamblea volvieron a reaparecer de nuevo. La
posición colaboracionista, defendida por Abad de Santillán, Federica Montseny y
por otros militantes prevaleció sobre la de García Oliver y de la delegación
del Baix Llobregat, que defendían la instauración inmediata del comunismo
libertario y la liquidación del Comité Central de Milicias. La postura radical
consideraba la aceptación de las propuestas de Companys como una claudicación,
en un momento en el que las fuerzas revolucionarias habían alcanzado la
victoria. Los colaboracionistas argumentaron que la implantación del comunismo
libertario, en aquellos momentos, sería caer en la tentación dictatorial, que
entraba en franca contradicción con los principios del anarquismo. Federica
Montseny consideró que esta situación sería finalmente salvada por las mismas
masas revolucionarias, desde la calle. La misma participación en el Comité
Central era ya, en si, una concesión, y éste debería ser abandonada, tan rápidamente
como las circunstancias lo hicieran posible (98).
Diego Abad
de Santillán argumentó que la instauración del comunismo libertario solo
serviría para desencadenar la intervención de las potencias imperialistas
europeas. En esta situación, la participación en el Comité Central de Milicias
solo podía tener efectos positivos para la CNT, sin perjuicio de gobernar desde la calle, pero sin caer en tentaciones dictatoriales (99).
El áspero
debate entre colaboracionistas e intransigentes terminó con la victoria de los
primeros. Solo la agrupación del Baix Llobregat votaría a favor de la propuesta
presentada por García Oliver de continuar el proceso revolucionario hasta las
últimas consecuencias. El resto de las delegaciones asistentes, votaron por la
colaboración en el seno del nuevo organismo de poder.
Rudolf de
Jong, en su excelente trabajo sobre el anarquismo y el doble poder en la guerra
civil española, defiende la existencia de terceras vías que no fueron contempladas
por los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI y que no presuponían ni la "colaboración democrática", ni la "dictadura anarquista". La
de la participación y potenciación del desarrollo de la revolución
"autogestionaria" que se estaba dando fuera del Comité Central y de la Generalitat, al margen de los comités centrales de los partidos y de los sindicatos, en
los comités revolucionarios, en las colectivizaciones que se desarrollaban por
toda Catalunya y por todo el estado español. Esta opción implicaba también,
acabar definitivamente, con el poder del moribundo gobierno catalán. Otra
alternativa que de Jong valora, era la aceptación de la colaboración en el seno
del Comité Central de Milicias, pero considerándolo como un organismo
provisional, que debía ser reemplazado, en el momento en el que las
circunstancias lo hubieran permitido, por otro nuevo, de tipo confederal,
creado a partir del proceso revolucionario (100).
Ambas
posiciones son muy similares, y defienden la necesidad de convertir los
comités revolucionarios locales y las Juntas de poder territorial, en
verdaderos soviets. La primera defiende la potenciación de los organismos
revolucionarios que aparecían por todas partes. Sin embargo, el desarrollo de
los organismos revolucionarios sólo era posible por medio de la
democratización y la ampliación sus bases sociales con la participación popular
en su seno. El poder revolucionario de los comités locales sólo podía
potenciarse mediante la coordinación y la estructuración territorial de éstos.
La segunda
opción que contempla de Jong, implicaba reemplazar el Comité Central, como
organismo burocrático de enlace entre los diferentes partidos y sindicatos, por
otro organismo de naturaleza democrática. La democratización sólo era
posible convirtiendo al Comité de Milicias en el organismo coordinador y
representativo de la multitud de comités revolucionarios de ámbito local
que existían.
Efectivamente, las alternativas contempladas por de Jong, nunca fueron
consideradas seriamente por los libertarios. Hacerlo hubiera implicado la
potenciación de los comités, su democratización, el aumento el poder de
decisión de sus bases sociales y por consiguiente, la liquidación definitiva
del gobierno de la Generalitat. Ambas opciones empujaban, directamente, hacia
la consolidación del poder revolucionario y hacia la construcción de un
pseudoestado, obrero. Esto hubiera significado la renuncia a uno de los dogmas
más preciosos del anarquismo, el completo rechazo, a cualquier forma de poder
estatal.
Sin embargo,
no parece que el problema que más preocupaba al sector colaboracionista, fuera
el de los principios. Como muy bien observa de Jong, al combatir la propuesta
de los intransigentes, los colaboracionistas olvidaban que, en el terreno de
los principios, la dictadura anarquista estaba tan en contradicción con sus
ideas como la colaboración en el seno del Comité Central de Milicias (101). El
lenguaje y los argumentos, confusos y contradictorios, expresaban el profundo
desconcierto que reinaba entre las filas anarcosindicalistas. Tanto la CNT, como la FAI, se encontraban desarmadas políticamente, para enfrentarse a los hechos que
se estaban desarrollando. Toda la larga tradición de apoliticismo y de rechazo
total a cualquier forma de poder, se volvía ahora contra ellos. Sin
pretenderlo, y en circunstancias que ellos no esperaban (como acostumbra a
pasar en la historia), tenían el poder en sus manos, un poder que no deseaban y
con el que tampoco sabían que hacer.
El
anarcosindicalismo carecía de política ante el poder, y era la realidad, la que
les obligaba a improvisarla. Es significativa la confesión que hizo, Helmut
Rüdiger, representante en Barcelona de la AIT, frente a las críticas que hacían los anarquistas extranjeros a la CNT española:
"Los que dicen que la CNT tenía que establecer su dictadura en 1936 no
saben lo que exigen,... Entonces, la CNT debía tener un programa de gobierno,
de ejercicio de poder, un plan de economía autoritariamente dirigida y
experiencia en el aprovechamiento del aparato estatal... Todo eso no lo tenía la CNT, pero los que creen que la CNT debía realizar su dictadura tampoco poseen este programa
ni para su propio país, ni para España. No nos engañemos: de haber poseído un
semejante programa antes del 19 de Julio, la CNT no hubiera sido la CNT, sino un partido bolchevique. De haber aplicado semejantes prácticas en la revolución
hubiera dado el golpe mortal definitivo al anarquismo" (102).
Careciendo
de programa, los dirigentes de la CNT-FAI se negaron a tomar el poder y
permitieron que la Generalitat sobreviviera, seguros de que su fuerza,
impediría que el gobierno catalán recuperara su antigua autoridad perdida.
Numerosos
historiadores como Rudolf de Jong o Vernon Richards, ponen en duda la
representatividad del Plenario que decidió la postura libertaria frente al
poder (103). Aunque las bases libertarias no fueron consultadas, es difícil
negar que los cuadros de la CNT-FAI, reunidos en aquel Plenario
representaban la sensibilidad de la mayor parte de la militancia, por lo menos
en aquellos momentos de desconcierto. Las circunstancias del momento,
difícilmente podían permitir la celebración de una Asamblea más democrática. Sin
embargo esta falta de representatividad acabaría convirtiéndose en permanente.
En aquellos momentos, tanto las bases como los cuadros dirigentes vivían
todavía la euforia de las jornadas de Julio. Creían que la colaboración con
Companys y con las organizaciones del Front d'Esquerres, sólo sería un
alto en el camino de la revolución y que no sería necesario romper su alianza
con los partidarios de la República. No se daban cuenta de que esta política acabaría ahogando a la misma revolución que pretendían defender.
3.5 LOS ÓRGANOS DEL PODER REVOLUCIONARIO. COMITES, PATRULLAS Y MILICIAS.
Como
consecuencia de las jornadas de julio, una verdadera explosión revolucionaria
sacudió los cimientos en el territorio donde los militares habían sido derrotados.
Una multitud de comités, dispersos por toda la geografía, aparecieron en
los pueblos y ciudades, y en los centros de trabajo.
La mayor
parte de la burguesía había apoyado o simpatizado con el levantamiento
militar. Entre los meses de Febrero y Julio, la fuga de grandes capitales y los
cierres patronales, había sido la tónica cosntante. Sólo en los quince días
anteriores a la sublevación militar, más de noventa millones de pesetas,
habían sido trasladados al extranjero. Poco antes de la sublevación, gran
número de propietarios decidieron ausentarse de sus propiedades y trasladarse
al extranjero, esperando que un desenlace victorioso para el ejército,
disiparía el peligro revolucionario que el gobierno del Frente Popular había
sido incapaz de detener. Con la derrota de los militares en la mayor parte de
la península, gran numero de propietarios que todavía no habían huido,
decidieron hacerlo, por temor a las posibles represalias.
Los decretos
del gobierno de Giral y de la Generalitat de Catalunya, cesando a los alcaldes
y concejales de signo derechista, llegaron tarde. La mayor parte de los
Ayuntamientos en todo el estado, habían dejado de existír. Habían sido
sustituidos por los comités revolucionarios, que se habían revelado como los
nuevos poderes locales.
La deserción
de la burguesía y de los funcionarios del aparato estatal provocó un verdadero
vacío de poder, que sería rapidamente ocupado por las organizaciones
obreras. Los trabajadores ocuparon los Ayuntamientos, las fábricas, las minas y
los talleres. Formaron sus propios comités que sustituyeron a las viejas
autoridades republicanas, y se encargaron de reorganizar la producción y la
vida cotidiana.
Los comités
eran un reflejo de la profunda desconfianza que sentían los trabajadores hacia
las autoridades republicanas, que habían permitido con su política, la
sublevación militar.
"El pueblo... experimentaba un sentimiento de profunda desconfianza, que
abarcaba todo y cegaba cualquier intento de organización. Lo triste es que
tenía razón para tal desconfianza, porque todos los organismos de estado lo
habían traicionado y los gobiernos, con sus errores, permitieron la realización
del movimiento subversivo. Su desconfianza se presentaba bajo dos aspectos:
uno, el que le producía la duda sobre la lealtad de los funcionarios del
estado: y otro, el consiguiente a desconfiar, no de la lealtad, sino del
acierto en las disposiciones que se dieron cuando estas se asemejaban a las del
anterior régimen. Su rencor se extendía a todo lo pasado, instituciones y
procedimientos; buscaba como Diógenes el ideal: aseguraban las libertades del
pueblo y que éstas no fueran jamás abolidas, para lo que se trataba de inventar
organismos nuevos que fueran perfectamente controlados y no pudieran incurrir
en los defectos de los anteriores, ni producir nuevas traiciones".
"De ahí, la creación de comités, que no era otra cosa que el control que
el pueblo establecía en todas las funciones estatales. No pretendía suplantar
al gobierno; quería sencillamente vigilar sus actos..." (104).
Felipe Diaz
Sandino describió perfectamente, el sentido y la naturaleza de estos organismos
revolucionarios, además de la conciencia que animaba a la mayor parte de sus
bases sociales.
Los comités
pretendían defender las libertades populares y lo que es más importante, y Diaz
Sandino no menciona, satisfacer las reivindicaciones históricas de la población
trabajadora, que la República, durante cinco largos años se había negado a
realizar.
Aunque la
génesis de los comités fué extremadamente heterogénea y compleja, el ejemplo de
Lérida, ciudad controlada por el POUM, es bastante representativo del
proceso:
"La grande y la pequeña burguesía fueron separadas del ejercicio del
poder; los partidos republicanos, genuinos representantes de la pequeña
burguesía, fueron barridos de la plaza pública... Durante los primeros días, la
constitución de la nueva ciudad revolucionaria quedó fijada. Una serie de comités
obreros atendían las necesidades perentorias y controlaban todas las
actividades (abastecimientos, transportes, ejército, seguridad revolucionaria,
etc.). El POUM convocó una reunión de organizaciones sindicales. De esta
histórica reunión salió pujante y fuerte un nuevo orden (sin ninguna relación
con el gobierno de Madrid y el de la Generalidad de Catalunya)... La clase obrera ejerció su poder a través de tres organismos, independientes en su
funcionamiento, pero estrechamente ligados en sus directivas. Partiendo del
principio de que todo el poder emanaba de la clase obrera, ésta, por medio de
las juntas de todos los sindicatos de la CNT, UGT, y de la FOUS (Sindicato dependiente del POUM), junto con la delegación de un solo partido, el POUM,
se constituye en poder legislativo. Su misión era estudiar y fijar las normas
sobre todos los problemas. La asamblea de las juntas de los sindicatos delega
el poder ejecutivo en las personas de los comisarios de la Generalidad y Ordén Público y en el Comité Popular Antifascista. Este comité queda
constituído por representantes de las mismas organizaciones sindicales y
políticas de la asamblea. Dos representantes por organización. Su misión es
cumplir las disposiciones acordadas por la Asamblea. Las dos comisarías tienen las funciones propias de su cargo. La de la Generalidad (dirigida por Joaquín Vila, militante de las UGT) se ocupa de cuestiones
económicas, la del Orden Público (dirigida por José Robles, miembro del POUM)
de la seguridad revolucionaria. La asamblea de los sindicatos establece el
orden judicial... Crea el Tribunal Popular Revolucionario". (105).
El poder
político de las clases medias había sido expropiado por la revolución. Sin
embargo, la voluntad de la población trabajadora y de las masas revolucionarias
sólo llegaría a expresarse en la gestión del nuevo poder, de forma indirecta, a
través de sus organizaciones tradicionales, los sindicatos y los partidos
obreros, o lo que es lo mismo, a través del aparato de éstos.
Los comités
no sólo ejercieron las funciones de los gobiernos municipales abandonados, sino
que fueron mucho más lejos en su tarea de llenar el vacío de poder. Los nuevos
organismos revolucionarios actuaron como verdaderos gobiernos locales en las
poblaciones donde habían aparecido. Se preocuparon del abastecimiento de
víveres de la población. Crearon sus tribunales populares que se encargaron de
administrar justicia.
Formaron su
propia policía, las patrullas de control o las milicias de retaguardia, que
aseguraron el nuevo orden revolucionario. Formaron milicias de voluntarios, que
se dirigieron a combatir a los sublevados, en aquellos lugares, donde éstos,
habían triunfado. Los comités se encargaron de muchas otras funciones (sanidad,
educación...). Confiscaron los edificios religiosos y las propiedades de
la burguesía, que había huido. Las propiedades confiscadas fueron utilizadas
como cooperativas agrícolas, escuelas, guarderías, almacenes de víveres y de
armamento, locales de las organizaciones políticas y sindicales, y para otras
muchas funciones y servicios que eran necesarios para la comunidad (106).
En algunas
de las grandes ciudades, como Barcelona, aparecieron comités de barricada,
descendientes directos de los viejos grupos de defensa de la CNT y de la FAI. El conjunto de estos comités se articularon en una verdadera
federación. Se encargaron de administrar sus respectivas áreas de influencia,
convirtiéndose en el único poder existente, en los primeros momentos de la
revolución. En palabras de un periodista francés testimonio de los
acontecimientos.
"... se ha hecho aquí con el poder. El gobierno civil es una figura
simbólica, es un pálido girondino ante unos jacobinos, en comparación con los
cuales, los nuestros, fueron simples aficionados" (107).
De forma
precipitada, se crearon tribunales populares que tuvieron que suplir las
funciones del viejo aparato judicial. Los antiguos magistrados fueron relevados
de sus puestos, mientras que los elementos más reaccionarios fueron detenidos y
en algunos casos, fusilados. Los archivos judiciales y los registros de la
propiedad fueron quemados y saqueados por la multitud. De esta forma, la
multitud expresaba su odio hacia el viejo orden social.
Los nuevos
tribunales, formados con representantes de todas las organizaciones
antifascistas, se encargaron de administrar, de manera improvisada, la nueva
justicia.
La nueva
polícía revolucionaria, Las patrullas obreras de retaguardia
se encargaron de vigilar por la seguridad interna del nuevo orden social.
Llevaron a cabo la represión contra los simpatizantes de la sublevación, y
evitaron, en muchos casos los saqueos, los excesos y las venganzas personales,
protagonizados por el lumpenproletariado y por algunos de los elementos
revolucionarios más exaltados.
Los nuevos
organismos aparecieron también en el interior de los restos de los viejos
cuerpos policiales, los guardias de asalto, y la guardia civil (reconvertida
rapidamente, en guardia republicana). Estos comités, creados a iniciativa de
los mismos guardias de base, se encargaron de la vigilancia y de la
depuración de los elementos sospechosos de simpatizar con la sublevación.
La práctica
desaparición de cualquier sector del ejército, fiel al gobierno y el
fermento revolucionario que se estaba desarrollando por todo el país, fueron
las causas de la rápida aparición de un improvisado ejército de voluntarios,
dispuestos a terminar con los últimos reductos de los sublevados. Las
estimaciones más ajustadas hablan de más de 100.000 milicianos en todo el
Estado. La mitad de ellos pertenecían a los sindicatos de la CNT, 30.000 a la UGT, 10.000 al Partido Comunista, 5.000 al POUM (en su mayor parte, en
Catalunya). A las milicias obreras se unió un contingente de 12.000 guardias de
asalto, algunos centenares de guardias civiles, algunos miles de soldados y
apenas 200 oficiales del antiguo ejército (108).
El
improvisado ejército de voluntarios en el que se constituyeron las milicias, se
caracterizó por su igualitarismo, reflejo de los ideales de la revolución que
estaban llevando a cabo. Se abandonaron los nombres de las antiguas unidades,
los uniformes, el saludo castrense, el código militar y todos aquellos rasgos
que pudieran recordar al viejo ejército de castas que había protagonizado la
sublevación. Los oficiales y suboficiales que carecían de privilegios y de
distinciones que los diferenciara de la tropa, eran elegidos frecuentemente por
ésta en asambleas de milicianos. Sin embargo, eran normalmente los altos mandos
y los delegados de las organizaciones políticas y sindicales, los que hacían la
elección de los mandos. Su autoridad sólo era utilizada en los combates.
Indiscutiblemente, en ocasiones el afán igualitarista fué llevado, a extremos
anecdóticos, y a menudo se dieron grandes dosis de ingenuidad.
(109).Frecuentemente también se cometieron graves errores que limitaron la
capacidad de los combatientes. Las órdenes de los mandos eran a
menudo, discutidas en plenarios y en ocasiones, desobedecidas por los
milicianos, si éstos no se mostraban en acuerdo.
Los errores
de las milicias serían utilizados por los partidarios de la reconstrucción del
viejo ejército republicano, para denigrarlas. Sin embargo, hasta sus
adversarios más decididos, tuvieron que reconocer que el avance de los
sublevados solo pudo detenerse, durante los primeros meses, gracias a la acción
de las milicias populares.
La
estructura del improvisado ejército revolucionario era, por lo general,
profundamente democrática. En el Frente de Aragón, las asambleas de milicianos
escogían a sus representantes, uno por cada veinte combatientes. Los
delegados, a su vez, formaban un Comité General de la agrupación, que era
el intermediario entre las asambleas y el Comité Ejecutivo.
Este
organismo rector era el encargado de llevar a cabo los acuerdos tomados por los
milicianos. Las asambleas eran convocadas periodicamente para discutir y
resolver los problemas a los que se enfrentaban. Los cargos eran responsables
de su gestión ante la tropa que los había elegido y podían ser revocados en
cualquier momento, si así lo decidían las bases.
Los
"Consejos de obreros y de soldados" aparecieron por iniciativa de la CNT y de la UGT, primero en Catalunya, para extenderse rapidamente al resto del
territorio "republicano". Estaban formados por delegados de las
milicias y por representantes de los partidos y de los sindicatos que las
integraban. Dirigieron el trabajo de vigilancia y depuración de los militares
profesionales que se habían integrado en las milicias como asesores técnicos.
Los revolucionarios veían en ellos, con razón o sin ella, a los representantes
del viejo y odiado ejército, sospechosos de simpatizar con el enemigo. Los
consejos de delegados se encargaron también de representar a los milicianos
frente a los mandos.
Es
importante destacar la importancia obra de las milicias, al extender la
revolución y sus conquistas, a las tierras recuperadas a los sublevados. Sólo
de esta forma, podemos comprender, como las improvisadas milicias,
"carentes de organización y experiencia militar, de armas y de
mandos" pudieron enfrentarse con éxito a un ejército, que era claramente
superior a ellas, en todos los aspectos convencionales.
"En efecto, carentes de organización y experiencia militares, de armas y
de mandos, los obreros solo podían compensar este desequilibrio mediante el
entusiasmo, y el entusiasmo no podía generarse por la idea de defender una
República que había perseguido a buena parte del movimiento obrero y que había
permitido que estallara la guerra civil. Ese entusiasmo, que debía ocupar el
lugar del ejército, de las armas, de la experiencia militar, solo podía surgir
de la convicción de que se defendía la propiedad del pueblo, es decir, la
revolución" (110).
Apenas
acabados los combates, los sindicatos descombocaron la huelga general que había
paralizado todo el estado. Era necesario recuperar cuanto antes, la
normalidad en los centros de trabajo, para poder suministrar lo necesario en
los frentes de batalla. Los trabajadores encontraron cerradas las empresas y
las industrias donde trabajaban. La mayor parte de los propietarios y de los
técnicos habían huído.
"Aunque el día 20, lunes, todavía seguía la consigna de huelga general,
los obreros se dirigieron a sus empresas. No sabían si a trabajar o a
curiosear. Había en el aire de los barrios, la sensación de que las cosas eran
distintas.
El martes 21. En la mayoría de las empresas grandes no estaba el dueño, ni los
gerentes, a veces ni siquiera los ingenieros. Ahí, la inquietud se concretó. Si
las empresas no funcionaban. ¿qué pasaría?" (111).
La
improvisación y la creatividad fueron la tónica general en los centros de
trabajo.
"... cada industria, cada empresa, se puso a funcionar por
simple iniciativa del propio proletariado, con todos los
inconvenientes que se producen en las simples improvisaciones... ellos mismos,
desconectados en los primeros momentos de sus propios sindicatos y de sus
propios dirigentes ideológicos, se constituyen en asamblea, la cual escoge a
quienes consideran más capacitados para poner en funcionamiento la empresa. Si
esta requiere una dirección técnica muy especializada se va a buscar, si no se
ha presentado, al elemento técnico que les merece más confianza y lo ponen como
directivo máximo" (112).
En numerosas
ocasiones, los mismos patronos que no habían huido, fueron incorporados a los
centros de trabajo como simples técnicos o trabajadores.
La
iniciativa de los comités partió, principalmente de los militantes de las
organizaciones obreras, que serían seguidos por el resto de los trabajadores.
En muchos casos fueron los antiguos comités de empresa, los que dirigieron la
puesta en marcha de la producción. A pesar de las jornadas de julio, la
producción apenas se interrumpió durante dos o tres días. Cuando se reinició el
trabajo, todo volvió a funcionar como antes. A medida que la vida cotidiana se
ponía en marcha, se registraba una actividad frenética de los sindicatos para
coordinar a los comités, que pedían desorientados, asesoramiento e
instrucciones.
El
anarcosindicalismo, por su peso en el movimiento obrero catalán, y su fuerte
presencia en otras regiones del estado, jugó un papel fundamental. Los
militantes de la CNT y de la FAI, empujados por la realidad, se vieron
empujados a renunciar a sus principios de rechazo a cualquier forma de poder y
acabaron por convertirse en la fuerza principal que impulsó la creación
de los comités. El poder estatal, rechazado en la cúpula por sus dirigentes,
fué ejercido sin paliativos a nivel local por los militantes de base que no
despreciaban las medidas autoritarias para consolidar su revolución.
"El Estado proletario brotaba poderosamente por todas partes, de las
propias filas anarquistas" (113).
Es
importante destacar la absoluta espontaneidad del
fenómeno revolucionario. Fruto de ésta, fué la gran variedad de nombres que
adoptaron los comités, en las diferentes localidades. Los nuevos
organismos fueron la obra espontánea de las bases de los partidos, de los
sindicatos, y también de gran número de trabajadores no afiliados, que
decidieron sin esperar las órdenes de sus dirigentes, llenar el vacío político
y enfrentarse a los graves problemas que se presentaban.
"En esas primeras semanas posteriores al 20 de Julio ni siquiera los
partidos y organizaciones controlaban a sus afiliados" (114).
El carácter
espontáneo de los comités y de su obra, pone en evidencia la profunda
naturaleza anticapitalista de la revolución española frente a todos aquellos
que prefieren reducirla a una simple guerra civil, o bien a una hipotética
revolución democrática burguesa que solo fué rebasada por algunos sectores
extremistas.
Las
organizaciones obreras carecían por completo, en los primeros momentos, de un
programa político que les permitiera enfrentarse con la situación
desencadenada.
"Los socialistas no lo aprovechan porque de hecho habían perdido su
impulso revolucionario y se diluían en divisiones más o menos provocadas, por
una demagogia a la cual les impulsaban otras formaciones proletarias; los
comunistas tampoco no lo aprovechan porque su fuerza numérica aún era muy
inferior y porque ya habían iniciado su evolución, marcada por Moscú, hacia un
conservadurismo local, y los anarquistas porque, numericamente superiores solo
en Catalunya y Aragón, no tenían una concepción clara de la forma de como
tenían que hermanar su deseo revolucionario y su realización práctica"
(115).
Sin embargo
no hay que caer en el error de considerar a los comités y su obra
colectivizadora, como el reflejo de una plena conciencia revolucionaria de los
trabajadores. La acción espontánea también fué una consecuencia del vacío de
poder político (derrumbe de la República y de sus instituciones) y económico (huída de la burguesía). La reacción fué en gran parte instintiva para la
mayoría de los trabajadores. Sólo una minoría organizada veía con
claridad la meta final del proceso revolucionario que acababa de iniciarse.
A menudo,
los historiadores conservadores o simpatizantes del orden republicano, han
atribuído a los comités revolucionarios, numerosos excesos, venganzas
personales,... Sin lugar a dudas, algunos en ocasiones, fueron responsables de
parte de los excesos perpetrados durante los primeros meses de la guerra civil.
En toda revolución se liberan odios acumulados durante siglos de miseria y de
explotación, y por lo tanto, va acompañada de excesos inevitables. Juzgar la
obra de los comités por estos hechos, significaría disimular la represión fría
y planificada que llevaron a cabo sus adversarios, tanto en el bando
republicano, como en el franquista Significaría también minusvalorar, pese a
los errores cometidos, los importantes éxitos conseguidos en la improvisada
puesta en marcha de la economía en el bando "republicano".
Los excesos
se produjeron en los momentos de desorden y de vacío de poder. La espontaneidad
del fenómeno y el hecho de que no existiera ningún órgano del poder
revolucionario que centralizara y coordinara las actividades de los comités,
fué una de las causas de los posibles excesos de violencia que se pudieran dar.
Los comités,
aparecidos al calor de la derrota del ejército y del derrumbe del poder
del poder republicano, se formaron por lo general, con los militantes de las
organizaciones obreras que contaban con mayor popularidad entre la población.
Victor Alba da un importante testimonio sobre los procedimientos que se
siguieron en la elección de los delegados de los comités.
"fué una selección hecha por la base, sin formalidades, aunque a
veces se designaron en asambleas, por una especie de concenso. Solo en
localidades grandes se recurrió a asambleas con elecciones, más o menos
democráticas, para seleccionar a los miembros de los comités. No faltaron los
lugares donde fueron los comités de cada organización quienes hicieron las
designaciones" (116).
Al contrario
de lo que parece afirmar Victor Alba, la democracia interna de los comités era
inversamente proporcional a la importancia de las poblaciones. En las grandes
ciudades, el peso de la burocracia de las organizaciones obreras se hizo
sentir, en detrimento de la democracia. Eran los dirigentes, los que por
medio de negociaciones y pactos con las demás fuerzas políticas y sindicales,
escogían a sus representantes.
"Rara vez los comités ratificaron su composición mediante un voto más
amplio, en los días que siguieron a su designación... de hecho, la
<<base>> no ejerció un dominio verdadero más que sobre los comités
de pueblo o de empresa. En el escalón superior, la voluntad de las
organizaciones fué preponderante" (117).
La
democracia en los comités se relegaba a las poblaciones de menor tamaño y a los
centros de trabajo. A menudo, los delegados de los comités fueron elegidos en
asambleas abiertas, por los miembros de la comunidad o del centro de
trabajo. La proximidad entre los delegados y sus bases, hacía que éstos últimos
ejercieran un control directo sobre la gestión que realizaban sus
representantes. A menudo, los asuntos más importantes eran discutidos en
asamblea por la comunidad y no sólo por los delegados del comité. En la
composición de los comités se cuidaba con frecuencia, que las minorías
estuvieran representadas.
"La mayoría de los comités eran elegidos democráticamente por los
trabajadores, milicianos, marinos y campesinos, sin distinción de tendencias,
realizándose así la democracia proletaria..." (118).
Los comités,
a pesar de ser elegidos generalmente en asambleas, no representaban la
opinión real de los trabajadores, sino que reflejaban la correlación de fuerzas
que existía entre los sectores más avanzados que estaban organizados en los
partidos y en los sindicatos (119). Muchas de estas características hacen
que éstos deban ser comparados, no con los soviets rusos de 1917, sino
con las Juntas revolucionarias españolas del siglo XIX (120).
COMPOSICION DE LOS COMITÉS EN DIFERENTES POBLACIONES DE CATALUNYA (Datos de
Cesar M.Lorenzo) (121).
VICH:
2(CNT),1(FAI),1(ERC),1(UGT),1(POUM),1(UdR).
VALLS:5(CNT),2(ERC),2(USC)1(UGT),1(POUM).
BADALONA:2(CNT),2(FAI),1(ferroviarios
CNT),1(PS),1(PC),
1(UGT),1(UdR),1(AC),1(Estat
Catalá),2(ERC),1(POUM).
GARRIGUELLA:1(CNT),1(POUM),2(ERC).
CABANES: 3(CNT),1(POUM),1(ERC),2(Ayuntamiento).
VILLAJUICA:1(CNT),1(ERC),1(UdR),1(Ayuntamiento).
AGULLANA:2(CNT),2(UGT),2(POUM),1(ERC).
PONTS DE MOLINS:4(CNT),4(ERC), más el alcalde, liberal.
ROSAS: 4(CNT),3(ERC).
Los
comités-gobierno eran los herederos de las Alianzas Obreras que habían
protagonizado los hechos de Octubre de 1934, y como éstas, arrastraba las
mismas limitaciones. Los nuevos organismos, de la misma forma que las viejas
Alianzas, eran fruto del acuerdo entre los diferentes partidos y sindicatos, y
por lo tanto tenían el mismo funcionamiento "burocrático" que
aquellas.
Sin embargo, la debilidad política de los comités era mayor. Las Alianzas
Obreras locales habían tenido su representación jerárquica en las Alianzas
regionales o nacionales, existía un verdadero vínculo directo entre ellos. Los
comités revolucionarios en cambio, se encontraban dispersos, sin ningún tipo de
relación con las Juntas que representaban el poder territorial. Las directrices
políticas de éstas últimas, sin ningún tipo de relación jerárquica,
chocaban con frecuencia con la oposición de los comités locales y sólo se
transmitían a través de los militantes de las organizaciones que estaban
presentes en ambos organismos.
Los comités
no mantenían estrictamente la condición clasista que habían defendido las
Alianzas Obreras. Frecuentemente, los partidos republicanos o militantes
destacados de éstos, tenían su representación en los comités, en las
localidades donde estaban implantados. La condición interclasista era una
consecuencia lógica del pacto que se había realizado en la cúpula, por las
direcciones de las organizaciones obreras con el gobierno y con las
organizaciones republicanas.
A pesar de
la dispersión de los comités, la existencia en muchos casos de coordinadoras
comarcales o cantonales, confirman la existencia de una tendencia de los
trabajadores a constituirse espontaneamente en un poder revolucionario de tipo
soviético o asambleario. Fué la incomprensión de las organizaciones que se
reclamaban de la revolución, especialmente la CNT y en mucha menor medida el POUM, sobre la naturaleza y el papel de los comités en la revolución, la que
impidió que estas coordinadoras establecieran su representaciòn y su control
sobre los organismos de poder territorial.
La falta de
una organización que estuviera dispuesta a llevar a cabo la estructuración de
los dispersos comités, en un verdadero estado obrero, llevó a muchos de éstos,
a convertirse en verdaderos cantones casi independientes. Cada comité de pueblo
o de suburbio se convirtió en el responsable de sus propias acciones y fué muy
difícil establecer algún tipo de unidad orgánica o de coordinación. Sin
embargo, la causa de las dificultades para someter a los comités a una
autoridad superior, residía en la escisión creciente que existía entre éstos y
las Juntas territoriales, cada vez más subordinadas a la autoridad en
vías de recuperación del gobierno de la República.
El fenómeno
de los comités revolucionarios que surgió en todo el territorio
"republicano", no tuvo un carácter homogéneo. Su implantación, el
radicalismo de su obra, sus relaciones con las autoridades
gubernamentales y con las Juntas territoriales, dependió en gran manera
de la correlación de fuerzas existente en cada una de las zonas del estado. La
falta de un organismo centralizado que se convirtiera en la cúspide del poder de
los comites, fué también una de las causas de su gran heterogeneidad, tanto en
la forma, como en su funcionamiento.
El caso de
Euskadi es perfectamente ilustrativo. La fuerza del nacionalismo burgués fué un
obstáculo insalvable para que los comités-gobierno se multiplicaran y se
consolidaran como un verdadero poder alternativo. En ocasiones, bajo el nombre
de los comités, siguieron subsistiendo los viejos Ayuntamientos. La hegemonía
aplastante del Partido Nacionalista Vasco impidió la realización de las
expropiaciones. Las propiedades de la burguesía vasca fueron respetadas. (Este
tipo de comités, escasamente desarrollados como órganos embrionarios del nuevo
poder revolucionario, hizo su aparición también en otros territorios del
estado, como en Extremadura).
En Asturias,
la industria, el comercio y los servicios quedaron socializados. La producción
estuvo bajo control de los consejos obreros y de los sindicatos, mientras
que su dirección quedaba en manos de las Juntas territoriales de
Gijón y de Sama de Langreo. Los comités de empresa se limitaron a controlar la
producción en los centros de trabajo, bajo la influencia socialista,
tradicionalmente mayoritaria en la región (122). (El ejemplo de Asturias, con
sus propias variantes, se desarrolló en algunas zonas de Andalucía y en toda
Catalunya).
Otro ejemplo
característico fué el caso de Madrid, donde la dispersión fué la tónica
dominante. Cada partido, cada sindicato, tenían sus propios comités, su propia
policía, sus milicias, sus tribunales y sus prisiones. Cada organización
funcionaba en la práctica como un microestado, en convivencia con lo que
quedaba del estado central.
Es difícil
analizar la conciencia de las masas en plena situación revolucionaria, sin caer
en los tópicos tradicionales. A menudo, unos ensalzan el grado de conciencia,
hasta convertir a los trabajadores, en revolucionarios completamente
conscientes de las circunstancias y perspectivas de la obra que habían
iniciado. Otros los convierten en una masa dócil, dirigida y manipulada por una
pequeña minorìa de conspiradores. La conciencia de las masas, en medio de un
proceso revolucionario, es algo infinitamente más complejo, que cualquiera de
los esquemas simplificadores. Los grados de conciencia varían hasta el
infinito. Desde los sectores más atrasados de los trabajadores, que inician su
incorporación al proceso de transformación social, hasta los que constituyen su
vanguardia organizada en los partidos y sindicatos:
"Sin embargo, en el curso de una revolución, la conciencia de clase, es el
proceso más dinámico que puede darse, el que determina directamente el curso de
la revolución" (123).
Las clases
populares, el proletariado urbano, el campesinado pobre (jornaleros, pequeños
propietarios) y la pequeña burguesía urbana mantenían una serie de
reivindicaciones históricas que hasta el momento, no habían sido satisfechas.
La monarquía de Alfonso XIII, y la dictadura del general Primo de Rivera
habían sido un obstáculo. La República había sido recibida por la inmensa mayoría de la población, salvo por una pequeña minoría de grandes propietarios,
con inmensas esperanzas. Sin embargo, cinco años después, la República, poco o nada había hecho para satisfacerlas.
Las ocupaciones
de tierras, las huelgas generales o parciales, por motivos económicos,
políticos o solidarios, realizadas entre los meses de Febrero y Julio de 1936,
reflejan el creciente descontento y la desconfianza que existía
hacia los métodos legales o parlamentarios. La masividad de estas
movilizaciones nos permiten afirmar que la conciencia del proletariado y del
campesinado, reflejaba confusamente estos deseos de liberación social. La República los había defraudado. Las escasas reformas que se iniciaron durante el período de
la coalición republicano socialista, habían sido anuladas durante el bienio
negro, en el que había gobernado la reacción derechista.
La
sangrienta represión de Octubre de 1934 había sacudido los cimientos de
la conciencia de los trabajadores.
Paradójicamente, esta última había dado la victoria electoral, en el mes
de febrero de 1936, a un moderado Frente Popular que prometía la
amnistía para los represaliados por el gobierno derechista, pero
que defendía un programa conservador que no respondía a las
reivindicaciones históricas de la población. Cuando las masas llegaron a
impacientarse por las duras condiciones de penuria en las que sobrevivían,
pasaron a utilizar la acción directa. Las autoridades republicanas
izquierdistas del Frente Popular, reprimieron sin contemplaciones las
movilizaciones, en nombre del sagrado principio de la propiedad.
Las jornadas
revolucionarias de Julio, desencadenaron en Catalunya y en toda España, las
profundas aspiraciones de liberación de las clases populares. Después de haber
participado en los combates callejeros, o de haber apoyado a los que lo hacían,
no estaban dispuestos a confiar en un gobierno totalmente
desprestigiado, que carecía de sus cuerpos policiales y de su ejército, a
los cuales poder recurrir para imponer su autoridad.
Durante el
período revolucionario, los comités y su obra actuaron como un verdadero
catalizador en la conciencia de los trabajadores.
"El hombre común tuvo pues, la impresión de que no sólo era el amo
de las empresas abandonadas, sino también de las instituciones municipales o
privadas abandonadas o paralizadas" (124).
Podríamos
añadir que también empezaba a serlo de su propio destino. En el campo y en la
ciudad, muchos trabajadores presentían, en la derrota de los militares y en la
huida de los odiados patronos, su oportunidad histórica para liberarse de
tantos siglos de explotación. Aquella que tanto habían prometido los dirigentes
de sus organizaciones. Los jornaleros en el campo vieron la posibilidad de
acceder, de forma individual o colectiva, a la propiedad de la tierra. Sin
embargo es importante destacar que gran parte del campesinado pobre, escogió la
via de la explotación colectiva de las propiedades, superando el tradicional
individualismo campesino. Sin lugar a dudas, el tradicional arraigo del
anarquismo en muchas zonas rurales, fué un factor decisivo en la aparición y
desarrollo de esta conciencia socialista agraria. Fué el instinto revolucionario,
el que convirtió a los trabajadores en los artífices de los comités
revolucionarios y de su obra: las colectivizaciones.
Aunque los
comités se convirtieran en verdaderos embriones del estado obrero, esta idea no
estaba claramente definida en la conciencia de sus bases sociales. Con ellos,
los trabajadores pretendían cubrir el vacío de poder dejado por el derrumbe de
las autoridades republicanas, solucionar sus problemas históricos y también sus
necesidades más inmediatas.
" (Lo que quería la clase obrera) era tener el salario asegurado, en
ausencia de quien tradicionalmente lo pagaba. Buscó esta seguridad, no en
medidas gubernamentales, sino en sus propias medidas. Los obreros, de momento,
no pensaron en ejercer este poder que les daba el tener armas y el haber ganado
las jornadas más que en una cuestión, la de asegurarse el salario del sábado
siguiente" (125).
Desconfiaban
de las autoridades republicanas que habían permitido con su política, que
estallara la sublevación militar.
Cumplían sus más profundos deseos de satisfacer sus reivindicaciones
históricas. Pero, salvo su vanguardia organizada, la mayoría de los
trabajadores no eran completamente conscientes de la incompatibilidad que
existía entre los comités, su obra y el estado republicano en ruinas que
pugnaba por resurgir, y con el que habían pactado y colaboraban sus
direcciones políticas y sindicales.
La pequeña
burguesía urbana, junto a importantes sectores del campesinado (pequeños y
medianos propietarios), vieron con agrado la caída del gran capital que los
había condenado inexorablemente a la ruina. Los pequeños propietarios
agrícolas veían en la situación revolucionaria, la oportunidad para
desembarazarse del pesado yugo de los grandes terratenientes. Sin embargo, la
pequeña burguesía también veía con recelo y temor a los trabajadores y
sus posibles excesos expropiadores. Las clases medias adoptaron en muchos
casos, una actitud neutral o de tímido apoyo a la revolución que se acababa de
iniciar. No estaban dispuestas a arriesgar su vida oponiéndose a la revolución.
El
verbalismo izquierdista de los socialistas, sus divisiones internas y su
desconcierto frente a los hechos, los incapacitaba para convertirse en una
verdadera alternativa para las clases medias. Fué el PCE-PSUC con su política
audaz y decidida, en defensa de los intereses de estos sectores sociales, quién
recogió en los meses posteriores, su apoyo. La táctica que iban a seguir los
revolucionarios iba a ser preciosa para decidir hacia qué lado iban a
decantarse las clases medias, y por lo tanto, en gran parte, cual iba a ser el
destino de la misma revolución.
El
funcionamiento de los comités revolucionarios, verdaderos embriones de
estado obrero y la reorganización autogestionaria de la
producción en los centros de trabajo, hizo que los obreros y el campesinado
pobre creyeran que había llegado la hora de la nueva sociedad. Sólo esta nueva
conciencia liberadora y revolucionaria puede explicar el entusiasmo, el arrojo
y la improvisación con la que se enfrentaron, no sólo a los militares
sublevados, sino también a los retos que presentaba la nueva organización de la
producción y de la vida cotidiana en general.Los comités revolucionarios
estuvieron formados, principalmente, por militantes socialistas, anarquistas y
comunistas.
La
hostilidad o la incomprensión con la que sus direcciones políticas se opusieron
a su obra y el hecho de que no existiese ninguna organización que apoyase con
claridad, la vocación estatalista de los comités, hizo que éstos acabaran
subordinándose, no sin oponer resistencia, a las autoridades republicanas.
Aunque los trabajadores se aferraran a sus comités y desconfiaran de los
llamamientos al desarme de la retaguardia, no podían oponerse indefinidamente,
sin tener que enfrentarse a los dirigentes de sus propias organizaciones.
Socialistas
y comunistas oficiales en nombre del Frente Popular, pronto se mostraron
partidarios de disolver los comités y de reconstruir las instituciones
republicanas. El hecho de que los trabajadores se empeñaran tercamente en no
abandonar lo conquistado, cuestionaba su proyecto de construcción de una
"democracia avanzada", que había sido superada por gran parte de la
población.
Los nuevos
organismos revolucionarios, formados en muchos casos por militantes de estas
organizaciones, actuaban frecuentemente por su propia cuenta, al margen de las
directrices de sus direcciones políticas. A menudo, sus líneas de acción
entraban en abierta oposición.
"... donde militantes socialistas y estalinistas hacían prácticamente la
revolución, mientras sus dirigentes predicaban la democracia
burguesa y preparaban la reorganización del Estado" (126).
Las aspiraciones
de los trabajadores y del resto de las clases populares, estaban simbolizadas
por el poder de los comités y se hicieron realidad en la obra de éstos. Sin
embargo no fueron recogidas, por diferentes razones, por las organizaciones que
los representaban.
Unos se
empeñaban en volver a la situación anterior a Julio, que había demostrado hasta
la saciedad, sus límitaciones insalvables. Al liquidar las conquistas
revolucionarias, consideradas como "excesos" de los trabajadores,
manipulados por "extremistas", introducían la desmoralización entre
las masas revolucionarias y, simultáneamente, debilitaban el suelo político en
el que se apoyaban, facilitando el avance de la reacción militar.
Otros no
comprendían que la dinámica revolucionaria de los comités estaba muy
lejos de sus esquemas tradicionales, y esto los incapacitaba para llevarla
hasta sus últimas consecuencias. Sacrificaron la revolución, poco a poco, en
nombre de una ficticia unidad antifascista, que la iba socavando, a medida que
iban siendo desmanteladas las conquistas revolucionarias y reconstruido el
viejo aparato estatal.
"Sabíamos que no era posible triunfar en la revolución si no se triunfaba
antes en la guerra, y por la guerra lo sacrificábamos todo. Sacrificábamos la
revolución misma, sin advertir que ese sacrificio implicaba también el
sacrificio de los objetivos de la guerra" (127).
La
imposibilidad de los comités-gobierno para convertirse en verdaderos soviets,
es decir, en las células del nuevo Estado Obrero, no puede ser atribuida a la
rápida restauración del poder republicano. Esto sería una cuestión secundaria. La República, al fin y al cabo, pudo reconstruirse gracias al apoyo prestado por las
organizaciones obreras, y por consiguiente, también por su negativa a convertir
a los comités en los cimientos de la nueva sociedad revolucionaria. El poder de
los comités se oponía directamente al de las instituciones republicanas. Ambas
se excluían mutuamente. El apoyo al gobierno, por lo tanto, tenía que
combinarse con la hostilidad, más o menos abierta, hacia los comités. Ningun
partido o sindicato se mostró dispuesto a estructurarlos y coordinarlos.
Elementos que eran indispensables, para que la dualidad de poderes evolucionara
en un sentido revolucionario.
La
inexistencia de una organización que comprendiera el verdadero papel de los
comités, sería la causa de que éstos no llegaran a convertirse en
verdaderos soviets, similares a los que habían aparecido en las revoluciones rusas
de 1917 y 1905, o en la fracasada revolución alemana de 1918.
"Para que los comités hubiesen podido llegar a convertirse en
verdaderos soviets, hubiese sido necesario que en uno o en otro momento,
hubiesen dejado de estar integrados por dirigentes de las organizaciones,
designados o elegidos, para convertirse en organismos elegidos y revocables en
los cuales operase democráticamente la ley de la mayoría, y no la regla de los
acuerdos de las altas esferas del partido" (128).
En resumen,
los comités-gobierno no llegaron a convertirse en soviets, no porque existiera
alguna particularidad de la revolución española, o por la tradición y arraigo
de los sindicatos en el movimiento obrero de este país. Al fin y al cabo, los
rätes alemanes, de naturaleza similar a los soviets rusos, o a los comités
revolucionarios españoles, partían de un movimiento obrero que contaba con
poderosas organizaciones sindicales y partidarias y con una tradición mucho más
vasta que la española. Los organismos de naturaleza soviética no existieron en
la revolución española, porque no hubo ninguna fuerza dispuesta a promoverlos.
La
incapacidad de los comités-gobierno, fué también la causa de su decadencia y
disolución posterior:
"Así también, poco a poco, los comités dejaron de ser verdaderos
organismos revolucionarios, por no haberse transformado en expresión directa de
las masas sublevadas. Se convirtieron en <<comités de alianza>>, en
los cuales la acción de los obreros y de los campesinos, a medida que nos
alejamos de las jornadas revolucionarias y del ejercicio del poder en la calle,
por los trabajadores en armas, se dejó sentir cada vez menos, y en los cuales,
por el contrario, la influencia de los aparatos de los partidos y de los
sindicatos se volvió preponderante" (129).
3.6 EL PERÍODO DE DOBLE PODER EN EL RESTO DEL ESTADO
Numerosos
historiadores y políticos han catalogado a la revolución española, como la más
profunda acaecida en el siglo XX, después de la del Octubre ruso. Su gran
originalidad residió, sin duda alguna, en que su carácter insistentemente
socialista, se dio de forma independiente de las fuerzas políticas que
intervinieron en ella.
La dualidad
de poderes, durante los primeros meses de la guerra civil, estuvo
centrada en la oposición existente entre el poder de los comités-gobierno
locales y el de las direcciones de las organizaciones obreras que formaban
parte del Frente Popular. La revolución española tenía sus propias
singularidades.
El gobierno
de Giral y la Generalitat de Companys sólo se representaban así mismos. La
burguesía urbana y agraria los había abandonado refugiándose en el bando
franquista. Las clases medias, o bien se mantenían aparentemente neutrales o se
agrupaban en torno al PCE-PSUC, que demostraba ser mucho más audaz en la
defensa de sus intereses, que los agonizantes partidos republicanos.
Por lo
tanto, sería incorrecto afirmar que la dualidad de poderes estaba situada entre
las instituciones gubernamentales republicanas y los comités revolucionarios.
El falso argumento se apoya en el hecho circunstancial de que en el gobierno,
estaban representadas exclusivamente las organizaciones republicanas, y que
eran apoyadas desde el exterior por las organizaciones obreras del Frente
Popular. La afirmación tiende a sobrevalorar a un gobierno republicano que
había perdido toda su autoridad política ante la población, y que mantenía un
raquítico poder, que le era concedido por la gracia de las organizaciones
obreras (130).
Como en
Catalunya, también a nivel estatal se produjeron cambios revolucionarios
profundos. Sin embargo, el período de dualidad de poderes sería mucho más corto
e inestable. Las principales diferencias entre ambas dinámicas revolucionarias
hay que buscarlas en dos factores: El proyecto político de las organizaciones
obreras mayoritarias en ambas zonas era distinto y el hecho de que Catalunya
contara con el proletariado más concentrado, mejor organizado y con la mayor
tradición de lucha de todo el estado.
El
anarcosindicalismo, fuerza hegemónica en Catalunya, carecía de un programa
político adecuado para enfrentarse con éxito a la compleja situación que se
estaba desarrollando. Los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, mantenían una larga tradición antipolítica y antiestatalista que les impedía
comprender la verdadera naturaleza de los comités-gobierno. Pero el
anarcosindicalismo necesitaban apoyarse en éstos para mantener su
hegemonía frente a los partidarios mantener la revolución en los límites de la
revolución democrática. En Catalunya, los partidos y sindicatos obreros que
integraban el Frente Popular, eran claramente minoritarios. Fuera de la CNT, solo el POUM contaba en aquellos momentos con una implantación significativa en
Catalunya, y éste también se apoyaba en la autoridad de los comités.
Las
direcciones de las diferentes fracciones del PSOE y de la UGT, organizaciones mayoritarias fuera de Catalunya, tenían en común, a pesar de sus
diferencias políticas, su adhesión al Frente Popular. Caballeristas y
prietistas eran partidarios de terminar cuanto antes con el poder de los
comités, para reconstruir el estado republicano.
La
profundidad de la revolución en el resto del territorio "republicano",
era similar a la que se estaba desarrollando en Catalunya, pero los obstáculos
eran mucho mayores. La principal diferencia entre los dos procesos
revolucionarios, estaba en su dinámica. Los comités en el resto del estado, se
estrellaron con la hostilidad, más o menos abierta, de los dirigentes de la
mayoría de los partidos y sindicatos, y declinaron rápidamente.
Con la
decadencia de los comités-gobierno, decayeron también gran parte de las
conquistas conseguidas en el primer período de la guerra y de la revolución.
Durante los
meses que existió el período dual, el poder revolucionario estuvo
indiscutiblemente, ligado al auge y a la decadencia de los comités.
"...el destino de la revolución española de 1936-1939 estuvo estrechamente
vinculado a la formación, despliegue y decadencia de los comités en los meses
de guerra" (131).
3.7 LAS JUNTAS TERRITORIALES.
Por encima
de los comités-gobierno que aparecieron en los pueblos, en las barriadas
de las ciudades y en los centros de trabajo, se formaron una serie de
organismos territoriales en todas las zonas de la península donde los militares
habían sido derrotados. El Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya, del que hablaremos en otros capítulos, fue el exponente más completo
de esta clase de organismos de poder.
Una de las
principales características que presenta el fenómeno de las Juntas
territoriales, es la inexistencia de un poder unitario y centralizador en todo
el territorio republicano. Durante los meses siguientes a las jornadas de
julio, el gobierno republicano en proceso de reconstrucción, tuvo que disputar,
palmo a palmo, el poder político a las Juntas territoriales, hasta conseguir
someterlas y disolverlas posteriormente para sustituirlas por sus propias
instituciones restauradas.
Las causas
del renacimiento de esta expresión del viejo cantonalismo, hay que buscarlas en
la histórica falta de desarrollo y articulación de las estructuras estatales
españolas.
El derrumbe
del estado central republicano daría paso, no a una nueva forma de estado, sino
a diversos gobiernos regionales o territoriales, semi-independientes y sin
apenas relación entre si. No hay que olvidar que esta conciencia
cantonalista ya había impregnado profundamente a las mismas organizaciones del
movimiento obrero español, que tradicionalmente, se habían reivindicado, en
mayor o menor grado como federalistas. La "deficitaria" conciencia
nacional española fue descrita magistralmente por Gerald Brenan:
"España es el país de la <<patria chica>>...un hombre se
caracteriza por su vinculación a su ciudad natal o, dentro de ella, a su
familia o grupo social, y sólo en segundo lugar a su patria y al Estado"
(132).
A nivel
jerárquico, el vacío de poder provocado por el derrumbe de las instituciones
republicanas fue rápidamente ocupado por las Juntas territoriales, que tuvieron
que encargarse, con la urgencia que la situación requería, de los
graves problemas que se presentaban, en medio de una guerra civil. Se
crearon comisiones que se encargaron de dirigir y gestionar los servicios y las
funciones específicas que anteriormente habían estado en manos del Estado
(Abastecimientos, economía, enseñanza, seguridad, Justicia,...). Sin embargo
y de la misma forma que los comités revolucionarios locales, nunca
adquirieron alcance nacional. Se limitaron a ejercer su autoridad en los
territorios en los que habían aparecido, sin que existiera ninguna tentativa de
coordinación y de enlace. El hecho de que la mayor parte de las organizaciones
obreras fueran partidarias del mantenimiento del gobierno republicano y de los
acuerdos del Frente Popular explica la inexistencia de tentativas de
coordinación entre ellas. Las Juntas territoriales nunca se convirtieron en un
verdadero Estado, ni se vincularon directamente a los comités locales, por la
razón de que tampoco pretendían suplantar a la República.
Algunos
historiadores parecen considerar que los poderes regionales se formaron a
partir de los comités locales.
"A partir de los comités locales se organizaron en los días que
siguieron al aplastamiento de la rebelión armada, los poderes regionales"
(133).
El origen de
las Juntas territoriales no estuvo en la multitud de
comités-gobiernos de carácter local que existían, sino en los pactos y
negociaciones que se dieron entre las direcciones de las diferentes
organizaciones obreras y republicanas.
Los miembros
de las Juntas territoriales, representaban a los organismos dirigentes de los
distintos partidos y sindicatos, y sólo eran responsables ante ellos. La falta
de democratización interna de éstas no es sólo atribuible a las
circunstancias de la guerra, sino también a la concepción burocrática que de
ellas tenían los dirigentes de las organizaciones que las conformaban. Desde
este punto de vista, las Alianzas Obreras territoriales que se habían
desarrollado durante 1934 habían sido un precedente de las Juntas
territoriales, es decir, como organismos de enlace de las diferentes
organizaciones.
Para los
partidos y sindicatos obreros del Frente Popular, los comités locales y las
Juntas territoriales eran un mal menor que había que aceptar, pacientemente,
mientras se reconstruía el estado. Al fin y al cabo, ocupaban el espacio
político que habían dejado las desaparecidas instituciones republicanas e
impedían que la zona republicana se hundiera en el caos y en el vacío
total de poder. Defender la democratización de los organismos revolucionarios,
su articulación de abajo a arriba, hubiera significado consolidar una
revolución en la que no creían o de la que eran decididos adversarios.
En el
espectro ideológico izquierdista, se situaban la CNT, la FAI y el POUM. Las organizaciones anarcosindicalistas consideraban que la democratización de las Juntas
territoriales era innecesaria. Para ellos, eran tan solo organismos de frente
único con el resto de grupos antifascistas. Para los libertarios los comités locales
y las Juntas territoriales eran organismos extraños a su concepción de
revolución anarcosindicalista. En el Congreso de Zaragoza, pocos meses
antes, la CNT se había definido por una sociedad libertaria, que estaría basada
en los sindicatos y en las comunas libres.
El denominador común de todas las organizaciones obreras con respecto a los
nuevos organismos que habían aparecido al calor de la revolución era o bien la
hostilidad y la desconfianza o bien la simple incomprensión de la naturaleza de
las Juntas y de los comités en la revolución española. Sin ningún partido
o sindicato que estuviera dispuesto a trabajar desde ellos, para la
construcción de un auténtico poder obrero, estructurado y centralizado, que
acabara con la débil existencia de la República, el camino de la revolución de los comités quedaba fatalmente bloqueado.
El débil
control que ejercieron las Juntas sobre los comités revolucionarios, se realizó
a través de los partidos y de los sindicatos obreros que estaban representados
en ambos organismos. Los comités lo eran todo a nivel local, las Juntas
cumplían la misma función en el territorio donde habían aparecido. Ambos
organismos tenían el mismo origen, el vacío del poder político que había
dejado la República. La explicación del porqué las Juntas territoriales nunca
mostraron vocación para convertirse en el embrión estatal que debería ocupar el
espacio dejado por las instituciones republicanas hay que buscarla en la
voluntad política de las organizaciones obreras que formaban parte de ellas.
Ninguna de ellas, ni siquiera las más radicalizadas, estaban dispuestas, en
aquellas condiciones y por distintos motivos, a llevar la revolución hasta sus
últimas consecuencias.
La CNT, presionada por las circunstancias, llegó a proponer la creación de una Junta
Nacional de Defensa, con representación exclusivamente sindical, UGT y CNT, en
la que las organizaciones republicanas serían excluidas y donde los partidos
obreros solo estarían representados, por medio de los sindicatos. La
propuesta anarquista parecía dirigirse hacia la formación, con otro
nombre y arrastrando sus viejos prejuicios antipartidistas, de un
verdadero gobierno obrero. Sin embargo, tampoco en esta ocasión la
dirección cenetista, estaba dispuesta a llevar el combate hasta el final.
La propuesta fue rechazada por Largo Caballero, consciente de que cuestionaba
en esencia los acuerdos del Frente Popular y de que ésta no reflejaba la
fortaleza política de la CNT, sino su debilidad. Efectivamente, pocas semanas
después, los anarcosindicalistas entrarían, sin condiciones, a formar parte de
su segundo gobierno.
3.7.1. Asturias:
Coexistiendo
con los comités revolucionarios locales, se formaron dos poderes
regionales: el Comité de Guerra de Gijón (con mayoría anarcosindicalista),
presidido por Segundo Blanco y el Comité Popular de Sama de Langreo (de mayoría
socialista y con presencia de comunistas y republicanos), que estuvo
dirigido primero por el socialista González Peña y posteriormente por Amador
Fernández. En Septiembre, ambos poderes territoriales llegarían a
unificarse en un Comité de Guerra, que se instaló en Gijón, y sería dirigido
por el socialista Belarmino Tomás.
Los dos
organismos territoriales, herederos de la vieja Alianza Obrera regional,
cooperaron activamente hasta el momento de su fusión. Ambos crearon sus propias
estructuras, dirigidas a solucionar los graves problemas de abastecimiento de
la población y a cubrir las necesidades de la guerra. El Comité de Sama de
Langreo conseguiría movilizar hasta 20.000 milicianos para hacer frente al
ejército franquista. Las milicias revolucionarias en Asturias, al contrario de
lo que ocurriría en el del resto del país, no se dividieron según sus
ideologías políticas, sino que en su seno coexistieron sin dificultades, los
militantes de los diferentes partidos y sindicatos. La lejanía y la escasa
influencia de los centros estatales de dirección de las organizaciones obreras
hizo que las bases militantes tendieran espontáneamente a la unidad en defensa
de la revolución (135).
En la
retaguardia, las milicias y patrullas de control, dirigidas por delegados de
los partidos y de los sindicatos, se encargaron de mantener el orden interno.
En Gijón, se constituyó el Tribunal Popular de Asturias, formado por
representantes de todas las organizaciones antifascistas, que se encargó de
administrar la justicia revolucionaria en la zona.
Durante este
período hasta la ocupación de Asturias por las tropas franquistas, la industria
fue socializada. Las minas y las empresas metalúrgicas estuvieron dirigidas por
los comités y por los sindicatos. También la actividad pesquera tuvo profundas
transformaciones revolucionarias y fue colectivizada. La experiencia con la comuna
asturiana de 1934, fue determinante para que fuera llevada a cabo una
política de alianza entre el movimiento obrero y el campesinado pobre de la
región.
El agro asturiano, donde la pequeña y mediana propiedad eran
mayoritarias, no estuvo afectado por la acción colectivizadora.
La
prudencia de los revolucionarios en el campo, permitió que existiera una
relación estable entre los obreros y el campesinado La moderación con la que
los comités dirigieron sus relaciones con el campesinado, no impidió que los
productos fueran fiscalizados en beneficio del abastecimiento de la población.
3.7.2. Santander, Burgos y Palencia:
En la zona
se constituyó el Comité del Frente Popular Ampliado, en la que se integraron,
además de las distintas organizaciones del frente Popular, la CNT y la FAI.
La obra
colectivizadora en la región fue escasa, debido a la predominancia
socialista en el movimiento obrero. Las expropiaciones sólo afectarían a las
propiedades pertenecientes a los patronos que había huido o la de los que eran
simpatizantes declarados de los sublevación militar. La industria
pesquera fue socializada y controlada por un comité sindical formado por seis
miembros de la CNT y seis de la UGT.
Como en
Asturias, las buenas relaciones entre los sindicatos permitirían la formación
de milicias mixtas, formadas por militantes de todas las organizaciones que
integraban la Junta.
3.7.3 Andalucía:
En Córdoba,
Jaén y Granada, las dos centrales sindicales UGT y CNT, estaban
ampliamente arraigadas y mantenían fuerzas similares. En Sevilla, la situación
era compleja, los socialistas eran mayoritarios en la capital, el PCE también
estaba fuertemente implantado, mientras que la CNT controlaba el campo.
En la ciudad
de Málaga, los comunistas mantenían una fuerte influencia entre los
trabajadores organizados.
El estallido
de la sublevación y el rápido control de los insurrectos sobre la parte
Occidental de la región, impidió que la situación revolucionaria se
desarrollara en estas zonas tan complejas en su correlación de fuerzas.
La división existente provocó, tras las jornadas de Julio, una profunda
disgregación del poder político. No existió un solo poder centralizado, sino
varios, que organizaran la resistencia y dirigieran el movimiento espontáneo de
la población, (Comité de Salud Pública de Málaga, Frente Popular
Antifascista de Granada, Consejo Provincial de Sevilla, Comité de Defensa de
Ronda,...),
"Cada ciudad se hizo independiente; no fueron posibles ninguna
centralización ni acción coordinada alguna. A diferencia de las otras grandes
regiones de España, no se constituyó aquí ningún organismo que subyugara o que
al menos intentara subyugar a los innumerables poderes locales" (136).
En Málaga,
una vez aplastados en los primeros días los insurrectos, se formó un Comité de
Defensa, a partir de los sindicatos UGT-CNT. Posteriormente, el acuerdo se
amplió a los partidos políticos "antifascistas" y se constituiría el
Comité de Salud Pública de Málaga. La nueva Junta se encargaría de
asegurar el orden interno, la organización de la defensa y el
abastecimiento de la ciudad.
A diferencia
de lo que ocurría en el resto de las Juntas territoriales, la división del
trabajo en el seno del Comité de Salud Pública estuvo poco definida. No
existieron subcomités especializados en tareas específicas. Sólo
posteriormente, y frente a la necesidad de contener el avance franquista,
parecen haberse definido las tareas internas (Sin embargo nunca hubo ningún
intento de constituir un Consejo Económico). Otra particularidad del Comité de
Salud pública fue la de que el Ayuntamiento de la ciudad no fue
disuelto, sino solamente depurado de los elementos derechistas y reaccionarios.
El 30 de Julio se convirtió en una comisión ejecutiva compuesta por doce
miembros, representantes de todas las organizaciones antifascistas.
La autoridad
del Comité de Salud Pública se limitó a la ciudad de Málaga. Fuera de ella, el
poder estaba en manos de los comités locales que existían en los pueblos de la
provincia (Comité Central Permanente de Motril...).
El Frente
Popular Antifascista de Granada no se formó hasta el mes de noviembre. La
presidencia del organismo recayó en el gobernador civil. Todas las
organizaciones antifascistas, incluidas las más radicales, se integraron en la Junta y aceptaron su política de disolución de los comités locales y la
sustitución por Consejos Municipales. Esto significó la consolidación del poder
político del gobierno de la República en todo su área de influencia.
A pesar del
rápida liquidación de la revolución en toda Andalucía, ésta no se hizo sin
grandes resistencias. En el proceso de disolución de los comités, los
anarcosindicalistas adoptaron diferentes actitudes, según la zona. En algunos
lugares como en Granada, la CNT se integró en el poder provincial y en los
nuevos Consejos Municipales, que no eran otra cosa que apéndices del gobierno,
a diferencia de lo que ocurrió en Málaga donde nunca aceptaron su
incorporación.
La
inexistencia de una pequeña burguesía numerosa en la región, hizo que los
enfrentamientos en la adquirieran formas distintas a las que se desarrollaron
en otras zonas. Las organizaciones republicanas apenas tenían algún peso en la
sociedad andaluza. El PCE no pudo capitalizar el temor de las clases medias
para frenar a los revolucionarios. Las diferencias entre las bases comunistas y
las del anarcosindicalismo en cuanto a las colectivizaciones, se limitaron a
las formas y no al contenido y naturaleza de éstas (137).
La falta de
un organismo territorial único y centralizado, que canalizara los esfuerzos de
los trabajadores y de sus comités para frenar el avance de las tropas
franquistas, explica la facilidad con la que éstas se adueñaron de gran parte
de la región, frente a una oposición dispersa, desorganizada y mal armada.
3.7.4. Aragón:
La
reconquista parcial de la región por las milicias de catalanas, principalmente
anarcosindicalistas, fue acompañada de profundos cambios revolucionarios,
bajo la forma de las colectivizaciones agrarias.
El 6 de
Octubre y por iniciativa del Comité Regional de la CNT, se reunió en la población de Bujaraloz, donde estaba situado el Cuartel General de
la columna de Durruti, un Congreso de representantes de los comités de las
colectivizaciones y de las milicias del frente. Los delegados eligieron
un Consejo de Defensa de que estuvo presidido por Joaquín Ascaso. La nueva
Junta revolucionaria se instaló en Fraga:
"...El gobierno se resiste a abandonar su puesto para ceder el paso a las
iniciativas de la CNT, ante esto, el pleno decidió minar la influencia del
poder central y para ello nada mejor que ir a la constitución de los consejos
regionales de defensa. Catalunya ya los ha constituido; Levante también lo ha
decidido, y por lo que a Aragón respecta: aquí estamos reunidos para llegar a
una inteligencia e ir a la constitución del Consejo Regional de Defensa de
Aragón" (138).
El Consejo
de Aragón estuvo compuesto, desde un principio, exclusivamente por
miembros de la CNT. Los socialistas rechazaron su participación y
contemplaron con hostilidad la formación de una Junta, que con su existencia
cuestionaba, los intentos del gobierno para reconstruir su autoridad en la
región. Las organizaciones republicanas, ante la actitud del PSOE, decidieron
abstenerse de participar. Socialistas y comunistas oficiales atacaron la
formación del nuevo organismo acusándolo de ser una dictadura anarquista
camuflada y de cantonalismo (139).
También la Generalitat de Catalunya vio con malos ojos la formación de un poder territorial en Aragón
que le disputaba su influencia sobre la región. El gobierno de Madrid no
estaba en condiciones para evitar su formación. Sólo lo reconocería mucho
más tarde, como maniobra para someterlo a su autoridad. El reconocimiento
político del Consejo sería el paso previo para su absorción y disolución, que
daría paso a las instituciones del estado republicano reconstruido.
Sin embargo,
una de las principales oposiciones a la formación del Consejo de Aragón
provino de la misma dirección estatal anarcosindicalista.
"... los propios dirigentes de la CNT proclamaron su descontento. Según
ellos, la creación de este Consejo no sólo entorpecía sus gestiones para
integrarse en el gobierno sino que además, era ilegítimo ya que no había sido
decidido con la aprobación del Comité nacional, ni ratificado por ningún pleno
o congreso regular" (140).
La dirección
de la CNT, presa de sus compromisos con el gobierno y el
Frente Popular, sacrificaba todo lo que pudiera significar profundización en la
organización del poder revolucionario, en aras de una "unidad
antifascista" que pretendía restaurar el viejo orden republicano.
3.7.5. Valencia:
El 20 de
Julio, en pleno fragor de los combates, se constituyó un Comité que agrupó a
todas las organizaciones pertenecientes al Frente Popular. Mientras tanto, el
día 19, la CNT había formado su propio Comité de Huelga que procedió a convocar
la huelga general en toda la región, apenas conocida la sublevación
militar.
El Comité de
Huelga precedió al que se formaría el mismo día 20 entre las dos
centrales sindicales, UGT y CNT, dirigido por el cenetista Francisco Gómez y
por el socialista Guillén. Poco después, se formó un nueva Junta que unificaría
a los dos organismos existentes, el Comité Ejecutivo Popular de Levante.
Aprovechando el largo paréntesis entre el estallido de la sublevación estatal y
la de Valencia, el gobierno Giral intentó aprovechar la situación y
recuperar su autoridad en la región.
Una Junta
delegada, dirigida por Martínez Barrio fue enviada desde Madrid, para sustituir
al gobernador civil.
El choque
entre la Junta gubernamental y el Comité Ejecutivo Popular no se hizo esperar. La Junta delegada, apoyada por el PCE, presionó para que finalizara la huelga general y se iniciaran
negociaciones con los mandos de la guarnición militar que estaba acuartelada, y
que era supuestamente leal al gobierno.
La Junta de Martínez Barrio pidió la disolución del Comité Ejecutivo Popular, y la subordinación
de todo el movimiento a su autoridad. Las direcciones sindicales de la CNT y de la UGT empezaron a ceder ante las demandas y ordenaron la vuelta al trabajo, a
excepción de los trabajadores del Transporte. Sin embargo la desconvocatoria no
se produjo porque los trabajadores se negaron a desmovilizarse frente a la
actitud sospechosa del ejército. Fue la guarnición de Valencia la que
resolvería la situación de impás existente.
El día 31 de
Julio, los militares superaron sus vacilaciones e intentaron el levantamiento.
Sin embargo, el tiempo perdido por los insurrectos fue decisivo, y sería
aprovechado por sus adversarios. Los trabajadores, organizados y armados por el
Comité Ejecutivo Popular, con armas procedentes de Barcelona y de la zona
centro, que fueron enviadas por la CNT y por la FAI, sofocaron rápidamente la sublevación. Los acontecimientos colocaron a la Junta delegada por el gobierno en una situación más que difícil. Sus directrices, que
implicaban el desarme de la población, habrían facilitado enormemente los
objetivos de los sublevados. La delegación de Martínez Barrio completamente
desprestigiada, tuvo que regresar a Madrid, dejando el poder en manos del
Comité Ejecutivo Popular. La presidencia de la Junta territorial quedaría, sin embargo, en manos del Coronel Arín, que fue promovido por el gobierno de Madrid a
gobernador civil. De esta forma, el presidente del poder paralelo, se
convertía también en el represente del gobierno republicano.
Sin embargo,
el Comité Ejecutivo Popular, sólo controló la capital levantina y sus
alrededores. La autoridad de la Junta territorial tuvo que convivir
con el poder de los numerosos comités revolucionarios locales y con las
colectividades. Su autoridad en muchos lugares sólo fue simbólica. La coordinación
entre el poder regional y los comités locales era inexistente en la
práctica.
El Comité
Ejecutivo Popular de Levante, como otras Juntas territoriales, tuvo que
enfrentarse a numerosas dificultades, nacidas por el repentino desplome del
gobierno republicano y por el inicio de la guerra civil y de la revolución. A
propuesta de la CNT, se formó un Consejo de Economía, similar al existente en
Catalunya y que había sido creado a instancias del Comité Central de Milicias
Antifascistas. El nuevo organismo económico, formado por representantes de las
dos centrales sindicales, se encargó de organizar y coordinar la producción y
las colectivizaciones de la región.
El traslado
del gobierno de Largo Caballero a Valencia, durante la primera
semana de noviembre, huyendo de la amenaza inminente de las tropas franquistas
sobre Madrid, significó la rápida decadencia y desaparición del Comité
Ejecutivo Popular, que acabó disolviéndose en el mes de diciembre.
3.7.6. Euskadi:
En el primer
período posterior a las jornadas de Julio, el orden fue mantenido por el Comité
del Frente Popular, que estaba presidido por el gobernador civil, José
Echevarría Novoa.
A finales de
Julio se constituyó el Comisariado de Defensa de Vizcaya, encargado de
enfrentarse a la reacción militar. El hecho de que la principal organización en
el Pais Vasco fuera el Partido Nacionalista sería un poderoso
condicionante para que el proceso revolucionario en Euskadi no llegara a desarrollarse,
más allá de los primeros balbuceos.
"Las Juntas de Defensa que se constituyeron en todas las provincias vascas
eran organismos de lucha contra la insurrección militar y, al mismo tiempo,
bastiones contra la revolución" (141).
La rápida organización
de las milicias vascas, controladas por el PNV y dirigidas por el comandante
Saseta, permitieron a los nacionalistas recuperar las armas y el terreno
perdido ante las organizaciones obreras, en los primeros días del estallido de
la guerra.
El
hundimiento del gobierno central, dio lugar, no a un poder obrero, más o menos
desarrollado, sino a un nuevo estado específicamente nacionalista burgués, que
combatió y limitó con éxito al movimiento revolucionario. El fenómeno de los
comités, que habían surgido con extraordinaria fuerza, por toda la geografía
del estado, apenas llegó a existir en el Pais Vasco.
3.7.7. Badajoz:
Extremadura
quedó dividida en dos zonas. Cáceres había caído en manos de los
sublevados, mientras que Badajoz continuaba bajo control republicano. Los
socialistas estaban fuertemente implantados en el campo extremeño, donde eran
claramente mayoritarios. La UGT había organizado y dirigido el poderoso
movimiento yuntero. A pesar de ello, la CNT y los diferentes grupos comunistas,
el PCE y el POUM, tenían importantes núcleos militantes en la región.
Pese a la
hegemonía socialista, el proceso revolucionario abierto con las jornadas de
Julio fue capitalizado por el anarcosindicalismo y por las organizaciones
comunistas, mucho más audaces y decididas que los primeros.
En numerosos
poblaciones (Mérida,...), donde el anarcosindicalismo era mayoritario, los
antiguos ayuntamientos fueron sustituidos por comités revolucionarios locales que
constituyeron sus propias milicias y se encargaron de la defensa y del
orden público. En otras poblaciones de mayoría socialista, (Badajoz,
Almendralejos, Zafra, Villafranca de los Barros...), los ayuntamientos
continuaron existiendo, depurados de los sectores derechistas, pero sin que
llegaran a integrarse las organizaciones que hasta el momento no habían formado
parte de ellos.
En todas las
poblaciones se formaron patrullas de vigilancia a partir de los
militantes de todas las organizaciones obreras, que se encargaron de mantener
el orden interno en sus respectivas localidades. Las milicias que se opusieron
al avance del ejército sublevado, se formaron a partir de la iniciativa de los
partidos y de los sindicatos, y no llegaron a mezclarse entre ellas. Sin duda
alguna, la división existente entre las diferentes milicias, mal organizadas y
peor armadas, hizo que no llegaran a ser, en ningún momento, un serio rival
para las tropas sublevadas que avanzaban, procedentes del sur.
El Consejo
Provincial de Badajoz no llegaría a formarse hasta el mes de noviembre y fue
presidido por el socialista Casado. El tardío poder territorial se creaba,
empujado por la fuerza de las circunstancias, por la necesidad de
coordinar la defensa y contener el rápido avance de las tropas franquistas.
Algunos
historiadores consideran que la constitución de la nueva Junta territorial
sirvió para superar la oposición que existía entre los comités revolucionarios
y los antiguos ayuntamientos (142). La afirmación parece un tanto ingenua. La
formación del poder regional se dio, simultáneamente a la reorganización de los
poderes locales. La supuesta superación de la oposición entre los comités y los
ayuntamientos se dio, en cualquier caso, con la disolución de los primeros y la
integración de las organizaciones más radicales en los organismos republicanos.
La diferencia entre ambos organismos era algo mucho más importante que un
simple cambio de nombre.
La ocupación
de Extremadura por las tropas franquistas, en su marcha hacia Madrid, truncó el
desarrollo de esta situación.
3.7.8. Murcia:
El
cantonalismo resurgió con fuerza en esta región. Esto hace que numerosos
historiadores lleguen a equipararlo con el existente en 1873 (143). El Comité
Provincial del Frente Popular Antifascista, se formó en torno a dos núcleos
urbanos importantes: Murcia, dirigida por los socialistas y Cartagena, que
contaba con una fuerte presencia libertaria.
La CNT contaba con importantes núcleos militantes en Cartagena y en los pueblos mineros (La Unión, Llano del Beal, Alumbres, Portman,...). Mientras que los socialistas y los
republicanos federalistas (cantonalistas) tenían también un importante arraigo
en la región, especialmente en la ciudad de Murcia.
La
industria, la minería y los servicios fueron socializados y puestos bajo
control de los comités y sindicatos. En el campo, los numerosos latifundios de
la región fueron sustituidos por colectivizaciones de la UGT y de la CNT. Las propiedades de los pequeños y medianos propietarios agrícolas,
numerosos en la región, fueron respetadas.
3.7.9. Castilla:
Después de
las jornadas de julio, la mayor parte de Castilla-León cayó en manos de los
insurgentes, mientras que la región de Castilla-La Mancha y Madrid
continuaban en manos "republicanas". La batalla por el control de la
capital fue determinante en la derrota de los sublevados en toda la zona
centro, y por lo tanto decisivo en la mayor parte del estado. En los días
posteriores a los primeros combates, las milicias revolucionarias
liberaron numerosas poblaciones (Toledo, Alcalá de Henares, Sigüenza,
Guadalajara...), y detuvieron el avance de los rebeldes en los pasos montañosos
de Guadarrama y Somosierra.
En el
período anterior al inicio de la guerra y la revolución, los socialistas habían
sido la organización obrera mayoritaria en toda la región castellana y en
Madrid. Los anarcosindicalistas estaban fuertemente implantados en algunas
poblaciones. Mientras que los diferentes grupos comunistas, el PCE y el POUM,
muy débiles organizativamente, apenas contaban políticamente.
Después de
las jornadas de Julio, la hegemonía socialista se vio quebrada por los acontecimientos.
La direcciones del Partido Socialista y de la Unión General de Trabajadores, se vieron bloqueados por sus divisiones internas y por la
falta de un programa político apropiado para enfrentarse a la nueva situación
revolucionaria. La parálisis socialista pronto sería capitalizada por los
grupos minoritarios, por el anarcosindicalismo y el Partido Comunista.
La CNT y la FAI, gracias al poderoso movimiento colectivizador que sustituyó a los grandes
latifundios, impulsado por sus propias bases, capitalizó parte del prestigio
perdido por los socialistas. La CNT tendió a arrastrar con las
colectivizaciones, a los sectores más izquierdistas de la UGT. Gran parte de la región de La Mancha y la ciudad de Cuenca, cayeron bajo control anarcosindicalista.
El movimiento colectivista arraigó profundamente en la meseta castellana. En
muchos lugares, los campesinos prefirieron explotar las grandes
propiedades agrícolas de forma conjunta y solidaria, a repartirse
individualmente la tierra. El fenómeno colectivizador, aunque protagonizado
principalmente por las bases anarcosindicalistas, pronto se extendería a
numerosos sectores socialistas, comunistas, e incluso católicos. La llegada de
las milicias revolucionarias madrileñas permitió que el 80% de los campesinos
toledanos se mostraran partidarios de la colectivización del campo (144).
El fuerte
crecimiento comunista obligó a los libertarios a replantearse sus viejas
fórmulas espontaneístas y antimilitaristas. Las milicias libertarias de la zona
centro, fueron las primeras, de la CNT, que aceptaron reorganizarse en torno a
criterios de disciplina y autoridad en el combate.
El Partido
Comunista se convertiría en el principal beneficiario de la decadencia
socialista. Gracias a su decidida y eficaz defensa de los intereses de las
clases medias, el PCE se convirtió en un polo de atracción para la pequeña
burguesía urbana y campesina. Los militares profesionales que se mantuvieron
fieles a la legalidad republicana, entraron a menudo en sus filas, atraídos por
el prestigio organizativo que habían ganado sus milicias, mucho mejor
organizadas y disciplinadas que las de los demás partidos y sindicatos.
El PCE también reclutó a numerosos cuadros dirigentes del PSOE y de la UGT hacia sus filas, decepcionados por la desorientación y la confusión que había hecho presa
en su partido.
3.7.10. Madrid:
El peso
principal en la defensa de la capital recayó en los
anarcosindicalistas y en los grupos izquierdistas que, aunque minoritarios,
eran mucho más decididos y audaces que los socialistas. Fueron éstos los que
capitalizaron el prestigio de los primeros momentos. Sin embargo, la CNT y la FAI, víctimas de sus prejuicios antiautoritarios, fueron incapaces de
capitalizar la situación existente para organizar un nuevo poder a partir del
movimiento revolucionario que se había iniciado con los combates.
Finalmente,
la iniciativa recaería en manos de los comunistas del PCE, que comprendieron
mejor que nadie la oportunidad que se les brindaba, con la defensa de la
ciudad.
La falta de un poder real unificado en Madrid, provocó una caótica dispersión
del poder que había surgido de la revolución. Cada partido o sindicato tenía
sus propias milicias, su propia policía e incluso sus propias cárceles.
El poder quedaba, de esta manera, completamente fragmentado entre los distintos
partidos y sindicatos. Este caos no podía mantenerse indefinidamente sin poner
en peligro la defensa de la capital y la misma revolución en si.
En Madrid,
el prestigio conseguido por sus milicias, dio la supremacía política y militar
al PCE. Con la huida del gobierno de Largo Caballero, la organización de la
defensa quedaría en manos de una Junta, donde los comunistas tendrían un papel
destacado, que se fue acrecentando a medida que el movimiento revolucionario
retrocedía y el poder del viejo estado se desarrollaba y se consolidaba.
Madrid, a
pesar de ser la capital de la República, carecía de industrias importantes. La pequeña burguesía, agrupada en torno a lo que constituía el corazón del
aparato de Estado era numerosa. Estos factores, junto a la delicada situación
que presentaba la defensa de la ciudad, en peligro inminente de ser ocupada por
los franquistas, durante la mayor parte de la guerra, explican el escaso eco
que tuvo en la capital, el movimiento expropiador.
El gobierno
Giral, completamente impotente frente a la oleada revolucionaria, mantuvo una
autoridad ficticia durante todo su mandato. La existencia del gobierno
republicano y la fuerte oposición del PSOE y del PCE impidieron la
formación de un poder, similar a las Juntas territoriales que habían
aparecido por toda la geografía "republicana".
La fuga del
gobierno a Valencia, hizo que la Junta de Defensa se convirtiera,
posteriormente, en el nuevo poder local, manteniendo una relativa independencia
durante todo el tiempo de su existencia. El nuevo organismo perduraría, bajo
predominio del PCE y tras algunas reorganizaciones hasta el 21 de Abril de
1937, fecha en la que fue disuelta, para dar paso a un Consejo Municipal,
subordinado al gobierno de Valencia.
Indiscutiblemente, la mayor parte de las Juntas territoriales fueron útiles a
la revolución en sus primeros momentos, ya que fueron, en mayor o menor
medida, las responsables de su organización y coordinación a una escala
superior a la local. Sin embargo, su falta de coordinación con los comités; el
hecho de que se mantuvieran como organismos de naturaleza burocrática y no
llegaran a democratizarse; la subordinación creciente de las direcciones de los
partidos políticos y de los sindicatos más izquierdistas al estado republicano,
convertiría a las Juntas en auténticos obstáculos para que los comités-gobierno
locales pudieran llegar a convertirse en las bases del nuevo poder
revolucionario.
3.8 LA REVOLUCIÓN DE LOS COMITES Y SU OBRA. LAS COLECTIVIZACIONES.
"Si el concepto clave de la revolución política y administrativa fue el
poder de los comités, su equivalente económico fue la colectivización"
(145).
Las
colectivizaciones fueron la obra económica de la revolución de los comités.
Como ellos, su origen fue completamente espontáneo, y no, fruto de ninguna
estrategia revolucionaria deliberada de ninguna organización. Las
colectividades nacieron de la necesidad de los trabajadores del campo y de la
ciudad, de llenar el vacío económico causado por el derrumbe de la República y por la huída de la mayor parte de los propietarios, por temor a la represión de
los revolucionarios.
Las
colectivizaciones aparecieron al margen de los partidos y sindicatos, en un
momento en el que nadie comprendía todavía el alcance de las medidas que se
estaban llevando a cabo de forma espontánea.
Después de
las jornadas de Julio, las organizaciones obreras, verdaderas dueñas de la
situación, se encontraron ante el urgente reto de reorganizar la
producción, abastecer a la población y a las milicias, y asegurar el pago de
los salarios a los trabajadores, para evitar el cierre de las empresas
"En aquel momento no teníamos la menor intención de ocupar, expropiar o
colectivizar ninguna fábrica. Pensábamos que el levantamiento sería aplastado
rápidamente y que todo quedaría más o menos igual que antes. ¿De qué iba
a servir entusiasmarse con las colectivizaciones si todo iba a terminar otra
vez en manos del anterior sistema capitalista?..." (146).
La CNT, completamente desconcertada por la amplitud de los acontecimientos que se estaban
desarrollando, se mostró incapaz, durante las primeras semanas, de dar ninguna
directriz a sus afiliados, que se estaban apoderando de las tierras y de las
empresas. Las resoluciones del Congreso de Zaragoza, acordadas apenas tres
meses antes, quedaban ahora completamente alejadas de la realidad y demostraban
su inutilidad para poder orientar a la organización en la nueva situación
revolucionaria.
"Ni la CNT regional de Catalunya, ni su federación local, ni la FAI impartieron en sus primeras declaraciones, los objetivos de la nueva estructura económica
que había empezado a construirse... fue una obra de completa
espontaneidad" (147).
Sin embargo
sería la madurez revolucionaria de la situación y la dinámica de los hechos (la
desaparición de la ficción republicana y la derrota de los militares sublevados
en la mayor parte del estado), las que iban a convertir la espontánea ocupación
de los centros de trabajo de los primeros momentos, en un poderoso
movimiento colectivizador que iba a transformar radicalmente la sociedad.
Las
colectivizaciones consistieron en la organización de las expropiaciones de los
medios de producción que llevó a cabo el proletariado industrial en las
ciudades, y el campesinado pobre en el campo.
Es importante
resaltar los intentos posteriores que hubo, por parte de las autoridades
republicanas y por las direcciones de las organizaciones obreras, para
"legalizar" la nueva economía revolucionaria. Sin embargo, esta
obsesión por "legalizar" lo que ya los trabajadores habían legalizado
en la práctica, con sus propios medios, no ocultaba la realidad. Las nuevas
leyes se limitaron a registrar una realidad cotidiana que había aparecido al
margen del gobierno que pretendía legislarla. La obsesión legalista de los partidos
y sindicatos obreros refleja que ninguna de ellas estaba dispuesta, por el
momento, a romper por completo con el tambaleante poder republicano y a llevar
el nuevo orden revolucionarios hasta sus últimas consecuencias. El empeño de
las organizaciones obreras, para que las viejas autoridades republicanas
"legalizaran" las conquistas revolucionarias pone al descubierto
también otros elementos, no menos importantes. El debate tantas veces
planteado, sobre cual debía ser el objetivo prioritario, la guerra o la
revolución, era en realidad, una falsa polémica. Todos las fracciones
organizadas del movimiento obrero, desde la derecha socialista y el Partido
Comunista, hasta el anarcosindicalismo y el poumismo, se mostraron partidarias
en la práctica -partiendo desde distintas ópticas políticas- de anteponer la
victoria militar a las conquistas revolucionarias, partiendo del supuesto de
que ambas ideas, guerra y revolución, eran antagónicas.
"Guerra y revolución; revolución y guerra. Con qué frecuencia se utilizaron
estas tres palabras, ya fuese recitándolas de un modo o del otro. El triunfo de
la revolución para asegurar la victoria en la guerra, la victoria en la guerra
para asegurar el triunfo de la revolución. Las palabras pueden representar una
trampa terrible. Los términos de cada eslogan se veían tan separados como
unidos por la sencilla palabra <<y>>. Cuán pocas veces se eliminó
la conjunción para formar una frase adjetival: guerra revolucionaria, que diera
respuesta a las preguntas gemelas: ¿qué tipo de revolución? ¿qué clase de
guerra? Las dos eran más <<inseparables>>; había que fusionarlas en
un nuevo conjunto" (148).
Sin querer
entrar en detalles sobre las diferentes posiciones (de ellas hablaremos en
otros capítulos) nos limitaremos a relacionar aquellas que demuestren la
orfandad políticas en la que se encontraron los comités y su obra, las
colectivizaciones.
Las
organizaciones del Frente Popular, con sus diferencias y matices, pretendían en
su conjunto hacer retroceder la revolución espontánea a la situación anterior a
las jornadas de Julio. Sin embargo esto ya no era posible, ya que, a medida que
avanzaban en sus objetivos y el movimiento revolucionario retrocedía, también
decrecía el entusiasmo de los trabajadores.
El mismo
entusiasmo que había permitido vencer a los sublevados en los primeros momentos
y que había conseguido improvisar un ejército miliciano y reconstruir la
economía en escasas semanas. La liquidación de las conquistas revolucionarias
de julio y la reinstauración del poder republicano condujeron a los obreros y
al campesinado pobre a la desmoralización y a la desmotivación. Sin duda alguna
esta evolución favoreció el avance del ejército sublevado. Una vez
desencadenada la revolución ya no era posible hacerla volver atrás, sino era
por medio de la represión y del aplastamiento del movimiento revolucionario.
Una vez perdido el entusiasmo, la capacidad ofensiva del ejército franquista
iba a ser muy superior a la que podría oponerle el futuro Ejército Popular
republicano.
Los sectores
más izquierdistas, principalmente los anarcosindicalistas, se mostraron
partidarios de mantener la situación existente, la dualidad de poderes, hasta
el final de la guerra. Una vez derrotados los militares sublevados sería
posible proseguir la revolución victoriosa, en las mejores condiciones
posibles. Esta concepción estática de la dualidad de poderes, reflejaba su
incomprensión de la dinámica de las revoluciones que se habían dado hasta el
momento, desde la francesa de 1789, hasta la soviética de 1917. Este error, el
de considerar que las situaciones revolucionarias podían prolongarse
indefinidamente, les iba a traer funestas consecuencias en el período
posterior.
Los obreros
de las ciudades y el campesinado pobre, no esperaron a la iniciativa de sus
partidos y sindicatos para llevar a cabo las expropiaciones. Las colectividades
no se formaron con los decretos que las legalizaban, sino que ya llevaban largo
tiempo existiendo y desarrollándose, al margen de las autoridades
republicanas y de la voluntad de los órganos dirigentes de las organizaciones
obreras.
"Los anarcosindicalistas catalanes habían <<aplazado>> la
revolución libertaria y, pese a ello, en Barcelona la revolución echaba diariamente
raíces en las colectividades de la CNT y en las industrias dirigidas por los
sindicatos" (149).
Al llevar a
cabo las colectivizaciones, los obreros y los campesinos pobres demostraban que
no estaban dispuestos a volver a la situación anterior al inicio de la guerra y
de la revolución. Sin embargo, esto no implica que la mayoría de los
trabajadores llegaran a ser plenamente conscientes de la incompatibilidad que
existía entre su obra revolucionaria y el resurgimiento de las instituciones
republicanas que estaban siendo auspiciadas por sus propias organizaciones.
"Las colectividades no fracasaron, los obreros, gracias a ellas
demostraron dos cosas fundamentales: que deseaban ser los amos y que podían
serlo con tanta o más eficiencia que los amos tradicionales. El colectivismo
resultó ser más eficaz, administrativamente, que el capitalismo, y además probó
que con la economía en manos de los obreros existían más posibilidades de que
sirviera a toda la sociedad en vez de solo a un sector de ella" (150).
Las
múltiples formas que adquirieron las colectivizaciones refleja también su
origen espontáneo. Los trabajadores, de forma empírica y sin ningún tipo de
plan preconcebido, tuvieron que enfrentarse a los retos que les presentaba la
nueva situación (huida de los antiguos propietarios, escasez de técnicos, una
parte de los obreros estaban en el frente con las milicias...).
En esta
espontaneidad, de la que hablaremos más adelante, se evidencia una
extraordinaria iniciativa y creatividad en los trabajadores, que sólo es
posible explicar, por la nueva conciencia adquirida: la energía desplegada en
su obra, no sólo estaba destinada a aplastar la sublevación militar, sino
también a crear las bases de una nueva sociedad, que los iba a liberar de los
viejos yugos sociales.
"Era increíble, era la prueba práctica de lo que uno conoce en teoría: el
poder y la fuerza de las masas cuando se echan a la calle. De pronto todas sus
dudas se esfuman, dudas sobre cómo hay que organizar a la clase obrera y a las
masas, sobre cómo pueden hacer la revolución en tanto que no se hayan
organizado. De repente sientes su poder creador. No puedes imaginarte cuan
rápidamente son capaces de organizarse las masas. Inventan formas de hacerlo que
van mucho más allá de lo que jamás hayas soñado o leído en los libros. Lo que
ahora hacía falta era aprovechar esta iniciativa, canalizarla, darle
forma..." (159).
Junto a las
indiscutibles virtudes y méritos de las colectivizaciones, se cometieron
errores e ingenuidades, de los que hablaremos más adelante, y que colocan en el
centro del debate, algo que los anarcosindicalistas siempre rechazaron y
a lo que se habían opuesto, por distintos motivos, las organizaciones obreras
pertenecientes al Frente Popular: La toma del poder, para ponerlo al
servicio de la profundización y consolidación de las conquistas revolucionarias
que había llevado a cabo la población trabajadora.
No era
suficiente con apoderarse del poder económico, también era necesario apoderarse
del político. Sin esta condición, la nueva economía revolucionaria que había
surgido dispersa y desarticulada, afectada por graves contradicciones,
derivadas de las duras condiciones en las que había nacido, estaba destinada
a desaparecer.
De los
grandes errores que cometieron las colectividades, como indica Munis:
"El primero de ellos, fuente de los demás, consistía en no ser más que
eso, colectividades" (152).
Es decir, el
desprecio del poder político, como condición necesaria para convertirlas en los
cimientos de una economía socializada. Del mismo modo que los comités
revolucionarios locales, que eran el aspecto político de la revolución
española, nunca llegaron a articularse entre si, para conformar un poder
revolucionario, las colectivizaciones, que representaban el aspecto económico,
nunca llegaron a formar un verdadero tejido social.
No tiene
sentido considerar al sistema colectivista, como socialista o libertario.
Su naturaleza era contradictoria.
Mantenía
características del viejo sistema capitalista (la idea de muchos trabajadores,
de que las empresas donde trabajaban eran de su propiedad; la competencia entre
las diferentes empresas colectivizadas para vender los productos ...), con
elementos de naturaleza revolucionaria (los medios de producción en manos de
los trabajadores, intentos de planificar la economía en base a las necesidades
de la población ...). En cualquier caso, el orden de las colectivizaciones era
altamente inestable y precario. Forzosamente habría acabado derivando hacia uno
de los dos polos existentes. Desde el punto de vista económico, expresaban las
contradicciones políticas de la situación de dualidad de poderes.
Es necesario,
que no olvidemos otra cuestión, para poder comprender la obra colectivizadora y
su alcance: las condiciones sociales y económicas en las que se llevó a cabo.
La guerra no sólo había dividido el estado, separando las regiones agrícolas y
mineras, de las manufactureras y cercenando los mercados internos. También
había provocado la caída drástica de las exportaciones y de las importaciones.
Por lo tanto, es incorrecto valorar a las colectivizaciones, como
si su existencia se hubiera desarrollado en un período económico normal. Es
absurdo o malintencionado, achacar todos los problemas con los que
tuvieron que enfrentarse a su propia naturaleza, a sus errores o ingenuidades,
eludiendo las graves circunstancias con las que tuvieron que enfrentarse.
Es más
difícil todavía, pronosticar que hubiera podido pasar con éstas, si la reacción
no hubiese triunfado. En cualquier caso, la especulación no forma parte de la
historia. Lo que sí que podemos afirmar, es que su éxito y viabilidad estaban
condicionados por la consolidación del poder revolucionario, basado en la
planificación de la economía. La victoria de Franco, o de la República, condenaban a las colectividades a su total extinción.
"No hubo tiempo de que maduraran, de que en ellas surgieran los problemas
más propios de la colectivización y las soluciones a los mismos que habrían
permitido juzgar el éxito o el fracaso de la colectivización como sistema de
propiedad".
"...la experiencia colectivizadora no duró treinta meses, como muchos
autores pretenden, aunque las colectividades persistieran por este lapso de
tiempo en algunos lugares, pero no en todos. En Mayo del 37, con el cambio de
gobierno, la experiencia colectivizadora se paralizó. El gobierno Negrín se
esforzó con éxito en reducir las colectivizaciones que no pudo destruir, a
simples cooperativas o nacionalizaciones" (153).
En las
semanas posteriores a julio, el gobierno republicano y los dirigentes del
Frente Popular no se opusieron frontalmente a las colectivizaciones. Tampoco
habrían podido hacerlo.
Pretendieron
que el movimiento expropiador se limitara a las propiedades de los
simpatizantes declarados del movimiento insurgente. Sin embargo, la revolución
no les escuchaba y sus propias bases se habían lanzado a llevar a cabo todo
aquello que había constituido su tradicional aspiración de emancipación social.
Por otro
lado, las organizaciones partidarias del Frente Popular, no podían atacar
directamente al movimiento expropiador, sin poner en peligro sus propios planes
de restauración republicana. Durante los primeros meses, después de iniciada la
guerra, no contaron con la fuerza suficiente para imponer sus planes Ni
siquiera a sus propias bases. Intentar derribar en aquellos momentos al movimiento
revolucionario que se les había ido de las manos, hubiera significado su
suicidio político. En el mejor de los casos, en el que hubieran conseguido
recuperar el control sobre las masas revolucionarias, no habrían tenido con qué
llenar el vacío provocado por la desbandada de los propietarios. Era mejor
esperar y proceder con cautela, limitando y haciendo retroceder progresivamente
a la revolución.
Los
partidarios de volver al viejo orden republicano procedieron, paso a paso,
aprovechando la incapacidad del movimiento revolucionario para consolidar su
poder. En nombre de una mayor eficacia, al servicio de la victoria militar,
pretendieron coordinar, mejorar y aumentar la producción. El gobierno
republicano en vías de reconstrucción, saboteó y presionó hasta conseguir que
comités y colectivizaciones se sometieran a su control político. Posteriormente
y a medida que el movimiento revolucionario retrocedía, pretendió la
nacionalización de la industria, dejando a los comités de fábrica y a los trabajadores
las funciones de cogestión y colaboración con las medidas gubernamentales.
La derrota
republicana nos ha impedido ver cual hubiera sido el final del proceso de
restauración republicana. Sin embargo, las aspiraciones del gobierno
Negrín, decretando la devolución de las propiedades expropiadas a sus antiguos
dueños, en aras a las negociaciones de paz con Franco, dejan muy claro cual era
el destino final proyectado para los restos de la revolución de Julio.
Un elemento
característico de las colectivizaciones fue el peso fundamental que tuvieron
los elementos sindicales en ellas, especialmente la CNT. Esta influencia era directamente proporcional a la fuerza y a la tradición de las
centrales sindicales en el movimiento obrero español. El historiador
anarcosindicalista Abel Paz recoge una conversación entre dos de los
principales líderes libertarios, Durruti y Marianet, que refleja el arraigo
sindical:
"De golpe y porrazo... la CNT se ha revelado indispensable para resolver
todos los problemas de la vida local y regional. Los centros de producción
están todos controlados por los obreros, y los sindicatos tienen que estudiar
los problemas que presenta la gestión colectiva de la producción y, como
consecuencia, ha sido necesaria crear esta estructura que ha ido naciendo por
si misma, imponiéndose en razón de las necesidades. En realidad, todo este
aparato que ves, no obedece a un centro. Cada organismo lo controla su propio
sindicato. Los compañeros que los atienden siguen siendo obreros en sus
respectivas fábricas, y sus asambleas controlan sus actividades. Por el
momento, el control sobre el militante no se ha perdido" (154).
Las bases
anarcosindicalistas fueron las principales protagonistas del fenómeno colectivizador,
pero no fueron los únicos, socialistas, comunistas, republicanos y también
católicos, participaron en la obra revolucionaria. Por lo tanto, no
puede hablarse de que las colectivizaciones fueran el fruto de la acción de
grupos determinados, sino que encarnaría las aspiraciones históricas de las
clases sociales más desfavorecidas. Aquellas que la República, durante más de cinco años, no había sido capaz de satisfacer.
La múltiples
formas que adquirió el fenómeno socializador estuvieron condicionadas por la
correlación de fuerzas existente en cada sector o en cada centro de trabajo.
Las colectivizaciones se dieron en mayor proporción allí donde los
anarcosindicalistas eran mayoritarios con respecto a comunistas y socialistas.
En los casos donde esta correlación de fuerzas se invertía, las empresas
controladas por los obreros fueron nacionalizadas por medio de la incautación,
o bien intervenidas por los comités. Sin embargo, en ningún caso se puede
cuestionar el origen espontáneo de la obra económica que llevaron a
cabo los comités.
3.9 LA OBRA DE LAS COLECTIVIZACIONES EN LA CIUDAD
En
Barcelona, la huelga general contra la sublevación militar se mantuvo hasta el
día 28. A partir de esta fecha y una vez sofocados en toda Catalunya los
últimos reductos de la sublevación, los comités de empresa, siguiendo las
consignas de regional catalana de la CNT, decidieron la vuelta al trabajo. Sin
embargo y desde el día 21, apenas terminados los combates callejeros, los
obreros habían empezado a ocupar espontáneamente los centros de trabajo. La
mayor parte de los empresarios habían abandonado sus propiedades por temor a
las represalias. Algo parecido había pasado con gran parte de los
directivos y de los cuadros técnicos que se encargaban de dirigir y organizar
la producción. La formidable obra colectivizadora, nacía de la necesidad de
llenar el vacío económico provocado por la fuga de los antiguos propietarios.
Los dirigentes obreros se encontraron con una revolución en marcha, completamente
espontánea, e imposible de detener. Después de las jornadas de julio, las
organizaciones obreras están completamente desbordadas y con graves
dificultades para dar cualquier tipo de orientación a las demandas de
sus afiliados en las empresas.
El primer
folleto de la FAI no llegaría a publicarse hasta el 26 de Julio. En él se
hablaba de aplastar al fascismo, pero no había ni una sola línea sobre el
fenómeno revolucionario que se está desarrollando por todas partes. El día 28
del mismo mes, la Federación local de la CNT de Barcelona lanzaba la consigna
de volver al trabajo, para enfrentarse a las necesidades del conflicto, cuyo
final se preveía inminente. Sin embargo, continuaba sin haber una sola
consigna, ni una directriz que pudiera servir para reorganizar la producción.
Uno de los
primeros folletos que aparecieron para ayudar a poner orden en el marasmo
revolucionario surgiría a principios de agosto, publicado por el
Sindicato Mercantil de Barcelona, que había sido expulsado de la CNT por estar dirigido por el POUM. En las instrucciones que se daban se recomendaba que el
número de los miembros de los comités fuera reducido, para evitar la
falta de eficacia y el exceso deliberativo; se indicaba que las asambleas y reuniones
deberían realizarse fuera de la jornada de trabajo, para no dificultar el
trabajo; y pedía que en el seno de los comités estuvieran representadas todas
las tendencias existentes en la empresa, de forma proporcional; se recomendaba
la disciplina y el pleno aprovechamiento de los escasos cuadros técnicos que se
habían incorporado a las empresas, después de julio. Existía una gran
preocupación para que los trabajadores fueran conscientes de su
responsabilidad en la revolución que acababa de iniciarse (155).
Los
trabajadores, sin esperar órdenes ni consignas, habían ido mucho más lejos que
los objetivos marcados por la huelga general. Los sindicatos y los partidos
obreros empezaron a reaccionar, algunas semanas después, presionadas por
sus bases y por los retos que la nueva situación planteaba.
"A cada día que pasaba, la ciudad caía más, bajo control de la clase
obrera. El transporte público funcionaba, las fábricas trabajaban, las tiendas
estaban abiertas, los abastecimientos de víveres llegaban sin novedad, el
teléfono funcionaba también, el suministro de agua y gas igualmente, todo ello
organizado y llevado, en mayor o menor medida, por los propios trabajadores. ¿A
que se debía que así fuera? Los principales comités de la CNT no habían dado ninguna orden en tal sentido" (156).
Es
importante destacar que, a pesar del carácter espontáneo de las
colectivizaciones, de que empezaron a desarrollarse sin ser parte
de los planes de ninguna organización y de que no existiera una plena
conciencia de las repercusiones revolucionarias que iban a tener, los obreros
no acudieron a las autoridades republicanas para solucionar sus problemas, sino
que prescindieron de ellas por completo. Sin duda alguna, la iniciativa de las
bases anarcosindicalistas y ugetistas evitó el desmoronamiento completo de la
economía, que hubiera convertido el intento de golpe de estado, en un
simple paseo triunfal de los militares. La iniciativa de los trabajadores,
salvó a la revolución que acababa de nacer con su protagonismo, tanto en las
barricadas, como en los centros de trabajo.
El hecho de
que en la mayor parte de la zona republicana, las empresas no llegaran a
socializarse, sino que pasaran a manos de los trabajadores de sus propias
plantillas, o de los sindicatos, fue una consecuencia de la inexistencia de un
organismo representativo, que unificara la acción revolucionaria (al estilo de
lo que habían sido los soviets rusos). Esta característica no sólo no desmiente
el carácter socialista de la revolución española, sino que lo confirma todavía
más. Las clases populares manifestaban, de forma espontánea y desorganizada, la
necesidad que tenían de tomar en sus manos, las riendas de su propio destino.
"De todas las alternativas posibles, escogieron la que reflejaba mejor sus
deseos y que les parecía que respondía a sus intereses: convertirse en los
amos. En la calle, millares de obreros tenían armas. En el lugar del trabajo,
tendrían las fábricas. Sin las armas, eso no hubiese sido posible. Con las
armas solas, nada habría cambiado. Los trabajadores, sin necesidad de que nadie
les diera instrucciones, comprendieron que las dos cosas estaban
relacionadas" (157).
Los
trabajadores en las empresas que habían sido abandonadas por sus antiguos
dueños, tuvieron que dotarse de una nueva dirección que pudiera organizar la
producción y el trabajo. La elección de los comités dirigentes partió de la
iniciativa de los obreros, sin esperar las directrices de sus organizaciones
sindicales. Según reconoce el mismo Peirats:
"Hasta los primeros días de agosto, la CNT no se encargó de modo oficial y organizado de canalizar las colectivizaciones" (158).
Ronald Fraser es bastante más explícito y descriptivo en sus conclusiones,
después de recoger numerosos testimonios:
"La iniciativa revolucionaria no había surgido de los comités directivos
de la CNT -eso era imposible toda vez que la revolucción había sido
oficialmente <aplazada>-, sino de los sindicatos cenetistas individuales,
impulsados por sus militantes más avanzados. Incluso así tal vez no hubiese ido
más lejos que el simple control de las funciones directivas por parte de los
trabajadores. La defección a gran escala de propietarios, directores y
gerentes, temerosos por su suerte, condujo al siguiente paso en muchas
fábricas" (159).
En los casos
más frecuentes, los comités dirigentes fueron elegidos en asambleas abiertas,
por toda la plantilla de la empresa, obreros, administrativos y técnicos; en
otros, los viejos comités de empresa, ya existentes en el período
prerrevolucionario, pasaron a convertirse en la nueva dirección de la empresa.
Los
delegados de los nuevos comités, estaban sujetos al control de los trabajadores
que los habían escogido, tenían que responder periódicamente ante ellos y
podían ser sustituidos en cualquier momento por la asamblea, si ésta
consideraba que su gestión no era satisfactoria.
Frecuentemente, las enormes dificultades con las que los comités tuvieron que
enfrentarse, les obligaron a dotarse de una estructura, a subdividirse y a
especializarse en ciertas tareas.
La tradición
y el arraigo de las centrales sindicales hizo que, por lo general, la inmensa
mayoría de los delegados de los comités estuvieran afiliados a ellas. Esta
circunstancia ha hecho que algunos historiadores hayan considerado, tal
vez de forma simplista, a los comités de empresa y de control, como simples
delegaciones o apéndices de los sindicatos (160). Sin embargo, frecuentemente,
los sindicatos y los comités tuvieron graves desacuerdos en la orientación de
la nueva economía revolucionaria.
Los obreros
tuvieron que enfrentarse en las empresas, a multitud de problemas técnicos y
administrativos, derivados de la gestión y dirección de éstas, también chocaron
con el sabotaje de algunos de los técnicos. Todo ello conformaba un cuadro de
dificultades para las que no estaban preparados, por lo que tuvieron que
recurrir a los sindicatos, en busca de asesoramiento. Desgraciadamente, los
cuadros sindicales no abundaban ni estaban mucho mejor preparados y en
numerosas ocasiones, sus consignas causaron todavía una mayor confusión entre
los comités y los trabajadores de las empresas.
Aunque las
formas que adoptó el estallido colectivizador, por su propia acción
espontánea, fueron numerosísimas, aprovecharemos la clasificación introducida
por Bernecker (161):
1.Empresas colectivizadas.
Todo el
poder pertenecía exclusivamente a los trabajadores de la empresa. Las tareas de
dirección y de administración quedaban en manos del comité de delegados y de un
director. Los nuevos dirigentes tenían que responder de su gestión ante los
trabajadores en asamblea y ante el Consejo General de Industria. (Entre otros
muchísimos casos, en Barcelona encontramos los ejemplos de las compañías
navieras, Trasatlántica, Ibarra, Ramos... de los transportes urbanos y de las
compañías ferroviarias...).
2.Empresas controladas.
Eran
empresas que continuaban en manos de sus antiguos dueños y que no
llegaron a ser colectivizadas. Sin embargo, los trabajadores, mediante sus
comités de control tuvieron una gran influencia en su gestión y dirección.
Además de la existencia del antiguo propietario y del comité de control, existía
también un delegado del gobierno que mantenía el vínculo de la empresa, con la
política planificadora del Consejo General de Industria (Telefónica...).
3.Empresas nacionalizadas.
Eran
empresas que estaban bajo el control directo del gobierno. Con la recuperación
progresiva del poder de las instituciones republicanas, el número de
estas empresas aumentó.
Las autoridades republicanas de Madrid y de la Generalitat de Catalunya, poco pudieron hacer para frenar el proceso expropiador. Sin embargo,
algunas empresas fueron intervenidas por "necesidades de la producción y
de la guerra". En la medida en que pudieron y con el visto bueno de las
direcciones de las organizaciones obreras, numerosas empresas se mantuvieron
bajo el control estatal. Sólo en Catalunya, en el mes de Octubre de 1936. se
contabilizaron 435 empresas que estaban en esta situación. La Generalitat creó la Comisión de Industrias de guerra que contaban en el otoño de 1937. con
500 fábricas y con más de 50.000 trabajadores.
4.Empresas municipales.
Este era el
caso de las empresas de servicios urbanos (transportes...). Los ayuntamientos
tomaron estas medidas para paliar sus déficits económicos y sus evidentes
dificultades para recaudar los impuestos, en plena situación revolucionaria.
5.Agrupaciones.
Se
produjeron numerosos casos de concentración de las pequeñas empresas, en
sectores determinados de la economía. Las Agrupaciones fueron una de las
fórmulas que se adoptaron para articular las colectivizaciones urbanas y para
racionalizar los costos de la producción, superando la dispersión
antieconómica de las colectivizaciones. Las agrupaciones, controladas por
los sindicatos, supusieron un aumento del poder y de la influencia de la CNT y posteriormente encontrarían cada vez mayores obstáculos por parte de las
autoridades republicanas.
Una multitud
de empresas fueron colectivizadas por los trabajadores (se calcula que en el
mes de septiembre de 1936, más de 80.000 empresas habían sido incautadas).
Algunas de ellas, como sería el caso de las entidades financieras, los
bancos y las cajas de ahorro, serían nacionalizadas por las
autoridades republicanas, para evitar el peligro de que acabaran siendo
expropiadas por la oleada revolucionaria. Las nacionalizaciones contaron,
por lo general, con el visto bueno de las centrales sindicales, UGT y CNT, o en
cualquier caso con su pasividad.
Cuando por
diferentes razones, los obreros no pudieron incautarse de los centros de
trabajo, éstos quedaron bajo control de sus comités, que se encargaron de
dirigir la producción. En la mayoría de los casos, los antiguos comités de
empresa del período prerrevolucionario, se convirtieron en los nuevos
organismos de control obrero.
En el caso
de las empresas con capital extranjero, el movimiento expropiador chocó con la
oposición y la resistencia de los países extranjeros. Durante las jornadas de
julio, en el puerto de Barcelona, algunos buques de guerra británicos habían
hecho acto de presencia, en un gesto intimidatorio, para que los
revolucionarios se abstuvieran de expropiar las empresas en las que
habían capitales extranjeros invertidos. La CNT y el gobierno catalán, llegaron a un acuerdo por el que una lista de 87 firmas quedarían a salvo de
cualquier intento de incautación (Riegos y Fuerza del Ebro, Sales Potásicas de
Suria,...). En algunos casos, donde la composición del capital de las empresas
era mixto, los obreros procedieron a su expropiación, desoyendo la orientación
dada por las centrales sindicales, que pedían que fuera respetado el acuerdo.
Los comités
de control ejercieron una fuerte vigilancia sobre la gestión y dirección de las
empresas que no habían sido colectivizadas. El control se extendía hasta
las cuentas bancarias de éstas. Los propietarios y los directivos sólo podían
acceder al dinero, con el visto bueno del comité. De esta forma, se evitaron
nuevas fugas de capitales y posibles sabotajes contra la
producción, por parte de los antiguos dueños de las empresas, que no
simpatizaban con la revolución.
Las fórmulas
de nacionalización y de control obrero, fueron utilizadas por las autoridades
republicanas para evitar que el proceso de incautaciones se extendiese a
algunas industrias y empresas de alto valor estratégico. Posteriormente, las
nacionalizaciones fueron utilizadas para recuperar el poder perdido y hacer
retroceder el control de los revolucionarios sobre la economía.
Hay
numerosos ejemplos representativos de la dinámica del proceso: La Compañía Telefónica, propiedad de un trust norteamericano, la International Telephone and Telegraph Corporation, obedeciendo las órdenes de las direcciones
sindicales, no fue incautada. Sin embargo, los obreros se reunieron en una
asamblea abierta y nombraron a su propio comité de control, en el que estarían
representadas las dos centrales sindicales. El control de los trabajadores se
extendió a todos los centros de trabajo de la compañía, mediante
subcomités de delegados. La antigua dirección de la empresa quedó limitada en
sus funciones, a llevar el sistema contable de la compañía.
A nivel
estatal, la mayor parte de la industria de armamento había caído en manos
franquistas. En Catalunya existían cerca de 800 establecimientos metalúrgicos,
pero ninguno de ellos estaba preparado para la producción bélica. La maquinaria
existente en los cuarteles de Sant Andreu (Barcelona) para recargar cartuchos
había sido destruida en el asalto, durante las jornadas de Julio.
Incluso habían llegado a desaparecer los cianotipos para la fabricación
de obuses.
En
Barcelona, como en otras ciudades industriales, todas las grandes
industrias metalúrgicas fueron colectivizadas (Hispano Suiza, Vulcano, La Maquinista Terrestre y Marítima...). Los obreros, dirigidos por sus comités reiniciaron la
producción destinada a cubrir las necesidades de las milicias
combatientes.
En el mes de
Agosto se creó la Comisión de la Industria de Guerra, que estaría presidida por Josep Tarradellas (ERC), miembro de la Generalitat. El control del gobierno autónomo era sólo simbólico. Era la central
sindical anarcosindicalista y los comités de trabajadores, los que
verdaderamente controlaban la producción de la industria de armamento. Pese a
las grandes dificultades que conllevaba la guerra, pese a la política de boicot
del gobierno central a la industria bélica catalana, sólo un año después, la
producción había superado las estimaciones más optimistas que había
establecido la comisión (162).
La aparición
de una verdadera industria bélica catalana fue un fenómeno que reflejaría la
inmensa energía creativa que había desencadenado la revolución. Las
circunstancias de su aparición, su espectacular desarrollo en un espacio
tan corto de tiempo, son muestras de ello. La industria metalúrgica
reconvertida sufrió un extraordinario proceso de concentración de
la producción. Más de setenta pequeñas y antieconómicas fundiciones
barcelonesas fueron cerradas y concentradas en tan solo veinticuatro centros.
Sin embargo,
mucho antes de la aparición de la Comisión de industrias de Guerra de Catalunya, los trabajadores ya habían iniciado su propia "reconversión
industrial" de los sectores químico y metalúrgico. Gracias a la iniciativa
de un grupo de militantes de la CNT y de un militar, experto de la fábrica de
armamentos de Oviedo, se improvisó la primera industria bélica.
Era el
primer paso para la formación de una verdadera industria de guerra.
El hecho de
que las empresas metalúrgicas fueran capaces de reconvertirse en tan solo
algunas semanas, en tan difíciles condiciones y sufriendo una importante
carestía de cuadros técnicos refleja el enorme entusiasmo que el desenlace de
las jornadas de julio había provocado entre los trabajadores. Apenas unos días
después de la victoria sobre los sublevados, en las calles de Barcelona, ya
habían hecho acto de presencia los primeros camiones blindados y las primeras
granadas de mano, material que fue rápidamente enviado al frente aragonés.
"Hemos asistido al nacimiento y al desarrollo de las industrias de guerra
de Catalunya y podemos decir que raramente se podrá presentar un ejemplo
semejante de improvisación, porque raramente se volverá a encontrar un acuerdo
tan perfecto y una pasión tan unánime entre las autoridades políticas, las
autoridades técnicas y los obreros de todos los oficios de un país. Técnicos
militares extranjeros que vieron de cerca esa obra nos aseguraban que lo realizado
por nosotros en muy pocos meses era superior a cuanto se había logrado con
muchos más medios, por países mejor equipados, como Francia, en los dos
primeros años de la guerra de 1914-1918" (163).
Por primera
vez, los obreros se sentían dueños de sus destinos, y era esa, su conciencia
liberadora, el motor que podía hacer posible tales iniciativas y tal capacidad
de creación.
"En Catalunya, donde yo me encontraba, he visto crearse una industria
de guerra como por arte de brujería... (el
pueblo) estaba dispuesto para realizar ese milagro, que pueblos en plena paz y
con medios económicos adecuados no logran realizar en mucho tiempo, y más aún,
sin ingenieros en las fábricas, con solo dos o tres en la comisión de
industrias de guerra, y aquellas fábricas y talleres tan rápida y perfectamente
transformados funcionaban admirablemente, aumentando cada día la producción en
términos insospechados, creándose las más difíciles actividades industriales,
gracias a la iniciativa particular de los obreros catalanes..." (164).
La Comisión de Industrias Bélicas tuvo en un par de meses, bajo su control, 24 importantes
fábricas catalanas de ingeniería y de productos químicos, que se dedicaron a la
producción de obuses, explosivos y vehículos blindados... En el mes de Octubre
de 1937, más de 50.000 obreros, repartidos en 500 fábricas, intervenían en la
producción de armamento, mientras que otros 30.000 lo hacían en industrias
auxiliares (165).
En el mes de
Septiembre de 1936, el gobierno de la Generalitat pidió el traslado a Catalunya de la maquinaria para la producción de municiones que existía en Toledo, y que
se veía amenazada por el avance del ejército franquista. La respuesta del
gobierno de Madrid fue categórica y reveladora de cual era la actitud de las
autoridades republicanas estatales:
"Catalunya nunca hará cartuchos" (166).
Con el
retroceso revolucionario vendría también la decadencia de la economía
colectivizada y también la de la industria bélica, contrapuestas a la creciente
intervención de las autoridades republicanas.
En una carta
enviada por Lluís Companys a Prieto, éste confesaba que la producción bélica
había retrocedido considerablemente. El presidente de la Generalitat establecía el principio de la decadencia en el mes de Junio, pero la decadencia
parece haber empezado antes, en el mes de marzo. Companys reconocía que la
situación había cambiado por completo, desde la nacionalización de la
industria de armamento. La moral de los trabajadores que durante los
primeros meses de la guerra y de la revolución habían trabajado más de 56
horas, sin cobrar por las horas extraordinarias y sin que se diesen casos de
sabotaje o de indisciplina, ahora se resentía por la creciente burocratización
que había acompañado a la toma de control de la industria, por parte del
gobierno (167).
En cualquier
caso, podemos ver un paralelismo en el retroceso de la producción y la
disminución del entusiasmo de los trabajadores. La recuperación del poder
republicano iba parejo a la progresiva liquidación del orden revolucionario.
Este proceso iba acompañado de la apatía y de la desmoralización de los
obreros. La explicación del retroceso de la producción no es posible atribuirlo
solo a las dificultades que entrañaba el conflicto bélico. Del mismo modo, que
el factor de la moral revolucionaria explica el milagro económico, también lo
hace con la decadencia de la economía colectivizada.
El sistema
de control obrero sobre las industrias bélicas terminó con el decreto de
militarización del sector, promulgado por el gobierno el 11 de agosto de 1938.
Aunque hasta aquel momento había sido la Generalitat la que legalmente había controlado la industria armamentística, en realidad, habían sido los comités
obreros, los que habían ejercido la verdadera dirección de la producción.
La
militarizacion fue la medida que adoptaron las autoridades republicanas para
acallar en creciente descontento de los trabajadores del sector (168). La
afirmación que hemos hecho no es gratuita. El mismo Joan Comorera, máximo
dirigente del PSUC y enemigo declarado del movimiento expropiador, partidario
entusiasta de la reconstrucción del poder republicano, declaraba en un Plenario
de su partido, celebrado en Lérida, en el año 1938, que:
"La situación de las industrias de guerra hay que confesar que no ha
mejorado suficientemente y que en algunos casos, incluso ha
empeorado" (169).
También el
dirigente ugetista catalán, Rodríguez Vega, confesaba que en algunas
industrias, la productividad había descendido a la mitad (170). Con el
restablecimiento del orden republicano y el incremento del control burocrático
de las empresas, los trabajadores veían esfumarse sus sueños de liberación y aumentaba
la desmoralización y la apatía.
Vale la pena
citar algunos ejemplos sobre la nueva organización de la industria metalúrgica
catalana, dedicada a la fabricación de armamento. Los TALLERES HISPANO SUIZA
contaban con unos 1400 obreros. Fue de esta empresa, de donde surgieron los
primeros camiones blindados que acompañarían a la columna de milicianos
dirigida por Durruti, que se dirigía hacia Aragón, para recuperar Zaragoza. Los
sindicatos procedieron a la incautación de la industria y remodelaron su
organización, adaptándola para la producción de guerra automóviles blindados,
motores de avión, granadas de mano, ambulancias, soportes de
ametralladoras...).
La industria
se situó bajo el control del Comité Central de Milicias Antifascistas, que
nombró un delegado, un obrero metalúrgico, militante de la CNT, para hacer de intermediario entre ambos.
El comité se
formó por delegados de ambos sindicatos, de todos los sectores de la empresa,
incluidos los técnicos, empleados administrativos e ingenieros, que de esta
forma se integraban en la obra revolucionaria.
LA MAQUINISTA TERRESTRE Y MARÍTIMA. Como el resto de las empresas del sector bélico no fue
incautada por los trabajadores. Sin embargo, las diferencias entre las empresas
expropiadas y las que solo estaban sujetas al control, eran mínimas. Fue
el comité de empresa, el que realmente dirigió la marcha de la
producción. Ésta nunca llegó a superar el 50% de su potencial, debido a las
insalvables dificultades de carácter técnico que existían. A pesar de la
iniciativa y del entusiasmo de los obreros, la escasez de técnicos y el hecho
de que los que no habían huido, no simpatizaran con la causa revolucionaria
impidió el aumento de la producción (171).
Junto a la
industria metalúrgica y armamentística, muchos otros ramos de la
industria y de los servicios se vieron afectados profundamente por las
colectivizaciones, el textil, la alimentación, madera, electroquímica... El textil
catalán, en el que trabajaban más de 230.000 obreros (170.000 de ellos,
afiliados a la CNT), sufrió grandes transformaciones revolucionarias en la
organización del trabajo y de la producción. La colectivización en este sector
fue prácticamente total, salvo algunas empresas que contaban con capital
extranjero. De los 20.000 patronos existentes, apenas una décima parte de ellos
se acercó a sus antiguas empresas, donde entraron a trabajar como técnicos o
como simples trabajadores a sueldo. El resto de ellos huyó o fue eliminado.
LA ESPAÑA INDUSTRIAL contaba con fábricas en Barcelona, en Sabadell y en Sants, y empleaba a
cerca de 2.000 obreros que trabajaban en sus instalaciones. De ellos el 80%
estaba afiliado a la CNT y el 20% restante a la UGT (172).
Después del
mes de Julio, la empresa pasó a depender de un comité que fue elegido en una
asamblea a mano alzada por más de 1.800 trabajadores de la plantilla,
para sustituir a los directivos que habían huido. A pesar de que la empresa
quedó bajo control de los obreros, no fue colectivizada hasta la
publicación del decreto de colectivizaciones (173).
El comité de
empresa estuvo compuesto por un total de doce miembros (dos técnicos, dos
administrativos y ocho de los trabajadores manuales), dos de los delegados eran
mujeres que representaban al sector de hilado y de tejido. Los
delegados siguieron trabajando en sus puestos, reuniéndose semanalmente los
sábados, después de la jornada de trabajo, para resolver los problemas derivados
de la reorganización de la producción. Para estas tareas el comité fue dividido
en diferentes comisiones de trabajo (finanzas, comercialización, técnica y
personal). El personal técnico y el administrativo, representado en el comité
por sus propios representantes se comprometió a acatar las decisiones
mayoritarias.
El comité
convocaba asambleas periódicamente, cada dos o tres meses. La finalidad
de las reuniones abiertas a todos los trabajadores, era explicar y rendir
cuentas de la marcha de la empresa. Pese a ello, los duros condicionamientos de
la guerra les obligaron a reducir el trabajo a tres días semanales, debido a la
escasez de materias primas que empezaba a ahogar a la economía colectivizada.
El sindicato textil de la CNT se encargó de la venta de la producción y de la
importación de materias primas.
En la nueva
organización del trabajo, los trabajadores escogieron a sus propios capataces,
que siguieron cobrando lo mismo que el resto de trabajadores manuales. Los
nuevos encargados hicieron de enlace entre sus secciones y el consejo de
empresa en las cuestiones de carácter técnico. Las diferencias salariales se
redujeron sin llegar a eliminarse. Las trabajadoras siguieron cobrando entre un
15 y un 20% menos que los hombres, mientras que los trabajadores manuales
mantuvieron salarios menores que los de los administrativos y técnicos. Los
condicionamientos económicos que imponía la guerra impidieron los aumentos
salariales. Sin embargo fueron los técnicos y los administrativos, los que
propusieron una reducción de sus salarios en un 20%. El dinero ahorrado fue
utilizado en la creación de un fondo de pensiones destinado a los trabajadores
más ancianos (no olvidemos que no existía la seguridad social, y que el
abandono del trabajo significaba la inmediata miseria).
LA SEDA DE BARCELONA, no pudo llegar a ser colectivizada por ser de capital holandés. La
empresa, puesta bajo control obrero, estuvo dirigida por un comité compuesto
por diez miembros. Aunque los delegados habían sido escogidos en una asamblea,
el reparto de puestos se decidió de forma paritaria, 5 de la CNT y 5 de la UGT, a pesar de la clara hegemonía del anarcosindicalismo en la empresa. La
conciencia unitaria de los trabajadores superaba, de esta forma,
los posibles enfrentamientos entre ambas centrales sindicales.
Las
colectivizaciones urbanas no se limitaron a la industria. También se
extendieron al sector de servicios. Los depósitos de CAMPSA, las centrales
eléctricas, las compañías del gas, los trasportes urbanos (tranvías, metros y
autobuses) y también los terrestres y marítimos. Las compañías
ferroviarias quedaron bajo control sindical de la UGT y de la CNT. Algo similar ocurrió con la mayoría de las empresas de comunicaciones.
Tampoco el
sector de espectáculos (cines, teatros) escapó a la colectivización. Todo iba
quedando en manos de los obreros sin que nadie pudiera hacer nada para
evitarlo.
Los
trabajadores de Tranvías de Barcelona se incautaron de la compañía. El comité
gestor, compuesto por siete delegados, se encargó de las tareas de organización
de los servicios en toda la ciudad. Poco después, las compañías de autobuses y
del metro adoptaron las mismas iniciativas.
Las empresas
de transportes de Barcelona formaron un comité central unificado con
representantes de todas ellas (de 1 a 4 delegados por empresa, según su
importancia), para coordinar racionalmente el transporte de viajeros en toda la
ciudad. Cada empresa se administraba de forma autónoma, sin embargo, todas
estaban supeditadas al comité central coordinador, que se encargaba de
compensar con los beneficios de las compañías más rentables, las pérdidas del
resto. Se mejoraron las condiciones de trabajo y de higiene de las plantillas, y
se llegó a plantear, para después de la guerra, la implantación de la semana de
cuarenta horas, en el camino hacia la de treinta y seis. En materia salarial,
aunque las diferencias persistieron, tendieron a igualarse.
La
composición de los comités de las diferentes compañías de transporte de
viajeros de Barcelona no era uniforme. Mientras en el del Metro Transversal y
en el de la Compañía de Autobuses su composición era completamente
anarcosindicalista, en el del Gran Metro habían representantes de ambas
centrales sindicales. La Compañía de los Ferrocarriles Catalanes fue dirigida por un comité conjunto CNT-UGT, contando con la presencia de un delegado del
Gobierno de la Generalitat que tuvo un papel completamente testimonial, durante
los primeros meses de conflicto.
El gran
comercio barcelonés sufrió también importantes cambios. Los grandes almacenes
como "El Siglo", fueron incautados por el Sindicato Único Mercantil
de la CNT. En la asamblea de trabajadores de la empresa se escogió un Consejo
Técnico (3 miembros) y un Consejo Administrativo (12 empleados, 2 ex-empleados
y un representante del Sindicato).
La mayor
parte de los establecimientos comerciales (los grandes en su totalidad)
fueron colectivizados. Algo similar ocurrió con el comercio mayorista de
víveres (huevos, pescado, verduras, fruta, leche,...), mientras se establecían
comercios de venta minorista. Los intermediarios fueron excluidos
del circuito comercial, permitiéndoseles trabajar como asalariados en el mismo
ramo. Se dictaron normas encaminadas a mejorar la higiene de los
alimentos, se establecieron comités de control en el matadero municipal y se
cerraron aquellos establecimientos que fueron considerados insalubres. El
campesinado fue obligado a comerciar sus excedentes con los comités locales de
abastecimiento creados por la CNT.
Los comités
de empresa se convirtieron en la nueva dirección de los centros de trabajo
colectivizados. Las dificultades con las que se encontraron en su tarea de
dirigir la producción, hizo que éstos, frecuentemente, delegaran sus funciones
de representación sindical, en los denominados comités de fábrica. Estos
organismos se convirtieron en los intermediarios de los trabajadores
frente a los comités, que se habían convertido en los nuevos organismos
directivos de las empresas. Sus tareas reivindicativas permitieron integrar a
numerosos trabajadores en las tareas de gestión de la producción y evitaron el
alejamiento entre éstos y los nuevos organismos de dirección (174).
Es
destacable el sentimiento de unidad de clase que se expresó, a menudo, en la
composición de los comités de las empresas colectivizadas y en las sujetas al
control obrero. Ambas centrales sindicales, CNT y UGT, estuvieron representadas
en los comités de las empresas, unas veces de forma proporcional a su
afiliación, otras de forma paritaria. En los comités también estuvieron
integrados los representantes de los técnicos y de los administrativos. La idea
dominante era la de integrar a las minorías y preservar de esta forma, el
espíritu unitario que alentaba al movimiento.
Algunos
historiadores, estudiosos del tema, consideran que la asistencia y la
participación en las asambleas no fue demasiado numerosa. Algunos la sitúan en
un porcentaje en torno a una tercera parte de las plantillas (175).
La participación en las reuniones periódicas no era, necesariamente, falta de
identificación de los trabajadores con la obra colectivizadora de la que eran
protagonistas. No podemos olvidar que, la mayor parte del debate en este tipo
de asambleas se centraba en aspectos rutinarios, técnicos y administrativos,
que difícilmente atraían el interés del conjunto de los trabajadores, salvo a
los sectores más conscientes y militantes de las empresas.
Para
comprender el impacto que tuvieron las colectivizaciones en la conciencia de
los trabajadores, es revelador el testimonio de uno de los
anarcosindicalistas que participó en ellas:
"A raíz de la colectivización observó una gran diferencia en los obreros.
Antes de la guerra ninguno de ellos <<sabía hablar>>. Si había que
hacer alguna reivindicación, él, Capdevila, o alguno de sus compañeros del
sindicato tenía que entrevistarse con la dirección. Mientras funcionó el comité
obrero de control, el grueso de la fuerza laboral siguió sin decir palabra.
Pero en cuanto se colectivizó la fábrica y se celebraron asambleas generales,
todo el mundo empezó a hablar".
"<<Era asombroso. Todo el mundo se convirtió en un loro, todo el
mundo quería decir lo que pensaba y sentía. Evidentemente ahora eran
conscientes de estar a cargo de las cosas y de que tenían derecho a hablar por
si mismos...>>" (176).
Las empresas
expropiadas sólo fueron completamente autónomas durante un breve período de
tiempo, durante las semanas siguientes a las jornadas de julio. La situación
creada, las necesidades y los obstáculos, pese al origen espontáneo y disperso
de las colectivizaciones y de su obra, las empujaba en una sola dirección. La obra
revolucionaria, solamente podía sobrevivir mediante la coordinación y
planificación de la economía.
La
inexistencia de un auténtico estado obrero, que representara, centralizara y
ordenara la actividad de los comités y de las colectivizaciones, hizo que
durante los primeros meses, después de iniciado el conflicto, la economía se
caracterizara por la combinación de rasgos de autogestión obrera y de
corporativismo, con los intentos de coordinación y de estructuración de la
misma. El hecho de que la dualidad de poderes derivase hacia la restauración de
las viejas instituciones estatales, sería la causa de que en la mayor
parte del territorio, las colectivizaciones quedasen rápidamente en la
órbita del nuevo gobierno republicano. Esta vez dirigido por Largo Caballero y
por las organizaciones obreras del Frente Popular.
Sólo en
Catalunya, las colectivizaciones y los comités, consiguieron mantener una
cierta independencia de las autoridades, incluido el Comité Central de
Milicias. Durante cerca de cuatro meses, se resistieron a someterse al Consejo
de Economía y al Gobierno de la Generalitat, a pesar de la participación y de
la subordinación de los organismos dirigentes de las organizaciones
obreras a estos organismos.
En el mes de
octubre de 1936, se reunió en Barcelona un Congreso sindical, en el que
asistieron delegaciones y representantes de más de 600.000 obreros de las
industrias colectivizadas. La finalidad del acto era el estudio de la
socialización de la industria.
Pocos días
después, el 24 del mismo mes, el nuevo orden económico era institucionalizado
en Catalunya, con la publicación del decreto de colectivizaciones. La orden
gubernamental reconocía como un hecho consumado lo que era una realidad desde
hacía algunos meses en la calle. Sin embargo, a cambio se iniciaba un proceso
de intervención de las colectivizaciones, por parte de la Generalitat. La penetración del gobierno catalán, testimonial y simbólica al principio,
acabaría por significar la contención y la limitación de las colectivizaciones,
en el período del retroceso revolucionario. El nuevo decreto también reflejaba
la consolidación del poder del gobierno de la Generalitat, y la tendencia de las organizaciones obreras más radicales a subordinarse a su
autoridad política.
Hubo
numerosos intentos de planificación de la economía colectivizada. En el mes de
diciembre del mismo año, se celebró un Congreso de Sindicatos Únicos de la CNT en la ciudad de Valencia. El congreso pretendía estudiar y proponer soluciones a
las dificultades que provocaba la dispersión y la
competencia entre las diferentes industrias colectivizadas.
El resumen de la declaración final refleja las conclusiones y las
propuestas que fueron dirigidas a los sindicatos:
"Al proceder a la socialización de una industria
deberán agruparse todos los esfuerzos de los distintos sectores que componen la
rama de la industria en un plano general y orgánico con lo cual se evitarán las
competiciones y dificultades de orden sindical que dificultarían la buena
organización de la industria socializada. Se enlazarán los organismos de
producción y distribución de tal manera que se evite la especulación de
elementos ajenos a los intereses de la industria socializada"
(177).
Como muy
bien indica José Peirats, el documento de Valencia reflejaba una conciencia
clara entre los participantes del Congreso, de cuales eran los problemas que
amenazaban a la industria socializada.
"Los trabajadores se daban cuenta de que la colectivización parcial
degeneraría con el tiempo en una especie de cooperativismo burgués.
Encastillado en su respectiva colectividad, las empresas habrían suplantado los
clásicos compartimientos estancos y caerían fatalmente en la burocracia, primer
paso de una nueva desigualdad social. Las colectividades terminarían haciéndose
la guerra unas a otras, comercialmente hablando, con tanto ahínco y mediocridad
como las antiguas empresas burguesas" (178).
Los
sindicatos procuraron reorganizar las distintas ramas de la producción. Por su
peso y arraigo en el movimiento obrero y a falta de organizaciones de otro tipo
(soviets) que pudieran asumir estas tareas, las centrales sindicales y
especialmente la CNT, tuvieron que asumir la función de coordinación de las
empresas colectivizadas o las que estaban sujetas al control obrero. Su
importancia en la estructuración de la economía revolucionaria fue inmensa. Sin
ningún tipo de dudas podemos considerar que hubiera sido imposible superar el
caos revolucionario de los primeros momentos, si los sindicatos no hubieran
intervenido. Sin embargo, es constatable también, la falta de definición y de
delimitación en las relaciones entre éstos y los comités. Esta confusión,
fue una frecuente fuente de tensiones y de conflictos entre ambos organismos y
facilitó, posteriormente, la intervención del gobierno republicano.
La idea de
estructurar la economía revolucionaria mediante las agrupaciones industriales,
fue vista con buenos ojos por los anarcosindicalistas, que consideraron que
esta solución se aproximaba a sus planteamientos de socialización bajo control
sindical de la economía.
"Los de la CNT opinábamos que todo debía partir del obrero... A tal
efecto queríamos crear federaciones industriales (textiles, ingeniería, grandes
almacenes, etc.) que estarían representados en un consejo económico global
encargado de dirigir la economía. De esta manera, todo, incluyendo la
planificación económica, permanecería en manos de los obreros. (Las
federaciones industriales habían sido aprobadas por la CNT en 1931, pero su creación fue combatida por elementos anarquistas del sindicato, por lo
que sólo existían unas cuantas al estallar la guerra)" (179).
En
ocasiones, los intentos de creación de las agrupaciones industriales fracasaron
al chocar con la visión corporativista de los comités, que consideraban a las
empresas colectivizadas, como algo de su exclusiva propiedad y se mostraban
reticentes a formar parte de las federaciones.
Pasados los
primeros momentos, generalmente, fueron las Juntas territoriales las que
acabaron por asumir las funciones de dirección de la economía en sus
respectivas zonas. La aparición en Catalunya del Consejo de Economía,
organismo de planificación que estaba supeditado al gobierno de la Generalitat, en la que participaban todas las organizaciones obreras, hizo que estas
funciones recayeran en él. Sin embargo, las centrales sindicales y en concreto
la CNT, mantuvieron su poder e influencia en las empresas socializadas o
intervenidas por los trabajadores. Gran parte de la articulación de la economía
revolucionaria siguió recayendo en ella.
El Consejo
de Economía de Catalunya apareció ante muchos trabajadores como un órgano extraño,
que había sido impuesto desde las alturas y que estaba subordinado al
desprestigiado gobierno de la Generalitat. Los sindicatos en cambio, eran las organizaciones tradicionales del movimiento obrero y gozaban de su entera
confianza, por lo tanto, no es de extrañar que estas organizaciones continuaran
siendo las que coordinaran y estructuraran los sectores colectivizados.
La
coordinación superó en muchos casos el ámbito local extendiéndose a regiones
enteras, llegando a abarcar desde la extracción de materias primas, hasta la
manufacturación y distribución de los productos. Ramas enteras de los servicios
y de la industria fueron completamente reorganizadas. Cientos de pequeñas
industrias, dispersas y antieconómicas, fueron cerradas y concentradas en
grandes centros, mejor equipados para la producción. Los trabajadores de la
mayoría de los 745 hornos-panadería que existían en Barcelona aceptaron la
socialización y la reestructuración de todo el sector. Algo similar ocurrió con
el sector de la madera, donde cientos de pequeños talleres
fueron reorganizados y concentrados en fábricas más grandes.
En otras
poblaciones catalanas se vivieron procesos idénticos (la industria del
vidrio, confección, la sastrería, la piel y también el calzado de Sitges,
el embutido de Vich...). El fenómeno, muy importante en Catalunya, se
extendería a otras ciudades y pueblos de la zona republicana (el metal y el
textil de Alcoi, la madera de Cuenca, la ebanistería de Madrid...).
Los
proyectos de racionalización y de coordinación de la economía colectivizada
fueron impulsados especialmente por las organizaciones más radicales del
movimiento obrero, la CNT-FAI y también por el POUM. Sin embargo, a
menudo, estos proyectos chocaron con la resistencia del resto de
organizaciones, que no veían con buenos ojos la consolidación del sistema de
las colectivizaciones.
Después de
las jornadas barcelonesas de mayo de 1937, en Catalunya y a pesar de la
supuesta legalidad que amparaba la planificación de la economía, con la
publicación del decreto sobre las colectivizaciones, los intentos de
racionalización de la producción encontraron la oposición creciente
de la UGT catalana, que invocaba a la Generalitat y al secretario del PSUC, Comorera, para impedirlos.
El
origen no planificado de las colectivizaciones revela el verdadero
carácter de la revolución española. Sin embargo el espontaneísmo también
fue el origen de numerosos errores y limitaciones del movimiento colectivizador.
Sobre la ingenuidad y el simplismo con el que los revolucionarios acometieron
su obra revolucionaria en la economía, Fraser recoge las declaraciones de un
joven militante de CNT, Pons Prades, que había trabajado en la industria
colectivizada:
"... era fácil alcanzar aquel mundo nuevo, aquel paraíso terrenal del que
tan a menudo le hablara su padre. Bastaría con cambiar las banderas,
entonar nuevas canciones revolucionarias, abolir el dinero, la jerarquía, el
egoísmo, el orgullo; las columnas sobre las que se apoyaba el imperio del
dinero. <<No era yo solo, joven inexperto, quien así pensaba. Eran
también los hombres, los militantes de la CNT que tanto habían luchado en la vida>>..." (180).
En muchos
casos, los trabajadores se limitaron a aumentarse los salarios, reducir
sus horas laborales y producir contando tan solo con las reservas
existentes en sus almacenes y sin preocuparse de lo que pasaría cuando éstas se
agotaran. Muchos trabajadores tenían una visión excesivamente esquemática de lo
que significaban las colectivizaciones y también de su funcionamiento. Sin
embargo pronto surgieron problemas inesperados que se encargaron de borrar esta
falsa idea.
Las
colectividades no llegaron a unificarse jamás, en un sistema económico
coherentemente estructurado, con una sola administración centralizada, elegida
democráticamente por las bases. Esto hubiera significado sentar las bases del
estado obrero, alternativa en la que no estaban interesadas en aquel momento,
ninguna de las organizaciones obreras.
El
anarcosindicalismo cometió la equivocación de olvidar las experiencias de las
revoluciones anteriores. Los libertarios españoles repitieron
trágicamente los errores que había cometido la Comuna de París, apenas sesenta años antes, abandonando en manos de sus adversarios
políticos, en la zona republicana, los resortes del capital financiero,
que luego serían utilizados en su contra.
La Generalitat de Catalunya nombró rápidamente delegados en cada banco y en cada caja de
ahorros, con el acuerdo de la UGT y de la CNT, para impedir la fuga de capitales y controlar las operaciones comerciales de las empresas. Con esta
maniobra, el gobierno catalán evitaba cualquier tentación de incautación de las
entidades financieras catalanas. En los meses siguientes, el control
sobre los bancos y las entidades financieras se mostró como un instrumento
eficaz para paralizar y hacer retroceder al movimiento colectivista, como paso
previo y obligado para su posterior liquidación.
Dos años
después de iniciada la guerra, al menos la mitad de las empresas colectivizadas
catalanas se encontraban hipotecadas con la Generalitat, por los préstamos que ésta había concedido para el pago de los salarios. Gracias
a esta situación, el gobierno autónomo conseguiría fácilmente intervenir
la industria colectivizada, mediante el nombramiento de inspectores. A
medida que las viejas autoridades recuperaban su poder, los interventores de la Generalitat también irían adquiriendo, poco a poco, más poder en el seno de las
colectividades, en detrimento de la antigua autonomía económica que éstas
habían gozado. Con esta situación, atada de pies y manos, la economía
revolucionaria iniciaba su declive.
"Según sus defensores, las colectividades fracasaron, no por su celo
egocéntrico, ni por su incompetencia o mala organización, sino sencillamente
porque, una vez agotados sus recursos iniciales, no consiguieron crédito de sus
enemigos, que manipulaban el sistema bancario y controlaban las divisas y el
comercio exterior. Juan Fábregas, delegado de la CNT en el Consejo Económico de Catalunya, recibió de Madrid negativas rotundas. <<Bastaba que la nueva
industria militar de Catalunya estuviera controlada por los trabajadores de la CNT para que el gobierno de Madrid negara su ayuda. Solo concedían ayuda económica a cambio
de ceder el control al gobierno>>. Negrín dijo al periodista Louis
Fischer que las fábricas colectivizadas de Catalunya habían gastado todas sus
reservas en pagar salarios y que por eso acudían a él, Ministro de Hacienda, a
solicitar dinero. <<Aprovecharemos su petición -añadió- para hacernos con
el control de las fábricas>>. En otras palabras, los enemigos políticos
de la CNT trataban de colocar a las empresas colectivas en una situación tan
difícil que se vieran obligadas a rendirse" (181).
El
testimonio de Fábregas, y la conversación entre Negrín y el periodista
procomunista Fischer, revelan el alcance y la eficacia del instrumento financiero,
como instrumento contra la revolución colectivista que estaba en marcha.
El arma
financiera no solo fue utilizada contra las colectivizaciones. También sería un
instrumento de presión del gobierno central contra los deseos autodeterminativos
de la Generalitat de Catalunya, demasiado escorada hacia la izquierda, por la
fuerte presión a la que estaba sometida por el movimiento revolucionario. El
gobierno de Largo Caballero se negó a traspasar parte de las reservas de
oro del Banco de España a Catalunya, que debían ser utilizadas en la
compra de armamento y de materias primas, por temor a que ésta, adquiriese
demasiada independencia frente al gobierno central (182).
Resulta
asombroso observar como algunos historiadores anarcosindicalistas justifican la
trágica equivocación:
"En un ramo no se realizó la colectivización: en la Banca. Por razones fáciles de comprender. La colectivización no se hace por decreto desde
arriba, sino por la intervención de los obreros y empleados de cada
empresa".
"¿Porqué no se colectivizaron los bancos? los dependientes bancarios
estaban poco organizados, existían dos sindicatos bancarios, uno CNT y otro
UGT; este último, mayoritario, era contrario a la colectivización y propugnaba
la estatalización".
"La socialización debe realizarse, según su doctrina, por decretos
gubernamentales. El gobierno no decretó la colectivización de los bancos. Así,
los dependientes bancarios, en mayoría, no sabían lo que debían hacer. La
colectivización no se llevó a cabo" (183).
Sin embargo,
otros historiadores de la misma ideología, reconocen el error histórico del
anarcosindicalismo español (184). El sector financiero, controlado por la UGT catalana se mantendría al margen del movimiento expropiador, siendo entregado
intacto, con el visto bueno de los dirigentes de CNT, a sus adversarios, para
ser utilizado posteriormente como un instrumento de chantaje y de presión
contra las colectivizaciones.
Es necesario
tener en cuenta otro factor: el tradicional raquitismo del sector bancario en
Catalunya, que lo hacía depender fuertemente del capital financiero estatal.
Sin embargo este dato no invalida la conclusión: el desprecio que
la tradición libertaria siente hacia el dinero, se convertía en una terrible
arma contra la misma revolución. La ingenuidad anarcosindicalista residía en
considerar que la iniciativa colectivizadora solo podía partir de los mismos
trabajadores del sector, y no del conjunto de la clase obrera, que necesitaba
utilizar los capitales expropiados para consolidar y extender el nuevo orden
revolucionario.
Las empresas
necesitaban financiarse, necesitaba divisas para importar materias primas que
eran indispensables para poder seguir produciendo, era necesario pagar los
salarios a los trabajadores que las integraban. Muchas empresas solo pudieron
mantener su ritmo de trabajo, mientras no se agotaron los stocks que habían
sido expropiados durante los primeros días de la revolución. El agotamiento de
las reservas provocaría un descenso dramático de la producción en algunos
sectores de la industria. El textil catalán tuvo que reducir la semana laboral
a tres días, ante la escasez de materias primas.
Cuando la
situación empezó a volverse insostenible, un grupo de militantes libertarios
llegó a proponer al Comité Nacional de la CNT la planificación del robo de una parte del oro guardado en el Banco de España de Madrid. El plan sería
rechazado por la dirección, por las consecuencias políticas que hubiera tenido
la acción, en las relaciones con el gobierno central.
La
actitud que las autoridades republicanas y del Frente Popular mantuvieron
frente a las colectivizaciones fue, en un primer período, de aceptación
forzosa. Sin embargo y a medida que su autoridad iba siendo restablecida, tanto
la Generalitat, como el gobierno de Valencia, intentaron detener la honda
expansiva del movimiento expropiador. Aplicaron una política de boicot y de
sabotaje a la industria colectivizada. El gobierno de Largo Caballero llegaría
a importar del extranjero numerosas partidas de ropa para abastecer al nuevo
Ejército Popular de la República, para evitar tener que hacer la compra a las
empresas del textil catalán. Los gobiernos central y en menor medida, también
el autónomo, tenían en su poder la llave de acceso a las divisas y a los
tratados de comercio. En esta situación de boicot y sabotaje por parte de las
autoridades republicanas, las empresas que dependían del mercado exterior se
encontraron con graves dificultades para acceder a nuevos envíos de materias
primas.
Difícilmente, los comités de empresa, podían proceder de forma diferente
a como lo hicieron, sin la existencia de un sistema económico socialista
coherente. La falta de criterios claros de planificación global, acentuó
todavía más, los rasgos más individualistas de los trabajadores y llevó a
los comités, en muchas ocasiones, a mantener una visión localista y corporativa
de las empresas. La falta de una orientación precisa y concreta de las
organizaciones obreras, hizo que surgiera con mucha fuerza, en muchas de las
colectivizaciones, la idea de que éstas, eran propiedad exclusiva de los
obreros que trabajaban en ellas, y no de toda la sociedad, que les habría
cedido a ellos, su control y gestión.
Las
consecuencias no se hicieron esperar: se dio una división creciente entre las
empresas ricas y las pobres, con las consiguientes diferenciaciones salariales;
apareció la competencia entre las diferentes empresas colectivizadas para
conquistar el mercado, afán de lucro como motor de la producción,... Estos
hechos fueron denominados por algunos sectores críticos como "capitalismo
sindical" (185), o como lo llegó a denominar Peirats "cooperativismo
burgués" (186).
"El colectivismo que vivimos en España no es el colectivismo anarquista,
es la creación de un nuevo capitalismo más inorgánico que el viejo sistema
capitalista que acabamos de destrozar... Está hoy plenamente comprobado que no
existe dentro de nosotros ningún ajuste, ningún apego, ningún respecto a la
moral libertaria que nosotros decidimos defender o sustentar; y no existe
porque nadie entiende de economía en general, de complejos económicos, de la
dependencia de unas industrias con otras..." (declaración de Horacio
Prieto, exsecretario de la CN de la CNT, hechas el 06.01.1938). (187).
Más
clarificadoras son las críticas aparecidas en el órgano del POUM, "La Batalla":
"(el artículo se titula <<ante todo hay que saber adonde se va y lo
que se quiere>)... Asistimos en Barcelona, principalmente, casi sin que se
preste atención a ello, a un proceso de <<sindicalización>> de
todos los aspectos de la vida económica, que nada tiene que ver ni con la
socialización, ni con la colectivización. Los sindicatos recaban la hegemonía
absoluta de cada industria, establecen sus normas, su dirección, teniendo en
cuenta los intereses estrictamente profesionales, no generales, de la clase
trabajadora, e incluso ni el interés de la lucha actual... queremos referirnos
a un caso, como ejemplo, el comité revolucionario ferroviario ha adoptado el
acuerdo de no conceder billetes gratuitos, partiendo de la necesidad de no
mermar los ingresos de la industria... pero evitar estos abusos es una cosa, y
otra deducir las consecuencias de que deben negarse casi en absoluto de los
billetes gratuitos... ¿porqué se producen todas estas contradicciones y hasta
cierto punto este desbarajuste?, sencillamente porque hasta ahora no ha habido
un pensamiento rector del curso de la revolución..." (188).
Era evidente
que la persistencia de estas actitudes sólo podían llevar al hundimiento de la
revolución y a la restauración progresiva de la vieja sociedad
capitalista que había sido aplastada en las jornadas de julio.
La gravedad
de la situación obligó a la CNT a presionar sobre las empresas colectivizadas
para que éstas corrigieran las graves contradicciones que sufrían. En el
mes de febrero de 1937, cuatro meses después de aprobarse el decreto
sobre las colectivizaciones, una conferencia sindical conjunta CNT-UGT del
textil, acordaba que la colectivización de las empresas, tal como se había
llevado a cabo en muchos casos, había sido un grave error, y que era necesario
proceder a la socialización total de la industria colectivizada. Una comisión
del sindicato anarcosindicalista informaba en Barcelona en el mes julio del
mismo año:
"El precipitado afán de colectivizarlo todo, especialmente las empresas
que tenían reservas monetarias, ha revelado en las masas un espíritu
utilitarista y pequeño burgués... al considerar toda colectividad como
propiedad privada, no como mero usufructo, han sido ignorados los intereses de
otras colectividades. Las empresas colectividades se han preocupado solo de su
propia rentabilidad, produciendo un desequilibrio en las propias finanzas de
otras empresas" (189).
Sin
pretender minusvalorar el éxito de los comités y de las colectivizaciones en su
gestión, hemos de aceptar, coincidiendo con Walther Bernecker, que las
metas revolucionarias y de emancipación social que se plantearon, sólo pudieron
conseguirse de forma limitada e imperfecta.
"Sin embargo, su meta social, la abolición de la alienación de los
trabajadores, mediante transformaciones radicales de la estructura de poder de
la economía industrial, sólo la alcanzaron temporalmente y aún en este caso,
parcialmente. Su error de partida consistió en dejar fuera de su atención los
intereses económicos generales y en tolerar durante demasiado tiempo la
existencia de un ciego egoísmo de empresa" (190).
El avance y
profundización de la conciencia revolucionaria de los trabajadores chocó con la
inexistencia de un programa de planificación global de la economía que les
ofreciera un proyecto socializador de la revolución que ellos habían iniciado,
en vez de perderse en actitudes corporativistas.
La intentos
de planificación y estructuración de la economía, impulsados por la CNT, hizo posible que estos prejuicios fueran superados por la comprensión de muchos
trabajadores, de la existencia de una interdependencia de toda la economía
colectivizada.
En
Catalunya, los crecientes desequilibrios fueron corregidos en parte, con la
creación de una Caja Central de igualación o de compensación, que
redistribuiría los beneficios cedidos por las colectividades ricas, entre las
que presentaban pérdidas. También existieron Cajas de Compensación sectoriales,
como la de Transportes de Barcelona, donde la Compañía de Autobuses dedicó una parte de los beneficios obtenidos a compensar las pérdidas
de la de tranvías.
Con
frecuencia, los comités de empresa, empeñados en las tareas de dirección y de
organización de la producción en las empresas colectivizadas o intervenidas,
perdían sus antiguas funciones sindicales. En ocasiones, como hemos comentado
más arriba, llegaron a crearse nuevos organismos sindicales que se encargaron
de representar a los trabajadores en las cuestiones de índole laboral. Sin
embargo y a menudo, estas funciones quedaron completamente abandonadas.
"Debería haberse hecho, para que los trabajadores siguieran teniendo su
representación sindical directa a la que acudir en caso de alguna queja
laboral. Fue un fallo muy común en el área de Barcelona, un fallo consciente en
no comprender cuál era la nueva situación creada por el hecho de que un
sindicato pasara de la fase de lucha de clases a la autogestión, una confusión
entre los dos papeles..." (191).
De la idea
recogida por Ronald Fraser se desprende un cierto grado de burocratización de
los comités de empresa, y también el alejamiento de algunos sectores de
trabajadores del funcionamiento de la economía colectivizada o intervenida.
"El principal fracaso, según la opinión de Pons Prades y de otros
miembros, opinión que confirmaba la objeción planteada originariamente por los
anarquistas, fue que el sindicato se transformó en una especie de gran empresa,
con una estructura progresivamente fingida. <<Visto desde fuera, empezó a
parecerse a un trust americano o alemán>>. Desde dentro, si bien los
obreros tenían posibilidad de expresar sus críticas o necesidades, resultaba
difícil efectuar los cambios que querían".
"<<Tenían la impresión de que no participaban directamente en la
toma de decisiones. Si el <estado mayor> decidía que se cambiase la
producción en dos talleres, no se informaba a los obreros del porqué. La falta
de información... engendró descontento, especialmente si se tiene en cuenta que
en la CNT era tradicional discutirlo y examinarlo todo. Las reuniones
quincenales de delegados pasaron a ser mensuales y creo que terminaron siendo
trimestrales...>>."
"A pesar de todas estas objeciones, en la primera asamblea general
anual casi todos los cargos fueron prorrogados por unanimidad... <<A
medida que fue pasando el tiempo, habría sido difícil corregir la estructura
cada vez más rígida del sindicato.>>" (192).
Hay
distintos factores que nos pueden ayudar a comprender el origen de estas
actitudes burocráticas. Las circunstancias en las que se desarrollaban los
comités, como la guerra, la falta de orientación política,... impidieron que
éstos pudieran profundizar su democratización interna. La escasez de cuadros
obreros, preparados para asumir las responsabilidades que implicaba la
administración y la organización de la economía colectivizada era más que
dramática. Las funciones de dirección de las empresas colectivizaciones
acabaron por concentrarse en una pequeña minoría de militantes revolucionarios.
También el
excesivo afán de expropiarlo todo, sin ningún tipo de criterio diferenciador
entre las grandes y las pequeñas empresas, provocó graves problemas al
movimiento revolucionario. La incautación de gran número de minúsculas empresas
y establecimientos, provocó el descontento y el temor de la pequeña burguesía y
de las clases medias. En Madrid, por ejemplo, llegaron a colectivizarse los
equipos de zapateros, los ebanistas, las barberías e incluso... los salones de
belleza. Los antiguos propietarios se convirtieron en simples trabajadores de
sus antiguas empresas.
Durante las
jornadas de julio, el grueso de la pequeña burguesía urbana y del campo había
permanecido neutral, o incluso había llegado a simpatizar con los
revolucionarios. Sin embargo los errores cometidos provocaron el alejamiento de
las clases medias de la izquierda y también de los desprestigiados e impotentes
republicanos, para volcarse hacia el PCE-PSUC, que fueron las organizaciones
que, gracias a su eficacia, consiguieron capitalizar el desplazamiento
político. Los excesos colectivizadores y la violencia indiscriminada que se dio
en muchos casos, empujaron a la pequeña burguesía a buscar la protección entre
las organizaciones que pretendían restaurar el viejo orden republicano y que se
enfrentaban al anarcosindicalismo.
"Al sentar las bases del socialismo, un error gravísimo se ha cometido en
nuestro país, la colectivización de la pequeña industria y del pequeño
comercio, a pesar de estar prohibido por el decreto de colectivizaciones,
estaba en el ánimo de muchos trabajadores, por falta de una cultura social
suficiente, el deseo de intervenir y de disponer en los negocios de la
industria o el comercio donde trabajaba. Un falso concepto igualitario, muy
extendido en nuestros medios obreros, ha hecho también que se dañaran los
intereses de la pequeña burguesía".
"Más que dañar su intereses, más que desposeerlos de su industria o
comercio, lo que debía haberse hecho era impedirles su libre uso y apartarlos
de la dirección del estado. Hubiera sido la mejor política respecto a la
pequeña industria, ahora desposeídos de sus propiedades y con el poder
político, tratan y tratarán constantemente de hacer marchar atrás en el camino
de la revolución y buscarán la fórmula que les permite volver a la vieja situación.
Y este error que ha cometido el proletariado colectivizando pequeños comercios
e industrias, como la pequeña propiedad de la tierra, es totalmente contrario a
las leyes del socialismo".
"El socialismo no debe entrar en la conciencia de las masas o de los
individuos a la fuerza" (193).
El documento
que cita Victor Alba pertenece al POUM, y sitúa la posición crítica de
esta organización ante uno de los errores más graves, cometidos por el
movimiento colectivizador. La inexistencia de una organización capaz de
encauzar el torrente revolucionario desatado, condujo a una serie de errores o
excesos que debilitarían a la misma revolución. Los adversarios de las
colectivizaciones aprovecharon estos errores para denigrarlas, condición que
era necesaria para su posterior liquidación.
Los
historiadores contrarios al movimiento colectivizador, reconocen las graves
dificultades, derivadas del conflicto bélico, que tuvo que atravesar la
economía socializada. Han reflejado los errores y las ingenuidades que se
desarrollaron en las colectividades. Sin embargo algunos de ellos han
presentado una serie de argumentos en su contra, que no resisten un análisis
serio.
Stanley
Payne considera que las colectivizaciones y el control obrero, tuvieron efectos
negativos en la economía republicana, y esta nunca pudo recuperar los niveles
de producción existentes a principios de 1936.
"La escasez propia de la guerra, la pérdida de mercados, la falta de
materias primas, junto con el efecto disgregador de las colectivizaciones y el
control obrero, hizo imposible a la industria catalana alcanzar los niveles de
producción previos" (194).
El
historiador Stanley G. Payne coloca "el efecto disgregador de las
colectivizaciones y el control obrero" al mismo nivel que los factores
relacionados con la guerra. Sin embargo, se resiste a analizar las causas del
"efecto disgregador" del colectivismo, es decir, la falta de un poder
político que estuviera dispuesto a llevar hasta el final la construcción de una
economía socialista, sólida y coherente.
La disminución de la producción, ha sido perfectamente explicado por otro
economista e historiador, poco sospechoso de simpatizar con el movimiento
revolucionario:
"(Primera fase. Julio-Agosto de 1936) Refleja el impacto de la
desorganización debida a la guerra civil: el mes de agosto marca el punto más
bajo de la actividad industrial...
(Segunda fase. Septiembre de 1936 a Octubre de 1937) Es una etapa de adaptación
a la situación. El impacto económico de la guerra por la pérdida de mercados y
del abastecimiento de materias primas reduce la producción entre el 75 y el 60%
respecto a Enero de 1936. Hay puntos significativos de baja: noviembre de
1936, a causa del agotamiento de los stocks de las empresas, y Febrero de
1937, en que se manifiesta la crisis iniciada a principios de año, a causa de
la reconversión, ya iniciada, de la economía catalana en una economía de
guerra; todo esto repercute en el conjunto industrial del país, que se resiente
por la rigidez de la oferta. De esta manera se acelera el incremento de
precios a partir del mes de marzo, en que el encarecimiento acentuado de la
subsistencia puede explicar en parte, los hechos de mayo de 1937. Por otra
parte, la disminución de la producción industrial en mayo de 1937 es una
consecuencia de los hechos producidos en Catalunya, y muy especialmente en la
ciudad de Barcelona, aquel mismo mes" (195).
El autor de
estas significativas líneas reconoce la existencia del factor "desmoralización",
como una de las causas de la caída de la producción industrial de Catalunya (y
por lo tanto, del resto de la zona republicana), pero no atribuye a la
naturaleza del sistema de las colectivizaciones y al control obrero, ninguna
cualidad "disgregadora" intrínseca, como causa de la decadencia. Por
el contrario, si la desmoralización de los trabajadores fue una de las causas
del retroceso de la economía, se deduce que el entusiasmo revolucionario de la
clase obrera por las conquistas sociales conseguidas (las colectivizaciones y
el control obrero) habían sido uno de los soportes principales que evitaron,
pese a las condiciones negativas existentes, que la economía se desplomara.
Fue Jaume
Miravitlles en una conversación con Josep Tarradellas, ambos miembros de ERC y
adversarios de la revolución de los comités, quién, sin salir de su asombro,
confesó: "Este sistema funciona" (196). Efectivamente, el sistema,
con todas sus taras, con todos sus errores y defectos, con todas sus ingenuidades,
funcionaba.
También hay
que tener en cuenta, la multitud de conquistas sociales que se realizaron por
primera vez en España y posiblemente en el mundo entero. Algunos de los
proyectos, como el del salario único, o el de las seis semanas de
vacaciones, fueron planteados pero nunca pudieron ser llevados a la
práctica.
El momento en el que la revolución se estaba jugando
su destino en el frente, contra el ejército franquista, o en la retaguardia,
contra las organizaciones del Frente Popular, no era el más adecuado para
ponerlas en marcha. Incluso algunas de ellas no pudieron ponerse en la
práctica, de manera generalizada, sencillamente porque en aquel momento eran
utópicas, como era la de la abolición del dinero.
Sin embargo
otras muchas se aplicaron y funcionaron perfectamente, y hoy, algunas de ellas,
todavía no han sido alcanzadas. Se abolió el trabajo a destajo, se redujo la
semana laboral a 40 horas (aunque en un principio tal medida estaba planteada
para el período posterior a la victoria de la revolución). La carestía de
materias primas convirtieron la semana laboral en mucho menos, se creó el
primer sistema de seguridad social en España, jubilación con la paga completa,
asistencia médica y medicinas gratuitas, subsidio de enfermedad y de maternidad
(el marido tenía derecho a dos días libres pagados, cuando su esposa estaba de
parto), clínicas con servicios especializados, se creó un fondo de desempleo y
de recolocación de los parados,... (197).
Todo este
sistema de conquistas sociales estuvo financiado con las reservas de las
empresas colectivizadas que presentaban beneficios.
Las
colectividades fueron la expresión máxima de la conciencia socialista
espontánea de los trabajadores. Ronald Fraser sitúa el verdadero debate, no en
la defensa del éxito o del fracaso de las colectivizaciones, sino en si tal
como se dieron éstas, fueron o no:
"... la respuesta revolucionaria adecuada a las necesidades del
momento..." (198).
El sistema
colectivista fue una reacción necesaria en los primeros momentos. En esto
coinciden todos, adversarios y partidarios.
La
diferencia entre unos y otros estribaría en si éstas eran o no, un mal
necesario que llenaba el vacío dejado por la huida de los antiguos propietarios
hasta que pudiese restablecerse el orden republicano, o eran la expresión
legítima del nuevo orden revolucionario.
La dualidad
de poderes que apareció simultáneamente a las colectivizaciones, evolucionó
posteriormente, no hacia una salida revolucionaria, hacia la construcción de un
estado obrero, capaz de canalizar las energías y esfuerzos hacia una
verdadera economía socializada, sino hacia la reconstrucción de la vieja
República, aunque fuera en su versión largocaballerista o negrinista.
3.10 LA OBRA DE LAS COLECTIVIDADES EN EL CAMPO
La huida en
las ciudades de la burguesía industrial y financiera, tuvo su paralelismo en el
campo, con la marcha de las familias de terratenientes latifundistas. El
abandono de las grandes propiedades rurales puso en manos del campesinado
pobre, la solución a su gran reivindicación histórica: la propiedad de la
tierra.
Uno de los
rasgos más característicos de la revolución española fue el hecho de que
importantes sectores del campesinado pobre, (jornaleros y pequeños
propietarios) se decidieran por la explotación colectiva y socialista de la
tierra. El reparto de las propiedades incautadas, en pequeñas parcelas
familiares, sin capacidad para mejorar las tradicionales técnicas de cultivo y
sin posibilidades de conseguir la maquinaria adecuada, apenas habría mejorado
sus ya precarias condiciones de existencia. El fenómeno espontáneo de la
colectivización de la tierra, fue un rasgo original de la revolución española,
que no tiene paralelismo con ninguna otra de las revoluciones contemporáneas.
La gravedad
del momento fue uno de los factores que, sin duda alguna, estimuló la
colectivización de las tierras incautadas. La situación de vacío de poder,
tanto en el plano económico como en el político, que se había abierto con las
jornadas de julio exigía poner en marcha, con la máxima urgencia, la recogida
de la cosecha. El tiempo que transcurría era precioso, era necesario
enviar víveres al frente para sostener a las milicias que se estaban
enfrentando a los sublevados, y no podía perderse el tiempo improvisando un
complicado plan de reparto de las tierras. Tampoco existía un poder político
capaz de llevarlo a cabo.
Sin duda
alguna y como veremos más adelante, estas condiciones, también fueron la
causa de excesos y errores. Sin embargo, la aparición de las colectivizaciones
solamente es explicable por la existencia de una arraigada conciencia
colectivista del campesinado sin tierra, consecuencia de la larga tradición
anarquista que se remontaba a la segunda mitad del siglo XIX.
La acción de
las milicias revolucionarias fue otro de los motores que desencadenaron la
oleada colectivizadora en el campo, y que se extendió por gran parte de la zona
republicana. La revolución que había estallado en las ciudades, a partir de la
lucha contra la sublevación militar, se extendió al campo, acompañando el
avance de las milicias.
"La colectivización, llevada a cabo bajo el amparo general, si no
necesariamente la gestión directa, de las columnas de milicianos de la CNT, representó el intento que una minoría revolucionaria hizo para controlar no sólo la
producción, sino también el consumo, por razones igualitarias y por las
necesidades de la guerra" (199).
En extensas
zonas agrícolas recuperadas a los facciosos, como en Aragón o en Toledo, se
originó un proceso revolucionario que modificaría profundamente las estructuras
rurales y semifeudales, que habían perdurado, apenas sin modificarse, durante
siglos. La recuperación del territorio estuvo acompañada de la fuga
precipitada de las familias propietarias y del abandono de sus pertenencias.
Sin embargo, en numerosas ocasiones hizo falta el efecto catalizador de la
presencia de las milicias, para que el campesinado tomara la iniciativa.
"Formamos comités y milicias antifascistas por todos los pueblos. En el
primer momento, el campesino demuestra cierta reserva y temor en romper con la
organización feudal establecida en estas tierras de Aragón. Donde el
campesinado sobrio, tozudo y leal ha vivido en la miseria durante siglos. Solo
cuando se da cuenta de que los propietarios han huido y que las milicias son
algo serio y capaz de derrotar al fascismo e imponer un orden nuevo de cosas,
viene a exponernos sus quejas, sus necesidades y sus problemas..." (200).
La actitud
inicial de reserva y de recelo del campesinado aragonés, fruto de siglos de
opresión, se transformó en anhelo de liberación y en hambre de tierras, apenas
comprendió que la presencia de las milicias obreras catalanas, no eran un
fenómeno fugaz, sino que significaba la sólida implantación de un nuevo orden
de cosas.
En
Catalunya, las colectivizaciones que se desarrollaron, adoptaron dos
formas claramente diferenciadas. La presencia de una clase campesina
mayoritaria de pequeños propietarios, que mantenía fuertes sentimientos
individualistas con respecto a la propiedad fue un factor que marcó
profundamente la configuración de las colectivizaciones. En el caso menos
frecuente, las comunas agrarias estaban integradas por todas las tierras del
término municipal y abarcaban a todos los campesinos de la localidad
(Hospitalet, El Prat del Llobregat,...). En la mayoría de los casos, las
colectivizaciones sólo abarcaron una parte de las tierras de la población (las
que procedían de los grandes propietarios huidos y que habían sido
expropiadas), junto a las que aportaban los pequeños propietarios que quisieron
integrarse en ellas y que aportaban todas sus pertenencias (Badalona). En
este segundo caso, las colectivizaciones tuvieron que coexistir con las
pequeñas propiedades familiares de los campesinos individualistas. Hubo comunas
que estuvieron formadas exclusivamente por anarcosindicalistas, mientras que
otras lo estaban por miembros de los dos sindicatos, UGT y CNT. También se
dieron algunas situaciones en las que las controversias existentes entre ambas
centrales llevaron a la formación de dos colectividades por separado, en la misma
localidad.
En algunos
casos, las iniciativas colectivizadoras de la CNT quedaron frustradas por el fuerte sentimiento individualista del campesinado. La asamblea de la comunidad se
decidió frecuentemente por el reparto de las grandes propiedades incautadas,
entre los miembros más pobres de la localidad, y rechazó la posibilidad de
socializar la tierra.
En realidad,
la acción colectivizadora fue muy desigual, debido a la gran heterogeneidad del
campo español. El fenómeno de las colectivizaciones agrarias se dió
principalmente en las extensas regiones latifundistas, donde predominaban los
jornaleros, los campesinos sin tierras. En menor medida también se dió en los
territorios donde predominaba el minifundio y la pequeña y mediana propiedad.
En zonas como en Catalunya, existía un numeroso y próspero campesino,
propietario o arrendatario de pequeñas explotaciones familiares. En estos
casos, las colectivizaciones fueron escasas. En otros territorios, como
Levante, las comunas agrícolas tuvieron que coexistir con importantes
sectores campesinos, pequeños propietarios de fértiles explotaciones
familiares.
El impacto
de las colectivizaciones fue muy desigual en todo el territorio
republicano. La profundidad con la que en cada lugar se dió el fenómeno
dependió en gran parte del tejido social existente. La razón de la mayor
o menor radicalización del proceso colectivizador se debe a la existencia o no,
de importantes sectores de pequeños propietarios campesinos o de
aparceros que aspiraban a la propiedad individual de la tierra, y no a su
socialización.
Mientras en
Aragón se constituyeron unas 450 colectivizaciones aproximadamente, que
llegaron a agrupar a cerca de 500.000 miembros, y que significaban más de las
tres cuartas partes del terreno cultivable de la región, recuperadas a los
sublevados. En Catalunya, donde el sentido de la propiedad individual de
la tierra estaba muy arraigado, las colectivizaciones apenas llegaron a la
cuarentena, y el número de sus miembros seguramente no pasó de unos pocos
miles. En la región de Levante, que agrupaba cinco provincias, incluidas Murcia
y Albacete, se crearon cerca de 900 colectivizaciones, y llegaron a englobar el
43% de las localidades. Sin embargo, significativamente, la tierra
cultivable socializada sólo llegó a una quinta parte del total de la región. En
Castilla, las comunas fueron unas 300 comunas, que organizaron a cerca de
100.000 campesinos colectivistas. En Extremadura, los datos indican que fueron
unas treinta, sin que podamos especificar el número de miembros con que
contaban (la rapidez con la que el ejército sublevado conquistó la
región impidió posiblemente, la proliferación de otras). En Andalucía, aunque
sabemos de la existencia de comunas agrarias, el número de ellas, parece estar
por determinar. Los distintos cálculos que se han hecho sobre el número de
colectividades y de colectivistas parecen estar entre las 1265 y las 1865, con
una población entre los 600.000 y los 800.000 miembros (201).
Las
colectividades agrarias aragonesas constituyeron un caso peculiar. Aragón era
una región donde predominaban las pequeñas y medianas propiedades. Las grandes
propiedades (con 100 o más hectáreas) apenas abarcaban una quinta parte del
total de las tierras. Las medianas propiedades (10 a 100 ha.) ocupaban cerca de la cuarta parte, mientras que las pequeñas explotaciones, comprendían
poco más de la mitad de la superficie cultivable.
Sin embargo,
la pobreza y el atraso de la región (antes de la guerra, Aragón producía tan
solo el 7.6% de la cosecha cerealera del país), junto a la proximidad de la
línea del frente y la presencia de las milicias revolucionarias desencadenaron
el más completo proceso colectivizador de toda el área republicana.
Como en las
ciudades, el fenómeno de las colectivizaciones agrarias, tuvo grandes dosis de
espontaneidad y de improvisación. Aunque en muchos territorios fuera un factor
externo, el desencadenante del proceso, las milicias revolucionarias, la
génesis de las colectividades en el campo, no obedeció a ninguna idea
preconcebida, ni a ningún programa político de partido o sindicato. Las
múltiples formas que adoptó el proceso revolucionario en cada localidad, fue
fruto de su origen, que tuvo que basarse en la intuición y en el instinto de
los campesinos.
Ni
socialistas, ni anarcosindicalistas habían previsto, en sus planes futuros, la
existencia de las colectivizaciones. Los socialistas habían concebido la
reforma agraria, como el reparto de los grandes latifundios entre los
campesinos sin tierra. Los anarcosindicalistas en cambio, habían
concebido una sociedad comunista libertaria futura, basada en las comunas
libres y en los sindicatos. La colectivización espontánea en cambio, adoptaba
formas de tipo consejista, que nunca llegaron a ser completamente asimiladas
por los cuadros de la CNT y de la FAI (202).
Indiscutiblemente, el fenómeno de las colectivizaciones agrícolas, penetró
profundamente en la conciencia de amplias capas, las más pobres y desposeídas
del campesinado. Si las colectivizaciones hubieran sido un descabellado
experimento, impuesto con la fuerza de las armas, como aseguraban las
acusaciones de sus adversarios del Frente Popular, no hubieran resistido las
agresiones de tipo político o militar de las que fueron objeto y se habrían
disuelto, sin pena ni gloria, después de los primeros embates. Si las
colectivizaciones no hubieran respondido a las aspiraciones más profundas de,
por lo menos, una gran parte del campesinado aragonés, las milicias
anarcosindicalistas no habrían podido imponer una obra tan gigantesca, sin
acabar enfrentándose a la población.
En el verano
de 1937, el movimiento revolucionario ya estaba derrotado o en franco retroceso.
Los comités revolucionarios, representativos del período de dualidad de poderes
habían desaparecido para dar paso a los nuevos ayuntamientos y a un gobierno
del Frente Popular completamente recuperado. Fue el momento que aprovechó el
PCE para redoblar sus ataques contra las colectivizaciones, con la
intención de proceder a su inmediata disolución. El ministerio de agricultura,
presidido por el comunista Uribe, tuvo que retroceder y corregir su táctica,
para evitar que la disolución forzada de las colectivizaciones tuviera nefastas
consecuencias, la pérdida de la cosecha.
En el mes de
agosto del mismo año, las tropas de Lister, pretendieron liquidar las
colectivizaciones aragonesas, por la fuerza de las bayonetas. Poco antes se
habían producido sangrientos enfrentamientos entre comunistas y anarquistas en
Castilla por motivos similares. La destrucción del colectivismo agrario
provocaría un gran caos en el campo. Esta confesión la hace el secretario
general del instituto de la Reforma Agraria, militante del PCE, y por lo tanto,
nada sospechoso de simpatizar con las transformaciones socialistas del campo
(203). Muchas de las colectivizaciones perdurarían hasta la práctica llegada
del ejército franquista.
Tanto
Burnett Bolloten como Noam Chomsky, consideran que el hundimiento del frente de
Aragón, que se produjo pocos meses más tarde, estuvo influido por la
desmoralización del campesinado colectivista. Bernecker, aunque considera
problemática una afirmación tan tajante y se permite recordarnos otro factor,
el militar, ya que en ese momento la correlación de fuerzas era claramente
favorable al ejército franquista, reconoce que el factor
"desmoralización" influyó en la derrota republicana.
"Para los campesinos pobres no estaba siempre claro que luchando por la
república luchaban por su propio interés" (204).
¿Porqué
tenía que estar claro?, ¿acaso la política negrinista no lo era? ¿acaso el
gobierno de la República no había dejado bien claro que sus pretensiones eran
devolver las tierras a sus antiguos propietarios (salvo aquellas que hubieran
pertenecido a los facciosos), en aras de la paz y la reconciliación?.
El
campesinado sentía una profunda desconfianza por una República que desde su
nacimiento, había reprimido fuertemente sus intentos de paliar el hambre y la
miseria, mediante la ocupación de los grandes latifundios. Durante más de
cinco años, la prometida reforma agraria nunca había acabado de
llegar. La revolución que había estallado con el inicio de la guerra, había
puesto en marcha el proyecto de las colectivizaciones que grandes sectores del
campesinado identificaban con su definitiva liberación. Después, vino el
retroceso, la restauración de las viejas instituciones republicanas y con ellas,
los intentos de liquidar las conquistas revolucionarias en el campo. No es pues
de extrañar que apareciera la desmoralización y la apatía entre gran parte del
campesinado que había apoyado las colectivizaciones.
La mayor
parte de las comunas agrarias se formaron al calor de los acontecimientos
revolucionarios, durante los meses de julio y de agosto de 1936, tras la huida
de los grandes terratenientes, el derrumbe de las autoridades republicanas y la
desaparición de la odiada guardia civil. Se convocaron asambleas en las
poblaciones, donde los trabajadores agrícolas procedieron a debatir sobre cual
tenía que ser el camino a seguir con las propiedades abandonadas e incautadas,
eligieron a sus propias autoridades, integradas en los comités revolucionarios,
que suplieron a los viejos ayuntamientos, y que se encargaron de suplir el
vacío de poder que se había abierto, y a reorganizar la actividad económica de
la localidad.
La tierra en
las colectividades, fue trabajada colectivamente por toda la comunidad. El
trabajo era obligatorio para todos los miembros comprendidos entre los
dieciocho y los sesenta años, que estuvieran en condiciones para hacerlo, sin
ningún tipo de excepción. Los trabajadores colectivistas se dividían en brigadas
o grupos de trabajo, integradas por unos diez miembros, y que eran dirigidos
por un delegado, responsable de la actividad ante el comité administrador de la
comuna. A cada grupo se le adjudicaba un sector de la colectivización o bien,
una función determinada.
Los comités
que administraban las colectividades agrícolas, aunque con sus particularidades
y variantes, estaban compuestos normalmente, por un presidente, por un
secretario y un vicesecretario, por un contable y por un tesorero, además de
todos los posibles delegados que estaban encargados de tareas específicas
(estadística, abastecimientos, cosecha,...). Sin embargo, los miembros de los
comités siguieron desarrollando las mismas tareas que llevaba a cabo el resto
de la comunidad, sin tener por ello, ningún tipo de privilegio.
El papel
dirigente de los comités revolucionarios en el seno de las colectivizaciones
era casi omnipresente. Sus funciones abarcaban todos los aspectos que la
comunidad consideraba necesarios para su administración. Los comités encarnaban
a nivel local, el embrión del nuevo estado revolucionario, mientras que la
colectivización le daba a éste, su expresión económica.
"El comité es padre, juez, cura, verdugo y comerciante. Todo al mismo
tiempo, dirige <<la colectiva>> y fija los salarios. Estos son
iguales para todos... El Comité no se ocupa de los salarios de aquellos que no
forman parte de <<la colectiva>>, todos los antiguos obreros
agrícolas hacen parte de ella, pues ya no queda ningún gran propietario, pero
siguen existiendo pequeños agricultores que, en alguna ocasión trabajan para un
vecino más rico, el Comité compra los productos de todos y, a cambio, les
entrega provisiones y también dinero. La venta directa al comerciante y al
consumidor está prohibida" (205).
El caso que
nos cita H.E. Kaminski, podemos considerarlo como bastante representativo
de las funciones que los comités revolucionarios adoptaron en el seno de las
colectivizaciones.
Las
infinitas formas que adoptó esta relación dependieron de los criterios y de las
necesidades de cada comunidad. También dependieron de la correlación de fuerzas
políticas que existiera en su seno, del tamaño de la población, o incluso del
tipo de actividades que existieran en ella.
Los cargos
de los comités, en la mayoría de los casos, eran elegidos democráticamente por
una asamblea abierta en la que participaban todos los miembros de la
colectivización. Los representantes eran revocables por decisión de la
comunidad y tenían la obligación de rendir cuentas periódicamente de su gestión
ante la comunidad. El plenario de la asamblea era el órgano soberano, y era en
él, donde se debatían y se decidían todas las cuestiones económicas o políticas
de envergadura, que incidían en la marcha de la colectivización. También se
aprobaba en ellas, el destino que debían darse a los beneficios conseguidos con
la cosecha, y que normalmente se dedicaban a fondos sociales (escuelas,
medicinas, pensiones para los jubilados y para los enfermos...), siempre y
cuando este destino no estuviese ya regulado en los estatutos de la
colectivización.
"Era la forma de democracia directa y la convicción de los colectivistas
que se expresaba en ella de haber tomado sus destinos en sus propias manos y de
poder decidir libremente acerca de ellos..." (206).
El contenido
de la democracia directa en las colectividades era claro. Cada miembro de la
comuna tenía un solo voto. Las asambleas periódicas eran decisorias y estaban
abiertas a toda la población, incluyendo con frecuencia a los campesinos
individualistas, que podían dar a conocer su opinión sobre los asuntos que les
concernían, pero que carecían de derecho al voto.
El papel de
los sindicatos en la vida de las colectivizaciones no fue insignificante. Las
organizaciones sindicales jugaron un papel muy importante en la
coordinación y en la planificación económica, en el control y en el
asesoramiento de las comunidades. Los excedentes de las cosechas eran
entregadas obligatoriamente al sindicato local, que asumía el papel de
intermediario entre los campesinos y los comités de abastecimiento de las
ciudades con los que intercambiaban sus productos.
En algunas
zonas, como en la región levantina, la CNT estableció una organización
que se encargó de la compra, del empaquetado, de la distribución y
comercialización de las cosechas de naranjas. Parte de esta producción se
dedicó a la exportación, siendo una importante fuente de divisas. La red
sindical intermediaria estuvo compuesta por unos 270 comités, que se
distribuían por todos los pueblos y las ciudades de la región.
La nueva
economía revolucionaria se enfrentaba a un importante reto, era necesario
articularse o desaparecer, víctima de sus propias contradicciones internas. La
revolución de las colectividades necesitaba la consolidación de sus órganos de
expresión política, los comités-gobierno, en una nueva organización estatal,
que desplazara los restos del viejo poder republicano. Era necesario que la
nueva economía se planificara en base a las necesidades que presentaba la
guerra revolucionaria. Sin embargo, y reflejando la incapacidad política del
movimiento, la estructuración y planificación del sistema colectivista fue
incompleta.
En toda la
geografía republicana se dieron diversos ensayos de estructuración de la
economía agrícola colectivizada. Los intentos de coordinación se dieron en
detrimento de la independencia inicial de la que habían gozado las colectivizaciones.
Algunas de sus funciones tuvieron que ser delegadas en organismos superiores a
nivel territorial. Estas organizaciones intercolectivistas fueron, normalmente,
de tipo sindical, o estuvieron controlados directamente por los sindicatos.
Las comunas
agrícolas se agruparon en federaciones cantonales. Las tierras que pertenecían
a estas agrupaciones, formaban un solo territorio sin deslindes entre los
diferentes municipios. A su vez, las federaciones, se agrupaban en un organismo
regional que se encargaba de la planificación de la producción y de los
suministros a las colectividades.
"Se esbozó, al menos, una planificación agrícola basada en las
estadísticas de producción y de consumo que entregaban las
colectividades a sus respectivos comités cantonales, los cuales, a su vez, las
comunicaban al comité regional, que cumplía la tarea de controlar al comité
regional, que cumplía la tarea de controlar la cantidad y la calidad de la
producción de cada región..." (207).
El caso
aragonés es, quizás, el más avanzado y completo de las formas que adoptaron los
intentos de crear una estructura articulada de las colectivizaciones agrarias,
que superase el primitivo desorden de las primeras semanas.
La formación
del Consejo de Aragón, a finales del mes de septiembre de 1936, en la población
de Bujaraloz, reforzó enormemente las perspectivas de desarrollo del sistema
colectivista en la región.
Las
colectivizaciones se habían desarrollado al principio, de forma prácticamente
autónoma, bajo la protección y también la arbitrariedad de las milicias
(término que utilizó la asamblea de los comités que dio lugar al Consejo de
Defensa aragonés, para criticar los excesos de las columnas armadas
provenientes de Catalunya y de Valencia) y con el teórico y lejano control,
primero del Comité Central de Milicias Antifascistas, y posteriormente de la
gobierno de la Generalitat de Catalunya.
Parece pues
correcto, el análisis que realiza Walther Bernecker, al considerar que, durante
los primeros meses de existencia del Consejo de Defensa aragonés, su apoyo a
las colectivizaciones tan solo pudo ser de índole moral (208). La existencia de
un poder territorial, donde los anarcosindicalistas, partidarios de las colectivizaciones,
eran hegemónicos, amplió las espectativas y la confianza del sector
colectivista del campesinado, en el nuevo sistema de explotación de la tierra.
En el
período anterior a la constitución del Consejo de Aragón, hubo importantes avances
en los ensayos de coordinación de las colectivizaciones, a niveles comarcales.
El 26 de agosto de 1936, "Solidaridad Obrera" publicaba las
resoluciones a las que habían llegado 21 comunidades agrícolas, reunidas en una
asamblea celebrada en Albalate de Cinca: Recoger lo antes posible la cosecha,
colectivizar lo expropiado y exigirle a los pequeños propietarios, su
participación en los sacrificios que exigía el mantenimiento del frente
aragonés. La colectivización de las comunidades firmantes, respetando las
explotaciones familiares de los pequeños y medianos propietarios, y
permitiéndoles un cierto margen de libertad para sus
trabajos, siempre y cuando no tuvieran que emplear mano de obra
asalariada. Como contrapartida, se les obligaba, a cambio de una pequeña
compensación en dinero, a entregar a los sindicatos locales, los excedentes de
sus cosecha para proceder a su comercialización.
Se aceptaba
también, articular la producción de las colectividades que habían suscrito el
acuerdo. La asamblea acordaba también, enviar una comisión a Lérida, para
negociar el precio del trigo (209).
Se ensayaron
también sistemas compensatorios para paliar las desigualdades sociales. El
reparto de los sacrificios sería inversamente proporcional a la riqueza del
campesinado, acordando reducir al mínimo los de los sectores más pobres.
Hasta el mes
de Febrero de 1937, las colectividades gozaron de una autonomía casi completa.
Sin embargo, la misma situación empujó, cada vez más, a dar un nuevo paso. Era
urgente aumentar la eficacia en la producción, superar y corregir los graves
errores que se estaban desarrollando en el seno de las comunas agrícolas. Era
necesario corregir los excesos que se estaban cometiendo con el campesinado
individualista en algunas colectivizaciones. Era indispensable para la
supervivencia de la revolución y para el triunfo en la guerra, convertir a las
colectividades dispersas y corporativizadas, en un nuevo sistema económico
coherente.
Durante los
días 14 y 15 del mes de Febrero de 1937, se celebró en la ciudad de Caspe, el
congreso fundacional de la Federación Regional Aragonesa de Colectivizaciones. Asistieron al encuentro, 456 delegados representando a 275 comunas y a 141.430 campesinos
colectivistas.
El congreso
aprobó organizar la economía agrícola socializada en federaciones comarcales,
que dependerían a su vez, de un comité regional de
Aragón, que estaría supeditado al Consejo de Defensa.
También se resolvió crear un Fondo de cambios exteriores (monopolio del
comercio exterior), la municipalización de la tierra, un conjunto de medidas
necesarias para le estructuración de una verdadera economía revolucionaria
planificada (estadísticas, organización y planificación de la producción...),
establecimiento de unas relaciones de tolerancia con los pequeños y medianos
propietarios, que eran reacios a colectivizar sus propiedades, la sustitución
del dinero por una cartilla de productor y de consumidor... (210).
Al margen de
la ingenuidad o del realismo de algunas de las medidas que se aprobaron en el
congreso, lo importante es resaltar la creación de una organización económica,
de tipo piramidal, a nivel regional (El Consejo regional de las colectividades)
paralela a otro organismo de índole político (El Consejo de Defensa de Aragón).
Una vez más, los militantes anarcosindicalistas, empujados por la realidad de
la revolución que defendían, se veían obligados a superar sus viejos dogmas
para poder salvarla.
"Los resultados no estuvieron siempre a la altura de las esperanzas,
quizás por falta de preparación o de capacidad, y sobre todo por falta de paz
estable y de tiempo suficiente. Pero no deja de ser cierto que los
anarcosindicalistas aragoneses se vieron obligados (sin conseguirlo nunca
verdaderamente) a implantar, en total contradicción con su ideal de libre
asociación de productores libres, un sistema económico que se parecía más al
comunismo de guerra que al comunismo libertario". (211).
Como en toda
revolución, los revolucionarios españoles no pudieron elegir las circunstancias
en las que hubieran querido que ésta se desarrollase. Y era en esta situación,
en las que sus viejas tradiciones libertarias, eran barridas por la fuerza de
la circunstancias. Las resoluciones del Congreso de Zaragoza, basadas en los
municipios y en las comunas de libres productores nunca pudieron aplicarse.
El Consejo
de Defensa de Aragón tuvo, durante el primer período de su existencia, un
importante grado de independencia ante los gobiernos de Madrid-Valencia y de
Catalunya. Llegó a establecer, por medio de la Federación Regional de las colectividades, relaciones comerciales por su propia cuenta con
diversos países europeos (Francia, Checoslovaquia, Yugoslavia...) intercambios
especialmente valiosos para las colectividades, que sufrían una importante
penuria de medios materiales para poder mantener la producción. También
se encargó de organizar los suministros y los intercambios entre las
diferentes comunas de la región.
El Comité
nacional de la CNT desaprobó, desde el principio al Consejo de Defensa aragonés
que se había constituido al margen de su voluntad. El nuevo organismos fue
considerado como una violación de las viejas tradiciones antiestatalistas. La
creación de un organismo regional de poder, monopolizado por los libertarios se
convertía en un serio obstáculo para las negociaciones sobre integración en el
gobierno de Largo Caballero (212).
En el mes de
Diciembre de 1936, los comités-gobierno de la región fueron sustituidos por los
nuevos consejos municipales. El Consejo de Aragón, cada vez más aislado,
acabaría sometiéndose a la autoridad del gobierno. Su presidente, Joaquín
Ascaso, por expreso deseo de Largo Caballero, se vio convertido en el nuevo
gobernador de la región. El nuevo cargo simbolizaba el principio del fin de la
revolución libertaria en Aragón.
"Tras haber querido ser más revolucionarios que nadie, los anarquistas
aragoneses reconocían la autoridad del gobierno central, inclinaban la cabeza
bajo el yugo del Estado y se amoldaban a su marco" (213).
La Junta territorial, cada vez más subordinada al poder central, acabaría siendo disuelta
después de las jornadas barcelonesas de mayo de 1937, cuando, una vez aplastado
el movimiento revolucionario, las circunstancias lo hicieron posible.
El fin de
los comités-gobierno locales y su sustitución por los nuevos ayuntamientos,
desembocó en una nueva situación, cada vez más comprometida para el
movimiento revolucionario.
No era una
simple modificación de nombres. Los nuevos consejos municipales dependían por
completo de la autoridad del gobierno, y pasaban a formar parte del
aparato de estado republicano. Los cambios en la composición de los
nuevos ayuntamientos reflejaban la cambiante correlación de fuerzas, en una
situación donde una CNT a la defensiva, acababa de integrarse en el nuevo
gobierno. Los conflictos y las tensiones entre los comités administrativos de
las colectivizaciones y los ayuntamientos aumentaron, a pesar de que los
militantes anarcosindicalistas seguían siendo mayoritarios en ambos
organismos.
Además de
los problemas derivados de la guerra (pérdida de una parte del mercado interno,
boicot internacional, escasez de materias primas y de maquinaria...), las
colectivizaciones agrarias se estrellaron contra la negativa de los partidos y
de los sindicatos obreros a consolidar el nuevo orden revolucionario. Para
superar las limitaciones de las colectividades era necesario construir, a
partir de ellas, un nuevo edificio económico sólido y coherente. Sin embargo,
esto significaba cuestionar la política de alianzas "antifascista"
existente. Con esta limitación política, las organizaciones defensoras de las
colectivizaciones, como era el caso de la CNT y de la FAI, no pudieron utilizar a su favor, los mecanismos comerciales y financieros que se encontraban en
manos del Estado republicano.
"Mas el crédito y el comercio exterior siguieron en manos del sector
privado, por voluntad de gobierno republicano burgués. Y aunque el Estado
controlaba los bancos, se guardaba de ponerlos al servicio de la autogestión.
Por carecer de dinero en efectivo, muchas colectividades se mantenían con los
fondos embargados al producirse la Revolución de julio de 1936... La única solución hubiera sido transferir todo el capital a manos del proletariado organizado.
Pero la CNT, prisionera del Frente Popular, no se atrevió a ir tan lejos"
(214).
La renuncia
al poder político y el apoyo que las organizaciones obreras izquierdistas
prestaron al disminuido gobierno republicano, provocó una gran desorientación e
inseguridad jurídica entre los campesinos colectivistas. La evidente hostilidad
de las autoridades republicanas y de las organizaciones obreras partidarias del
Frente Popular, hacia las expropiaciones, fue la causa de que se diera un
permanente sentimiento de incertidumbre en las colectivizaciones agrarias.
Sus miembros
no tenían ninguna seguridad de que, con la victoria, o incluso antes de ella,
las tierras no iban a ser devueltas a sus antiguos propietarios.
"El tiempo que pasaba no tardó en subrayar esta evidencia: el campesino se
había apoderado de las tierras, pero, después del primer momento de entusiasmo,
no estaba seguro ni de poseerlas efectivamente, ni de haber salido ganando...
La revolución tan vigorosa, al comienzo, en los campos, parecía perder pie por
falta de una verdadera dirección" (215).
Estos
factores condicionaron gravemente el entusiasmo y la iniciativa del campesinado
colectivista. La gran tragedia del campesinado español no estuvo en el grado de
madurez de su conciencia, sino en que le faltó, lo que para los campesinos
rusos en la revolución de Octubre supuso el decreto de la tierra.
La República burguesa española, aunque fuera mostrando su rostro más izquierdista, no podía
llevar a cabo las medidas que promulgó el gobierno de los soviets de Lenin y
Trotsky, y que le permitió liberar la energía revolucionaria del
campesinado ruso.
La no
consolidación del poder revolucionario, provocada por la incapacidad de
las organizaciones obreras izquierdistas, para resolver favorablemente la
dualidad de poderes existente, fue una grave limitación que impidió a las
colectivizaciones escapar a las presiones para su "legalización".
Las leyes y
decretos promulgados por los gobiernos de la Generalitat y de Valencia
"legalizaban" la nueva economía revolucionaria, pero también
introducían elementos de control y de reglamentación, que sometían a las
colectivizaciones a su órbita política. La necesaria pérdida de autonomía de
las colectivizaciones, en aras de una mayor articulación de la nueva economía,
se daba, no en beneficio de un nuevo estado revolucionario, basado en el poder
de los comités, sino en el de un gobierno que era manifiestamente hostil
a cualquier medida socialista que fuera más allá de la República burguesa.
El gobierno
central y la Generalitat de Catalunya, llevaron a cabo una política de
centralización y de control creciente de las colectivizaciones, a la que no
pudo oponerse eficazmente el anarcosindicalismo, cada vez más preso de sus
compromisos políticos.
Aunque la
revolución de los comités se extendió rápidamente por el campo y por las
ciudades, hubo una patente desunión entre el proletariado urbano y el
campesinado colectivista. Ambas partes del movimiento revolucionario se
desarrollaron por separado, sin que existieran sólidos nexos de unión política
entre sus proyectos sociales, salvando los de las relaciones mercantiles. Las
colectivizaciones agrarias tuvieron que sufrir la falta de apoyo de la
industria que, en plena situación bélica, era incapaz de prestarle.
Frecuentemente, los campesinos se encontraron sin los medios materiales
adecuados que debían recibir de las industrias (maquinaria,
transportes...) para mejorar la producción y la distribución de los excedentes
de las cosechas, mientras que en las ciudades, se daban situaciones de escasez
y de penuria, cuando no de hambre.
La falta de
un programa de planificación socialista de las colectivizaciones y de la
sociedad en general provocó la puesta en marcha de numerosos proyectos,
totalmente ingenuos, que no correspondían a la realidad del momento y que eran
fruto del desconocimiento y de la falta de preparación de los trabajadores. Sin
embargo, estos proyectos también reflejaban las aspiraciones emancipadoras del
campesinado revolucionario.
En numerosas
colectivizaciones, se llegó a suprimir la circulación interna del dinero,
siendo sustituido por otros métodos de distribución, cartillas de productor y
de consumidor, vales, moneda local,... Las medidas tomadas, eran fruto de la
confusión que a menudo cometía la militancia anarcosindicalista, al equiparar
dinero y capital, como si ambos conceptos fueran exactamente lo mismo. A pesar
de tales medidas, inevitablemente, el dinero seguía siendo el vehículo de
intercambio comercial, fuera de las colectivizaciones. Como en las ciudades,
también existió, al principio de la creación de las comunas agrarias, un fuerte
sentimiento de autarquía, consecuencia del mito sobre la autosuficiencia de las
comunidades de productores libres, que había sido ensalzado en el
Congreso cenetista de Zaragoza, poco antes de estallar la guerra. Todas estas
ideas simplistas fueron rápidamente barridas por la realidad y por las
necesidades con las que tenía que enfrentarse el movimiento revolucionario.
"La gente tiraba el pan porque era gratis... Era trágico para los que
habíamos aspirado a una sociedad libertaria, pero teníamos que reconocerlo. No
podíamos permitir el despilfarro. Teníamos que fijar un salario para el trabajo
de la gente y un precio para los productos. De hecho tuvimos que introducir el
racionamiento..." (216).
"Terra Lliure", órgano del campesinado catalán, organizado en la Unió de Rabassaires, y firme partidario de la explotación familiar de la tierra, frente
a la experiencia colectivista, analizó los errores que estaban cometiendo las
explotaciones agrarias socialistas:
"Tal como han creado las colectivizaciones agrícolas, el fracaso era
evidente desde un principio. Aquí los payeses colectivizados se otorgaban
jornales de 8 hasta 12 pesetas diarias, sin tener en cuenta las posibilidades
económicas del cultivo de la explotación; allá arrancaban algarrobos para
plantar patatas, sin tener en cuenta que debía prepararse previamente la tierra
para este cambio de cultivo de cultivo; en otro lugar encargaban de la
dirección de las colectivizaciones a obreros que nunca habían sido payeses; más
allá querían resolver el paro industrial encuadrando a los obreros en las
colectivizaciones agrícolas; más acá echaban a los payeses de sus tierras para
colectivizarlas, sin que estos payeses fuesen propietarios de ellas ni menos
proletarios que los que les expulsaban..." (217).
La escasez
de personal administrativo o técnico, suficientemente preparado, en muchas
colectivizaciones fue especialmente dramático. Con frecuencia, la
población de las comunidades era completamente analfabeta y desconocía
cualquier sistema de contabilidad de la producción y de los suministros.
En ocasiones, tuvieron que ser elementos derechistas de la localidad, o poco
sospechosos de simpatizar con el nuevo orden, los que tuvieron que encargarse
de las tareas administrativas de la comunidad. En otros casos, serían los
mismos colectivistas, analfabetos, los que pondrían en marcha su capacidad
creativa para solucionar los problemas de la colectividad.
El
sistema financiero, en manos de las semiderruidas instituciones del
gobierno republicano, también se convirtió en un poderoso y eficaz instrumento
para detener y boicotear la revolución en el campo. Las colectividades tuvieron
que soportar la falta de divisas y de créditos para la adquisición de abono o
de maquinaria, necesarias para la producción.
La
inexistencia de una auténtica planificación socialista de la economía tendría
consecuencias negativas para las colectivizaciones campesinas. El peligro de
restauración capitalista surgió con el desarrollo de la conciencia
corporativista en el seno de muchas comunas agrarias. La creencia de que los
beneficios de las cosechas pertenecían exclusivamente a los trabajadores de la
colectivización y no al conjunto de la sociedad, permitió el surgimiento
de desigualdades entre las distintas colectivizaciones. Frecuentemente,
la existencia de comunidades agrarias que contaban con fuertes excedentes
en la producción, maquinaria agrícola y abundante mano de obra, contrastaban
con la languidecente existencia de otras, mucho menos afortunadas, que contaban
con menos recursos.
Los planes
de coordinación promovieron la aparición de cajas de compensación que ayudaron a
paliar estas diferencias. Los organismos compensatorios establecieron el
principio de solidaridad entre las diferentes colectividades. A pesar de ello
y aunque atenuadas en muchos casos, las desigualdades siguieron
existiendo. Las cajas de solidaridad fueron un pobre sustitutivo de una
verdadera administración centralizada de la economía, dependiente y controlada
democráticamente por las mismas colectividades.
Merecen
estudiarse como un capítulo aparte, las relaciones del movimiento colectivista
con los pequeños y medianos propietarios del campo. Esta cuestión sería
causa de frecuentes roces y tensiones entre ambos sectores del campesinado y ha
sido fuente de muchas leyendas y exageraciones, por parte de adversarios y
partidarios.
En algunos
territorios de la zona republicana donde se desarrollaron las colectivizaciones
agrarias, existía un numeroso campesinado propietario o arrendatario de
pequeñas explotaciones familiares a las que en su inmensa mayoría no estaban
dispuestos a renunciar.
El fenómeno
de las colectivizaciones fue rápidamente asumido por el campesinado sin tierra,
que vivía de vender su fuerza de trabajo a los grandes propietarios
terratenientes. Una buena parte de éstos estaban tradicionalmente organizados
en torno a las centrales sindicales. La revolución en el campo significaba la
liberación y la mejora de las condiciones de vida de los sectores más pobres y
desposeídos del campesinado. Sin embargo, también los pequeños y medianos propietarios
habían experimentado un profundo malestar frente a la moderada política agraria
de los distintos gobiernos republicanos de izquierdas. Ahora en plena
revolución, veían también con desconfianza las drásticas medidas restrictivas
que les había impuesto el movimiento revolucionario, forzado por las
circunstancias de la guerra.
La
heterogeneidad de las actitudes de los revolucionarios en el proceso de
formación de las colectivizaciones, explicaría el fracaso de algunas de ellas,
en las que se procedió a la colectivización total de la tierra, forzando a los
pequeños propietarios a integrarse en ellas.
"Al intentar crear su sociedad libre, los anarquistas se vieron obligados
a emplear la fuerza. He visto acudir a mí campesinos casi llorando de rabia que
me decían que no estaban contra las colectividades, <<pero me lo han
quitado todo, me han obligado a ingresar y eso es dictadura>>"
(218).
Los excesos
cometidos en las expropiaciones forzosas que se llevaron a cabo en algunas
localidades generaron un clima de temor y descontento, que acabó siendo
capitalizado por los adversarios de las colectivizaciones, tanto en el campo
republicano, como en el franquista.
Los
defensores del colectivismo agrario, no estaban de acuerdo con que las tierras
incautadas, pudieran ser repartidas individualmente entre la población pobre.
Existía el temor de que, una vez convertido en propietario de la tierra, se
convirtiera en un adversario temible de la revolución.
"Este temor a que una nueva clase de ricos propietarios rurales pudiera
levantarse sobre las ruinas del pasado... fue sin duda alguna responsable, en
parte, del empeño de los más celosos colectivizadores, en asegurarse la
adhesión del pequeño campesino, de grado, o por fuerza, al sistema
colectivo.." (219).
La presencia
en los pueblos recién liberados de las milicias revolucionarias fue, en muchos
casos, el factor desencadenante en la formación de las colectivizaciones. El
control que éstas impusieron sobre la producción y la comercialización de las
cosechas, significó la limitación de la inflación, de la especulación
privada y del mercado negro, y dio salida a los excedentes (que de otro modo,
hubieran podido ser retenidos por los campesinos, para obtener mejores precios,
a costa de la penuria en las ciudades y en el frente, y de aumentar el
desgaste y la desmoralización de la población).
Las medidas
"autoritarias" que llevaron a cabo las milicias revolucionarias
tienen algunos puntos en común con la política de "comunismo de
guerra" que desarrollaron los bolcheviques, en plena guerra civil, para
salvar la revolución de Octubre. Sin embargo es importante resaltar que,
mientras las medidas de los bolcheviques era consecuencia de una
planificación y de un programa político que ellos juzgaban necesario, las de
los anarcosindicalistas españoles fueron intuitivas, improvisadas y
realizadas sobre la marcha. La falta de criterios claros, con respecto a las
formas que debía adoptar la revolución en el campo, sería una de las
causas de los excesos que se cometieron en algunas localidades contra
los pequeños propietarios. Se ponía en evidencia la inexistencia de una
estrategia elaborada con anterioridad, por la CNT, sobre cuales debían ser las relaciones de los revolucionarios con la pequeña burguesía agraria.
"...Para algunos libertarios, la colectivización obligatoria quedaba
justificada por un razonamiento que estaba más próximo al comunismo de guerra
que al comunismo libertario: la necesidad de alimentar a las columnas del
frente. Macario Royo, líder cenetista aragonés, creía que las colectividades
eran la organización más apropiada para controlar la producción y el consumo y
para tener la seguridad de que el frente dispusiera de un excedente".
"<<Todo estaba desorganizado. Las columnas dependían de los pueblos,
no tenían otra fuente de suministros. Si no hubiese habido colectividades, si
cada campesino se hubiera guardado lo que producía para disponer de ello a su
antojo, el asunto de los suministros se habría puesto mucho más
difícil...>>" (220).
Las columnas
armadas de la CNT y de la FAI, fueron un elemento de
"imposición" y de temor para los partidarios del reparto
individualizado de la tierra, pero también jugaron un papel de
"protección" para los que deseaban la socialización y la explotación
colectiva del campo. Considerar cualquiera de los dos aspectos por separado,
como han hecho a menudo algunos de sus partidarios más entusiastas, o por el
contrario, como han criticado sus detractores, conduce a deformar los hechos y
a simplificar las actitudes de las distintas clases y estratos sociales del
campo.
"Como consecuencia, el destino del campesino propietario y arrendatario de
tierras, en las comunidades ocupadas por los milicianos de la CNT-FAI, quedó decidido desde el principio; porque aunque generalmente se convocara una
reunión de la población para decidir sobre el establecimiento del sistema
colectivo, se votaba por aclamación y la presencia de milicianos armados nunca
dejó de imponer respecto y temor en los oponentes" (221).
La presión
sobre el campesino individualista fue mayor en las zonas donde existía un
predominio anarcosindicalista, que en las que estaba ampliamente implantada la Federación de Trabajadores de la Tierra, vinculada a la UGT. Lo que no quiere decir, que la presión sobre los pequeños y medianos propietarios no existiera en las
zonas de mayoría ugetista. Las limitaciones impuestas a los pequeños
agricultores eran medidas que compartían ambos sindicatos, y constituían una
forma de presión para que éstos se integraran en las colectivizaciones.
La
diferencia de sensibilidades entre ambos sindicatos, con respecto a los
pequeños propietarios no es sólo explicable por el tradicionalmente mayor
radicalismo libertario. Antes del estallido de la guerra civil, las
organizaciones campesinas socialistas contaban ya en sus filas, con numerosos
pequeños y medianos propietarios que se habían organizado para poder defenderse
de la presión de los terratenientes. Los sindicatos agrarios ligados a la CNT en cambio, estaban compuestos casi exclusivamente por jornaleros.
La política
de las centrales sindicales frente a los pequeños propietarios, fue por lo
general, de respeto y de prudencia. Las pequeñas y medianas propiedades eran
particularmente numerosas en algunas zonas del territorio republicano (Levante,
Catalunya). La defensa a ultranza de la colectivización forzosa hubiera
significado el alejamiento definitivo de la revolución de estos sectores del
campesinado. y los habría precipitado en brazos de sus adversarios políticos.
El mismo Consejo de Defensa aragonés, representante de los intereses de las
colectividades de la región, se declaró desde los primeros momentos de su
constitución, firme partidario del respeto de las pequeñas y medianas
propiedades del campesinado.
"El Consejo hará respetar la voluntad del campesino para trabajar la
tierra individual o colectivamente, a fin de evitar el descontento que pudo
crearse acaso por las rápidas transformaciones de los primeros momentos, pero
aunque el Consejo de Aragón será defensor de la pequeña propiedad, habrá de
mantener incólumes los acuerdos de las dos sindicales UGT-CNT, para evitar que
se pueda volver al sistema despreciable anterior al 19 de julio". (Joaquin
Ascaso, presidente del Consejo, CNT, alocución por radio, 19.07.37) (222).
Sin embargo
y a pesar de las directrices que dieron los sindicatos contra las actitudes más
exaltadas, los pequeños propietarios sufrieron en ocasiones, las presiones y
la violencia. El órgano de prensa de la CNT, "Solidaridad Obrera" condenó con fuerza tales excesos, y abogó para que fueran
evitados a toda costa:
"Se han cometido determinados atropellos que los creemos
contraproducentes. Sabemos que ciertos elementos irresponsables han atemorizado
a los pequeños campesinos y hasta ahora se nota cierta apatía en la labor
cotidiana" (223).
La
moderación con la que los sindicatos enfocaron el problema de las relaciones
con los pequeños propietarios del campo, no significa que los campesinos que no
aceptaban integrarse en las colectivizaciones, no estuvieran sujetos a
fuertes limitaciones, dictadas en muchos casos por cuestiones ideológicas y en
otras por las necesidades de la guerra. Las
propiedades no colectivizadas, no podían ser mayores que las que pudiera
explotar, con sus propias manos, la unidad familiar. Tampoco les estaba
permitido la posibilidad de arrendar sus parcelas, o parte de ellas, ni la de
contratar a jornaleros para que les ayudasen en sus tareas. Los excedentes de
las cosechas, sólo podían ser comercializados por medio de los sindicatos
locales, con los precios que éstos estipulasen. En estas condiciones, los
pequeños propietarios tuvieron que desenvolverse con grandes dificultades.
El criterio
de las centrales sindicales era el de convencer a los campesinos
individualistas de las patentes ventajas que conllevaría para sus condiciones
de vida futuras, su integración en las colectividades.
"Tenemos la convicción de que lo que lograríamos quizá obligando, se
obtendrá por el ejemplo que dará de si misma la colectivización de la tierra,
al cambiar la estructura del cultivo, por mediación de la mecánica, de la
química y de la técnica, que con un menor esfuerzo, producirá mayor capacidad
de producción y consecuentemente proporcionará también una nueva vida al
trabajador" (extracto de la resolución de la asamblea plenaria de los
Trabajadores la Tierra de Catalunya) (224).
Los
campesinos individualistas se encontraron con frecuencia, excluidos de la mayor
parte de las ventajas y de los servicios que prestaban las
colectivizaciones a sus miembros. Sin embargo, la marginación de éstos no era,
ni mucho menos, total.
Los pequeños
propietarios podían participar en las asambleas decisorias de la
comunidad y hacer oir su voz (aunque sin tener derecho de voto).
También podían colaborar en los trabajos de infraestructura y beneficiarse de
las ventajas obtenidas.
El
historiador anarcosindicalista alemán, Agustín Souchy, destacado
estudioso de las colectividades, ha afirmado que las renuncias
voluntarias a las propiedades, por motivos ideológicos fueron escasas. Por lo
general, serían las ventajas económicas, las mejoras en las condiciones de vida
a las que podían acceder, las que impulsaron a algunos de los pequeños
propietarios a renunciar a sus explotaciones familiares.
"Aislado y abandonado a su suerte, el pequeño propietario estaba perdido,
no tenía medios de transporte, ni máquinas. En cambio, las colectividades
disponían de facilidades económicas inaccesibles a los pequeños propietarios.
No todos los pequeños campesinos lo comprendieron enseguida. En muchos casos
llevaron paulatinamente a las colectividades, y solo después de las
experiencias hechas" (225).
Indudablemente, las colectivizaciones fueron un fenómeno popular que entroncó
con las aspiraciones de amplias capas del campesinado
pobre y sin tierra. Su raigambre quedó demostrada con la tenaz
resistencia que opuso el campesinado colectivista contra la columna de Lister
que, en agosto de 1937, penetró en la región aragonesa para terminar con la
obra revolucionaria. Las colectivizaciones perdurarían en muchos casos, hasta
la práctica llegada del ejército franquista, cuando el movimiento
revolucionario ya hacía mucho tiempo que había sido aplastado.
No tiene
pues, ninguna verosimilitud, la acusación hecha por sus adversarios, de que las
colectivizaciones fueron un experimento completamente artificial, impuesto al
campesinado por la fuerza de las armas. Difícilmente podemos aceptar esta
explicación. Si las colectividades no hubieran respondido a las aspiraciones de
por lo menos una buena parte del campesinado aragonés, las milicias de la CNT-FAI no habrían podido imponer una obra tan gigantesca, que abarcaba a más de tres cuartas
partes de la tierra aragonesa recuperada a los sublevados, y que contaba
con una población cercana al medio millón de seres humanos.
La
popularidad de las colectivizaciones no evitó que pudieran darse excesos contra
los campesinos que no estaban dispuestos a integrarse en ellas. Sin embargo,
estos casos tampoco parecen tan frecuentes como quieren demostrar sus detractores.
Algunos trabajos hechos sobre la cuestión afirman que en toda la región
aragonesa, de las 450 colectivizaciones agrarias que llegaron a desarrollarse,
tan solo en una veintena de ellas parecen haberse cometido este tipo de abusos
(226). Por esta razón no podemos estar en absoluto de acuerdo con la afirmación
que hace un historiador tan prestigioso como Burnett Bolloten.
"En el campo, los fanáticos impusieron su voluntad a los pequeños
agricultores y en nombre del comunismo libertario, establecieron dictaduras
caciquiles en muchos pueblos. El comunismo libertario, afirmaban, elevaría el
nivel de vida de los campesinos, destruiría <<el odio, la envidia y el
egoísmo>> y establecería el <<sentido de la solidaridad y el
respeto mutuo>>".
"Aterrorizadas ante estos acontecimientos, las clases medias rurales y
urbanas quedaron sin dirección, pues los líderes de los partidos republicanos
estaban sumidos en la apatía o habían huido" (243).
Sin ninguna
duda, los excesos y las agresiones contra los pequeños propietarios, fueron una
consecuencia inevitable de la confusión que cometían muchos militantes
libertarios, al considerar a los pequeños y medianos agricultores, como
potenciales adversarios de la revolución. Lejos de intentar convencerlos de las
ventajas de la explotación socializada de la tierra, los sectores más
exaltados, procedieron por la fuerza a la colectivización total en algunas
localidades, para hacer irreversible el proceso revolucionario.
Sin embargo,
el análisis que hace Burnett Bolloten es a todas luces exagerado. Condenar un
fenómeno social de la envergadura y profundidad de las colectivizaciones, por
los excesos que cometieron algunos de sus partidarios, en unos
momentos en los que la violencia era generalizada, implica perder de
vista su significado como "fenómeno social". Términos
descalificadores como "fanáticos", "dictaduras caciquiles",
han sido utilizados de forma demagógica en los debates políticos, pero no
ayudan en absoluto a comprender los acontecimientos históricos. Las acusaciones
de Bolloten harían completamente inexplicable la tenacidad con la que éstas
sobrevivieron a los intentos de erradicarlas. Tampoco explicarían que las
autoridades republicanas (el ministro de Agricultura era el comunista Uribe)
hubieran tenido que dar marcha atrás en sus propósitos, ante el peligro de que
la cosecha pudiera derrumbarse por la apatía y la desmoralización de los
campesinos.
Los
diferentes gobiernos republicanos se cuidaron mucho de dar a las colectividades,
cualquier garantía permanente de legalidad. La política gubernamental resaltaba
la provisionalidad del momento y su deseo de acabar, en cuanto las
circunstancias lo hicieran posible, con la existencia del movimiento
colectivista.
El gobierno
veía con malos ojos, que las expropiaciones se hubieran extendido a todas las
grandes propiedades sin excepción, en toda la geografía republicana. El 7 de
Octubre de 1936, el Ministerio de Agricultura publicaba un decreto que
pretendía regular la aparición y la existencia de las colectividades. Una parte
de la nueva ley no hacía otra cosa que sancionar lo que los campesinos ya
habían realizado por su propia cuenta y riesgo, tres meses antes. Sin
embargo el verdadero contenido del decreto era otro, chocaba con las
colectivizaciones y pretendía limitarlas drásticamente. Se reconocía como
tierras expropiables, tan solo las que hubieran pertenecido a los sublevados,
pero no extendía la "legalidad" de las expropiaciones al resto de los
grandes latifundios.
La
naturaleza y la intencionalidad política del decreto no se le escapaba a nadie.
Cenetistas y socialistas de izquierda, las principales corrientes que
participaron en el movimiento colectivista, criticaron duramente el contenido
de las medidas dictaminadas por el gobierno.
"El decreto conservador del 7 de octubre se proponía desmoralizar a
los colectivistas y estimular al mismo tiempo el proverbial egoísmo de los
campesinos por unos míseros terrones de tierra. A otros se les incitaba a
recobrar las parcelas de su antigua propiedad que habían aportado
voluntariamente a la colectividad. La CNT acusaba públicamente a los
funcionarios del Ministerio de Agricultura de frecuentar las Colectividades con
propósitos de intriga y derrotismo" (228).
A principios
del mes de Junio de 1937, el gobierno creyó conveniente dar un nuevo paso en su
política de someter al movimiento colectivista. Un nuevo decreto prometía
ayudar a las comunas agrícolas para que pudieran llevar a cabo sus tareas de
recogida de la cosecha. La nueva orden gubernamental reconocía una cierta
entidad legal a las colectivizaciones, pero a cambio imponía una serie de
condiciones drásticas que amenazaban con la disolución, a todas aquellas que no
cumplieran los requisitos legales, devolviendo las tierras a sus antiguos
propietarios. El cambio de actitud del gobierno no se debía a que éste hubiese
acabado por aceptar las conquistas revolucionarias que representaban las
colectivizaciones, sino a la seria amenaza que se cernía sobre la recogida de
la cosecha, consecuencia de la incertidumbre y de la desmoralización que había
hecho presa en el campesinado. El armisticio que ofrecía Uribe se reducía
significativamente, "al corriente año agrícola".
La tregua se
rompió poco después, cuando las tropas de la II División, comandadas por Enrique Lister, entraron en Aragón cumpliendo las órdenes
de Prieto, ministro de la Guerra, para proceder al desmantelamiento de las
colectivizaciones libertarias. Poco antes, se habían realizado operaciones
similares en la región de Levante y en Castilla. La finalidad no era terminar
definitivamente con las colectivizaciones, sino acabar, de una vez por todas,
con el predominio anarcosindicalista, para someterlas al control del gobierno.
Las tropas de Lister, una vez dueñas de la situación, invitaron a los
campesinos a abandonar las colectivizaciones, para optar por el reparto
individual de la tierra. Es difícil, como reconoce Ronald Fraser,
calcular el número de campesinos que se mantuvieron fieles al sistema
colectivista y cuantos prefirieron volver a la explotación individual de la
tierra (229).
Pocos meses
después de la entrada de las tropas de Lister en Aragón, la región caía en
manos del ejército franquista. Por lo tanto, no existen datos fiables sobre el
impacto que tuvieron estas medidas. Ernesto Margeli, libertario aragonés,
calcula que fue el 60% de los colectivistas, los que, pese a las presiones, se
negaron a abandonarlas (230).
En Catalunya,
la pequeña y mediana propiedad rural eran hegemónicas, mientras que los
latifundios y el campesinado sin tierra eran poco frecuentes. Los pequeños
propietarios estaban tradicionalmente organizados en torno a la poderosa Unió
de Rabassaires (organización campesina, controlada tradicionalmente por ERC y
que pasó, durante la guerra a serlo por el PSUC). La importancia de la pequeña
burguesía agraria fue, sin duda alguna, uno de los factores que hicieron que el
anarcosindicalismo adoptara una actitud conciliadora, evitando cualquier punto
de fricción que pudiera ser capitalizado por sus adversarios. Anarquistas y
rabassaires mantuvieron una línea coexistencia e incluso de cooperación, entre
los dos sistemas económicos agrícolas, el privado y el colectivista.
El 5 de
Septiembre de 1936, se celebró un Congreso Regional de campesinos
colectivistas, que organizó una comisión encargada de estudiar las relaciones
con los rabassaires. El Congreso acordó respetar las pequeñas propiedades,
siempre y cuando esto no implicara la contratación de mano de obra asalariada.
El pequeño y mediano propietario, en un régimen de explotación familiar,
debería integrase en las colectivizaciones por su propia voluntad, después de
comprobar las ventajas que le ofrecían la economía socializada. Con esta
política moderada, se pretendía evitar que los rabassaires pudieran convertirse
en enemigos declarados del movimiento revolucionario (231).
Sin embargo,
la actitud adoptada por los miembros de l'Unió de Rabassaires,
después de las jornadas de julio no había sido conservadora, ni tampoco
hostil a la revolución. El 22 de Julio, la dirección del sindicato agrario
aconsejaba a sus afiliados que se apoderasen de la cosecha, que no pagasen los
arriendos y que se incautasen, por medio de sus organizaciones locales, de las
grandes propiedades y que éstas fueran repartidas individualmente entre el
campesinado pobre (232).
L'Unió de
Rabassaires colaboró estrechamente con el Comité Central de Milicias Antifascistas
de Catalunya. Al disolverse éste, en un gobierno de concentración de la Generalitat, el sindicato campesino pasó a ocupar la consellería de Agricultura (Josep
Calvet). Durante el proceso, los rabassaires fueron absorbiendo a otras
pequeñas organizaciones como la Federación de Cooperativas (Unió de Sindicatos Agrícoles), formándose la Federación de Sindicats Agrícoles de Catalunya. El
decreto de la Generalitat por el que se hacía obligatoria la sindicalización
del campesinado se convirtió a l'Unió en la representante casi absoluta de los
pequeños propietarios del campo. Las relaciones entre la Consellería de Agricultura (controlada por la U.de R.) y las escasas colectivizaciones
catalanas no siempre fueron buenas. El Conseller Josep Calvet desoyó con
frecuencia las demandas de ayuda económica de los libertarios. La financiación
de las colectivizaciones campesinas catalanas tuvo que recaer fundamentalmente
el la industria colectivizada.
La
consolidación de la nueva situación en el campo, se dio con la promulgación de
una serie de decretos publicados por la Generalitat, durante los meses de Enero y Febrero de 1937.
Las nuevas leyes anularon todos los contratos que habían sido redactados antes
del 19 de Julio, y establecían que serían los nuevos propietarios, los que
pagarían los impuestos. Otro decreto, publicado en el mes de Febrero,
reconocía a los nuevos propietarios, la propiedad de las nuevas tierras,
incluidas las que acababan de ser expropiadas, y que por lo tanto estaban sujetas
a la amenaza de la colectivización. El gobierno de la Generalitat establecía que en los casos en que estos decretos fueran incumplidos, las
colectivizaciones podrían ser desmanteladas. La única limitación que se imponía
a los pequeños propietarios era la de la prohibición de contratación de mano de
obra asalariada. Las tierras que no pudieran ser cultivadas por la unidad
familiar pasarían a ser repartidas entre los agricultores más pobres. Por otro
lado, se decretó que los miembros de las colectivizaciones que quisieran
abandonarlas, podrían hacerlo con entera libertad en cualquier momento,
teniendo derecho a llevarse consigo la parte del equipo con la que había
contribuido a la explotación.
Como
contrapartida a los errores y limitaciones que hemos apuntado, el movimiento
colectivizador también se apuntó importantes éxitos en el campo social y en el
de la producción.
El éxito o el fracaso del colectivismo agrario es difícil de determinar, por el
corto período en el que las comunas existieron y se desarrollaron. Sin
duda alguna, el sistema colectivista tendió a una progresiva superación de los
errores iniciales. En muchos lugares también se procedió a articular y
coordinar a las colectividades. La liquidación de la revolución impediría la
posibilidad de que éstas pudieran llegar a desarrollarse, para
convertirse en la piedra angular de una nueva economía de tipo socialista.
Las comunas
agrícolas cosecharon importantes avances en el plano social, desconocidos en
los países capitalistas avanzados y en todo el mundo. Los ancianos pudieron
contar con pensiones y subsidios suficientes para poder tener una vida digna,
existió una asistencia sanitaria gratuita... En el plano cultural, se
llevaron a cabo verdaderos planes de alfabetización. En la región levantina,
todas las colectivizaciones contaron con sus propias escuelas locales. La
política salarial fue mucho más igualitaria que en las ciudades. En éstas, la
tendencia era frenada por la existencia de un importante número de técnicos y de
administrativos, tradicionalmente mucho mejor pagados que los obreros manuales.
En el campo, la división del trabajo estaba mucho menos diferenciada y no
presentaba grandes obstáculos. Por lo general, se instauró el llamado
"salario familiar", que se acercaba al principio socialista, de
"a cada cual según sus necesidades". Los trabajadores colectivistas
cobraban un salario fijo por su trabajo, al que se añadía un suplemento por
cada hijo que no estuviera en la edad de trabajar, o por cada familiar incapacitado
que tenía que mantener.
En el plano
económico, y a pesar de los fracasos, el nuevo sistema permitió el
mantenimiento e incluso el aumento de la producción, después de la caída del
viejo sistema agrario, y en unas condiciones tan difíciles como eran las que se
derivaban de la guerra. La incipiente planificación de la producción que se
llevó a cabo, significó un importante aumento en el rendimiento de la tierra.
La explotación colectiva de la tierra en grandes explotaciones socialistas, permitió
importantes mejoras en la infraestructura, (nuevos canales de regadío,
reforestación de los bosques,...), en el sistema de producción (planificación
del trabajo, introducción de nuevas técnicas, maquinaria, diversificación de
los cultivos según la demanda y las necesidades...), se crearon escuelas
técnicas rurales y granjas, se procedió a una selecciòn y mejora de la
ganadería...
"...conviene tener en cuenta que la única cosecha de trigo recogida en
Aragón bajo la colectivización -la del año 1937- mostró un aumento del 20 por
ciento sobre la del año anterior, que había sido buena, mientras que en
Catalunya, donde la colectivización agraria estaba menos extendida, descendió
en el mismo porcentaje" (233).
Es difícil
imaginarse, con estos datos, a la inmensa mayoría de las colectivizaciones,
como "dictaduras caciquiles" impuestas por "fanáticos", o
como "experimentos desatinados", como las calificaban sus
adversarios. Es importante reflexionar sobre las posibles causas del
crecimiento de la producción cerealera aragonesa, estando como estaba a escasos
kilómetros del frente, con todos sus errores, en contraste con el dramático
descenso de Catalunya, un área alejada del conflicto, y con una
agricultura caracterizada por la pequeña y por la mediana propiedad.
El
incremento de la cosecha cerealística en Aragón no bastó para contrarrestar la
caída de la producción en el principado, ni para cubrir la demanda en toda
Catalunya. El gobierno de la Generalitat tuvo que paliar la escasez de pan con
importaciones procedentes del extranjero (234).
Josep María
Bricall, en su obra, defiende las causas objetivas, como la guerra y el clima,
además de los cambios de cultivo, como los factores que provocaron el descenso
de la producción (235). Sin negar la validez y la importancia de las
reflexiones de Bricall, existen otros factores que nos ayudan a explicar este
contraste. Mientras los cambios revolucionarios provocaron el entusiasmo de
gran parte del campesinado aragonés, que consideraban a las colectivizaciones
como su gran oportunidad histórica para liberarse del pesado yugo de los
terratenientes, el campesinado catalán, predominantemente pequeño propietario,
contempló con temor creciente al movimiento colectivista y con profundo
descontento las drásticas limitaciones que les habían impuesto los
revolucionarios.
"En el segundo año de la producción colectivista, las cosechas aumentaron
de un veinte a un treinta por ciento, según las comarcas. ¿Cómo es posible -se
nos dice- que habiendo llamado a filas a un porcentaje apreciable de jóvenes,
la producción aumentara? Sin embargo, es fácil comprender este fenómeno si
tenemos en cuenta el entusiasmo que algunos hombres de edad avanzada sentían
hacia la colectividad, lo que les incitaba a ir al trabajo cuando en otras
situaciones no lo hubieran hecho. Muchas mujeres que habitualmente se ocupan
únicamente de su casa, acudían a los trabajos durante algunas horas con una
voluntad ejemplar, y muchos chicos que en épocas anteriores se hubieran
dedicado a jugar, se unían a los colectivistas en un afán de suplir a sus
hermanos que estaban en el frente, y aunque había mas trabajo, porque no se
dejaba un pedazo de tierra sin cultivar, al estar mejor organizado, todo se
hacía con menor esfuerzo" (236).
Además del
apoyo social que pudieran tener, las ventajas que presentaban las
colectivizaciones permitieron una serie de logros económicos y sociales, que
las viejas explotaciones minifundistas y familiares, tan antieconómicos que en
muchas ocasiones rozaban los niveles de subsistencia, o las grandes propiedades
latifundistas y semifeudales, no estaban en condiciones de poder conseguirlo.
Es innegable
que las colectividades agrarias respondieron a las necesidades de un momento
determinado y de una situación concreta, es decir, a una revolución en marcha,
donde todo tenía que improvisarse, y donde no existía el más mínimo programa de
planificación del nuevo orden económico que estaba surgiendo de los escombros
de la República.
Las
colectivizaciones agrarias (como las urbanas) cubrieron el vacío económico
dejado por la fuga de los antiguos propietarios. Con sus errores, con todas las
críticas y acusaciones realizadas por sus enemigos, las colectividades en el
campo, pusieron en marcha, con una preparación completamente insuficiente, un
sistema económico que funcionó y que evitó el rápido colapso de la
revolución.
El triunfo
de las colectividades sólo podía ser posible, acompañado de la victoria
política y militar de la revolución de los comités. Su gran tragedia consistió
en que ninguna organización comprendió que para que éstas desarrollaran todos
sus potenciales, era necesario que todos los resortes del poder político
estuvieran a su servicio. Las colectividades carecieron del apoyo de un poder
revolucionario que las defendiera frente a sus enemigos, que corrigiera sus
errores y sus contradicciones y que las articulara hasta convertirlas en
el tejido social y económico de la nueva sociedad.
Hablar,
desde el punto de vista histórico, de la viabilidad o inviabilidad de las
colectivizaciones, resulta simplemente absurdo. Las colectivizaciones no
tuvieron tiempo para demostrar sus posibilidades de supervivencia. Sin embargo,
en el breve espacio de tiempo de su existencia, demostraron las patentes
ventajas de un sistema económico, que gozaba del entusiasmo y del apoyo de la
mayor parte de la población trabajadora.
3.11 LOS PARTIDOS Y SINDICATOS OBREROS ANTE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
El período
de la dualidad de poderes en la revolución española, adoptó una forma
completamente original, si lo comparamos con el resto de las revoluciones
realizadas durante el siglo XX. Mientras el poder revolucionario de los comités
se encontraba atomizado y disperso, por toda la geografía del país.
La esencia del poder burgués republicano,
no estuvo encarnada en el impotente gobierno de Giral, sino en los
comités ejecutivos de las organizaciones obreras del Frente Popular.
Cuando nos
referimos, matizando, a las direcciones y no a los partidos y sindicatos en
general, lo hacemos con plena conciencia. Con esta precisión queremos resaltar
que, durante el período del "desorden revolucionario" de las primeras
semanas, miles de militantes de base de estas organizaciones, faltos de
la orientación de sus dirigentes, completamente desconcertados y desbordados
por los acontecimientos, encarnaron la revolución. Llevaron a cabo las
confiscaciones de las propiedades de la burguesía; formaron sus propios
comités, que dirigieron y organizaron la marcha de sus localidades;
formaron sus milicias y patrullas, para combatir y reprimir la sublevación...
Llevaron a cabo, un proceso revolucionario, satisfaciendo, de una vez por
todas, sus reivindicaciones históricas, que cinco largos años de República no
habían conseguido. En resumen, realizaron los inicios de una revolución, a la
que sus propios partidos y sindicatos, se oponían, bajo diferentes formas y
matices diferentes.
Aunque este
trabajo esté centrado en las características de la revolución española en
Catalunya, consideramos que es fundamental analizar a fondo, la actitud
mantenida por el PSOE y la UGT estatal. La actitud de las organizaciones
socialistas, aunque inexistentes en Catalunya, al quedar absorbidas por el
PSUC, organización que se colocó rápidamente bajo la órbita de la Komintern, nos pueden ayudar a comprender muchos de los acontecimientos políticos que se
dieron en Catalunya, durante la guerra civil.
El comunismo
estalinista, encarnado por el PSUC, experimentó una evolución espectacular,
durante el primer período revolucionario. Nacido al calor de las jornadas de
julio, a partir de la unificación de cuatro pequeñas organizaciones políticas
catalanas, se convirtió en pocos meses en el primer partido catalán,
opuesto a la hegemonía libertaria. Con su rápido crecimiento, el PSUC
acabó sustituyendo, como representante de las clases medias, a la
tradicional Esquerra Republicana de Catalunya, que había quedado
desarbolada durante y después de los acontecimientos de Julio.
El
anarcosindicalismo, indiscutiblemente, fue la fuerza hegemónica del movimiento
obrero catalán, y su actitud ante los acontecimientos fue determinante en la
evolución de la revolución. Fueron las bases anarcosindicalistas, las que
conformaron, mayoritariamente, la multitud de comités y de colectivizaciones.
Finalmente
el POUM, la principal fuerza política que se reclamaba del marxismo en
Catalunya, durante los primeros meses de la revolución. Organización comunista
independiente, que atrajo los odios del estalinismo internacional, por sus
denuncias y su firme condena de los procesos de Moscú, que se estaban llevando
a cabo contra la vieja guardia bolchevique. Su militancia, aunque sensiblemente
inferior en número a la de los anarcosindicalistas, también fue decisiva en la
formación de los comités revolucionarios y en el de numerosas
colectivizaciones.
El POUM
estaba fuertemente implantado en Lérida y en otras localidades catalanas. No
podemos estar de acuerdo con aquellos que han considerado desproporcionada la
importancia que se le ha dado a esta organización, en comparación con las
grandes formaciones tradicionales del movimiento obrero.
Las
situaciones revolucionarias se caracterizan por su vertiginosa dinámica. En un
corto espacio de tiempo, la población experimenta grandes cambios en su
conciencia, que no se había dado en los largos períodos que lo precedieron. Los
nuevos estado de conciencia se reflejan en la decadencia de las viejas
organizaciones, y en el rápido ascenso de otras que representan las nuevas
aspiraciones. En estas especiales condiciones, la importancia política de una
organización, no se mide por el número de sus efectivos militantes, sino
también por sus posiciones, su grado de influencia entre las clases sociales
que pretenden representar y también por el lugar político que ocupa en los
acontecimientos.
Los
diferentes partidos y sindicatos obreros, se agruparon en torno a determinados
programas políticos frente a la revolución española, que intentaremos definir y
explicar en la pequeña síntesis, que hemos realizado en las próximas páginas.
Con sus
respectivas diferencias, socialistas de derecha, republicanos y comunistas (de
obediencia estaliniana), se agruparon en torno a un objetivo común, hacer
retroceder la revolución y el derrocado viejo aparato de estado republicano.
Socialistas
de izquierda, anarcosindicalistas y poumistas, conformaron otro bloque, que
pretendía mantener en las mejores condiciones posibles, el cuadro aparecido
tras las jornadas de Julio, postergando el avance definitivo de la revolución
para después de la victoria militar sobre los sublevados.
Entre las
diferentes fracciones, tendencias y bloques existentes, hubo numerosos intentos
de establecer alianzas. Sin embargo, éstas se caracterizaron por su
inestabilidad. La guerra y la revolución, convertían cualquier acuerdo en algo
frágil y quebradizo. Anarcosindicalistas, socialistas de izquierda y poumistas
experimentaban la fuerte presión de sus propias bases radicalizadas.
Socialistas de derechas, republicanos y comunistas, llegaron a alianzas, pero
también eran conscientes que sus acuerdos eran sólo circunstanciales, y que en
el seno de su propio bloque político, existía una sórdida lucha por el
poder. Tanto los republicanos, como los socialistas de derechas,
desconfiaban de sus temibles aliados, que solo obedecían las consignas que
procedían de Moscú. Pero incluso entre los mismos republicanos y los
partidarios de Prieto, hubo frecuentes roces por sus diferentes concepciones
políticas.
"La lealtad era hacia las organizaciones, no hacia la República. No había más que coaliciones temporales entre las dos o tres corrientes, los
llamamientos frecuentes a la unidad antifascista no eran más que grandes
camuflajes para esconder las tentativas y las prácticas de dominación"
(237).
La
fragilidad de las alianzas políticas que se establecieron entre las cúpulas
dirigentes, demuestra que, tras las jornadas de julio, lo que quedaba de la República era, más que nunca, una ficción encarnada en el impotente y desprestigiado gobierno
de Giral. La reconstrucción del aparato de Estado republicano tenía que
realizarse encima del mar embravecido de la revolución, sobre el que pretendían
cabalgar los distintos partidos y sindicatos.
3.11.1 LOS SOCIALISTAS.
El estudio
de las posiciones políticas del socialismo español es harto dificultoso, debido
a la gran división existente entre las diferentes fracciones en las que estaban
fragmentadas sus organizaciones. Es difícil encontrar una postura unitaria
ante el hecho revolucionario, entre las distintas tendencias, que ya estaban
fuertemente enfrentadas, y al borde de la escisión, en el período precedente a
la guerra. El estallido de la contienda y el inicio de la revolución,
encontraron al Partido Socialista, completamente fraccionado en
corrientes irreconciliables que se disputaban el control del aparato.
Dividido y
sin un programa político propio, el Partido Socialista demostró ser un
gran gigante con pies de barro. Difícilmente podía jugar un papel independiente
en los acontecimientos que se estaban desarrollando por todo el país. De hecho,
la amplitud de las actitudes que se presentaban en el arco político del Partido
Socialista, se encuadraron en los distintos sectores en el que también estaba
dividido, a su vez, el campo republicano.
Prieto y Negrín,
defendían la necesidad inmediata de acabar con la revolución y restaurar, lo
antes posible, el gobierno del Frente Popular. Largo Caballero mantuvo una
posición vacilante, presionado desde la derecha y la izquierda. El máximo
dirigente de la Izquierda Socialista pretendía lo imposible, conciliar la
revolución de los comités y la contrarrevolución del Frente Popular. La
decantación de la situación hacia cualquiera de los dos extremos, significaba
el final de su postura de árbitro privilegiado y, probablemente, también el fin
de su influencia política.
Es
importante resaltar, en el seno del PSOE y de la UGT, de algo que ya hemos planteado más arriba. La diferenciación existente entre las bases socialistas y sus
dirigentes, con respecto al futuro de las milicias, de los comités y de las
colectivizaciones. Las diferencias son detectables al observar el
contraste entre la práctica llevada a cabo por las bases, y las directrices
defendidas por sus dirigentes. Sin embargo, no debemos considerar esta
afirmación, como algo evidente. No hay que ver en esta oposición, el
reflejo de una clara conciencia revolucionaria, sino el choque entre las
aspiraciones y el instinto revolucionario de los trabajadores con las moderadas
y vacilantes directrices defendidas por la dirección.
La oposición
socialista, al contrario de lo que aconteció entre los anarcosindicalistas,
no adoptó forma de corrientes políticas, en el seno del partido. El
lenguaje radicalizado utilizado por los dirigentes son también la evidencia de
la fuerte presión a la que estos se encontraban sometidos.
Los
militantes socialistas participaron en la creación de los comités y de las
colectividades, expropiaron a los terratenientes y a la burguesía industrial,
formaron sus propias milicias y sus patrullas de retaguardia. En su acción
espontánea, encontraríamos muy pocas diferencias con los militantes
anarcosindicalistas. Sin embargo, los trabajadores socialistas, a diferencia de
los libertarios, consideraban al PSOE y a la UGT como sus organizaciones tradicionales, y su política, encaminada a la restauración del orden republicano,
como una táctica dirigida al fin último, la revolución socialista, objetivo
que, aunque desmentido en la práctica, era proclamado por sus dirigentes.
El discurso
"revolucionario" de los líderes caballeristas, no podía esconder una
alarmante falta de programa político, la inexistencia de proyectos y de medidas
concretas, capaces de orientar y de ser llevadas a cabo por la militancia.
A la
política de apoyo al Frente Popular, defendida con matices, por las distintas
fracciones socialistas, y que comportaba una actitud de hostilidad, más o menos
camuflada, ante el proceso revolucionario, se unía la tradicional incomprensión
de las cuestiones nacionales catalán y vasca. El hecho de que Catalunya se
hubiera convertido en el corazón de una vasta revolución que no se avenía a sus
canones tradicionales, y de que estuviera dirigida por su tradicional
rival, la CNT, caracterizó la política de los diferentes gobiernos de mayoría
socialista.
Las tomas de
posición de los cuadros dirigentes se hacían, en muchas ocasiones, bajo la
presión de las propias bases, mucho más radicalizadas y dispuestas a todo, que
sus direcciones. La evolución política de la Izquierda Socialista, sus evidentes y continuas contradicciones entre teoría y práctica, se
explican por el choque de intereses existentes entre la presión de la población
trabajadora y los compromisos adquiridos por las cúpulas dirigentes en el seno
del Frente Popular.
Comparemos
pues, las posiciones defendidas desde las páginas de "Claridad", el
órgano de prensa de esta corriente, y la política de contención de la
revolución, defendida por el gobierno de Largo Caballero, poco después:
"Alguna gente dice: <<derrotemos primero al fascismo, terminemos la
guerra victoriosamente, y luego tendremos tiempo para hablar de la revolución y
de hacerla si es necesario>>. Aquellos que afirman esto, no han contemplado
con madurez el formidable proceso dialéctico que nos arrastra. La guerra y la
revolución son una y la misma cosa. No se excluyen, no se estorban, sino que se
apoyan y se complementan. La guerra necesita a la revolución para triunfar, de
la misma manera que la revolución ha requerido la guerra... Es la revolución en
la retaguardia la que hará más segura y más inspirada la victoria en los campos
de batalla..." (238).
Las
opiniones reflejadas en las páginas de "Claridad" reflejaban la presión
a la que estaban sometidos, por parte de sus propias bases izquierdistas y
constituían una clara crítica a los seguidores de Prieto, el ala derecha del
partido, aliados de los comunistas y de los republicanos, partidarios de hacer
retroceder la revolución hasta un futuro indeterminado. Sin embargo, las
opiniones vertidas por "Claridad", poco o nada tenían que ver con la
práctica política del gobierno que estaba presidido por Largo Caballero, y que
acabó potenciando los viejos cuerpos de seguridad republicanos, desmanteló las
patrullas obreras de la retaguardia e inició la formación de un ejército al
viejo estilo, en detrimento de las milicias revolucionarias.
Las
veleidades radicales de la Izquierda Socialista se habían transformado durante el período anterior a la guerra. A medida que el movimiento revolucionario
experimentaba una profunda radicalización, los caballeristas habían ido
moderando su lenguaje y sus objetivos políticos. Lejos quedaban ya, los
términos de "dictadura del proletariado" y de "revolución
socialista". "Claridad" había acabado calificando a la
revolución española, como burguesa-democrática, antifeudal y antioligárquica y
se había declarado ferviente partidaria del Frente Popular, que tanto había
criticado con anterioridad (239). Los caballeristas, después de llamar, durante
todo un período, a la revolución socialista, habían abandonado esta
caracterización, para sumarse a la que mantenían los prietistas y comunistas,
al considerar que la guerra que se iniciaba, era entre la democracia burguesa y
el fascismo, precisamente, en aquellos momentos, en los que la revolución
socialista, que tanto habían predicado, se ponía en marcha.
La Izquierda Socialista también expresaba con su política vacilante y llena de contradicciones,
la presión de las diferentes fuerzas políticas que intervenían en la revolución
española, tanto nacionales como internacionales. La guerra, dentro del esquema
caballerista, solo podía ganarse con la ayuda de la URSS, de Francia y de Gran Bretaña. A principios de 1937, el gobierno de Largo Caballero,
llegó a ofrecer la cesión del Marruecos colonial español y las islas Canarias,
a cambio de que Francia y Gran Bretaña, con fuertes intereses en el norte de
Africa, abandonasen su "neutralismo" y accediesen a apoyar a la República en la contienda. (240) Sin embargo, este apoyo no era posible mientras el
movimiento revolucionario no se retirase a sus cuarteles de invierno para dejar
paso libre a la reconstrucción del orden republicano. Sin embargo, el
caballerismo no pretendía la derrota total del movimiento revolucionario,
fuente de poder de la Izquierda Socialista, y que había arraigado profundamente
en las bases sindicales de la UGT.
La política
vacilante de esta corriente quedaría patente a mediados del mes de agosto de
1936, cuando, en pleno fragor revolucionario, Largo Caballero pareció
contemplar la posibilidad de formar una alianza sindical con la CNT, a la que intentaba atraer hacia sus posiciones. Sin duda alguna, el caballerismo
consideró que la alianza con los anarcosindicalistas los convertiría en la
única alternativa posible de gobierno, ante el moribundo gabinete de Giral,
agotado políticamente, antes de nacer.
La presión
política del embajador soviético en España, Marcel Rosemberg y la de los
socialistas de derecha, hizo que finalmente la alianza CNT-UGT no pasara de ser
un proyecto (241). La actitud de Largo Caballero fue la de mantener la misma
línea defendida en el período anterior a la guerra. Después de la caída
fulminante de los gabinetes de Casares Quiroga y de Martínez Barrio, Largo
Caballero rechazó la propuesta de Azaña para formar gobierno. La Izquierda Socialista consideró que todavía no estaba preparada para acceder al poder y
prefirieron dejar pasar dos meses y medio, apoyando a gobierno ficticio de
Giral, hasta aceptar la propuesta (242).
La línea
política de los caballeristas continuaba caracterizándose por su pasividad.
Esperar el total agotamiento político de los gobiernos republicanos, rechazar
cualquier compromiso con la pequeña burguesía, hasta que el poder cayera en sus
manos, como un fruto maduro. La Izquierda Socialista seguía identificando, la toma del poder por parte de la clase trabajadora, con la llegada al gobierno de un
gabinete socialista monocolor.
"Pretende una dominación socialista completa tan pronto como sea posible y
abstenerse de participar en el gobierno hasta que ya no sea posible"
(243).
Sin embargo,
el fruto maduro no caería en sus manos, en las circunstancias en las que la Izquierda Socialista había soñado. Cuando Largo Caballero formó su primer gabinete, tuvo que
hacerlo, no con un gobierno exclusivamente socialista, sino con uno de
concentración, junto a republicanos, prietistas y comunistas. La presión
internacional y la de las diferentes organizaciones del Frente Popular,
condicionaron y limitaron drásticamente sus pretensiones, y posteriormente
también harían lo mismo con su política.
"<<Virtualmente el gobierno republicano está muerto, no tiene
autoridad, ni competencia, ni decisión para hacer una guerra a fondo y acabarla
con una victoria absoluta y revolucionaria>>. Descartado Prieto como
alternativa, <<no queda más que usted>>. Araquistain recomendaba
pues, un gobierno presidido por Largo y de composición mixta entre los
diferentes sectores del Frente Popular, pero, desde luego, en detrimento de los
republicanos" (244).
El gabinete
de Largo Caballero no fue, por lo tanto, monocolor, como habían pronosticado
desde mucho antes los dirigentes de la Izquierda Socialista. Su proyecto para formar un gobierno exclusivamente socialista, quedaba
relegado para después de la guerra, período en el que ellos estaban
convencidos, de que iban a convertirse en los árbitros de la nueva situación, y
en la que los republicanos, concretamente Azaña, ya no serían ningún obstáculo
(245).
"nuestra victoria no será la implantación fulminante del bolchevismo o el
anarquismo, como siguen temiendo en estos países, sino un régimen que nadie
sabe aún que será" (246).
En la
contradictoria política que había caracterizado a los dirigentes de la Izquierda Socialista, desde los orígenes de esta corriente, encontramos ya, las causas
de su decadencia y posteriormente su derrota final.
"El fracaso final de la Izquierda Socialista estaba ya aquí, en la imposibilidad de encontrar un terreno intermedio entre la defensa del Frente Popular y
la revolución. Lo primero exigía un acuerdo con Prieto, Azaña y los comunistas.
Lo segundo exigía el mismo acuerdo con los anarquistas, y la Izquierda Socialista se empeñó en esperar unos misteriosos acontecimientos que habían de
presentar la posibilidad milagrosa de hacer la revolución contra la reacción,
contra el Frente Popular, y sin contar activamente con los anarquistas. En esa
espera perdieron el control de su propio partido, perdieron la revolución"
(247).
A diferencia
de la Izquierda Socialista, Prieto y sus seguidores consideraban que el único
futuro posible era la consolidación de la República y posteriormente la derrota militar de los sublevados o en su imposibilidad, negociar con éstos la
supervivencia de ésta a cambio de concesiones. Sin embargo, cualquiera de las
dos vías, la de la victoria militar (con la ayuda de las potencias democráticas)
o la de la negociación, sólo podía conseguirse apagando el fuego revolucionario
que había acabado con la República.
La Alianza con los republicanos, es decir, el Frente Popular, fue el eje principal de su
política. Era necesario dar seguridades a Francia y a Gran Bretaña de que su
hipotético apoyo a la República, no iba a convertirse jamás, en el apoyo a la
revolución. Era necesario evitar también, que el pánico de la burguesía no
acabase por arrojarla en brazos de los sublevados.
Sin embargo,
los socialistas de derecha adoraban a un fantasma, la burguesía hacía
tiempo que había desaparecido del campo republicano y se había refugiado, antes
del inicio de la guerra, en manos de la conspiración que se estaba gestando en
los cuarteles. El acuerdo con los republicanos, defendido por Prieto, no era
más que la alianza con la sombra de las clases propietarias. Los políticos
republicanos apenas se representaban a ellos mismos. La burguesía no estaba
dispuesta a hablar de negociaciones y de reconciliación, mientras no se
aplastase, de una vez por todas, al movimiento revolucionario. Y en este
sentido, los propietarios preferían la opción militar, al cascarón vacío y
peligroso del Frente Popular.
A medida que
la actitud "neutral" de Francia y de Gran Bretaña se consolidaba,
Prieto fue adoptando una actitud pesimista, que le valió la acusación de
derrotista. Finalmente, acabó buscando, discretamente, el camino de las
negociaciones con los facciosos, lo que le significó un nuevo fracaso. Franco
no estaba dispuesto a negociar. Era perfectamente consciente de que una vez
liquidada la revolución, él era el único triunfador, y tenía todas las cartas
en sus manos. No necesitaba negociar, ni hacer concesiones a sus adversarios,
aunque fueran los socialistas moderados y los republicanos.
Como el
resto de los grupos del Frente Popular, las diferentes fracciones del Partido
Socialista, coincidían en aceptar que los comités revolucionarios que habían
surgido durante las primeras semanas de la revolución, habían jugado un papel
de primer orden, en el primer período del conflicto. Pero eran partidarias de
que, con la restauración de las instituciones gubernamentales, debían
desaparecer a toda costa. La supervivencia de éstos, cuestionaba
seriamente la autoridad del gobierno y restaba "respetabilidad" a la República.
"Aquellos comités populares reemplazaron al Estado desaparecido y, hay que
hacerles esta justicia, salvaron la República, junto con las milicias" (248).
Para los
socialistas de todas las tendencias, los comités-gobierno eran el símbolo
viviente de la revolución que había derribado el orden republicano. El hecho de
que siguieran existiendo y de que mantuvieran todavía su poder local intacto,
hacía peligrar seriamente el proyecto de reconstrucción republicano. La
supervivencia de un poder revolucionario, ajeno e independiente del Frente
Popular, cuestionaba su alianza con los líderes republicanos, supuestos
representantes de la mítica "burguesía democrática".
Las
potencias democráticas europeas nunca estarían dispuestas a ayudar a una
España, donde el poder de los comités revolucionarios coexistía con el de la República, e incluso lo desafiaba. Y donde, concretamente en Catalunya, el Comité Central de
Milicias que se había apoderado de la autoridad del gobierno autónomo, seguía
siendo el poder indiscutido e indiscutible.
Para Largo
Caballero y sus partidarios, los comités eran un peligroso rival que disputaba
su autoridad política y su influencia entre las masas trabajadoras. En el
esquema ideológico de la Izquierda Socialista, los órganos del poder revolucionario en España, eran sus organizaciones tradicionales, el Partido
Socialista y las dos centrales sindicales existentes, la CNT y la UGT. Hacía mucho tiempo que la idea de las Alianzas Obreras, como plataforma de
frente Único, había ido desapareciendo de sus alforjas ideológicas. Los
comités, los soviets, o cualquier organismo de esta naturaleza asamblearia,
habían aparecido en otros países con situaciones revolucionarias, por la
debilidad de las organizaciones obreras tradicionales.
El poder en
la revolución española, debía residir en un gobierno del PSOE, y el frente
único de los trabajadores, tenía que forjarse, a través de la alianza
entre la CNT y la UGT (con el predominio de ésta última). Cualquier otro
organismo extraño se convertía en un obstáculo a su autoridad y tenía que
desaparecer.
Luis
Araquistain, el principal teórico de esta corriente, había defendido esta
concepción de la revolución en las páginas del periódico
"Claridad", pocos meses antes de iniciarse la guerra, polemizando con
los comunistas oficiales:
"Los soviets, Consejos, Juntas, Alianzas o como se quiera llamarlos son un
anacronismo político y social... ¿Para que se quieren las Alianzas Obreras y
campesinas, que además de ser un anacronismo son también un cuerpo extraño en
sí, y en lo confuso del concepto al venir literalmente vertido del ruso, o sea
de una realidad muy desemejante a la española" (249).
Tanto la UGT como el PSOE, apoyaron la existencia de los comités de fábrica y de las colectivizaciones
industriales. La UGT promovió la formación en todas las empresas, de comités
dirigentes, compuestos por delegados escogidos, de forma proporcional al número
de afiliados de cada sindicato.
Las
diferencias con la central sindical anarcosindicalista eran claras. Mientras la CNT defendía la expropiación total de la industria, bajo la dirección de los sindicatos, la UGT defendía la nacionalización de aquellas propiedades que habían sido abandonadas por sus
antiguos propietarios y de las que tuviesen un valor estratégico en la guerra.
Para el resto de empresas, se defendía el control obrero (por medio de comités
sindicales), pero respetando los derechos de propiedad de sus antiguos dueños.
Sin duda alguna, los comités y las colectivizaciones industriales eran
necesarias, pero siempre y cuando se mantuvieran sometidos al control y a la
planificación del gobierno de la República.
En el
terreno de las colectivizaciones agrarias la UGT adoptó una posición intermedia entre la defendida por el anarcosindicalismo y la mantenida por los
comunistas. El hecho de que, las colectivizaciones se hubieran extendido mucho
más allá de los objetivos que habían marcado los dirigentes socialistas, fueran
de la tendencia que fueran, era en el mejor de los casos, un mal necesario (la
burguesía había abandonado sus propiedades) que sería solucionado después de la
victoria militar sobre los sublevados. A pesar de los "excesos"
expropiadores de sus propias bases, los dirigentes socialistas se mostraron
partidarios de limitar las incautaciones a las propiedades pertenecientes
a los insurrectos o a sus simpatizantes. Frecuentemente, la UGT no dejó de mostrar sus reservas hacia el movimiento colectivizador.
Los
socialistas criticaron el antiestatismo libertario y defendieron la
nacionalización de la tierra y su entrega en usufructo a los campesinos. La CNT defendía el control sindical de las colectividades, en contraposición con el control
estatal que pedían los socialistas.
Las
diferencias entre los caballeristas y los comunistas oficiales también
eran patentes. Coincidían con ellos, en la exigencia de que las
colectivizaciones fueran totalmente voluntarias. Sin embargo, el sindicato
ugetista se negó a sacrificar el movimiento colectivista que estaba formado en
gran parte, por las bases de la Federación de Trabajadores de la Tierra (FTT), para fomentar el reparto individualizado de la tierra, que proponía el
PCE-PSUC.
Las
colectivizaciones agrarias que impulsaron los afiliados de la UGT, se diferenciaron en muy poco de las de la CNT. La sensibilidad frente a los pequeños
propietarios parece que fue mayor, y no parecen haberse dado casos de
colectivizaciones forzosas. Las colectividades socialistas, a diferencia de las
libertarias, no abarcaron el resto de ocupaciones de las localidades,
(barberos, zapateros, y otras profesiones artesanales...).
Los
colectivistas de la UGT, como los de la CNT, aportaban voluntariamente sus
equipos de labranza, su ganado, sus semillas, aunque no sus ahorros ni sus
bienes de consumo. Como en el caso de las colectivizaciones libertarias,
también se dieron numerosas ingenuidades: la abolición del
dinero como instrumento para las transacciones en el seno de la
comunidad y su sustitución por otros sistemas de intercambio y de distribución
(cartillas de consumidor, moneda acuñada en la misma comunidad y solo válida en
ella...).
Prieto, el
principal representante de los socialistas de derecha, defendía la necesidad de
centralizar la nueva economía para terminar con el caos que había provocado la
revolución. La política de Prieto se orientaba a someter a las
colectivizaciones a la política del gobierno de la República. Los socialistas de derecha se habían manifestado hostiles a los nuevos organismos,
sin embargo también eran conscientes de que éstos, en los primeros momentos,
habían llenado el vacío creado por la huida de los antiguos propietarios. Un
ataque frontal a las colectividades podía significar el final de los intentos
de reconstruir la maltrecha República, al tener que enfrentarse a un todavía
poderoso movimiento revolucionario. Por otro lado, el Frente Popular carecía
de otros instrumentos que pudieran competir con las colectividades. El
hundimiento de éstas, hubiera significado el naufragio económico de la República, y habría precipitado la victoria de los rebeldes. Era necesario trabajar para
conseguir el retroceso paulatino de las colectivizaciones y la liquidación
definitiva, en cuanto las circunstancias lo hicieran posible, del movimiento
revolucionario. La única política posible por el momento, era la de mantener
las colectivizaciones, acorralarlas, utilizar el chantaje y la presión
económica, hasta someterlas al control gubernamental, venciendo la resistencia
y la hostilidad de los trabajadores revolucionarios.
La
restauración del orden republicano significaría, en el momento adecuado y una
vez vencido el movimiento revolucionario, devolver las propiedades a sus
antiguos dueños, en aras de la reconciliación y de la consolidación de la República burguesa que ellos defendían.
Sin embargo,
la República no solo tenía que defenderse del movimiento revolucionario, sino
que para sobrevivir tenía que obtener la victoria sobre los sublevados, o por
lo menos, la negociación con ellos, desde una posición de fuerza que les
permitiera dictar las condiciones. El viejo ejército se había sublevado en su
mayoría contra la República, y el sector minoritario que le había sido leal, se
había desmoronado como un castillo de naipes. Las milicias revolucionarias eran
un peligroso aliado de la República, en tanto en cuanto, la mayoría de ellas,
se proclamaban defensoras de un nuevo orden revolucionario y eran completamente
independientes del gobierno.
Las milicias
mostraron en numerosas ocasiones, su hostilidad a los primeros intentos del
gobierno de Giral, para dotarse de un brazo armado.
La Izquierda Socialista defendió la formación del nuevo ejército, que debería sustituir a las
milicias de voluntarios de los primeros momentos. Sin embargo, en numerosas
ocasiones, surgieron voces, que expresaron su temor de a que la construcción de
un nuevo ejército regular, apolítico, formado por levas forzadas y dotado con
un cuerpo de oficiales separado de la tropa, un ejército similar al sublevado,
pudiera ser utilizado, posteriormente, contra los revolucionarios, e
incluso contra mismos socialistas.
"El nuevo ejército ha de tener por base los que ahora luchan y no solo los
que aún no han luchado en esta guerra. Ha de ser el ejército correspondiente a
la revolución, a la guerra social que se está operando en la sociedad
española... a la cual (a la revolución) debe ajustarse el futuro Estado. Pensar
en otra clase de ejército que sustituya a los actuales combatientes y en cierto
modo controle su acción revolucionaria, es pensar contrarrevolucionariamente"
(250).
Sin embargo,
la política de los socialistas de izquierda estaba teñida de un fuerte
oportunismo. Durante el período del gobierno de Giral, sus dirigentes se habían
opuesto a cualquier proyecto de formación del nuevo ejército, que pudiera
quedar bajo control de los republicanos, y que pudiese competir con las
milicias revolucionarias. La postura de la Izquierda Socialista se transformó en el momento en el que Largo Caballero pasó a constituir
su propio gobierno. Si la toma del poder se reducía a la sustitución del
gobierno republicano por otro socialista, desde el que se debía apoyar y
desarrollar la revolución, el nuevo ejército, controlado ahora por los
socialistas, no se contraponía, de ningún modo, a su viejo esquema político.
Las milicias
pasaban a ser una organización, anacrónica e ineficaz, que debía ser superada
por el nuevo Ejército Popular.
La nueva
obsesión de la Izquierda Socialista, mayoritaria en el nuevo gabinete, sería la
de evitar, el progresivo control que los comunistas irían tomando sobre el
nuevo cuerpo armado, sin que ellos pudieran hacer nada para evitarlo.
3.11.2 EL PARTIDO COMUNISTA.
El PCE a
nivel estatal y el PSUC en Catalunya fueron los adversarios más eficaces que
tuvo, en el seno del Frente Popular, la revolución de los comités. El
rápido crecimiento de la militancia no puede atribuirse tan sólo al
prestigio conseguido con la llegada de las armas enviadas por la URSS.
No es ningún
secreto para nadie, que la limitada y calculada ayuda enviada por Stalin
(pagada con el oro de las reservas del Banco de España), favoreció la
influencia del Partido Comunista, y por consiguiente, también su desarrollo.
Pero de ningún modo, es la única causa y tampoco la más importante.
Hay otros
cuestiones que intervinieron de forma mucho más decisiva. La eficacia de la
política del PCE y del PSUC para contener y hacer retroceder la oleada
revolucionaria, y su firme defensa de la alianza con la pequeña burguesía
urbana y con los pequeños y medianos propietarios del campo, convirtieron a los
comunistas en el auténtico partido de las clases medias. En el mes de febrero
de 1937, los pequeños y medianos propietarios campesinos sumaban ya, en
30,7 por 100 de su militancia (251).
La
pequeña burguesía, temerosa de la violencia desatada contra ella, irrumpió en
las filas del partido, después de abandonar a las viejas organizaciones
republicanas, que se habían mostrado impotentes para defenderla y que habían
quedado prácticamente desarticuladas con el inicio de la revolución.
El
extraordinario crecimiento del PSUC, un partido obrero que se reclamaba del
socialismo y de la revolución, entre la pequeña burguesía urbana y rural,
clases sociales que política y socialmente no le eran afines, fue
simultáneamente, la base de su fuerza, y también de su debilidad. La
política moderada del PSUC no engañaba a nadie, ni a la burguesía, ni a las
clases medias. A pesar de su tono moderado y de su firme defensa de la política
del Frente Popular, estas clases sociales eran perfectamente conscientes
de que el PSUC no era su verdadero partido, sino una tabla de salvación a la
que aferrarse para no sucumbir ante la revolución desencadenada.
El grueso
del movimiento obrero continuó siendo fiel a sus propias organizaciones
tradicionales: los socialistas de izquierda y los anarcosindicalistas. La
influencia del PCE y del PSUC no podía crecer de forma significativa entre el
proletariado y menos todavía entre los sectores más concienciados y organizados
de éste. La política comunista, la que le había permitido crecer entre la
pequeña burguesía, atacaba directamente a las conquistas sociales que los
obreros y los sectores más pobres del campesinado habían conseguido. Un
observador y comentarista tan penetrante como E. H. Kaminski, explicaba a
principios de 1937:
"Hay que reconocer que si oposición en Cataluña es extremadamente difícil.
El nuevo partido unificado no sigue representado hoy, sino a una pequeña parte
del proletariado catalán" (252).
Existen
otros elementos secundarios que también nos pueden ayudar a comprender el
formidable desarrollo del partido comunista en tan corto espacio de tiempo. Uno
de ellos, fue el prestigio militar que ganó el PCE, por su capacidad y eficacia
organizativa en la estructuración de sus milicias, y que constituyeron,
posteriormente, la base del nuevo Ejército Popular.
Numerosos
oficiales y militares profesionales, que eran vistos con recelo por parte de
los revolucionarios, y que se habían quedado en el campo republicano, ya sea de
forma oportunista, ya sea por su sincera lealtad al gobierno republicano,
acabaron integrándose en las filas comunistas.
Sin duda
alguna, el hecho de que el PCE y el PSUC formaran parte de la III Internacional, también contribuyó a engrandecer su prestigio, como supuestos herederos de
los bolcheviques y de la revolución de Octubre.
El hecho de
que el PSUC pasara de ser una pequeña e insignificante organización recién
formada, apenas terminados los combates de julio, a convertirse en el gran
partido de las clases medias catalanas, desbancando a la tradicional Esquerra
Republicana, en tan solo dos meses, fue en gran parte, consecuencia de la
moderación de su política y a su concepción sobre la naturaleza de la
revolución española.
El día 21 de
Julio, se formaba en Catalunya, el PSUC. En su precipitada formación, en su
programa elaborado deprisa y corriendo, no encontraremos ni una sola palabra,
sobre la revolución que se estaba desarrollando desde hacía escasos días,
a una velocidad de vértigo, por toda Catalunya y por todo el territorio
republicano. En el número 1 de "Treball", el órgano de prensa del nuevo
partido comunista catalán, figuraba la petición de incautación de las fortunas
de los que habían colaborado en la sublevación militar, reclamaban la semana de
cuarenta horas y la conversión de las milicias populares en una gran fuerza
armada popular (cuando, en estos momentos, el PSUC hablaba de
milicias, se refería al modelo de "milicias ciudadanas" que
había propuesto Companys, y que posteriormente fue rechazado por los
poumistas y los anarcosindicalistas al servicio de la República.
La piedra
angular sobre la que descansaba el edificio de la política del PSUC era
la defensa de la unidad con los "sectores antifascistas de la
burguesía". Para el PSUC esta alianza, encarnada en el Bloc Catalá
d'Esquerres y también en su programa político (el Frente Popular en Catalunya),
era fundamental para conseguir la victoria sobre la reacción en armas. El
triunfo en las jornadas de julio, (supuesto presagio del futuro de
la contienda), habría sido posible gracias a la "Unidad Antifascista".
"...Comorera era rotundamente contrario a dividir el bloque republicano.
Hacer la revolución significaba coherentemente apartar a la pequeña burguesía
del gobierno de la Generalitat y situarla en la difícil posición de estar entre
la amenaza fascista de la insurrección militar y el poder revolucionario que se
constituía en Catalunya. No era el momento de llevar a término la revolución
socialista, sino de hacer que la clase obrera se situase al frente de la
revolución democrática y de esta forma quedaría en las mejores condiciones
posibles para hacer la revolución socialista una vez ganada la guerra"
(253).
La tesis que
defendía Joan Comorera (y con posterioridad, también por Caminal) estaba
afectada, sin embargo, por una grave contradicción. Difícilmente la clase
obrera iba a dirigir una revolución "democrática" sin pretender
resolver simultáneamente sus propias reivindicaciones pendientes.
Era evidente que los trabajadores no se estaban moviendo por esquemas
prefabricados en ningún laboratorio político, sino que habían iniciado su
propia revolución, alentados por la posibilidad de poder satisfacer, de forma
inmediata, sus reivindicaciones históricas.
El gran
problema con el que se encontraban, Comorera y el PSUC, era que los obreros y
el resto de las clases populares, se mostraban tozudos a la hora de posponer
sus aspiraciones tradicionales y continuaban empeñados en ir mucho más allá de
los límites defendidos por su partido. Los trabajadores nunca iban a
aceptar la renuncia a sus pretensiones, en un momento en el que veían, más
próximo que nunca su definitiva solución, a cambio de promesas de alcanzarlas
en un futuro indeterminado. Sin embargo la caracterización que hacía el PCE y
el PSUC de la revolución española no era, en absoluto, original. Los comunistas
oficiales se limitaban a seguir el sendero político que había trazado para
ellos la Komintern:
"Después de que Manuilski plantease el habitual dilema sobre el carácter
democrático-burgués o proletario de la revolución española, Dimitrov cortó con
audacia el nudo gordiano, rechazando los <<viejos canones de la
socialdemocracia que existían hace veinte o treinta años>>. El estado por
el que estaba luchando el pueblo español no sería una República democrática al
viejo estilo, sino <<un estado especial, con auténtica democracia
popular>>. No sería <<un estado soviético, sino un estado
antifascista, con participación del sector auténticamente izquierdista de la
burguesía>>. Resucitando la fórmula de Lenin de 1905, le denominó
<<una forma especial de dictadura democrática de la clase obrera y del
campesinado>>" (254).
Sin embargo,
la definición con la que Dimitrov "cortó el nudo gordiano" dejaba más
preguntas que respuestas y difícilmente podía contentar a nadie. La burguesía
británica y francesa, con la que los dirigentes del Kremlin pretendían formar
una sólida alianza contra Hitler y Musolini, no podía caer en tamaña
ingenuidad. Tanto Dimitrov, como Manuilski, o el mismo Stalin, eran
perfectamente conscientes de ello. Los nuevos conceptos vertidos, "estado
especial", "estado antifascista", sólo venían a adornar y
camuflar la verdadera promesa, el verdadero guiño político que ofrecían con su
declaración: España no sería "un estado soviético". Ellos iban a
poner todos los medios a su alcance para evitar que pudiese triunfar una
revolución socialista en cualquier otro país. La dirección de la Komintern sabía que ese era el precio político que debía pagar para evitar la formación
de un frente de las potencias del capitalismo democrático con Alemania e
Italia, que aislaría todavía más a la URSS. La defensa de la "patria socialista", se convertía en un juego diplomático, en el que no se dudaba en
utilizar a las secciones nacionales, los partidos comunistas de cada país, como
peones de su juego inconfesable.
La
"audaz" definición de Dimitrov olvidaba algo esencial en cualquier
caracterización marxista del estado, la naturaleza de éste, la relación entre
las diferentes clases sociales que iban a coexistir en el "estado de nuevo
tipo". Los términos utilizados por Dimitrov y por los dirigentes de la III Internacional, eran calculadamente ambiguos, pero su indefinición, no iba dirigida a los
capitalistas británicos y franceses, a los que se pretendía tranquilizar sobre cuales
eran sus verdaderas intenciones, sino a los militantes de los partidos
comunistas, y a los trabajadores en general. La ambigüedad pretendía evitar el
choque abierto con las reivindicaciones de éstos, que al fin y al cabo, eran
las piezas del juego que iban a ser sacrificadas en aras de sus
intereses.
"<<La revolución que se está produciendo -repetía Dolores Ibarruri-
es una revolución democrático-burguesa>>. Había señales de que este
revisionismo radical... no era de fácil aceptación para los jóvenes del
partido. Hubo que dorar la píldora: la democracia que los comunistas estaban
defendiendo era <<una democracia con un profundo contenido
social>>".
"De esta forma los jacobinos acallaron los murmullos de los enragés.
Efectivamente, como es el caso de los jacobinos de la revolución francesa, el
hecho de que tuvieran impecables credenciales revolucionarias permitió a los
comunistas oponerse a la revolución social inmediata y actuar temporalmente
como conservadores en el orden social" (255).
El sector
"auténticamente izquierdista de la burguesía" no existía, porque las
clases propietarias españolas habían apoyado en bloque, al ejército sublevado.
Los dirigentes de las organizaciones republicanas, totalmente
desmanteladas en los comienzos de la revolución, sólo se representaban a ellos
mismos. Los militares sublevados ofrecían la única opción que aseguraba por
completo, que la revolución iba a ser exterminada sin contemplaciones. El mito
de la "burguesía izquierdista" que utilizaba Dimitrov, sólo servía
para justificarse ante las bases comunistas, por la moderación de la política
del PCE y del PSUC.
En la
concepción política del Partido Comunista, España no estaba todavía madura para
realizar la revolución socialista. Primero era necesario que el país atravesase
otras etapas de revolución y de desarrollo, antes de llegar a plantearse la
opción del socialismo. La Komintern recuperaba la vieja teoría mecanicista de
la "revolución por etapas". Los restos del feudalismo que habían
sobrevivido durante siglos, gracias a la debilidad y al atraso del
capitalismo español, y que se habían integrado perfectamente en
éste, serían utilizados por el PCE-PSUC, para justificar la defensa que hacían
de la etapa democrático burguesa de la revolución.
Dentro de su
armazón ideológico, el PCE-PSUC consideró al reaccionarismo encarnado en la
sublevación militar, (expresión de la desesperación de las clases propietarias
frente al avance del peligro revolucionario, como había pasado en
Alemania e Italia), como la expresión de los últimos coletazos de la
vieja y caduca aristocracia feudal (que por otro lado, hacía tiempo que había
dejado de existir como tal, y se había integrado al sistema económico
capitalista español).
Dentro de la
revolución democrático burguesa, era necesario entregarle la dirección
política del movimiento revolucionario a la burguesía "democrática y
antifascista". Sin embargo, si este mítico sector de las clases
dominantes, tenía que dirigir al movimiento popular, era necesario evitar que
los "excesos" de los trabajadores pudieran asustarlo. Era necesario
sacrificar cualquier conquista revolucionaria que pudiera cuestionar la alianza
"antifascista".
La gravedad
de las contradicciones de la caracterización democrático-burguesa que el
PCE-PSUC hacían de la revolución española, les llevara a enfrentarse con las
más elementales reivindicaciones democráticas que debían llevarse a cabo, bajo
la dirección política de la burguesía. La expropiación de la tierra y su
reparto entre los campesinos sin tierra (la Reforma Agraria que cinco años de República no habían podido llevar a cabo), sin ser una
medida socialista, se estrellaba con los intereses que la misma burguesía tenía
depositados en las grandes propiedades agrarias.
El PCE-PSUC
contraponía a la CNT, al POUM, e incluso a sectores de la Izquierda Socialista, que pretendían ir más lejos, la consigna de República "socialmente
avanzada" y "de nuevo tipo". El proyecto comunista defendía el
protagonismo político del régimen republicano para llevar a cabo las medidas
que debían ir destinadas a cumplir las reivindicaciones históricas de la
población trabajadora. La adopción de estas medidas daría solidez y estabilidad
social al edificio republicano. Sin embargo, la política que debería adoptar la República, tendría un límite muy claro, no pondría en peligro la propiedad privada, ni
cuestionaría los intereses de las clases propietarias. Esa parte debería quedar
relegada al momento en el que el PCE considerase que la etapa democrática
estaba definitivamente agotada. Mientras tanto, cualquier "exceso",
cualquier "radicalismo revolucionario" en el proyecto comunista, era
ultraizquierdismo y hacerle el juego a los sublevados.
Los
planteamientos políticos del PCE-PSUC desconocían varios hechos sociales y
políticos:
1) El feudalismo como sistema social hacía ya un siglo que había dejado de
existir como tal. Sus restos sobrevivían al servicio del atrasado capitalismo
español.
2) Las clases propietarias estaban completamente interrelacionadas entre si,
mediante vínculos de tipo económico, político o familiar. Los terratenientes
agrarios, la vieja aristocracia, los industriales catalanes y los financieros
vascos..., Las clases dominantes se habían unido en un solo bloque, relegando
sus diferencias de intereses, ante el peligro de ser barridas del mapa por la
amenaza revolucionaria. Este había sido uno de los factores que habían
contribuido decisivamente al fracaso del proyecto republicano. Cualquier
reforma contra los restos semifeudales, afectaba inmediatamente a todas las
clases propietarias, incluida la burguesía "democrática" que, desde
la óptica comunista estaba destinada a dirigir la nueva etapa.
Franz
Borkenau ha ironizado la actitud de los militantes comunistas por su empeño en
negar, lo que la realidad cotidiana, en toda la geografía republicana,
demostraba una y otra vez, que la revolución española era una revolución
socialista y no democrático-burguesa, como ellos defendían:
"Realmente, la gente a veces resulta sorprendente, miembros del PSUC
(Partido Socialista Unificado de Catalunya, controlado por los comunistas)
expresan la opinión de que en España no hay en absoluto una revolución, y esos
hombres con quienes sostuve una discusión bastante prolongada no son, cabría
suponer, viejos socialistas catalanes, sino comunistas extranjeros. España,
dicen, se encuentra frente a una situación única: el gobierno lucha contra su
propio ejército. Y eso es todo. Aludí el hecho de que los obreros estaban
armados, de que la administración había caído en manos de los comités
revolucionarios. Si esto no era una revolución , ¿cómo cabía llamarla? me
dijeron que estaba en un error; nada de aquello tenía ninguna significación política,
se trataba simplemente de medidas provisionales, sin trascendencia política
alguna" (256).
La política
del PCE y del PSUC, organizaciones adheridas a una Komintern, completamente
dominada por el estalinismo, obedecía a las directrices políticas que habían
sido marcadas por éste. Esta observación es sumamente importante para
comprender su evolución y desarrollo. El estalinismo, al contrario de lo que
han afirmado la mayor parte de los historiadores, no constituía en si, ninguna
ideología, y mucho menos estaba emparentada con el viejo bolchevismo
revolucionario. Las ideologías políticas representan los intereses de las
clases sociales en las que se encarnan, y en el seno de las cuales, se
desarrollan. El estalinismo no representaba a ninguna clase social, sino que
era tan solo, la total e incondicional sumisión de los partidos comunistas de la III Internacional, a los intereses del grupo dirigente del Kremlin.
El principal
pilar teórico del estalinismo, "el socialismo en un solo país", no
era más que la expresión política de estos intereses nacionales. El estalinismo
sacrificaba a los movimientos obreros de otros países, cuyos intereses
pretendían representar las jóvenes secciones comunistas a un solo objetivo, la
defensa de la URSS, identificada con la aceptación incondicional y
acrítica de sus directrices. Era necesario sacrificarlo todo, incluso hasta
convertirse en un freno a la revolución en el propio país, para defender a la
"patria de los trabajadores", desde donde llegaría, en un
futuro indeterminado, el socialismo y la revolución a todo el mundo. Es bajo
esta orientación, como la revolución española apareció como una
"revolución inoportuna", tal como lo cita Fernando Claudín (257).
"La acción espontánea de las masas trabajadores, sus atentados contra las
propiedades de empresarios y terratenientes, sus intentos de implantar una
economía colectivizada,... todo eso eran, desde la óptica del PCE y la IC (únicos depositarios e intérpretes del <<marxismo leninismo>> y de la ciencia
de las etapas de las revoluciones), actos irresponsables, deformaciones y
entusiasmos que pretendían saltarse las leyes de la historia" (258).
Sólo esta
caracterización explica, como el PCE-PSUC pudo seguir existiendo, como partido
obrero, sin estallar en mil pedazos, víctima de sus propias contradicciones. En
1931, con la instauración de la República, en un período en el que se encontraban en ascenso las ilusiones democráticas de los trabajadores, el PCE, se había
situado en la ultraizquierda del arco político y había proclamado la llegada de
la hora de la revolución. Durante este período había llamado a la formación de
soviets obreros y campesinos. Las organizaciones tradicionales del movimiento
obrero habían sido calificadas como las almas gemelas del fascismo
(socialfascismo, anarcofascismo...).
Durante todo
este período, el PCE no había pasado de ser un pequeño grupo, que no había
jugado ningún papel político importante en la situación política española. En
1934, calificó a las Alianzas Obreras que se estaban desarrollando en
diferentes zonas del país, como organismos contrarrevolucionarios, adversarios
del auténtico Frente Único, lo que no le impidió adherirse posteriormente a
ellas, sin el menor asomo de crítica, en vísperas de la revolución de Octubre.
Los traidores "socialfascistas" se convirtieron rápidamente en los
"hermanos socialistas", y el máximo dirigente de la Izquierda Socialista fue proclamado el gran "Lenin español". Sus antiguos
adversarios, estaban ahora destinados a formar con ellos, el partido dirigente
de la futura revolución española. Los soviets de 1931 habían desaparecido y las
Alianzas Obreras, a los ojos del PCE, debían convertirse en el motor del Frente
Popular, es decir, del organismo que debía reconciliar los intereses,
eternamente contrapuestos, de la burguesía española y los de las clases
populares.
Este rápido
y esquemático balance de la historia del PCE y de sus continuos virajes
políticos, tiene su paralelismo y su origen en los cambios que habían
establecido en su política de alianzas internacionales, Stalin y la camarilla
dirigente de la URSS. La comparación nos llevaría a otra conclusión, a la
que han llegado numerosos historiadores, que la dirección comunista española
era tan solo una caja de resonancia, una correa de transmisión de los intereses
y de la política estaliniana en España.
"Pero los comunistas no eran conservadores. Ni eran tampoco
revolucionarios. Eran lo que en aquel momento le convenía a la URSS que fuesen" (259).
El principal
objetivo de la burocracia estalinista era la supervivencia de la URSS y el mantenimiento de su dominio sobre ella, frente a las amenazas capitalistas. Era
necesario encontrar el punto de equilibrio, aprovechando los antagonismos
existentes entre las diferencias potencias, para conseguir el acuerdo y la
coexistencia con éstas.
A mediados
de 1936, la política del Kremlin se dirigía a conseguir una firme alianza con
Gran Bretaña, una vez conseguida con Francia. Stalin pretendía formar una basta
alianza con las potencias capitalistas democráticas que pudiera servir de muro
de contención a las apetencias expansionistas del eje creado entre la Alemania nazi y la Italia fascista. El Kremlin era consciente de que, cualquier revolución en
España o en cualquier otro país, podía dar al traste con sus planes
diplomáticos.Fernando Claudín cita el análisis de un historiador soviético
Maidanik, que puso en cuestión las tesis oficiales.
"<<Según nuestro punto de vista -escribe en su libro <<El
proletariado español en la guerra nacional revolucionaria>>- los
acontecimientos del 19 de julio fueron el comienzo de una etapa
cualitativamente nueva de la revolución española... Todo esto no encaja en los
marcos de una revolución democrático-burguesa>>. Efectivamente, no
<<encajaba>>. Pero había que hacerlo <<encajar>> para
que la ayuda de la URSS a la república española pudiera <<encajar>>
a su vez con la política exterior soviética. Y el sólido equipo de la IC instalado en España para supervisar la acción del PCE, junto con el no menos sólido equipo
de consejeros militares y políticos soviéticos, se aplicaron con todo celo a
realizar esa dificultosa operación" (260).
Para
evitarlo era necesario demostrar a sus futuros aliados, de que su Alianza no
solo sería un poderoso obstáculo contra los planes de Hitler, sino que también
sería un valioso instrumento para contener el peligro de la revolución social
en otros países.
Por otro
lado, el estallido de la guerra civil española, además de poner en peligro sus
planes políticos, creaba a la diplomacia estalinista una nueva fuente de
complicaciones. El prestigio internacional de la URSS, como "la patria del socialismo" obligaba al Kremlin a intervenir en la
contienda y en el proceso revolucionario español.
La
combinación de los intereses internacionales de la burocracia estalinista de la URSS y sus obligaciones de solidaridad con el movimiento obrero de otros países, sería la
matriz ideológica de donde surgiría la caracterización que hicieron el PCE y el
PSUC de la revolución española, y por consiguiente, también de su política.
"El interés de la URSS y por lo tanto de los comunistas españoles (aunque
solamente sus dirigentes lo comprendían claramente así), podría resumirse en
tres consignas:"
a) "Impedir cualquier medida revolucionaria que alarmara a los aliados de la URSS".
b) "Ayudar a la República con armas (pagadas por adelantado y en oro) para
seguir luchando, pero no las bastantes para vencer".
c) "Utilizar esta ayuda para dar al PCE el predominio político en la zona
republicana, con el fin de que lo empleara en destruir los cambios
revolucionarios" (261).
Los
dirigentes del Partido Comunista repitieron machaconamente en sus mítines y en
la prensa controlada por sus organizaciones, basándose en el atraso histórico
del capitalismo español, sobre la inevitabilidad de la etapa democrática
burguesa y sobre la inviabilidad de que pudiera llevarse a cabo una revolución
socialista.
En el mes de
Enero de 1937, Federico Melchor, dirigente de las JSU, realizaba un
discurso que recogía perfectamente, la metafísica estaliniana aplicada a
la revolución española.
"No estamos haciendo hoy una revolución social, estamos desarrollando una
revolución democrática, y en una revolución democrática, la economía,
producción... no pueden lanzarse a formas socialistas. Si estamos desarrollando
una revolución democrática y decidimos que luchamos por una revolución
democrática, ¿cómo en las formas económicas vamos a pretender adoptar
soluciones de tipo socialista totalitario? (...) Estas deformaciones, estas
corrientes económicas, estos ensayos que en nuestro país se realizan, no se
hacen por casualidad; en el fondo hay toda una educación. Se trata de la
deformación ideológica de un amplio sector del movimiento obrero, que pretende
realizar el desenvolvimiento económico del país sin atemperarse a las etapas
que ese desenvolvimiento económico requiere" (262).
Meses más tarde,
en mayo, en una situación en la que la contrarrevolución republicana avanzaba
con toda claridad, aliada a los comunistas, José Diaz, en una de sus
intervenciones ante el Comité Central del PCE, insistía en las tesis oficiales
de su partido y era mucho más explícito:
"Luchamos por la república democrática, por una república democrática y
parlamentaria de nuevo tipo y de un profundo contenido social. La lucha que se
desarrolla en España, no tiene por objetivo el establecimiento de una República
democrática como puede serlo la de Francia o la de cualquier otro país
capitalista. No, la República democrática por la que luchamos es otra. Nosotros
luchamos para destruir las bases materiales sobre las que se asientan la
reacción y el fascismo, pues sin la destrucción de estas bases, no puede
existir una verdadera democracia política..." (263).
Con esta
política de reconstrucción de la vieja República "democrática y
parlamentaria", el Partido Comunista se convertiría en el adversario más
temible de la revolución de los comités. En la medida en que las Juntas
territoriales, que en mayor o menor grado, también representaban a la
revolución y disputaban su autoridad al gobierno central, el PCE abogó por la
disolución de éstas y por la restauración de las viejas instituciones
republicanas que habían existido antes del estallido del conflicto.
El nudo
corredizo que la política comunista colocaba a la "revolución
inoportuna" no hacía otra cosa que debilitar simultáneamente las defensas
de la República frente al ejército rebelde. Los comunistas hablaban del
enfrentamiento entre el fascismo y la democracia, pero olvidaban que
Hitler y Musolini no representaban al feudalismo alemán o italiano, sino a la
descompuesta y atemorizada burguesía de sus propios países. Sin necesidad
de establecer una identificación completa entre el movimiento nazi o fascista y
el reaccionarismo franquista, el ejército sublevado no hacía otra cosa
que defender los intereses de la aterrorizada burguesía, frente al peligro
revolucionario.
El
capitalismo español, no tenía ningún interés en volver a tentar su suerte con
una nueva y débil República, cuyas consecuencias ya conocía de sobras, sino que
pretendía terminar, de una vez por todas, con el peligro revolucionario. Al
contener a la revolución de los comités, el PCE y el PSUC no debilitaban el
peligro feudal-fascista, que solo existía en su imaginación, sino que
fortalecía a la reacción burguesa que apoyaba, incondicional y
entusiásticamente a Franco. Franz Borkenau, una vez más, nos describe a la
perfección, la táctica y los objetivos políticos, del PCE y del PSUC:
"Los comunistas no se opusieron solamente a la marea de las
socializaciones, sino que se opusieron a casi toda forma de socialización. No se
opusieron solamente a la colectivización de los campitos campesinos, sino que
se opusieron con éxito a toda política determinada de distribución de las
tierras de los grandes latifundistas... No solamente trataron de organizar una
policía activa, sino que mostraron preferencia deliberada por las fuerzas de
policía del antiguo régimen hasta tal punto aborrecidas por las masas. No sólo
quebrantaron el poder de los comités, sino que manifestaron su hostilidad a
toda forma de movimientos de masas, espontáneo, incontrolable. En una palabra,
no obraban con el objetivo de transformar el entusiasmo caótico en entusiasmo
disciplinado, sino con el fin de sustituir la acción de las masas, por una
acción militar y administrativa, disciplinada, para desembarazarse de aquella"
(264).
Los
dirigentes comunistas ponían gran énfasis en que la clase obrera y el
campesinado pobre no debían "excederse" en sus aspiraciones
socializantes. Eso impediría la posibilidad de que las potencias democráticas,
Francia y Gran Bretaña, acabasen apoyando a la República, frente a la intervención italoalemana, y empujaría a la burguesía democrática
española al campo franquista. Sin embargo, tanto las potencias capitalistas
democráticas, como las clases propietarias españolas, no parecían sentir
ninguna confianza hacia los llamamientos a la moderación que hacían los
dirigentes comunistas, convertidos en sus fieles aliados, ni hacia las masas
revolucionarias que seguían haciendo oídos sordos a tales invitaciones.
Los trabajadores,
ellos sí, habían formado sus propios organismos de poder local, demostrando su
desconfianza hacia la revolución democrática, después de seis años de
experiencia republicana, en los que no habían conseguido apenas nada.
Los comités
revolucionarios, surgidos de esta revolución sin dirigentes, habían jugado un
papel fundamental durante los primeros momentos, ante el derrumbe de las
instituciones gubernamentales, evitando el triunfo de los sublevados. Sin
embargo, los comunistas oficiales comprendieron rápidamente que los comités
expresaban un claro desafío contra la autoridad de la República y su proyecto de "revolución democrático-burguesa", y por lo tanto debían
desaparecer lo antes posible de la escena política.
Sin embargo,
el choque entre el PSUC y los comités no fue inmediato, sino que se hizo de
forma paulatina. Las presiones de Comorera sobre Companys, para que después de
las jornadas de julio la Generalitat se enfrentara a los
anarcosindicalistas, cayó en saco roto. El presidente del gobierno autónomo
optaría por una vía más lenta, pero más segura. Lluís Companys era consciente
de que no contaba con ningún cuerpo armado seguro, ante la rápida
descomposición que experimentaban las fuerzas republicanas que todavía le
eran fieles, en contacto con los revolucionarios (265). Durante las
primeras semanas, los comunistas del PSUC defendieron la existencia de los
comités, aunque subordinados políticamente a la autoridad del gobierno de la Generalitat, lo que era lo mismo que privarles de su contenido revolucionario. Los comités
revolucionarios locales, bajo la óptica comunista, debían convertirse en un
apéndice gubernamental, a través del cual se reconstruiría su autoridad y se
llevaría a cabo una política de contención de la marea revolucionaria. En el
proyecto del PSUC, los comités tenían una función contrarrevolucionaria, la de
llenar el vacío de poder creado después de las jornadas de julio, hasta la
reconstrucción del poder republicano.
"Hace falta, por lo tanto, crear por todas partes, estos comités de Frente
Único, ya sea democráticamente elegidos en asambleas de fábrica o locales y de
barriada, o creando comités de representación proporcional, con el máximo de
sinceridad y apartando de todos nosotros, toda clase de reservas
mentales".
"Y el ligamen necesario entre estos comités constituidos en Barcelona en
federación, igual que en toda Catalunya, con el gobierno de la Generalitat, llevaría a Catalunya a una etapa del nuevo orden garantizado en la concordia
entre las fuerzas verdaderamente populares, haciendo de Catalunya una tierra
libre, de convivencia basada en el trabajo" (266).
La posición
del PSUC fue evolucionando con el tiempo, hasta adoptar una postura de decidida
hostilidad. Los comités, se fueron revelando como organismos
completamente opuestos a la moderada política del Frente Popular y del gobierno
de la Generalitat. Lejos de someterse a su autoridad, ésta desaparecía
ante el poder omnipresente de los comités en las localidades donde éstos habían
sido creados. Sin llegar a convertirse en un auténtico Estado obrero, los
comités se comportaban en la práctica como tales. A partir de esta experiencia,
el PSUC buscó su supresión definitiva.
"El comité ha sido una especie de poder confuso, tenebroso, impalpable,
sin funciones determinantes, ni autoridad expresa, pero que ejerce con
dictadura implacable, un poder indisputado, como un verdadero gobierno"
(267).
En contraste
con la UGT estatal, que estaba en manos de los socialistas de
izquierda, y que veían con simpatía el movimiento de las colectivizaciones, la
central sindical ugetista en Catalunya, controlada por el PSUC, las rechazó de
lleno. La UGT catalana propuso, frente a las colectivizaciones y expropiaciones
que se estaban llevando a cabo en la industria, en el comercio y en los
servicios, la nacionalización de las empresas abandonadas por sus antiguos
propietarios, el control obrero sobre la gran industria, y el respeto a las
pequeñas y medianas empresas.
El PSUC,
como el resto de las organizaciones obreras, también sufrió el efecto de la
inadecuación de su programa a las nuevas circunstancias y mantuvo, a menudo,
posiciones improvisadas y contradictorias. La organización
comunista catalana, al igual que el PCE, no contaba con un programa
adecuado para enfrentarse a la nueva situación revolucionaria. Con frecuencia,
sus llamamientos a la nacionalización de la gran industria y de las propiedades
de los partidarios de la sublevación, no pasaron de ser generalizaciones, que
habían sido copiadas de las defendidas por otras organizaciones
socialistas y comunistas en otros países (268). Durante las primeras semanas,
sus propios militantes, muchos de ellos procedentes del anarcosindicalismo,
llevaron a cabo iniciativas que en la práctica nada se diferenciaban de las
impulsadas por los libertarios.
El PCE y el
PSUC utilizaron en sus campañas, los graves defectos de las colectivizaciones
para denigrarlas y desprestigiarlas ante la población, un paso previo y
necesario, para exigir posteriormente su nacionalización. El enfrentamiento en
los primeros meses era imposible, debido a la gran fuerza desarrollada por el
movimiento colectivizador. Era necesario preparar antes, el camino.
"...se dice con ligereza, que estamos colectivizando las industrias,
cuando lo que se hace es un cambio de propietarios.
Lo que se hace ahora en las industrias es orientarlas hacia un sistema
cooperativo de trabajo, con el agravante de que con el sistema colectivizador,
cuando hay beneficios, van a cuenta de los trabajadores propietarios de la
empresa únicamente y cuando hay pérdidas corren a la Generalitat para que pague los salarios..." (269).
Los
comunistas hacían una crítica correcta de los errores que estaba cometiendo, en
muchos centros de trabajo, el movimiento colectivista, fruto de la
improvisación y de la falta de un programa económico revolucionario. Sin
embargo, la alternativa defendida por el PSUC, no era la superación de
estos errores, desde una perspectiva de consolidación de la revolución,
sino la supeditación de las colectivizaciones al control del gobierno de la Generalitat. La campaña fue adoptando progresivamente tonos cada vez más virulento. El PSUC
aprovechaba la "lentitud" con la que se estaba construía la nueva
economía colectivista catalana, consecuencia de los errores de la CNT, de la improvisación y de la falta de criterios claros para reclamar el
control de la economía bajo un gobierno fuerte, de la Generalitat.
Los comunistas,
por lo tanto, no se oponían a las colectivizaciones, al fin y al cabo habían
sido necesarias en los primeros momentos de la guerra. El PSUC y el resto de
las organizaciones del Frente Popular no podían oponerse a ellas, por la
sencilla razón de que comprendían que era necesario un nuevo
instrumento que debía hacer funcionar las empresas y convertirse en el motor de
la nueva economía, después de la desbandada de los antiguos propietarios.
El problema, por lo tanto, no lo constituían los comités, ni las
colectivizaciones, sino la independencia que mantenían estos organismos, con
respecto a la autoridad del gobierno y de las organizaciones del Frente Popular
que lo apoyaban:
"Este papel de palancas de la economía, en estos momentos difíciles de la
guerra, han de ejercerlos los comités de fábrica, creados a base de la UGT y de la CNT, representando la proporcionalidad del número de sus afiliados..."
(270).
Los
dirigentes del PSUC comprendieron que su oposición y la del Frente Popular, no
habría significado, en aquellos momentos, ningún obstáculo real ante el
poderoso movimiento revolucionario que se extendía por todas partes. La táctica
a seguir tenía que ser paulatina. Primero era necesario aislar a los comités y
a las colectivizaciones de su entorno social. Controlarlos, poco a poco,
mediante el chantaje económico, convirtiéndolos cada vez más en un apéndice
gestor del Estado, hasta que las circunstancias (el final de la guerra, el
triunfo de la República...) permitieran devolver las propiedades a sus
antiguos dueños, como previo pago a la reconciliación y a la puesta en marcha,
de nuevo, del proyecto republicano burgués.
El conflicto
principal consistía, por lo tanto, en quién debía controlar a las
colectivizaciones: el gobierno republicano del Frente Popular, a quién el PSUC
apoyaba decididamente, o los comités y los sectores izquierdistas que
pretendían ir mucho más lejos, una vez estuviera aplastada la sublevación
militar.
La propuesta
era la nacionalización de las colectividades, el control obrero y la dirección
del gobierno republicano sobre éstas. El PCE-PSUC pretendían que las
expropiaciones estuvieran limitadas a las propiedades de los que habían apoyado
la sublevación. Se oponían a que éstas se extendieran al resto, en nombre de
los acuerdos del Frente Popular, y que consideraban indispensable para poder
alcanzar la victoria sobre los sublevados.
"Hay que vigilar, pero ahora más que nunca, no se puede ser voluble, ni
dejarse enternecer por las palabras de los burgueses, tan diferentes de los que
pronunciaban anteriormente al histórico día 19, hace falta proceder sin
miramientos de ninguna clase, conviene nombrar comisiones de control, no
solamente en los talleres y fábricas que tengan más de 50 obreros, como ahora
se pretende, y como ya había dispuesto siendo ministro de trabajo, el compañero
Largo Caballero, sino también dentro de aquellos en los cuales, por sus
características no es posible en estos momentos calcular el número de obreros
que tienen para poder formar comisiones de control..." (271).
Los comités
de control cumplían, en el proyecto del PSUC, dos funciones. Por un lado se
convertían en el mecanismo de seguridad que evitaría la posibilidad de que los
patronos pudieran sentirse tentados de sabotear la producción, o que
transfirieran sus capitales al extranjero. Por el otro, se pretendía calmar la
ola de incautaciones, por medio de una vieja consigna del movimiento, que ya
había sido superada por la realidad y por la conciencia de los mismos
trabajadores.
En la
cuestión agraria, el Partido Comunista apoyó decididamente la nacionalización
de las propiedades de los sublevados, su parcelación en pequeñas
propiedades individuales y su entrega a los campesinos en forma de usufructo
permanente. Desde los inicios de la guerra y frente al fenómeno colectivizador,
los comunistas oficiales defendieron la fundación de cooperativas campesinas.
La actitud
del PCE fue decididamente anticolectivista, en su política de defensa de
las clases medias, frente a las continuadas incautaciones llevadas a cabo por
los militantes de la CNT, y en menos medida de la UGT. Esto les permitió implantarse en algunas áreas donde predominaba la pequeña y mediana
propiedad. En Levante, el PCE formó la Federación Campesina, que llegaría a agrupar a unos 50.000 afiliados (272) y que fue
criticado tanto por la CNT, como por la UGT, por esconder entre sus filas a
conocidos elementos derechistas que se habían destacado en el período precedente.
"El Partido Comunista -se quejaba un socialista- se dedica a recoger en
los pueblos los peores residuos del antiguo Partido Autonomista, que además de
ser reaccionarios eran inmorales, y organiza con ellos una nueva sindical
campesina, a base de prometer a los pequeños propietarios la propiedad de sus
tierras" (273).
El PSUC y el
PCE hicieron una firme defensa de los pequeños y medianos propietarios
campesinos. Defendieron la posibilidad de que éstos pudieran comerciar
libremente sus excedentes agrícolas, sin las limitaciones impuestas y sin la
obligación de entregarlos a los organismos sindicales locales, para su
posterior distribución. Se reivindicó también que el campesinado pudiera poseer
propiedades mayores que las que pudiera explotar la unidad familiar, o lo que
es lo mismo, que pudieran contratar mano de obra asalariada, para
trabajar en aquellas tierras que no pudieran hacerlo por si mismos.
El 23 de
Enero de 1937, se reunió el congreso de la organización campesina de
trabajadores de la tierra, afiliada a la UGT catalana. El acto se realizó bajo
el lema "¡Menos experimentos colectivistas y más productos!" (274).
El sindicato se opuso decididamente a las colectividades. No por una
cuestión de principios, sino de oportunidad. La teoría etapista de la
revolución, adoptada por el comunismo estalinista para justificar
ideológicamente, su defensa de la República, no permitía experimentos revolucionarios de este tipo.
Los
comunistas no dejaron de criticar las colectivizaciones forzosas que
protagonizaron algunos sectores anarcosindicalistas. En su política agraria, el
PSUC aceptó la existencia de colectividades voluntarias, bajo la forma de
cooperativas de producción. Sin embargo, en la práctica el PCE y el PSUC
pusieron toda clase de dificultades a la existencias de éstas, promoviendo en
contrapartida, la explotación individualizada de la tierra, mucho más acorde,
en sus planteamientos, con la etapa democrático-burguesa que atravesaba la
revolución española. La actitud militante anticolectivista del PCE provocó la
acusación de Horacio Prieto, secretario del Comité Nacional de la CNT de:
"ir a las zonas donde la CNT y la UGT habían establecido granjas
colectivas por acuerdo mutuo y de <<atizar la pasión egoísta de cada ser
humano, por prometerles ventajas personales a los trabajadores y por excitarles
al reparto de una tierra que ya están trabajando en colectividad>>"
(275).
Como las
colectivizaciones eran un hecho inevitable, debido a la poderosa fuerza
del movimiento revolucionario, el PSUC se mostró partidario de incrementar la
centralización de éstas y la intervención técnica, pero cuidándose, por lo
menos durante los primeros meses, de no exigir la disminución de su autonomía.
El PSUC estaba adoptando la táctica de apoderarse progresivamente del poder
político, ante la actitud vacilante de ERC frente a los anarcosindicalistas.
Los resortes del poder político de la Generalitat serían utilizados eficazmente para presionar a las colectivizaciones, e ir desposeyéndolas paulatinamente de
sus características fundamentales de control y gestión obrera.
De la misma
forma que el PCE a nivel estatal, el PSUC, aprovechando los errores que había
cometido el anarcosindicalismo con respecto a sus relaciones con la pequeña
burguesía catalana, se convirtió en el más firme defensor de los intereses de
ésta, desplazando a ERC, que había quedado completamente desarticulada
después de las jornadas de Julio. Resulta revelador el trasvase de numerosos
militantes del partido catalanista hacia el PSUC. La entrada de
importantes sectores de las atemorizadas clases medias en la UGT y en el nuevo Partido Comunista catalán se vió acelerada por los decretos, que por
iniciativa de la CNT, planteaba la sindicalización obligatoria.
En el mes de
Noviembre de 1936, el número de afiliados a la UGT en Catalunya, si creemos en las estadísticas y en las cifras interesadas, entregadas por las
organizaciones, eran de unos 350.000 afiliados y superaba levemente a los del
sindicato anarcosindicalista. Tan solo cuatro meses antes, en vísperas de
la guerra, la afiliación ugetista era de apenas unos 20.000 afiliados y solo
representaba una décima parte de los que integraban la CNT. El PSUC, nacido precipitadamente, poco después de las jornadas de julio, con una
militancia insignificante, contaba ya, en esos momentos con 50.000
miembros (276).
Franz
Borkenau analiza las causas del fortalecimiento comunista y, en consecuencia,
del debilitamiento de la CNT, en el seno de la pequeña burguesía urbana y
campesina. El equilibrio conseguido después de las jornadas de Julio fue
roto por los excesos y el terror indiscriminado con el que algunos sectores
anarcosindicalistas, golpearon a las clases medias, durante los primeros meses.
El resultado fue la creciente hostilidad de la pequeña burguesía hacia la
revolución, factor que sería posteriormente capitalizado por las
organizaciones políticas que demostraron ser más eficaces en la defensa de sus
intereses. ERC había desaparecido prácticamente de la vida política de muchas
poblaciones, y su militancia carecía de la infraestructura y de un proyecto
político coherente, con el que enfrentarse a los cenetistas. Elementos que sí
tenía el PSUC.
Otro de los
factores que cita Franz Borkenau, además del terror, fue la negativa del
anarcosindicalismo a darle al campesinado, una legislación que le asegurara el
disfrute de la propiedad recién adquirida (277).
Resulta
significativa la composición social de aluvión de las clases medias que pedían
el ingreso en la UGT y el PSUC. La nueva militancia, muchos de ellos tenderos,
comerciantes, oficinistas, empleados o funcionarios, buscaban un carnet que les
diera seguridad en el nuevo orden de cosas. La CNT había menospreciado la importancia política de la pequeña burguesía, y los excesos en la represión,
cometidos por los sectores más exaltados del movimiento revolucionario, la
habían atemorizado. En Catalunya, el PSUC consiguió organizar a cerca de 18.000
comerciantes, artesanos y pequeños industriales en la Federación Catalana de Gremios y Entidades de Pequeños Comerciantes (GEPCI), adherida a la UGT después de los decretos que obligaron a todas las organizaciones a integrarse en uno de
los dos grandes sindicatos. En el GEPCI se integrarían también, en busca de
protección, pequeños empresarios conocidos por las posiciones
antiobreristas que habían defendido, antes de la revolución.
3.11.3 EL ANARCOSINDICALISMO.
Las primeras
proclamas de la CNT no se refirieron para nada, a las incautaciones que estaban
llevando a cabo los trabajadores. La huelga que había convocado la CNT, pretendía detener la sublevación militar. La movilización no iba dirigida contra las
autoridades de la República. Los cuadros dirigentes estaban completamente
convencidos de que la hora de la revolución todavía no había llegado y de que,
tras las sangrientas jornadas de Julio, tras la derrota del intento de golpe de
estado, todo terminaría con la restauración del orden republicano.
La CNT se encontró, pocos días después de la sublevación, con una revolución política y social
que se estaba desarrollando vertiginosamente en todo el estado. Una
revolución con la que los dirigentes cenetistas no habían contado y que les
había sorprendido totalmente, tanto por su espontaneidad, como por el alcance y
profundidad de los objetivos alcanzados.
Federica
Montseny, la misma que se había opuesto, en nombre de los principios
libertarios, a que la CNT tomara el poder en Catalunya, para poder extender la
revolución al resto del estado, declaró en un mitin en el Teatro Olimpia, a
principios del mes de agosto y ante una multitud de 80.000 personas:
"...Se nos obliga a ir más adelante de lo que nosotros proponíamos, por el
abandono de gran número de industrias necesarias para la reconstrucción
económica de la revolución" (278).
Era la misma
revolución, la que estaban protagonizando las bases de la CNT, la que tiraba por la borda todo el viejo ropaje ideológico libertario. Los dirigentes de
la CNT mostraban una imagen patética, en contraste con el bullicio y la
energía que demostraban los trabajadores. La revolución "les
obligaba" a ir mucho más lejos de donde se "proponían" llegar.
Les "obligaba" a abandonar su tradicional oposición al poder
establecido, y los colocaba ante el reto de su conquista. El choque entre los
dirigentes cenetistas, desconcertados, llamando a la moderación a sus
propias bases, que estaban dispuestas a llevar a la
revolución, con todas sus consecuencias, hasta el final se iría agrandando cada
vez más. El desconcierto de los dirigentes cenetistas fue adivinado por
el, en la práctica, derrocado presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y con posterioridad, también astutamente utilizado para la
recuperación de su poder:
"Mi tarea es la de encauzar estas responsabilidades por el camino justo, y
espero que las masas anarquistas no se opondrán al buen sentido de sus
jefes" (279).
Los buenos deseos
de Companys ocultaban su desesperada necesidad de ganar tiempo, para reagrupar
a sus dispersadas fuerzas y al Front d'Esquerres de Catalunya. La negativa de
los líderes anarcosindicalistas a tomar el poder en sus manos, era un
respiro que Companys y los partidarios del orden republicano, estaban
dispuestos a aprovechar.
Los cuadros
dirigentes de la CNT, desconcertados por aquella inesperada realidad, al tener
el poder al alcance de sus manos, tuvieron que improvisar una decisión política,
que ellos presentían, pronto iba a tener importantes repercusiones.
"Ante ella se abrían tres posibilidades como resultado de las jornadas de
julio: tratar de realizar las ideas anarquistas sobre la abolición inmediata y
definitiva de todo Estado, redondear formalmente la destrucción sufrida de
hecho por el Estado capitalista, estructurando los elementos del Estado
proletario espontáneamente surgidos, o finalmente impedir los progresos de éste
último y revigorizar el Estado capitalista prestándole colaboración. La
dirección anarquista emprendió este tercer camino. El primero que era el suyo,
mil veces alabado en cantos líricos, y el segundo, el del marxismo
revolucionario, ni siquiera los intentó" (280).
La abolición
del Estado les parecía a los dirigentes libertarios, en aquellos momentos, ante
la amenaza de la sublevación militar, frente al peligro de intervención
extranjera y con la oposición de las organizaciones del Frente Popular,
completamente utópica. Por otro lado, rechazaban la alternativa de la toma del
poder, idea que les repelía porque entraba en conflicto directo con sus viejas
tradiciones antiestatalistas y por temor a que el aislamiento nacional e
internacional, precipitara la derrota.
La dirección
de la CNT, confiada en su fuerza, adoptó finalmente una actitud posibilista,
sin reparar en las consecuencias que iba a tener para el movimiento libertario,
en el futuro inmediato.
Algunos
dirigentes que participaron en la histórica decisión de la CNT, de renunciar al poder que los trabajadores, vencedores de las jornadas de Julio, les
entregaban, pretendieron justificarla, derivando la responsabilidad a factores
externos:
"El movimiento libertario se decidió por el único camino que la
indiferencia, la inhibición del proletariado internacional le deparaba. Su
revolución quiere decir adaptación a las propias posibilidades" (281).
En cualquier
caso, la argumentación a posteriori, que da Juan García Oliver,
pretendiendo acusar a la "indiferencia" internacional, de los errores
del anarcosindicalismo español se vuelve en su contra. La renuncia al poder de la CNT, se decidió en los primeros momentos del conflicto, donde de la actitud del
"proletariado internacional" poco o nada se podía saber. El mismo
García Oliver, autor de estos argumentos, defendió, en aquella situación, la
adopción de una actitud completamente contraria a la que tomó el plenario
decisorio, y que él ha pretendido justificar.
Mucho más
significativa y honesta nos parece en cambio, la confesión de José Peirats, al
aceptar que:
"En el caso que nos ocupa, pensamos que hubo demasiada prisa en resolver
la cuestión del poder, apuro que impidió ver <<la profundidad de la
revolución>>..." (282).
José Peirats
no hizo otra cosa que reconocer, que la decisión errónea que había adoptado el
anarcosindicalismo español, había sido dictada por la profunda
desorientación en la que se encontraban sumidos los cuadros dirigentes y que
fueron responsables de la histórica decisión. Los acontecimientos se estaban
desarrollando a gran velocidad, desconcertando y superando las expectativas que
tenían los organismos decisorios de la CNT. El anarcosindicalismo que siempre había rechazado el poder, se encontraba en aquellos momentos, incapacitado
para apoderarse de él. Al fin y cabo, no era suficiente con tomarlo, también
era necesario saber qué había que hacer después con él. Federica
Montseny, una de los principales protagonistas y defensora de la postura
mayoritaria en la asamblea decisoria describió a la perfección el clima de
perplejidad y desconcierto que reinaba en aquellos momentos decisivos, en el
seno de la CNT y de la FAI:
"...No pasó por la imaginación de nadie, ni aún de García Oliver, el más
bolchevique de todos, la idea de la toma del poder revolucionario. Fue después
-agrega Federica-, cuando se vio la amplitud del movimiento y de las
iniciativas populares cuando empezó a discutirse si se podía o si se debía, o
no, ir a por el todo" (283).
La actitud
de la CNT frente a la situación de dualidad de poderes fue la de la espera.
Esperar a que final victorioso de la guerra, fuera el comienzo de la segunda
etapa de su revolución libertaria. Mientras tanto, lo importante era
consolidar y organizar las conquistas revolucionarias en los centros de
trabajo, en las fábricas y talleres colectivizados, en las comunas agrarias...
La idea de los cuadros dirigentes anarcosindicalistas era la de avanzar
lo más lejos posible para que, cuando la amenaza de los sublevados se hubiera
esfumado, las condiciones revolucionarias fueran completamente irreversibles.
Víctima de sus prejuicios antiestatalistas, el anarcosindicalismo se
atrincheraba en el terreno económico, despreciando y dejando en manos de sus
adversarios, el campo político y gubernamental.
Sin embargo,
la renuncia al poder, obligaba a la CNT a coexistir y a aceptar la existencia
del maltrecho gobierno de la Generalitat y del gobierno de Madrid. El
"ingenuo" argumento de los dirigentes libertarios era utilizar a las
autoridades gubernamentales, desprovistas de sus armas, la policía y el
ejército, a modo de tapadera legal de la revolución, frente a las potencias
europeas.
La
justificación de los responsables de esta decisión era tanto más
"ingenua", por diferentes motivos. Francia y Gran Bretaña conocían
perfectamente la naturaleza de los acontecimientos que se estaban desarrollando
en toda la zona republicana y porque con esta argumentación no podían
ocultar que su adaptación al poder tambaleante de la República, se debía a otras razones, su temor a apoderarse de un poder, con el que no sabían
que hacer.
"Rabassaire cita textualmente lo siguiente: un amigo anarquista que ha
leído nuestro manuscrito, ha querido precisar su pensamiento y aquí reproduzco
sus palabras: el movimiento revolucionario solo, no es capaz de llevar hacia
adelante la guerra. Él se sirve del Estado, que es capaz de llevar adelante la
guerra. Él se sirve del Estado, que es un órgano ejecutivo, y a esto lo llamamos
fiscalización".
Los comités
deciden, el Estado legaliza y ejecuta, en una palabra, es un instrumento
técnico. Queremos seguir en la legalidad, y conservar el Estado, sobre todo
frente al extranjero y las clases no revolucionarias" (284).
La actitud
libertaria reflejaba una ignorancia descomunal del poder y de las dinámicas
revolucionarias. Los cuadros cenetistas sobrevaloraban gravemente su
fuerza, convencidos de que su influencia, acentuada después de las jornadas de
julio, les permitiría congelar la revolución en las mejores condiciones
posibles, hasta después de la guerra. Los dirigentes libertarios no
quisieron tener en cuenta las conclusiones, recogidas por Marx, sobre la
experiencia de la Comuna de París, sobre la trampa mortal que había significado
para el proletariado revolucionario parisino, creer que la revolución podía
limitarse a sustituir a los dirigentes del antiguo régimen. La revolución, solo
podía triunfar, destruyendo totalmente el viejo aparato de Estado y
sustituyéndolo por sus propios organismos de poder, que ella había creado.
"La Comuna ha demostrado, sobre todo, que la <<la clase obrera no
puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en
marcha para sus propios fines>>..." (285).
La
incapacidad del anarcosindicalismo para desarrollar su propio proyecto de
revolución libertaria, como su renuncia a construir un pseudoestado que
encarnara el poder revolucionario de los dispersos comités, les llevó, meses
después, a adaptarse al viejo aparato estatal republicano. La ingenuidad de los
libertarios al creer que ellos, apoyándose en el movimiento
revolucionario, podrían utilizar al estado, en beneficio de la revolución iban
a tener consecuencias trágicas. En la actitud de "colaboración
democrática" que había adoptado la CNT en aquellos momentos decisivos, se
encerraba la perspectiva posterior que desarrollaría el anarcosindicalismo, y
que lo llevaría a su integración en el mismo aparato de estado, que en aquellos
momentos se negaba a destruir.
"En esta entrevista histórica fueron establecidas las bases de la
colaboración democrática. Pero la CNT no podía aceptar todavía su incorporación
pura y simple al gobierno autónomo. Pesaban aún sobre ella las tradiciones
antiestatales y además se sentía fuerte para imponer una fórmula intermedia a
sus colaboradores" (286).
Ignacio
Iglesias, dirigente del POUM asturiano, definió perfectamente la actitud
de la CNT catalana como "complejo de superioridad":
"Habiendo demostrado su fuerza en las calles, creía que podía hacer lo que
le diera la gana, incluyendo seguirles la corriente a sus oponentes políticos.
No se daba cuenta de que los papeles estaban trastrocados: en última instancia,
sin poder político no gozaría de poder ni en las fábricas, ni en las
calles" (287).
Los
adversarios de la CNT y de los comités no perdieron el tiempo. Aprovecharon los
errores y las concesiones que los anarcosindicalistas se veían obligados a
hacer para mantener la "unidad antifascista" y la coexistencia con el
aparato de estado republicano, para ir recuperando terreno
paulatinamente, a medida que éstos, presos de su compromisos, retrocedían
desconcertados. Cuando los dirigentes de la CNT se dieron cuenta de que la situación evolucionaba en contra de sus previsiones y de sus planes, advirtieron,
amenazaron, se retiraron de los gobiernos en los que estaban participando, pero
serían incapaces de reconducir una situación revolucionaria que decaía y se les
escapaba de las manos.
"Debido a nuestra concepción originaria. Desde el momento en que Companys
ofreció el poder a la CNT y ésta lo rechazó, la posición de la CNT se hizo trágica. Companys era un político más listo que cualquiera de nosotros. A
sabiendas de que no podíamos hacer nuestra revolución total, aceptamos un
compromiso y a partir de entonces, cada uno de los partidos políticos se sintió
capaz de maniobrar y conspirar contra nosotros". (288).
La
impotencia de la CNT, después de su renuncia a apoderarse del poder, implicaba
también la imposibilidad de seguir desarrollando la revolución. La decadencia
de ésta, pocos meses después, provocaría la aparición, en el seno de la central
anarcosindicalista, de una profunda crisis que se manifestaría en la creciente
separación entre los sectores colaboracionistas y los que se oponían a
cualquier pacto que sacrificase las conquistas sociales conseguidas con la
revolución.
Existieron
importantes sectores que iniciaron la revisión de sus concepciones tradicionales
sobre el poder, la política y el Estado. Existía la conciencia, en muchos
militantes libertarios, de que la revolución se les estaba escapando de las
manos en favor de los comunistas oficiales y de las organizaciones más
derechistas del Frente Popular. Esta revisión de los principios libertarios
adoptó diversas formas. Mientras uno tendían hacia la idea de que era necesario
tomar el poder y recuperar la iniciativa perdida, otros consideraron que el
único camino que podía seguir la CNT en aquellos momentos, era la resistencia y
la colaboración con las instituciones republicanas, mientras persistiera la
amenaza del ejército franquista.
Sin embargo,
la oposición en el seno del anarcosindicalismo no sería homogénea. Un sector se
orientó hacia el retorno a los principios tradicionales que su organización
había defendido antes de la guerra, acusando al colaboracionismo de la
dirección, de ser la fuente de todos los males que amenazaban a la revolución
de Julio. Otro sector reflejó la influencia de algunos sectores marxistas,
partidarios de la revolución, y que habían mantenido posiciones políticas
mucho más definidas que su organización. "Los amigos de Durruti"
fueron acusados por la dirección cenetista de estar infiltrados por el POUM y por
los trotskistas.
La Federación libertaria del Baix Llobregat, exigió el final del colaboracionismo y que la
dirección de la CNT se reorientara con respecto a la toma del poder, con la
creación de un organismo revolucionario, no gubernamental, que se apoyara en
los comités locales que existían por doquier. También se mostraron partidarios
de aumentar la disciplina y la organización militar de las milicias
revolucionarias, pero manteniendo siempre sus características revolucionarias,
frente a las voces, cada vez más frecuentes, que exigían la reconstrucción del
viejo ejército, bajo el nombre eufemístico de "Ejército Popular".
Las
acusaciones que en ocasiones recibió la oposición izquierdista del
anarcosindicalismo de infiltración marxista, es a todas luces injusta e
injustificada. Sin embargo reflejaba el creciente descontento de importantes
sectores de la militancia, que empezaba a cuestionarse el rumbo que había
adoptado la dirección. Muchas de las viejas tradiciones libertarias habían
quedado completamente quebradas, bajo el impacto de los acontecimientos
revolucionarios y de la guerra. La práctica estaba demostrando a muchos
militantes cenetistas que algunas de sus viejas concepciones ya no servían para
nada. Que las milicias necesitaban una mayor organización y disciplina, si
querían vencer a los facciosos. Que era necesario socializar, centralizar y
planificar la actividad económica de las colectivizaciones sino querían que
éstas acabasen hundiéndose, presas de sus particularismos y
contradicciones, regenerando al viejo sistema capitalista. Y lo que era más
importante, que sus adversarios en el bando republicano, estaban aprovechando
los resortes del poder, que ellos habían despreciado, para consolidarse y hacer
retroceder a la revolución.
La crítica
fue, frecuentemente, canalizada a través de la prensa menor del sindicato y por
la aparición de nuevos grupos de afinidad, como "Los amigos de
Durruti" y su periódico "El amigo del Pueblo",
"Ideas", el órgano de prensa de la federación del Baix Llobregat, o
"Acracia", perteneciente a la CNT de Lérida.
Sin embargo,
no es posible hablar de verdaderas corrientes organizadas en seno de la CNT, como era el caso de las fracciones en las que se encontraba escindido el Partido
Socialista.
Para
comprender el creciente divorcio entre los cuadros dirigentes de la CNT, partidarios de la "unidad antifascista" con el gobierno y el Frente Popular, y
los sectores críticos, mucho más radicalizados e intransigentes, hay que tener
en cuenta las dificultades que implicaba, la guerra civil, en el
funcionamiento sindical. Las decisiones "políticas" que adoptó la CNT fueron tomadas, no por las bases, mediante asambleas decisorias, sino por los organismos
dirigentes del sindicato, por sus comités nacionales y regionales. El
progresivo retroceso al que se vieron empujados por sus adversarios, en plena
situación de dualidad de poderes, originó entre los sectores críticos un
creciente malestar por el curso que iban tomando los acontecimientos,
bendecido por la política colaboracionista que seguían manteniendo los órganos
dirigentes.
El desconcierto de la CNT frente al giro revolucionario que había tomado la
respuesta a la sublevación militar, estuvo acompañado de una profunda
incomprensión hacia los organismos populares que habían surgido de él.
Los organismos surgidos al calor de la revolución de Julio, no formaban parte
del esquema libertario que había sido debatido en el Congreso de Zaragoza. Walther
Bernecker los considera como una manifestación de tipo consejista, surgida del
espontaneísmo y del caos existente durante los primeros días de la revolución
(289). Otros historiadores, como Pierre Broué y Émile Temine, los han
catalogado como formas presoviéticas, o soviéticas, que reflejaban la
profunda desconfianza hacia las viejas formas del poder republicano
burgués y los deseos de liberación de los trabajadores (290). Podríamos
encontrar numerosas definiciones, más o menos parecidas, sobre la naturaleza
revolucionaria de estos organismos.
Los
dirigentes de la CNT, aferrados a sus viejas ideas antiestatalistas, desarmados
ideológicamente para comprender la complejidad de la revolución, atados de pies
y manos por sus compromisos con sus circunstanciales aliados, fueron incapaces
de comprender el significado de estos organismos, auténticos embriones de
un nuevo estado obrero, que había surgido al margen de la voluntad de los
partidos y sindicatos.
Los cuadros libertarios aceptaron la importancia que habían tenido estos
organismos en los primeros momentos, enfrentándose y deteniendo la sublevación.
Los comités-gobierno locales, fueron considerados como organismos
"provisionales", que tenían que dejar paso a los verdaderos
"órganos que han partido del pueblo", los sindicatos.
El
anarcosindicalismo defendió la existencia de los comités frente a los que
clamaban por su rápida disolución. Los dirigentes cenetistas comprendían que su
existencia y desarrollo estaban inexorablemente ligados a la misma revolución.
Sin embargo, el rechazo de su esencia más revolucionaria: el embrión del nuevo
estado obrero, que debía consolidarse a través de la liquidación de los restos
del poder republicano, permitiría que, meses después, en pleno proceso de
integración de la CNT en el aparato de estado republicano, aceptaran su
disolución y sustitución por los nuevos ayuntamientos. Si se les negaba el
carácter de cauce natural de expresión de la voluntad revolucionaria de la
población trabajadora, porque esta función correspondía a los sindicatos, su
liquidación y sustitución, mientras los libertarios siguieran siendo
mayoritarios (en Catalunya, Aragón y en parte de Levante), era poco más que un
simple cambio de nombre.
"Los comités... -declaraba CNT, el principal periódico libertario de
Madrid- son órganos creados por el pueblo, para oponerse a la insurrección
fascista... Sin estos comités, que reemplazaron a las administraciones
municipales y provinciales, así como a otros muchos órganos de la democracia
burguesa, hubiera sido imposible resistir al fascismo. Son comités
revolucionarios creados por el pueblo para hacer la revolución... Con esto no
queremos significar que España ha de dividirse en cientos de comités
desparramados. Deseamos que la reconstrucción de la sociedad española... se
base en los órganos que han partido del pueblo, y nos gustaría que trabajaran
de acuerdo unos con otros. Nuestra primera intención al defenderlos es impedir
el resurgimiento de esos órganos y normas burgueses que naufragaron tan
lastimosamente el 19 de julio" (291).
Si los
comités revolucionarios eran meros organismos provisionales que tenían que
desaparecer, tarde o temprano, era innecesario democratizarlos, convertirlos en
la verdadera expresión de los trabajadores, mediante la elección democrática de
sus miembros. Tampoco era necesario agruparlos y organizarlos, creando
estructuras piramidales de poder, de abajo a arriba. Dicho de otro modo, el
anarcosindicalismo, al negar la necesidad de organizaciones de tipo soviético
en la revolución española, aunque acabaran defendiendo a los comités de sus
adversarios más impacientes, los condenaba al no desarrollo, y por lo tanto a
su decadencia y extinción. La defensa de los comités-gobierno, negando
simultáneamente, los aspectos más revolucionarios de éstos, tal como hacía la CNT, era un posición política que, con sus matices, fue compartida por los sectores más
radicales de la Izquierda Socialista y también por el POUM.
"De una Revolución que, a diferencia de la rusa, no tuvo necesidad de
crear enteramente sus órganos de poder: la elección de soviets resultaba
superflua, debido a la omnipresencia de la organización anarcosindicalista, de
la cual surgían los diversos comités de base. En Catalunya, la CNT y su minoría consciente, la FAI, eran más poderosas que las autoridades, transformadas en
simples espectros" (292).
Los
dirigentes anarcosindicalistas olvidaban que los sindicatos, en el mejor de los
casos, solo agrupaban a la parte más combativa y avanzada del movimiento obrero
y del campesinado sin tierra. Los sindicatos anarcosindicalistas y socialistas,
no constituían el cauce de expresión política de un vasto sector de los
trabajadores que, con la revolución de julio, acababan de iniciar su entrada en
la arena política. La negativa a desarrollar y democratizar los comités,
dejaba a un importante sector de la población, sin canales para poder expresar
sus intereses.
El
funcionamiento de la democracia directa, en el seno de las estructuras
sindicales, dejaban mucho que desear. La burocratización de unos organismos,
hechos para los tiempos de paz, impedía que los comités dirigentes
representaran en cada momento, el estado de ánimo de la población trabajadora y
sus continuos cambios de conciencia. Las directrices de las direcciones,
frecuentemente chocaron con la oposición y el descontento de las bases,
reticentes a la política de compromisos, que ellos veían que iba en detrimento
de las conquistas que habían conseguido. Este enfrentamiento larvado entre la
dirección y las bases se expresaría, en numerosas ocasiones, en la negativa de
los comités de empresa a subordinarse a los órganos superiores de los
sindicatos, o a la política marcada por las Juntas territoriales, como fue el
caso del Comité Central de Milicias en Catalunya.
"La sustitución del estado, por un sistema de comités surgidos unos de
otros y vinculados federalmente era, desde luego, consecuente con la concepción
post-revolucionaria propia de la CNT y de la FAI. Sin embargo, la relativa autonomización de los comités y su resistencia a dejarse
influir directamente por los órganos superiores de los sindicatos reafirmó a
los organismos anarquistas y anarcosindicalistas en su rechazo de la aplicación
de los principios organizativos de la democracia directa a todos los órganos de
poder surgidos de la revolución. El hecho de que no se llegase en España
tampoco para un breve plazo al desarrollo de un sistema de consejos más allá de
los intentos de organización en los niveles inferiores de la fábrica y de la
localidad (a lo sumo de la comarca), ha de atribuirse a la existencia y a la
fuerte influencia de poderosas organizaciones obreras que se resistieron a un
debilitamiento de su influencia y que procedieron a ocupar en los niveles
superiores, violando los principios organizativos de la democracia directa y
renunciando a la legitimación por los electores de base, las posiciones en los
nuevos órganos de poder por delegación y no por elección" (293).
La CNT rechazaba la idea de convertir a los comités locales en auténticos soviets, argumentando
que este tipo de organismos eran completamente extraños a la idiosincrasia de
la revolución española. El anarcosindicalismo, junto a otras corrientes
de la izquierda pretendía que el papel cumplido por los soviets en las
revoluciones rusas de 1905 y de 1917, y los rätes alemanes en 1919, lo cumplían
los sindicatos, en España. Los cuadros dirigentes cenetistas eran conscientes
de que la revolución sólo podría triunfar con la unidad de la clase obrera y
del campesinado pobre, en todo el estado, y que ésto solo era posible contando
con la colaboración de la UGT. El eje de la política cenetista, durante toda la
guerra, estuvo centrado en la búsqueda de la unidad entra las dos centrales
sindicales. La Alianza entre ambas debería formar un Consejo (o gobierno)
que aseguraría y defendería las conquistas sociales conseguidas y que debía
preparar el terreno para la segunda fase revolucionaria, que se iniciaría
después de la guerra. Sin embargo, la unidad sindical CNT-UGT nunca pasó del
plano teórico y de acuerdos que no fueron llevados a la práctica. La causa eran
las fuertes discrepancias que existían entre los proyectos políticos que
alentaban las direcciones, de cada una de las centrales sindicales.
Las jornadas
de Julio, la sublevación del ejército y el derrumbe de las instituciones
republicanas significaron el inicio de una larga y sangrienta guerra civil.
Después de los primeros momentos y una vez aplastados los insurrectos en la
mayor parte de la península, era necesario extender el movimiento
revolucionario hacia los reductos donde los sublevados habían triunfado. La
indiscutible victoria revolucionaria y la práctica desaparición de todos los
cuerpos armados leales a la República, llevaron a la necesidad de improvisar,
urgentemente, una fuerza armada revolucionaria que asegurase la victoria que
acababan de conseguir.
Un nuevo
ejército de voluntarios, mal organizados y peor armados, se improvisó en pocos
días. La experiencia militar de los militantes anarcosindicalistas y del resto
de organizaciones obreras era prácticamente nula. Los libertarios, organizados
en comités de defensa de barriada, que había estructurado la CNT y la FAI, durante los años anteriores, se habían limitado a los combates callejeros con
la policía y con los pistoleros de la patronal. Durante las jornadas de julio,
el valor y el entusiasmo revolucionario de los militantes suplió con creces sus
deficiencias de armamento y organización, frente a los sublevados. Pero ahora
no se trataba de enfrentarse a los facciosos en las calles de Madrid o de
Barcelona, sino de protagonizar una verdadera guerra civil, que los más
optimistas preveían rápida, pero que se adivinaba sangrienta.
Las milicias
anarcosindicalistas arrastraron tras de si, sus viejos prejuicios
antiautoritarios y espontaneístas. La disciplina y la organización militar
fueron consideradas como instrumentos del Estado y de los partidos, para poder
perpetuar la opresión. Sin embargo, los primeros choques armados y sus
sangrientos resultados, llevaron a muchos de sus militantes, a revistar sus
tradicionales ideales libertarios. La disciplina y la organización militar eran
necesarias para evitar el innecesario derramamiento de sangre de los
milicianos. Eran necesarias para aumentar la eficacia de las columnas armadas,
frente a un adversario, que estaba mucho mejor armado y organizado.
Buenaventura
Durruti, reorganizó a sus milicias e implantó una fuerte disciplina militar,
manteniendo simultáneamente la democracia interna y sus características
revolucionarias (asambleas de milicianos, elección de los mandos por la base,
inexistencia de privilegios y de distinciones entre los mandos y la tropa...).
Otro dirigente, Cipriano Mera, que se había burlado en el Congreso de Zaragoza,
de las propuestas de García Oliver, Montserrat y de Francisco Ascaso para
formar milicias confederales que pudieran enfrentarse con éxito, a la
conspiración militar, preguntándoles de que color preferían el fajín de
general, acabó siendo uno de los más firmes partidarios de la disciplina, en el
seno de las milicias (posteriormente sería nombrado comandante del IV Cuerpo de
ejército del "Ejército Popular") (294).
El anarcosindicalismo
que había renunciado al poder y a la instauración del comunismo libertario,
después de las jornadas de julio, víctima de sus propias contradicciones
ideológicas, apoyó al movimiento colectivizador, en la creencia de que
atrincherándose en la revolución económica, se imposibilitaría la vuelta atrás.
Las
colectivizaciones, tal como habían surgido durante las primeras semanas de la
revolución, no formaban parte del arsenal ideológico libertario, que reclamaba
la socialización y el control sindical de la economía. La revolución
protagonizada durante las primeras semanas por las bases sindicales, al margen
de sus desorientados dirigentes, se desarrollaba por unos cauces que nadie
había previsto. Los trabajadores se habían apoderado de las fábricas, sin
consultarlo con nadie, siguiendo su propio instinto revolucionario. Las
características contradictorias del colectivismo fueron consecuencia de la
desorganización y del espontaneismo en el que se desarrollaba la revolución
española. A pesar de la acción espontánea de los trabajadores, éstos
siguieron considerando a la CNT como su organización. La que les conduciría,
mediante la acción revolucionaria al comunismo libertario. Las
colectivizaciones acabarían siendo asimiladas como una correa de transmisión de
los sindicatos en la economía revolucionaria.
"La colectivización era el intento de crear una federación de municipios
libres y de colectividades obreras, cuya organización central debía limitarse a
coordinar la producción organizada por los sindicatos" (295).
El
anarcosindicalismo tenía que enfrentarse al desbarajuste económico, sin un
programa político y económico adecuado para la nueva situación. Las
conclusiones del Congreso de Zaragoza se mostraban ahora completamente utópicas
e ineficaces. Los cuadros dirigentes de la CNT, obligados por las circunstancias, tuvieron que improvisar una serie de medidas para poder organizar la
nueva economía. Esta debilidad teórica de la CNT sería aprovechada por los otros grupos, el PSUC y el POUM, que aunque minoritarios, mantenían posiciones
mucho más sólidas.
El
hundimiento de los viejos esquemas económicos que había mantenido
tradicionalmente la CNT, fue la causa de la ausencia de un programa unificado.
Mientras en Madrid o en Asturias, los anarcosindicalistas defendían
la postura tradicional sobre la "socialización" de la economía bajo
la dirección y coordinación de los sindicatos, y el control obrero de las
empresas que no hubieran podido expropiarse. En Catalunya la CNT se mostraba partidaria de la colectivización total de la economía y de la entrega de los
beneficios obtenidos por las empresas, a un fondo común que debía ser dirigido
por el Consejo de Economía.
El
anarcosindicalismo madrileño, minoritario, podía permitirse seguir defendiendo
la línea tradicional, pero en Catalunya la CNT mostraba una patente falta de firmeza frente a la presión y la complejidad de los problemas que
planteaba la nueva situación.
La CNT tuvo que enfrentarse a serios obstáculos en sus pretensiones de racionalizar el caos en
el que se encontraban las colectivizaciones. Sus planes chocaron con
frecuencia, con la resistencia de los comités que no estaban dispuestos a
sacrificar sus privilegios, ni a compartir los beneficios de sus empresas
colectivizadas, con las menos rentables. También encontró una fuerte
oposición por parte de la UGT y del PSUC, partidarios de que la industria
expropiada fuera nacionalizada y colocada bajo control de un gobierno hostil a
cualquier medida que pudiera atentar contra la propiedad privada, que no
fuera la de los sublevados.
En el mes de
Septiembre de 1936, un plenario regional de la CNT debatió el futuro de la economía revolucionaria. En el debate se enfrentaron los partidarios de la
socialización y los la cooperativización de las empresas. El compromiso final
entre ambas corrientes forjó el nuevo concepto de
"colectivización".
"Lo que significaba el nuevo sistema era que cada una de las empresas
colectivizadas conservaría su carácter individual, pero con el objetivo último
de federar a todas las empresas dentro de la misma industria..." (296).
También en
la cuestión campesina, la CNT tuvo que corregir sus planteamientos
tradicionales, especialmente en lo que se refiere a las relaciones con los
pequeños propietarios.
"La política agraria de la CNT consistía en colectivizar tanto las fincas
expropiadas a los grandes terratenientes como las tierras de los pequeños
propietarios" (297).
Tradicionalmente la CNT había minusvalorado el problema. Al fin y al cabo, el
comunismo libertario tenía que ser la consecuencia de la abolición del Estado y
de la unión libre de todos los productores. La realidad se manifestaba ahora de
una forma muy distinta. La mayoría de los pequeños y medianos propietarios del
campo se resistían a entregar sus propiedades a la colectivización. Si la
realidad no se amoldaba a las ideas, fue la CNT la que tuvo que amoldarse a la realidad.
"No se preocupe la pequeña burguesía. Acérquese al proletariado, pueden
estar convencidos y percatados que cuando se llegue a abolir la propiedad
privada y la facultad de comercio, se implantarán nuevas formas, que de ninguna
forma serán lesivas para los ciudadanos que se sientan afectados por las
medidas sociales" (298).
Sin embargo
los anarcosindicalistas habían perdido un tiempo precioso durante el primer mes
de la guerra y de la revolución. La falta de una línea política, madurada con
antelación, sobre cuales tenían que ser las relaciones con la pequeña burguesía
habían sido la causa de numerosos errores y excesos. Las clases medias habían
visto con simpatía la derrota de la sublevación y habían esperado que la
revolución los liberase del dominio asfixiante del gran capital, pero no
aceptaban la expropiación forzosa de sus propiedades. La pequeña
burguesía se había ido deslizando silenciosamente hacia las organizaciones más
moderadas del Frente Popular.
En el
Congreso regional de campesinos colectivistas, celebrado en Barcelona, el mes
de septiembre de 1936, se acordó respetar a los agricultores individualistas y
buscar su integración mediante la demostración de las ventajas que tenía la
explotación colectiva de la tierra sobre la individual. La resolución adoptada
no evitaría sin embargo, que algunos sectores siguieran llevando a cabo la
expropiación forzosa de las pequeñas propiedades, provocando su hostilidad
contra la CNT y el movimiento de las colectivizaciones (La Fatarella, Enero de 1937, ver apéndice).
Pese a la
actitud de moderación que había adoptado la mayor parte de la CNT en sus relaciones con la pequeña burguesía, las posiciones no siempre fueron claras. Las
declaraciones de algunos dirigentes no ayudaban precisamente a tranquilizar a
los pequeños propietarios, sobre el futuro que les aguardaba si la revolución
triunfaba. En la clausura del Congreso realizado en Valencia, en el mes de
noviembre, Tomás Cano Ruiz declaró:
"Desaparecida la actual guerra y ganada la batalla al fascismo...
suprimiremos la pequeña propiedad, sea cual fuera y como fuera, e
intensificaremos y totalizaremos la socialización y la colectivización"
(299).
Una CNT
completamente desorientada, tuvo que amoldarse empíricamente a la nueva
realidad existente e improvisar a partir de ella. La socialización de la
economía y el control sindical de ésta, sólo era posible con la toma del poder,
y con sus resortes al servicio de la revolución. El anarcosindicalismo español,
en nombre de sus principios antiestatalistas, no estaba dispuesto a llevarla
cabo. La socialización de la economía quedó en proyecto, pospuesta a un futuro
indeterminado, una vez finalizada victoriosamente la guerra civil. El
anarcosindicalismo se había encerrado en una trampa, de la que era incapaz de
escapar. La debilidad del proyecto cenetista, manifestada por su gran
ductibilidad, fue patente a lo largo del desarrollo revolucionario. Poco o nada
tienen que ver, los planteamientos defendidos durante los primeros meses del
conflicto y los que acabó asumiendo al final, cuando se encontraba ya,
políticamente quebrada. El mismo Horacio Prieto, acabó justificando la
evolución que había sufrido la CNT, en el Comité Nacional, realizado en
Barcelona, el 6 de Enero de 1938:
"Nosotros que ya estamos metidos en el engranaje de la economía política
de Catalunya, no podemos negarnos el día de mañana a intervenir también de esa
forma dentro del Estado, porque hay relaciones de tipo económico en el Estado
que difícilmente los sindicatos podrían llevarlas a cabo directamente... Pero
este Estado al que nosotros combatimos antes por ser un Estado del capitalismo,
hoy no es el Estado del capitalismo; hoy es el Estado que representa a los
trabajadores en mayoría muy considerable sobre la pequeña y media burguesía; y
siempre en este Estado y por las formas democráticas de constitución que se le
den, tendrá siempre la hegemonía el proletariado..." (300).
Las
declaraciones de Horacio Prieto, en un momento en el que el movimiento
revolucionario estaba en pleno proceso de liquidación resultaban patéticas.
"El Estado que representa a los trabajadores", al que se refería, era
el gobierno de Negrín, el mismo que había marginado a la CNT del gobierno, que había disuelto por la fuerza de las armas el Consejo de
Aragón, el mismo que había disuelto los comités locales y sometido a las
colectividades, el mismo que mantenía a una buena cantidad de militantes
libertarios en las cárceles... Las declaraciones del dirigente cenetista no
hacían otra cosa que justificar la progresiva adaptación en la que se
encontraban sumidos los cuadros dirigentes del sindicato.
Pocos días
después, el 15 del mismo mes, la CNT realizaba un Pleno económico en Valencia
en el que hacía una revisión espectacular de su programa: formación un cuerpo
de inspectores con capacidad de sancionar a los obreros y a los comités de
empresa, aceptaba la desigualdad salarial, la creación de un Banco Sindical
Ibérico y de una agencia de sindical de seguros, el desarrollo de cooperativas
de consumidores, la centralización administrativa y la planificación de
las colectivizaciones industriales y agrarias, controladas por la CNT por un Consejo Económico Confederal (en ausencia de un órgano similar, de base estatal y
sindical).
El contenido
de estos puntos programáticos, ponía al descubierto la profunda revisión
del programa tradicional, apolítico y antiestatalista que había defendido el
movimiento libertario. Lejos quedaban sus propuestas de centralización sindical
de la producción, opuesta a las nacionalizaciones. La CNT, obligada por las circunstancias de la guerra, sin un claro criterio con el
que enfrentarse a los retos que traía consigo la revolución y sus conquistas
(necesidad de una centralización económica y política, basada en el poder
de los comités y de las colectivizaciones, liquidación de los restos del viejo
estado...) acabó por abandonar su viejo programa para abrazar muchos de los
puntos que habían defendido sus adversarios, los comunistas.
Incapaces de
diferenciar las diferentes naturalezas de un estado burgués, de otro
proletario, ellos, que siempre habían colocado un signo igual entre ambos,
ahora se convertían sin quererlo, en la quinta rueda del carro de la
contrarrevolución republicana.
3.11.4 EL POUMISMO
El Partido
Obrero de Unificación Marxista, como el resto de las organizaciones obreras
había quedado completamente desbancado por la rapidez y profundidad con las que
se había desarrollado la revolución de julio, en toda la geografía
republicana.
La inminente
sublevación militar había sido denunciada por la mayor parte de las
organizaciones de izquierda. De hecho, las maniobras de la conspiración habían
sido un secreto a voces. Sólo las autoridades republicanas se habían negado a
escuchar, más temerosas del movimiento revolucionario, que de cualquier golpe
de estado que pudiera planear el ejército. Sin embargo, hay una sorprendente
falta de visión sobre el grado de madurez al que había llegado la situación.
Ningún partido ni sindicato fue capaz de valorarla en su justa medida, y por
consiguiente, nadie fue capaz de intuir las profundas consecuencias que iba a
desencadenar, la respuesta al intento de golpe de estado.
El partido
de Nin y de Maurín todavía defendía, en vísperas de la sublevación, la
formación de un gobierno de Frente Popular en el que deberían integrarse el
PSOE y el PCE. Este gobierno, serviría, para liquidar definitivamente los
restos de las ilusiones democráticas que todavía paralizaban las iniciativas de
los trabajadores (301).
Con las
jornadas de Julio, el poumismo descubrió, desconcertado, que la República y el Frente Popular se habían convertido, en pocas horas, en una sombra de lo que
habían sido poco antes, superados por la iniciativa de los revolucionarios. El
POUM había subestimado la madurez de la conciencia de las clases trabajadoras,
frente al espejismo del apoyo que éstas habían prestado al Frente Popular. Por
consiguiente el poumismo había sido incapaz de prever la precariedad del orden
republicano en unos momentos en los que el choque entre las clases
propietarias y explotadas, ya era inevitable.
Si las
ilusiones democráticas habían existido, se habían disipado en el corto
período, comprendido entre los meses de febrero y julio. La conciencia de
los trabajadores estaba muy por delante, no solo del programa liberal y
moderado del Frente Popular, sino también del defendido por el mismo POUM.
El partido
reconoció a posteriori, que la situación revolucionaria ya había madurado en
Julio. Durante los meses comprendidos entre las elecciones de febrero y el
inicio de la guerra, la situación había evolucionado vertiginosamente. Las
masas revolucionarias que habían prestado su apoyo al Frente Popular,
orientadas por sus organizaciones tradicionales, comprendieron rápidamente, que
el nuevo gobierno republicano de izquierdas, no estaba dispuesto a ser más
audaz, ni a ir más allá de lo que había ido la coalición republicano
socialista de los años 1931-1933. Durante este período de tiempo, las escasas
ilusiones democráticas que mantenía el movimiento revolucionario, se agotaron
por completo. Parafraseando a Lenin, podríamos decir que, "los de
abajo" no estaban dispuestos a continuar por más tiempo, viviendo de
promesas y de debates parlamentarios estériles, y "los de arriba" no
podían seguir viviendo y gobernando, como lo habían hecho hasta entonces.
(302).
"Los acontecimientos del 19 de julio pillaron al POUM desprevenido.
Durante la etapa anterior a las elecciones del Frente Popular se había hecho
mucha propaganda, pero no se había planteado seriamente el problema de la
apropiación de fábricas y talleres por parte de los obreros... ¿imprevisión?,
¿incapacidad? en cualquier caso, falta de organismos dirigentes políticos y
sindicales con clara visión del momento y con fórmulas preparadas para irlas
desenvolviendo según las necesidades de cada momento".
"Ha faltado agilidad revolucionaria que se ha traducido en la presencia
continua de imponderables de toda clase, que han privado de una solución rápida
y justa a los problemas. Uno de estos imponderables ha sido la dualidad de
poderes entre el gobierno de Catalunya y el gobierno de Valencia" (303).
El folleto
mencionado, continúa con la enunciación de otros "imponderables". Sin
embargo no menciona el factor más importante. La "falta de agilidad
revolucionaria" estuvo causada por la falta de comprensión del momento y
del carácter de la revolución española. La declaración política olvidaba, tras
los "imponderables" causados por las tensiones entre el gobierno
autónomo de Catalunya y el de Valencia, la existencia de otra dualidad de
poderes mucho más importante. La que se planteaba entre las autoridades
republicanas y la multitud de comités revolucionarios locales. El olvido no era
casual. En los momentos en los que se redactaba el folleto, el POUM ya había
firmado el decreto de disolución de los comités, y había entrado a formar parte
del nuevo gobierno de la Generalitat. El 20 de Julio, cuando todavía no habían
terminado los combates, el diario del partido en Barcelona "Avant",
hacía público su programa, que debía realizarse aprovechando el
empuje dado por los trabajadores, con la derrota de los sublevados. La casi
totalidad de las consignas defendidas por el POUM estaban siendo
superadas por la realidad. Entre las propuestas políticas, no se hacía ninguna
mención de las numerosas incautaciones que se estaban llevando a cabo, ni
de los comités que se estaban formando en la mayoría de pueblos, y en las
barriadas de las grandes ciudades. Ni siquiera había una frase sobre la
necesidad de la instauración de un estado obrero que superara el orden
republicano que acababa de derrumbarse y que había sido incapaz de frenar a la
conspiración. La publicación del programa reflejaba la desorientación de la
dirección del POUM, que como el resto de las organizaciones obreras, había
previsto, la amenaza de la sublevación, pero había errado el momento en que
ésta iba a producirse y había sido incapaz de intuir la dinámica revolucionaria
que ésta iba a provocar.
Con la
aparición de los comités, que se organizaron por sus propios medios y al margen
de las viejas autoridades, nacía un nuevo orden económico y social. El POUM
comprendió con rapidez el alcance de la nueva situación y el carácter potencial
de los nuevos organismos.
"Durante un cierto período, los órganos del poder burgués no son más que
una sombra. El poder real lo ejercen los comités revolucionarios, que forman
una tupida red en todas las regiones no ocupadas por los facciosos" (304).
El 6 de
Septiembre de 1936, el POUM celebró un mitin en el Gran Price de Barcelona. En
el acto intervinieron Julián Gorkin, del Comité Ejecutivo y Andreu Nin,
secretario político del partido:
"La clase trabajadora de Catalunya y la clase trabajadora de España, no
lucha por la República democrática. La revolución democrática en España hasta
ahora no se había hecho. Cinco años de República y ninguno de los problemas
fundamentales de la revolución española se habían resuelto. No se había
resuelto el problema de la Iglesia, no se había resuelto el problema de la
tierra, no se había resuelto el problema del ejército, ni el problema de la
depuración de la magistraturas, ni el problema de Catalunya. Y bien,
compañeros, todos estos objetivos concretos de la revolución democrática han
sido realizados, no por la burguesía liberal, que no lo había podido realizar
en cinco años, sino por la clase trabajadora, que los ha resuelto en pocos días
con las armas en la mano...".
"...La clase trabajadora ha resuelto todos los problemas fundamentales de
la revolución democrática. Hoy la consigna <<defensa de la revolución
democrática>> no le dice ni le puede decir nada. El 19 de julio, camaradas,
se hundieron el feudalismo, el clericalismo y el militarismo español, pero no
solamente se hundieron el feudalismo, el clericalismo y el militarismo, sino
que se hundió para siempre la economía capitalista" (305).
Andreu Nin
defendía lo que era un hecho palpable, que las clases trabajadoras habían
tomado en sus manos, las riendas de sus propios destinos, satisfaciendo con sus
propios métodos, sus reivindicaciones históricas. La etapa de la revolución
democrática, que defendían las organizaciones del Frente Popular, se había
agotado en el margen de unos pocos días. Ante la
negativa de los anarcosindicalistas a tomar el poder, el POUM defendió desde el
primer momento al Comité Central de Milicias Antifascistas, que se convertía, a
sus ojos, en el sucesor de la vieja Alianza Obrera catalana de 1934, y
que contaba con la valiosa excepción, de que en este caso, los
anarcosindicalistas no solo no eran contrarios, sino que eran sus principales
impulsores. Y era en el seno de este organismo, donde debía resolverse la
cuestión del doble poder.
Si en
Catalunya, el Comité Central de Milicias tenía que ser la cúspide del nuevo
poder revolucionario, a nivel estatal, el POUM propuso la creación de un
organismo similar, que encarnaría la alianza de las diferentes organizaciones
obreras y que debería sustituir definitivamente al viejo estado republicano.
Siguiendo la tradición juntista de la revolución española, el Comité Central
estatal se convertiría en la cúspide del nuevo Estado Obrero. Si la voluntad de
la población trabajadora se expresaba a través de sus organizaciones
tradicionales, los sindicatos, las Juntas cumplirían el doble papel de
organismos de Frente Único y de gobiernos revolucionarios territoriales. Las
estructuras soviéticas no tenía razón de ser en la revolución española.
En esta
concepción, heredada del viejo maurinismo bloquista, estaban todos los
virajes políticos que iba a realizar el POUM hasta el momento de su
ilegalización: la aceptación de la disolución del Comité Central de Milicias,
su integración en un gobierno de concentración de la Generalitat, la firma del decreto que declaraba disueltos los comités revolucionarios
locales, para sustituirlos por nuevos Ayuntamientos. Si la naturaleza revolucionaria
del Comité Central de Milicias había estado asegurado por el bloque
CNT-FAI-POUM, entonces no existía ninguna razón para no integrarse en el nuevo
gobierno, cuando los anarcosindicalistas ya habían dado su conformidad.
La dualidad
de poderes que se desarrollaría en el período posterior a las jornadas de julio
fue la consecuencia de la negativa de la CNT y de la Izquierda Socialista a tomar el poder. El POUM, imbuído por su fatalismo histórico, que lo
condenaba a jugar un papel de segundo orden en la revolución española, frente a
cenetistas y caballeristas, se encontró incapacitado para convertirse en
alternativa a las corrientes obreras tradicionales.
Según el
testimonio de Juan Andrade, miembro destacado del Comité Ejecutivo del POUM, a
su llegada a Barcelona, proveniente de Madrid, se encontró con que ni la CNT ni su propio partido, planteaban la cuestión del poder. Cuando Andrade redactó uno de los
editoriales de "La Batalla" pidiendo la convocatoria de una Asamblea
Constituyente de obreros, campesinos, guardias y milicianos, se encontró con
una fuerte oposición entre los dirigentes de su propio partido. El POUM,
completamente desorientado, defendía en aquellos momentos un programa puramente
reivindicativo, que poco o nada tenía que ver con el fenómeno revolucionario
que se estaba desarrollando (306).
La crítica
es especialmente significativa, porque procede de uno de los dirigentes más
destacados de este partido. El manifiesto redactado por Juan Andrade, finalmente
fue aprobado y publicado, pero no hubo, por parte del POUM, ningún esfuerzo
encaminado a hacerlo realidad. El poumismo, se mostraba incapaz de llevar sus
propias iniciativas hacia adelante, si éstas no eran asumidas antes, por la CNT.
El POUM era
tan solo, un pequeño partido, con escasa implantación en todo el Estado, salvo
en Catalunya, donde su presencia, aunque significativa, quedaba oscurecida por
la aplastante superioridad de la CNT. Las estimaciones de algunos historiadores
sitúan sus efectivos militantes en unos pocos miles de militantes (El número de
sus efectivos solo se conoce de forma aproximada y en ocasiones la cantidad es
abultada por los historiadores más próximos a su línea política. Broué y Temine
dan la cifra de 3.000 miembros. Félix Morrow considera que la afiliación real
era de unos 8.000. Mientras que Victor Alba, antiguo militante del POUM,
menciona 10.000 en junio-julio, 35.000 en diciembre y 70.000 en el mes de marzo
de 1937. En cualquier caso, la disparidad de cifras sirven para comprender que
el POUM, en vísperas de la guerra, era tan solo una organización
minoritaria) (307). Con el estallido de la situación revolucionaria, la
militancia se multiplicó. En el campo de batalla consiguió organizar a cerca de
10.000 combatientes en Aragón y en la zona centro. La FOUS, central sindical minoritaria que estaba dirigida por el sindicalismo poumista, parece
que agrupó a unos 60.000 de afiliados, poco antes de fusionarse con la UGT catalana (308). Pese a que las cifras no eran nada despreciables, la importancia numérica
de sus efectivos era reducida frente a la de las corrientes tradicionales
del movimiento obrero español. Esta desproporción creó en la conciencia de la
militancia del POUM, una especie de complejo de inferioridad política.
El
anarcosindicalismo era la organización obrera, hegemónica por excelencia en
Catalunya, como lo eran también los socialistas de izquierda en las zonas del
estado donde eran mayoritarios. Eran estas organizaciones las que debían
dirigir el movimiento revolucionario hacia la victoria. El POUM, víctima de su
complejo de inferioridad, se encerraba en un callejón sin salida del que
no sabría como salir. El futuro de la revolución, terminaba por depender,
exclusivamente, de los dirigentes de las organizaciones obreras mayoritarias,
quedando para ellos, el papel de consejeros.
El POUM se
había considerado, desde sus inicios, como una pequeña fracción del
futuro partido revolucionario, que estaría conformado por los sectores más
radicalizados y sanos del socialismo, junto a los comunistas oficiales y los
sectores menos sectarios del anarcosindicalismo. La evolución de las diferentes
corrientes había destruido por completo, la idea inicial. Sin embargo el POUM
seguiría manteniendo que el papel dirigente de la revolución española
correspondía a las grandes organizaciones. La política del POUM solo era
posible, si los dirigentes de la CNT-FAI y de la Izquierda Socialista se avenían a hacerla suya.
La política
del POUM durante toda su existencia, expresaría un temor manifiesto al
aislamiento y a la marginalidad, si se alejaba de la periferia de las grandes
organizaciones . El eje de toda su trayectoria se centró en la pretensión de
convencer a los dirigentes anarcosindicalistas para que dirigieran la
revolución hasta sus últimas consecuencias, y también de las nefastas
repercusiones que iba a tener el colaboracionismo político con los partidarios
de la restauración republicana.
"...Sin embargo, ¿se hizo lo suficiente para criticar abiertamente estas
posturas revolucionarias superficiales ante los militantes de la CNT?".
"<<Creo que a veces así era, porque teníamos miedo de romper con la CNT -explicaba Solano-. Deberíamos haber seguiido una política más dura...>>"
(309).
El POUM
estaba convencido que el movimiento revolucionario debía tomar el poder. Las
conquistas sociales conseguidas sólo podían consolidarse a través de la
instauración de un estado obrero que superara a la caduca república. La
dinámica de las revoluciones y en particular la de Octubre de 1917, no le era
desconocida a Nin, que había permanecido durante largo tiempo en la Rusia revolucionaria de Lenin y Trotsky. El POUM no creía que la situación revolucionaria
pudiera prolongarse por un largo período, hasta el final de la guerra. El
período de la dualidad de poderes, que se había abierto con el inicio de la
guerra era inestable y pronto se decantaría hacia uno de los dos extremos de la
balanza, hacia la revolución, o hacia la contrarrevolución republicana.
El eje de la
problemática con la que se enfrentaba el POUM, era el hecho de que adjudicara
al anarcosindicalismo y al caballerismo, el papel de timoneles de la
revolución española. De esta manera, todo se convertía en una carrera
contrarreloj para arrastrar y convencer a los dirigentes cenetistas de que
debían tomar el poder político en sus manos para salvar la revolución. En
multitud de proclamas, folletos y periódicos del partido, se publicaron
llamamientos a favor de la formación de un "gobierno obrero y
campesino" y de una "Asamblea Constituyente de delegados obreros,
campesinos y milicianos". Sin embargo, la fórmula política utilizada solo
podía ser propagandística. Si los dirigentes de la CNT mantenían su línea colaboracionista y se negaban a hacer el giro necesario, el camino del
POUM quedaba fatídicamente encerrado en un callejón sin salida.
"No creo que la historia del POUM, a partir de ese momento hubiese sido
distinta de lo que fue (se refiere a la posibilidad de que Maurín hubiese
podido dirigir el partido, en lugar de Nin), porque estuvo determinada, no por
sus posiciones, sino por el hecho mismo de su existencia".
"De una cosa se dan cuenta el ejecutivo y los militantes: que si la CNT no toma el poder, no habrá verdadera revolución. Pero la CNT no quiere el poder. Creen que con el poder económico bastará y presenta su renuncia como un gesto de
generosidad, cuando en realidad, es sometimiento a prejuicios ideológicos"
(310).
El viejo complejo
de inferioridad de la Izquierda Comunista y del Bloque Obrero y Campesino, se
mantenía en el nuevo partido. Las mismas posiciones políticas que el POUM había
adoptado en el período anterior a la guerra, volvían de nuevo a surgir, esta
vez con más fuerza, debido a que también las contradicciones de la situación se
volvían más explosivas. Esta es la confesión que Ignacio Iglesias le hizo a
Victor Alba y esto es lo que reconoce él mismo, cuando habla de que el Comité
Ejecutivo del POUM adoptó la actitud de frenar a los sectores más izquierdistas
del partido, especialmente a los comités locales de Barcelona, de Lérida y de
las Juventudes Comunistas Ibéricas. La dirección del POUM temía alejarse
demasiado de la sombra protectora de la CNT (311).
Manuel
Cruells expresa admirablemente la actitud "seguidista" que
mantuvo el POUM en el curso de la revolución española:
"La actitud de Nin era, dado que su partido no contaba con fuerzas
suficientes para tomar el poder por su cuenta, sólo podía entrar en el carruaje
triunfante de la revolución, convirtiéndose en aliado de los anarquistas o
manteniéndose en el tambaleante Frente de Izquierdas... si se colocaba al lado
de la revolución, convirtiéndose en aliado de los anarquistas podría empujar e
influenciar en aquella situación revolucionaria, en la cual, al menos, su
partido minoritario podría llevar a cabo un papel importante" (312).
El POUM
intentó, a lo largo del proceso revolucionario, sin conseguirlo, atraer a la
dirección cenetista hacia sus posiciones. Sin embargo, su papel dependiente
acabó por convertirse en una encerrona mortal. El retroceso al que se vió
obligada a realizar, la dirección anarcosindicalista, acabó arrastrando
al mismo POUM, incapaz de distanciarse políticamente de ésta. Cuando la CNT, presionada por sus adversarios del Frente Popular, retrocedió todavía más y acabó
integrándose la Generalitat de Catalunya, y también en el gobierno central, el
POUM acabó entrando a regañadientes, detrás de ella, dispuesto a pagar el
altísimo precio de apoyar la disolución de los comités y la completa
subordinación del movimiento revolucionario al nuevo gobierno catalán de
coalición. Todo con tal de no verse aislado.
El viejo
proyecto de las Alianzas Obreras había sido defendido en repetidas veces por el
POUM, en el período prerrevolucionario. Pero su revitalización había
fracasado por el rechazo del resto de las
organizaciones obreras. Sin embargo, las Alianzas Obreras no eran,
en modo alguno, una idea artificial, sino que respondían perfectamente, como ya
lo habían hecho en 1934, a las necesidades de la nueva situación. Con el
estallido de la guerra y la revolución, surgieron los comités con una
fuerza espectacular, que prueba como estos organismos de frente único, que eran
también la encarnación del poder revolucionario, respondían perfectamente a las
aspiraciones de los militantes de los partidos y sindicatos obreros. Alianzas
Obreras y comités-gobierno, tenían numerosos rasgos comunes. Sin embargo,
los comités expresaban un grado en la conciencia de los trabajadores, mucho más
avanzado que la de los períodos precedentes.
De la misma
manera que en 1934 con las Alianzas Obreras, los comités revolucionarios
locales intentaron salvaguardar su carácter clasista. Frecuentemente los
elementos pequeño burgueses de la Esquerra o de Estat Catalá fueron excluidos
de los comités, o en cualquier caso, jugaron un papel marginal. El POUM
defendió esta concepción de la "democracia obrera", en aquellos
comités donde su presencia era importante. Sin embargo, para el POUM, los
comités, como las antiguas Alianzas Obreras, no necesitaban ser democratizados,
ni estructurados, para conformar una alternativa revolucionaria al poder
del gobierno de la Generalitat. Los trabajadores expresaban su voluntad por
medio de sus sindicatos y de sus organizaciones tradicionales. No existía
ninguna necesidad de convertir a los comités revolucionarios locales en
verdaderos soviets, al estilo ruso. El mismo Nin, conocedor de la experiencia
de la revolución de Octubre, atribuiría la existencia de soviets en este país,
a la falta de tradición democrática en la Rusia prerrevolucionaria. En una conferencia en el Principal Palace de Barcelona, celebrada el 25 de Abril de 1937
afirmaba:
"En Rusia no había tradición democrática, ni tradición de organización y
de lucha en el proletariado. Nosotros contamos con ella. Tenemos
sindicatos, partidos, publicaciones, un sistema de democracia obrera. Se
comprende la importancia que tuvieron los soviets. El proletariado no tenía sus
organismos propios. Los soviets fueron una creación espontánea que, en 1905 y
en 1917, adquirieron un carácter completamente político. Nuestro proletariado
tenía ya sus sindicatos, sus partidos, sus organizaciones propias. Por eso los
soviets no han surgido entre nosotros" (313).
La
afirmación de Andreu Nin contiene algunos errores sorprendentes. Tanto los
comités revolucionarios españoles, como los soviets rusos habían surgido de
forma espontánea, a través de las luchas del movimiento obrero y de la crisis
del poder burgués, en países capitalistas atrasados. Tanto la revolución rusa
(1905, 1917), como la española (1936), y lo mismo podríamos decir de la alemana
(1918-1919) crearon sus respectivos organismos de poder (soviets,
comités-gobierno, Räte). Sin embargo, la principal diferencia entre éstos,
residía en las fuerzas políticas que los impulsaban, o que por el contrario, se
oponían a ellos y les cortaban el paso. Los soviets rusos de 1905, sólo pudieron
estructurarse y convertirse en auténticos embriones del poder revolucionario,
en el momento en el que los mencheviques y los socialistas revolucionarios
primero, y los bolcheviques posteriormente, se propusieron impulsarlos. En la
revolución alemana, las diferentes fracciones en las que se encontraba
escindida la socialdemocracia, habían participado en los Räte. En la revolución
española ocurría justamente todo lo contrario:
"Ningún partido ni sindicato se convirtió en el campeón del poder de los
comités-gobierno, ni de su transformación en soviets" (314).
Es erróneo,
por lo tanto, considerar que las estructuras soviéticas eran ajenas a la
revolución española, por el simple hecho de que los comités no acabaran por
transformarse, por generación espontánea, en auténticos soviets. El hecho de
que los comités-gobierno se hubieran convertido en la indiscutible e
indiscutida autoridad en las localidades donde habían sido creados prueba
la naturaleza presoviética de éstos. También es un error, considerar que una de
las causas de la falta de estructuras soviéticas en la revolución española se
debió a la tradición democrática del movimiento y a que éste contara desde
hacía varias décadas con poderosas organizaciones y medios de comunicación. La
tradición democrática del movimiento obrero alemán era una de la más vastas de
toda Europa. Sin embargo los rätes o consejos, adquirieron características
soviéticas mucho más desarrolladas que los comités españoles (estructura
piramidal de abajo a arriba, elección democrática de delegados por la
población...).
Esta
concepción de los comités revolucionarios explica el hecho de que, unos meses
más tarde, el POUM aceptara sin grandes reticencias, su disolución y
sustitución por los nuevos Ayuntamientos, con una composición más o menos
similar. Desde su óptica política, el paso de los comités locales a los
gobiernos municipales, se limitaba casi exclusivamente a un simple cambio de
nombre, y por lo tanto no parecía ser un precio excesivo por su entrada en el
nuevo gobierno de la Generalitat.
Cualquier
intento de transformar a los comités en auténticos organismos de poder, sólo
hubiera podido hacerse a través del enfrentamiento político con el resto de
organizaciones obreras, incluidos los dirigentes de la CNT. Algo que no entraba dentro de su proyecto.
El POUM
criticó algunos aspectos de la experiencia colectivizadora, que consideró
negativos para la supervivencia de la obra revolucionaria. La falta de
planificación y coordinación de la nueva economía había provocado
el surgimiento de lo que Andrade vino a denominar, como "capitalismo
sindical" (315). Muchas de las empresas que habían sido expropiadas
fueron consideradas como mera propiedad privada de los trabajadores de éstas, y
no como propiedad social. La existencia de estas desviaciones, sino eran
corregidas a tiempo, ponían los cimientos para la restauración del viejo
sistema capitalista que habían intentado abolir.
Las
colectivizaciones tenían además, otros dos grandes talones de Aquiles: El poder
revolucionario se había extendido en el campo económico, pero había evitado el
político. La limitación reflejaba la actitud que mantenían las organizaciones
obreras mayoritarias frente a la cuestión del poder. La CNT lo hacía en nombre de sus tradicionales principios antiestatales y las organizaciones que
formaban parte del Frente Popular, en el de la "unidad antifascista"
que estaba encarnada en el gobierno. La otra gran limitación de la nueva
economía colectivista que percibía y criticaba el POUM era el tradicional
desprecio que el anarcosindicalismo sentía hacia el dinero y la Banca. Esta infravaloración permitiría a las semiderruídas autoridades gubernamentales,
hacerse con el control de los mecanismos financieros, sin encontrar ninguna
resistencia.
El POUM
reclamó la socialización de la economía colectivizada. La alternativa del
"control obrero de los medios de producción", (exigida con
posterioridad por el PSUC, como instrumento político contra el movimiento
colectivista), pretendía evitar la expropiación de las empresas que no eran
propiedad de los sublevados) había sido ampliamente superada por los
trabajadores, al apoderarse de las fábricas y de los centros de trabajo,
para formar las colectivizaciones. Sin embargo, la misma situación exigía que
éstas fuesen superadas por un nuevo sistema económico socializado, más sólido y
coherente.
En el campo,
el programa agrario del POUM mantenía una postura intermedia entre la de la CNT (colectivización y control sindical) y la del PCE (nacionalización y reparto de las
tierras entre los campesinos, libre comercio de sus excedentes). El poumismo se
manifestó partidario de la socialización del campo y del respeto a los pequeños
propietarios. La propiedad de la tierra quedaría en manos de la sociedad, que
estaría representada por el nuevo Estado socialista y por los organismos
económicos que surgirían de él, mientras que a los campesinos se les entregaría
la tierra, en calidad de usufructo, sin posibilidades para poder
venderla o traspasarla a otros. De esta forma se evitaría que pudiera iniciarse
de nuevo el ciclo de la acumulación de propiedades. Los campesinos elegirían
libremente la forma de explotación de la tierra, que más les convendría, con la
única limitación de que en el caso de que su elección fuera la individual, solo
podrían acceder a la tierra que pudiesen trabajar con sus propias manos, o en
unidades familiares.
"Socializar la tierra significa ceder a cada campesino la cantidad de
tierra que familiarmente pueda cultivar y darle la garantía de que mientras la
cultive, los frutos que obtenga le pertenecerán. Lo que no podrá hacer el
campesino es vender o arrendar su parcela, porque volveríamos a caer en el
mismo defecto de antes: la acumulación de la propiedad" (316).
El POUM se
opuso a que la creación de las colectividades pudiera hacerse forzando a
los pequeños propietarios a integrarse en ellas, de forma forzada, por presión
o coacción de las milicias o de los militantes revolucionarios. Esta postura ha
sido juzgada incorrectamente y de forma un tanto simplista por algunos
historiadores libertarios, que han considerado que el POUM y sus milicias se
oponían a las colectivizaciones, o de que no hicieron nada por extenderlas.
"... Pero Durruti era consciente de que si esa fuerza no tomaba en
ella la misma coherencia, sería vulnerable a los ataques de las unidades
milicianas de tipo marxista, ya que incluso las del POUM se mostraban enemigas
de las colectividades" (317).
La prueba
está en que militancia poumista también participó en numerosas
colectivizaciones, especialmente en Lérida, donde estaba ampliamente implantada
(Raimat, Riudoms...).
La relación
con las clases medias, fue contemplada con preocupación, por las
consecuencias negativas que podía tener para la revolución, el hecho de que el
anarcosindicalismo mantuviera una actitud confusa y a veces
contradictoria. La revolución tenía que privar a la pequeña burguesía del poder
político, pero en aras al mantenimiento de su alianza con los trabajadores, sus
propiedades tenían que ser respetadas. La expropiación indiscriminada de las
clases medias, las precipitaría en manos de los adversarios de la revolución y
no haría otra cosa que ponerla en peligro.
El POUM
criticó a las organizaciones obreras tradicionales y en particular a la CNT por haber menospreciado el peso y la importancia de la pequeña burguesía urbana y
agraria. Sin duda alguna, fue esta actitud de temor y menosprecio hacia
las clases medias, la causa de los excesos colectivizadores que fueron llevados
a cabo, durante el período revolucionario.
"Por desgracia en nuestro país, este problema que nos ocupa -la conquista
de las clases medias- no ha sido planteado ni puesto a la orden del día por las
organizaciones obreras. Precisamente por una concepción falsa respecto a la
importancia de esta clase. Puede decirse que una política respecto a la pequeña
burguesía, orientada hasta ella, no ha sido realizada -todo lo más- apuntada
débilmente, y más que como táctica, para atraerla en tanto que clase, que es lo
que interesa, para conquistar individualmente a algunos elementos pequeño
burgueses... No ha habido una política estudiada y justamente orientada hacia las
clases medias. No la ha habido porque se ha quitado importancia a este
problema..." (318).
La postura
del POUM pretendía huir de las posiciones extremas. La del anarcosindicalismo
que rechazaba a la pequeña burguesía en nombre de una intransigencia
supuestamente revolucionaria, y que tendía a identificar a los pequeños
propietarios con los verdaderos adversarios del movimiento revolucionario, los
grandes capitalistas y los propietarios latifundistas del campo. Y la postura
sustentada por los partidos socialista y comunista, que entregaba la dirección
política de la revolución a las organizaciones republicanas de la pequeña
burguesía, y por medio de ellas, a los intereses de los grandes capitalistas.
El poumismo
defendió una política de respeto de las clases medias. La supervivencia
de la revolución dependía en gran parte de demostrar que los intereses de
la pequeña burguesía no se encontraban en peligro por el avance de la
revolución obrera, sino todo lo contrario, que solo ésta, podía preservarla de
la ruina a la que la condenaba de forma creciente, el capitalismo.
"Hacer comprender a la pequeña burguesía que la solución a sus problemas y
la satisfacción a sus necesidades, el orden y la <<paz social>> a
lo cual aspira, solo puede lograrse mediante un cambio de la actual estructura
económica... que la clase obrera no aspira a emanciparse a su costa, sino
emanciparla a ella misma, librarla del sometimiento en que actualmente se
encuentra respecto al gran capital" (319).
Era
fundamental atraerse a la pequeña burguesía hacia el movimiento revolucionario,
si éste pretendía triunfar. La aplicación de esta línea política privaría a sus
adversarios de las bases sociales en las que pretendían apoyarse, transformado
la revolución en una situación irreversible.
Los excesos
colectivizadores contra los pequeños propietarios eran comprensibles en los
primeros momentos de la revolución. Pero no era posible convertir esta práctica
en parte del plan general, sin correr el peligro de socavar la misma
revolución.
"...El paso al socialismo no puede hacerse de esa manera súbita y brusca,
anulando las etapas intermedias que es preciso atravesar y realizar. Por eso la
clase obrera en el Poder no puede precipitarse a una socialización total y
absoluta, sino por el contrario, socializar las ramas más fundamentales y que
resulten socializables desde un primer momento" (320).
Sin ninguna
duda, la actitud del POUM hacia las clases medias fue mucho más inteligente que
la de la CNT. Por este motivo, y durante los primeros meses de la revolución,
algunos sectores de la pequeña burguesía iniciaron su aproximación hacia el
poumismo, esperando que éste los defendiera de los excesos de los sectores más
exaltados del anarcosindicliasmo. Sin embargo, su actitud seguidista frente a la CNT, en contraste con la intransigencia del PSUC, partidario de una política moderada,
permitió que fuera este último el que acabara capitalizando el descrédito de
ERC.
El POUM se
manifestó partidario de una mayor centralización y disciplina de las milicias.
Era necesario convertirlas en un verdadero Ejército Rojo, que mejorase la
eficacia militar de los combatientes frente al enemigo, con el menor coste de
hombres y de tiempo posible.
Tanto el
POUM como el PCE se declararon partidarios de la construcción de un Ejército
Rojo, al estilo de los bolcheviques. La diferencia entre ambas organizaciones
residía en la clase de ejército que consideraban adecuado a la naturaleza de la
revolución que se estaba desarrollando. El PCE y el PSUC, fieles a la
caracterización democrático-burguesa de la revolución española, adoptaron la
estructura del mítico Ejército Rojo, pero adaptándola a un ejército clásico, de
naturaleza similar al que acababa de sublevarse (apoliticismo, desaparición de
los comités de milicianos, prohibición del derecho de expresión y de
organización en sus filas, mandos claramente diferenciados de la tropa,
recuperación del viejo Código de Justicia Militar...). El poumismo, al definir
la revolución como "democrático-socialista" se mostraba partidario de
convertir a las milicias en un verdadero ejército regular, pero sin que
éste perdiera las características revolucionarias y clasistas (democracia
interna, igualitarismo entre los mandos y la tropa ...). El POUM llamó a la
formación de comités de guardias y de milicianos, que deberían encargarse
de velar por el mantenimiento del orden revolucionario en el seno del nuevo
ejército.
3.12 CONCLUSIONES SOBRE LAS DIFERENTES ACTITUDES POLÍTICAS EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
La
naturaleza socialista de la revolución española quedó ampliamente
demostrada por el carácter espontáneo del movimiento que la protagonizó y por
el alcance y sentido de las conquistas sociales que llevaron a cabo los
trabajadores en el campo y en la ciudad.
"El dilema real que ésta implicaba no era el de instauración de una
dictadura contrarrvolucionaria o consolidación de la república parlamentaria
democrático-burguesa, sino dictadura contrarrevolucionaria o revolución
proletaria , aunque sólo fuera por la simple razón de que la única fuerza capaz
de impedir la dictadura contrarrevolucionaria no tenía la más mínima intención
de sostener después la república parlamentaria democrático-burguesa"
(321).
A estas
alturas del debate histórico, la tesis de que la revolución española fue tan
solo una "revolución democrático burguesa" queda, no solo en
entredicho, sino que no resiste un análisis serio. Si la revolución que estaba
en marcha se hubiera limitado a ser "democrática" y
"burguesa", la República no se habría hundido, con más pena que
gloria; ni su caída habría dado lugar a la multitud de organismos
revolucionarios locales que se desarrollaron por todo el territorio donde los
sublevados habían sido derrotados y que se constituyeron en el único poder en
las localidades donde aparecieron, sin que mediara en ello,
partido o sindicato alguno.
"La democracia burguesa se descompone... el simple hecho de que pueda
darse una insurrección fascista contra la democracia burguesa, es un síntoma de
que sus días están contados" (322).
La facilidad
con la que el poder republicano desapareció del mapa político; el hecho de que
los escasos cuerpos militares y policiales que fueron fieles a la República, se hubieran descompuesto al entrar en contacto con las masas revolucionarias, con
la facilidad con la que lo hicieron; la actitud de los trabajadores al
ignorar a las desprestigiadas autoridades gubernamentales y al cumplir con sus
propios métodos extraparlamentarios, sus reivindicaciones históricas...
Podríamos encontrar muchísimos más ejemplos que nos demostrarían el agotamiento
histórico de las instituciones republicanas, que apenas cinco años antes,
habían sido recibidas con gran entusiasmo por la mayor parte de las clases
sociales españolas.
Algunos
historiadores, cercanos a las posiciones que adoptaron los partidarios del
Frente Popular y de la "democracia contra el fascismo" han llegado a
insinuar tímidamente la caducidad de la República, y por consiguiente, también lo han hecho sobre la verdadera naturaleza de la revolución española.
"...El aplastamiento del golpe militar y la defensa democrática habían de
comportar, en principio, el fortalecimiento de las instituciones republicanas y
la legitimidad del gobierno de la Generalitat, PERO, CONTRARIAMENTE, COMO SI FUESE UNA LEGITIMIDAD FICTICIA, la Esquerra y su gobierno quedaron rodeados en medio de dos enemigos irreconciliables, de los cuales, el ganador,
derrotaba al mismo tiempo, a un árbitro sin capacidad para hacerse
respetar" (323).
La aparente
paradoja que descubre Miquel Caminal, no era tal. La República se había hundido porque había agotado su capital político, las ilusiones de los
sectores más pobres de la población. Y la desaparición de las ilusiones
democráticas de los trabajadores también implicaba el final del apoyo que la
burguesía había prestado al proyecto republicano, cinco años antes. Poco
quedaba para hacerse respetar.
Los
historiadores anarcosindicalistas podrían objetar que el contenido libertario
de la revolución, amparándose en el papel fundamental que jugó la CNT y la FAI en ella. Sin embargo y sin menospreciar sus argumentos, hay que considerar que la
evolución de los acontecimientos históricos demuestra todo lo contrario.
La
revolución española no evolucionó según los cánones que había defendido
tradicionalmente la CNT. Por el contrario, el anarcosindicalismo chocó y
fracasó frente a una contradicción que afectaba a una de las piedras angulares
de su edificio ideológico: el poder. Mientras los cuadros dirigentes de la CNT renunciaban a tomarlo, escudándose aparentemente en sus principios tradicionales (lo que
no les impidió violarlos al integrarse en los gobiernos de la República y de la Generalitat), sus propias bases, eran protagonistas de un fenómeno
relacionado con el poder. La autoridad de la República fue sustituida por una miríada de comités que se comportaron, a nivel local, como
verdaderos miniestados revolucionarios, y donde los militantes de base de la CNT, jugaron un papel fundamental en su formación y desarrollo.
La evolución
que tomó la dualidad de poderes, abierta con el inicio de la guerra civil, nos
lleva a la conclusión de que el declive del poder revolucionario de los comités
y de las colectivizaciones se dio por la incapacidad de éstos, para
estructurarse como el nuevo poder a nivel estatal. Los comités revolucionarios,
raramente se coordinaron más allá de niveles comarcales. El obstáculo
insalvable contra el que se estrellaron los comités, fue la negativa, por parte
de las todas las organizaciones obreras, a llegar hasta el final, construyendo
un nuevo poder que sustituyera definitivamente a la República. Este contraste entre la acción espontánea de los trabajadores y la moderación
política de sus direcciones, es una prueba inequívoca del carácter socialista
de la revolución española.
"La teoría marxista que proclama la necesidad de destruir el estado capitalista
y de crear un estado obrero basado en relaciones de producción y distribución
socialistas de las clases productoras, en posesión de los instrumentos de
trabajo, recibió en España, el 19 de julio, la más brillante demostración"
(324).
La
revolución española que partía de la realidad de un país capitalista atrasado
con ciertos resabios semifeudales, legado del subdesarrollo histórico, se
inició solucionando con métodos extraparlamentarios, lo que cinco largos años
de experiencia republicana no habían podido solucionar. El hecho de que gran
parte de las conquistas revolucionarias conseguidas en julio, tuvieran un
carácter democrático y no socialista, reivindicaciones que eran
tradicionales en el seno del movimiento obrero, del campesinado y la pequeña
burguesía, reivindicaciones democráticas que la burguesía española, durante más
de un siglo de "revolución burguesa" se había negado a solucionar,
lejos de desmentir el carácter socialista, no hace otra cosa que
confirmarlo.
Las
reivindicaciones democráticas de la población trabajadora fueron solucionadas
con métodos revolucionarios, que nada tenían que ver con los de la atemorizada
burguesía, y que además fueron llevadas a cabo con la oposición de ésta.
Es la clase
obrera y el campesinado pobre, con sus comités, los que iniciaron el camino de
la revolución, cumpliendo las tareas democráticas que seguían pendientes
(reforma agraria, cuestión nacional, excesivo poder político y económico de la Iglesia, ejército al servicio de la represión interna...). Las mismas colectividades que
durante las primeras semanas no pasaron de ser simples
"cooperativas", al servicio de los trabajadores de las mismas,
por la falta de un programa político que las articulara coherentemente, en un
nuevo sistema económico, tendieron inevitablemente a la socialización y a la
estructuración.
La
revolución que se había iniciado cumpliendo las tareas democráticas más
inmediatas, sintió que solo podía sobrevivir transformándose en socialista. Y
lo hizo adoptando, multitud de formas (colectivizaciones, nacionalizaciones,
control obrero, colectivizaciones agrarias forzosas, voluntarias,
cooperativas...), que expresaban simultáneamente, su fuerza (la gran capacidad
creativa de las clases explotadas, sintiéndose dueñas de su propio destino) y
su debilidad (la falta de un organismo centralizador de la revolución y
la inexistencia de una organización dispuesta a terminar con la dualidad de
poderes para llevarla hacia adelante).
La gran
tragedia de la revolución española era que nadie estaba dispuesto a asumir el
poder, y a llevar la revolución hasta las últimas consecuencias. En este
sentido, la autoridad de los comités locales, aunque fuera de una forma
desarticulada, constituía un serio inconveniente para las líneas políticas de
los distintos grupos. La dualidad de poderes, expresada en Catalunya, en el
seno del Comité Central de Milicias, se expresaría también en la calle, en la
oposición que existió entre la autoridad de los comités revolucionarios y las
organizaciones obreras del Frente Popular, que apoyaban la reconstrucción de
las viejas instituciones gubernamentales.
El Estado
republicano se había hundido, no a causa de la sublevación militar, sino por la
respuesta revolucionaria que los trabajadores habían dado. Sin embargo, los dos
poderes existentes en la zona republicana, el poder revolucionario y el poder
burgués, no se encontraban claramente enfrentados, por lo menos no a un
nivel plenamente consciente, sino que por el contrario, coexistían. Fruto
del acuerdo entre las organizaciones obreras y las instituciones
gubernamentales republicanas, el poder de los comités, se limitó a ignorarlas,
permitiendo que éstas, agazapadas a la sombra de la revolución recuperaran,
poco a poco el poder perdido. Los obreros revolucionarios
armados, sintiéndose dueños de la calle y de los
centros de trabajo, y vencedores de la sublevación, se dedicaron a
organizar el nuevo orden social, ignorando la autoridad del gobierno.
En
Catalunya, el compromiso entre los dirigentes anarcosindicalistas y el
presidente Companys, permitió que la Generalitat apareciera ante
los revolucionarios, no como un adversario político que se preparaba para
recuperar su poder, sino como la fachada "respetable" y
"legal" que adoptaba la revolución, ante las potencias
extranjeras.
Los
comités-gobierno nunca llegaron a convertirse a desarrollarse plenamente como
organismos de poder, a la manera que lo habían hecho los soviets rusos.
No porque fueran elementos extraños a la tradición española, como ha sugerido
la mayor parte de la izquierda y numerosos historiadores estudiosos del
tema (325). Los comités revolucionarios locales no adquirieron un carácter
soviético, porque no existió ninguna organización obrera, dispuesta a trabajar
políticamente para que se diera esta transformación.
"¿Cómo se puede pretender que los obreros españoles no habían construido
soviets? habían construido comités por todas partes, y estos comités habían
tomado la industria en sus manos. No hacía falta más que unificarlos,
desarrollarlos, y se hubiera construido el soviet de Barcelona" (326).
Desde el
momento de su formación, los comités representaron la voluntad revolucionaria
de los sectores más concienciados y organizados de los trabajadores. Sin
embargo, el grado de democratización de los comités fue muy heterogéneo y varió
según la zona y la correlación de fuerzas que existió en su seno. El
menosprecio de las organizaciones obreras impidió el desarrollo de su
homogeneidad. Pese a la capacidad creadora demostrada por los trabajadores y
por los militantes revolucionarios, los comités no podían superar
espontáneamente el obstáculo que significaba el hecho de que ninguna de sus
organizaciones estuviera dispuesta a organizarlos y a estructurarlos, con la
perspectiva de convertirlos en la base de un nuevo estado o poder
revolucionario.
Socialistas
y comunistas consideraban que los comités eran organizaciones provisionales,
que habían llenado el hueco dejado, en los primeros momentos, por el
derrumbe del Estado republicano. Sin embargo, los comités
debían limitarse a mantener el orden interno y organizar la defensa
contra los sublevados, para dejar paso al poder restaurado de la República. Anarcosindicalistas y poumistas, los consideraron como simples organismos de
frente único entre las diferentes organizaciones obreras, mientras que el
auténtico canal de expresión de la voluntad de las masas revolucionarias debían
las centrales sindicales y los partidos.
Ambas
opiniones condenaban a los comités, por diferentes caminos, al no desarrollo
político, y por lo tanto, a su decadencia y a su extinción final.
A diferencia
de las dos revoluciones rusas y de la alemana, los comités gobierno españoles
no contaron con ninguna organización dispuesta a organizarlos y a
democratizarlos.
Los soviets
rusos de 1905 y 1917 contaron con el apoyo de todas las organizaciones
izquierdistas, incluidas las más reformistas. En la revolución alemana,
socialdemócratas, socialdemócratas independientes y espartaquistas,
coexistieron en el seno de los Räte, con orientaciones distintas.
La
participación en la revolución rusa y alemana de las organizaciones obreras más
reformistas, no significa, en modo alguno, que éstas apoyasen la transformación
de los soviets o Räte, de organismos de frente único, a órganos del poder
revolucionario. Por el contrario, aspiraban a convertirlos en soportes
"populares" de los viejos poderes establecidos. El ejemplo más
significativo de esta actitud dual de las organizaciones reformistas, la
encontramos en Friedrich Ebert, que fue simultáneamente, canciller del
Reich (el poder burgués) y presidente del consejo de los comisarios del pueblo
(el poder obrero).
La
participación de la izquierda en los consejos los potenció, hasta
convertirlos en una auténtica alternativa frente a las instituciones
gubernamentales tradicionales.
Sin embargo,
ninguna de estas características se dio en la revolución española. Aunque los
comités revolucionarios se habían formado espontáneamente, por la
acción de la militancia de las organizaciones obreras, sus direcciones
políticas mantuvieron una actitud que fue, desde la incomprensión más absoluta
de su naturaleza hasta la franca hostilidad. Este fue uno de los rasgos más
peculiares y significativos de la revolución española, la absoluta
espontaneidad que existió en la aparición de los comités-gobierno.
Es más que
probable, que la experiencia de lo que habían sido los soviets rusos y los Räte
alemanes, pesara en las actitudes que adoptaron las organizaciones obreras en
España. Especialmente en lo que se refiere a las que mantuvieron una actitud
hostil: las organizaciones obreras que estaban adheridas al Frente Popular.
"¿Porqué, pregunto, no han sido creados soviets propiamente dichos (como
en Asturias en 1934), constituidos con diputados elegidos democráticamente por
los obreros en las fábricas? porque estamos dedicados a los problemas de orden
militar, es la respuesta, que no me suena muy convincente... quizás el PSUC
desea que las cuestiones militares reciban plena atención, pero es obvio que
esto no interesa a la CNT. Quedo limitado a mis deducciones. Es la CNT quien está en posición de decidir si deben o no crearse soviets. Si no los hay, es
probablemente porque la CNT no los quiere, si los quisiera, la UGT no podría impedírselo. Y deduzco que la actitud de la CNT se explica quizás por el hecho de que mantiene el control de las fábricas a través de sus poderosas
organizaciones sindicales y unas elecciones de tipo soviético no contribuirían
en nada a su poder, sino que inevitablemente, darían a los demás partidos, la
oportunidad de probar su fuerza en las fábricas" (327).
La
potenciación de los comités no podía hacer otra cosa que poner en peligro la
alianza que se había formado entre todas las organizaciones obreras, incluido
el anarcosindicalismo y el poumismo, con los republicanos.
El debate
sobre "Guerra o revolución", es decir, sobre si antes se debía ganar
la guerra, o no, para hacer después la revolución era en realidad, una polémica
falsa. Todas las organizaciones obreras, desde diferentes ángulos, se mostraron
partidarias de ganar primero la guerra. Ninguna de ellas defendió de
forma coherente y en la práctica, la necesidad de convertir la
guerra y la revolución, en una misma cosa: "la guerra revolucionaria"
(328).
Rudolf de
Jong, diferencia cuatro actitudes diferentes entre las distintas fuerzas
políticas que componían el campo republicano:
1. Los partidarios de salvar la revolución, ganando primero la guerra, para
continuarla después, una vez desembarazados del principal enemigo, los
militares sublevados (los libertarios y el POUM). Mientras la situación
perdurara era necesario salvar al máximo las conquistas revolucionarias. La
incompatibilidad entre éstas y el mantenimiento de la alianza con el Frente
Popular los arrastraría, en detrimento de las primeras, hacia la liquidación de
la revolución.
2. Los que consideraban que era necesario terminar con la revolución y
restaurar el estado republicano-burgués para poder "terminar" la
guerra. La palabra utilizada "terminar", es fundamental
para poder comprender la actitud de los republicanos. Los partidarios de
esta opción se manifestaron muy pronto por la negociación con los sublevados.
La negociación hubiera significado el fin de la guerra y también de la
revolución. El problema de los republicanos era que, completamente barridos de
la escena política, eran incapaces de imponer su política. Ni la revolución, ni
la reacción, enfrentadas a muerte, estaban dispuestas a ceder.
3. Utilizar la guerra para destruir la revolución y ganar el poder (de Jong
sitúa en esta posición al PCE y al PSUC). Sin embargo y como ya hemos explicado
en capítulos anteriores, el objetivo del poder, está más que cuestionado.
Stalin no estaba dispuesto a que el PCE-PSUC pudieran llegar al poder. La
sección española de la Komintern no era más que un peón en el tablero de
ajedrez de las alianzas internacionales. Un peón que estaba dispuesto a
sacrificar en el momento oportuno, para alcanzar sus principales objetivos
políticos: evitar a toda costa el aislamiento de la URSS y la posible alianza entre las potencias capitalistas democráticas y fascistas.
4. Finalmente, Rudolf de Jong, sitúa a las diferentes fracciones del Partido
Socialista, que nunca llegaron a mantener una postura homogénea. Cada tendencia
socialista hacía suya, cualquiera de las tres posiciones citadas anteriormente.
Largo Caballero, mantenía una posición ambigua, y coqueteaba con los
libertarios. Prieto coincidía por completo con los republicanos (lo que le
valió en numerosas ocasiones, la acusación de derrotista). Alvarez del Vayo,
estaba próximo a las tesis comunistas (329).
El debate real era otro muy distinto. Las fracciones socialistas de derecha y
el Partido Comunista se mostraron partidarios de hacer retroceder a la
revolución hasta el punto de que ésta no rebasase, ni pusiese en peligro, el
proyecto republicano. Esto equivalía a pretender su liquidación (los
calificativos de "democracia de nuevo tipo" o "República social
avanzada" no eran más que formas para adornar la idea de mantener la República burguesa, objetivo que chocaba con los deseos de la militancia).
La aspiración de los libertarios, y de una forma más ambigua, de la Izquierda Socialista, era otra muy distinta. Había que mantener la dualidad de poderes,
aplazar su desenlace hasta el final de la guerra, manteniendo mientras tanto,
la imagen de respetabilidad y de legalidad republicana, frente a las potencias
democráticas, pero conservando en las mejores condiciones posibles, las
conquistas revolucionarias logradas.
"Nada de comunismo libertario, primero hay que aplastar al enemigo
dondequiera que esté" (330).
Sin embargo,
y a pesar de las pruebas de moderación política demostradas por la
dirección cenetista, las bases continuaban empeñadas en llevar a cabo la revolución,
con el consentimiento, o sin él, de sus dirigentes. Fueron las iniciativas de
los militantes de la CNT, la que acabaron por arrastrar a los desconcertados
dirigentes. Con esta situación de hechos consumados, los líderes libertarios
tuvieron que desarrollar una política contradictoria: colaborar con el Frente
Popular que pretendía restaurar la República, apoyándose en el poderoso movimiento revolucionario que se estaba desarrollando y que objetivamente era
incompatible con los restos del viejo estado.
Sin embargo,
la unidad política tenía un precio, que los adversarios políticos de la
revolución estaban dispuestos a cobrar. En aras de la "unidad
antifascista" la CNT tendría que aceptar, poco a poco, la liquidación de
las conquistas de Julio, provocando la desmoralización de sus bases y la
liquidación, no deseada, de la revolución.
La
pretensión de mantener la situación revolucionaria, apoyándose en el inmenso
poder que la CNT había adquirido en la calle, se rebeló pronto como una
ilusión, de desastrosas consecuencias. La influencia conseguida sólo podía
mantenerse consolidando el poder adquirido, organizando a los comités locales
en una auténtica estructura de poder, articulándolos en torno a un programa
político que diera satisfacción a las reivindicaciones históricas de los
trabajadores y del resto de las clases populares. Era necesario acabar,
de una vez por todas, con los restos moribundos de las instituciones
republicanas, que habían sido incapaces, tanto de realizar una "revolución
democrática", como de prevenir la sublevación militar. De otra forma los
partidarios de la restauración republicana, irían recuperando paulatinamente el
poder perdido, amparándose en la actitud vacilante de los dirigentes anarcosindicalistas.
La situación
que la CNT pretendía mantener hasta el final de la guerra, se manifestaba
altamente inestable. La dualidad de poderes evolucionaba rápidamente hacia uno
de los dos extremos políticos, sin que los dirigentes de la CNT pudieran hacer nada para evitarlo. Cada paso que daban sus adversarios, en la
reconstrucción del viejo orden, chocaba con la resistencia de los comités y de
los sectores revolucionarios de la población.
Los
dirigentes libertarios, con su pretensión de mantener la situación y evitar que
ésta derivara hacia ninguno de los dos extremos, tenían que ceder cada vez más,
para preservar el compromiso con sus aliados forzosos.
El POUM
aunque defendía la necesidad de avanzar hacia la instauración del socialismo y
la dictadura del proletariado, en la práctica acabaría dejándose arrastrar por
el enorme peso del anarcosindicalismo, negándose a separarse de su sombra
protectora.
Incapaz la
revolución española de ir más allá de donde había llegado espontáneamente,
inició su decadencia. La guerra revolucionaria se reveló como un proyecto
imposible, al no ser defendida por ninguna organización, y dió paso, cada vez
más, a una guerra tradicional. Una vez perdido el contenido social revolucionario,
la guerra se decantaría inevitablemente, hacia el lado militarmente más fuerte,
el ejército de Franco.
Ante la
comisión Dewey, León Trotsky, el creador del Ejército Rojo, reflexionó, a
partir de sus experiencias en la guerra civil rusa, sobre cuales eran las
verdaderas claves que iban a decidir la derrota o la victoria de la
revolución española:
"Durante los tres años que ha durado nuestra guerra civil, la superioridad
del arte y de la técnica militares estaba con frecuencia del lado del enemigo,
pero, finalmente, fue el programa bolchevique el que consiguió el triunfo. El
obrero sabía muy bien por lo que se batía. El campesinado dudó largo tiempo,
pero habiendo comparado por experiencia ambos regímenes, sostuvo finalmente el
campo bolchevique".
"En la guerra civil, incomparablemente más dura que una guerra ordinaria,
la política domina la estrategia...".
"Las reformas sociales audaces representan el arma más potente en la
guerra civil y la condición fundamental de la victoria sobre el fascismo"
(331).
El declive
revolucionario, consecuencia de la liquidación de las conquistas
sociales conseguidas, arrastró tras de si a todo el campo republicano,
incapaz de recuperar el entusiasmo inicial. De forma trágica, la derrota
republicana demostraría que, revolución social y guerra, iban inevitablemente
unidas.
"Según la opinión coincidente de testigos presenciales extranjeros y de
numerosos dirigentes sindicales, la disposición a la acción y al sacrificio de
los obreros (sindicalmente organizados) -elemento éste imposible de medir
cuantitativamente, pero en cualquier caso decisivo para un desenlace victorioso
de la guerra- cedió en la misma medida en que los objetivos bélicos del
gobierno republicano perdían el contenido social del programa auspiciado por
los trabajadores... En el curso de la guerra civil esto generó... una creciente
desilusión e indiferencia cuyas consecuencias sobre el esfuerzo militar no cabe
infravalorar." (332).
El POUM,
repitiendo el viejo esquema maurinista, consideraba a las Juntas, como las
herederas de las viejas Alianzas Obreras de 1934. La concepción
anarcosindicalista de la revolución había arraigado profundamente en la
orientación del POUM. También para ellos, la democracia obrera y las
aspiraciones de los trabajadores se transmitía a través de las organizaciones
obreras que integraban las Juntas, especialmente los sindicatos mayoritarios
como eran la CNT y UGT. Convertir las Juntas y los comités en verdaderos
soviets era pretender introducir un cuerpo extraño en la revolución
española que no podía prosperar. Andreu Nin consideraba que los soviets rusos
de 1917 aparecieron para llenar el vacío que ocasionaba la falta de tradición
democrática del movimiento obrero en aquel país (debilidad de las
organizaciones obreras de masas). En cambio, para Nin, España contaba con una
gran tradición democrática del movimiento obrero que estaba concretada en la
existencia de dos poderosos sindicatos obreros, la UGT y la CNT. (134).
4. EL COMITE CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA
4.1 ORÍGENES Y FORMACIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE
CATALUNYA
El pacto
acordado entre Companys y los portavoces de la CNT, por el que los anarcosindicalistas renunciaban a aprovechar su indiscutible triunfo para tomar el poder, y
que permitía al primero, continuar en su puesto de presidente de la Generalitat de Catalunya, tuvo como consecuencia, la formación de un nuevo organismo de
colaboración entre ambas partes, las organizaciones afectas al Front
d'Esquerres (El Frente Popular en Catalunya) y la CNT, la FAI y el POUM. Este organismo, concebido de forma muy distinta por ambas partes, se
constituyó rápidamente en el único poder con autoridad en toda Catalunya.
Las
versiones sobre los orígenes y las circunstancias que se dieron, en los
momentos de formación del Comité Central son variadas y confusas. Al parecer,
el acuerdo no fue bien recibido por algunos sectores del Frente Popular, en
particular por el recién formado Partido Socialista Unificado de Catalunya,
que adoptó una postura beligerante ante el "inesperado"
triunfo anarcosindicalista en toda Catalunya, y se mostró partidario de
reforzar al máximo el gobierno de la Generalitat de Catalunya, organizando rápidamente una fuerza militar, a su servicio.
"Comorera propuso la creación de oficial de las milicias de la Generalitat en una reunión del Frente Popular con el presidente, el 21 de julio (asistieron
Comorera (USC), Valdés (PCC), Vidiella (PSOE), Cussó (PCP), Peypoch (AC) y
Faustino Bellvé (ERC)... disuelto el ejército por el gobierno de Madrid, la
debilidad de éste, obligaba a las provincias y a las nacionalidades españolas a
suplir el estado en ruinas y a resolver con sus exclusivos medios los
conflictos que se les planteaban. Aceptose por unanimidad, la propuesta de
Comorera y se le encargó la redacción del oportuno decreto".
"...sin oponerse por la fuerza a lo que sucede, usted, presidente,
debe asegurar un orden revolucionario y prestar apoyo a la formación de
unidades combatientes que dependan de la Generalitat, con el fin de asegurar un frente sólido... pronto dispondremos de una fuerza militar y de un movimiento
obrero-campesino político y de clase recuperado y lo bastamente vigoroso para
defender la economía en la retaguardia y hacer la guerra y no la revolución
que, de momento, no es una meta" (333).
Independientemente de la escasa rigurosidad histórica que reflejan los escritos
de Benavides, (se contradice en el número y nombre de los asistentes a la
reunión, con la versión que se da en "Guerra y revolución" tomo
I, obra colectiva del PCE, (334)), de ellos podemos extraer la división y la
desorientación que había provocado el estallido de la revolución en el seno del
Front d'Esquerres. La postura de Joan Comorera representaba la de la mayor
parte de los grupos que participaban en la reunión, todos salvo Peipoch,
miembro de la minúscula Acció Catalana y Bellvé, que pertenecía al mismo
partido que Companys. El resto de los grupos estaban ya, prácticamente
fusionados en el nuevo PSUC. Sin embargo, la postura de Comorera se estrelló
con la actitud de prudencia que había adoptado el presidente de la Generalitat, consciente éste, de que cualquier precipitación podría ser considerada
como una provocación por los verdaderos triunfadores de las jornadas y
desembocar en la liquidación definitiva de la Generalitat y del Front d'Esquerres.
La CNT y la FAI, eran los auténticos e indiscutibles dueños de la situación, y aunque los
dirigentes anarcosindicalistas habían dado seguridades a Companys de que no
estaban dispuestos a tomar el poder, sus militantes eran los auténticos dueños
de la calle. Las fuerzas militares y policiales que se habían mantenido fieles
a la República y que habían combatido contra los sublevados, estaban en franco
proceso de disolución, en contacto con la marea revolucionaria. Cualquier
acción, por parte de la Generalitat, que no contase con el visto bueno de los
anarcosindicalistas podía ser considerada una maniobra hostil.
"Era prácticamente imposible restablecer la disciplina general y la de
nuestras fuerzas de Orden Público y hasta la de la guardia civil, que
embriagadas por el entusiasmo, se habían contagiado del ambiente y en mangas de
camisa tripulaban también los camiones abanderados y con carteles de las
organizaciones, entre las cuales predominaban las inscripciones
<<CNT-FAI>>", (335).
Por otro
lado, Lluís Companys era perfectamente consciente del escaso poder de
convocatoria que su gobierno y el Front d'Esquerres, tenían en aquellos
momentos de euforia revolucionaria.
El
presidente de la Generalitat se mostró partidario de extremar la prudencia y de
ganar tiempo para aprovechar la indecisión de la que había hecho gala el
anarquismo y situarse en las mejores condiciones posibles en el camino hacia la
recuperación del poder. Esta actitud, considerada como vacilante fue duramente
criticada por los dirigentes del nuevo partido unificado, defensores de una
política más firme frente a los triunfadores de las jornadas de julio.
"Companys acaba de cometer el error más grave de su vida política. El
recuerdo de los muertos que han expirado con su nombre en los labios, el
tumulto desordenado y patético de los barceloneses y las primeras
manifestaciones de una revolución que, a pesar de su desorden y de su
patetismo, nacía sobria y virtuosa, lo desorientaron. El Presidente sólo fue un
eco del ruido callejero al dirigirse a los anarcosindicalistas que acudieron a
su despacho con la victoria caliente en las manos, como una presa de su
exclusiva pertenencia" (336).
"No se habló más del decreto y Companys aprobó el proyecto de un Comité de
Milicias Antifascistas sugerido por la CNT-FAI y apoyado por el POUM".
"...Se aceptó y ocurrió lo inevitable: desapareció la autoridad del
Gobierno, suplantada por la del Comité Central de Milicias. La dualidad de
poderes dificultaría los trabajos de organización" (337).
Si nos
atenemos a la versión que nos da Manuel D. Benavides, el Comité Central de
Milicias Antifascistas habría sido una propuesta de los anarcosindicalistas,
que habría sido aceptada a regañadientes por Companys y por los
partidarios del Front d'Esquerres. La teoría sobre el origen libertario de la
propuesta ha sido compartida por algunos testimonios políticos de la
época (338).
Sin embargo,
hay muchas otras versiones, que nos parecen mucho más realistas. Cruells
defiende la teoría de que, en realidad, la idea de la formación de un Comité
Central de Milicias Antifascistas, procedió, no de los anarcosindicalistas,
sino del mismo Companys. La posibilidad de que la CNT y la FAI se integraran en un gobierno de coalición, junto al POUM y el resto de las
organizaciones del Front d'Esquerres fue rechazada por los primeros. Cualquier
participación gubernamental de la CNT, en aquellos momentos, era
prematura y chocaba, todavía, con la resistencia ideológica de sus militantes.
"...El presidente Companys cree todavía factible una continuidad del
Frente Popular catalán, en el cual se integrarían los anarquistas, pero éstos
no aceptan esta vieja forma de poder, en la cual ellos quedarían totalmente
diluidos, y aceptan en cambio, la formación de un Comité de Milicias, también
propuesto por el presidente Companys, que tendría como finalidad, orientar toda
la vida de Catalunya, profundamente trastornada a causa de la sublevación
militar...".
"Los anarquistas aceptaron la creación de un Comité Central de Milicias,
<<en tanto que organismo popular que asuma la dirección económica,
militar y política de la vida catalana>>..." (339)
La versión
de Manuel Cruells, compartida por otros muchos historiadores y testimonios de
la época, parece más exacta (340). La misma actitud pasiva de los portavoces de
la CNT, y el desconcierto que reflejó la asamblea decisoria histórica, en la
que el anarcosindicalismo renunció al poder, en contraste con la de Lluís
Companys, que intentaba conseguir un respiro para poder reorganizar las
dispersas fuerzas de la Generalitat, parece avalarlo.
Aunque los
libertarios se habían negado a tomar el poder, la CNT era, de hecho, la dueña de la Catalunya revolucionaria. La opción adoptada de
"colaborar" en el Comité Central de Milicias, les permitía ejercer el
poder, sin necesidad de renunciar a sus principios antiestatalistas y sin
tener que asumir la responsabilidad del mismo.
Por otro
lado, Manuel D. Benavides da una versión errónea, también en otros puntos. No
es cierto que el decreto aceptado por unanimidad por los asistentes a la
reunión de Lluís Companys, con las organizaciones del Front d'Esquerres, por el
cual debían formarse milicias al servicio de la Generalitat no fuese redactado. Los planes del gobierno autónomo catalán, para constituir una
fuerza de milicias, bajo su mando, fueron publicados en forma de tres decretos,
en el Butlletí de la Generalitat, el día 22 de julio. En el primero se
constituían las "milicias ciudadanas por la defensa de la República", que sustituiría al viejo ejército que había protagonizado la sublevación. En
el segundo, se nombraba a Enric Pérez Farràs, como jefe de estas milicias y en
el tercero, se escogía a Lluís Prunés Sató, conseller de la Generalitat, como comisario de Defensa, que sería el encargado de organizarlas.
El problema
no es, como afirma sorprendentemente Manuel D. Benavides, que la presión
de los anarcosindicalistas hiciera que Lluís Companys desestimara la idea, sino
que la situación política, convertía los decretos del gobierno de la
Generalitat, en papel mojado:
"Un intento que de hecho, no pasó del papel oficial de la Generalitat, ya que los anarquistas reaccionaron enseguida en contra" (341)
Paralelamente, la propuesta de Lluís Companys, para formar un organismo de
colaboración de los anarcosindicalistas y el POUM, con el gobierno de la Generalitat y las organizaciones del Front d'Esquerres, pretendía anular políticamente
a la CNT, y convertir su triunfo, en una fuerza de apoyo al gobierno autónomo. Con
unas milicias bajo el mando la Generalitat, y un Comité Central de Milicias,
convertido en un apéndice auxiliar de su gobierno, Companys pretendía recuperar
el control de la situación, y por lo tanto del movimiento revolucionario. Sin
embargo el tiempo trabajaba en aquellos momentos, en contra de sus planes. La
revolución que se había iniciado espontáneamente con los combates, iba a
frustrar sus planes.
Lluís
Companys había interpretado erróneamente la renuncia de la CNT al poder, considerándola como una oportunidad histórica para recuperar el control de la
situación. El anarcosindicalismo no iba a dejarse arrebatar el triunfo,
especialmente, cuando la revolución que se había iniciado, espontáneamente,
con los combates, se estaba radicalizando rápidamente y llegaba, cada vez
más, a todos los rincones de Catalunya, creándose comités revolucionarios en la
mayor parte de las localidades y donde las grandes propiedades de la
burguesía estaban siendo incautadas por los trabajadores, sin esperar
órdenes de sus organizaciones.
Junto a los
decretos sobre la formación de las "milicias ciudadanas", la Generalitat publicó otros dos, en los que se convertía al Comité de Milicias, propuesto a los
libertarios, en un simple "Comité de Enlace y dirección de las milicias
ciudadanas", que estaría presidido por un delegado del gobierno autónomo,
designado por el Conseller de Orden Público. En este organismo auxiliar,
estarían integradas todas las organizaciones obreras y antifascistas de Catalunya.
Finalmente, su publicaba otro decreto, por el que se creaban "Comités
locales de Defensa" en todos los pueblos y ciudades de Catalunya, que
estarían supeditados al Comité Central de Milicias.
La realidad
fue muy distinta a los planes y previsiones que había hecho Companys:
"Al empezar la reunión, Lluís Prunés nos apercibió de que, de acuerdo con
el decreto aparecido en el Butlletí Oficial, él y los oficiales mencionados
habían acudido para encauzar la creación de las milicias ciudadanas....Le
interrumpí secamente, diciéndole que los allí reunidos nos encontrábamos
presentes no para tratar de unas milicias ciudadanas de las que no teníamos
conocimiento, sino para organizar el Comité de Milicias Antifascistas de
Catalunya que, en principio, se había acordado en el breve cambio de
impresiones tenido entre los representantes de la CNT y el presidente de la Generalitat, con el sentimiento de los dirigentes de todos los
sectores antifascistas de Catalunya. Y que eso era lo que íbamos a hacer inmediatamente,
para lo cual presentaba un proyecto de constitución y de facultades del
referido comité. Leí el proyecto, que fue escuchado atentamente por todos. Y
como los delegados no habían recibido ningún otro proyecto, no habiendo otro,
fue tomado en consideración el mío y pasó a ser discutido punto por
punto..." (342).
La ficción
republicana en Catalunya, quedaba abortada con un simple gesto de los
representantes anarcosindicalistas. El forcejeo entre ambas partes fue
prácticamente nulo, demostración palpable de que la dualidad de poderes,
instituida por la misma CNT al no tomar las riendas del poder, estaba
claramente decantada hacia uno de los dos extremos, mientras que el otro, el
gobierno de la Generalitat, sobrevivía impotente, privada de cualquier resto de
autoridad. Lluís Companys, en pleno auge revolucionario, solamente tenía dos
opciones posibles: plegarse a las exigencias de los anarcosindicalistas
respecto a que el Comité Central de Milicias se convirtiera en el auténtico
organismo de poder en Catalunya, o presentar su dimisión.
"La presencia en la reunión del día siguiente de delegados sin
personalidad en sus partidos y de nombres apenas conocidos hasta aquel momento,
revelaba sin lugar a dudas que, a espaldas nuestras, todos los partidos y
organizaciones se habían reunido previamente y convenido una tácita
desestimación de la importancia del Comité Central de Milicias Antifascistas.
Por nuestra parte, acudimos los tres designados por el Comité regional de la CNT: Buenaventura Durruti, José Asens y yo; los designados por el Comité Regional de la FAI eran Aurelio Fernández y Diego Abad de Santillán; por Esquerra Republicana de Catalunya,
Artemio Aiguader, Jaime Miravitlles y Juan Pons; por Acció Catalana, Tomás
Fabregas; por Unió de Rabassaires, José Torrens; por el POUM, José Rovira
Canals; por Unió Socialista de Catalunya, José Miret Yuste y por la UGT, José del Barrio, Salvador González y Antonio López".
"También comparecieron sin que les prestásemos ninguna atención, los designados
por Companys para hacerse cargo de las diversas jefaturas previstas en su
decreto de milicias ciudadanas: Pérez Farrás, jefe de milicias ciudadanas de
Catalunya, Lluis Prunés y Saltó, comisario de defensa de la Generalidad, y Vicenç Guarner designado por el comisario general de Orden Público"
(343).
El Comité
Central de Milicias estaría compuesto, desde aquel momento, por quince
representantes de los partidos y sindicatos asistentes: cinco
anarcosindicalistas (3 de la CNT y 2 de la FAI), cinco republicanos (3 de ERC, 1 de AC y 1 de UdR), 1 representante del POUM, 1 del recién formado PSUC y 3
de la UGT (que caería rápidamente en la órbita del nuevo partido comunista
catalán). La central sindical ugetista quedó sobrerrepresentada en el nuevo
organismo.
La concesión
que efectuaba el anarcosindicalismo era un guiño político dirigido a la UGT, a la espera de que ésta adoptaría una postura similar en aquellas zonas, donde la CNT era claramente minoritaria. La correlación de fuerzas existente en el seno del Comité,
tenía poco que ver con la que correspondía a la realidad, en toda Catalunya. La
distribución se hacía claramente en detrimento de los libertarios, que
esperaban con ello, conseguir un auténtico frente único de las organizaciones
"antifascistas". La minoría numérica en la que habían
quedado, voluntariamente, los anarquistas, estaba claramente compensada
con su hegemonía en la calle.
Juan García
Oliver, nos llama la atención sobre un elemento revelador, casi nunca
mencionado por los historiadores o por los testimonios de la época. El hecho de
que los representantes de los partidos y sindicatos que habían asistido a
la primera reunión, fuesen cuadros dirigentes de segunda fila en sus
respectivas organizaciones. El detalle, lejos de ser anecdótico, como muy
bien indica el autor de dichas líneas, nos lleva a hacer algunas reflexiones
sobre las actitudes políticas de los diferentes grupos.
Las
organizaciones que pertenecían al Front d'Esquerres, tenían que conocer, a la
perfección, los planes y objetivos que buscaba Companys. El
plan político de la Generalitat, era completar la maniobra, formando un
gobierno de concentración, en el que estarían incluidas todo el arco de
organizaciones que integraban el Frente Popular catalán. Sería pues, en el
nuevo gobierno autónomo, donde se situaría el centro de gravedad del
poder en Catalunya, y desde donde se dictaría la nueva orientación política. El
destino que Companys le daba al Comité Central de Milicias era completamente
secundario y sin importancia política.
Más dudosa
parece, la complicidad del POUM en esta maniobra política de Companys,
así como la actitud que mantuvo esta organización, antes y después de las
jornadas de Julio y de la formación del Comité Central. La postura del
poumismo, parece obedecer a distintos motivos que los del Front d'Esquerres, y
es más atribuible a la profunda desorientación política que atravesaba esta
organización en los primeros momentos de la revolución. El POUM se mantenía a
la expectativa del curso que podían seguir los acontecimientos que estaban
sucediendo.
La propuesta
de Lluís Companys que pretendía neutralizar al triunfante anarcosindicalismo
catalán fracasó estrepitosamente.
La CNT había renunciado a tomar el poder, pero no estaba dispuesta a convertirse en una simple
comparsa de la Generalitat, renunciando a su triunfo. Tras un debate, en el que
parecen haber resaltado las intervenciones de Aiguader y de Juan García Oliver,
se estableció publicar un nuevo decreto por el que se declaraba constituido el
nuevo organismo de poder, en Catalunya.
"Constituido el Comité de Milicias Antifascistas de Catalunya, este
organismo de acuerdo con el decreto publicado por el gobierno de la Generalitat de Catalunya, en el Butlletí Oficial del día de hoy, ha tomado los siguientes
acuerdos, el cumplimiento de los cuales obliga a todos los ciudadanos:"
"Primero. Se establece un orden revolucionario, al mantenimiento del cual
se comprometen todas las organizaciones que integran el Comité".
"Segundo. Para el control y vigilancia, el Comité ha nombrado los equipos
necesarios a fin de hacer cumplir rigurosamente las órdenes que del mismo
emanen. A este objeto, los equipos llevarán la credencial correspondiente que
hará efectiva su personalidad".
"Tercero. Estos equipos serán los únicos acreditados por el Comité. Todo
aquel que actuare al margen será considerado faccioso y sufrirá las sanciones
que determine el Comité".
"Cuarto. Los equipos de noche serán especialmente rigurosos contra
aquellos que alteren el orden revolucionario".
"Quinto. Desde la una hasta las cinco de la madrugada la circulación
quedará limitada a los siguientes elementos:"
"a) Todos los que acrediten pertenecer a cualquiera de las organizaciones
que constituyen el Comité de Milicias".
"b) Las personas que vayan acompañadas de algunos elementos que acrediten
su solvencia moral".
"c) Los que justifiquen el caso de fuerza mayor que los obligue a
salir".
"Sexto. Con el objeto de reclutar los elementos para las Milicias
Antifascistas, las organizaciones que constituyen el Comité quedan autorizadas
para abrir los correspondientes centros de reclutamiento y entrenamiento. Las
condiciones de este reclutamiento serán detalladas en un reglamento
interior".
"Séptimo. El comité espera que, dada la necesidad de constituir un orden
revolucionario para hacer frente a los núcleos fascistas, no tendrá necesidad,
para hacerse obedecer, de recurrir a medidas disciplinarias".
"El comité: (las firmas de los representantes de las organizaciones que
habían asistido a la reunión)"(184).
La nueva
orientación que los líderes anarcosindicalistas le dieron al comité Central y
la formación de las columnas milicianas, bajo su iniciativa, fueron el final de
los sueños de Companys, de reconducir la situación revolucionaria hasta la
recuperación total del poder que acababa de perder.
Definitivamente, el proceso iba a ser mucho más lento e inseguro.
De un
plumazo, el gobierno de la Generalitat quedaba relegado a un segundo plano
político, encargándose de ratificar las órdenes que partirían del Comité
Central. Los representantes enviados por la Generalitat, para hacerse cargo de la formación de las milicias ciudadanas fueron
completamente ignorados, incluido el conseller de Orden Público, Lluis Prunés,
reflejando la situación de total bancarrota política en la que se encontraban
inmersas, las viejas autoridades republicanas, completamente ignoradas por el
movimiento revolucionario que se había adueñado de las calles.
"Aunque el presidente Companys pudo haber concebido el papel del Comité
Central de las Milicias Antifascistas, como el de un organismo auxiliar del
gobierno de la Generalitat, el comité se convirtió inmediatamente en el órgano
ejecutivo de hecho de la región, cuyo poder reposaba, no en el desvencijado
aparato del estado, sino en las milicias revolucionarias y en las patrullas de
policía y en los innumerables comités que surgieron en la región durante los
primeros días de la revolución" (345).
Como muy
bien indica Walther Bernecker, el cruce que se dio entre el proyecto de
Companys, traducido en el conjunto de decretos que fueron publicados en el
Butlletí Oficial de la Generalitat del 23 de Julio, y la realidad muy distinta,
que impusieron los dirigentes anarcosindicalistas, ha dado lugar a una
confusión bastante generalizada entre diversos historiadores, (Bernecker cita a
Broué, Temine y Lorenzo entre otros), la de que el Comité Central de Milicias
fue sancionado por decreto, por el gobierno de la Generalitat (346). Sin embargo, el parecido entre el Comité Central de Companys, y el que se
convirtió en el poder indiscutible en Catalunya, durante los tres primeros
meses de la guerra civil, es inexistente.
La
complejidad de la tarea, que debía llevar a cabo el Comité Central de Milicias,
hizo que, por razones de eficacia, éste se dividiera en departamentos que
jugarían el papel de auténticos ministerios. El nuevo Comité Central pasó a
repartir los cargos y las responsabilidades en el seno del mismo. Los
anarcosindicalistas, verdaderos dueños de la situación, guardaron para si los
puestos más importantes.
Juan García
Oliver ocupó el puesto de jefe del departamento de Guerra, encargado de las
operaciones militares que debería llevar a cabo el nuevo ejército
revolucionario que se estaba formando en aquellos momentos. El departamento
estaba formado por siete miembros (tres militares, el conseller de Guerra
de la Generalitat, y representantes de UGT, ERC y del POUM).
Diego Abad
de Santillán quedó como responsable, dentro de este departamento, de la
formación y reclutamiento de las milicias.
El
rabassaire Josep Torrents dirigiría el departamento de abastecimientos.
Durruti, fue nombrado jefe de Transportes, sin embargo su cargo fue efímero,
pocos días después partía de Barcelona, rumbo a Zaragoza, al mando de la
primera columna de milicianos de la CNT. El departamento de Transportes quedó
en manos de Durán Rosell (UGT) y Alcón (CNT). Aurelio Fernández fue nombrado
responsable del departamento de Seguridad Interior, que organizaría,
entre sus diversas actividades, a las patrullas de control, encargadas de
velar por el nuevo orden revolucionario.
La comisión
de las industrias de guerra, estaría a cargo de Josep Tarradellas. Mientras que
Jaume Miravitlles sería nombrado responsable del departamento de propaganda,
además de ejercer la secretaría administrativa del Comité, que tenía un
carácter simbólico.
La mayor
parte de los nombres de los componentes del Comité Central de Milicias no
eran relevantes, y muchos de ellos serían relevados, durante los meses de
existencia del Comité, por otros miembros de sus propias organizaciones.
Buenaventura Durruti fue sustituido por Marcos-Alcón, Josep Rovira del POUM
primero lo fue por Enric Gironella, y éste, posteriormente, por Julián Gorkin,
Tarradellas, Durán Rosell, Rafael Vidiella y Enric Pérez Farràs, sustituyeron,
durante los meses siguientes, a miembros de sus respectivas organizaciones.
Mientras que Lluís Prunés, Felip Diaz Sandino y los hermanos Guarner,
cumplieron diversas funciones de coordinación con el gobierno de la Generalitat, y también como asesores militares del Comité.
El Comité
Central de Milicias estableció su sede en el Club Náutico de Barcelona, desde
donde empezó a impartir órdenes encaminadas a mantener y consolidar el
precario orden revolucionario que acababa de aparecer. Entre sus actividades
principales, estaba el mantenimiento del orden interno (con el departamento de
seguridad interior y las patrullas de control) y externo (con el departamento
de guerra y la formación de un improvisado ejército de milicianos, que se
dirigieron rápidamente a la conquista de Zaragoza, desde donde los sublevados
parecían amenazar a la Catalunya revolucionaria), la organización de la
economía (contando con el poderoso movimiento de incautación que se estaba
llevando a cabo en aquellos momentos, y con la necesidad de
"reconvertir" una parte de la industria para adecuarla a las
necesidades de la guerra), y la acción legislativa y judicial.
El
funcionamiento interno del Comité Central de Milicias fue, desde los primeros
momentos, completamente improvisado y empírico. Ninguna de las organizaciones
que formaban parte de él, tenía una línea política elaborada para poder
enfrentarse a la infinidad de problemas que suponía la administración de un
nuevo orden revolucionario que todavía no había podido consolidarse.
"La situación era tan caótica...que las reuniones del comité de milicias
se celebraban generalmente a media noche, ya que sus miembros debían
consagrarse, durante el día, a mil tareas diferentes. Los miembros se veían
obligados a reconstruir una administración en plena descomposición, a
garantizar el abastecimiento de Barcelona y el funcionamiento de los servicios
sanitarios, a entrevistarse con los técnicos y a persuadirles para que hiciesen
causa común con los obreros, a reclutar voluntarios para el frente, a mantener
la moral de la población, a impedir las venganzas, los saqueos y las exacciones
que tienen siempre lugar durante los grandes períodos de efervescencia"
(347).
La
estructura del nuevo organismo, desde el que se regulaba toda la vida cotidiana
en Catalunya, estuvo provista de otros muchos servicios que no vamos a detallar
ahora, de forma exhaustiva (educación, estadística, municiones, censura, radio,
prensa, cartografía...).
La gran
complejidad de las múltiples tareas que debía llevar a cabo el nuevo organismo
obligó al Comité Central de Milicias, a dotarse de una complicada red de
comités y de subcomités, que pudiera asegurar el cumplimiento de las funciones
vitales que debían permitir el mantenimiento del orden revolucionario.
A pesar de
la compartimentación del Comité Central de Milicias en departamentos,
responsables éstos, de llevar a cabo una de las tareas que se
consideraban vitales para la nueva sociedad revolucionaria, no debe
considerarse el funcionamiento de éstos, como algo estanco. A menudo el
cumplimiento de una de las tareas exigía la coordinación y el trabajo de
diversos comités. El suministro de alimentos y de productos de primera
necesidad para las milicias, implicaba la participación en la operación del
comité de abastecimientos, y a menudo, también la de las patrullas de control
para las requisas.
Era
necesario sustituir a una vieja administración que se había desmoronado con una
rapidez vertiginosa, formar un improvisado ejército y una policía
revolucionaria que debía asegurar que este nuevo orden no fuera saboteado ni
agredido por sus enemigos, era imprescindible asegurar el mantenimiento de los
intercambios entre el campo y la ciudad y los abastecimientos de materias
primas para la producción, había que dotar a la revolución de una industria de
guerra que Catalunya no poseía.
Toda esta
gigantesca tarea tenía que llevarse a cabo, en las difíciles condiciones de una
guerra que acababa de estallar, y en pleno caos revolucionario, mientras que el
tiempo con el que contaban era aterradoramente escaso.
"Los representantes de la CNT-FAI en el Comité de Milicias tenían que
improvisar continuamente soluciones a problemas inesperados, soluciones nuevas
a problemas también nuevos. Las soluciones no podían ser demoradas
indefinidamente, ni siquiera aplazadas para ser planteadas en la reunión diaria
del Comité de Milicias, por no poder correr el riesgo de las objeciones de un
largo debate ni de los aplazamientos inevitables, si los miembros del Comité de
Milicias hubiesen reclamado la no adopción de acuerdos inmediatos para
consultar a las organizaciones sindicales y partidos que representaban, y que
éstos, a su vez, no adoptasen resoluciones hasta la celebración de asambleas
generales, plenos regionales de sus colectividades. En tales condiciones, el
Comité de Milicias hubiera resultado inoperante, y los problemas lo hubieran
desbordado, orillándolo inevitablemente al fracaso" (348).
Las
condiciones en las que se encontró inmerso el nuevo organismo de poder, iban en
detrimento de los debates y de la coordinación interna. El Comité Central de
Milicias no era, ni podía ser nunca, un organismo parlamentario. Muy
significativos nos parecen los lamentos de Miravitlles, dirigente de ERC,
nombrado secretario del Comité:
"El título significaba muy poco. Mi papel era el de coordinador. Por
desgracia, era poco lo que podía coordinar...".
"Cada secretario hacía más o menos lo que le daba la gana... Fueron muy
pocos los acuerdos que se tomaron en el comité, al que sencillamente se le
presentaban los hechos consumados...".
"Los libertarios controlaban los <<secretariados>> más
importantes, pero en realidad el poder seguía estando en la calle. El comité
funcionaba espontáneamente, enfrentándose con los problemas a medida que iban
surgiendo. Me gustaría poder decir que representaba una nueva forma de
organización a través de la cual las masas podían expresarse: pero no era así.
No era más que un expediente para llenar un hueco. Lamentablemente, no estuvo a
la altura de las exigencias que la historia le hacía..." (349).
El Comité
Central de Milicias Antifascistas había surgido en condiciones
infinitamente más dramáticas que el
Soviet de Petrogrado en 1917, o que los consejos alemanes. Ninguna de las
organizaciones obreras que lo componían estaba mínimamente preparada para los
acontecimientos que se estaban desarrollando a una velocidad vertiginosa. Todas
las organizaciones carecían de un programa estudiado y madurado, que les
permitiera orientarse en aquellas condiciones. El Comité Central de Milicias
había surgido en unos momentos de guerra y de revolución, y difícilmente podía
comportarse según los deseos de Jaume Miravitlles. La queja del dirigente
político de ERC no era más que un lamento por sentirse apartado del poder real.
Las
condiciones en las que había nacido y se desarrollaba el Comité Central de
Milicias, eran un grave factor que se sumaba a la negativa manifiesta de la CNT y del resto de las organizaciones que lo integraban, a que éste se transformase en
un auténtico poder democrático de la revolución, sustituyendo su representación
burocrática (estaba formado por representantes de las direcciones de cada una
de las organizaciones) por delegados revocables, escogidos por los
comités locales que poblaban toda Catalunya.
"El Comité Central de Milicias no alcanzaba ese grado mutilado de
democracia, por elección en el seno de cada organización. Sus componentes
habían sido seleccionados por las direcciones de las organizaciones
respectivas. esto, que al principio era forzado y no
tenía gravedad ninguna, facilitó después la conversión del Comité Central de Milicias
en organismo del Estado burgués. Todos los comités-gobierno de Catalunya
aceptaron sin vacilaciones, la duda era imposible, la autoridad de aquel,
considerándolo justamente el poder supremo de la revolución y convergiendo
espontáneamente hacia él. No se le puede reprochar al Comité Central de
Milicias el no haber sido desde el primer instante una representación
democrática... pero el gobierno revolucionario tiene que saber estructurar, lo
más rápidamente posible, un sistema representativo adecuado al carácter
histórico de la revolución" (350).
El triunfo
sobre los sublevados se había convertido en el triunfo de la CNT. La mayor parte de los trabajadores que habían vencido a la reacción, y que patrullaban
armados por las calles, que procedían a incautarse de los centros de trabajo,
que formaban sus comités, que empezaban a dirigir y a organizar la vida
cotidiana, estaban afiliados a la central sindical libertaria. Companys había
propuesto la formación de un Comité Central y de unas milicias que debían
convertirse en simples apéndices del gobierno de la Generalitat. Sin embargo, el estallido y la profundidad de la revolución había convertido sus
sueños restauracionistas, en ceniza.
La Generalitat estaba a merced de la voluntad de los anarcosindicalistas, y su existencia
dependía de la dirección política que estos tomasen, en el transcurso de los
meses siguientes. Companys, y los partidarios del Front d'Esquerres, no
estaban dispuestos a perder el respiro, que la revolución les había dado.
"El Comité de Milicias fue reconocido como el único poder efectivo en
Catalunya. El gobierno de la Generalitat seguía existiendo y mereciendo nuestro
respeto, pero el pueblo no obedecía más que al poder que se había constituido
en virtud de la victoria y de la revolución, porque la victoria del pueblo era
la revolución económica y social" (351).
"... el Comité de Milicias lo era todo, lo atendía todo, la transformación
de las industrias de paz en industria de guerra, la propaganda, las relaciones
con el gobierno de Madrid, la ayuda a todos los centros de lucha, las
relaciones con Marruecos, el cultivo de las tierras disponibles, la sanidad, la
vigilancia de las costas y fronteras, mil asuntos de lo más dispares.
Pagábamos a los milicianos, a sus familiares, a las viudas de los
combatientes, en una palabra, atendíamos unas cuantas decenas de individuos a
las tareas que a un gobierno le exigían una costosísima burocracia . El Comité
de Milicias era un Ministerio de guerra, un Ministerio del Interior y un
Ministerio de Relaciones Exteriores al mismo tiempo, inspirando organismos
similares en el aspecto económico y en el aspecto cultural. No había expresión
mas legítima del poder del pueblo" (352).
Si el
gobierno de la Generalitat de Catalunya se había convertido en una
sombra de lo que había sido, apenas unas semanas antes, el reflejo de la
correlación de fuerzas existente, en plena situación de dualidad de
poderes solo podía darse en el seno del nuevo organismo que concentraba el
nuevo poder de la revolución: El Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya.
4.2 LA ESTRUCTURACIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE
CATALUNYA.
El cargo de
secretario político del Comité Central de Milicias fue, de hecho, un cargo
puramente simbólico. Jaume Miravitlles, como representante del espectral
gobierno de la Generalitat de Catalunya, tuvo que ejercer dicho cargo, que no
tenía absolutamente ningún poder. El hecho de que un alto cargo del gobierno
autónomo hubiese sido nombrado para este puesto pretendía darle, a los ojos de
la dirección anarcosindicalista, una imagen de "legalidad". La
anécdota era, sin embargo, todo un símbolo. En el seno del Comité Central la
autoridad real estaba en manos del grupo de delegados cenetistas, y entre ellos
destacaba la figura carismática de Juan García Oliver, mientras que el poder
"legal", completamente ficticio, quedaba en manos de Miravitlles. La
simbología reflejaba, sin embargo, la dualidad de poderes existente en aquellos
momentos en la Catalunya revolucionaria, donde el destartalado gobierno de ERC
se mantenía gracias al compromiso al que habían llegado, con el
anarcosindicalismo.
4.2.1 DEPARTAMENTO DE GUERRA
El
departamento de guerra, verdadero motor del Comité Central de Milicias, estaba
compuesto por un secretariado de ocho miembros, bajo la dirección de Juan
García Oliver (3 militares, el Conseller de Guerra de la Generalitat y los representantes de la UGT, de ERC y del POUM). En su seno se crearon
diversas subcomisiones que se encargaron de llevar a cabo, una serie de tareas
determinadas, fundamentales para la formación de un verdadero cuadro de defensa
(formación de milicias, escuela de mandos, industrias de guerra, abastecimiento
y sanidad, planificación de los frentes...).
Diego Abad
de Santillán fue el encargado de la formación de las columnas que se dirigieron
rápidamente a la conquista de Zaragoza y de la zona de Aragón que había
quedado en manos de los sublevados. En la comisión que se encargó de la organización
y estructuración de las milicias, figuraron, además de Abad de Santillán, Sato,
Edo y Ricardo Sanz.
Los
cuarteles, en posesión de los anarcosindicalistas, fueron entregados,
posteriormente, cuando el Comité Central de Milicias aceptó el principio
representativo en su seno, a los diferentes partidos y sindicatos. La
organización de las milicias debía quedar en manos del comité dirigido por Abad
de Santillán, sin embargo, la aparición de las milicias partidarias, limitó las
actividades de esta comisión a la distribución de suministros de armamento y
víveres, a las milicias.
En los
primeros momentos, el cuartel de Pedralbes fue habilitado para convertirse en
el centro neurálgico de las milicias revolucionarias que deberían estar
dirigidas por el Comité Central. Sin embargo, finalmente, solo sirvió para la
organización de las milicias anarcosindicalistas. El resto de las
organizaciones se dedicó a formar sus propias columnas de milicianos, que solo
estarían controladas por ellas mismas. Para estas funciones se distribuyeron
los cuarteles y puestos militares de Barcelona, entre los diferentes partidos y
sindicatos. Montjuich fue ocupado por miembros de ERC; el cuartel de Lepanto
estaba controlado por el POUM; el cuartel del Parque de la Ciudadela, fue ocupado por la UGT, y posteriormente por el PSUC, los anarcosindicalistas se
reservaron los de Pedralbes, Sant Andreu, el de Caballería de Santiago y el de
Ingenieros. El Parque de Artillería y el Cuerpo de Intendencia fueron instalaciones
que fueron utilizadas en común, por todas las organizaciones. Los cuarteles en
manos de sus nuevos ocupantes fueron bautizados con nombres tan significativos
como "Bakunin", "Lenin", "Marx"...
Las
milicias, nacieron por iniciativa de los partidos y de los sindicatos obreros,
para enfrentarse al ejército sublevado, en aquellos lugares donde éste había
triunfado. En Catalunya, las principales inquietudes estuvieron originadas por
la indecisión de las tropas que estaban acantonadas en Valencia y por el
triunfo de los facciosos en Zaragoza, tradicional feudo de la CNT. En Barcelona, el 24 de Julio, partía una primera columna armada, con 3.000 milicianos,
que estaba dirigida por Durruti y asesorada por el comandante Pérez Farrás. En
los días siguientes partieron diversas columnas, correspondientes a la CNT-FAI y al resto de las organizaciones antifascistas de Catalunya. Las milicias,
organizadas a instancias del Comité Central, no estaban, sin embargo, bajo la
disciplina de éste, sino de los partidos y sindicatos que las componían.
A comienzos
del mes de Septiembre, el principal frente bélico de Catalunya, Aragón, contaba
con unos 22.000 milicianos. De ellos, 2.000 correspondían a las fuerzas
voluntarias del PSUC y de la UGT, 3.000 al POUM, 13.000 a las organizaciones anarcosindicalistas y unos 4.000 efectivos pertenecientes a los antiguos
cuerpos policiales republicanos.
Además del
Frente de Aragón, el departamento de guerra tuvo que hacerse cargo de la
vigilancia de las costas catalanas, para prevenir una posible invasión de los
sublevados, que estaban establecidos en el portaaviones natural que constituían
las islas Baleares (salvo Ibiza que había permanecido fiel al gobierno de la
república). La defensa y vigilancia de las costas se estructuró creando dos
comisariados, uno en Gerona, que estuvo dirigido por Francisco Isgleas (CNT) y
otro en Tarragona, al mando de Francisco Oliva (POUM).
Otro de las
importantes tareas con las que tuvo que enfrentarse el departamento de guerra,
fue la formación de nuevos mandos revolucionarios que pudieran dirigir, con la
mayor eficacia posible, el nuevo e improvisado ejército revolucionario.
Los
dirigentes de las columnas de milicianos que habían partido en Julio, rumbo a
Zaragoza, carecían de formación militar en el campo de batalla, y su máxima
experiencia no había pasado de los combates callejeros con la policía, en los
años anteriores al inicio de la guerra y de la revolución: Durruti, Jover,
Ortiza, Rovira, Arquer, Trueba..., La inexperiencia de estos mandos, tuvo que
ser compensada, en las columnas, por la de algunos militares profesionales, de
probada lealtad republicana, aunque con escasas simpatías hacia el movimiento
revolucionario al que tenían que asesorar (los comandantes Pérez Farràs y Pérez
Salas, Escobar...). La organización y coordinación del frente de Aragón,
durante el primer mes de la contienda fue un verdadero caos. La dirección
militar estuvo a cargo de un Comité de guerra, compuesto por doce hombres,
representantes de las diversas columnas. Sin embargo, su autoridad era
"muy ilusoria".
La Escuela de mandos de las Milicias: "La Escuela Popular de guerra" fue creada el 19 de Agosto, apenas un mes después de iniciada la guerra, cuando todo
el mundo ya, adivinaba que la contienda iba a ser larga y sangrienta. La idea
de la creación de una escuela de mandos revolucionarios nació a raíz de una
conversación entre Guarner, Escobar y García Oliver, sobre los problemas más
graves con los que se habían encontrado las milicias en su marcha hacia la
ciudad de Zaragoza.
"El ejército del pueblo que ha surgido de las milicias se ha de organizar
a base de una concepción nueva. Vamos a organizar una escuela militar
revolucionaria en la cual formaremos los cuadros técnicos, que no estarán
calcados de la antigua oficialidad, sino que, como simples técnicos, seguirán,
a más a más, las indicaciones de los oficiales instructores que han demostrado
su fidelidad al pueblo y al proletariado. Esta es la garantía más absoluta que
el fascismo no nos arrollará, porque este fascismo tiene una táctica militar
superior a nuestra buena voluntad, la cual extendida sólo sirve para malgastar
esfuerzos de toda clase y vidas" (353).
La dirección
y organización de la escuela de mandos quedó bajo el mando directo de Juan
García Oliver. En el cuartel "Bakunin" (Pedralbes) donde se habilitó
la escuela de mandos, recibieron una rápida instrucción militar, cerca de 2.000
voluntarios.
Los candidatos
tenían que cumplir el requisito de contar con un pasado y una moral
revolucionarias intachables, además de contar con el aval de una de las
organizaciones que componían el Comité Central de Milicias. La disciplina en el
seno del centro de formación era rígida, tanto para los instructores como para
los alumnos. Sin embargo el funcionamiento estaba exento de castigos, salvo la
expulsión del centro y la comunicación de la falta a la organización política
que había avalado su entrada.
4.2.2 EL DEPARTAMENTO DE INTERIOR.
La formación
de una nueva policía revolucionaria tuvo que ser llevada a cabo por los cuadros
cenetistas a regañadientes. La revolución necesitaba defenderse de sus
enemigos, pero este hecho chocaba con los tradicionales prejuicios del
anarcosindicalismo, que proclamaba su condena absoluta del poder y del
autoritarismo. Algunos historiadores consideran que la iniciativa de la
creación de las patrullas de control, provino de Jaume Miravitlles (354), sin
embargo la afirmación parece más que dudosa. Si los libertarios aceptaron, de
mala gana, la tarea de crear una policía revolucionaria, forzados por la
situación, es mucho más dudoso que Miravitlles, uno de los dirigentes de ERC y
de la Generalitat propusiera el proyecto, cuando sus verdaderos planes eran los
de reconstruir, cuanto antes, los antiguos cuerpos policiales que estaban al
servicio de la Generalitat (355).
"Los jueces, aunque fuesen de la FAI, los policías, aunque perteneciesen a
la CNT, nos eran poco gratos; eran funciones esas que nos causaban un poco de
repugnancia. Por eso no vimos con simpatía tampoco la formación del cuerpo
denominado Patrullas de control. Deseábamos liquidar todos los institutos
coactivos de retaguardia y enviarlos al frente..." (356).
El
anarcosindicalismo copó los puestos claves del departamento de Seguridad
Interior. Aurelio Fernández fue el responsable de las actividades del comité,
mientras que José Asens, quedaba encargado de las "patrullas de control",
que quedaron constituidas el 10 de Agosto. Los responsables del Orden Público
de la Generalitat, Escofet y Guarner, dimitían tres días después de este
hecho, por considerar que habían quedado marginados de la función que les había
encomendado la Generalitat.
Una de las
primeras tareas que tuvo que llevar a cabo el Comité de Seguridad Interior fue
la de velar por el nuevo orden revolucionario y hacer frente a la oleada de
asesinatos y de saqueos que estaba llevando a cabo el lumpenproletariado y
algunos exaltados, que aprovechaban el caos abierto con la nueva situación,
para llevar a cabo sus venganzas personales. El mismo 20 de Julio, las
organizaciones pertenecientes al Comité Central situaron destacamentos de
guardias revolucionarios frente a los bancos, cajas de ahorros y otros lugares
estratégicos para evitar que pudieran ser asaltados.
La nueva
policía revolucionaria se organizó a partir de los militantes de las
organizaciones obreras, su principal función consistió en velar por el
mantenimiento del orden revolucionario, frente a los adversarios de la
revolución. Es Andrade, uno de los máximos dirigentes del POUM, quien nos da
una definición exacta de lo que era y representaba la nueva policía
revolucionaria:
"... ¿Y que son las patrullas de control? pues, sencillamente, una policía
obrera, revolucionaria, una garantía para todos los trabajadores, de que la
contrarrevolución no levantará cabeza en la retaguardia, y de que la revolución
caminará hacia adelante. Las patrullas de control, los grupos de investigación
en Barcelona, son carne de la carne de la clase trabajadora; están integrados
por militantes que, durante años, han soportado todas las arbitrariedades de la
represión capitalista y que, ahora se encuentran al servicio integral de los intereses
revolucionarios del proletariado en el actual movimiento" (357).
Las
patrullas de control estuvieron compuestas, desde el principio, por
destacamentos de todas las organizaciones antifascistas que formaban parte del
Comité Central. El nuevo cuerpo policial revolucionario estuvo integrado
por 700 hombres, en la ciudad de Barcelona, 325 de la CNT, 145 de la UGT, 45 del POUM y 185 de ERC. El número de miembros aumentó hasta
alcanzar una fuerza de 1.100 hombres. El Comité Central de las patrullas estaba
formado por 11 delegados de sección (4 de ellos pertenecientes a la CNT y a la FAI, 3 a la UGT y 4 a ERC). Los delegados de sección se correspondían a su vez a
las 11 circunscripciones en las que había quedado dividida Barcelona para la
actividad de la policía revolucionaria. Aunque el área de actividad se extendía
exclusivamente al área metropolitana de Barcelona, cada ciudad y cada pueblo
formaron sus propias patrullas obreras.
El
Departamento de Seguridad dividió sus tareas en compartimientos especializados
en tareas determinadas. Para las tareas de tipo político se creó un comité de
investigación, que estuvo presidido directamente por Aurelio Fernández, y que
se encargó de la persecución de los colaboradores y simpatizantes de la
sublevación. El comité recibía denuncias, realizaba interrogatorios,
llevaba a cabo sus propias pesquisas y detenciones cuando lo consideraba
conveniente. Las patrullas de control actuaban en estrecha vinculación a este
comité, mientras que extendían también, sus actividades al ámbito de la
delincuencia común.
El Comité de
Seguridad Interior, convertido en un verdadero ministerio del interior, se
encargó también de la vigilancia de las fronteras marítimas y terrestres,
controlando la entrada y salida de mercancías, de bienes y de personas.
"A finales de Agosto, hay en la prensa catalana una fuerte campaña sobre
los problemas del Orden Público. El diario `La Rambla', por ejemplo, embiste contra <<los secuestros, los registros domiciliarios y
los asesinatos>>. Y el `Diario de Barcelona', el mismo día 25 afirmaba:
<<La Generalitat de Catalunya tiene en sus manos la solución de los
problemas internos del orden revolucionario... Las fuerzas de seguridad,
policía y asalto podrían formar, han de formar, la legión gloriosa del honor
revolucionario...>>" (358).
Las
organizaciones pertenecientes al Frente Popular, se convirtieron pronto en
críticos acérrimos de la nueva policía revolucionaria, a la que acusaron de
cometer numerosos excesos en la represión. Las acusaciones contra las patrullas
de control, sin pretender afirmar que no hubo casos en los que hubo un exceso
en su labor represiva, eran del todo interesadas. Mientras se acusaba a la
policía revolucionaria, de contar en sus filas con asesinos e incontrolados,
algunos partidos políticos y sindicatos contaban con su propia policía paralela
y sus propias "comisarías" (chekas), y respondían de sus actividades
solo ante los comités directivos de sus organizaciones. La represión sistemática
contra sus adversarios en el campo republicano, que llevaban a cabo estos
grupos parapoliciales, especialmente los ligados al PSUC, era públicamente
conocida.
Las
patrullas de control fueron ocupando, cada vez más, el espacio de la seguridad
interior, en detrimento de las policías privadas. Sin embargo, éstas siguieron
existiendo, de forma más o menos clandestina, e incluso, algunas de ellas,
adquirieron gran importancia en períodos posteriores de la guerra civil. Los
ataques contra las patrullas de control formaban parte de una vasta
campaña política, que pretendía ir debilitando su imagen ante la población,
para proceder a su supresión y a la restauración de los viejos cuerpos
policiales republicanos que habían quedado casi desmantelados durante las
jornadas de Julio.
A principios
del mes de Febrero de 1937, los efectivos pertenecientes al PSUC y a la UGT abandonaron inesperadamente las patrullas de control. Era necesario debilitarlas, como
paso previo a su disolución. El fracaso del doble poder y la integración de la CNT y del POUM en un nuevo gobierno de la Generalitat, seguida por la inmediata disolución
del Comité Central de Milicias marcó el destino de una policía revolucionaria
que perdía rápidamente su razón de ser, en medio de una revolución que
retrocedía.
4.2.3 EL DEPARTAMENTO DE ABASTOS.
La situación
de Catalunya era precaria. La principal zona industrial de la República carecía de las materias primas más elementales para el funcionamiento de sus
fábricas. Si este déficit no era solucionado, la ventaja industrial con la que
contaba la revolución, quedaría rápidamente neutralizada por la paralización de
la producción y de los centros de trabajo.
"Nos encontramos desde el primer día, ante la penuria alarmante de
materias primas y en una región que escaseaba en minerales, fibras textiles,
carbones. Carecíamos de carbón para la industria y el transporte. El consumo
normal de Catalunya era de cinco a seis mil toneladas diarias, y las únicas minas
que se explotaban de carbones pobres, apenas nos daban, intensificando el
trabajo, trescientas toneladas. en pocos meses hemos hecho llegar esta cifra a
un millar; pero, con todo, la escasez de carbón era una tragedia constante, en
particular de los carbones para la metalurgia. Asturias podía haber cooperado
grandemente, pero uno de sus dirigentes, Amador Fernández, ha respondido a
nuestras propuestas que prefería que el carbón de Asturias quedase en la
bocamina o en el musel, a que fuese a parar a manos de los catalanes; y en
cambio carecía en Asturias de tejidos que a nosotros nos sobraban y de otros
elementos de que nos ofrecíamos a proveerla" (359).
La
precariedad de la que hablamos, no estaba limitada al suministro de materias
primas para el funcionamiento de la industria. Catalunya era especialmente
deficitaria también en productos alimenticios, que habían quedado, en su mayor
parte en las zonas que controlaban los sublevados: Dos terceras partes del
trigo peninsular, la mitad del maíz, el 90% del azúcar, gran parte de la
producción de patatas y también la mayor parte de las regiones ganaderas,
habían quedado en territorio enemigo. A estas graves dificultades, había que
añadir los crecientes obstáculos que iba a producir la guerra, en la
importación de estos productos desde el extranjero.
Las
organizaciones obreras, y con especial peso la CNT, organizaron los comités de abastecimientos de víveres, sustituyendo al comercio privado. Paralizados los
circuitos tradicionales, la tarea de abastecer a una ciudad que contaba
con más un millón de habitantes se convertía en un problema especialmente
grave, que no permitía la más mínima demora. Había que reemplazar los viejos
circuitos, ligados en su mayoría, a la iniciativa privada, a nuevos mecanismos
revolucionarios que suplieran estas funciones.
Los primeros
organismos que se encargaron de la función de distribuir los alimentos entre la
población fueron llamados comités locales de abastecimientos y estuvieron
controlados casi totalmente por los sindicatos de la CNT (especialmente por el Sindicato de la Alimentación). Estos organismos nacieron en los barrios de Barcelona y en numerosas poblaciones de Catalunya, ligados a los
comités revolucionarios. Para conseguir los productos alimenticios necesarios,
a partir del día 22 de Julio, se incautaron las existencias en los almacenes,
comercios y en los mercados centrales de frutas, verduras, pescado y carnes
para proceder a concentrarlos en grandes depósitos, desde donde procedieron a
su distribución.
Equipos
móviles, dependientes de estos comités iniciaron las requisas en las huertas y
en las localidades cercanas a la capital, además de realizar todo tipo de
permutas y de intercambios con los comités de los pueblos, por medio de vales o
recibos que los comerciantes tenían que presentar en la Generalitat, después de que ésta se responsabilizase de los cobros. Fue en estos ámbitos y
especialmente en las barriadas obreras de la capital catalana donde se
organizaron los primeros comedores populares, que se encargaron de
distribuir alimentos entre los combatientes y entre los sectores de la
población más pobre. Los improvisados comedores se establecieron en los
hoteles, en los locales sindicales, e incluso en empresas
que acababan de ser incautadas por los trabajadores.
El Comité de
Abastecimientos, creado el 24 de Julio, fue dirigido por el rabassaire
Torrents. Con este nombramiento, el Comité Central pretendía que fuera un
dirigente de las organizaciones campesinas de Catalunya, el que dirigiese una
de las funciones del Comité Central, en la que eran imprescindibles las buenas
relaciones entre la clase obrera, dueña de las ciudades, y el pequeño y mediano
propietario del campo.
El nuevo
organismo, adjunto al Comité Central de Milicias, se responsabilizó de
centralizar y organizar las actividades dispersas, que habían llevado a cabo en
los primeros momentos, los comités locales y los sindicatos, que estuvieran
relacionadas con la producción, distribución y consumo de alimentos. Fue el
primer organismo que procedió a realizar una política económica de precios.
"El Comité central de Abastos (cuyo origen era el departamento
correspondiente del Comité de Milicias) fue encargado de regularizar y
planificar cuanto concernía a la producción alimenticia y al consumo (tasas,
precios, control de los grandes almacenes, de los depósitos, de los comercios
al por mayor y al detalle, de las cooperativas, de las panaderías, de las
fábricas de comestibles, recolección de trigo en Aragón y en Lérida,
distribución de las mercancías, de los víveres, de los vestidos, compras al
extranjero) y de aprovisionar a las milicias todavía desprovistas de
intendencia, a las Patrullas de Control y a la población (restaurantes, centros
populares, hospitales, etc.)"
(360).
El comité de
abastecimientos fue dirigido por el anarcosindicalismo y estuvo integrado por
un consejero delegado del Ayuntamiento y por
representantes de todas las organizaciones (3 de la CNT, 2 de la FAI, 1 del POUM, 3 de ERC y 1 técnico). Una de las principales misiones, de las
que se encargó el nuevo comité, fue la de proporcionar alimentos y suministros
que aseguraran el mantenimiento de las milicias que avanzaban hacia Zaragoza,
en el frente de Aragón.
Mediante la
labor que llevó a cabo el comité de abastecimiento, durante el mes de Agosto,
fueron alimentadas en Barcelona, 120.000 personas diariamente. La cifra se fue
reduciendo hasta los 30.000 durante el mes de Septiembre, a medida que la
situación se iba normalizando.
Era
necesario detener la ola de confiscaciones que se llevaron a cabo contra
los pequeños comerciantes, en los primeros momentos, sino se quería debilitar a
la misma revolución. Para este fin se prohibieron las requisas
individuales que eran llevadas a cabo por pequeños grupos de
"incontrolados", y se establecieron una serie de grandes almacenes
centrales que se destinaron a suministrar alimentos y productos de primera
necesidad a los milicianos, a las patrullas de control, a los hospitales y a la
población más pobre.
Otra de las
tareas que llevó a cabo el comité de abastos fue la persecución del mercado
negro y del acaparamiento de productos que llevaban a cabo, algunos
comerciantes poco escrupulosos. Para ello se procedió a controlar las
existencias existentes en los grandes almacenes de los mayoristas
de cada ramo. El comercio al por mayor pasó a estar dirigido por los
sindicatos, mientras que los pequeños comerciantes conseguían sus productos,
adquiriéndolos en los sindicatos. De esta forma se controlaba el comercio y
distribución de los productos, y se pretendía combatir el acaparamiento y el
nacimiento del mercado negro.
"Gracias al apoyo de las Patrullas de control y de la Comisión de Investigación, y a los informes de los comités obreros de gestión y de control,
pudo disponer de datos serios y ejercer un control efectivo, castigando con
graves penas las infracciones: lo esencial del abastecimiento de los
milicianos y de los habitantes de las ciudades se aseguró sin una notable
elevación de los precios" (361).
El Comité de
abastecimientos procedió a aplicar una política económica proteccionista.
Para evitar situaciones explosivas, se congelaron los precios que
existían antes del 18 de Julio, para intentar poner freno a la inflación que,
aprovechando las circunstancias, empezaba a dispararse. Para ello fue
necesario fijar los precios de los productos que debían venderse en los
pequeños comercios.
"En las primeras semanas del nuevo régimen revolucionario, sin intentar un
planteamiento de la situación a largo plazo, que desbordaba cualquier previsión
y sobrepasaba las posibilidades de coacción política con las que se podía
contar, se dictaron disposiciones para salir del paso, intentando bloquear los
precios y tasando algunos de los servicios y productos" (362).
Un dato
especialmente significativo de los resultados de la política seguida por
el Comité de Abastos es el de que, durante los dos meses que tuvo de
existencia, los precios aumentaron hasta un 12%, mientras que un año después,
el incremento ascendía ya al 250% y en el mes de Septiembre de 1938, alcanzaba
ya el 500%.
El comité
abolió el dinero en sus transacciones. Los comestibles que llegaban del campo
eran intercambiados por productos manufacturados que habían sido producidos en
la ciudad. Se enviaron a todas las localidades, las listas de los productos
excedentes que estaban depositados en los almacenes de Barcelona, listos para
ser cambiados por productos de primera necesidad.
Las
operaciones comerciales que llevó a cabo el comité de abastecimiento no sólo
fueron en el ámbito de Catalunya, sino que frecuentemente se realizaron con
Aragón, e incluso con Andalucía. La fundación del Comité de abastos, y la
estructuración de su labor lo llevó a chocar con los comités revolucionarios de
barriada, que habían sido los primeros organismos que habían procedido a
asegurar el control y la distribución de víveres entre la población. Los
comités cedieron al nuevo departamento del Comité Central el control de los
almacenes que se encontraban en su poder.
4.2.4 LA COMISION DE INDUSTRIAS DE GUERRA
En el
período anterior a la contienda, Catalunya no contaba con ninguna industria
bélica en su territorio. Razones políticas e históricas habían alejado de
la zona más industrial del país, cualquier tipo de industria de armamento. Era
necesario llevar a cabo esta tarea en un tiempo peligrosamente escaso, sino se
quería caer en el colapso total de su defensa.
El 7 de
Agosto, se constituyó, por iniciativa del departamento de guerra, la Comisión de Industrias de guerra de Catalunya. A pesar de todo, apenas acabados los últimos
combates en las calles de Barcelona, la iniciativa espontánea de los obreros
revolucionarios había procedido a dotar a las columnas milicianas que se
estaban formando para dirigirse hacia Zaragoza, de los primeros camiones
blindados. El 21 de Julio, el sindicato de la Metalurgia de la CNT, de acuerdo con Juan García Oliver, había elegido a Vallejo para
organizar una industria de producción de armamento.
La Comisión recién formada, bajo la presidencia de Josep Tarradellas, se encargó de coordinar
estos primeros esfuerzos espontáneos. Sin embargo, a pesar de la
dirección simbólica de la Generalitat, el peso y el control real de ésta,
quedaba en manos del Comité Central de milicias. Los obreros industriales
Eugenio Vallejo (metalúrgico) y Manuel Martí (Químico) fueron los verdaderos
encargados de impulsar la nueva industria bélica. A la comisión se unieron
algunos técnicos militares procedentes de Oviedo (Jiménez de la Veraza...).
Era
imprescindible planificar con rapidez la reconversión de una parte de la
industria catalana para conseguir la producción de material de guerra. Para
ello, el nuevo comité técnico fue dotado de amplios poderes para proceder a la
incautación de talleres y fábricas, maquinaria y materias primas. El trabajo
inicial del Comité se centró en unas pocas empresas metalúrgicas y químicas,
que fue aumentando a medida que las necesidades de armamento y munición también
se incrementaban ("Hispano Suiza", Cross, Fabricación Nacional de
Colorantes y Explosivos, La Maquinista Terrestre y Marítima...). A mediados del mes de Septiembre, el número de empresas incautadas y controladas por el
comité era ya de 24, un año después, en Octubre de 1937, el grupo de empresas
se extendía a más de 500, con más de 50.000 trabajadores.
"...se han sostenido campañas virulentas contra las industrias de guerra
catalanas, en las que trabajaban ciento cincuenta mil hombres, se perseguía el
propósito de hacerlas depender todas del poder central, y en cuanto dependía de
éste, no hizo más que poner dificultades, negando divisas, materias primas...
pero aún así, a comienzos de Diciembre de 1937 se habían producido en las
fábricas catalanas más de 60 millones de vainas para cartuchos
<<máuser>> y desde el comienzo de septiembre del mismo año, se
llevaban producidos 76 millones de balas... Habiendo comenzado a fabricar
en septiembre de 1936 proyectiles de artillería en número de 4.000 por mes,
llegó en Abril de 1937 a la cifra de 90.000. Y hasta el 30 de septiembre de
este último año se habían fabricado ya 718.000 proyectiles de cañón. Cerca de
600.000 espoletas se habían fabricado en Catalunya, hasta el 30 de septiembre
de 1937... Se montó una fábrica de pólvora con capacidad para mil kilos
diarios, y gracias a la metalurgia de Catalunya pudo aumentar considerablemente
su producción la fábrica de pólvora de Murcia, única con que contaba la República. En Septiembre de 1936 se fabricaban ya trilita, tetralita, dinitronaftalina y
ácido pícrico. En el primer año de trabajo se produjeron 752.972 kilos de tetralina,
a fines de agosto de 1936, un mes después del triunfo sobre el levantamiento
militar, se cargaban en Catalunya bombas de aviación con trilita fabricada en
fábricas propias".
...
"Se comenzó en Agosto de 1936 a instalar una fábrica de octanol, obteniendo
en la misma también cloruro de metilo y tetraetilo de plomo puro, la primera de
España y una de las pocas de Europa".
"Pero no sólo se fabricaba material de guerra, se fabricaban las máquinas
necesarias para obtener ese material..." (363).
4.2.5 LOS TRIBUNALES REVOLUCIONARIOS.
A pesar de
la cuidadosa depuración que llevó a cabo el movimiento revolucionario sobre los
viejos cuerpos judiciales, las instituciones penitenciarias, el Palacio de
Justicia de Barcelona con sus archivos intactos, permaneció después de las
jornadas de Julio en poder del gobierno de la Generalitat, custodiado por un retén de la guardia civil.
Angel
Samblancat, acompañado por un destacamento revolucionario sujeto al Comité
Central de Milicias, ocupó el edificio, con el pretexto de hacer un registro en
busca de armamento que pudiera estar oculto. Posteriormente, Samblancat,
abogado cercano a los anarcosindicalistas, junto a dos delegados de la CNT, constituyeron el Comité Superior de Justicia de Catalunya. El nuevo poder judicial,
desde sus nuevas estancias, simplificó y facilitó los trámites,
además de instituir en ellos, el principio de la gratuidad. Los revolucionarios
también procedieron a la destrucción de los expedientes anteriores al 19 de Julio
que se encontraban archivados en el Palacio de Justicia.
El 17 de Agosto, la Generalitat decretaba la creación de una Oficina Jurídica
que debería encargarse de llenar el vacío creado con la disolución de los
antiguos cuerpos jurídicos de la república. Sin embargo, simultáneamente, la Generalitat limitaba los alcances revolucionarios de ésta.
"...lo que comenzó en comité revolucionario y fue, no el comité superior,
sino el organismo único de la justicia, por un decreto de la Generalitat quedó reducido a una simple oficina jurídica, sin facultades definidas y
expresas..." (364).
Angel
Samblancat, primer presidente de este tribunal, fue sustituido, el 29 de
Agosto, por su compañero, Eduardo Barriobero. Samblancat pasó a dirigir el
Tribunal Extraordinario que juzgó y sentenció a muerte, a bordo del
buque-prisión "Uruguay", a Goded, Fernández Burriel y al resto de los
principales dirigentes de la sublevación en Barcelona. El 12 de Agosto,
los condenados fueron fusilados en los fosos del castillo de Montjuich.
La principal
tarea de Barriobero y de su oficina jurídica fue la de proporcionar
asesoramiento jurídico gratuito a la población. Entre las principales tareas
que llevó a cabo, estuvo la persecución de la especulación y de la usura,
la solución de las dificultades y litigios que surgían en los casos de divorcio
y de matrimonio, la investigación sobre las acusaciones menos graves de
simpatías con los sublevados. La labor de la oficina jurídica, llevada con una
gran dosis de voluntarismo por sus integrantes, llegó a contabilizar más de
6.000 casos resueltos, en los escasos ochenta días de existencia de este
organismo.
La Oficina Jurídica fue disuelta por la Generalitat, el 20 de Noviembre. El gobierno autónomo, había ya recuperado gran parte de su poder perdido. Era el
momento de restaurar los viejos organismos judiciales que habían sido depurados
por la revolución.
Los nuevos
tribunales revolucionarios fueron "legalizados" por la Generalitat, mediante sendos decretos que fueron publicados el 24 de Agosto. El día 26 del
mismo mes, se constituyó un Tribunal Popular Especial en Barcelona, que pasó a
encargarse de los delitos relacionados con la rebelión militar.
Los nuevos
tribunales se constituyeron por toda Catalunya a finales del mes de Octubre
(siete en total, cuatro en Barcelona y uno en cada una de las provincias
catalanas restantes) estando integrados a imagen y semejanza del de
Barcelona, por un magistrado y un jurado de doce miembros de probada
"moral revolucionaria" de las organizaciones que componían el Comité
Central de Milicias.
Su
funcionamiento estuvo alejado de los procedimientos tradicionales, que la
revolución rechazaba. El rechazo a los antiguos códigos de justicia, creaba un
vacío legislativo que solo podía subsanarse con la conciencia de los que
componían el tribunal. Las sentencias, que se emitían después de los juicios,
no podían apelarse. Sin embargo, y según numerosos testimonios, no puede
hablarse de que el Tribunal Popular dictase sentencias preestablecidas, ni que
éstas fueran especialmente severas.
Brademas,
cita el testimonio del jurista liberal Angel Osorio y Gallardo, poco sospechoso
de simpatizar con la justicia revolucionaria que afirma que, los
tribunales populares respetaban generalmente las garantías de los procesados,
llegando incluso a menudo, a extremos "exagerados" (365). Los
nuevos tribunales revolucionarios consiguieron, con su obra, terminar con los
primitivos y temidos "paseos".
La ocupación
del Palacio de Justicia de Barcelona por Samblancat y por un destacamento de
guardias revolucionarios, ligados al Comité Central, no significaba que éste
prestara especial atención a la creación de una nueva justicia, sino que,
por el contrario, éste se desentendía por completo. El nuevo orden
judicial quedó en manos de la actitud voluntarista y de la iniciativa de un
puñado de abogados ligados, en su mayoría, a la CNT. Los prejuicios históricos del anarcosindicalismo aparecían, una vez más, dificultando
las tareas que la revolución exigía.
"Sin embargo el Comité de Milicias no hizo nada para absorber la
administración de justicia. Deliberadamente por mi parte, no se deseó ejercer
las funciones judiciales en materia civil ni penal. Dejamos que el control de
la administración de justicia fuese ejercido por el comité revolucionario, que
se constituyó en la audiencia de Barcelona, al que pertenecían eminentes
juristas como Eduardo Barriobero, Angel Samblancat, Juan Rosinyol y otros,
asistidos por representantes de la CNT y de la UGT" (366).
La actitud
de menosprecio y de abandono del anarcosindicalismo, con respecto al
poder judicial, fue aprovechada con posterioridad por los partidarios de la
restauración del orden republicano. Diego Abad de Santillán nos lo indica a su
manera:
"Se formaron tribunales populares que entendían en los delitos de rebelión
y de conspiración contra la República y contra el nuevo derecho. Una vez
reconocida la función, en la primera circunstancia favorable se sustituiría a
los jueces populares por los antiguos jueces profesionales, más expertos en el
oficio y se pondría al servicio de la contrarrevolución estatal un instrumento
revalorizado inconscientemente por nosotros mismos" (367).
En contraste
con la falta de interés que manifestaba el anarcosindicalismo para consolidar
un nuevo poder judicial revolucionario, la Generalitat se oponía y obstaculizaba la depuración de los viejos colegios judiciales.
"...los indeseables expulsados por la puerta principal, con una credencial
de la Generalitat como bandera, fueron restituyéndose a sus puestos por las
puertas accesorias" (369).
El gobierno
de Companys veía con preocupación las purgas a la que eran sometidos los
estamentos del viejo estado, que serían indispensables para la restauración de la República y del poder jurídico, en cuanto las circunstancias lo hicieran posible.
4.2.6 EL CONSEJO DE LA ESCUELA NUEVA UNIFICADA.
El Consejo de
la Escuela Unificada fue constituido el 27 de Julio para proceder a
llevar a cabo una serie de cambios revolucionarios en la enseñanza, que poco
antes estaba, en gran parte, en manos de las órdenes religiosas. El
comité de Enseñanza, "ratificado" por el gobierno de la
Generalitat, se constituyó sobre la base de representaciones de las
organizaciones sindicales y de la Universidad. El secretario del consejo J.Puig Elías, era miembro de la CNT, con él, formaban parte del mismo, otros tres
representantes del sindicato.
La labor del
CENU tuvo importantes éxitos en un corto espacio de tiempo y en unas
circunstancias excepcionalmente difíciles. Antes del 19 de Julio, Barcelona
contaba solo, con un total de 34.000 plazas escolares, a principios de
1937, apenas medio año después, la cifra era ya de 54.758. La población
escolar en toda Catalunya se triplicó durante este período.
En pocos
semanas fueron abiertas, solo en la ciudad de Barcelona, 102 nuevas escuelas
laicas. La enseñanza primaria y media fueron reorganizadas, depurando a los
elementos más reaccionarios, de la enseñanza.
El impotente
gobierno de la Generalitat procedió a ratificar la
"legalidad" de las incautaciones que se estaban llevando a cabo en
las antiguas escuelas religiosas, y cuyos antiguos ocupantes habían procedido a
abandonarlos, después de los resultados de las jornadas revolucionarias de
Julio.
"El consejero de cultura ha dado las disposiciones necesarias al claustro
de maestros laicos de Catalunya para que procedan inmediatamente a organizar
escuelas para el pueblo en los edificios donde estaban las escuelas religiosas
del paseo de la Sagrada Familia y la que había sido residencia de los jesuitas
de la calle Ataulfo" (370).
La educación
sufrió una verdadera revolución interna. La CENU, liquidó la vieja enseñanza religiosa y basó la nueva enseñanza laica en "los principios racionalistas
del trabajo y de la fraternidad humana", el "sentimiento de
solidaridad universal" y en la voluntad de suprimir los viejos privilegios
de clase existentes anteriormente (371).
4.3 LAS RELACIONES DE PODER.
La
revolución de Julio había entregado el poder al anarcosindicalismo. El gobierno
de la Generalitat de Catalunya se había derrumbado estrepitosamente, sin poder
oponer ninguna resistencia a los revolucionarios victoriosos. En pocas horas,
el ejército sublevado había sido aplastado por las fuerzas combinadas de los
obreros revolucionarios y las escasas fuerzas que se habían mantenido fieles a
la legalidad republicana.
Sin embargo,
los guardias de asalto y la guardia civil, en contacto con la oleada
revolucionaria que ocupó rápidamente las calles de Barcelona y de las
principales ciudades y pueblos de Catalunya, entró en un proceso de
disgregación.
En pocas
horas, el triunfo de Lluís Companys sobre Goded se había revelado vacío de
contenido, revelando la madurez de la situación revolucionaria que se extendía
por toda Catalunya y por gran parte del estado.
El auténtico
período de dualidad de poderes se abrió con la renuncia de los dirigentes
anarcosindicalistas a tomar el poder e instaurar el comunismo libertario. Los
restos del gobierno de la Generalitat se mantuvieron en pie, mediante el pacto
que se había establecido entre Companys y los representantes de la CNT y
de la FAI. Fruto de este compromiso aparecía el Comité Central de Milicias
Antifascistas de Catalunya. El nuevo organismo de colaboración se constituyó
rápidamente en el único poder que abarcaba toda Catalunya, y que contaba con
autoridad entre la multitud revolucionaria.
Sin embargo,
la orientación política que habían adoptado los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, tenía muy poco que ver con la de sus propias bases y las del resto de las
organizaciones obreras. Los trabajadores en general, sintiéndose armados y
triunfadores del conflicto con los sublevados, desconfiando de las ineficaces y
moderadas autoridades republicanas, habían procedido a organizar su propio
poder. Los Ayuntamientos fueron sustituidos o en todo caso, marginados, por una
vasta red de comités revolucionarios locales que se convirtieron en auténticos
miniestados, y ejercieron como tales.
Los antiguos
cuerpos policiales habían desaparecido para apoyar, unos a la sublevación
militar, y otros al gobierno de la República, los primeros habían sido aplastados, los segundos se habían disuelto, en muchos casos, en la marea revolucionaria,
o habían perdido toda su autoridad frente a los trabajadores armados. El
ejército también había desaparecido de la escena, solo unos pocos mandos,
fieles a la República, se habían mantenido en sus puestos, mientras que las
unidades militares que no se habían unido a los rebeldes, habían acabado por
disolverse con el triunfo de los revolucionarios y con el decreto de disolución
que había dictado el gobierno Giral.
En
Catalunya, la situación de dualidad de poderes adquiría, con estos
acontecimientos, una complejidad extrema, característica de la revolución
española. Aparentemente la realidad revolucionaria no se presentaba como
un forcejeo entre dos poderes, claramente diferenciados, uno el poder burgués
que no se resignaba a morir, y otro el nuevo poder revolucionario que todavía
no había tomado completa conciencia de su existencia. La revolución española en
Catalunya aparecía bajo un triple poder.
En un
extremo del arco político se encontraba el poder burgués republicano, el
gobierno de la Generalitat de Catalunya, completamente desarbolado y
apoyado por las organizaciones que componían el Front d'Esquerres (El Frente
Popular en Catalunya). En el extremo contrario, representaban a la revolución
que acababa de estallar, la multitud de comités locales, los comités de fábrica,
las patrullas de control, los tribunales populares y las milicias
revolucionarias. Y en medio de ambos poderes, se encontraba el nuevo organismo
que encarnaba el poder dual, nacido del compromiso entre los que se negaban a
tomar el poder y los que lo habían perdido y pugnaban por recuperarlo.
"La verdad es que la Generalitat tenía su autoridad secuestrada por el
Comité de las Milicias, pero éste también lo estaba por otros mil comités que
actuaban por su propia cuenta, mientras que el gobierno central intentaba,
incluso hasta perder puntos esenciales de la guerra, imponer su autoridad sobre
la Generalitat y el mismo Comité Central de Milicias" (372).
El Comité
Central de Milicias Antifascistas representaba esta dualidad de poderes.
Inevitablemente, la evolución de este organismo iba a reflejar, en los meses
siguientes, los derroteros que iba a seguir la situación revolucionaria
en Catalunya, y este desenlace iba a condicionar, en gran parte, la
evolución de la revolución española. El mantenimiento del Comité Central como
organismo de compromiso, solo podía ser temporal. El pacto al que habían
llegado las diferentes organizaciones que lo componían no podía extenderse a
las fuerzas sociales que se estaban enfrentando. Tarde o temprano, la dualidad
de poderes tenía que decantarse hacia uno de los dos lados: hacia el triunfo de
la revolución de los comités, o hacia la restauración de la vieja República.
Tarde o temprano, iba a producirse el choque entre dos fuerzas que
representaban intereses completamente contrapuestos.
En medio de esta compleja situación revolucionaria se estableció un tupida red
de relaciones entre los diferentes poderes que convivían: el gobierno de la Generalitat, el Comité Central de milicias y la multitud de comités revolucionarios.
4.3.1 LAS RELACIONES ENTRE LA GENERALITAT DE CATALUNYA Y EL COMITE CENTRAL DE
MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA.
Los hechos
de Julio significaron el hundimiento del orden republicano, y por consiguiente,
también el del gobierno de la Generalitat en Catalunya. La situación
revolucionaria que acababa de abrirse colocaba al Comité Central de Milicias en
el centro del poder político, gracias al protagonismo que jugaba en su
seno el anarcosindicalismo.
Desde los
primeros momentos, el eje de la política de la Generalitat estuvo en aprovechar el respiro que le había brindado la CNT para recuperar su poder. La autoridad y los medios de los que disponía el gobierno
autónomo catalán habían quedado seriamente desbaratados por la revolución, pero
seguían existiendo y podían recuperarse.
Apenas
terminados los combates, el gobierno de la Generalitat publicó una serie de medidas, que contaron con el beneplácito de las
asociaciones patronales catalanas, destinadas a recuperar el prestigio y la
iniciativa perdida ante el movimiento revolucionario (aumento de los salarios
en un 15%, semana laboral de 40 horas, rebaja de los alquileres,
confirmación a favor de los obreros de todas las sentencias de los jurados mixtos
recurridas por los patronos ante el consejo de trabajo, pago de los jornales de
los días de la huelga general...).
Sin embargo,
la situación había ido ya, demasiado lejos para poder volver atrás mediante
unos simples decretos. Era demasiado tarde, los trabajadores eran perfectamente
conscientes de cuales eran las intenciones del gobierno autónomo catalán. Los
decretos ya habían sido superados por ellos, con sus propios métodos y
organizaciones, no necesitaban para nada al gobierno de la República y a la Generalitat. Eran dueños de sus propios destinos.
"La autoridad, sobre todo la que emanaba del Gobierno central quedó en
mitad de la calle, y el mismo Gobierno de la Generalitat,... fue también desbordado. Éste, en un intento de encauzar el ímpetu
revolucionario de las masas, autorizó al consejero de Trabajo a que, por medio
de la radio, diese cuenta de las disposiciones dictadas sobre la rebaja de
jornada, aumento de salarios y aprobación de bases de trabajo pendientes. Antes
de publicarlas, estas disposiciones fueron puestas en conocimiento de delegados
de las llamadas corporaciones económicas, llamados a la Generalitat, tales como el Fomento del Trabajo Nacional, Cámaras de la Industria y de la Propiedad, etc..." .
"Todos los presentes estuvieron de acuerdo en todo y el representante de la Cámara de la Propiedad ofreció además la rebaja de alquileres" (373).
Estas
medidas, tachadas de "demagógicas" por la mayor parte de los
historiadores, revelan las verdaderas intenciones políticas
del gobierno de la Generalitat de mantenerse y resistirse a la cresta de la ola
revolucionaria, su derecho a existir, disputando, palmo a palmo, a los
revolucionarios el terreno que acababa de perder.
Los primeros
intentos del gobierno de la Generalitat para recuperar el control de la
situación acabaron en un rotundo fracaso. La situación revolucionaria no lo
permitía. Era necesario esperar el momento propicio.
"(El gobierno autónomo) con intentos a veces tímidos pero constantes, iba
manifestando su presencia y su voluntad de subsistencia".
"Como no se disolvieron las fuerzas del orden público... ni la misma
burocracia estatal, los republicanos liberales burgueses que estaban en el
gobierno autónomo tendieron paulatinamente a reforzar aquellos organismos que
en el primer momento de la revolución parecieron desplazados y en una franca
confusión sobre el poder al que tenían que obedecer. También tendieron a
aglutinar las fuerzas militares, creando fuerzas milicianas propias. Los hombres
de la Generalitat sabían que cuando aquellos organismos de orden público
volviesen a tener cohesión, conjuntamente con las propias fuerzas
milicianas, podrían ellos, recuperar la vitalidad de su poder o la simple
viabilidad de este poder, que de hecho solo estaba dormido".
"Por esto y desde su punto de vista es lógico, el gobierno autónomo
catalán constantemente hizo sentir su presencia en todas las
disposiciones que dictaba el comité de milicias y, en ocasiones, hasta creando
situaciones conflictivas, intentaba pasar por delante..." (374).
El gran
problema con el que tenía que enfrentarse el gobierno de la Generalitat, era evitar que los pasos progresivos para recuperar el poder, no provocaran la
respuesta inmediata de los revolucionarios. El primero a seguir, pues, era
ligarse por completo al Comité Central de Milicias, "legalizar"
mediante decretos las medidas adoptadas por éste, y aprovechar la indecisión y
las vacilaciones de los anarquistas para reforzar sus propios medios. También
era necesario aumentar su prestigio político, blanquear la imagen
política ante la población, hasta convertirla en respetable y
"revolucionaria", frente a la reacción militar y frente a los
"extremismos de izquierda".
"El gobierno de la Generalitat actuó durante los dos primeros meses, poco
menos que al dictado del Comité de Milicias. En la mayoría de los aspectos...
revelan el firme propósito de mantener las riendas de la situación, aún dentro
del pragmatismo que supone aceptar, como marco de actuación una economía
revolucionaria que iba más lejos de lo que, sin duda, hubieran deseado los
partidos de izquierda burguesa todavía predominantes en el gobierno del 6 de
Agosto..." (375).
La prensa
cercana a los criterios políticos del gobierno de la Generalitat, publicaba continuamente decretos por los cuales, "se incautaba" de las
principales industrias y servicios de Catalunya. Los periódicos burgueses
catalanes pretendían con estas noticias dar una imagen de normalidad y de
iniciativa política de la Generalitat que no se correspondía con los
hechos.
Si nos
atenemos a los artículos de los periódicos, la imagen que daba la prensa
catalanista era de que la Telefónica, los servicios de transportes urbanos y
las principales empresas metalúrgicas catalanas, todo era "incautado"
por la Generalitat, en aras a las necesidades de la guerra que acababa de
estallar. La realidad era otra muy distinta, la industria, los servicios,
Catalunya entera, se encontraba en manos de los trabajadores.
En una
conversación entre Juan García Oliver y Buenaventura Durruti,
recogida por Abel Paz, encontramos las claves de la política de la Generalitat, en la que se encontraban presos los dirigentes anarcosindicalistas:
"A la conclusión que García Oliver llegaba era que, tal y como estaban las
cosas, no quedaba otra solución que seguir los acontecimientos y mirar de
controlarlos. Había que mantenerse en el Comité Central de Milicias
Antifascistas, no soltar los puestos de dirección que la CNT y la FAI tenían, sostener los comités de Defensa, y utilizar la fuerza armada del pueblo
como una constante amenaza ante una eventual tentativa de reconstruir el
antiguo poder... Pero a todo esto, decía García Oliver, hay que darle un
carácter legal, desde el Comité Central de Milicias
Antifascistas...".
...
"...(Durruti) Cuanto más legalicemos -añadió-, más reforzaremos al Govern
de la Generalitat, puesto que es él quien decreta y pone su sello; y cuanto más
se refuerce el Govern de la Generalitat, más se debilitará el
Comité Central de Milicias Antifascistas. Esto significará que la CNT reforzará al Govern de la Generalitat..." (376).
Companys
intentaba neutralizar la iniciativa y el predominio de la CNT y de la FAI. Su política de orden público se centró en reforzar las fuerzas que le
eran fieles, y que se habían salvado de la descomposición revolucionaria de los
primeros días.
Los
destartalados cuerpos policiales republicanos (guardia civil o republicana,
guardias de asalto, mozos de escuadra...) fueron aumentando progresivamente en
el número de sus efectivos, hasta poder competir, meses más tarde, con las
patrullas de control y liquidar la situación revolucionaria.
Sin embargo,
las medidas de la Generalitat tuvieron que adoptar una dinámica prudente, la
oposición que encontró en las primeras semanas, por parte de los representantes
anarquistas del Comité Central fue total; solo la presión y la negociación,
combinadas, pudieron conseguir que los dirigentes de la CNT acabaran por aceptar medidas de compromiso que significaban un paso en sus planes para
recuperar el poder.
"Surgió la idea de traer todas las unidades de la guardia civil que
seguían en los pueblos. Los anarquistas se enteraron del plan. Él (Jaume
Miravitlles) y Tarradellas, en representación de la Generalitat, se entrevistaron con Durruti, García Oliver y Mariano Vázquez de la CNT, que se presentaron armados".
"<<Si tratáis de traer a la guardia civil, convocaremos una huelga
general en el acto. Habrá una masacre de líderes de la Generalitat y de la Esquerra>>" (377).
El mismo
plan político fue aplicado a la reconstrucción del ejército. Las milicias
tenían una serie de características (democracia interna, espíritu revolucionario,
control de las bases, politización...) que las convertían en altamente
indeseables para los objetivos de la Generalitat. Era necesario reconstruir un ejército tradicional a partir de los oficiales que
se habían mantenido fieles a la República y de las milicias controladas por el Front d'Esquerres. Sin embargo, los efectivos de la Generalitat era muy inferiores a los revolucionarios, era necesario, antes, reclutar una
serie de levas forzosas sobre la población.
Aunque los
primeros intentos del gobierno autónomo para recuperarse, fracasaron por
la oposición de los revolucionarios, en otras ocasiones, fue el Comité
Central de Milicias quien acabó por aceptar soluciones de compromiso, que
evitaran el enfrentamiento y que preservaran la unidad "antifascista"
en su seno. El conflicto entre ambos poderes, sobre los cuerpos policiales se
saldó, finalmente, con una salida intermedia, la Generalitat podría aumentar las fuerzas de sus efectivos, pero éstos pertenecerían a los
sindicatos, con lo que su reforzamiento se haría a partir de elementos
revolucionarios.
Aparentemente, los anarcosindicalistas se habían salido con la suya, en la
práctica, el resultado significaba un retroceso de las fuerzas revolucionarias.
Los nuevos integrantes de los efectivos policiales de la Generalitat, pese a su origen revolucionario, estarían sujetos a la disciplina y al control
del gobierno autónomo catalán.
Aunque
desarbolado, el gobierno autónomo catalán había ido recuperando todos los
medios que la CNT y la FAI habían despreciado (nacionalización del
sistema financiero, importancia del dinero, supervivencia de los viejos cuerpos
policiales,...) para poder utilizarlos posteriormente en su política de
recuperación del poder. La Generalitat se apresuró a nacionalizar las entidades
financieras catalanas, aprovechando la mayoría sindical ugetista que existía en
ellas. Peres Mas i Parera fue nombrado comisario de la Banca en Catalunya, "para atender debidamente al pago de los jornales de los
trabajadores" (378).
Los
instrumentos que la moral anarcosindicalista había despreciado como
instrumentos de un sistema capitalista trasnochado, que nunca volvería a
resurgir de sus cenizas, fueron utilizados, posteriormente, en su contra por
sus adversarios del frente Popular. Numerosos tesoros y gran cantidad de dinero
(en moneda nacional y en divisas) fueron entregados por el Comité Central
y por las patrullas de control, fruto de sus registros y requisas en conventos,
iglesias y mansiones, al consejero de cultura de la Generalitat, Ventura Gassol, que hacía, a su vez, de depositario.
El
anarcosindicalismo comprendió demasiado tarde el error que había cometido, todo
el sistema financiero, incluidas las reservas de oro y de divisas del Banco de
España se encontraban en poder del gobierno republicano, apoyado por las
organizaciones del Frente Popular, que empezó a utilizar la represión
financiera (La Catalunya revolucionaria necesitaba importar numerosos productos
que no estaba en condiciones de producir en su suelo, y para ello eran
necesarias las divisas que se encontraban en manos de sus adversarios) como un
arma terriblemente eficaz para hacer retroceder al movimiento revolucionario y
restaurar el orden republicano.
"La Generalitat es un artefacto meramente formulario. Pero Companys que ha
reconocido el derecho de los obreros a gobernar, e incluso les ha ofrecido
abandonar su puesto, maneja las cosas con tal arte, que poco a poco
reconstituye los órganos legítimos del Poder, devuelve la acción a los
Consejeros y deja los organismos obreros reducidos a su papel de auxiliares, de
asesores, de ejecutores. A los cuatro o cinco meses estaba restablecida la
normalidad" (379).
Con su
política de "legalizar" lo que ya estaba legalizado por la acción de
los trabajadores en la calle, la Generalitat pretendía conservar su principio
de la autoridad, y también integrar las conquistas revolucionarias en el
marco de la legalidad republicano burguesa: "El gobierno no gobernaba,
pero seguía existiendo" (380).
Consecuencia
de esta táctica, el gobierno de la Generalitat publicó el decreto del 22 de Julio. Apenas instituido el Comité Central y en plena efervescencia
revolucionaria, el gobierno catalán ordenó la depuración de los gobiernos
municipales, por el que eran destituidos todos los concejales y alcaldes que no
pertenecieran al Front d'Esquerres, mientras que las vacantes deberían ser
cubiertas por los representantes de los partidos y sindicatos que se habían
opuesto a la sublevación militar. Con esta maniobra política , el gobierno de
Companys pretendía salvar de la quema revolucionaria, el aparato municipal de la República en Catalunya. Para ello era necesario blanquear su imagen depurando a los elementos
más derechistas y reaccionarios, pero simultáneamente, también se invitaba a
los anarcosindicalistas y a los poumistas a integrarse en los Ayuntamientos. La
campaña de depuraciones que llevó a cabo el gobierno de la Generalitat se extendió a todos los campos, incluidos los cuerpos policiales (381).
Desde el
principio, y aprovechando los decretos, el gobierno de Companys nombró una
serie de delegados interventores de la Generalitat (decreto del 24.08.36) que la representaban en el seno de las empresas incautadas. La función de estos
delegados, simbólica durante los primeros meses por exigencia de los mismos
trabajadores, que no hubieran permitido otro tipo de cometido, fue definiéndose
y cobrando fuerza, a medida que el movimiento revolucionario retrocedía y las
empresas colectivizadas, presionadas financieramente, se veían obligadas a
aceptar sus imposiciones.
"Se ha recurrido a la ficción de expedir decretos o leyes que den a sus
organismos (comités de milicias, patrullas de control, milicias populares de
diversos tipos, consejos regionales, etc.) la característica formal de órganos
oficiales, cuando estos reglamentos, por si mismos, hacían obra legal. En
Catalunya, por ejemplo, la Generalitat convertía automáticamente esas
disposiciones en decretos regulares".
"Los revolucionarios terminan por pensar que la función del Estado o de
los gobiernos autónomos es <<legalizar sus actos>>, ... en los
últimos meses de 1936 cunde la idea que hay una suerte de división de funciones
que consiste en:
a) creación revolucionaria popular, por intermedio de sindicatos, comités,
consejos, colectividades, etc.;
b) la legalización, y reconocimiento público de esas conquistas populares por
el Gobierno central o los gobiernos locales" (382).
Con esta
política, y frente a la desorientación de los revolucionarios, el gobierno de la Generalitat se hacía cada vez más "imprescindible" para los revolucionarios. Sin
embargo, el gobierno autónomo burgués republicano, seguía siendo hostil a la
revolución de los comités y seguía combatiendo para conseguir su liquidación
final.
Mientras
tanto, los dirigentes de la CNT, confiados en que eran los dueños de la
calle y del Comité Central de Milicias, mantenían una ingenua postura de
compromiso y de desprecio hacia el gobierno de la Generalitat. Al fin y al cabo, ellos estaban convencidos que valiéndose de su fuerza
aplastante, podían paralizar en cualquier momento, las maniobras de Companys y
de sus aliados del Front d'Esquerres.
4.3.2 LAS RELACIONES ENTRE EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS Y LOS
COMITES REVOLUCIONARIOS LOCALES.
El claro
predominio anarcosindicalista en Catalunya se expresaba de una forma dispersa y
múltiple. Como muy bien dice, el historiador libertario Abel Paz, la dualidad
de poderes se expresaba en que éste, propiamente hablando, no existía.
"De hecho, el poder, propiamente hablando, no existía: La Generalitat era un puro simbolismo, el Comité Central de Milicias Antifascistas no podía dar
un paso sin el apoyo de los Sindicatos, y las milicias no podían organizarse
sin la colaboración de los Comités de defensa y de los Sindicatos, que eran los
que controlaban a las bases obreras" (384).
Frecuentemente, la autoridad del Comité Central de Milicias terminaba en las
afueras de Barcelona, donde empezaba el poder de los comités revolucionarios de
cada localidad. Simultáneamente al Comité Central, existían otras Juntas de
poder territorial en Catalunya. En la provincia de Tarragona, en la ciudad industrial
de Reus, se había un formado un gobierno local de Frente Popular que
estaba dirigido por el anarcosindicalismo. En la ciudad de Lérida, la Junta de poder territorial estaba bajo el control del POUM, y en su seno no existía ninguna
representación de los partidos republicanos, ni tenía ningún tipo de vínculo
con el gobierno de la Generalitat.
Las medidas
que tomaba el Comité Central de Milicias sólo podía llevarse a cabo, mediante
un delicado equilibrio en el que era necesario la aceptación de los sindicatos
y de la multitud de comités. Las directrices solo eran obedecidas gracias a la
mayoría con la que contaban los anarcosindicalistas en el Comité Central y en
los comités revolucionarios.
La
espontaneidad con la que fueron formados los comités, y el alcance de su obra,
contrastan claramente con la actitud de compromiso y espera a la que habían
llegado los dirigentes de la CNT y de la FAI, con respecto a la Generalitat y el Front d'Esquerres. Las diferencias fueron acentuándose en los meses
siguientes, hasta llegar a la integración del Comité Central en el seno de un
nuevo gabinete de concentración del gobierno autónomo catalán. Este choque
entre las dos actitudes distintas que defendían miembros del anarcosindicalismo
se expresó en numerosas ocasiones por la oposición y resistencia que opusieron
los comités revolucionarios y los sindicatos a las directrices que ordenaba el
Comité Central de Milicias.
Sin embargo,
la oposición de los comités a la política de colaboración que llevaban a cabo
los cuadros dirigentes no puede ser considerada como frontal. El hecho de que la CNT fuera claramente hegemónica en ambos organismos, creaba una fuerte confusión en las bases
anarcosindicalistas.
"Los comités, que se colocaron en lugar del aparato gubernativo y
administrativo y que reflejaban, al mismo tiempo, la relación de fuerzas social
y política, se opusieron, en tanto que depositarios de poder revolucionario, al
orden económico y político establecido y al statu-quo de la distribución
del poder político -aunque a escala local lo estuviesen ejerciendo de facto-,
sino a su destrucción" (384).
Al no
sentirse representados, en muchas ocasiones por la política del Comité Central
de Milicias, y no poder ejercer ningún control o influencia directa sobre él,
los comités revolucionarios locales actuaron frecuentemente de forma
independiente e incluso opuesta a la línea que pretendía seguir el Comité
Central.
Lorenzo nos
revela un organigrama teórico del funcionamiento de las relaciones de poder que
existían entre el Comité Central y los comités, que él mismo confiesa que nunca
se llevó a la realidad. Si hubiera sido así, nos encontraríamos frente a una
estructura presoviética o soviética que nunca llegó a funcionar y que tampoco
formaba parte del proyecto de ninguna de las organizaciones obreras que
formaban parte de la Junta, ni siquiera entre los anarcosindicalistas o los
poumistas.
"Los comités locales se agrupaban después en comités comarcales que
actuaban de acuerdo con la voluntad de los habitantes de diversas localidades;
estos comités comarcales determinaban a su vez las decisiones del Comité de
Milicias de Catalunya que recíprocamente transmitía sus órdenes a los comités
comarcales, y éstos a los comités locales. Pero la verdad es que la autoridad
del Comité de Milicias no era muy sólida. Los comités locales sólo se obedecían
a sí mismos; las relaciones entre ellos y el Comité Central eran muy
superficiales. De hecho no existía un poder central, sino muchos poderes
autónomos y microgobiernos" (385).
La política
del Comité de Milicias se expresaba, principalmente, por los cauces sindicales
de la CNT y en menor medida, del resto de las organizaciones. A diferencia de
la revolución rusa, donde el soviet de Petrogrado era considerado como la
cúspide legítima del poder revolucionario, y sus miembros integrantes
eran elegidos, democráticamente, por la multitud de soviets locales existentes,
el Comité Central solo lo era por el prestigio político de las organizaciones
que formaban parte de él.
Las
consignas eran obedecidas por los comités mientras fueran consideradas
favorables para el curso de la revolución, pero tropezaban con grandes
resistencias cuando ocurría lo contrario.
Las
decisiones del Comité Central eran discutidas por los comités locales y
comarcales, que decidían su aceptación o rechazo. Mientras tanto, el
"máximo órgano de la revolución" tenía que confiar en los comités,
para que pudieran llevarse a cabo sus medidas. Frecuentemente las órdenes del
Comité Central de Milicias fueron consideradas como fruto del compromiso
con la Generalitat y sus partidarios, y por lo tanto, desobedecidas por los
comités locales. El conflicto existente en el seno de la CNT y de la FAI, entre los partidarios de la colaboración y los que se oponían a esta táctica
por considerarla como una amenaza para la revolución, se trasladaba a las
relaciones entre el Comité Central y los organismos revolucionarios locales.
4.3.3 LAS RELACIONES ENTRE EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE
CATALUNYA Y EL GOBIERNO CENTRAL DE LA REPÚBLICA.
El
hundimiento del gobierno autónomo catalán fue simultáneo al derrumbe del
gobierno de la República. El gobierno Giral tuvo que asistir, impotente, a la
disgregaciòn de todo el aparato estatal, y a su sustitución por una multitud de
comités dispersos por toda la geografía del país.
Sin embargo,
mientras a nivel estatal, la República era salvada por la colaboración y el apoyo prestado por las organizaciones obreras del Frente Popular, que
aparecían como garantes del gobierno, en Catalunya el anarcosindicalismo
adoptaba una posición confusa frente al gobierno de la Generalitat. La CNT y la FAI, a pesar de sus coqueteos anteriores con el Frente Popular nunca
habían formado parte de él, mientras que su proyecto político estaba
claramente enfrentado al de los que defendían a la República.
El
anarcosindicalismo proclamaba la necesidad de la destrucción definitiva
de cualquier tipo de Estado, fuera del tipo que fuera. Pese a todo, a la
colaboración y la libertad de voto que había dado a sus bases, en las
elecciones de Febrero, éstas concesiones no convertían a la CNT y a la FAI en defensores del orden burgués republicano. Su apoyo a las movilizaciones, en
los meses siguientes, así lo atestiguaban.
El problema
con el que tenía que enfrentarse el gobierno republicano, se complicaba a nivel
de Catalunya, donde la revolución había adquirido una profundidad mucho mayor.
Las diferencias políticas tradicionales entre Catalunya y el estado republicano
se habían reflejado en el hecho de que los partidos mayoritarios en el gobierno
catalán siempre habían tenido un matiz nacionalista y regionalista, que había
chocado con los partidos mayoritarios en el ámbito estatal.
Al hecho
diferencial catalán se unía otra característica más peligrosa: mientras a nivel
estatal el socialismo era mayoritario en la mayor parte de las regiones, a
nivel de Catalunya, la hegemonía correspondía a la CNT. Los líderes del socialismo, pese a sus discursos izquierdistas y pseudo-revolucionarios,
eran claros aliados de los republicanos, en el seno del Frente Popular. El
anarcosindicalismo, en cambio, se mostraba un aliado circunstancial, inseguro,
e incluso hostil.
"Una vez, el gobierno de Madrid, superó su autodisolución, empezó a frenar
al Gobierno de la Generalitat por su catalanismo, y al Comité de Milicias
por su revolucionarismo" (386).
Para ello,
el gobierno de Giral, y los gobiernos posteriores de Largo Caballero utilizaron
todos los medios a su alcance. Catalunya era, a pesar de la política llevada a
cabo por el Comité Central de Milicias, deficitaria en armamento y municiones.
Para ello, era necesario llevar a cabo una serie de importaciones periódicas,
que sólo podían pagarse por medio de las divisas y del oro que estaban
guardados en el Banco de España. La cuestión financiera fue uno de los
instrumentos que utilizó, con terrible eficacia, el gobierno de Madrid. La
falta de armamento afectaba por igual a los dos principales adversarios del
gobierno central en Catalunya, el Comité Central de Milicias y el gobierno de la Generalitat. El gobierno central era consciente de que controlando el poder financiero, era
cuestión de tiempo que la revolución en Catalunya y también la misma
Generalitat, estuvieran a su merced.
"Una política financiera audaz consiguió vencer los obstáculos de los
primeros meses mediante incautaciones en los establecimientos bancarios de
Catalunya; pero esas incautaciones tenían un límite en las existencias
precarias, y llegó el instante en que, para hacer frente a las necesidades
urgentísimas, hubo que recurrir a emisiones propias de las que no respondía el
Tesoro Nacional. Así llegamos a este dilema: o gestionábamos, por un lado, un
entente con el gobierno central para que sufragase los gastos de la guerra, o
bien habíamos de decidirnos a establecer un régimen de independencia política
que, probablemente habría sido poco viable durante la contienda y, después de
ella, habría sido un mal para España y para Catalunya" (387).
El gobierno
central y las organizaciones del Frente Popular estaban dispuestas a aprovechar
la ventaja que tenían en sus manos. Las divisas y el armamento, de forma
limitada, eran entregadas a cambio de graves concesiones políticas, que
amenazaban el futuro de la revolución en Catalunya. De esta forma, los
dirigentes anarcosindicalistas que se habían negado a tomar el poder en sus manos,
en los inicios de la revolución, y extenderla al resto del Estado, se
encontraban chantajeados y empujados, cada vez más, hacia la colaboración y
hacia la supeditación de los intereses revolucionarios.
La llegada
del armamento ruso, fue uno de los factores que ayudaron al gobierno central,
en colaboración con el PCE y el PSUC, a presionar al Comité Central de Milicias
de Catalunya. Los buques soviéticos tenían órdenes de no desembarcar en los
puertos catalanes. Cualquier llegada de material bélico a Catalunya, solo
llegaba por las concesiones que había dado el Comité a sus adversarios
políticos. La resistencia del anarcosindicalismo y de sus aliados del POUM en
el seno del Comité Central coincidían siempre con los períodos en los que la escasez
de armamento se hacía más angustiosa. Los suministros volvían a aparecer, en el
momento en el que éstos cedían a las presiones de sus adversarios (388).
La dramática
falta de divisas surtió efecto en el seno del Comité Central y del
anarcosindicalismo.
"Se concibió el proyecto de tomar una parte de las divisas que estaban en
manos del Banco de España para llevarlas a Catalunya. Pero llegado el momento,
no se quiso cargar con la gran responsabilidad del gesto, que habría tenido grandes
repercusiones. Fueron comunicados los propósitos al Comité Nacional de la CNT y a algunos conocidos cuadros anarquistas, pero estos rechazaron el plan con el argumento
de que sólo aumentaría la animosidad contra Catalunya" (386).
La situación
ponía a los anarcosindicalistas en un grave aprieto. Su renuncia al poder en
Catalunya, durante las jornadas de Julio, también había significado, por
lo menos por el momento, la negativa a extender la revolución, o por lo menos
su profundización, fuera de los límites de Catalunya y Aragón, que eran los
territorios que la CNT ya controlaba. Por lo tanto, la falta de
divisas y de reservas en oro, colocaba al anarcosindicalismo en una clara
situación de inferioridad, que aprovechaban ahora sus adversarios en el campo
republicano para estrangular al movimiento revolucionario. Mantener el
status-quo significaba, en esencia, y pese a su desesperada oposición,
colocarse bajo el dominio del gobierno republicano y del Frente Popular.
La negativa
de los dirigentes de la CNT a apropiarse, mediante un golpe de mano, de una
parte de las divisas que estaban almacenadas en los sótanos del Banco de
España, implicaba también su negativa a enfrentarse, y por consiguiente,
su capitulación por anticipado, frente a la presión de sus adversarios
políticos.
"Lógicamente el Gobierno utilizó esta arma para ir haciéndose de
nuevo con el poder real, es decir, para frenar el impulso revolucionario y
recortar las extralimitaciones autonómicas de los primeros días".
"Los anarquistas se dieron cuenta perfectamente de esta táctica y la
denunciaron con vehemencia. Jacinto Toryho resumió así la posición del
Gobierno: <<Catalunya es la revolución; hay pues, que hacer fracasar a
Catalunya>>, y el sistema de hacerlo era <<asfixiándola en el
terreno económico, e inutilizándola en el bélico>>, y Abad de
Santillán llega a declarar que <<sin la política hostil del
gobierno central, Catalunya habría podido liquidar el problema de la guerra en
pocos meses>>" (390).
La confesión
del dirigente libertario es reveladora. Debatir sobre la opinión de Diego Abad
de Santillán sobre la importancia de Catalunya en el desenlace de la guerra es
historia ficción.
Lo que si
que está fuera de dudas es que, por su potencial industrial, estaba destinada a
jugar un papel clave en el conflicto. Sin embargo, lo que el dirigente
anarcosindicalista no define es la postura y los intereses que defendía el
gobierno de la República y las organizaciones del Frente Popular, frente a la
revolución en Catalunya.
"En los últimos días del gabinete Giral... fuimos con Diaz Sandino, no por
primera vez, a exponer al gobierno de Madrid la situación de Catalunya, sus
necesidades y sus posibilidades. Desde la primera hora el gobierno central
había rehusado categóricamente toda ayuda a nuestra empresa en Aragón y en las
Baleares. Pero no podíamos menos de tocar los resortes para hacer comprender a
los políticos en Madrid que Catalunya tenía en sus manos el triunfo de la
guerra y que era un crimen contra España y contra la cultura amenazada por la
bota militar, no poner a su disposición los elementos que le faltaban
para terminar la contienda en muy pocos meses".
"Más de ciento cincuenta mil hombres se habían inscrito voluntariamente en
nuestras milicias para salir al frente y luchar contra el enemigo... Recordamos
haberle dicho que nuestra guerra estaría ganada el día que las fuerzas del
frente aragonés enlazasen con las regiones metalúrgicas y mineras del norte de
España. Le explicamos que nos bastábamos si se nos ayudaba con los recursos
financieros de que carecíamos, para aplastar al enemigo, deplorando que el
gobierno central, por un odio insensato a Catalunya y por miedo a la revolución
del pueblo, que era el representante de la verdadera España, pusiera obstáculos
a nuestra obra, que entrañaba la victoria y la salvación de todos" (391).
Lo que
parece una actitud sectaria e incomprensible, por parte de los diferentes
gabinetes, sin excepción, que ocuparon el gobierno de la República (Giral, Caballero y Negrín), se vuelve clara, si analizamos el conflicto desde una
perspectiva clasista. Óptica que Abad de Santillán no utiliza. Catalunya
representaba el corazón de la revolución de los comités que había estado a
punto de destruir definitivamente al estado burgués republicano. Las frases
literarias del dirigente libertario "revolución del pueblo",
"representante de la verdadera España", "la victoria y la
salvación para todos", sin duda alguna, producían en el gobierno republicano,
un resultado completamente opuesto al que esperaba que causaran. Y el mismo
"ingenuo" Abad de Santillán reconoce que en una conversación con
Azaña:
"...en el curso de la conversación tuvimos la impresión de que aquel
hombre no simpatizaba con el fascismo, pero simpatizaba menos aún con la
revolución y con la intervención directa del pueblo en la vida pública, sin
respetar las barreras preestablecidas por los partidillos republicanos que
nacieron al advenimiento de la República" (392).
El éxito del
proyecto militar que defendían los anarcosindicalistas hubiera cuestionado
gravemente los objetivos del gobierno y del Frente Popular, además de darle a la CNT un prestigio que hubiera provocado una segunda fase, mucho más radicalizada, de la
revolución de Julio. Por lo tanto, era necesario detener y hacer retroceder a la Catalunya revolucionaria, era necesario ayudar a la Generalitat y al Front d'Esquerres para recuperar el terreno perdido, y posteriormente afirmar el control del gobierno
central sobre el de Catalunya.
Pese a los
discursos izquierdistas que los dirigentes obreros del Frente Popular dirigían
a la multitud, es evidente que la revolución que se había desencadenado
era más peligrosa que el mismo ejército franquista que se había sublevado.
Importantes sectores del Frente Popular (republicanos, socialistas de derecha)
protagonizaron diversos intentos fracasados de negociación con los sublevados.
Al fin y al cabo, los militares se habían alzado en armas contra el peligro
revolucionario, no contra la República, si éste era aplastado, el camino para la reconciliación quedaría allanado. Los republicanos y los socialistas de
derecha esperaban conseguir, con su política, un pacto con los sublevados, que
relegara la revolución a un segundo término. La alianza entre ellos y los
sublevados, hubiera significado, al fin y al cabo, el final de la revolución, y
la supervivencia del orden republicano.
Esto explica
que, a menudo, el aspecto político (las negociaciones con los sublevados y la
lucha para evitar el triunfo de la revolución), en el seno del bloque
republicano, estuviera por encima del militar (que estaba, en aquellos
momentos, en manos de las milicias revolucionarias).
Por otro
lado, el PCE y el PSUC, aunque adversarios de cualquier tipo de compromiso con
los insurrectos, también se oponían firmemente a cualquier veleidad
revolucionaria, siguiendo las órdenes dictadas por Moscú.
La actitud
que había mantenido el gobierno de la República, antes del estallido de la guerra y de la revolución, había sido un reflejo de la que fue posteriormente. Los
republicanos habían hecho oídos sordos ante los rumores insistentes de que una
sublevación militar estaba en marcha. La "ingenuidad" republicana
solo podía explicarse porque el temor que los gobernantes sentían hacia la
revolución era infinitamente mayor que el que sentían hacia la conspiración. Al
fin y al cabo, esperaban vencer a la sublevación, mediante negociaciones y
ascensos, que asegurarían la fidelidad militar, que les era especialmente
valiosa frente a la amenaza revolucionaria. El gobierno central, en el camino
hacia la recuperación total de su antiguo poder, tenía que someter al
movimiento revolucionario a su autoridad, para ello contaba con el prestigio de
los partidos obreros que integraban el Frente Popular. Esto explica la rápida
decadencia de la revolución a nivel estatal, fuera del territorio de Catalunya
y de Aragón.
El proceso
en el territorio catalán iba a ser mucho más lento y cuidadoso. Primero era
necesario vencer las resistencias que oponía el anarcosindicalismo, la
organización que dirigía la revolución en Catalunya; una vez vencido el
principal enemigo, ya habría tiempo de ajustar las cuentas a las veleidades
nacionalistas de la Generalitat.
4.4 HISTORIA DEL COMITE CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. LA EVOLUCION DE LA DUALIDAD DE PODERES.
4.4.1 La formación de las milicias.
La victoria
de los revolucionarios en Barcelona dió un impulso decisivo a la lucha contra
los sublevados en el resto de Catalunya. La rendición de Goded fue un poderoso
factor de desmoralización para los insurrectos, que decidieron rendirse en
aquellas localidades donde todavía resistían.
Sin embargo,
la victoria en Catalunya no estaba asegurada. Zaragoza, uno de los principales
núcleos libertarios, donde pocos meses antes se había realizado el último
congreso de la CNT, estaba en poder del enemigo. Huesca y Teruel, el resto de
las capitales de provincia aragonesas también habían caído en manos de los
facciosos, mientras que en Valencia, el ejército permanecía sospechosamente
acuartelado desde el día 17, sin que los militares, presos de sus propias
vacilaciones, decidieran apoyar la insurrección. La Catalunya revolucionaria estaba rodeada de territorios donde el resultado de la sublevación
se había decantado en favor de los facciosos, o todavía no se había decidido
por ninguno de los dos contendientes.
Los rumores
de que una columna armada había partido de Zaragoza hacia Barcelona empezó a
circular insistentemente entre la población. En la primera reunión del Comité
Central de Milicias se decidió enviar en dirección a Zaragoza, delegaciones que
comprobasen las verdaderas posiciones del enemigo y como medida preventiva, se
decidió minar los puentes de las carreteras y de los ferrocarriles para evitar
que una columna motorizada pudiera atacar, por sorpresa.
La
revolución había triunfado en Barcelona. Sin embargo, las fuerzas
revolucionarias, organizadas principalmente por los comités de autodefensa
anarcosindicalistas de las barriadas, estaban completamente dispersas. El viejo
ejército de la República había desaparecido, reduciéndose sus efectivos, a unos
pocos cuadros militares que habían permanecido fieles al gobierno.
Una cosa
eran los combates callejeros contra las viejas fuerzas del orden, y otra muy
distinta, una guerra abierta contra un ejército regular. Era necesario
formar unas fuerzas de choque que no sólo defendieran el triunfo conseguido en
Catalunya, sino que lo extendieran hacia Zaragoza y el resto de Aragón, además
de asegurar el triunfo de los revolucionarios en Valencia, si la sublevación
llegaba a realizarse.
La base
social y política del nuevo ejército sólo podía descansar, en plena situación
revolucionaria, en la multitud de grupos de obreros armados que todavía
vigilaban las barricadas que se habían levantado contra los sublevados, el 19
de Julio, y por lo tanto, también tenía que representar sus aspiraciones y sus
esperanzas:
"El punto esencial del sistema era la igualdad social entre los oficiales
y los soldados. Absolutamente todos, desde el general hasta el soldado raso,
tenían la misma paga, comían el mismo rancho, llevaban las mismas ropas y se
trataban en términos de completa igualdad... en teoría al menos, cada milicia
era una democracia y no una jerarquía.. había oficiales y suboficiales, pero no
grados militares en el sentido corriente de la expresión; no había distintivos,
ni galones, ni taconazos, ni saludos reglamentarios... una especie de modelo
provisional y vivo de la sociedad sin clases".
"... La disciplina es voluntaria, se basa en la lealtad de clase... la
mejor prueba de la fuerza de la disciplina <<revolucionaria>> es el
hecho de que las milicias no abandonaron en ningún momento la línea de fuego.
Porque hasta Junio de 1937, lo único que les obligaba a permanecer allí era su
sentido de lealtad para con su clase..." (393)
El proyecto
de la Generalitat era otro muy distinto, constituir un cuerpo armado de
milicias ciudadanas que tuviese una doble finalidad, la lucha contra la
sublevación militar y servir como contrapeso al anarcosindicalismo triunfante,
que se había adueñado de las calles y que, sin pretenderlo, era el auténtico
poder en Catalunya. La iniciativa del Comité Central y de los
anarcosindicalistas al decidirse a crear un nuevo ejército de milicias
revolucionarias desbarataron por el momento, los planes de Companys y de sus
aliados del Front d'Esquerres.
Según la
versión recogida por Cesar M. Lorenzo (extraída de la obra de Francisco Lacruz,
"El alzamiento, la revolución y el terror en Barcelona" p.118), el
origen de las milicias partidarias estuvo en la negativa de los anarquistas a
aceptar al comandante Pérez Farrás como comandante en jefe de las
milicias, por lo que se acordó que cada grupo político o sindical constituiría
sus propias fuerzas armadas (394).
La versión
recogida por el historiador libertario es, por lo menos, dudosa. Sin embargo,
la anécdota nos enfrenta a un interrogante, ¿porqué, los anarcosindicalistas,
dueños absolutos de la situación, permitieron que el resto de las
organizaciones formara sus propias columnas, al margen del Comité Central de
Milicias, convertido, pocas horas antes, en el órgano supremo de la revolución
en Catalunya, por los mismos dirigentes de la CNT? La negativa de los anarcosindicalistas a convertir al Comité Central de Milicias Antifascistas, en un
auténtico gobierno revolucionario tuvo como consecuencia, la incapacidad
política de este organismo para convertirse en el único organizador y dirigente
del nuevo ejército.
Sin duda
alguna, la grave concesión que acababan de cometer los anarcosindicalistas iba
a tener graves consecuencias para el futuro del movimiento revolucionario, o
las nuevas e improvisadas milicias se constituyeron sin un órgano de dirección
único. Las columnas armadas se formaron en torno a los partidos y a los sindicatos,
y obedeciendo tan solo a los órganos ejecutivos de éstos.
Las milicias
obreras adquirieron una estructura partidaria que sería utilizada, en los meses
siguientes, por los partidarios de la Generalitat, para reforzar su poder, en detrimento de los sectores revolucionarios.
"Cada organización proletaria representada en el Comité de Milicias
Antifascistas creó su propio ejército, que se convertía en su garantía de
supervivencia dentro del movimiento revolucionario. Los partidos políticos pequeño
burgueses, en conjunto, también intentaron crear uno propio, sin renunciar, no
obstante, el gobierno de la Generalitat, a crear un ejército propio a base de
las clásicas levas" (395).
La
incomprensible actitud de los representantes de la CNT y de la FAI solo se explica por la autoconfianza que tenían, al comparar la desigualdad
aplastante que existía entre sus efectivos y los del resto de las
organizaciones. Por otro lado, convertir al Comité Central en el
auténtico mando de las milicias los hubiera colocado irremediablemente, una vez
más, en la fatal disyuntiva del ser o no ser, un gobierno revolucionario,
idea especialmente aborrecida por el anarcosindicalismo militante.
La concesión
del anarcosindicalismo también rebela una total improvisación y un análisis
superficial sobre las consecuencias que iban a tener sus decisiones en el
futuro de la guerra y de la revolución. Sin duda alguna, los dirigentes
de la CNT y de la FAI se dejaron llevar por la optimista e irreal idea de que
el conflicto armado iba a ser de corta duración y de que eran ellos, los
sectores revolucionarios, los que llevaban la iniciativa victoriosa.
El Comité
Central de Milicias Antifascistas de Catalunya, se convertía en una simple mesa
de frente único de las organizaciones antifascistas, pero renunciaba a
convertirse en lo que había sido, al crearse, su principal objetivo: el de
órgano director del nuevo ejército de milicias, y consecuentemente, de la
revolución.
Para las
organizaciones partidarias del Front d'Esquerres el error de los
anarcosindicalistas era, por el contrario, una valiosa oportunidad que tenía
que ser aprovechada. Constituyendo sus propias milicias, creaban las primeras
bases para la construcción del nuevo ejército de la República.
El proyecto
de "las milicias ciudadanas" de Companys había nacido muerto, porque
la situación revolucionaria no permitía que pudiese prosperar, sin embargo la
ingenuidad de los cenetistas les brindaba una posibilidad inesperada. A
partir de este momento, el gobierno de la Generalitat, por medio de las organizaciones obreras (principalmente del PSUC y de la UGT, que fueron desplazando del centro político a ERC) del Frente Popular, tenía la
posibilidad de formar su propio ejército, para que con el tiempo, pudiera
contrarrestar y anular el poderío anarcosindicalista.
En los meses
siguientes, las organizaciones más izquierdistas, los anarcosindicalistas y el
POUM, se quejaron frecuentemente, de la falta de suministros de municiones y de
armamentos, mientras que las milicias comunistas y de las organizaciones del
Frente Popular recibían abundante material de guerra proveniente de los envíos
soviéticos (396). El armamento y las municiones se repartían, no en las zonas
donde más se necesitaban, sino allí donde los comités dirigentes de las
organizaciones decidían, según sus afinidades ideológicas. Frecuentemente la
clave del armamento, fue utilizada para desprestigiar a las milicias rivales,
en beneficio de las propias. La incapacidad del Comité Central para imponerse
como centro único de mando de las milicias ocasionó graves errores en la
organización y en el funcionamiento de las milicias en el frente. Numerosos
historiadores y testimonios hablan de los frecuentes roces y enfrentamientos
que se dieron entre las columnas armadas de las diferentes organizaciones, de
la falta de coordinación y de planificación de las operaciones militares entre
las distintas milicias.
"En las milicias hay una tendencia a formarse en unidades independientes,
al servicio, cada milicia, de una política, lo que hace que tengan una doble
dirección, una doble finalidad, la lucha contra el enemigo de las trincheras de
enfrente y contra el enemigo político posible que está a su lado en los frentes
de combate y está también tomando posiciones políticas en la retaguardia"
(397).
La falta de
un mando único, el sectarismo y los numerosos errores e ingenuidades que
cometieron las milicias, fueron aprovechados, pocos meses más tarde, por
sus adversarios, para desprestigiarlas y exigir su disolución e integración en
el nuevo Ejército Popular, que empezaba a reconstruirse, al servicio del
gobierno republicano.
"Esta falta de dirección, esta falta de objetivos inmediatos, esta
falta de armamento, esta estabilidad desmoralizante de una guerra de trincheras
que duró meses, y otros factores bastante evidentes, hicieron que, de hecho, no
se pudiese poner a prueba el valor militar de las milicias, sino también, y en
gran parte, en la voluntad de no querer aprovechar aquellas masas de hombres
que se pudrían en una inactividad total. En los frentes de Aragón no hubo
operaciones importantes, no a causa de las estructuras milicianas con todos los
defectos que no dejamos de recordar, sino porque se quiso ahogar un intento
militar que habría favorecido a la organización confederal y en parte, también,
al gobierno autónomo catalán" (398).
El error
cometido por el anarcosindicalismo catalán fue repetido por otras organizaciones,
en la mayor parte de los frentes de batalla, a excepción de Asturias, donde el
grado de cooperación entre la UGT y la CNT, puesto ya a prueba en la revolución
de 1934, permitió la formación de milicias mixtas, formadas por las diferentes
organizaciones obreras, sin distinciones ideológicas o partidarias, lo que
evitó repetir estas trágicas equivocaciones.
La noticia
de la formación de milicias que iban a dirigirse hacia la conquista de Zaragoza
y del resto de la región aragonesa provocó un fuerte entusiasmo entre
importantes sectores de la población, especialmente entre los sectores
organizados. Abad de Santillán, responsable en el Comité Central de la
formación y de los suministros a las milicias, habla de la inscripción de más
de 150.000 voluntarios (399). Sin embargo, la cifra que posteriormente se
organizó fue sensiblemente menor, la falta de armamento y de municiones, y la
imposibilidad de medios materiales para formar un tan vasto e innecesario
ejército, motivó que el número de milicias catalanas que llegaron a estar en el
frente de Aragón, pocas semanas más tarde, fue apenas quinta parte de estos
cifras. La cifra de efectivos que el Comité Central de Milicias había calculado
que eran necesarios para la conquista de la capital aragonesa era de 12.000
hombres.
La primera
columna de milicianos, que contó con una cifra de integrantes, muy inferior a
la planteada en el Comité Central, entre los 2.000 y los 3.000 miembros, partió
hacia Zaragoza, el día 24 de Julio, al mando de Buenaventura Durruti y
asesorado por el comandante Enric Pérez Farrás y el sargento Manzana como
consejeros técnicos militares. La columna partió del paseo de Gracia, aclamada
por la multitud que se había acercado al lugar para despedirla. El mismo Abad de
Santillán nos aclara que el motivo del escaso número de milicianos de la
expedición armada, se debió a la incomprensión que existía entre los
responsables, de la verdadera situación en la que se encontraban. existía un
exagerado optimismo de que la columna revolucionaria apenas iba a encontrar
obstáculos en su marcha (400).
La columna
de Durruti adoptó una forma organizativa que fue imitada por el resto de
las milicias libertarias, y en mayor o menor medida, por el resto de
grupos. Diez milicianos constituirían un grupo que nombraría un delegado, diez
de estos grupos se convertiría en una centuria y cinco de éstas, formarían una
agrupación, que estaría representada por un responsable que, junto a los
delegados de las centurias, formaría parte del Comité de la Agrupación. Esta estructura de las milicias se mantendría vigente y sin apenas variaciones,
hasta la militarización de éstas, en el mes de marzo de 1937.
El mismo día
que la columna de Durruti, partió un nuevo contingente de 2.000 milicianos a
las órdenes del ebanista libertario Antonio Ortiz, que estaba asesorado, como
técnico militar, por el comandante Fernando Saavedra.
El día 24,
partió otra nueva columna armada con más de 2.000 hombres que recibió el
nombre de "Lenin" o "Joaquín Maurín" (detenido en los
primeros días de la guerra en Galicia, y dado por muerto o desaparecido, en
aquellas fechas). El nuevo cuerpo de milicianos estaba organizado
por el POUM, y estuvo mandada por José Rovira y por Jordi Arquer. Apenas dos
semanas más tarde, otro grupo armado poumista, con un millar de milicianos,
partió hacia el frente dirigido por Oltra Picó.
Al día
siguiente, el 25, otro contingente de 2.000 voluntarios marchó hacia la
conquista de Aragón. La nueva columna armada, llamada "Carlos
Marx" era dirigida por Lluis del Barrio, A.Trueba y por Angel Estivill,
todos miembros de la nueva organización comunista catalana (PSUC), que
hacía dos días que acababa de formarse, al calor de los combates callejeros de
Barcelona.
Un nuevo
destacamento anarcosindicalista, dirigido por Domingo Ascaso y por Cristóbal
Aldabaltreco, partió hacia la zona que seguía dominada por los sublevados.
Más tarde
marcharon nuevas columnas armadas de milicianos de las diferentes
organizaciones que componían el Comité Central. La columna Macià-Companys
partió a principios del mes de Agosto, y estuvo dirigida por el teniente
coronel Jesús Pérez Salas y por Enric Canturriel y el contingente
armado estaba formado por militantes de ERC y de otros grupos
nacionalistas menores.
El 28 de
Agosto partió una nueva columna de milicianos libertarios hacia el frente de
Aragón, "Los aguiluchos de la FAI", integrada por cerca de dos mil
voluntarios, y reforzada por grupos de guardias de asalto. La columna
revolucionaria fue organizada por Joan García Oliver, dirigida por Luis Escobar
y García Vivancos, además de estar asesorada por Josep Guarner.
Una nueva expedición armada, compuesta por montañeros nacionalistas fue enviada
a la zona pirenaica. Otros numerosos grupos partieron de diferentes localidades
de Catalunya para dirigirse hacia Aragón.
En
Septiembre, las columnas de milicianos que contaban con 30.000
hombres, sin haber podido conseguir sus principales objetivos militares:
apoderarse de las capitales aragonesas, Zaragoza, Huesca y Teruel y
abrirse paso hasta el norte minero y siderúrgico. Las milicias guardaban
un frente de unos 300 kilómetros, desde la frontera con Francia hasta el sur de
Aragón. Según el "boletín" de la CNT y de la FAI, el anarcosindicalismo contaba con cerca de 13.000 milicianos en el Frente de Aragón, el POUM
tenía 3.000 voluntarios, 2.000 pertenecían a las columnas PSUC-UGT, 4.000 de
los efectivos, pertenecían a los restos de los viejos cuerpos policiales de la República, que se habían ofrecido voluntarios para luchar en el frente. De los 30.000
combatientes, dos terceras partes provenían de Catalunya, mientras Valencia
había enviado 9.000 milicianos. (401).
Pese al
entusiasmo inicial de los revolucionarios, las columnas de milicianos,
organizadas de una forma improvisada, no constituían un ejército eficaz.
Durante los meses de su existencia, la inferioridad organizativa de las
milicias pudo compensarse, con éxito, con el entusiasmo de los
combatientes revolucionarios.
"Los periódicos traen noticias de formación de Columnas el mismo día 22;
pero es seguro que se trataba de grupos abigarrados, sin orden -relativo- ni
mandos, más propios para desfilar por las calles que para mayores empeños"
(402).
Las columnas
de voluntarios, contaban frecuentemente, con más hombres que armas, y con raras
municiones. El abastecimiento de las milicias dependió en los primeros
momentos, cuando se consideraba que la guerra iba a ser rápida, de las
aportaciones espontáneas que hacía la población campesina, en las localidades
que iban atravesando. A medida que el conflicto tendía a prolongarse y el
frente aragonés se estabilizaba, los suministros se regularizaron a través de
los comités locales, de las colectividades agrarias y también de las empresas
colectivizadas.
Los
milicianos contaban con una ropa dispar e inadecuada para las circunstancias
que iban a atravesar, el material utilizado en los combates era, a
menudo, incompleto y defectuoso. Los mapas utilizados por los dirigentes
de las columnas, para planificar las operaciones militares eran simples mapas
turísticos de la marca "Michelín" y gran parte de la artillería de la
que se apoderaron los revolucionarios durante los combates en Barcelona,
llegaron al frente mucho después que los combatientes, por carecer de los
medios de transporte adecuados.
Muchos de
estos errores eran perfectamente comprensibles durante las primeras semanas de
la guerra, por la enorme tarea que significaba organizar y armar a un ejército
completamente improvisado, a partir de una masa ingente de 150.000 voluntarios.
Sin embargo,
muchos de los errores cometidos por las milicias tendieron a perpetuarse, o
encontraron grandes resistencias a ser solucionados, por parte de los
combatientes. Los recelos de los milicianos a cualquier tipo de disciplina,
fruto de una larga tradición de prejuicios antiautoritarios, fueron un serio
obstáculo para la eficacia de las fuerzas armadas revolucionarias.
Respecto a
esta cuestión, es revelador el testimonio del zaragozano Saturnino
Carod, dirigente de una columna de la CNT, procedente de Zaragoza que ocupó la localidad de Muniesa, recogido por Fraser:
"Comenzó a reorganizar la columna, a <<militarizarla>>,
dividiéndola en unidades más pequeñas y dotándola de una estructura de mando.
El resultado casi fue un desastre; los milicianos abandonaron la columna y casi
sólo le quedó la guardia civil".
"<<Era comprensible. Durante muchos años les había estado hablando a
los campesinos aragoneses no sólo de sus problemas (problemas que conocía por
haberlos vivido yo mismo), sino también de ideas. De oposición al capitalismo,
al estado, a la iglesia, a los militares. Se bebieron estas ideas y ahora,
cuando la revolución estaba en marcha, no entendían por qué les hablaba de la
necesidad de militarizarse,... Abandonaron la columna, sencillamente. Pero en
sus pueblos natales les presionaron mucho para que volvieran" (403).
Juan García
Oliver hace una descripción muy exacta de las milicias, refiriéndose a la
columna dirigida por Antonio Ortiz, que partió, poco después de la de Durruti:
"Más me disgustó observar que la preparación de nuestros milicianos no
hubiese experimentado ninguna mejoría: iguales vestimentas dispares, los mismos
equipos estrafalarios de la primera columna. Y algo peor, en el cuartel Bakunin
de Pedralbes los habían provisto de fusiles, pero sin cerrojos. Estos, tuvieron
que irlos ajustando a cada fusil en la estación de ferrocarril, cuando fueron
traídos en las cajas escondidas, por los oficiales sublevados de la Maestranza. Los <<pintorescos>> milicianos que presentaban las fotografías de las
revistas extranjeras entrarían en guerra al descender del tren, sin siquiera
haber aprendido a cargar un fusil" (404).
La falta de
preparación y la nula disciplina existente en las columnas, junto a la escasez
de armas y municiones, hizo que las tropas rebeldes, contuvieran con facilidad
a los revolucionarios y les impidieran tomar Zaragoza y el resto de capitales
aragonesas. A mediados del mes de Agosto, se había perdido la iniciativa
militar, y había dado paso a una guerra de posiciones que resultó fatal
para las milicias revolucionarias.
A pesar de
que las columnas estaban dirigidas y organizadas con diferentes criterios
políticos y militares, según las organizaciones que las conformaban, no parece
que ninguna de ellas destacara especialmente, por encima de las demás, respecto
a su eficacia en el combate.
En la
formación del nuevo ejército, que debía sustituir y enfrentarse al que acababa
de sublevarse, se produjeron fuertes choques entre los partidarios de construir
un ejército regular al viejo estilo, que cumpliese el papel de brazo armado del
gobierno republicano que pretendían reconstruir, y los que defendían que la
revolución había acabado con el viejo estilo de vida, y de que el nuevo
ejército, no podía ser otro que el pueblo en armas.
Las
organizaciones del Front d'Esquerres se mostraron, desde el principio,
partidarios de reconstruir un ejército regular similar al que estaban
combatiendo. La República necesitaba de un brazo armado, que aceptara someterse
incondicionalmente a sus directrices políticas. Para ello era necesario basarse
en los cuadros militares que no habían secundado la sublevación y que
habían permanecido fieles a la legalidad
republicana. Sin embargo, sus planes se encontraban ante un
obstáculo, que fue insalvable durante los primeros meses, incluso en las zonas
donde las organizaciones obreras pertenecientes al Frente Popular eran
claramente mayoritarias. Las mismas bases socialistas de izquierdas, mostraban,
en la prensa, sus claras simpatías por los rasgos igualitarios y
revolucionarios de las milicias, y veían con desconfianza el proyecto de
reconstrucción de un ejército como el que acababa de sublevarse.
"Claridad" el órgano de la UGT y de la izquierda socialista, lo
expresaba así:
"Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que actualmente
luchan y que en cierto modo controlan su propia acción revolucionaria es pensar
en términos contrarrevolucionarios. Eso es lo que Lenin dice (El Estado y la Revolución): <<Cada revolución tras la destrucción del aparato del estado, nos enseña
cómo la clase gobernante restablece cuerpos especiales de hombres armados a
'su' servicio, y como las clases oprimidas intentan crear una nueva
organización de un tipo capaz de servir no a los explotadores, sino a los
explotados>>".
"Nosotros... debemos cuidar de que las masas y los dirigentes de las
fuerzas armadas, que deben ser sobre todo el pueblo en armas, no se nos escapen
de las manos" (405).
Los más
firmes partidarios de la constitución de un nuevo ejército republicano, lo
fueron, sin duda alguna, los comunistas ortodoxos, el PSUC en Catalunya. Si la
etapa de la revolución que se estaba atravesando, correspondía a la
"burguesa", el ejército que debía constituirse tenía que ser
también forzosamente, de naturaleza "democrático-burguesa", es
decir, republicana.
Cualquier
concesión a los revolucionarios, pondría en peligro la estabilidad y el
control político de la República. Aunque en los primeros momentos de desconcierto, el nuevo PSUC y la UGT catalana, al igual que el PCE en el resto del
estado, se mostraron partidarios de las milicias, e incluso de los comités que
las estaban organizando, ambos partidos encaminaron su proyecto militar a la
conformación de un nuevo ejército regular republicano, y por lo tanto no
revolucionario.
El PSUC
apoyó la creación en las nuevas unidades militares, de los comisarios políticos
imitando superficialmente el estilo del ejército soviético. Sin embargo, el
parecido con el Ejército Rojo de Trotsky, que había protagonizado con
éxito la guerra civil en la por entonces, recién nacida URSS, empezaba y
terminaba aquí.
Manuel
Cruells llega a la conclusión de que el proyecto militar comunista procede de
la experiencia del ejército rojo soviético en la guerra civil que azotó a la URSS en su primer período de existencia.
"Se comprende que los comunistas con la experiencia, o solo simple
antecedente, de su revolución rusa, fuesen partidarios de un Ejército
terriblemente controlado y centralizado... Al fin y al cabo, aquella
experiencia les demostraba que un Ejército formado con una disciplina de
hierro, bien controlado por una fuerza política, podía ir venciendo a sus
enemigos y podía incluso desarticular las formaciones militares paralelas de
los otros grupos ideológicos. Solo así la revolución rusa había podido
consolidar su toma del poder" (406).
El
historiador catalán peca de sobrevalorar los aspectos puramente
organizativistas, y de menospreciar los políticos, en la cuestión militar. La
revolución rusa había triunfado a través de una sangrienta guerra civil, en la
que participaron ejércitos de diferentes países capitalistas, que procedieron a
apoyar a los ejércitos blancos que luchaban contra el triunfo de los
bolcheviques. Respecto a la importancia de ambos aspectos, el organizativo y el
político, es el mismo León Trotsky quien se encarga de rebatir a Cruells, y
también al PSUC.
"Durante nuestra guerra civil, no creo que venciéramos principalmente
debido a nuestra ciencia militar. Esto es falso. Ganamos a causa de nuestro
programa revolucionario. Decíamos a los campesinos <<la tierra es
vuestra>>. Y el campesino, que en un primer momento había preferido a los
blancos, comparaba a los bolcheviques con los blancos y decía: <<los
bolcheviques son mejores>>. Entonces cuando los campesinos, centenares de
miles de millones de campesinos, se convencieron de que éramos mejores,
vencimos" (407).
El proyecto
del PSUC de construir un "Ejército Popular" tenía muchas más
similitudes con cualquier ejército capitalista europeo, incluido el viejo
modelo prusiano (apolítico, con una jerarquía absoluta de arriba hacia abajo,
sin ningún tipo de consejo u organización de los soldados, recuperación de los
viejos códigos militares y del saludo militar...). Sin embargo, al pretender
crear un ejército muy similar al que mantenían sus adversarios, los
militares sublevados contaban con mayor experiencia y recursos.
Una de las tareas
en las que se empeñaron con éxito, el PCE y el PSUC fue la de la
infiltración y control de los comisarios políticos del nuevo Ejército
Popular. Sin duda alguna, la gran capacidad organizativa de los comunistas
oficiales atrajo a gran cantidad de oficiales conservadores, que se habían
mantenido fieles a la República, y que consideraban que solo el PCE apuntaba
claramente hacia la victoria sobre los sublevados.
Indudablemente, el partido político que controlase a los mandos del nuevo
ejército, estaría en condiciones de controlar también, en el futuro, a la nueva
República.
"El PSUC... está a favor del <<sistema de ejército>>, opuesto
al <<sistema de milicias>>, y en eso están de acuerdo tanto con la Generalitat como con el gobierno de Madrid... Ejército regular, con oficiales al mando y
comisarios políticos cuyo papel es sólo el de consejeros en
asuntos políticos; oficiales no elegidos sino nombrados por
el alto mando; unidades agrupadas no en tanto que hombres de la misma fe
política, sino a partir de consideraciones exclusivamente militares; todo bajo
las órdenes del gobierno legal, la Generalitat. En una palabra, el PSUC desea un ejército a las órdenes del gobierno en el cual pueda participar, mientras los
anarquistas desean un ejército a sus propias órdenes. Al mismo tiempo, el modo
en que el PSUC concibe un ejército refleja la tendencia, tanto comunista como
socialista, hacia la centralización, mientras los anarquistas continúan
defendiendo sus ideales libertarios, la formación de un "ejército"
haría más eficientes sin duda, las fuerzas de la República. La formación de una "milicia", aunque dificultase la lucha contra
Franco, favorecería el siguiente paso en dirección a la revolución
social"(408).
En agudo
contraste con la concepción del Partido Comunista, sobre la forma y la
naturaleza que debería adoptar el nuevo ejército, el anarcosindicalismo,
consideraba que éste solo podía estar compuesto por los triunfadores de las
jornadas de Julio.
La República había caído sin pena ni gloria, sin poder oponer ninguna resistencia seria, ante el
embate de las dos grandes fuerzas sociales que se enfrentaban a muerte, la
revolución y la contrarrevolución. La República se había agotado durante cinco largos años de frustrante experiencia de sus gobiernos, que habían sido incapaces de
resolver ninguno de los grandes problemas históricos.
Sin embargo,
el anarcosindicalismo, había llegado a las jornadas de Julio y a la revolución,
completamente desarmado ideológicamente, sin un programa y una teoría política
que le permitiese enfrentarse con éxito al reto del poder. Sus viejos esquemas
habían demostrado desde un principio que eran completamente ineficaces para
resolver los retos de la nueva situación.
La CNT se encontraba dueña indiscutible de la zona más vital de la República y dirigiendo al sector más numeroso y combativo del proletariado español. Sus
criterios políticos en el seno del Comité Central de Milicias estuvieron
caracterizados por el empirismo y por un fuerte voluntarismo de sus propios
militantes, empeñados en resolver los graves problemas con los que se
enfrentaban. A finales del mes de Julio, y frente a los primeros intentos, por
parte de los gobiernos de Madrid y de Catalunya para reconstruir su ejército, la CNT publicó un manifiesto:
"La CNT de Catalunya ha de plantear al Gobierno de la Generalitat y al mismo Gobierno de Madrid, la cuestión pura y simple. No podemos defender la
existencia, ni comprender la necesidad de un ejército regular, uniformado y
obligatorio. Este ejército ha de ser sustituido por las milicias populares, por
el pueblo en armas, garantía única de que la libertad será defendida con
entusiasmo y que a su sombra no se incubarán nuevas conspiraciones" (409).
Siguiendo
sus viejas tradiciones, la CNT y la FAI rechazaron al principio, no solo
cualquier proyecto de reconstruir el viejo ejército, sino cualquier elemento de
aquel (los viejos códigos militares, el saludo tradicional, los privilegios de
casta de los mandos, la disciplina, fueron completamente suprimidos). En
sustitución de los viejos principios militares, los libertarios defendieron sus
conceptos antiautoritarios (autodisciplina, igualdad entre la tropa y los
mandos, organización asamblearia, elección de los mandos por la tropa...).
"La diferencia que existe entre un militar que manda y un revolucionario
que dirige, reside en que el primero se impone por la fuerza, mientras que el
segundo no dispone de más autoridad que la que se deriva de su propia
conducta" (410).
A pesar de
que esta idea revolucionaria fue llevada, frecuentemente, y con grandes dosis
de ingenuidad, a niveles casi esperpénticos. Frecuentemente los milicianos
abandonaban sus puestos de vigilancia para visitar a sus familias, o se negaban
a cumplir órdenes, por considerarlas peligrosas. Sin embargo los hechos
manifestaban que existía una fuerte voluntad de los trabajadores de
sustituir a la vieja sociedad, por un nuevo proyecto social revolucionario.
"Hace falta decirlo desde un principio los defectos fundamentales de las
milicias radicaban en su estructura y solo en parte, en la ideología que las
formaba. Los defectos de improvisación, de menosprecio por el criterio militar
de los profesionales, de politización partidista, de incapacidad orgánica para
emprender maniobras de larga duración y, en general, de falta de capacidad de
maniobra militar, fueron propios de todos los grupos políticos que lucharon en
aquellos frentes".
"... En, los anarquistas estaban doblemente aumentados los defectos a
causa del gran número de milicianos y a causa de su ideología, pero, puede ser
que este exceso en sus defectos quedase compensado, en ellos, por su tradición
de lucha armada...".
"No existía en las milicias falta de combatividad, lo que faltaba era
entrenamiento, disciplina y un concepto de unidad entre los diferentes grupos a
causa de las divergencias ideológicas..." (411).
En el
esquema anarcosindicalista, las milicias tenían que estar sometidas al control
de los sindicatos. Victor Alba achaca el fracaso cenetista al hecho de que el
movimiento libertario era hegemónico en Barcelona y en la mayoría de las
ciudades y áreas industriales, pero no en toda Catalunya. Por lo tanto la única
forma de coordinación posible entre las distintas fuerzas tenía que ser el
Comité Central de las Milicias (412). Sin embargo, este organismo no solo
se mostró incapaz de convertirse en el centro de mando de las columnas
revolucionarias, sino que tampoco cumplió la función de coordinación que las
milicias necesitaban, salvo en el tema de los suministros del material de
guerra. El tercer proyecto político que se planteaba en Catalunya, era el
defendido por el POUM. No parecen ser justificadas algunas de las
críticas realizadas a este grupo, desde posiciones anarcosindicalistas o
trotskistas. Munis considera que el POUM aceptó alegremente la organización de
las milicias al margen del Comité Central de Milicias, a cambio de poder
tener sus propias milicias y su propio armamento (413). Diego Abad de
Santillán considera que fueron "las tendencias marxistas -estalinistas y
las llamadas trotskistas- las que primero escindieron al pueblo
antifascista" (414).
La
observación que hace Pierre Broué parece ajustarse más a la realidad. El
historiador francés afirma que la actitud del POUM no parece que fuera la de
constituir sus propias milicias, postura que habría entrado en contradicción
con su política de fortalecer el Comité Central de Milicias y de convencer a
los dirigentes anarcosindicalistas de convertir a este organismo en un
auténtico gobierno revolucionario.
"En realidad el POUM se encontró cogido en un engranaje, ya que todas las
organizaciones obreras constituyeron desde las primeras horas del
levantamiento, sus propias unidades de milicias. Esta situación tenía más
ventajas que inconvenientes para el POUM, ya que éste no podía esperar ningún
favor en el reparto de armas y municiones; y el hecho de tener <<sus
propios sectores>> en el frente le hacía prácticamente vulnerable y
trágicamente dependiente. En Madrid, las milicias del POUM no obtuvieron más
armas que las que les cedió el Partido Sindicalista que había recibido
demasiadas para sus reducidos efectivos..." (415).
La penuria
en la que se encontraron las milicias del POUM, que carecían del potencial del
anarcosindicalismo, pero que tampoco poseía la ayuda que tuvieron las
organizaciones estalinistas para formar sus propios cuerpos armados.
Frecuentemente, las columnas poumistas, fueron dramáticamente discriminadas en
el reparto de armamento y de municiones. En el frente de Madrid, nueve de cada
diez milicianos poumistas, murieron en los combates, víctimas de las órdenes
que los enviaban a realizar operaciones suicidas, con su escaso armamento y sin
ningún tipo de protección aérea o artillera.
La verdadera
postura del POUM quedó reflejada en el mitin que realizó en el Gran Price de
Barcelona, el 6 de Septiembre:
"Y uno de los obstáculos más importantes que se oponen a la verdadera
organización de la victoria, a la obtención del triunfo por nuestras milicias
obreras, es la falta de un mando único, la falta de un centro militar unificado
que dirija todas las operaciones. En las presentes circunstancias, el gobierno
de Madrid no puede jugar este papel. En Catalunya hemos creado el Comité
Central de Milicias obreras, que es el que centraliza realmente toda la acción
militar y toda la acción política, y nuestro partido propone que se constituya
una Junta Nacional de Defensa que, como el Comité de las Milicias de Catalunya,
centralice toda la acción y lleve la guerra hasta la victoria definitiva"
(416).
El POUM
defendía la necesidad de la construcción de un auténtico Ejército Rojo. Un
ejército regular y disciplinado que superara las limitaciones y los errores de
las milicias de los primeros meses, pero que mantuviera las características
revolucionarias en su seno.
"La organización del ejército rojo no puede hacerse de un golpe. Pero en
realidad, las bases sobre las que ha de sujetarse están ya realizadas en el
frente, en la convivencia íntima de las milicias obreras y campesinas en las
líneas de fuego y en la fraternización de los milicianos con los soldados y los
guardias. La creación sin pérdida de tiempo de comités integrados por delegados
de combatientes rojos integrados por delegados democráticamente elegidos por
los distintos grupos de las milicias revolucionarias, por los guardias y por
los soldados será la garantía de que el pueblo alzado en armas para la defensa
de sus intereses comunes primero, para la total reivindicación de sus derechos
después, nada ni nadie podrá detenerlo..." (417).
El proyecto
militar del POUM se diferenciaba en otro aspecto fundamental del que defendía
el PSUC. La estructura del nuevo Ejército Rojo solo podía reflejar los avances
y las aspiraciones de la revolución de los comités, esto es, defender un
auténtico programa social que recogiera las viejas aspiraciones de todas las
clases populares. En el mitin celebrado, el 6 de Septiembre, en el Gran Price
de Barcelona, Andreu Nin declaraba:
"Las guerras solo se ganan, no solamente desde el punto de vista técnico.
Desde el punto de vista técnico, por la superioridad del armamento y por la
disciplina, los militares tendrían que haber vencido el día 19 de
Julio...".
"Las realizaciones de carácter social y de carácter político tienen tanta
trascendencia, como los éxitos en el terreno militar... contra el fascismo solo
hay un medio eficaz de lucha, la revolución proletaria..." (418).
Por el otro
extremo político, el POUM realizaba una crítica al espontaneísmo anarquista,
por su desprecio a los aspectos técnicos y militares.
"Este ejército fuerte por su moral de clase, por su entusiasmo, por su
heroísmo, ha tenido, no obstante, defectos que es necesario corregir. Ha sido,
a pesar de todo, un ejército irregular, inpreparado técnicamente, que ha
confiado demasiado en el impulso y en la abnegación de sus componentes y no ha
tenido en cuenta la ciencia, la técnica y la estrategia de la guerra..."
(419).
Sin embargo,
el proyecto del POUM, no pasó en ningún momento, del propagandismo. El poumismo
tenía que aceptar una política de hechos consumados: el
anarcosindicalismo aceptaba la formación de milicias partidarias, cuando por su
propio peso e influencia podía haberlo evitado. Sin embargo, en esta situación,
el POUM optó por evitar el enfrentamiento con la CNT y la FAI y desarrollar una política similar a la del resto de las organizaciones, formar sus propias
columnas. La otra opción posible, la de ingresar en las filas de las milicias
anarcosindicalistas (las únicas que estaban sometidas directamente al control y
a la disciplina del Comité Central), fue rechazada por los dirigentes del POUM,
para no enemistarse con los dirigentes cenetistas y poner en peligro su
política de alianzas.
Por otro
lado, el POUM también parece que descuidó, menospreció, o se opuso a la
formación de consejos de milicianos en su seno. Félix Morrow aseguraba en sus
escritos que no hubo elecciones de delegados para la formación de consejos de
soldados, y asegura que los dirigentes de las columnas poumistas se oponían a
ello (420). El escritor británico George Orwell, miembro de las milicias de
este partido, corrobora esta idea y da su testimonio de que el POUM no hizo
ningún tipo de trabajo político entre sus propias milicias.
"Al contrario de lo que se cree generalmente los líderes políticos del
POUM están muy en contra de esta idea del comité y estaban ansiosos de que la
idea no pasase de los ingleses a los españoles" (421).
Sin embargo,
el testimonio más firme y demostrativo de esta actitud la encontramos en la
"resolución sometida al Comité Central del POUM", realizada por José
Rebull líder de la oposición en el seno del partido.
"...Ha permitido a miembros de nuestro partido, dirigentes de la división
Lenin, sabotear toda acción política por parte de los milicianos en nuestras
filas, en lugar de llevar una agitación por la democracia obrera en los
organismos de masas" (422).
Los
proyectos del PSUC, de la CNT-FAI y del POUM se enfrentaron en el seno del
Comité Central de Milicias, por la supremacía. Las vacilaciones y la falta de
un plan político madurado, por parte del anarcosindicalismo, triunfante en las
jornadas de Julio, permitieron que el PSUC y las organizaciones del Front
d'Esquerres, partidarios y aliados del gobierno de la Generalitat, fueran minando el terreno sobre el que se sostenía el edificio cenetista.
El proyecto
del POUM tampoco pudo prosperar. Su actitud seguidista frente a los errores del
anarcosindicalismo y la situación de aislamiento creciente en el que se
encontraba, redujo sus planes para construir un Ejército Rojo, a una
simple actividad propagandística sin concreción en la realidad. El compromiso
político del anarcosindicalismo con el gobierno de la Generalitat colocaba a las milicias en una situación de dependencia hacia las autoridades
republicanas que iba a tener funestas consecuencias. El gobierno autónomo
catalán, adversario político de la revolución que encarnaban los comités y las
milicias, se encargaba de pagar los sueldos a los combatientes del frente.
Sólo la
ideas del PSUC y del PCE prosperaron. Apoyados por los gobiernos, Central
y autónomo catalán, y también por la política soviética. Utilizando la presión
política que significaban los suministros de armamento y de municiones,
sobre los revolucionarios, día tras día, el proyecto de construcción del
Ejército Popular, nombre bajo el que se escondía el viejo ejército republicano,
fue abriéndose camino, en detrimento de las milicias y de la revolución.
4.4.2 El orden interno revolucionario
El triunfo
revolucionario de las jornadas de Julio llevó consigo una gran explosión social
y la irrupción de grandes sectores de la población, inactivos o pasivos hasta
el momento, en la actividad política. Sin embargo, y junto a la gran actividad
que empezó a desarrollarse en todas las áreas de la vida cotidiana, también
hizo irrupción la delincuencia y el lumpenproletariado.
Siglos y
siglos de explotación y de miseria, se expresaron en la gran cantidad de
saqueos y de asesinatos que asolaron las calles de Barcelona y de gran parte de
los pueblos y ciudades de Catalunya. Gran parte de esta violencia fue provocada
por la irrupción en la arena política, de importantes sectores sociales,
que habían sido marginales antes de la revolución. El odio de siglos de
miseria y de opresión se desencadenó espontáneamente, sin que existiera una
clara perspectiva revolucionaria.
No es
posible analizar una situación revolucionaria, desde una óptica supuestamente
moralista, como han hecho algunos historiadores y políticos que se opusieron a
ésta. La violencia que acompaña cada revolución, los excesos que en ella se
desencadenan son, sin duda alguna, inevitables, y reflejan la actitud de
importantes capas de la población, oprimidas, de no querer seguir soportando la
explotación sufrida hasta el momento. Sin embargo, era necesario canalizar y
limitar esta violencia social mediante cauces de "legalidad
revolucionaria", para evitar que importantes sectores de la población,
especialmente la pequeña burguesía urbana y campesina, profundamente
catalanista, pudieran depositar sus simpatías en la reacción que acababa de
sublevarse, por temor a que el movimiento revolucionario pudiera poner sus
propiedades y sus vidas en peligro.
La profunda
desestabilización social y los peligros que estos hechos provocaban hizo que el
recién nacido Comité Central de Milicias tomara medidas urgentes para poner
coto a la violencia desatada. Su primer decreto fue el de la creación de
"equipos", integrados por militantes de las distintas organizaciones,
que se encargarían del mantenimiento del nuevo orden revolucionario y de que
fuera cumplido estrictamente el toque de queda.
El gobierno
de la Generalitat de Catalunya, y los partidos del Front d'Esquerres
denunciaron los graves excesos represivos que se estaban cometiendo, al calor
de la revolución, y acusaron a los anarcosindicalistas de ser incapaces para
frenar la violencia de sus propias bases. Su objetivo era obligar al Comité
Central de Milicias a entregar las competencias del orden público a la Generalitat y los antiguos cuerpos policiales, que habían quedado completamente desplazados
de sus funciones, por las milicias revolucionarias y por las patrullas de
control.
"Sus líderes en el Comité
decían que el movimiento libertario no era responsable de los
asesinatos. <<Son las patrullas de control. Algunos de los que las
integran son asesinos>>. Pero a mi juicio, no podían enfrentarse con
aquella gente que representaba a su propia ideología" (423).
Otro de los
testimonios críticos con la actividad del anarcosindicalismo y del Comité
Central es la de Manuel D. Benavides, que muestra la actitud y las pretensiones
del PSUC, partido que, rápidamente, y desde su nacimiento, se había aliado al
gobierno de la Generalitat.
"¡Un orden! ¡un orden! -reclamaba Catalunya".
"El obstáculo para restablecerlo procedía de que el Estado y sus
órganos -magistratura, policía, ejército y administración-
habían desaparecido con las funciones que ejercían" (424).
Sin embargo,
las acusaciones contra el anarcosindicalismo parecen haber sido profundamente
injustas y también interesadas. Las campañas contra los
"incontrolados" tenían como objetivo convertir al Comité Central en
el blanco de sus críticas, desprestigiarlo ante la población, acusando a
los anarcosindicalistas de ineptitud e incluso de complicidad con los
excesos sangrientos que se estaban realizando, para justificar la
revitalización de los cuerpos policiales de la Generalitat y el desarme de los trabajadores revolucionarios.
"La Humanitat", periódico catalanista que representaba los intereses políticos próximos al
gobierno de la Generalitat, elogiaba, en los días posteriores a las jornadas de
Julio, la actividad de las patrullas revolucionarias para evitar los actos de
delincuencia y las venganzas personales. Sin duda alguna, estos artículos
fueron escritos antes de que se desatara la campaña de desprestigio contra el
orden público, que estaba en manos del Comité Central de Milicias.
"El orden revolucionario es admirablemente llevado por las
<<milicias antifascistas>>, las cuales reprimen enérgicamente todo
acto de pillaje u otro que deshonre la lucha contra la rebelión
antirrepublicana".
"Los elementos de la CNT, que, con tanto coraje, defendieron en aquellos
días las libertades del pueblo, se muestran celosos defensores del orden
revolucionario y cortan en seco todo acto de bandidaje, efectuado por los
elementos profesionales del delito" (425).
Numerosos
cuadros y dirigentes libertarios denunciaron, desde los primeros momentos, que
la violencia indiscriminada era profundamente reaccionaria, y que debía ser
detenida con todos los medios que estuvieran al alcance de los revolucionarios.
"Se están sucediendo en Barcelona una serie de
registros domiciliarios, seguidos de detenciones arbitrarias y consiguientes
fusilamientos, ejecutados la mayoría de ellos sin causa alguna que justifique
tal medida... Esto no puede continuar por más tiempo. Estamos de acuerdo en
que, en todos aquellos casos que sean debidamente justificados, se proceda
inexorablemente y sin contemplaciones de ninguna clase. Concretando: los
registros domiciliarios que se efectúan con carácter particular deben cesar, y
no podrán llevarse a cabo más que con un aval de la Comisión de Investigación de las Milicias antifascistas... o bien por la Federación local, Comité regional y Regional de la FAI, conjuntamente... Que cada
militante, que todos los soldados de la revolución sean los más celosos
guardadores de un orden nuevo: orden revolucionario. ¡Qué la revolución no nos
ahogue a todos en sangre! ¡Justicieros conscientes, sí! ¡Asesinos,
nunca!..." (427)
Cinco días
después, y en plena ofensiva del Comité Central de Milicias para hacer respetar
el nuevo orden revolucionario, Solidaridad Obrera advertía:
"Declaramos fríamente, con terrible serenidad y la inalterable intención
de hacer lo que decimos, que si no se acaba con todos estos actos que están
propagando el terror en toda Barcelona, procederemos a ejecutar a cada
individuo a quien se pruebe haber cometido actos contra los derechos humanos...
Por el honor del pueblo de Barcelona, por la dignidad de la CNT y de la FAI, debe acabarse con estos excesos" (427).
Junto a los
libertarios, el POUM planteó la necesidad de fortalecer el Comité Central de
Milicias, como la única forma posible que existía, de defensa del orden
revolucionario. Los poumistas hicieron una fuerte crítica contra el terrorismo
individual que estaba desprestigiando a la revolución, y contra los que aprovechaban
la situación para exigir el reforzamiento de los viejos cuerpos policiales de la República. La represión revolucionaria tenía que encauzarse por los medios adecuados,
que evitaran posibles excesos contra sectores de la sociedad, que solo
servirían para reforzar a los enemigos de la revolución.
"No se trata de suprimir a los burgueses físicamente, sino de suprimir a
la burguesía como clase social... ¿Quién debe entender en las cuestiones del
terrorismo revolucionario, de la justicia revolucionaria? los órganos propios
que para tal fin crea la propia revolución. Tanto en el frente de batalla como
en la retaguardia... deben ser los órganos de defensa, de salud pública, de
control, de investigación, y los tribunales populares, los únicos calificados para
administrar la justicia revolucionaria..." (428).
Las acciones
del Comité Central de Milicias y de las patrullas de control se encaminaron a
poner fin a tales excesos. Se amenazó a los miembros de los partidos y
sindicatos que realizaban registros domiciliarios, detenciones y fusilamientos
por su propia cuenta con duras represalias si eran sorprendidos realizando
tales actividades. Algunos militantes anarquistas fueron detenidos y fusilados
sin contemplaciones, por haber sido sorprendidos en pleno delito. Entre estos
destacaron los ajusticiamientos de José Gardeñas, miembro del Sindicato de la Construcción de Barcelona y de su grupo, y el de José Fernández, presidente del de la Alimentación.
El dinero y
las joyas, recogidos en los registros domiciliarios y en las
incautaciones eran entregadas por las patrullas de control al Comité Central de
Milicias, y éste, a su vez, las cedía al Conseller de Cultura de la Generalitat. La actitud del Comité Central respondía al profundo desprecio que mostraba el
anarcosindicalismo hacia el dinero y los objetos de valor, considerados como
símbolos de una sociedad caducada que no debería volver, pero también reflejaba
su postura de negarse a tomar el poder, y por lo tanto, su intención de mantener
las viejas instituciones del estado, aunque fuera de una forma simbólica.
De forma
progresiva, los registros, las detenciones y los paseos arbitrarios fueron
reduciéndose, poco a poco, a medida que el orden revolucionario iba quedando en
manos de las patrullas de control, y de la Comisión de Seguridad del Comité Central de Milicias. Carlos Semprún-Maura expresa la opinión de que el mayor control sobre
el orden revolucionario no se tradujo en el final de los ajustes de cuentas y
en los ajusticiamientos, sino en su legalización.
"La idea inicial era la de que había que evitar los abusos y exacciones
que algunos individuos o grupos <<incontrolados>> pudieran cometer
por iniciativa propia. Para ello, como siempre en la historia a secas y no sólo
en la historia de las revoluciones, lo que se iba a hacer era intentar
<<legalizar>> los abusos y las exacciones. El resultado era
previsible de antemano, no se las evitó, no se las limitó, no se hizo más que
añadir a los ajustes de cuentas individuales, las ejecuciones
<<legales>>, sin mencionar los ajustes de cuentas entre
organizaciones..." (429).
El mismo
historiador libertario reconoce que sólo una ínfima parte de los represaliados
eran simpatizantes declarados de los sublevados, mientras que la mayoría eran
simples "tipos de derechas" o que "iban a misa", y que no
representaban ningún peligro para la revolución. Sin embargo, Semprún-Maura
también reconoce, seguidamente, que el mayor peso de la represión y de los
excesos no estuvo a cargo de los Tribunales revolucionarios y de las patrullas
de control, sino de las policías paralelas que seguían existiendo,
completamente independientes de la autoridad del Comité Central y supeditados a
las de los órganos directivos de sus propias organizaciones (430).
En los meses
posteriores, y a medida que la revolución iba retrocediendo, la
violencia espontánea dió paso a otra, mucho más fría y sistemática, que
fue dirigida principalmente, no contra los simpatizantes de los
sublevados, sino contra los mismos revolucionarios. Las diferencias políticas
entre las organizaciones, se saldaron, a menudo, por medio del asesinato y de
los "paseos". Entre las víctimas de estos ajustes de cuenta,
encontramos a Desiderio Trillas, acusado por la CNT de corrupción y de ser "el cacique de los muelles" de Barcelona y el encargado de la UGT de la fábrica Hispano-suiza.
La prensa
del PSUC se destacó rápidamente por ser la que con más fuerza exigió el final
de los "excesos" de los incontrolados, que retenían gran cantidad de
fusiles y de munición en la retaguardia, cuando este material resultaba
dramáticamente escaso en el frente. El concepto de "incontrolados"
utilizado por el PSUC abarcaba a los comités revolucionarios y toda la actividad
espontánea que estaban llevando a cabo los trabajadores.
La campaña
desatada por el PSUC y la UGT, apoyada por ERC, y que contó también
con la participación de los dirigentes anarcosindicalistas del Comité Central
de Milicias fue contestada por la federación de comités de Defensa de
Barcelona, ligados también a la CNT y a la FAI:
"Mientras que la revolución no haya resuelto el problema del poder
político, y exista una fuerza armada obediente a las órdenes del gobierno de
Madrid, no sometida al control de los trabajadores, los grupos de defensa no
depondrán sus armas, porque ellas constituyen la defensa y la garantía de las
conquistas revolucionarias" (431).
La campaña
por el desarme de la retaguardia, lanzada por las organizaciones ligadas al
Frente Popular en Catalunya, pretendía el total desarme de la población,
y la centralización del control del orden público en manos del Comité Central
de Milicias y del gobierno de la Generalitat. El desarme de los trabajadores y de sus comités revolucionarios tenía que ser el primer paso necesario que
había que dar, para que el gobierno republicano y la Generalitat recuperaran el pleno poder.
Por
consiguiente, el desarme de la retaguardia, sin que el poder dual se resolviera
hacia ninguno de los dos lados, podía significar, la derrota de la revolución.
El hecho de que la requisa de armas, coincidiera con el rearme de los viejos
cuerpos policiales de la Generalitat, confirman la tesis, de que el móvil de la
campaña, lanzada por los partidos y sindicatos del Frente Popular en Catalunya,
no fuera otro que asegurar la recuperación del poder, por parte del gobierno
autónomo catalán.
Es indudable
que hubo una importante retención de material de guerra en la retaguardia,
cuando éste estaba siendo muy necesario en el Frente,
paralizado por la escasez de armas y municiones. Diego Abad
de Santillán nos habla de 60.000 fusiles, retenidos por los partidos y
sindicatos, mientras que las milicias que combatían en Aragón, apenas contaban
con 30.000 armas (432).
Sin duda
alguna, la retención de armas y municiones por los llamados
"incontrolados", es decir, por los comités locales y por las bases
cenetistas y poumistas, reflejaba el temor a que el desarme de la retaguardia
significase el reforzamiento de los viejos poderes, y por ende, el fin de la
revolución y de las conquistas sociales que acababan de conseguir. Los
posteriores acontecimientos, demostraron que sus temores no estaban, en
absoluto, infundados.
La retención
del armamento no sólo era llevada a cabo por los comités revolucionarios, sino
que era una práctica habitual entre los partidos y sindicatos. El mismo PSUC,
principal artífice de la campaña de desarme, fue acusado por retener armas, e
incluso carros blindados, que debían enviarse al frente de Aragón. El mismo
Buenaventura Durruti realizó una expedición armada a Sabadell para
obtener una docena de ametralladoras que se encontraban en manos del PSUC
(433). La retención de material de guerra en la retaguardia reflejaba el
convencimiento de todas las organizaciones que
componían el Comité Central de Milicias, de que la situación de dualidad de
poderes, tarde o temprano, iba a tener que resolverse en un enfrentamiento
armado entre los dos campos, el de la revolución de los comités y el de la
contrarrevolución democrática republicana.
El POUM se
mostró completamente contrario a la campaña de requisas de armamento. El
desarme de la retaguardia solo podía ir acompañado de la consolidación del
poder revolucionario, frente a sus adversarios, los partidarios de la
restauración del poder republicano:
"El proletariado tiene un deber elemental, y éste deber elemental es no
dejarse desarmar. Las armas con las cuales va al Frente, la clase trabajadora
ha de conservarlas, al volver del frente, para batir definitivamente al régimen
de la burguesía". (434).
El Comité
Central de Milicias participó en la campaña para que los trabajadores
entregaran el armamento que se encontraba en sus manos, para concentrarlo en el
frente. Sin embargo, la resistencia de los comités locales fue muy fuerte y no
tuvo el éxito que se esperaba. El mismo Diego Abad de Santillán, responsable de
la requisa de las armas, para poder enviarlas al frente, confesó la impotencia
del Comité Central de Milicias para hacer cumplir sus directrices, en las que
se negaron a colaborar gran parte de los sindicatos de la CNT y la misma FAI (435).
"No una, decenas de veces planteamos al movimiento libertario, la
necesidad de entregar el armamento de guerra de que disponía. Si no se quería
entregar el armamento, que acudiesen los hombres que lo manejaban. Para
asegurar el orden en la retaguardia bastaban ya las mujeres, los niños, las
piedras. Se argumentaba que no podíamos desarmar a los propios, mientras los
otros partidos y organizaciones se preparaban para atacarnos por la
espalda..." (436).
Indudablemente, las resistencias que expresaban las bases anarcosindicalistas y
del POUM, reflejaban una profunda desconfianza que éstas sentían,
hacia las organizaciones que más exigían el desarme de la retaguardia, los
partidos del Front d'Esquerres pero que seguían manteniendo en sus manos,
importantes cantidades de material de guerra. De la misma manera, el temor y la
desconfianza no podían ser eliminadas, mientras el Comité Central de Milicias
permitiera que siguieran existiendo, paralelamente a las patrullas de control,
los viejos cuerpos policiales, incluida la odiada guardia civil, que sobreviviría
con el nombre de Guardia Nacional Republicana.
El día 23 de
Julio, la Federación Local de Sindicatos de la CNT de Barcelona publicaba una octavilla:
"Obrero, organízate en milicias. No abandones el fusil ni la munición, no
pierdas el contacto con tu sindicato. Tu vida y tu libertad están en tus
manos" (437).
La octavilla
era una respuesta de los sindicatos y de los comités de Defensa de la CNT, a las directrices que el Comité Central había empezado a publicar, por las cuales se
intentaba establecer una especie de censo sobre el armamento existente en manos
de los trabajadores, mientras que se recomendaba que los que desearan entregar
las armas, lo hicieran en los cuarteles de las milicias.
La consigna
fue interpretada en el seno del anarcosindicalismo como un intento de desarmar
a la revolución. La debilidad del Comité Central de Milicias estaba en que,
mientras los líderes anarcosindicalistas se negaban a romper la dualidad de
poderes, para convertir a éste en el órgano máximo e indiscutido de la
revolución, también eran perfectamente conscientes de que el logro de sus
objetivos de desarme de la retaguardia, solo podía realizarse mediante el
enfrentamiento con sus propias bases.
4.4.3 La justicia revolucionaria. El juicio a los vencidos.
La
revolución de los comités provocó la inmediata huida de una gran parte de los
estamentos que habían estado relacionados con el poder judicial en el período
anterior a la contienda, por temor a las posibles represalias de los
revolucionarios. Sin duda alguna, fue la situación de vacío de poder que
provocó la caída de las instituciones republicanas y la inexistencia de un
poder revolucionario articulado que ocupara su lugar, la causante de los
saqueos, del terrorismo individual y de los posibles excesos de la represión
revolucionaria. Esta situación caótica quedó parcialmente controlada por la
aparición de las milicias de retaguardia y de las patrullas de control, y
también por la formación de los primeros tribunales populares que canalizaron,
organizaron y "racionalizaron" la violencia revolucionaria.
El creciente
control del orden público, de la Justicia y de la represión, que iba
adquiriendo el Comité Central de Milicias, fue saludado entusiásticamente por
toda la prensa republicana, cercana a las posiciones políticas de la Generalitat y del Front d'Esquerres. El contrasentido era solo aparente.
La
centralización de estas funciones, aunque fuera una necesidad ineludible de la
revolución que ellos combatían, también significaba un primer paso en la
dirección política hacia la que esperaban que evolucionase la situación. El
hecho de que los comités revolucionarios locales delegasen estas funciones en
manos del Comité de Milicias implicaba el reconocimiento de la supremacía
política de éste. Y, sin lugar a dudas, el peso y la influencia de sus
organizaciones en el seno de este organismo era infinitamente mayor que en la
multitud de comités locales.
El Comité
Central de Milicias era, en última instancia, un organismo
que encarnaba la negativa de los anarcosindicalistas a tomar
el poder y, por lo tanto, también representaba la dualidad de poderes
existente. Si ellos conseguían, mediante el compromiso de los dirigentes de la CNT y las presiones políticas, ir haciéndose con el control de las competencias que asumía el
Comité, la posibilidad de recuperación del estado republicano podría ir
abriéndose camino y convertirse en una realidad.
"Se han instalado tribunales populares y <<La Vanguardia>>, que continua siendo el periódico más importante de Barcelona, hace ver
que se felicita por ello, pero expresa su esperanza de que ahora en adelante,
se pondrá fin a la nueva seguridad en la vía pública y de que, delante de los
nuevos tribunales comparezcan no solo los fascistas, sino también los autores
de las falsas denuncias y los terroristas... pretende quitar a los milicianos
el poder ejecutivo y a lo mejor, llevarlos ante los tribunales" (438).
Sin embargo,
la situación estaba muy lejos de haber madurado, para poder llevar hacia
adelante, de forma inmediata, sus planes, el Comité Central de las Milicias, no
solo era un órgano de compromiso y de colaboración "democrática"
con el gobierno de la Generalitat, sino que también representaba, de una
forma más o menos deformada, las aspiraciones de una revolución que controlaba
las calles y los centros de trabajo.
El Comité
Central de Milicias ordenó que se llevara a cabo un consejo de guerra
contra los militares sublevados que habían sido derrotados en Barcelona, en las
jornadas de Julio.
Los juicios
sumarísimos se iniciaron el 11 de Agosto en el buque prisión
"Uruguay". Los vencidos serían juzgados por tribunales que
estarían integrados por oficiales y suboficiales que se habían mantenido leales
a la República (entre ellos figuraban el coronel Guillermo de la Peña, los tenientes coroneles Martínez Sansón Redondo, Jiménez Combelles, el comandante
Michelena...).
Algunos de
los detenidos fueron liberados antes de los juicios e invitados a unirse a las
milicias como técnicos asesores, al considerarse que su responsabilidad en el
levantamiento había sido ínfima, y que en realidad, habían sido arrastrados por
los conspiradores. Otros fueron sentenciados a la pena de reclusión, por
considerar que su participación había sido escasa. Las sentencias más duras
estuvieron dirigidas hacia los principales promotores de la intentona en
Catalunya.
Las penas de
muerte fueron dictadas contra los generales Goded y Fernández Burriel, y
también contra los capitanes Luis López Varela, López Amor, López Belda y
Lizcano de la Rosa. Las sentencias, irrevocables, fueron ejecutadas
rápidamente, los reos fueron fusilados, el 12 de Agosto, en los fosos del
castillo de Montjuich.
Según Vicenç
Guarner, la dureza de las sentencias estuvo dictada por el clima de
exasperación social que provocaban las noticias sobre la represión y los
continuos fusilamientos que se estaban llevado a cabo en la zona franquista.
"El presidente Companys, cuando le hablé de un posible indulto, me aseguró
que por humanidad estaba dispuesto a dictarlo, pero que la gente estaba
exasperada por las noticias de los fusilamientos continuados en la zona
adversaria. Por otro lado, me dijo que, como Presidente y abogado, él tenía que
velar por el cumplimiento de la ley, y que, si indultaba <<lo
arrastrarían por las calles como los segadores hicieron con el conde de Santa
Coloma" (439).
4.4.4 El Frente de Aragón.
Aragón
tenía, para los revolucionarios catalanes, una doble importancia, defensiva y
ofensiva. Por un lado, esta región, ocupada por las tropas sublevadas, se
convertía, por su cercanía, en un peligro inminente para la Catalunya revolucionaria. Por el otro, Aragón era la puerta que abría a las columnas armadas
catalanas, el camino hacia el Norte minero y siderúrgico, y también el que
llevaba hacia Madrid. Por último, la conquista de Zaragoza, uno de los
baluartes del movimiento libertario en el período anterior a la guerra y a la
revolución, se convertía, para la CNT y la FAI es una necesidad ineludible e impostergable, para poder auxiliar a sus compañeros que se encontraban
sometidos a la sangrienta represión del ejército franquista.
Los
representantes del anarcosindicalismo catalán comprendían la gran
importancia estratégica que suponía la conquista de Aragón, y
especialmente, Zaragoza. Apoderarse de estas tierras podía significar, no solo
el principio del fin para la sublevación, sino también un enorme prestigio para
la CNT, lo que los hubiera colocado en una inmejorable posición, después de la
derrota de la sublevación militar, en el desenlace del pulso que existía, de
forma más o menos encubierta, entre los revolucionarios y los partidarios de la República. Idéntico criterio parece que siguieron los adversarios políticos del
anarcosindicalismo pero con intereses completamente opuestos, con su política
de negarse a suministrar el armamento y las municiones necesarias para poder
relanzar la ofensiva de las milicias en este frente.
No parece
que el argumento de la escasez de armas, para explicar esta falta de
suministros, resista un análisis serio, en tanto en cuanto, otros frentes,
quizás con menor importancia estratégica, recibieron material de guerra más que
suficiente. Sin duda alguna, el criterio político, el de combatir con todos los
medios a su alcance a la revolución, primaba, una vez más, sobre el militar, la
guerra contra los sublevados. En cualquier caso, la victoria sobre el ejército
franquista solo debería ser realidad, después de la derrota y la
liquidación definitiva del movimiento revolucionario. De otra forma, una
hipotética victoria sobre los militares, significaría, en aquellas circunstancias,
la muerte definitiva del orden republicano, y el triunfo de aquella revolución,
que partidarios de la República y sublevados habían intentado evitar.
Por lo
tanto, el entusiasmo que empujaba al grueso de las columnas milicianas en el
frente de Aragón (y también en otros frentes de batalla), tenía muy poco que
ver con la defensa de la República, y mucho en cambio, con el proyecto de
extensión de la revolución fuera de Catalunya.
"Nos importaba un comino la República. Lo único que nos importaba era la revolución. No habría ido al frente de no haber sido para hacer la revolución. En
Barcelona nos habíamos echado a la calle para luchar porque no teníamos otra
opción, pero ir a luchar contra los militares en Aragón... no, no se habría ido
allí solamente para hacer eso. La fiebre revolucionaria era la que nos
empujaba" (440).
Otro
testimonio valioso, que confirma la actitud de los milicianos es el de Orwell,
que formaba parte, en aquella época de las columnas del POUM, y que ha sido
defensor y a la vez, crítico, del sistema de las milicias:
"Los miembros de los sindicatos que se constituyeron en las milicias e
hicieron retroceder a los franquistas hasta Zaragoza en las primeras semanas de
la guerra... creían estar luchando por el poder de la clase obrera" (441).
Las columnas
de milicianos se estrellaron contra las defensas de las tres capitales
aragonesas, que estaban en poder de los sublevados. Solo Teruel, cayó, en manos
republicanas, de forma muy efímera y mucho más tarde. Sin embargo, los
milicianos reconquistaron el territorio aragonés más cercano a Catalunya, y
avanzaron cerca de 100 kilómetros más allá de las fronteras catalanas, lo que significaba cerca de tres cuartas partes de la región. Además del aspecto
militar, también hay que tener en cuenta, el aspecto político y revolucionario,
del que ya hemos hablado en capítulos anteriores. La huída de los grandes
propietarios permitió la creación de un vasto sistema de comités locales y de
colectividades agrarias, que sustituyeron el vacío de poder político y
económico.
El fracaso
de las milicias revolucionarias para abrirse paso a través de Aragón, se debe a
diferentes motivos. Manuel Cruells alude a dos clases de motivos al analizar la
ineficacia de las columnas armadas catalanas: los defectos y errores derivados
de su origen, y las luchas políticas que existieron entre ellos, para dominar,
a través del nuevo ejército, el poder (442). Sin duda alguna, las dos causas
tienen un origen común, el hecho de que las columnas adquirieran una
conformación partidaria, y no supeditada a la dirección del Comité de Milicias.
Respecto a
los errores de origen, los hemos analizado en capítulos anteriores. Sin duda
alguna, la falta de armamento y de municiones fue el más importante de todos
las limitaciones con las que tuvieron que enfrentarse las milicias
revolucionarias. La penuria llegó a ser tal, que las milicias aragonesas
asaltaron un convoy que transportaba material de guerra perteneciente al
gobierno central, para poder suavizar la dramática situación del frente (443).
Según las declaraciones de uno de los responsables, nombrado por el Comité
Central de Milicias, para proveer a las milicias del frente de Aragón, de los
suministros necesarios:
"Todos ellos tenían más hombres que armas, más heridos que ambulancias,
más escaseces de suministros. Escaseaban las armas, las municiones, los vagones
de abastecimiento, todo lo necesario para hacer la guerra. Empezamos a recoger
las armas que quedaban en la retaguardia..." (444).
Mucho se ha
magnificado la importancia de la cantidad de armamento que fue
retenido por los comités locales y también por los partidos y sindicatos, en la
retaguardia. Algunos dirigentes de las milicias como Carod (CNT) o Jordi Arquer
(POUM) están convencidos de que el material bélico retenido en Catalunya,
no habría solucionado la grave carestía de las milicias. Sin ninguna duda la
penuria armamentística fue uno de los principales factores que explican la
transformación en una guerra de trincheras, justo en el momento en el que
tenían sus principales objetivos a la vista (445). La campaña de requisa del
armamento en la retaguardia tenía más elementos políticos, desarmar a un
movimiento revolucionario que desafiaba la autoridad del gobierno de la Generalitat, que de índole militar.
Los
suministros bélicos fueron utilizados por los adversarios de la
revolución, las organizaciones del Frente Popular y el
gobierno de la República, para desprestigiar, y sabotear a las fuerzas armadas
que se reclamaban de dicha revolución, acusándolas de ineptitud y de
irresponsabilidad frente al enemigo franquista:
"Catalunya, sin embargo, había enviado en Octubre de 1936, treinta mil
hombres a Aragón, que conquistaron miles de kilómetros e hicieron más
prisioneros que los milicianos de todos los otros sectores de lucha. De ello se
desprende el tremendo fracaso de lo que pudo y debió ser una campaña
victoriosa. El enemigo se limitó a establecer un muro de contención que los
voluntarios catalanes no pudieron perforar porque los planes anarquistas eran
inadecuados, abstractos y caprichosos".
...
"Asediado Madrid. la Prensa madrileña y el general Miaja calificaron de
perezoso el Frente de Aragón y de inactivas a sus milicias. El frente, en
efecto, había adquirido condición estática. La Generalitat alegó la escasez de municiones, la autonomía de las milicias, el incumplimiento
de los decretos de militarización, la desconfianza hacia los mandos
profesionales y la ausencia de un comisariado. El POUM y la FAI replicaron, reprochando al Gobierno central que escatimara los medios de combate..."
(446).
La trampa
estaba cerrada. Además de la escasez de municiones, el gobierno autónomo
catalán, representando a todas las organizaciones del frente Popular, y por lo
tanto, al mismo gobierno central, reclamaba para si el control y el mando de
las milicias revolucionarias y denunciaba la oposición de los sectores
revolucionarios a que se formase un nuevo ejército republicano, con el reclutamiento
forzoso de levas, entre la población. El único camino que se ofrecía era la
militarización de las milicias y su sometimiento incondicional a los planes del
gobierno republicano y del Frente Popular.
Manuel
Cruells analiza la situación existente en el Frente de Aragón de forma muy
distinta y cita para reafirmar sus tesis, el testimonio de Diaz Martín:
"No eran hombres lo que faltaba, pero sí combatientes, o sea tropas
efectivas... si alguna cosa caracterizaba aquellos hombres, a parte de su
valentía, era su falta de eficacia. En el primer año de guerra, lo máximo que
habían intentado era apoderarse de alguna posición enemiga aislada, pero no se
había organizado una operación importante, y no existía en absoluto, entre las
unidades, una coordinación. Muchas veces, las milicias de una o de otra
sindical o de un partido eran hostiles entre si. Los aprovisionamientos eran
escasos y el armamento desigual y viejo, debido a que el gobierno de Valencia
desconfiaba totalmente de los hombres de la CNT-FAI y no se atrevía a equiparlos convenientemente" (447).
La actitud
de total hostilidad del gobierno republicano hacia el alcance de la revolución
en Catalunya queda evidenciada por las palabras de Manuel Martínez Bande. El
suministro de armamento al Frente de Aragón hubiera significado la posibilidad
de descongestionar la presión sobre Madrid y otros frentes. Sin embargo, el
gobierno central republicano prefirió debilitar el frente aragonés, enviando
columnas de milicianos catalanes a la defensa de Madrid (448). El éxito de las
milicias catalanas en Aragón habría significado la potenciación de los sectores
revolucionarios ante los intentos del Frente Popular para restaurar el poder
perdido de la República.
Una vez más,
la actitud hostil,aparentemente incomprensible, de los gobiernos republicanos,
se vuelve lógica, si partimos de que el temor a los avances de la revolución,
era igual o mayor que el que podían tener hacia las tropas franquistas. No hay
que olvidar, que los políticos republicanos y algunos sectores de la
derecha del Frente Popular defendieron ,desde los inicios de la guerra, el
establecimiento de conversaciones con los sublevados.
Por el
contrario, la realidad hizo que las milicias revolucionarias catalanas se
estrellaran contra el sistema defensivo de las tres capitales
aragonesas. La iniciativa militar de las columnas, que había conseguido
recuperar tres cuartas partes de Aragón, se transformó en una ineficaz guerra
de trincheras que debilitó la moral de los revolucionarios.
"Fue esa la principal razón (la falta de armamento) por la que no se pudo
lanzar una ofensiva importante. Pero no fue la única. No había un plan global,
ni creo que hubiese en Catalunya un oficial del ejército capaz de trazarlo.
Entre las columnas, no existía una coordinación apropiada y a veces no había ni
siquiera comunicaciones. -recordaba Arquer- A menos que el coronel Villalba
convocase una reunión de todos los jefes de columna, nadie sabía lo que el
vecino tramaba" (449).
Por el
contrario, el alejamiento de la idea de un triunfo inminente de las fuerzas
revolucionarias en el campo militar, daban nuevos argumentos a los partidarios
de la "colaboración democrática" con las autoridades republicanas.
"El Comité regional de la CNT de Catalunya empezaba a sentir los efectos
de no haber marchado adelante, hacia la implantación del comunismo
libertario...".
"... se tenía la impresión de estar ante un gran fracaso..." (450).
Algunos
cuadros libertarios propusieron la formación de un cuerpo guerrillero, que
estuviera capacitado para infiltrarse en las líneas enemigas y que hostigase y
desbaratase su retaguardia. Sin embargo, el proyecto de formar los contingentes
guerrilleros fue rechazado por el gobierno central e incluso, llegó a ser
objeto de presión por parte de la diplomacia estalinista.
"Un día nos advirtió, apenado, Ovseenko, que su partido, que Rusia, no
accedía a que se nos entregase armamento para poner en práctica las guerrillas
en territorio enemigo. Nos decía que éramos considerados como buenos camaradas,
pero que un día podíamos ser peligrosos" (451).
"Por nuestra parte, no pudiendo hacer comprender a los que asumieron la
responsabilidad de la guerra, incluso a los propios compañeros, que era preciso
emplear, aparte del método regular... el método popular de la acción audaz,
libre, sobre un territorio enemigo en el que contábamos con tantas simpatías...
nos hemos esforzado por obrar independientemente, pero careciendo de armamento,
de apoyo y de comprensión, nos vimos en la necesidad de desistir. De desistir
en las tentativas prácticas, ante la imposibilidad de superar las resistencias
de los propios comités de la organización y las de los dirigentes estatales de
la guerra y de la política" (452).
Efectivamente, la formación de un cuerpo de guerrilleros, fue considerado por
las autoridades gubernamentales de la República como un arma de doble filo para sus objetivos. Una fuerza de estas características estaba lejos de sus
objetivos: la formación de un ejército regular, sometido a su autoridad. La
guerrilla hubiera sido un arma de incalculable valor en la retaguardia del
adversario, pero su propia estructura y su composición, presumiblemente
anarcosindicalista, la hacía peligrosa.
La autoridad
política del departamento de milicias en el frente era nula o casi nula.
A menudo los dirigentes del Comité Central se quejaban de que las milicias sólo
recurrían a ellos para pedir nuevos suministros de víveres o material de
guerra.
Los mismos dirigentes de las columnas milicianas fueron, frecuentemente,
cuestionados o desobedecidos por sus propias unidades, por no estar de acuerdo
con las decisiones que se adoptaban.
La necesidad
de un mando único militar que corrigiese los graves errores que cometían las
milicias, y que optimizase su rendimiento y eficacia era cada vez más
impostergable. Las columnas de voluntarios habían tenido un éxito parcial,
hasta el momento habían contrarrestado sus limitaciones con el entusiasmo
revolucionario y habían conseguido hacer retroceder el peligro. Sin embargo,
también habían demostrado su incapacidad para desbaratar las líneas enemigas:
"En el transcurso de los meses de Julio y de Agosto, fue quizás la unidad
de mando, la que hizo falta más cruelmente. En los días siguientes a la
rebelión fue cuando se tomaron las primeras iniciativas felices en el plano de
lo estratégico: luego, cada uno se encerró en su propia región. Anarquistas y
nacionalistas se vigilaban en el País Vasco. Mola, en las primeras semanas,
pudo darles tranquilamente las espaldas. Los catalanes que se encarnizaban en
vano, sin artillería, contra Zaragoza, no transtornaron casi los planes de un
enemigo que tenía a Madrid como meta. Cada uno parecía llevar a cabo su propia
guerra sin preocuparse de la que se llevaba a cabo en la provincia vecina"
(453).
A pesar de
que la prensa intentaba transmitir una sensación de éxito, la campaña militar
se alargaba cada vez más, y el frente tendía a estancarse por completo. La
prolongación del conflicto se reflejaba en una mayor presión de la población
sobre la CNT y sobre los organismos del poder revolucionario.
"Todo esto creaba nubes de inquietud, que se transformaban en presiones
sobre todos los organismos oficiales, especialmente sobre los de mayor
representación popular en aquellos momentos: los Sindicatos...".
"No obstante, el comité regional, presionado por los sindicatos, comités
locales y comarcales y por el latido de la opinión popular, decidió descargarse
de las presiones que sufría presionando a su vez al departamento de Guerra del
Comité de Milicias y a los jefes de las columnas anarcosindicalistas..."
(454).
Era
necesario dar un nuevo impulso a las milicias del frente y terminar con
los errores que tantas bajas estaban provocando. Había que convertir a
las indisciplinadas milicias en auténticas unidades revolucionarias de combate,
capaces de coordinarse entre sí, para poder llevar a cabo ofensivas y maniobras
de mucho más vasto alcance del que habían sido capaces hasta entonces.
También era necesario aumentar su capacidad ofensiva, dotarlas de verdaderos
cuadros capaces de dirigirlas eficazmente en los combates, mediante los
oficiales y suboficiales que iban a surgir de la Escuela Popular de Guerra. Sin embargo, lo más importante y urgente, era dotarlas de un
auténtico mando unificado que acabara con los particularismos y las
hostilidades que existían entre las diferentes columnas. En el seno del Comité
Central de Milicias se barajaron diferentes nombres como posibles candidatos a
dirigir el Mando Unificado del Frente de Aragón. ERC, UGT y el PSUC propusieron
al comandante Reyes, jefe del puesto de aviación que se había instalado en la
población de Sariñena. Otros nombres de los líderes de las columnas fueron
barajados como posibles opciones a tener en cuenta (Rovira, Trueba,
Durruti, Ascaso, Ortiz, ...). Finalmente, entre todos los propuestos sería el
coronel José Villalba el escogido para convertirse en el jefe de operaciones.
El hecho de que no perteneciera a ninguna de las corrientes políticas y de que
fuera un militar profesional, lo convertía, para el jefe del departamento de
las milicias, Juan García Oliver, en el candidato mejor situado para el puesto
(455).
Tras la
presentación de las candidaturas en el seno del Comité Central de Milicias, la
elección del jefe de operaciones para el Frente de Aragón, realizada por
el Departamento de milicias se hizo pública en la localidad de Sariñena. A la
reunión asistieron, entre otros, el coronel Villalba, el comandante Reyes,
Durruti, Ortiz, y algunos dirigentes de las columnas "Roja y negra",
de la del PSUC y de la del POUM.
La creación
de un Estado Mayor para el frente aragonés dió a las milicias una nueva y mayor
capacidad operativa. Sin embargo, no dejó de ser un pobre sustituto de las
verdaderas necesidades que exigía la situación militar de las columnas y de la
misma revolución en si misma. Para ello, era necesario que el Comité Central de
Milicias, se decidiese a convertirse en un auténtico gobierno revolucionario.
Indudablemente, el poder de las milicias no sólo dependía de su capacidad
militar, sino también de la capacidad política de la revolución en la
retaguardia, para llegar hasta el final.
"Era evidente que ni políticamente ni militarmente las cosas no
funcionaban y que se necesitaba una nueva estructura en la dirección de la
revolución y de la guerra civil que ésta mantenía. <<En la dualidad de
poderes representada por la Generalitat y el Comité de Milicias, triunfaba la
primera>>, esencialmente porque el Comité de Milicias, de una composición
tan heterogénea, no tuvo, o no supo establecer, una línea de acción eficiente,
a pesar del predominio que mantuvieron los anarquistas, y que después aún
quisieron continuar en el Gobierno de la Generalitat, que se formó absorbiendo al Comité de las Milicias" (456).
El fracaso
de las milicias en Aragón significaba también la consolidación del
fracaso político del anarcosindicalismo (457). Una victoria militar rápida de
las milicias hubiera significado un nuevo factor de aliento para la
radicalización de la revolución que se estaba llevando a cabo en la
retaguardia. Sin embargo el estancamiento implicaba también el mantenimiento del
status quo, del que era fruto el Comité Central de Milicias, y por consiguiente
también, el mantenimiento de las condiciones que iban a hacer posible la
reconstrucción del Estado republicano y de su Ejército Popular.
4.4.5 La expedición a Mallorca.
Los orígenes
y las circunstancias del proyecto, aunque han sido explicados por el que fue el
creador y principal organizador del plan, Alberto Bayo han sido algo
confusos, y motivos de controversias (458). Historiadores y políticos de la
época, han dado diferentes versiones sobre el tema.
Jaume
Miravitlles, alto cargo del gobierno de la Generalitat de Catalunya, y dirigente político de ERC, afirma en su obra, que la iniciativa
de la conquista de Mallorca partió de la órbita del Comité Central de Milicias
y que él mismo se opuso al proyecto:
"Hace falta constar explícitamente que la iniciativa de aquellas
operaciones salía de la órbita del Comité Central de Milicias de Catalunya. La
preocupación, durante las primeras semanas, se centró sobre el frente de Aragón
y la posibilidad de ocupar Zaragoza. Las milicias quedaron inmovilizadas
delante de Huesca por falta de fusiles y de municiones. No era, entonces, el
momento de iniciar otros frentes, sobre todo contra una isla donde la guarnición
franquista era numerosa y relativamente bien armada. Yo mismo hice una
declaración... en la que definía aquel intento como una acción marginal no
autorizada. Prieto, que en aquellos momentos, era ministro de Marina y de la Aviación, tampoco era partidario y escatimaba los elementos de combate que hacían falta en
los puntos más decisivos de la guerra en aquellos momentos" (459).
La
referencia que hace, un personaje tan cercano al gobierno catalán y su
referencia al Comité Central de Milicias, ha creado cierta confusión, en lo que
respecta a la iniciativa y responsabilidades del Comité de Guerra.
Juan García
Oliver, responsable máximo del departamento de Guerra del Comité Central de
Milicias, apunta, por el contrario que la idea partió de "la mente
calenturienta" de Alberto Bayo, y que posiblemente ésta, fue
"recalentada" por algún alto cargo del gobierno de la Generalitat. La velada alusión del dirigente libertario, parece dirigirse, sin mencionarlo, a
Lluís Companys (o alguien muy próximo a éste) (460). Sin embargo, las dudas y
las cábalas de Juan García Oliver se vuelven una afirmación tajante a la hora
de negar la responsabilidad del Comité Central de Milicias.
"El Comité Central de Milicias Antifascistas ignoraba por completo la
operación que se proyectaba. Si la empresa resultaba venturosa, sería un
triunfo para la <<persona que en lo alto de su posición oficial>>
había alentado la conquista de Mallorca, y un fracaso para el Comité de
Milicias" (461).
La posición del
Comité Central, en aquellos momentos, era la de neutralizar la parálisis
que empezaba a afectar a las milicias del frente de Aragón. La conquista de
Zaragoza y del resto de las capitales aragonesas era mucho más valioso para el
proyecto anarcosindicalista; romper el frente de los sublevados para enlazar
con el norte vasco y asturiano. La expedición militar a Mallorca, en unos
momentos en los que escaseaba dramáticamente el material de guerra, no podía
dejar de aparecer, ante los dirigentes libertarios, como una idea descabellada
e inoportuna.
Los
cenetistas se mostraron totalmente contrarios a la expedición armada contra
Mallorca. Juan García Oliver afirma que, tras preguntar a los delegados de la CNT y de la FAI en el Comité Central, Diego Abad de Santillán, Marcos Alcón, Torrens y
Aurelio Fernández, todos ellos afirmaron desconocer, por completo, el proyecto
del desembarco en las Baleares. Juan García Oliver alude a la posible
colaboración del Sindicato del Transporte, que ya había cometido,
anteriormente, otros actos por su propia cuenta y riesgo, e incluso insinúa
posibles y oscuras maquinaciones de sus principales adversarios en el seno de la CNT, Federica Montseny y Diego Abad de Santillán (462).
Al parecer
los dirigentes anarcosindicalistas se encontraron ante una situación de
hechos consumados, una expedición que ya estaba en marcha y que contaba con
numerosos apoyos en la Generalitat de Catalunya y probablemente también en el
gobierno de Giral en Madrid. La conquista de la isla de Mallorca habría
podido provocar la intervención militar abierta de Italia en defensa de sus
bases en las islas, y por lo tanto su entrada directa en la guerra al lado de
sus aliados del ejército franquista. Los partidarios del plan, consideraban que
este hecho tendría como consecuencia inmediata, la intervención militar de Gran
Bretaña en el conflicto para frenar las ambiciones de una de las potencias
rivales a nivel internacional. Por lo tanto, el logro de estos objetivos,
difícilmente podría ser contemplado con buenos ojos por los
anarcosindicalistas, que, de este modo, habrían visto en un grave aprieto, su
situación y la de todo el movimiento revolucionario. Sin embargo, la no
participación del Comité Central de Milicias en la planificación del proyecto,
no implica que no participasen algunas de las organizaciones políticas que
formaban parte de él. Es difícil imaginarse que el plan pudiera llevarse a
cabo, con el absoluto desconocimiento de todos los partidos y sindicatos que lo
integraban. Y en cambio, es bastante probable, que algunos de los grupos
políticos utilizase la autoridad del Comité. para conseguir los pertrechos que
hacían falta para la expedición.
Manuel
Cruells afirma que la expedición fue preparada por el gobierno de la Generalitat, por un grupo de militares profesionales, por las organizaciones del Front
d'Esquerres y algunos grupos nacionalistas, como Estat Catalá. Todos ellos,
habían quedado marginados del centro del poder político por la revolución. Los
partidarios del gobierno autónomo catalán necesitaban urgentemente una
inyección de prestigio, que compensara los recientes éxitos de los
anarcosindicalistas en las jornadas de Julio, y la hegemonía aplastante que
ejercían las milicias de la CNT en el frente aragonés.
"El gobierno de la Generalitat, con cierta urgencia, necesitaba de unas
fuerzas propias que tuviesen un sentido de disciplina y que en un momento dado
pudiesen representar un papel definitivo en la política catalana. Estas
fuerzas, naturalmente, solo podían surgir de los elementos que eran fieles a la
situación republicana" (463).
Alberto
Bayo, ha dado una versión muy parecida a la defendida por Manuel Cruells:
"En la Consejería de Defensa, donde tenía muchísimo ambiente por mi comportamiento
en la sofocación del movimiento insurreccional, me indicaron, consejeros
amigos, después de ser aceptada en principio la idea que les expuse, que
hiciese un detallado y minucioso estudio de una posible expedición para la
conquista de las islas sublevadas" (464).
El capitán
de aviación, Alberto Bayo, contó, desde los primeros momentos, con el apoyo
de los altos dirigentes del gobierno de la Generalitat (el mismo Companys, Casanovas...). Fue el consejero Josep María España, quien le aconsejó
que se dirigiera al Comité Central de Milicias para que éste diera su visto
bueno a la operación militar. Era evidente que, sin su consentimiento, la
expedición no podría ser llevada a cabo.
Finalmente, otro de los testimonios que aclara los orígenes y los apoyos que
recibió la expedición es el de Joaquín Almendros, responsable, en aquellos
momentos, de los asuntos militares del PSUC:
"Pude intervenir muy de cerca en todo lo concerniente a ese momento
crucial de nuestra guerra, en mi calidad de Secretario Militar del Partido
Socialista unificado de Catalunya, PSUC. Ese partido, conjuntamente con la Generalitat de Catalunya, tuvo a su cargo la mayor parte de la organización. De ahí partió la
iniciativa de apoderarse de Palma de Mallorca...".
"Motivos fundamentales hubo que movieron a los organizadores a no darle
intervención directa a la Federación Anarquista Ibérica (FAI)...".
"A nuestro juicio, el curso de la guerra hubiese cambiado en forma muy
positiva para las fuerzas republicanas, si hubiera sido posible privar al
enemigo del gran <<portaaviones>> que tenían en el Mediterráneo, ya
que sus aviones hostilizaban continuamente las ciudades de Barcelona y Valencia
principalmente...".
"De haberse cumplido con éxito la operación de Palma de Mallorca, se
habrían evitado también las hostilidades del enemigo contra la navegación que
nos abastecía de pertrechos y víveres...".
"No fue posible marginar del todo a la CNT y FAI, en los actos de desembarco. Se les <<autorizó>> para que formaran una columna que saldría
dos o tres días después" (465).
Sólo el
gobierno de la Generalitat de Catalunya y las organizaciones que componían el
Front d'Esquerres podían salir políticamente beneficiados del éxito de esta
operación militar. La victoria en Mallorca, contrastada con el estancamiento en
el que se encontraban sumidas las milicias que combatían en el frente de
Aragón, habría dado un fuerte impulso a los planes de Companys y del PSUC para
recuperar la perdida autoridad del gobierno catalán. Joaquín Almendros cita a
varios políticos y militares que participaron en la planificación y en los
preparativos del proyecto: el coronel Sandino, el comandante Guarner, de
Mansilla y Escobar, Josep Tarradellas, Lluís Companys y Juan Comorera entre
otros (466).
Sin embargo,
los preparativos de la expedición acabaron siendo anunciados a todo bombo y
platillo por la prensa catalanista. A. Rovira i Virgili la consideraría en sus
artículos como uno de los deberes pendientes que tenía "La Catalunya peninsular" (467). En el mismo artículo, se alude a la oposición que existía a
la expedición, entre numerosos técnicos militares y políticos. Los opositores
al proyecto consideraban que las circunstancias del momento, aconsejaban
centrarse en los objetivos militares primordiales, que eran la toma de las
ciudades de Sevilla, Zaragoza y Burgos. Unos días más tarde, el mismo
periódico, defendía las razones estratégicas que habían llevado a preparar la
operación. La isla de Mallorca en manos de los sublevados, constituía una
plataforma natural, situada detrás de las líneas republicanas, desde donde se
podía hostigar las costas y bombardear sus ciudades (468).
La campaña
de la prensa, anunciando los preparativos militares, dejaron a la expedición sin
la valiosa ventaja del factor sorpresa. Alberto Bayo ha acusado al Comité
Central de Milicias de la indiscreción y falta de seriedad:
"Mientras el secreto perteneció a mi estado Mayor, nadie supo nada del
pretendido desembarco en las Baleares, pero cuando solicité el permiso del
famoso <<Comité de Guerra>> de Barcelona, días después, aparecieron
en la primera plana de <<La Vanguardia>> (el diario más popular de
Barcelona) dos fotografías del <<Almirante Miranda>>
correspondientes al Miércoles 5 de Agosto de 1936, en cuyos pies se decía lo
siguiente: <<Preparando la ocupación de Mallorca>>. El buque de
guerra <<Almirante Miranda>> que ha marchado a Mahón convocando una
expedición de quinientos hombres que han de intervenir, ayudados por la
aviación, en la ocupación de Mallorca. A la derecha: los tubos lanzatorpedos
del <<Almirante Miranda>> con su carga dispuesta para su
empleo" (469).
Sin embargo,
la acusación parece completamente injusta e infundada. La especulación de
Alberto Bayo, parece más bien, fundada en sentimientos de antipatía hacía
García Oliver (la animadversión parece que era mutua) y el Comité Central de
Milicias. El hecho de que la campaña de prensa estuviera iniciada por Rovira i
Virgili, personaje alejado del Comité y de los anarcosindicalistas, parece
apuntar a que la irresponsabilidad periodística partió del lado político
opuesto a la CNT. La polémica y contradictoria anécdota refleja, una vez más,
la escasa o nula predisposición del Comité Central de Milicias, a ejercer como
un órgano del poder revolucionario, al no existir, ni tan siquiera unos órganos
de censura adecuados, para impedir, que en tiempo de guerra, pudieran ser
hechos públicos los secretos militares, de forma tan sorprendente.
La actitud
del Comité de Milicias y en particular la de los cenetistas, fue la de aceptar
finalmente los planes militares que se habían preparado sin su conocimiento.
Juan García Oliver exigió que la expedición se sometiera a la dirección
política del Comité Central.
La
expedición, capitaneada por Alberto Bayo, partió de Barcelona rumbo a las islas
Baleares. Las milicias pertenecían mayoritariamente a Estat Català, ERC, PSUC y
también a la CNT-FAI. La participación de toda una verdadera flota, constituida
por destructores, submarinos, cañoneras..., refleja que el proyecto militar
estaba siendo apoyado también, desde fuera de Catalunya, por sectores
gubernamentales.
A la columna
barcelonesa, compuesta por unos 5.000 combatientes, se unió otro grupo que
provenía de Valencia, al mando del capitán de la guardia civil Uribarri. Entre
los contingentes valencianos se encontraban algunos diputados socialistas,
Galarzo, Ruiz del Toro y Ruiz Lecina. Posteriormente se añadieron los buques de
guerra que se encontraban en Mahón y algunos hidroaviones.
La
participación de los notables socialistas y la de toda una flotilla de
barcos de guerra de la Marina pone en evidencia la colaboración del gobierno de
Giral y del algunos sectores del Partido Socialista. El mismo Joaquín Almendros
habla de que el proyecto era conocido por Largo Caballero, que lo había
aprobado (470). El socialista moderado Juan Simeón Vidarte, asegura que el
proyecto fue discutido en el Consejo de Ministros y finalmente acabó contando
con el apoyo del gobierno de Madrid (371). Sin embargo otros sectores
socialistas y del gobierno lo rechazaban. La oposición fuera de Catalunya,
estuvo capitaneada por Indalecio Prieto, nombrado ministro de la Guerra, en pleno desarrollo del desembarco en Mallorca. Vidarte, califica en sus
memorias a la expedición como:
"... una de las páginas románticas y al mismo tiempo más descabelladas e
inútiles del ejército republicano" (472).
Curiosamente
Juan Simeón Vidarte atribuye erróneamente, la corresponsabilidad política de la
expedición al Comité Central de Milicias (473). En cualquier caso, el
papel del Comité se limitó a la aceptación del plan, una vez éste ya se
había puesto en marcha sin su conocimiento, para evitar el enfrentamiento
con el gobierno de la Generalitat y sus aliados, y resquebrajar, de esta
forma, la "unidad antifascista". Los anarcosindicalistas podían haber
impuesto sus criterios sin grandes esfuerzos, pero prefirieron no hacerlo, pese
a considerar el proyecto como algo descabellado.
Las
presiones contra la expedición, por parte de la oposición, existente fuera de
Catalunya tuvieron, posteriormente, funestas consecuencias. Joaquín Almendros
considera que las razones políticas de estos sectores gubernamentales y del
Frente Popular se debieron a la tradicional desconfianza del gobierno central
hacia las iniciativas de Catalunya. El aumento del prestigio del gobierno
autónomo catalán era visto con buenos ojos, frente al predominio de los
anarcosindicalistas, sin embargo provocaba recelos y suspicacias por la actitud
nacionalista de los dirigentes catalanistas.
"Los elementos del poder Central criticaron mucho esta operación. Se
ha tratado de justificar la falta de apoyo inicial, así como la orden de retirar
los barcos de guerra y mercantes del escenario de esa acción de guerra. Esa
actitud obedecía a un propósito bien claro: impedir o dificultar las
pretensiones de la Generalitat, que esperaba fortalecer su posición política en
Catalunya, Baleares y Levante..." (474).
El 8 de
Agosto finalizaba triunfalmente, la conquista del resto de las islas menores,
Formentera e Ibiza, que se encontraban en manos de los militares sublevados.
Seguidamente, Alberto Bayo retornó a Barcelona para reclamar el envío de
cañones, que consideraba necesarios para poder llevar a cabo el desembarco y la
conquista de la isla de Mallorca. La respuesta del Comité Central de Milicias
fue la de exigir el inicio de la ofensiva,
exclusivamente con los materiales de los que se disponía. Una fuerte
desconfianza y antipatía existía entre los responsables del Comité y el mando
militar máximo de la operación.
El 18 de
Agosto, desembarcaba un contingente armado de 2.500 hombres en las playas más
desérticas de Mallorca, lejos de los principales núcleos urbanos. En pocas
horas, las columnas milicianas dominaron las costas comprendidas entre
Porto Cristo y Artá. La ofensiva llegó a tener una profundidad de unos diez
kilómetros de profundidad en dirección hacia Manacor, localidad que no pudo ser
tomada. Tras los primeros éxitos, la resistencia de la guarnición empezó a ser
cada vez más fuerte, apoyada por las primeras incursiones de la aviación
italiana.
La
expedición adoleció, desde los primeros momentos del desembarco, de la
falta del armamento adecuado para la ofensiva. Al parecer, el escaso material
que les fue suministrado, llegó demasiado tarde, cuando las órdenes de
retirada, procedentes del gobierno central, ya estaban dadas.
El comandante
Guarner fue enviado por el Comité de Milicias a la isla, para supervisar la
marcha de la ofensiva. Su informe sería tajante, el éxito de la
expedición dependía de que fuera suministrado el material que Alberto Bayo
reclamaba. Sin embargo, los suministros sólo llegaron en cantidades muy
limitadas, e incluso parece ser que las órdenes dadas desde este organismo para
que fuera enviado el material tampoco fueron obedecidas.
Simultáneamente a la realización de las operaciones militares, una serie de
cambios se estaban produciendo en la retaguardia republicana. Prieto iniciaba
su ofensiva contra la expedición a Mallorca, ridiculizándola en las páginas del
diario "Informaciones" de Madrid.
"La reconquista de cualquier provincia española vale muchísimo más que la
toma de Mallorca. No iban los facciosos mallorquines a nado con el fusil a la
espalda a invadirnos por Levante" (475).
La actitud
del gobierno central estaba marcada por una profunda desconfianza hacia la
iniciativa catalana. Sin duda alguna, el éxito de la expedición habría
reforzado enormemente el prestigio del gobierno autónomo catalán que se
mostraba excesivamente independiente frente al gobierno central e
indirectamente también hubiera beneficiado al Comité Central, que se había
convertido en la auténtica dirección de la operación.
La
dependencia en la cuestión del armamento del Comité Central hacia el gobierno
central se hizo patente. El hecho de que el gobierno republicano controlara la Aviación y la Marina se convirtió en una eficaz arma de presión para conseguir la retirada
inmediata de los expedicionarios de la isla. Bayo considera que Prieto fue el
principal responsable del ultimátum que dió el gobierno central a la
expedición.
"La retirada se debe a él. El la exigió para entrar en el Ministerio de
Defensa y ésa orden fue dada porque él no creyó en la empresa, como no creyó en
ninguna de las que pretendimos hacer en nuestra guerra" (476).
Las órdenes
del gobierno republicano central fueron tajantes. Se ordenaba la retirada
inmediata de las tropas expedicionarias que se encontraban en Mallorca. La
retirada de las milicias se inició en la noche del 2 al 3 de Septiembre. La
precipitación fue tal, que una gran cantidad de material bélico y
numerosos milicianos quedaron abandonados en tierra, siendo apresados por la
guarnición de la isla, y fusilados la mayoría de ellos.
Tras la
llegada a Barcelona, Alberto Bayo tuvo que presentarse ante el Comité
Central y ante Juan García Oliver, responsable máximo de las milicias, para
rendir cuentas del fracaso de la expedición. Al parecer, en Barcelona,
tanto el gobierno de la Generalitat como el Comité de Milicias ignoraban
las razones de la retirada de la expedición.
El fracaso
de la operación se debió, no tanto a los errores tácticos de las milicias, que
fueron muchos, como a la rivalidad existente entre los diferentes
poderes, y lo que éstos representaban. Una vez más, para el gobierno
republicano, primaban más los aspectos políticos (la liquidación de la
revolución) sobre los militares y la evolución de la guerra (la derrota del
ejército franquista).
La
descoordinación política entre los distintos poderes, gobierno autónomo,
Gobierno de la República y Comité Central, era absoluta, agravada por la lucha
a muerte que existía entre ellos. Los dos primeros encarnaban al viejo poder
burgués, en sus dos versiones, la central y la nacionalista, el último era, al
fin y al cabo, un organismo de poder surgido de la revolución, que debía ser
combatido hasta su desaparición definitiva.
4.4.6 Solidaridad con otros frentes. Valencia, Irún y Madrid.
Las jornadas
de Julio comportaron la derrota de los sublevados en la mayor parte de la
península y el derrumbe de las instituciones republicanas. Sin embargo, y pese
al triunfo de los revolucionarios, la victoria de la revolución de los comités
solo había alcanzado la primera etapa. La no aparición de un auténtico poder
revolucionario a nivel estatal implicó la existencia de un inestable período de
dualidad de poderes.
A pesar de
la profundidad que había adquirido la revolución en Catalunya, respecto al
resto del estado, que se mantenía fuera del poder de los sublevados, los
peligros seguían siendo reales. En este sentido, y no en otro, podemos entender
la curiosa e ingenua combinación de la táctica del anarcosindicalismo. Negarse
a la toma del poder político que la revolución había puesto en sus manos en
Catalunya, para extenderla al resto de la península, mientras intentaba
extender su influencia política mediante las milicias obreras, a través de una
política de colaboración y de compromiso con las derruidas instituciones
republicanas.
El
anarcosindicalismo, triunfante en Catalunya, contaba con una fuerte presencia
en las provincias del Levante y en otras zonas del estado que debía mantener a
toda costa. Sus victorias militares, indudablemente, hubieran aumentado
enormemente el prestigio de sus columnas armadas, y por lo tanto, de su propio
proyecto revolucionario. Por otra parte, el Comité Central de Milicias tenía
que evitar, a toda costa, que la Catalunya revolucionaria quedara aislada,
geográfica y políticamente, del resto del estado, donde habían fracasado los
insurgentes. El peligro de aislamiento que corrían los revolucionarios
catalanes provenía de dos frentes: la victoria de los sublevados y la
recuperación total del control político por parte de las instituciones
republicanas y de sus aliados del Frente Popular. Por este motivo, la primera
industria bélica de Catalunya, envió grandes cantidades de municiones y de
material de guerra a otras zonas de la península, cuando el mismo frente de
Aragón padecía una escasez angustiosa.
"Hemos entregado armas y municiones a todos los frentes: a Córdoba, a
Málaga, al Centro, a Levante, a Irún, etc.; hemos proporcionado algunas piezas
de artillería a los frentes del sur, al mismo tiempo que sosteníamos la campaña
de Mallorca y nuestra empresa de reconquista de Aragón, sin hablar de material
sanitario, ambulancias, camiones, víveres, ropas, obuses de artillería de todos
los calibres, que habíamos comenzado a fabricar en gran escala".
"A la misma defensa de Madrid, hemos contribuido desde Catalunya con unos
diez mil hombres armados..." (477).
En los
primeros momentos del triunfo en Catalunya, el Comité Central de Milicias no
sólo tuvo que enfrentarse a la amenaza de los sublevados, que habían triunfado
en Zaragoza y en el resto de la región aragonesa, sino que tuvo que asegurar
que la vacilación de las guarniciones militares existentes en Valencia, se
tradujera en el triunfo del Comité Ejecutivo Popular y no en el de los
partidarios de los facciosos. Las directrices de la junta enviada por el
gobierno de Giral, dirigida por Martínez Barrio, y encargada de mantener la
autoridad del estado republicano en la región fueron claramente
desmovilizadoras. La junta gubernamental, apoyada únicamente por el Partido
Comunista, pretendía que fuera desconvocada la huelga general, organizada por
los sindicatos, negociar las condiciones para conseguir la neutralidad de
las tropas acantonadas en la zona, que estaban dirigidas por el general
Martínez Monje y la disolución inmediata del Comité Ejecutivo Popular.
Las órdenes
gubernamentales fueron desobedecidas por la población que seguía desconfiando
de las sospechosas muestras de lealtad republicana que ofrecía Martínez Monje,
mientras sus tropas continuaban acuarteladas en sus guarniciones, y vigiladas
estrechamente por la población. El Comité Ejecutivo Popular de Levante continuó
funcionando al margen de la junta de Martínez Barrio, que era desobedecida y
arrinconada por los trabajadores.
Mientras los
militares, en Valencia, dudaban en sumarse a la sublevación, el Comité Central
de Milicias de Catalunya amenazaba a las autoridades republicanas, que exigían
la desmovilización popular y la restauración inmediata de su autoridad, con el
envío de columnas de milicianos para apoyar a los sectores revolucionarios.
Cuando a
finales del mes de Julio, los militares de Valencia decidieron sumarse a la
sublevación, los obreros valencianos, dirigidos por el Comité Ejecutivo
Popular, se lanzaron a sofocar el levantamiento con armas procedentes de los
suministros que habían llegado por el Comité Central de Milicias de Catalunya y
también por las organizaciones anarcosindicalistas de Barcelona y de Madrid.
Indudablemente, el factor catalán contribuyó decisivamente a la victoria de los
revolucionarios en Levante.
La victoria
de los revolucionarios en Catalunya fue fundamental para la moral de los
trabajadores valencianos al enfrentarse a los sublevados y, sin ninguna duda,
fue en detrimento de la de éstos. También la llegada de armas procedentes de
Barcelona contribuyó a aumentar las posibilidades de éxito para los
revolucionarios levantinos en su combate para sofocar la sublevación.
El resultado
fue el completo desmoronamiento, como en Catalunya, de las autoridades republicanas
de la región y la derrota total de los insurgentes. El Comité Ejecutivo Popular
se constituía como la junta de poder territorial en la región hasta la llegada,
pocos meses después, el 7 de Noviembre, del gobierno republicano central, ahora
presidido por Largo Caballero, que abandonaba Madrid, en peligro de caer en
manos del ejército franquista. La negativa de los libertarios a constituir un
auténtico gobierno revolucionario, tanto en Catalunya como en Valencia, fue la
causa principal de la rápida decadencia que sufrió el Comité
Ejecutivo Popular, a la llegada de las autoridades republicanas.
"... su duración fue efímera pues el traslado del gobierno central a
Valencia no tardó en asfixiarlo y no permitió que realizara nada comparable a
la obra del Consejo de Economía de Catalunya...".
"Cuando el 7 de Noviembre de 1936 el gobierno de Largo Caballero se
instaló en Valencia, el Comité Ejecutivo Popular empezó a debilitarse y
desapareció en el mes de Diciembre. Fue reemplazado por Consejos provinciales
en cada una de las cinco provincias de Levante..." (478).
La victoria
militar de los revolucionarios levantinos no era suficiente. Su indiscutible
victoria, su poder indiscutido en la ciudad de Valencia, tenía que ir
acompañada de una verdadera voluntad para constituirse en el único poder en la
región, en el poder de la revolución triunfante. La voluntad de
"colaboración democrática" que alentaba a la CNT, marcó el final del Comité Ejecutivo Popular levantino.
La ofensiva
que los sublevados, dirigidos por el general Mola, desencadenaron contra
Euskadi y contra todo el frente norte se centró en la toma de la
población de Irún, única vía terrestre que mantenía la zona republicana,
conectada con Francia. Las columnas libertarias que defendían y controlaban la
localidad, fueron abandonadas por las milicias nacionalistas vascas y por las
autoridades francesas, que en nombre del pacto de "no intervención"
bloquearon en Hendaya, un importante convoy de municiones que envió el Comité Central
de Milicias de Catalunya en auxilio de los combatientes.
"Irún no pedía aviación, ni artillería, pedía solamente fusiles, algunas
ametralladoras, municiones. Nos llegaron algunas delegaciones para exponer la
situación angustiosa en que se encontraban los combatientes de aquella región,
por falta de armas y de municiones. Nos aseguraron que Irún no caería si
se les facilitaban medios para defenderse. Todas las tentativas que habían
hecho ante el gobierno de Madrid para obtener algún armamento habían sido
estériles y los emisarios dirigieron sus pasos hacia Catalunya en demanda de
auxilio".
"... No podíamos abastecer a las milicias de Aragón, que reclamaban en
vano el envío de municiones. Se planteó algunas veces el problema de Irún en el
Comité de Milicias; pero nuestras disponibilidades se habían agotado por
completo".
"Comprendimos que Madrid abandonaba a ese bravo pueblo norteño y que
nosotros, por muchos sacrificios que hiciésemos, no podíamos salvarles"
(479).
Según el
testimonio de Diego Abad de Santillán, el Comité Central de Milicias tuvo que
recurrir a los comités locales y de defensa, para conseguir el armamento que
pedían los defensores de Irún, ya que las existencias de armamento y municiones
en su poder, eran casi inexistentes. Una pequeña parte de las armas consiguió
llegar a manos de la Federación Local de Sindicatos Únicos de Irún. Sin
embargo, un importante cargamento de municiones, que resultaba indispensable
para la defensa de la ciudad, no pudo llegar a tiempo, por el boicot francés y
por la negativa del gobierno de Madrid a suministrar el transporte aéreo
adecuado.
A pesar de
la desesperada resistencia de los defensores, reforzados por la llegada de unos
centenares de milicianos procedentes de Catalunya, que llegaron a través de la
frontera francesa, el 5 de Septiembre Irún caía en manos del ejército
franquista, completamente abandonada por Madrid y por las instituciones vascas.
La caída de la ciudad significaba el aislamiento completo de la zona republicana
del norte y también, su principio del fin.
Sin embargo,
el capítulo más importante de la intervención catalana, fuera de sus fronteras
naturales (es decir, salvo el frente de Aragón y el desembarco en Mallorca)
fue, sin ninguna duda, la ayuda que se prestó a la defensa de Madrid. La
capital del estado era uno de los objetivos principales del ejército
franquista. La toma de Madrid hubiera significado una baza política decisiva
para el reconocimiento diplomático del gobierno de la Junta militar de Burgos. Sin embargo, Franco y su estado mayor cometieron el error de
subestimar a sus adversarios, las milicias revolucionarias. El rápido avance de
las fuerzas africanistas hacia la capital, se vió desviado, a finales de
Septiembre, hacia la ciudad de Toledo, donde un puñado de guardia civiles y de
militares se defendía en el Alcázar de la ciudad. La conquista de Toledo por el
ejército franquista, dió un tiempo precioso a las tropas milicianas, que
estaban organizando la defensa de Madrid.
La
contribución catalana en armamento y en hombres a la defensa, primero del
frente de Talavera, y después de la capital, fue importante. El 10 de
Septiembre llegaba a Madrid la centuria italo-catalana Gastone Stozzi, para
integrarse en las milicias comunistas del V Regimiento. A finales del mismo
mes, la columna "Libertad", integrada por milicianos
comunistas, entraba en combate en la zona centro, en el frente de Talavera. Con
posterioridad llegaba a la capital madrileña la columna "Tierra y Libertad"
con mil quinientos voluntarios, bajo la responsabilidad de Federica Montseny y
por Diego Abad de Santillán. La columna libertaria se formó con voluntarios
procedentes de la malograda expedición a Mallorca. Sin embargo, al parecer, la
columna se formó a espaldas del Comité Central de Milicias. Al parecer y según
el testimonio del García Oliver, la formación de esta columna fue motivo de
roces y de enfrentamientos entre los dirigentes de la CNT en el Comité Central de Milicias (480).
Posteriormente
otros nuevos contingentes de las milicias catalanas se incorporaron a la
defensa de Madrid, entre ellos destacaron por su importancia, las milicias
poumistas y la columna dirigida por Durruti que se batió en la ciudad
universitaria. Sin embargo, estas nuevas incorporaciones se dieron fuera del
período del trabajo que nos ocupa, en pleno retroceso del movimiento
revolucionario en Catalunya y en el resto el estado.
4.4.7 Los Consejos de soldados.
El fenómeno
de los comités es una característica peculiar del espontaneismo de la
revolución española. La fiebre de los comités se extendió a todo el territorio
de la República, donde los militares habían sido derrotados, y también alcanzó
e inundó a todo el panorama político y económico de esta zona (los comités
adquirieron funciones políticas y económicas, ocupando el vacío político que
habían dejado las instituciones de poder republicanas y la burguesía que se
había dado a la fuga).
Los comités
revolucionarios también aparecieron, desde los primeros momentos, en las filas
de los semidisueltos cuerpos policiales y en los restos del ejército que
se había mantenido fieles a la autoridad del gobierno. La fiebre
revolucionaria había contagiado a los restos del brazo armado con los que
contaba el Estado republicano burgués.
La ola
espontánea, creadora de los comités, fue aprovechada por el Comité Central para
asegurarse el control de dichos cuerpos y de las recién organizadas milicias
revolucionarias.
Consejos de
Obreros y Soldados, supeditados a las directrices políticas del
Comité de milicias, fueron creados entre los restos de los cuerpos de
Aviación, Infantería y Artillería que se habían mantenido leales al gobierno
republicano; también aparecieron entre los carabineros, empleados de Aduanas,
Mozos de Escuadra y en Sanidad, por iniciativa del departamento de guerra.
"Para asegurarse el control de las recién organizadas milicias y limpiar
las fuerzas gubernamentales de posibles traidores, la CNT y la UGT introdujeron un sistema de consejos de obreros y soldados. Fue en Barcelona
donde primero se organizaron, extendiéndose luego por Levante, Andalucía y
hasta Madrid. Los consejos no tenían por misión asumir la dirección militar de
las operaciones, sino la de impedir que el control político de las unidades
armadas pasara de las organizaciones obreras a los oficiales profesionales que
actuaban en calidad de asesores técnicos de las milicias" (481).
John
Brademas recoge el testimonio, especialmente revelador, de uno de los
principales creadores de los Consejos de Obreros y de Soldados, que estaban
compuestos por tres delegados cenetistas y por tres ugetistas:
"La creación de los comités fue determinada por la necesidad de continuar
la lucha y de tener la confianza más absoluta en las decisiones generales del
mando militar... Las milicias obreras necesitaban una dirección garantizada. La
consiguieron, mezclando sus propios elementos a los que, elegidos por los
cuerpos y unidades militares respectivas, tenían idéntico fin: <<luchar
unidos, bajo una dirección responsable y leal...>>" (482).
Los comités
de soldados que actuaban bajo la dirección política del Comité Central de
Consejos, subordinado a su vez al Comité Central de Barcelona, mantenían el
control y la vigilancia sobre los militares profesionales que combatían al lado
de las milicias. También atendían a los problemas y conflictos de disciplina
que sucedían en los cuarteles y en el frente.
El propósito
de los anarcosindicalistas era poder romper definitivamente la disciplina y los
sentimientos corporativistas que todavía pudieran anidar en los cuerpos
policiales, y evitar que en el futuro, pudieran ser utilizados contra los
sectores revolucionarios.
"Los Consejos de Obreros y Soldados los creamos para hacer imposible la
sublevación de los guardias civiles, cosa que se logró. Pero también para
impedir el éxito de las maniobras que los comunistas realizaban en el resto de la España republicana, donde con la complicidad de socialistas y republicanos, se estaban
apoderando de todos los mandos de las fuerzas armadas..." (483).
Los Consejos
de Obreros y de Soldados, fomentados por el Comité Central de milicias,
contaron, desde los primeros momentos, con la oposición de los comunistas del
PSUC, que veían en ellos organismos que introducirían, en los ya destartalados
cuerpos policiales de la República, elementos de indisciplina y de
desintegración.
"La idea fue apoyada por Brotons y por aquellos jefes y oficiales que, en
tales consejos, veían el mejor y más eficaz instrumento para introducir un
elemento corrosivo en la disciplina de la Guardia Civil. Una institución de esa índole, de férreos reglamentos, deja de ser efectiva,
cuando se le introduce el germen de la discusión y la falta de respeto a la
autoridad. Fácil es darse cuenta de que los anarquistas, con esto, le hacían el
juego a los enemigos de la República y a sus propios enemigos" (484).
Los Consejos
de Obreros y de Soldados, como toda la estructura de comités revolucionarios
que se había formado por doquier, entre los milicianos y entre los cuerpos
policiales fieles a la República, dificultaba los planes del PSUC y del
gobierno de la Generalitat para dotarse de una fuerza de choque fiel, para
poder contrarrestar la hegemonía de la CNT.
Sin embargo,
los partidarios de la restauración republicana contaban con un elemento que iba
a ser decisivo para sus propósitos. El compromiso político del anarcosindicalismo
para respetar la existencia de las antiguas autoridades republicanas iba
acompañado, implícitamente, de la no disolución de las viejas fuerzas de orden
público, lo que, a pesar de la actividad de los comités y de los consejos en su
seno, permitió al Front d'Esquerres y al gobierno de la Generalitat, ir recuperando, poco a poco, sus efectivos y por lo tanto, también su perdido
poder.
Los
Consejos, quedaron mortalmente heridos por la posterior desaparición del Comité
Central de Milicias, y acabaron por desaparecer después de Noviembre, para dar
paso a los comisarios políticos. La figura del "comisariado
político", copia superficial de los que existieron en el seno del Ejército
Rojo soviético, demostraron ser un instrumento mucho más sumiso que los
Consejos, para los planes de los partidarios de la reconstrucción de la República y de su ejército.
4.4.8 Las Brigadas Internacionales.
Independientemente del heroísmo, del sentimiento de solidaridad y de los
ideales internacionalistas que animaron a cerca de 35.000 voluntarios de
59 países, a combatir junto a los revolucionarios y al gobierno de la República, contra la reacción franquista, las brigadas internacionales fueron un instrumento
político.
La mayor parte
de las columnas de voluntarios procedentes de estos países fueron formadas por
los partidos comunistas, siguiendo las instrucciones dadas por la Komintern. También existieron numerosos grupos que intervinieron en la contienda bajo las
siglas de otras organizaciones de otros países. libertarias, socialistas,
trotskistas y toda una amplia gama de variantes izquierdistas... El hecho de
que muchos de los voluntarios internacionalistas no militaran en las secciones
nacionales comunistas, no significa que éstas, no estuvieran organizadas y
dirigidas por destacados agentes estalinistas.
Entre éstos,
quizás merece destacar la figura del general Emilio Kebler, cuyo verdadero
nombre era Stern, y que había participado anteriormente en otras misiones en
China, para los dirigentes de la Komintern, André Marty y Luigi Longo, André
Malraux... (485).
Sin duda
alguna, la importancia de la participación de las brigadas internacionales en
los combates, y en concreto, en la defensa de Madrid, fueron importantes,
aunque numerosos políticos e historiadores se han cuestionado que ésta llegara
a ser decisiva para rechazar la ofensiva franquista que amenazaba con
apoderarse de la capital (486). Sin embargo no es objetivo de este trabajo
tratar a fondo este debate, sino la importancia política que supusieron las
brigadas internacionales.
El envío de
las primeras armas soviéticas y la llegada de las primeras columnas de
voluntarios internacionalistas ponía en evidencia el cambio que se había
producido en la política llevada a cabo por Stalin. La postura de
"no intervención" no podía mantenerse sin graves consecuencias.
"La URSS no podía eludir su deber de solidaridad activa con el pueblo
español en armas, so pena de desacreditarse ante el proletariado mundial. Este
deber coincidía, por un lado, con la orientación antihitleriana de la política
exterior soviética en este período" (487).
Por otro
lado, la política de Stalin se encaminaba a una mayor defensa de los intereses
de la burocracia del Kremlin en su búsqueda de consolidar su alianza con
Francia y poder extenderla hacia Gran Bretaña. Política que estaba siendo
gravemente cuestionada por los acontecimientos revolucionarios de España.
El armamento
y las brigadas iban a convertirse en un verdadero caballo de Troya para
la penetración política del estalinismo en la guerra civil española, en su
defensa del poder republicano y de la naturaleza supuestamente
democrático burguesa de la revolución.
Junto a las
brigadas de voluntarios internacionales y los suministros de armas, llegaron,
también, numerosos agentes de la GPU estalinista, dispuestos a asesorar y
ayudar a la sección española de la Komintern, el PCE y el PSUC, para aumentar y
consolidar su creciente control político sobre la situación. Indudablemente las
brigadas internacionales constituyeron una importante base para la formación de
los primeros contingentes militares del que iba a convertirse, unos meses más
tarde, en el nuevo ejército de la República.
La oposición
a las brigadas internacionales partió de diferentes organizaciones, que
consideraban que el aporte de unos miles de voluntarios de diversos países no
iba a contribuir en nada, o en casi nada, a la victoria sobre el ejército
franquista, y en cambio adivinaban o presentían que éstas formaban parte de los
planes de Stalin para intervenir en la guerra civil española. Socialistas
de izquierdas y libertarios recelaron de los verdaderos propósitos del PCE-PSUC
en su apoyo a la entrada de los voluntarios internacionales. El argumento de
los anarcosindicalistas estaba cargado de razón, en la guerra sobraban hombres
y faltaban armas.
"Para tener un primer instrumento de dominación en la mano, el Gobierno
central, asesorado por la diplomacia rusa, dió entrada a las llamadas brigadas
internacionales, con el pretexto infame de que las milicias no sabían batirse
ni obedecían. ¡No obedecían a quienes no debían obedecer!" (488).
En
Catalunya, el Comité Central de Milicias dió órdenes a los comités locales que
vigilaban las fronteras para que impidiesen el paso de los cientos de
voluntarios que esperaban entrar por Francia. Numerosos de estos brigadistas
fueron detenidos en la frontera y devueltos si carecían de los credenciales
exigidos por el Comité.
Pese a los
recelos que expresaron algunos de los sectores de los socialistas de izquierda,
el gobierno republicano y las organizaciones del Frente Popular apoyaron la
formación y entrada de las brigadas. Sin duda alguna, su participación en la
contienda, facilitaría los planes de reconstrucción del ejército, y
constituiría también una de las bases más sólidas con las que contarían. Por
este motivo, Indalecio Prieto, ministro de la guerra en aquellos momentos, se
encargó de que los brigadistas que eran expulsados en la frontera
catalana fueran rápidamente embarcados en los puertos franceses de Séte y
Marsella para ser enviados a los de Cartagena, Alicante y Almería, que
estaban controlados por el gobierno republicano.
Posteriormente y tras numerosas presiones, el Comité Central de Milicias tuvo
que dar marcha atrás y permitir la entrada de los voluntarios
internacionales.
"Finalmente, mediante su presión y en vista de los reveses de nuestras
fuerzas en el Centro, se permitió su entrada, no sin antes haber tenido choques
sangrientos para abrir brechas en la frontera".
"Los anarcosindicalistas, ayudados por los elementos del POUM,
argumentaban, como defensa de su negativa, que la mayor parte de los
voluntarios pertenecían al Partido Comunista, lo que era cierto. Decían que el
triunfo del comunismo en España significaría la liquidación del
anarcosindicalismo tal como había sucedido en Rusia" (489).
El cambio de
actitud de los anarcosindicalistas catalanes se debió, según el
testimonio de algunos de sus dirigentes, a su falta de comprensión que existía
sobre el verdadero significado político de las brigadas internacionales (490).
Impedir la entrada de los brigadistas significaba, forzosamente, enfrentarse a
los comunistas partidarios de Moscú y a sus aliados en el gobierno republicano,
lo que hubiera llevado a la ruptura y, en consecuencia, a la necesidad de
llevar la revolución hasta las últimas consecuencias. La postura de compromiso
y de "colaboración antifascista" colocaba a la CNT en una auténtica trampa, de la que, siendo consecuente con su política del momento, solo
podía escapar cediendo a las presiones de sus adversarios políticos del Frente
Popular.
4.4.9 Las primeras tentativas para recuperar el poder.
Los intentos
para reconstruir el viejo aparato estatal y recuperar el poder perdido a causa
de la revolución empezaron, de hecho, desde las mismas jornadas de Julio.
Apenas terminados los combates, el Gobierno de la Generalitat decretó una serie de concesiones y de mejoras laborales a los trabajadores
(jornada de trabajo de 40 horas, la aprobación de todas las bases de trabajo
presentadas antes del 19 de Julio, tal como las habían presentado los
sindicatos. aumento del 15% de los salarios, rebaja de los alquileres...).
Todas estas
medidas estaban destinadas a que el gobierno de Lluís Companys recuperara la
iniciativa perdida ante los revolucionarios. Sin duda alguna las consecuencias
de estas medidas fueron nefastas para la nueva economía en formación y se
dejarían ver en el período posterior, contribuyendo al aumento de los
índices de inflación. Otras medidas adoptadas eran completamente inadecuadas en
aquellos momentos en los que se iniciaba lo que iba a ser un largo y sangriento
conflicto bélico. Sin embargo, expresaba la firme voluntad del gobierno catalán
de no dejarse arrebatar su autoridad por la revolución triunfante, es decir, a
no desaparecer de la escena política, sin oponer resistencia. El dirigente
libertario Juan Peiró criticó duramente las improvisadas maniobras que había
llevado a cabo la Generalitat, en un artículo publicado en "Solidaridad
Obrera":
"A juicio mío, yerran fundamentalmente los que creen que es ahora el
momento propicio para implantar sendas reivindicaciones proletarias de tipo
social, como son la reducción de jornadas y el aumento de sueldos y salarios.
El error inicial ha partido de la Generalitat... yo presumo que el gesto del gobierno de la Generalitat ha querido ser un golpe de efecto para captarse las
simpatías del proletariado catalán" (491).
Esta
actitud, menospreciada durante los primeros meses por los dirigentes
libertarios, iba a ser la que iban a tomar, tanto el gobierno central de la República, como el de la Generalitat, hasta la recuperación total de su poder. Los
anarcosindicalistas habían permitido que las autoridades republicanas
sobrevivieran en Catalunya, aunque fuera adquiriendo una forma espectral y
simbólica, sin embargo seguían existiendo. Companys y sus aliados no podían
aceptar seguir vegetando indefinidamente, como una pretendida cobertura
"legal" de la revolución, hasta desaparecer, como consecuencia
de una nueva radicalización de la situación, o a causa de la victoria definitiva
de los militares sublevados. El hecho de que fuera de Catalunya y Aragón, las
fuerzas obreras mayoritarias fueran defensoras del orden republicano y del
programa del Frente Popular marcó la auténtica diferencia que existió en
los procesos y en la dinámica de las dos situaciones claramente
revolucionarias. El proceso de recuperación del poder republicano y en
contrapartida, el retroceso y la liquidación del de los comités fue muchísimo
más rápido a nivel estatal, mientras que en Catalunya y Aragón, la decadencia
de los organismos del poder revolucionario eran mucho más lenta.
Apenas unos
días después de las jornadas de Julio, el 24 del mismo mes, se daban
instrucciones en Madrid, para que los soldados pertenecientes al disuelto
ejército, se reincorporaran a los cuarteles para ponerse a disposición del
gobierno de la República. Junto a estas órdenes, se decretaba la movilización
de los reemplazos de 1933, 1934 y 1935. Una semana más tarde el
raquítico gobierno Giral estipulaba que los sueldos de los milicianos serían
pagados por el Estado. El decreto convertía a las milicias revolucionarias en
dependientes del gobierno. Eran los primeros signos de revitalización del poder
burgués republicano, después de las jornadas de Julio. Con estas medidas el
gobierno republicano pretendía conseguir un contrapeso a las milicias
revolucionarias que todavía dominaban las calles y las afueras de Madrid,
integrándolas en su órbita política.
Pese a todo,
el proceso de reconstrucción del viejo ejército no iba a ser tan sencillo.
Durante los siguientes meses, todos los intentos del gobierno Giral por
recuperar su brazo armado, apoyado por el PCE y por los sectores más moderados
del Frente Popular, acabaron en un rotundo fracaso. La revolución de los
comités también había calado hondo fuera de Catalunya, en toda la geografía
republicana. Las milicias obreras se habían convertido en el principal polo de
atracción de los nuevos reclutamientos. El plan para dotar a la República de un nuevo ejército tuvo que seguir madurando durante los siguientes meses, hasta
la formación del gobierno de Largo Caballero.
Paralelamente se pretendía reconstruir los cuerpos policiales. A principios del
mes de Agosto el gobierno hacía un llamamiento a la población para ingresar en
ellos. Sin embargo, las invitaciones fueron desoídas y el ingreso de
voluntarios, escaso. Finalmente se tuvo que incorporar a todos los
aspirantes que no habían podido ingresar en los cuerpos de policía, en el
período anterior a la contienda, para cubrir la falta de efectivos.
Pocos días
después, el 25 de Julio, el ministro de Gobernación decretaba, con el
consentimiento de la mayoría de las organizaciones obreras, que los servicios
de vigilancia de la ciudad serían llevados a cabo por las fuerzas
gubernamentales del Orden Público. Mientras que las milicias revolucionarias
tendrían que concentrarse en los cuarteles y la población debería entregar las
armas que pudiera tener en su poder. El consentimiento de las direcciones de
las organizaciones obreras a estos decretos, hicieron que éstos pudieran ser
llevados a la realidad.
Sin embargo,
los llamamientos del gobierno a desarmar la retaguardia fueron contestados por
las organizaciones obreras más izquierdistas y por los comités, que veían con
desconfianza las maniobras que estaba llevando a cabo el gobierno.
"Se han fijado en Madrid unos carteles que dicen así":
"<<Milicianos, las armas son para el frente. Pasearse por Madrid con
el fusil al hombro, mientras otros compañeros se baten en la sierra, se parece
mucho a una cobardía. Los que no sirvan para la guerra que devuelvan
inmediatamente el arma>>".
"En Madrid las cosas van mucho más despacio que en Barcelona. Aquí, unos
carteles de esta forma, provocarían tal indignación entre la clase trabajadora,
que sería necesario una rectificación contundente en evitación de un conflicto
grave" (492).
Efectivamente, la dinámica de la situación en Madrid y en Barcelona, sin dejar
de ser, ambas, revolucionarias, sí que tenían diferentes correlaciones de
fuerzas.
El
llamamiento de los reemplazos, hecho por el gobierno de Madrid y recogido por la Generalitat, provocó un fuerte conflicto en Catalunya y un amplio movimiento de rechazo entre
la población. En Barcelona, el 10 de Agosto se celebró una asamblea que reunió
a diez mil jóvenes pertenecientes a las quintas afectadas por el decreto. La
concentración votó y decidió sumarse a las milicias revolucionarias.
"Nosotros no rehuimos el cumplimiento de nuestro deber cívico y
revolucionario. Nosotros queremos ir a Zaragoza, a libertar a nuestros
hermanos, queremos ser milicianos de la libertad, pero no seremos, no podemos
ser soldados uniformados".
"Se ha demostrado palpablemente que el ejército regular era un peligro
para el pueblo, que la salvación del mismo, que la defensa de las libertades
ciudadanas reside pura y exclusivamente en las milicias populares..."
(493).
El Comité
Central de Milicias decidió tomar, finalmente, una postura de compromiso. El 6
de Agosto publicaba una nota en la que ordenaba que los nuevos soldados
acudiesen a los cuarteles para ponerse a disposición de los comités de
milicianos. Una vez más, el Comité de milicias adoptaba una posición
intermedia, obedecía el decreto al aceptar el reclutamiento forzoso de los
reemplazos, pero canalizaba el decreto hacia las milicias.
"El Comité Central de Milicias Antifascistas, de acuerdo con el Consejero
de Defensa de la Generalitat de Catalunya, ha decidido que los soldados de los
años 1934, 1935 y 1936, se reintegren inmediatamente a los cuarteles y que allí
se pongan a disposición de los comités de las milicias, constituidos bajo la
jurisdicción del Comité Central" (494).
El
reclutamiento de las nuevas tropas, que pasaron a fortalecer a las milicias, se
hizo por medio de los comités locales que existían por toda Catalunya, es
decir, al margen de los canales deseados por el gobierno de la Generalitat, que veía, una vez más, escapársele de las manos, las posibilidades de dotarse de
un contingente armado, bajo su disciplina. Sin embargo, la actitud política de la CNT significaba, en realidad, un nuevo paso atrás. Al aceptar "a su manera" el
decreto, reconocía la existencia y legitimidad del gobierno, y también "a
su manera", se sometía a la legalidad republicana.
Simultáneamente, y mientras fuera de Catalunya, las milicias de retaguardia
empezaban a ser arrinconadas y sometidas al gobierno de Giral, en Barcelona, el
10 de Agosto, el Comité Central daba a conocer el nuevo proyecto de
estructuración de las Patrullas de Control. Las fuerzas del Front d'Esquerres y
de la Generalitat eran todavía demasiado débiles para imponer sus criterios al
movimiento revolucionario. Sin embargo, los cuerpos policiales sujetos a la
disciplina de la Generalitat, siguieron existiendo junto a las patrullas de
control, creando una duplicidad de funciones, que fue una permanente fuente de
enfrentamientos entre ambas partes. La política de compromiso del Comité
Central de Milicias con el gobierno catalán permitió que ambas policías
siguieran existiendo al mismo tiempo. El anarcosindicalismo, convencido de su
enorme fuerza, aceptaba la coexistencia sin darse cuenta, que no era suficiente
con la formación de consejos revolucionarios en el interior de los cuerpos
policiales, para asegurarse su fidelidad al orden revolucionario.
De forma
paralela, a los intentos de reconstrucción del ejército y de los antiguos
cuerpos policiales, el gobierno de la Generalitat buscó el fortalecimiento de su gobierno, mediante la integración de las fuerzas obreras que le eran
afines. Durante las primeras semanas de Julio, el gobierno catalán no pudo
tomar otra actitud, frente al Comité de Milicias, que refrendar sus decisiones.
Sin embargo, y progresivamente, la dualidad de poderes existentes entre el
Comité Central y la Generalitat se transformó en una competencia entre ambos,
en una duplicidad de funciones y acciones, que se intercalaban y se
dificultaban mutuamente.
El 31 de
Julio el gobierno de la Generalitat daba a conocer, en el Butlletí
Oficial, un decreto por el que se aceptaba las dimisiones de todo el gabinete.
En la misma publicación, se daban a conocer los nombres, de los que pasarían a
ser los nuevos consejeros. El nuevo gobierno incluiría, además de los delegados
de ERC, AC y UdR (que ya estaban presentes en el gobierno anterior) a tres
representantes del Partido Socialista Unificado de Catalunya (Joan Comorera i
Soler, conseller de Economía; Estanislao Ruiz i Ponseti, de avituallamientos y
Rafael Vidiella en comunicaciones). El mismo Lluis Companys se autonombraba
presidente de Catalunya, delegando la presidencia de la Generalitat a Joan Casanovas. La maniobra de Lluís Companys se completaba con el nombramiento
del teniente coronel Felipe Díaz Sandino en la nueva Consejería de Defensa, con
el objetivo de fortalecer el proyecto militar de la Generalitat.
La entrada
del PSUC en el gobierno catalán, una organización que estaba en
alza, y que empezaba a destacarse por su enérgica defensa del orden
republicano, frente a la revolución, reforzaba su autoridad política, y por lo
tanto, cuestionaba el papel del Comité Central de Milicias y comprometía
gravemente a la misma revolución. Era evidente que la recomposición del
gobierno catalán apuntaba en esa dirección política. El hecho de que se
hubieran sido creados con anterioridad las consejerías de Defensa, Servicios
Públicos, Aprovisionamiento y Comunicaciones, copiando la estructura del
Comité Central de Milicias, refleja su intención de sustituirlo
definitivamente, cuando las circunstancias lo hicieran posible.
La CNT-FAI y el POUM así lo entendieron en sus declaraciones.
La reacción
de los sectores más izquierdistas del Comité Central fue inmediata. Los
representantes anarcosindicalistas exigieron la inmediata disolución del nuevo
gabinete y la renuncia de los representantes del PSUC, mientras que el POUM
pedía el reforzamiento del Comité de Milicias o la formación de un gobierno
obrero, que respondiera a la nueva situación y que superara, definitivamente,
al Front d'Esquerres.
"Era obvio que, al tomar posesión de sus puestos en el gobierno de la Generalitat, los representantes de la Esquerra, del PSUC y de los rabassaires dejarían de
presentarse en el Comité de Milicias, donde quedaríamos solamente nosotros y el
POUM. Habría pues, que abandonar las socializaciones y colectivizaciones que se
sostenían al amparo del Comité de Milicias..." (495).
Sin embargo,
las reacciones de rechazo no parecen haber sido ni tan claras ni tan
homogéneas. Juan García Oliver afirma que el nombramiento del nuevo gobierno
fue llevado a cabo con el consentimiento del Comité Regional de la CNT, a instancias de Federica Montseny y de Marianet, secretario de la organización, y
sin que hubiera llegado a oídos de los representantes libertarios del Comité de
Milicias. La versión del historiador estalinista Manuel D. Benavides coincide
por completo con la suya (496).
Esta
explicación de los hechos no es tan descabellada, si tenemos en
cuenta que eran los anarcosindicalistas los que dominaban la situación
revolucionaria en Catalunya, y que el gobierno de la Generalitat había tenido que maniobrar con exquisita prudencia hasta el momento. El visto
bueno del Comité Regional cenetista habría supuesto, de hecho, el fin del
Comité Central de Milicias y no, una amenaza a la larga, como lo interpreta
Caminal (497).
"De dejar a Casanovas seguir con su maniobra, el Comité de Milicias,
órgano de la fuerza revolucionaria de nuestras organizaciones, habría dejado de
existir. El dilema era sencillo: o revolución adelante con el Comité de
Milicias, o regresión al punto de partida burgués con el gobierno de Casanovas
en la Generalitat de Catalunya" (498).
Finalmente
la posición de Juan García Oliver se impuso entre los dirigentes cenetistas. En
una reunión con Joan Casanovas, los delegados libertarios Juan García
Oliver, Aurelio Fernández, Marcos Alcón y Marianet, exigieron que se acabara
con la nueva situación creada, so pena de provocar el enfrentamiento con los
sectores revolucionarios.
La postura
del POUM fue mucho más dura que la de la CNT y de la FAI. Su posición política fue recogida en el artículo editorial de "La Batalla":
"La solución está en la aplicación de la economía socialista...
desgraciadamente quienes parecen no comprender este estado de cosas, son las
fracciones y partidos del proletariado, al no plantear la constitución del
gobierno obrero, como nuestro partido preconiza, aceptan la imposición de un
cadáver político...".
"La política de los partidos y organizaciones obreras consiste
prácticamente en delegar su representación en los gobernantes
burgueses..." (499).
En un artículo
publicado el mismo día, titulado "ante la nueva crisis de la Generalitat", el POUM criticó duramente la actitud de los anarcosindicalistas ante la
crisis. Desde la óptica política del artículo, la exigencia de los
libertarios para que el PSUC renunciara a los puestos en el gobierno, sólo
beneficiaba a ERC, al darle una representación en la vida política que no
tenía. Lo asombroso de la posición poumista era defender tal afirmación, en
aquellas circunstancias. La entrada del PSUC en el gobierno de la Generalitat no ayudaba en absoluto a la radicalización de la Catalunya revolucionaria, ni tan siquiera a la del gobierno catalán. La integración de los
representantes comunistas tenía una sola intención, revitalizar la espectral
posición del gobierno frente a la revolución y el Comité Central de Milicias.
En esta cuestión, la posición política de ERC y del PSUC apenas se
diferenciaban.
En el
periódico del día siguiente, el POUM se mostraba partidario de radicalizar la
situación.
"Por eso nuestro partido exige hoy el poder para la clase trabajadora,
mediante la formación de un gobierno obrero y la convocatoria de una asamblea
constituyente, sobre la base de los comités de obreros, campesinos y
combatientes (milicianos, soldados y guardias)" (500).
Sin embargo,
la postura real del POUM no era tampoco tan radical como aquellas consignas
parecían apuntar. Pocos días después, esta organización se integraba en uno de
los principales organismos de colaboración con el gobierno de la Generalitat: El Consejo de Economía de Catalunya. Este hecho político entraría en
contradicción con la radicalización poumista.
El ultimátum
de la CNT y de la FAI provocó la crisis y la dimisión fulminante del recién
formado gabinete. En el mismo día, se publicaba un nuevo decreto por el que
Companys aceptaba su dimisión en pleno y la formación de uno nuevo, en el que
desaparecían los nombres de los representantes del PSUC. La maniobra de Lluís
Companys había sido demasiado prematura y los efectos evidenciaron
que el anarcosindicalismo seguía teniendo la indiscutible hegemonía en
Catalunya.
Días
después, la autoridad política del gobierno autónomo quedaba nuevamente
debilitada por la dimisión del capitán Escofet y de los hermanos Guarner de la Consejería de Orden Público
La dimisión del gabinete fue explicada por Casanovas en la prensa, como una
renuncia "amistosa" de los representantes comunistas, para evitar los
roces con otras organizaciones y salvar la "unidad antifascista".
"El señor presidente ha recibido a los periodistas por la tarde, y les ha
dicho: el señor Casanovas me ha dado cuentas por haberse declarado la crisis
total del gobierno, motivada por el deseo que le había animado de congregar las
mayores asistencias de elementos de avanzada, en lugar de conseguir su
objetivo, resultaba que podía crearse un ambiente de recelo o de contrariedad
que en lugar de sumar el esfuerzo de todos, podía aumentar las diferencias de
orden sindical" (501).
La marcha
atrás, efectuada por Companys y por Casanovas, fue considerada por el
PSUC como una muestra más de la docilidad demostrada por ERC frente al
Comité de Milicias y duramente criticado. Una vez más, Esquerra retrocedía ante
el anarcosindicalismo y rehuía presentar combate.
"Dócil al Comité de Milicias, Casanovas, con el asentimiento de Companys,
sustituyó el gobierno del 1 de Agosto por otro de composición análoga al del 19
de Julio, y del que desaparecieron los representantes del PSUC" (502).
Sin embargo,
el fracaso de la maniobra, hizo comprender a los dirigentes del PSUC de que el
desenlace había sido inevitable. La revolución de los comités y la hegemonía
anarcosindicalista estaban todavía en la cresta de la cumbre y nada se podía
hacer, en aquellas condiciones, sin el consentimiento de los últimos.
"La resolución de la crisis gubernamental, convenció a Comorera de que el
acuerdo entre Companys y los dirigentes de la FAI y de la CNT, para constituir el Comité Central de Milicias Antifascistas, había sido inevitable. Él, que
había combatido tanto el <<faísmo cien por cien>>, que había dicho
que con la CNT no se podía decir nada, que acabaría identificándose faísmo y
<<failangismo>>, se daba cuenta de que no se podía hacer nada al
margen de la FAI y de la CNT. No había otra salida que intentar la unidad con
quién tenía la fuerza" (503).
No se podía
buscar el enfrentamiento de forma directa, sin provocar el desastre, que había
podido evitarse durante las jornadas de Julio. La reacción de la prensa del
PSUC ante la forzada renuncia de sus delegados fue muy moderada y sintomática
del cambio de actitud que se había operado en el seno de sus dirigentes.
"Su portavoz, <<Treball>>, publicaba una nota el día 5 de
Agosto en el que se decía que los consejeros Comorera y Vidiella habían tenido
que ausentarse de Barcelona para una misión especial y que habían sido
sustituidos por Joan Casanovas y Martí Esteve. Dos días más tarde, una vez
conocido el nuevo Consell Executiu, publicaban un editorial en el que se
justificaba la <<retirada>> de los consejeros del PSUC del gobierno
de la Generalitat para garantizar la unidad antifascista y también de las dos
centrales sindicales, UGT y CNT. Aclaraba, que el PSUC no compartía el criterio
según el cual los republicanos habían de darse por liquidados y, advirtiendo al
POUM, manifestaba que había que defender el frente antifascista por encima de
todo" (504).
Pocos días
más tarde, "Treball" acusaba a los poumistas de utilizar un lenguaje
falsamente izquierdista. Según el PSUC la revolución proletaria solo podría
desencadenarse tras un proceso de maduración de la revolución democrático
burguesa, etapa en la que los republicanos eran necesarios y debían formar
parte del frente "antifascista". Cualquier veleidad
"extremista" apuntaba, pues, a la ruptura de este frente único y por
lo tanto, solo podía ser contrarrevolucionaria (505).
Era
necesario, primero, preparar las condiciones que hicieran posible el
resurgimiento del poder republicano en Catalunya, y para ello, había que
integrar por completo, a la CNT, a la FAI y al POUM en la trampa del
colaboracionismo. La crisis del gobierno de la Generalitat también había puesto en evidencia que el anarcosindicalismo estaba muy lejos de
ser homogéneo, y que en su seno habían corrientes reformistas, cada vez más
declaradamente partidarias de colaborar con los gobiernos republicanos y de
la Generalitat de Catalunya, bajo la "unidad antifascista".
"En este Pleno regional de la CNT, a comienzos de Agosto de 1936, había ya
motivos para tomar conciencia de la ambigüedad en que se vivía entre un Govern
que no gobierna y una CNT cada día más comprometida en el proceso
revolucionario y, en razón de ellos, en la dirección real de los
acontecimientos. García Oliver y Durruti plantearon crudamente el problema: era
preciso salir de esa ambigüedad poniendo fin a una colaboración política que
desorientaba a la revolución, consumía energías e impedía llevar la revolución
hacia adelante".
"La fracción colaboracionista, pese al saldo negativo de esa teoría, y so
pretexto de que la ruptura del frente antifascista provocaría una guerra civil
entre los propios antifascistas, mantuvo su posición" (506).
Sin embargo,
era evidente para todos, que el enfrentamiento entre las dos fuerzas políticas,
la revolución de los comités y la contrarrevolución republicana iba a
producirse tarde o temprano. Las fuerzas políticas partidarias de la
restauración republicana, habían dado ya sus primeros pasos para recuperar el
terreno perdido en Julio. Pese a los compromisos políticos, pese al
colaboracionismo y las concesiones efectuadas por los líderes
anarcosindicalistas en aras de la "unidad antifascista", el choque
sangriento era sólo cuestión de tiempo.
Los
objetivos del PSUC y de ERC iban a conseguirse apenas dos meses más tarde con
la aceptación del anarcosindicalismo y del poumismo a integrarse en
un nuevo gobierno de concentración de la Generalitat. Esto significaría el fin del Comité Central de Milicias y el inicio de la
decadencia del movimiento revolucionario en Catalunya.
4.4.10 Las industrias de guerra.
Uno de los
problemas más acuciantes, con los que tuvo que enfrentarse el Comité Central de
Milicias, fue la dramática falta de armamento y de municiones, con las que se
encontraba la Catalunya revolucionaria. Tradicionalmente y por
circunstancias políticas, nunca había existido ningún tipo de industria de
armamento en Catalunya. De esta forma, el Estado central expresaba su desconfianza
histórica frente al movimiento nacionalista catalán.
El
tradicional recelo del gobierno republicano se
acentuó frente a la Catalunya revolucionaria que actuaba con completa
independencia de sus directrices. La actitud del gobierno republicano hasta el
verano de 1937, fecha en la que quedaría anulada definitivamente la autonomía
de Catalunya, fue la de negarse a enviar los pertrechos y el material de
guerra, que el Comité Central de Milicias y la Generalitat pedían, para poder hacer avanzar el frente aragonés.
La actitud
hostil del gobierno de Madrid, esta vez presidido por Largo Caballero, permitió
la caída de la fábrica de armamento de Toledo, en manos de los facciosos, antes
de que ésta pudiera ser trasladada a Catalunya, como habían pedido el
Comité Central de Milicias y el gobierno de la Generalitat, representados por Josep Tarradellas y por el coronel Jiménez de la Beraza. La respuesta del gobierno central fue tajante:
"(Catalunya) no fabricaría nunca ni un solo cartucho" (507).
La situación
que se había abierto con la situación de dualidad de poderes era especialmente
dramática. Era evidente que el armamento del que se
había apoderado el proletariado revolucionario bastaba para
vencer a los sublevados en las jornadas de Julio, pero era completamente
insuficiente para mantener una guerra que empezaba a adivinarse larga y
sangrienta.
El voluntarismo revolucionario de los obreros, en los primeros momentos,
construyendo camiones blindados que acompañaron a las primeras milicias
que partían hacia la conquista de Zaragoza no era suficiente. El Comité Central
de Milicias tuvo que negarse a seguir distribuyendo las armas que exigían
los comités locales en la retaguardia, hasta que pudiese solucionarse
la grave carestía que existía en el frente de Aragón.
La campaña
para requisar el armamento que había sido retenido en la retaguardia, tampoco
solucionaba nada. Como hemos analizado en capítulos anteriores, el objetivo de
desarmar a la retaguardia era más político que militar. La cifra de 60.000
fusiles de la que hablan numerosos testimonios de la época, era completamente
insuficiente para que las milicias pudieran romper el frente de los sublevados.
La artillería y las ametralladoras eran escasas, la munición mucho más, gran
parte de las piezas que se encontraban en manos de los revolucionarios se
encontraban en mal estado, y sin apenas personal técnico preparado para
repararlas. Era necesario crear, contra viento y marea, y en el menor espacio
de tiempo posible, una verdadera industria de guerra que solucionase la
acuciante escasez de material bélico.
"Una guerra de posiciones sería una guerra larga, que habría que sostener
en los frentes, que deberían ser ampliados hasta tapar al enemigo todas las
posibles rutas de penetración en Catalunya. Pero habría que alimentarla desde
la retaguardia, comprando, adquiriendo, donde fuese y como fuese, los
alimentos, los equipos, los armamentos. Mucho, casi todo, habría que
fabricarlo, empezando por crear la industria metalúrgica y química de
guerra" (508).
La Comisión de Industria de Guerra se creaba el 7 de Agosto, por un decreto del gobierno de la Generalitat. La Comisión quedaba, legalmente, bajo la presidencia del Consejero de Economía y
de Servicios Públicos. El gobierno de Catalunya sólo poseía la dirección
simbólica, la autoridad real estaba en manos de los anarcosindicalistas, que
eran la auténtica dirección del movimiento revolucionario en Catalunya y los
únicos que podían conseguir que los obreros industriales trabajasen hasta
cincuenta y seis horas o más, a la semana, sin percibir ningún tipo de
gratificación especial por el esfuerzo.
Aunque la
presidencia de la comisión estaba oficialmente en manos de Josep Tarradellas,
éste, no podía ser otra cosa por el momento, que un rehén político del Comité
Central de Milicias. Sin embargo, gracias a ello, el gobierno de Companys podía
seguir existiendo, ratificando mediante decretos las directrices de los dirigentes
libertarios, y aprovechando las situaciones para ir aumentando, poco a poco, su
poder.
Josep
Tarradellas sería acusado en numerosas ocasiones, por los comunistas del PSUC,
de no ser más que un títere, en manos de los anarcosindicalistas. Sin embargo,
el verdadero contenido político de la actitud de ERC y del gobierno de la Generalitat de Catalunya están recogidas en el testimonio que hizo, años más tarde, el mismo
Tarradellas:
"La CNT y la FAI tenían la fuerza; si querían sacar a Companys y poner a
Durruti, lo podían hacer. No se podía actuar al margen de ellos. La prueba es
el gobierno de Casanovas del 31 de Julio, que fracasó. A mí se me acusaba de
hacer la política de la CNT. Pero hacía una política que permitía un equilibrio
de la balanza... A la CNT se le tenía que ir segando la hierba, no se le podía
permitir que se apoderase del país. Se trataba de llevarla a nuestro terreno,
hacerle ver que actuando aisladamente no haría nada. Los comunistas me acusaban
de hacer demasiadas concesiones a la CNT, pero no podía hacer otras; si no las
hacíamos estábamos listos. Hace falta entender que con cada concesión, más
implicada se encontraba, y se hundía cada vez un poco más, en una política,
digamos, contrarrevolucionaria". (509).
El consejero
de la Generalitat no hacía otra cosa que poner en práctica la única
política posible que se podía llevar a cabo en aquellas circunstancias, sin
provocar, por ello, el enfrentamiento con la todopoderosa central sindical,
CNT.
Era
necesario ir integrando a la dirección anarcosindicalista, de forma progresiva,
en la política de "colaboración democrática" con el Front
d'Esquerres, hasta que las condiciones madurasen lo suficiente para poder dar
el siguiente paso, en el que la dualidad de poderes se expresaría, no en el
seno del Comité Central de Milicias Antifascistas, sino en el interior del
mismo gobierno de la Generalitat de Catalunya.
Sin embargo,
los comunistas del PSUC, no podían aceptar la política del gobierno de la Generalitat, que implicaba una alianza de los nacionalistas con la CNT y la FAI, aunque este pacto fuera circunstancial, dejándoles desplazados de un
sector tan importante para la evolución posterior de la guerra y la revolución
como lo era el de la Industria de guerra. Desde el periódico
"Treball" y los diferentes órganos de prensa vinculados al PSUC, se
lanzó una vasta campaña contra la influencia anarquista en la Comisión. El mismo Josep Tarradellas, tuvo que salir en defensa de la CNT para evitar que la irritación de éstos provocase una peligrosa ruptura de la "unidad
antifascista".
En la
organización y puesta en marcha de las industrias de guerra, soldaron
perfectamente sus entusiasmos los simples operarios y los técnicos. Entre
algunas personalidades del campo político y algunos representantes
confederales, los intereses y prejuicios de partido quedaron diluidos ante el
cariño que despertó en ellos aquella extraordinaria obra. Podríamos citar como
ejemplo la estrecha colaboración y solidaridad entre la Esquerra y la CNT en esta orden de actividades (510).
El
testimonio del estalinista Manuel D. Benavides es, una vez más, una expresiva
muestra de la actitud defendida por el PSUC y del alcance de sus ataques, con
respecto a la Comisión de las Industrias de Guerra y a la colaboración entre la CNT y los nacionalistas republicanos de ERC:
"Resulta dolorosamente claro como, lo que desde un principio pudo haber
sido una realización perfecta, la transformación de unas industrias de guerra,
se diluyó en propósitos irrealizables, en proyectos no acometidos, por la
incompetencia de unos dirigentes y la timidez de los gobernantes que por
cobardía o por algo peor, ignoraron y no favorecieron la fuerza industrial
catalana".
"Parte del aparato de la Generalitat hizo esfuerzos para organizar la
producción. Lo hicieron el PSU-UGT y los confederales de más cabeza. La UGT encuadró a sus técnicos dentro de un sindicato. Los esfuerzos se estrellaron contra los
intereses creados por los comités de administración, con frecuencia nidos de
emboscados que se dedicaban a ayudar a una central sindical en perjuicio de la
lucha".
"Los sindicatos, convertidos en órganos ejecutivos, se lanzaron
bizarramente a dirigir y administrar, no la guerra sino la revolución"
(511).
El
anarcosindicalismo se encontraba cada vez más atrapado en la madeja de hilos de
la política colaboracionista. La renuncia al poder en Julio, había tenido, como
consecuencia inmediata, la aparición de una situación de dualidad de poderes,
que se había encarnado en el Comité Central de Milicias.
Poco a poco,
las necesidades de la guerra, el desconocimiento de la dinámica revolucionaria,
la falta de una táctica y de una estrategia de la revolución y la dependencia
cada vez más acentuada de la unidad ficticia con sus adversarios políticos en
el bando republicano, obligaba, a los dirigentes cenetistas, a hacer
concesiones desesperadas para evitar una ruptura, que era evidente para todos,
que iba a producirse tarde o temprano. Esta actitud "reformista" les
llevaba a enfrentarse con las bases de sus propias organizaciones, que no
comprendían ni aceptaban que se les arrebatara el triunfo de la revolución
cuando lo habían tenido al alcance de la mano, y que tanta sangre y esfuerzos
les había costado.
4.4.11 El problema colonial de Marruecos.
El
protectorado español de Marruecos, había jugado un importante papel en la
crisis española en el siglo XX, después de la pérdida de los últimos vestigios coloniales
de Filipinas, Cuba y Puerto Rico. Durante la década de los veinte, la crisis se
había convertido en una sangrienta guerra colonial contra los nacionalistas de
Abd-el-Krim que sólo pudo terminar con la colaboración del ejército francés.
La guerra
del Riff había convertido al protectorado en el dominio particular e
indiscutido de los militares, y fue en él donde se organizaron las tropas de
élite del ejército español, el Tercio de la legión extranjera y las tropas
regulares, que fueron reclutadas entre los montañeses marroquíes. En estas
condiciones, la población indígena del protectorado se convertía en una de las
principales bases de reclutamiento del ejército sublevado.
Juan García
Oliver nos da su propia versión de las relaciones entre los nacionalistas
marroquíes y el Comité Central de Milicias Antifascistas. Al parecer, y a
instancias del mismo, se realizó una entrevista con algunos representantes del
Comité de Acción Marroquí, gestionada a través del Comité Panislámico.
En la entrevista, García Oliver ofreció a los delegados del CAM, la
independencia del protectorado, dinero y armamento, a cambio de que éstos
provocaran la insurrección en la colonia. En una segunda entrevista, los
nacionalistas marroquíes declararon que no estaban por la independencia,
sino por una amplia autonomía.
La
moderación de los delegados del CAM estaba marcada por su temor a que la
declaración de independencia provocase la intervención de Alemania e Italia.
Otra de sus condiciones fue, que el acuerdo estuviese ratificado por el Comité
Central de Milicias y por el gobierno de la República, que debería comprometerse a hacerlo aceptar por el gobierno francés. Como era de
esperar, y en aquellas circunstancias, el acuerdo con los nacionalistas
marroquíes no pasó de una recomendación, que sería realizada por el Comité, al
gobierno de Giral. Las conversaciones se quedaron en simples buenas palabras
(512).
Abel Paz nos
da a conocer otro testimonio de los contactos entre los anarcosindicalistas, el
Comité Central de Milicias y los nacionalistas marroquíes, que no menciona en
su obra Juan García Oliver. El 15 de Septiembre, llegaba a Barcelona el
Secretario General de la AIT, Pierre Besnard. En su entrevista con el Comité
Regional de la CNT y con sus representantes en el Comité Central, Besnard
propuso un plan para internacionalizar el conflicto y sacar a la revolución
española del "cenagal en que la había metido León Blum" (513).
La propuesta
de plan pasaba por conseguir que las tribus del protectorado de Marruecos se
sublevaran contra Franco, este levantamiento coincidiría con otros en el
Portugal de Salazar, aliado de los sublevados. Al parecer, Besnard, antes de su
entrada en España, había entrado en contacto con sectores de izquierdas del
socialismo francés, que le autorizaron para hablar en su nombre a Largo
Caballero, y convencerlo de la necesidad de efectuar una declaración
pública declarando la independencia del Riff y de todo el protectorado español
de Marruecos. En dicha reunión Juan García Oliver informó de sus contactos con
el CAM y de que éstos tenían perspectivas de concretarse. Al parecer en la
reunión hubo ciertas discrepancias sobre las posibles alternativas, centrar el
trabajo en Abd-el-Krim (desterrado en las islas Reunión), o en los notables de
Suez del CAM, representantes de la burguesía nacionalista marroquí.
El proyecto
de Besnard fue finalmente desechado por considerarse que tenía escasas
posibilidades de realizarse.
"Lo importante de la citada reunión, y es lo que interesa para nuestro
caso, fue que se retuvo una cuestión fundamental, consistente en que, tanto la
intervención de Abd-el-Krim como la del Comité de Acción Marroquí pasaba por
una declaración del Gobierno español de independencia de Marruecos. Dada la
personalidad de Pierre Besnard, y el apoyo que llevaba de los socialistas
franceses y del propio Secretario General de la CGT de Francia, si lograba de Largo Caballero que se interesara por el asunto de Marruecos, ello sería camino
avanzado en el proyecto de insurrección de las tribus del Riff. Para que
Besnard se encontrara mejor apoyado en su entrevista con Largo Caballero,
García Oliver previno de la entrevista a Lluis Companys, y éste, informó a
Largo Caballero sobre lo que Besnard debía discutir con él, señalándole a la
vez que consideraba esos asuntos muy importantes para la causa
republicana".
...
"Las gestiones del Secretario General de la AIT chocaron con las evasivas de Largo Caballero. Tras diversas reuniones e incidentes, Besnard, completamente
decepcionado, volvió a París, no sin antes escribir unas significativas y
proféticas palabras, que no apuntaban tanto hacia la actitud de Largo Caballero
como a la que mantenían sus propios camaradas de la CNT española:"
...
"Si el anarquismo comete la estupidez de colaborar con Largo Caballero o
simplemente apoyarlo, la Revolución estará irremediablemente perdida. El único
medio que tiene el anarquismo para salir de ese círculo infernal en que se ha
metido, es la prueba de fuerza. Pero yo me pregunto si los dirigentes de la CNT hoy son los mismos hombres del 19 de Julio" (514).
La actitud
política de los dirigentes anarcosindicalistas, y por lo tanto del Comité
Central de Milicias era, en última instancia, la de subordinarse a la
"buena voluntad" del gobierno central, ya fuera primero, en su
versión republicana con Giral, o en la izquierdista, con Largo Caballero. Sin
embargo, la posición "colaboradora" de los dirigentes de la CNT española contrasta vivamente con la postura "independiente" defendida por
otro libertario, el italiano Camilo Berneri, residente en aquellos momentos en
Barcelona, editor del periódico "Guerra di Classe":
"La base de operaciones del ejército fascista es Marruecos. Corresponde
intensificar la propaganda a favor de la autonomía marroquí sobre todo el
sector de influencia panislámica".
"Es necesario imponer al gobierno de Madrid declaraciones inequívocas de
su voluntad de abandonar Marruecos, así como de proteger la autonomía marroquí...
Para tal política es necesario invertir dinero y urge enviar emisarios
agitadores y organizadores a todos los centros de emigración árabe y en todas
las zonas de la frontera del Marruecos francés. En los frentes de Aragón, del
Centro, Asturias y Andalucía, bastarán algunos marroquíes, con funciones
propagandísticas, disponiendo de radio, impresos, etc" (515).
La
diferencia entre ambas posturas era evidente. Mientras la dirección cenetista y
del Comité Central se sometía al gobierno central, y por lo tanto, se resignaba
a las limitaciones de la política de éste, Camilo Berneri y otros, defendían la
necesidad de que la actividad revolucionaria mantuviera su iniciativa y su
independencia de los criterios gubernamentales.
Y es Jaume Miravitlles, dirigente de ERC y miembro de este partido en el
Comité Central de Milicias quién nos da una versión que difiere en algunos
aspectos del testimonio de García Oliver y de Besnard:
"En aquel entonces yo formaba parte de la Delegación de Esquerra en el Comité Central de Milicias de Catalunya y ocupaba el cargo de
secretario general. Fuimos avisados de la llegada a Barcelona de una delegación
marroquí que quería proponernos un <<pacto de alianza>>. Recibidos
en el despacho del Comité celebramos una larga reunión con un grupo de cuatro o
cinco delegados marroquíes. Su ofrecimiento no podía ser más insólito: estaban
dispuestos a desencadenar un movimiento revolucionario en el Protectorado
español si recibían armas o dinero del Comité Central y el compromiso político
de reconocer la independencia de aquella zona en caso de triunfo de las armas
republicanas en la guerra civil. En nuestra contestación hicimos constar que ni
el Comité Central ni el Gobierno de la Generalitat disponían de atribuciones en el campo de los tratados internacionales de la República. Veíamos con interés su proposición, les aseguramos nuestro apoyo en tanto que
partidos políticos, pero nos encontrábamos ante la imposibilidad legal de ir
más lejos..." (516).
Jaume Miravitlles
recoge la respuesta de Prieto y de Largo Caballero a la delegación catalana,
enviada por el Comité Central de Milicias a Madrid, para interceder por
las peticiones de los nacionalistas marroquíes:
"Pero nos es absolutamente imposible acceder a sus requerimientos. No
creemos mucho en ellos. No disponemos, por otro lado, ni de demasiado dinero ni
de demasiadas armas. Finalmente, la situación en todo el Africa del Norte es,
en estos momentos, tan delicada que un movimiento insurreccional en el Protectorado
español de Marruecos podría extenderse a las zonas del Marruecos francés. Ello
crearía un problema dificilísimo al actual Gobierno francés, cuyo jefe es mi
camarada socialista León Blum" (517).
Indudablemente, la proclamación de la independencia del Marruecos español, por
parte del gobierno de la República, hubiera puesto en graves aprietos al
ejército franquista, ya que hubiera sido un poderoso elemento de disgregación
de uno de los principales contingentes armados que formaban sus tropas.
Sin embargo,
el gobierno izquierdista de Largo Caballero se negaba a dar el paso político y
prefería que la propuesta se perdiera en la inoperancia. Los criterios a los
que obedecía la política del gobierno republicano y de las organizaciones del
Frente Popular chocaban con una limitación insalvable.
Sus
intenciones no podían ser las de conseguir la victoria militar sobre Franco, a
costa de desestabilizar el delicado equilibrio existente en el mundo colonial,
y golpear los intereses de las potencias del imperialismo democrático, Francia
Y Gran Bretaña, a los que se pretendía convencer para que apoyaran a la causa
republicana contra los militares sublevados, aliados de Italia y de Alemania.
La
demostración palpable de que el tema colonial, no fue, de ningún modo,
menospreciado por el gobierno de Largo Caballero, está en los repetidos
ofrecimientos que éste hizo a las potencias democráticas, para que apoyaran la
causa republicana, a cambio de la cesión del Marruecos español, e incluso las
mismas islas Baleares y Canarias (518). La propuesta del gobierno se hizo por
medio de Alvarez del Vayo y contó con la colaboración de los dirigentes del PCE
y del PSUC (519). Las colonias y partes importantes del territorio del estado
español podían sacrificarse y cederse a los intereses de las potencias
democráticas, a cambio de su entrada en la guerra, pero lo que no podía
permitirse de ningún modo, era desestabilizar los dominios coloniales de estos
países, aunque fuera a costa de dificultar las posibilidades de triunfo de la República sobre los sublevados.
"¿libertad para Marruecos? Delegaciones de árabes y moros se acercaron al
gobierno suplicando un decreto. El gobierno no se movería. El formidable
Abd-el-Krim, exiliado en Francia, envió una carta a Largo Caballero pidiéndole
que interviniera ante Blum para que se le permitiese volver a Marruecos con el
fin de dirigir una insurrección contra Franco. Largo Caballero no intervendría
y Blum no haría nada. Movilizar el Marruecos español podía poner en peligro la
dominación imperialista en toda Africa" (520).
La
supeditación de los anarcosindicalistas y del Comité Central de Milicias de
Catalunya, a la política del gobierno republicano central significaba
aceptar, aunque fuera a regañadientes, que en aras de la unidad y de la
colaboración, no podían traspasarse ciertos umbrales, que los hubieran obligado
a chocar con sus aliados del momento y a plantearse, una vez más, que la
revolución solo tenía posibilidades de vencer, con un auténtico gobierno
revolucionario que estuviera dispuesto a serlo.
4.4.12 La unidad sindical y la unidad obrera.
La
conciencia y el deseo de unidad había alentado al movimiento obrero desde mucho
antes del estallido de la guerra y de la revolución. La idea unitarista ya se
había expresado con el proceso de radicalización de 1933-1934, a través del proyecto de las Alianzas Obreras y de los distintos proyectos de unificación de
los partidos políticos que se reclamaban del marxismo. La misma idea, había
animado a los anarcosindicalistas a defender la creación de una Alianza
Sindical CNT-UGT, en el Congreso de Zaragoza realizado en 1936.
La
revolución de los comités también se expresó a través de este poderoso
sentimiento de unidad de clase. En el seno de los comités revolucionarios, a
menudo, sus integrantes eran elegidos entre los militantes más populares de la
comunidad, y no, obedeciendo a siglas determinadas. Las minorías políticas y
sindicales eran respetadas y contaban con su propia representación, para
fomentar su integración . En muchos de los comités de fábrica, se mantuvo el
principio de la paridad entre los dos sindicatos, independientemente del número
de afiliados que tuviera cada uno de ellos, en los centros de trabajo.
La misma
composición del Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya reflejaba
esta idea de la unidad, aunque fuera de forma burocrática (los delegados
representaban a los órganos directivos de los partidos y de los sindicatos) y
con la participación de las organizaciones de la pequeña burguesía republicana
(ERC, AC). En él estaban representados todos los partidos y sindicatos obreros
que habían combatido a los sublevados en los primeros momentos.
"Por voluntad nuestra, sobre todo, entraron en ese Comité representaciones
de todas las fuerzas políticas y sindicales antifascistas, más con el propósito
de que se fusionaran en una sola voluntad que para que, al calor de la
representación, se dedicasen a reivindicar intereses partidistas" (521).
Tanto la UGT como la CNT, estaban representadas, cada una, por tres delegados, a pesar de que la
central sindical anarcosindicalista era claramente hegemónica en la Catalunya revolucionaria. La generosidad libertaria hacia la minoritaria UGT catalana se
basaba en el deseo de éstos de que los ugetistas correspondieran a este gesto,
de la misma forma que ellos lo habían hecho, en los lugares donde la CNT estaba en minoría.
"Dimos a la UGT catalana, no obstante la exigüidad de sus fuerzas, la
misma representación que a la CNT, mayoritaria, lo que produjo asombro incluso
entre los delegados de la organización obrera rival, que no esperaban ese
gesto. Hemos puesto así de manifiesto que queríamos colaborar como hermanos y
que deseábamos que en el resto de España, y en las regiones donde fuésemos
minoría eventual, se nos tratase con la misma consideración y respeto que
nosotros tratábamos a todos los que habían cooperado más o menos a la
victoria" (522).
Indudablemente,
la concepción anarcosindicalista de la revolución, en la que las
centrales sindicales deberían tener un papel central de dirección en la
organización de la sociedad y de la economía revolucionaria fue fundamental
para comprender la sobrevaloración de la representación ugetista catalana en el
seno del Comité de Milicias. De esta manera, se intentaba iniciar la creación
de la Alianza Obrera Sindical que había sido aprobada en el Congreso de
Zaragoza. Sin embargo, era necesario dar otros pasos, encaminados al
acercamiento y quizás, a una posterior unificación entre los dos sindicatos
obreros.
El 5 de
Agosto se iniciaba la constitución en Catalunya de un Comité de Enlace entre
los partidos y sindicatos FAI, PSUC, UGT y CNT. La declaración fundacional,
firmada el día 11, constaba de nueve puntos y un preámbulo en el que se
declaraba que el acercamiento entre estas organizaciones se realizaba para
facilitar la marcha de la revolución y de la guerra contra los sublevados. El
Comité de Enlace era creado para facilitar la aproximación entre ambos
sindicatos, a través una postura política común.
"En la convicción de que a los problemas planteados por la guerra civil y
la revolución sólo se les podía hacer frente desde la unidad, la CNT y la UGT se obligaban a dejar a un lado cualquier polémica que les pudiese enfrentar así
como al respeto <<mutuo>>; cada trabajador debía tener entera
libertad para ingresar en el sindicato de su preferencia. A los trabajadores
organizados se les exhortaba a <<formar en todos los lugares de trabajo
comités de fábrica>> cuya composición debía ser proporcional a la fuerza
de la CNT o de la UGT en cada empresa en cuestión" (523).
El hecho de
que los partidos políticos, la FAI y el PSUC, (el POUM quedaba marginado
por la hostilidad de los comunistas oficiales y por la indiferencia de los
libertarios) participaran en el comité era la forma que utilizó la CNT, para que la FAI no quedara marginada del proceso. Las organizaciones sindicales
estarían representadas por dos delegados de cada una, (Antoni Sesé y Emili
García por la UGT y Pérez Rubio y Magí Miralles por la CNT) mientras que los partidos solo lo estarían por uno (Pere Herrera por la FAI y Joan Comorera por el PSUC).
Rechazada la
idea de potenciar a los comités locales como auténticos organismos del
poder revolucionario y de la unidad de la clase trabajadora, el unitarismo sólo
podía realizarse a través de pactos burocráticos entre las direcciones
sindicales de la UGT y de la CNT.
El acuerdo
político conseguido resultó ser completamente inoperante y no tuvo ningún tipo
de consecuencias posteriores. Los proyectos políticos de los
anarcosindicalistas y
de los comunistas oficiales eran demasiado distintos y opuestos
entre si, para que pudiera llegarse a algún tipo de acuerdo entre las
organizaciones.
A pesar del
fracaso del primer intento de acercamiento entre las dos centrales sindicales,
el Comité de Enlace cumplía uno de los principales objetivos del PSUC en
aquellos momentos, fortalecer a la UGT catalana, que controlaba, para
convertirla en el contrapeso del poder de la central anarcosindicalista. Por
otra parte, el pacto comprometía más y más a los libertarios en la política de
colaboración con el gobierno de la Generalitat y con el Front d'Esquerres. La renuncia de la CNT-FAI a impulsar la revolución hasta la victoria
militar sobre los militares sublevados, permitiría a los partidarios de la
reconstrucción del poder republicano ir recuperando el poder perdido,
aprovechando que la idea de la "unidad antifascista" paralizaba y
moderaba los objetivos de los libertarios.
"Mientras el POUM o la ERC ofrecen sus servicios a las fuerzas
indiscutiblemente dominantes, CNT y FAI, el PSUC se presenta como la
alternativa. Toda su debilidad inicial y fuerza de futuro tenían el origen en
el hecho de ser alternativa. No quiero decir con esto que el PSUC se enfrentase
desde el principio con la FAI o la CNT. Por el contrario, intentó buscar una política confluyente y unitaria. La real unificación le permitía
beneficiarse, con el tiempo, del control absoluto sobre la UGT, de tal manera que, frente al binomio FAI-CNT, se iba forjando su contrincante,
PSUC-UGT. La política inicial de Comorera... fue la de acercarse a la FAI y a la CNT. Contaba con un elemento fundamental que procedía de la primera
"traición" a la revolución del 19 de Julio, la que cometieron los
dirigentes de la FAI y de la CNT al pactar con la Esquerra y sacrificar la pureza de la revolución a las necesidades de la guerra que exigía la
colaboración de todos los antifascistas" (524).
Fuera de
Catalunya, la CNT propuso la formación de otra alianza con la UGT largocaballerista. Aprovechando la preocupante marcha de la revolución y de la guerra, y
el creciente enfrentamiento entre Largo Caballero y el inoperante gobierno
republicano, apoyado por Prieto y la derecha socialista, la dirección cenetista
propuso la formación de un Consejo de Defensa nacional, que como el Comité
Central de Milicias Antifascistas de Catalunya,
se convertiría en el auténtico poder en la zona republicana.
Al parecer, la idea de constituir una alianza con la CNT fue barajada por Largo Caballero, durante el mes de Agosto de 1936, para acabar
con el gabinete Giral y formar un gobierno obrero (es decir,
un gobierno socialista monocolor (525)). Según Abel Paz, las presiones
ejercidas por los representantes diplomáticos del Kremlin, por los comunistas
oficiales y sus aliados los prietistas, hizo que el dirigente de la Izquierda Socialista, desechara la idea de la entente con los anarcosindicalistas
(526).
Sin embargo,
la postura tradicional de la CNT, presionada por los acontecimientos, empezaba
a cambiar. Poco después, a principios de Septiembre, Largo Caballero formaría
un gobierno de concentración en el que participarían, además de los
socialistas, los comunistas oficiales y los republicanos de diferentes
tendencias. La negativa de la Izquierda Socialista colocaría a la dirección anarcosindicalista, cada vez más comprometida en una política de compromisos, en un
nuevo aprieto que desembocaría, unas semanas más tarde, en la entrada de la CNT, primero en la Generalitat de Catalunya y después en el Gobierno republicano central.
4.4.13 El capital extranjero.
El
movimiento socializador que había generado la victoria revolucionaria sobre los
sublevados se extendía rápidamente por toda la economía de la República española. En los días posteriores a las jornadas de Julio, gran número de empresas,
cuyos dueños y directivos habían huido por miedo a las posibles represalias de
los triunfadores y otras por la voluntad y el entusiasmo de los
trabajadores, fueron incautadas por los mismos.
El
movimiento, completamente espontáneo, tendió a extenderse sin ningún tipo de
limitaciones. Dadas las características del subdesarrollo de la economía
capitalista española, un importante número de industrias y de empresas del
país, estaban en manos del capital extranjero, o bien contaban con una importante
aportación de éste. El movimiento expropiador también alcanzó este tipo de
empresas que tendieron a ser incautadas sin contemplaciones por los
trabajadores de las mismas.
La
posibilidad de que en los primeros momentos, pudiera darse una intervención
extranjera contrarrevolucionaria, con el pretexto de defender sus intereses
económicos en la península, fue contemplada por los anarcosindicalistas
catalanes en el plenario histórico en el que decidieron su actitud frente a la
revolución que estaba en marcha.
"Diego Abad de Santillán, miembro del Comité de Milicias, estimaba que
nuestras organizaciones, tanto la sindical como la específica, no perderían
nada formando parte del Comité de Milicias, por los que se pronunciaba por
continuar en el mismo, colaborando con los demás antifascistas, ya que, vista
la situación de manera realista, un intento de ir a por el todo, como proponía
García Oliver, aún cuando fuese realizado por la CNT, con la consiguiente puesta en ejecución del comunismo libertario, no sería otra cosa que una nube de
verano, teniendo en cuenta que las potencias que rigen los destinos del mundo
no lo consentirían, como se podía comprobar contemplando el horizonte desde
cualquier azotea: cerca del puerto de Barcelona esperaban los buques de
Inglaterra la oportunidad de intervenir, desembarcando tropas de ocupación a
las que habría que someterse, pues no se podría combatir contra ellas al mismo
tiempo que contra los militares" (527).
En efecto,
algunos buques de guerra franceses, británicos e italianos se dejaron ver en
las afueras del puerto de Barcelona, en una evidente actitud intimidatoria
hacia los triunfadores de los combates callejeros.
Las palabras
de Diego Abad de Santillán ocultaban, sin embargo, una trampa mortal para la
revolución, de la que el anarcosindicalismo se revelaría incapaz de escapar. El
peligro de la intervención extranjera no se reducía a que se respetaran o
no, sus propiedades, como muy bien llega a intuir el mismo dirigente
libertario, sino al posible triunfo de la revolución en si. Las potencias
extranjeras, "democráticas" o "fascistas", en ningún
momento iban a permitir que una revolución triunfase en la península. Este
acontecimiento hubiera podido poner en peligro, no sus intereses en España,
sino la propia estabilidad política de sus países, de la misma forma que lo
había sido, veinte años antes, la revolución rusa.
La actitud
de la CNT y de la FAI ante la potencial amenaza militar extranjera fue, desde
los primeros momentos, de moderación. Era necesario evitar a toda costa,
cualquier pretexto que pudiera facilitar la intervención militar de Francia y
de Gran Bretaña contra la revolución.
"Desde los primeros momentos, la Organización confederal ha soslayado todo cuanto pudiera acarrear rozaduras con las potencias extranjeras. Responsables de la
situación, hemos entendido que se luchaba contra el fascismo, pero que había
que evitar a toda costa cuanto pudiese producir una situación de tirantez que
diera pretexto a otras naciones para intervenir en las luchas del territorio
español, favoreciendo una defensa internacional del capitalismo. Ayer se
personó en este comité una delegación del consulado inglés para buscar la
fórmula que evitara que hubiese milicias que realizaran algunos actos que
dieran lugar a la intervención del exterior. Esa fórmula fue hallada en el
sistema de dar publicidad por nuestra parte a la lista de casas inglesas
establecidas en Barcelona para que fuesen respetadas. La lista es la siguiente...(sigue
una lista de 87 firmas: compañías, manufacturas, centros, bancas, iglesias
anglicanas, etc., entre ellas Riegos y Fuerzas del Ebro (la famosa Canadiense),
Sales Potásicas Españolas, Sociedad Española de Construcciones...)...Ahora ya
saben todos los camaradas que estas casas deben ser respetadas. Ello no impide
que pueda ejercerse vigilancia, por si en algún caso se quisiera abusar y al
amparo de un reconocimiento se apoyaran las fuerzas enemigas para conspirar. Si
un caso de éstos se produce, la responsabilidad caerá de lleno sobre el
consulado inglés. Nosotros ya demostramos estar dispuestos a respetar cuanto
sea extranjero. El Comité regional" (528).
Ante los
riesgos que comportaba la incautación de las empresas con capital extranjero,
el Comité Central de Milicias procedió a intentar impedirlo, organizando el
control obrero sobre éstas. Era necesario evitar que éstas pudiesen convertirse
en la "quinta columna" de los sublevados, en el seno de la Catalunya revolucionaria. Era necesario controlar la producción, evitar los posibles
sabotajes e impedir la fuga de capitales, que podrían llegar a poner en serios
aprietos al mismo movimiento revolucionario.
Sin embargo,
las incautaciones de estas empresas no siempre consiguieron ser
impedidas. La postura del Comité de Milicias en muchos casos, fue rechazada por
los trabajadores de estas empresas, que procedían a incautarse de ellas sin
ningún tipo de miramientos, pese a los constantes llamamientos para que se
hiciese lo contrario.
En los casos
donde el capital de las empresas era mixto, una parte español y otro
extranjero, como sucedía en los casos de Sales Potásicas Españolas y Sociedad
Española de Construcciones, los trabajadores realizaron la expropiación,
desobedeciendo las directrices que habían marcado el Comité Central y los
sindicatos. De forma similar ocurrió con las filiales españolas de algunas
multinacionales extranjeras, como era el caso de CAMPSA (529).
En los casos
en los que se respetó la propiedad extranjera, se procedió a implantar un
férreo control sobre las actividades de estas empresas.
El comité
obrero de Telefónica, formado por ambas centrales sindicales, procedió a
intervenir toda la operativa de la empresa, de tal forma que sus
"propietarios" norteamericanos solo tenían derecho a
controlar las entradas y las salidas de dinero (siempre y cuando estos
movimientos contasen con el visto bueno del comité).
Pese al
temor de los dirigentes libertarios del Comité Central de Milicias hacia el
peligro de una agresión militar de Francia y de Gran Bretaña contra la
revolución, ésta ya había ido demasiado lejos demostrando su firme voluntad de
superar definitivamente a la vieja e ineficaz República. El criterio por el que
las potencias "democráticas" no llegaron a intervenir militarmente en
la guerra fue otro muy distinto. La entrada en el conflicto hubiera podido
acelerar el estallido de la II Guerra Mundial, peligro que estas potencias
pretendían retrasar o evitar. Era preferible crear un cordón sanitario de
"no intervención", hacer oídos sordos a las constantes denuncias de
la participación en la guerra de Alemania e Italia, mantener minimamente los
suministros de armamento a la República a través de la URSS para que la contienda se prolongara el máximo de tiempo, y finalmente reconocer la victoria de
Franco.
Todas las
fachadas legalistas, todas las proclamas de las organizaciones obreras llamando
a la moderación y a que fueran respetadas las propiedades extranjeras, no
podían engañar, de ningún modo, a los representantes del capital y de los
gobiernos de estos países, que habían adivinado perfectamente, desde los
primeros momentos, el peligro mortal que representaba para sus intereses,
la revolución de los comités y de las milicias.
Ronald Fraser recoge en su obra, un testimonio especialmente revelador sobre la
verdadera actitud del capital extranjero y de los gobiernos de sus respectivos
países. Una conversación entre Capdevila, miembro cenetista del Consell
d'Economía de Catalunya, y uno de los exdirectores españoles de "Fabra y
Coats", empresa de capital británico:
"<<Es usted un hombre de buena fe, Capdevila>> me dijo,
<<pero un poco ingenuo. Lo que a usted se le antoja absurdo a mí me
parece completamente natural. El consejo de administración de la Coats reconoció la justicia de las propuestas de los obreros. Pero no se trata de una disputa
entre la compañía y sus obreros; lo que está en juego es la vida o la muerte
del capital internacional mismo. Todos los monopolios capitalistas han llegado
a un acuerdo para boicotear la zona roja y prestar su apoyo incondicional a
Franco, que representa la continuidad del capitalismo. Lo que ha hecho la
compañía ha sido sencillamente, cumplir con dicho acuerdo" (530).
La supuesta
neutralidad británica y francesa apenas podía ocultar sus reales
simpatías por el régimen del general Franco. El apoyo de los gobiernos
extranjeros, encubierto, pero casi unánime, a los sublevados, queda reflejada
por el testimonio de Pérez Baró, que tuvo un papel destacado en los órganos
directivos de la nueva economía catalana colectivizada:
"Muchas de las compañías extranjeras con intereses en Catalunya llegaron a
un acuerdo para boicotear a la economía republicana. Los directores del Banco
de España estaban en la zona nacionalista y, como es natural, se valieron de su
influencia en el extranjero para asegurarse de que el capital internacional
saboteara la economía colectivizada. <<Nos encontramos con que las
escasas exportaciones que conseguíamos efectuar eran embargadas en cuanto
llegaban a los puertos extranjeros>>" (531).
Podemos
encontrar en multitud de trabajos históricos y de testimonios de miembros
de las diferentes fuerzas políticas de la época, la idea de que la actitud
neutralista de Francia y de Gran Bretaña fue una grave equivocación que
cometieron los gobiernos de estos países. La idea del "error",
refleja, por el contrario, una incomprensión total de la naturaleza de las relaciones
internacionales, y por lo tanto, de la esencia de los mismos movimientos
políticos que estaban en lucha.
El dirigente
libertario, Diego Abad de Santillán hace un paralelismo sorprendente entre los
dos peligros con los que se enfrentaban los intereses de las potencias
imperialistas "democráticas": La revolución de los comités, y la
contrarrevolución franquista:
"Mr. Chamberlain y Mr. Eden, las figuras supremas de la política visible
de Gran Bretaña durante nuestra guerra, se equivocaron, sin embargo. Por
peligrosa que pudiese aparecer ante el mundo una experiencia revolucionaria en
nuestro suelo, España no era un país agresor, con pretensiones imperialistas...
En el orden nacional, las formas de la economía capitalista privada serían
desplazadas, pero el fascismo tampoco respeta el capitalismo privado, pues, o
bien reduce a los capitalistas a la categoría de funcionarios sin ninguna
independencia, es decir, ataca la raíz misma de la economía capitalista. Y la
diferencia de régimen político y de estructura económica en España, no habría
significado ninguna ruptura en la economía europea, porque nosotros estábamos
dispuestos a tolerar el régimen que se diesen otros países, siempre que también
fuese tolerado el nuestro, y a mantener buenas relaciones de vecindad con todas
las potencias. En cambio, la derrota del fascismo en España habría cortado
definitivamente las alas al expansionismo italiano, al alemán y al ruso. Sin
quererlo y sin proponérnoslo, luchábamos por la paz de Europa, por el
predominio de las potencias contra sus adversarios, los totalitarismos
fascistas y comunistas" (532).
Hay dos
elementos que consideramos falsos en el análisis de Diego Abad de
Santillán. Primero: Franco no fue nunca "fascista", a pesar de que
pudiera llegar a coquetear con sus aliados y protectores, los regímenes de
Hitler y de Musolini, y a pesar de que utilizara una parte de su simbología y
de su discurso, en su propio interés. Franco y el ejército, representaban
directamente el conservadurismo reaccionario de la burguesía española,
encarnada históricamente en la casta militar, y que estaba atemorizada por la
amenaza revolucionaria.
El segundo
factor que tenemos que contraponer es sobre la verdadera naturaleza del fascismo.
Tanto Hitler como Musolini habían llegado al poder a través de la demagogia y
de las promesas hechas a la pequeña burguesía. Sin embargo, esto no
significaba, de ninguna manera que estos movimientos cuestionaran el
capitalismo, ni tan siquiera en lo que Abad de Santillán diferencia,
"capitalismo privado" y "capitalismo de estado". Los
discursos demagógicos fueron utilizados tanto por el fascismo
italiano y por el nacionalsocialismo alemán, para atraer hacia sus filas a la
pequeña burguesía arruinada y resentida contra la gran burguesía y contra
el proletariado. Sin embargo, y una vez en el poder, los viejos discursos
populistas habían sido rápidamente desechados. Ambos movimientos, habían
mostrado su auténtica naturaleza, la de ser el instrumento más despiadado del
gran capital en crisis. Una vez aplastadas las organizaciones obreras, las
consignas populistas "radicales", sobre el control estatal de
los trust y la supresión de los ingresos que no provinieran del trabajo,
esencia de la mítica "revolución popular" fascista, consignas a
las que parece referirse Diego Abad de Santillán, para definir su carácter
"anticapitalista privado", fueron desechadas para dar
paso a una política de fuerte y agresivo expansionismo, basado en la teoría de
los "espacios vitales", que disputara a las potencias europeas
dominantes (Francia y Gran Bretaña) sus territorios y sus mercados coloniales y
semicoloniales (533).
El fenómeno
fascista, como el franquista, se apoyaban en bases idénticas, el temor y la
desesperación de la burguesía frente al peligro revolucionario, pero su
parecido terminaba aquí, y poco más. El ejército español sublevado, con sus
aliados alemanes e italianos, podía constituir una seria amenaza para los
intereses británicos y franceses, que pretendían atrasar el estallido de la
inminente guerra interimperialista europea, pero sin duda alguna, la revolución
española de los comités era un peligro infinitamente más mortal. Con
Franco y el ejército sublevado podían negociar sus intereses y sus
explotaciones en España, con la revolución, no.
El principal
teórico del socialismo de izquierdas, el largocaballerista Araquistain, expresó
continuamente en su obra de la época, sus grandes esperanzas, de que las
potencias democráticas, Francia y Gran Bretaña acabarían por apoyar
al legítimo gobierno democrático de la República. En la conferencia realizada en el Ateneo Barcelonés en 1938 expresaba sus ilusiones en el que consideraba que era, el
inminente final del Comité de la "no intervención":
"El tiempo trabaja por nosotros internacionalmente. Poco a poco, muchos
hombres y algunos grupos sociales de todos los países que al comienzo se
dejaron sugestionar por la propaganda fascista de que la insurrección militar,
inspirada y auxiliada por Italia y Alemania, era una lucha en defensa de la
civilización contra el bolchevismo, se han convencido ya de que eso es una
burda patraña..." (534).
La decepción
no tardó en sustituir las grandes expectativas de Araquistain. Los "hombres"
y "grupos sociales" a los que se refiere el líder largocaballerista
mantuvieron su neutralismo, aún a sabiendas de que su actitud significaba
favorecer los planes de la Alemania nazi y de la Italia fascista.
La actitud
de los gobiernos y del capital extranjero al apoyar, más o menos abiertamente,
a Franco, no es tan insólita e incomprensible, sino que es, por el contrario,
mucho más realista que la de Diego Abad de Santillán y Luis Araquistain.
La República española había demostrado, a lo largo de seis años de existencia, su incapacidad
manifiesta para controlar y acabar con el movimiento revolucionario. Una
victoria militar sobre los sublevados no garantizaría la imposibilidad de
que apareciera un rebrote revolucionario. El general Franco, a pesar de sus
coqueteos y de sus simpatías declaradas por los regímenes fascistas europeos,
era el único dique seguro que existía contra la revolución expropiadora. Era la
única alternativa segura para que ésta no triunfase, y se convirtiera en un
polo de desestabilización para el orden capitalista internacional que ellos
querían defender. Entre Franco y la revolución había que escoger el mal menor.
"Siendo el que más tenía que perder, el bloque anglofrancés se abstuvo de
la guerra, aunque con el tiempo tiene que luchar para mantener lo suyo. Hasta
este momento evita enfrentamientos decisivos, en España como en todas partes.
Permitió un chorrito de ayuda a los republicanos por parte de la Unión Soviética, porque no quería la victoria de Franco mientras sus aliados italo-alemanes
dominaban su régimen. Los intereses británicos se habían dirigido, entre tanto,
a arreglarse con Burgos para la explotación conjunta de la región de Bilbao,
dominada por la propiedad británica. La primera semana de noviembre,
Chamberlain anunció el establecimiento de relaciones formales con Franco (como
una limosna a los sentimientos antifascistas, los oficiales diplomáticos y
consulares fueron designados simplemente como <<agentes>>),
mientras Eden aseguraba al Parlamento que una victoria de Franco no
significaría un régimen hostil a Gran Bretaña. Así pues, los amos del bloque
anglo-francés se preparaban para la victoria de Franco" (535).
Durante los
tres años de contienda, el gobierno británico negoció en numerosas ocasiones
con el ejército sublevado, el respeto a sus intereses económicos en España. Una
vez conseguidos estos objetivos, el camino hacia la conciliación estaba
abierto. La pretendida neutralidad se manifestaba en su más cruda realidad como
una simple fachada, frente a la opinión pública internacional.
4.4.14. El Consejo de Economía de Catalunya.
La
espontaneidad de la revolución de los comités, y el hecho de que ésta hubiera
adoptado un curso independiente de los partidos y sindicatos obreros, había
provocado una grave situación de desorden económico que necesitaba ser
superada.
El alcance
de la revolución había sorprendido por completo a las organizaciones obreras y
éstas tampoco sabían como encararla.
En los
centros de trabajo, durante las primeras semanas, los trabajadores habían
formado sus propios comités, que tuvieron que suplir, de forma completamente
improvisada, las funciones de la mayor parte de los antiguos directivos y
técnicos de las empresas, que habían huido después de las jornadas de Julio.
Los
sindicatos, profundamente arraigados en el movimiento obrero español, tuvieron
que soportar, de forma imprevista, el peso de la nueva situación,
convirtiéndose en los auténticos reguladores de la vida económica del país. Los
comités obreros no contaban, en la mayoría de los casos, con el personal
adecuado para cumplir las funciones de dirección y organización de las
empresas, y necesitaban ser asesorados y coordinados por sus sindicatos
tradicionales. Sin embargo, las centrales sindicales tampoco estaban preparadas
para asumir tan inmensa tarea, y apenas contaban con escasos cuadros que
estuvieran preparados para llevar a cabo estas funciones. Frecuentemente,
las directrices que llegaban desde los sindicatos, sembraban todavía mayor
confusión entre los desconcertados comités de empresa.
"La coordinación, la reconversión de determinadas industrias, la nueva
orientación que había que dar a la producción, la igualdad de condiciones de
vida y de salario, no ya sólo dentro de cada empresa, sino también para todos
los trabajadores catalanes, etc., exigían que se crearan puentes entre las
islas de ese inmensa archipiélago que eran las empresas colectivizadas. Durante
los cuatro meses del primer período, fueron los sindicatos (sobre todo la CNT) quienes constituyeron el único lazo entre los trabajadores de las diferentes empresas,
las diferentes ciudades y las diferentes ramas industriales". (536).
Era
necesario construir y ordenar la nueva economía revolucionaria lo antes
posible, a partir de las cenizas del viejo orden. Había que reiniciar el
trabajo, coordinar y racionalizar la producción en las empresas, asegurar los
suministros de materias primas y finalmente, proceder a la distribución
de los productos para poder hacer frente a las demandas de consumo de la
población y de las necesidades que exigía la guerra. La tarea era vasta y el
tiempo en el que debía llevarse a cabo era escaso, para impedir que la revolución
se hundiera en su propio marasmo y desorganización, víctima de sus propias
contradicciones.
"La guerra, las necesidades de todo tipo de la población etc., exigían que
se desviase la producción en determinadas direcciones y algunas empresas
continuaban produciendo las mismas cosas que antes de la guerra sin encontrar
salida... No bastaba con seguir produciendo, también y sobre todo, había que
producir de otro modo... <<Producir de otro modo>> exigía, una vez
más, saber quién decide qué y como producir" (537).
La evolución
de la economía revolucionaria atravesó, desde las jornadas de Julio, y en
escasas semanas, diferentes fases en la construcción del nuevo edificio
revolucionario, hasta llegar a la constitución del Consejo de economía de Catalunya.
Durante la primera fase prevaleció el proceso espontáneo de expropiación de las
empresas y la constitución de comités de empresa, sin que la iniciativa y la
intervención de las centrales sindicales en el proceso fuera significativa. Fue
posteriormente, en lo que podríamos denominar la segunda fase, cuando los
sindicatos, de forma improvisada, tuvieron que tomar las riendas de la
dirección de la economía revolucionaria, asesorando y colaborando con los
comités obreros, para organizar la marcha de la producción en las fábricas.
"La colectivización no podía pararse en España en esta fase. Este era el
sentir de todos. Los sindicatos se decidieron a encargarse ellos mismos del
control de las empresas. Los sindicatos de industria se transformaron en empresas
industriales" (538).
La
iniciativa anarcosindicalista se había volcado a fondo en la economía, con la
convicción de que la organización y la profundización del nuevo sistema de las
colectivizaciones iba a volver irreversible el proceso revolucionario apenas
iniciado. Sin embargo y como contrapartida, había renunciado, desde los
primeros momentos, a tomar el poder que la revolución de los comités
había puesto en sus manos. La renuncia a la toma del poder político condenaba a
la CNT y a la FAI a tomar una nueva orientación de colaboración y de
compromiso con sus adversarios en el campo republicano, cuyas
consecuencias todavía no eran capaces de prever.
La dualidad
de poderes surgida de la renuncia anarcosindicalista se había encarnado en el
Comité Central de Milicias, organismo que se había convertido en el enlace
entre las diferentes facciones "antifascistas" existentes y el
gobierno de la Generalitat de Catalunya.
El curso que
iban tomando los nuevos acontecimientos revolucionarios, caracterizado por la
extensión de la economía colectivizada, y el convencimiento de que la guerra
iba a ser mucho más larga y costosa de lo que preveían durante los primeros
días llevó a lo que podríamos llamar, una tercera fase de la revolución
económica: la necesidad de crear un nuevo organismo de enlace entre los
diferentes partidos y sindicatos obreros, que dirigiera y organizara la nueva
economía y que estuviera desligado de la estructura del Comité de Milicias: El
Consejo de Economía de Catalunya.
La
colaboración entre el anarcosindicalismo y el resto de las organizaciones,
exigía encontrar un punto intermedio entre los criterios de las diferentes
organizaciones, y por lo tanto implicaba también la renuncia a una serie de
proyectos y de aspiraciones por parte de la CNT y de la FAI, que eran las organizaciones hegemónicas. De esta forma, los comités revolucionarios quedaban
marginados de los verdaderos centros del poder político y económico que
existían en aquellos momentos.
Todas las
organizaciones que formaban parte del Comité Central de Milicias se mostraron
partidarias, desde los primeros momentos y por distintas razones, de la
formación del nuevo organismo económico, que debería integrar las diferentes
iniciativas, enfrentadas muchas veces entre si, para dirigir la nueva economía
colectivizada.
Los primeros
intentos para crear el Consejo surgieron apenas terminados los combates
callejeros de Julio. Era necesario atraer a los anarcosindicalistas, verdaderos
triunfadores de la situación, hacia una política de moderación política y de
compromiso con el gobierno de la Generalitat y sus aliados, las organizaciones
del Front d'Esquerres. Las primeras propuestas para su creación partieron de la Consellería de Trabajo, cuyo titular era en aquellos momentos, Martí Barrera. En estos
primeros encuentros participaron a título personal, Diego Abad de Santillán,
García Birlán (Dionisios) y Josep Viadiu, miembros destacados de la CNT y de la FAI, y partidarios de la línea de colaboración. También estaban presentes
Estanislau Ruiz Ponseti, dirigente del PSUC y Quero Molares de ERC. Todos los
participantes se comprometieron a trabajar en el seno de sus organizaciones,
por la consolidación de los compromisos y por la creación del nuevo Consejo
Económico.
El 29 de
Julio, el PSUC publicaba en "Treball" un artículo en el que proponía
la creación de un Comité de Coordinación Económica, que debería estar integrado
por todas las organizaciones que formaban parte del Comité de Milicias, y que
debería desarrollar un programa de municipalización de los servicios,
administrados a su vez por los comités obreros que habían sido constituidos en
dichas empresas (539).
El 14 de
Agosto se creaba, por medio de un decreto del Gobierno de la Generalitat, el nuevo organismo que se encargaría de realizar las tareas económicas que
exigía la nueva situación revolucionaria: El Consell d'Economía de Catalunya.
El nuevo
Consejo estaría presidido por Josep Tarradellas, Conseller d'Economía i Serveis
Públics, institucionalizando la dependencia política del gobierno. El organismo
económico estaría integrado por representantes de todas las fuerzas políticas
presentes en el Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya:
Martí Barrera i Maresma (Trabajo), Vicenç Bernades i Biusá (Transportes y
Comunicaciones) y Joan B. Soler i Bru (Seguros Sociales) por ERC; Ramón Peypoch
i Pich (Producción Química) por AC; Eusebi C. Carbó (Construcción), Joan P.
Fábregas (Finanzas) y Cosme Rofes (Sanidad) por la CNT; Antoni G. Birlán (Papel e Imprenta) y Diego Abad de Santillán (Combustibles y Fuentes de
Energía) por la FAI, Joaquín Fronjosà i Salamó y Joan Grijalbo i Serres
(Metalurgia y Minería) y Joaquín Puig i Pidemunt (Alimentación), por la UGT; Estanislau Ruiz i Ponseti (Distribución del trabajo) por el PSUC; Joaquín Pou i Mas
(Agricultura) por la UdR y Andreu Nin (Textil) por el POUM.
Existen
diferentes y encontradas versiones sobre a quien correspondió la iniciativa que
dio origen al nuevo organismo dirigente de la economía. El historiador
libertario Cesar M. Lorenzo afirma que la propuesta partió de la CNT, que veía la necesidad de separar las funciones militares y políticas, tareas principales
que había asumido el Comité Central de Milicias, de las de índole económico
(540).
El
periodista trotskista norteamericano, Félix Morrow atribuye la
iniciativa de su creación al presidente de la Generalitat Companys (541).
Miquel
Caminal ha recogido una versión muy similar al afirmar que la idea había
partido de Josep Tarradellas que había sustituido a Lluís Prunés en el puesto
de Conseller d'Economía de la Generalitat (542). Caminal define perfectamente
la importancia que tenía el nuevo organismo para los objetivos políticos
de los partidarios del gobierno catalán:
"La constitución de este organismo tiene gran importancia tanto desde la
perspectiva económica como política. Es la primera piedra del edificio del nuevo
orden económico y es también el primer precedente del gobierno de unidad del 26
de Septiembre". (543).
Resulta
evidente que, cada una de las organizaciones que formaban parte del Comité
Central de Milicias tenía sobradas razones políticas para fomentar y apoyar la
constitución del Consejo de Economía, por lo que ambas versiones parecen
verosímiles. Sin embargo, es probable que el verdadero origen esté en el
proyecto que se gestó en el seno de la Consellería d'Economía de la Generalitat, entre representantes del gobierno catalán, de las organizaciones del Front
d'Esquerres y de miembros del ala más decididamente colaboracionista de la CNT y de la FAI.
Llama la
atención, que los militantes de las diferentes organizaciones que habían
participado en las reuniones realizadas en la Consellería de Treball, a finales del mes de Julio, formaran parte de él, en el momento
de su constitución.
"Así como el Comité de Milicias, al principio obligado a tratarlo y a
resolverlo todo, se fue convirtiendo cada vez más en un Ministerio de Guerra en
tiempos de guerra, para descargarle de funciones que no podrían menos que
estorbar su preocupación fundamental, creamos un Consejo de Economía de
Catalunya, cuyos acuerdos no podían ser rechazados por el Consejo titular del
Departamento de Economía" (544).
Para cumplir
las funciones que se le habían adjudicado, el Consejo tuvo que vincularse
estrechamente al Comité de Abastos, que se había constituido en el seno del
Comité de Milicias y a la Comisión de Industrias de Guerra, creada pocos días
antes. Las funciones de estos organismos se complementaban con las que habían
sido asignadas al Consejo.
La creación
de un organismo económico, supeditado al gobierno autónomo, aunque fuera
inicialmente de forma simbólica, representaba un paso importante en la
colaboración entre los líderes cenetistas y los partidarios de la restauración
republicana que culminaría, un mes y medio más tarde, en la disolución del
mismo Comité de Milicias y en la integración de las organizaciones obreras en
un nuevo gobierno de concentración de la Generalitat.
El Consejo
de Economía de Catalunya, al igual que el Comité Central, era un órgano de
colaboración entre las organizaciones más izquierdistas, que se reclamaban de
la revolución, y las que se mostraban partidarias de la reconstrucción del
orden republicano. Sin embargo, el nuevo organismo económico adquiría una serie
de características que lo hacía mucho más dependiente del gobierno autónomo
catalán.
Sin lugar a
dudas y una vez más, el anarcosindicalismo y el POUM, consideraban que su claro
predominio de la situación, les permitiría neutralizar las maniobras del
gobierno autónomo y de sus partidarios, aunque éstos detentaran la dirección
simbólica del nuevo organismo económico.
"El Consejo de Economía representaba -al igual que el Comité
Central de Milicias- un compromiso: si bien el Consejo era nombrado por el
gobierno y era el Consejero de Economía el que había de ostentar su
presidencia, las organizaciones obreras disponían, sin embargo, de un
predominio tal que estaban en condiciones de imponer como programa del Consejo
su visión de una economía ampliamente socializada" (545).
El
compromiso político existente entre los libertarios y el POUM, con el gobierno
de la Generalitat y las organizaciones del Front d'Esquerres, que se había
reflejado con anterioridad en la colaboración entre el gobierno catalán y el
Comité Central de Milicias, aparecía de nuevo en el Consejo de Economía. Sin
embargo, detrás del compromiso se escondía el enfrentamiento entre dos
proyectos completamente antagónicos.
La búsqueda
de un programa unificado que pudiera ser llevado a cabo por el Consejo de
Economía, llevó a un difícil equilibrio entre las diferentes posturas
antagónicas, que fue evolucionando a medida que también lo hacía la situación
política catalana. La preponderancia libertaria se mantendría durante todo un
período, para empezar a declinar con la decadencia del movimiento
revolucionario.
El nuevo
"órgano dirigente de la vida económica" de Catalunya se declaraba,
motor de la "transformación socialista" de la nueva economía y se
encargaría de su coordinación, planificación y regulación, mediante la creación
de los instrumentos apropiados (Consejos de Industria, Caja de Crédito
Industrial y Comercial...).
El programa del Consejo estaba constituido por once puntos generales:
1. Reglamentación de la producción según las necesidades del consumo de la
población y de la guerra.
2. Constitución de un monopolio sobre el comercio exterior.
3. Colectivización de la gran propiedad agraria, que será explotada por los
sindicatos campesinos y sindicalización obligatoria de los pequeños y medianos
propietarios del campo.
4. Devaluación parcial de la propiedad urbana mediante la fijación de impuestos
y la rebaja de alquileres.
5. Colectivización de las grandes industrias, de los servicios públicos y de
los transportes en común.
6. Incautación y colectivización de las empresas abandonadas por sus
propietarios.
7. Extensión del régimen cooperativo a la distribución de los productos.
8. Control obrero de las operaciones bancarias, hasta la nacionalización de los
Bancos.
9. Control Sindical obrero de todas las empresas que sigan siendo explotadas en
régimen privado.
10. Rápida recolocación de los desocupados.
11. Supresión rápida de los diversos impuestos para llegar al impuesto único
(546).
El programa
de transformación de la economía adoptado por el Consejo no pudo ser llevado,
de forma general, a la práctica.
El
mantenimiento del dualismo de poderes, la inexistencia de un auténtico poder
revolucionario dispuesto a desarrollar sus aspectos más positivos hasta llegar
a una auténtica socialización de la economía, y por el contrario, el
mantenimiento de una serie de resortes financieros en manos de unas
autoridades, hostiles a la revolución, hizo que el programa del Consejo no
pudiera llegar a desarrollarse.
El gobierno
de la Generalitat asumió sin dificultades el programa radical del nuevo
organismo económico, consciente de que el porvenir de las colectivizaciones y
del nuevo orden revolucionario dependía, en última instancia, de la evolución
que siguiera el poder político. Y en este sentido, la colaboración entre las
organizaciones que se reclamaban de la revolución y los partidarios de la
reconstrucción de la República, era cada vez más intensa y comprometida.
Además de
los problemas derivados de la nueva estructuración de la economía
revolucionaria, el Consejo tuvo que enfrentarse al grave reto que implicaba la
falta de materias primas y de productos de consumo de los que Catalunya era
claramente deficitaria, y que en muchos casos se producían en los territorios
que estaban controlados por el ejército franquista.
Esta labor
tuvo que realizarse en estrecha colaboración con los comités de abastecimientos
que existían en las distintas localidades. Para cubrir estas necesidades hubo
que realizar una campaña de mejora de la agricultura, potenciando no solo la
producción, sino también la diversificación de los productos. Con esta política
se cubrieron una parte importante de las necesidades de la población y de la
economía colectivizada, mientras que el resto había que compensarlo mediante
intercambios comerciales con otras regiones del territorio republicano o bien,
a través de importaciones procedentes del extranjero.
Los
intercambios con otros países se encontraron con las dificultades procedentes
del boicot internacional y con la escasez de divisas que se encontraban en
manos de un gobierno central, receloso de la autonomía conseguida por la Catalunya revolucionaria. Las dificultades de abastecimiento se agravaron en los meses
posteriores, a medida que el ejército franquista se apoderaba de nuevos
territorios. La situación de penuria fue aumentando dramáticamente con la
constante llegada de nuevos refugiados procedentes del frente.
El Consejo
de Economía tuvo que desenvolverse en un período de excepcionales
circunstancias, caracterizado por el desconcierto y por la desorganización, que
eran la consecuencia inmediata del estallido de la guerra y del inicio de una
revolución totalmente espontánea. Su trabajo se encaminó a adaptar la economía
revolucionaria a las nuevas condiciones existentes. No hay que olvidar que la
guerra ocasionó en las primeras semanas, una caída calculada entre un 60% y un
75% de la producción existentes a principios del mismo año.
Entre las
causas de tan brusca caída estuvo el desbarajuste producido por la huida de
gran parte de los técnicos y directivos de los centros de trabajo. La
revolución y la guerra también significaron una profunda desarticulación de la
economía española, y por consiguiente, también catalana, provocada por la
pérdida de una buena parte de los mercados estatales y por las mayores
dificultades que implicaba poder llegar a otros regiones de la "zona
republicana".
Sin embargo,
el carácter del Consejo de Economía era solo consultivo. La aparente
contradicción entre la naturaleza de este organismo y una situación que exigía
una auténtica dirección, capaz de llevar a cabo una rápida corrección en el
proceso de la economía, que corrigiera los errores derivados del espontaneísmo
de los primeros momentos sólo es explicable porque eran los comités de empresa
y las centrales sindicales, los verdaderos dueños de la situación.
Desde
finales del mes de Julio, habían sido los sindicatos cenetistas, los que
dirigieron todo un proceso de coordinación y de estructuración de las
colectivizaciones en el campo y en la ciudad. Difícilmente éstos, iban a
permitir que el Consejo de Economía, un organismo de naturaleza burocrática
(como en el Comité Central de Milicias, los delegados eran elegidos por las
direcciones de los partidos y sindicatos, y solo eran responsables ante ellas)
supeditado al gobierno de la Generalitat, les arrebatara las tareas que
consideraban fundamentales para hacer irreversible el proceso revolucionario.
Los
resultados concretos conseguidos por el Consejo, en lo que concierne a la
dirección y regulación de la nueva economía fueron más bien escasos. Los
sindicatos continuaron siendo el auténtico motor que organizaba a las empresas
colectivizadas.
La
colaboración de los representantes del anarcosindicalismo y, en mucha menor
medida, de la UGT y del resto de organizaciones obreras en el seno del Consejo
de economía, permitieron que sus funciones se extendieran mucho más allá de las
que corresponderían a un organismo de tipo consultivo. El Consejo acabó
por convertirse en la verdadera dirección de la economía revolucionaria de
Catalunya.
Mientras el
anarcosindicalismo y el Comité Central de Milicias mantuvieron su
preponderancia, el Consejo continuó jugando un papel importante en la economía,
constituyéndose en el canal de expresión de los sindicatos cenetistas y también
del resto de las organizaciones obreras. Sin embargo, el hecho de que el
gobierno autónomo catalán y el republicano central mantuvieran en su poder
todos los resortes financieros llevaron al Consejo, de la misma forma que lo
hacía el Comité Central de Milicias, a someterse cada vez más, a los planes
intervencionistas de éstos.
Tras la
constitución del Consejo, aparecieron una serie de decretos que se encaminaban
a intentar ordenar el nuevo orden económico revolucionario. Por diferentes
motivos, todos los grupos coincidían en la necesidad de articular la nueva
economía.
Para
republicanos nacionalistas y comunistas oficiales, la tarea de articular la
nueva economía, manteniendo la producción que debía satisfacer las necesidades
de la población y de la guerra, era el paso previo que debía llevarse a cabo
antes de recuperar el poder perdido con la revolución. Anarcosindicalistas y
poumistas consideraban necesaria la tarea de articular y organizar la nueva
economía colectivizada, legalizando, mediante los decretos del gobierno de la Generalitat, las conquistas revolucionarias que la población trabajadora había impuesto en la
calle, durante las semanas anteriores.
En
Catalunya, paralelamente al papel central que tenían los sindicatos en la nueva
economía colectivista, el destartalado gobierno de la Generalitat intentaba, desde los primeros momentos de la revolución, introducirse en la nueva
situación para influir en ella, según sus propias perspectivas e intereses.
Durante las
primeras semanas, el gobierno catalán se limitó a sancionar, sumisamente, la
voluntad de los comités revolucionarios y de los sindicatos
anarcosindicalistas, que se expresaba en las continuas expropiaciones y
colectivizaciones, que se estaban llevando a cabo.
El gobierno
catalán se encargó, con el beneplácito del Comité Central de Milicias y de los
sindicatos, de asegurar el pago de los salarios de los trabajadores a través de
los Bancos y de las Cajas de Ahorro que había nacionalizado y también de las
recién creada Oficina reguladora del Pago de salarios. De esta forma, el
gobierno autónomo conseguía afianzar su posición en la nueva situación
revolucionaria.
El eje de la
política del gobierno de la Generalitat era atraer a sus principales
adversarios, los libertarios, hacia una política de colaboración y de
compromiso que les permitiera hacer retroceder, poco a poco, a la revolución.
La alianza con el anarcosindicalismo era la única forma posible para salvar de
la quema expropiadora, a la mayor parte posible de la pequeña y mediana
propiedad en Catalunya. La colaboración en el seno del Consejo de Economía le
iba a permitir la posibilidad de intervenir y hacer crecer su influencia en el
seno de la nueva economía, sin tener que enfrentarse a los sectores
revolucionarios, en una situación en la que su debilidad era todavía
manifiesta.
"...los representantes del movimiento libertario que predominaban en el
Comité de Milicias, no habían llevado aún su espíritu de colaboración como para
participar en responsabilidades de gobierno, con lo cual y por la duplicidad de
funciones de ambos organismos (Gobierno de la Generalitat y el Comité de Milicias) quedaba muy debilitada la autoridad moral del primero.
La colaboración de los representantes de la CNT y de la FAI en el nuevo Consejo de Economía de Catalunya tenía por tanto, el doble objetivo de cumplir
eficientemente una labor de reorganización económica, que disminuido en su
autoridad no podía cumplir el Gobierno por si mismo, y de ir acostumbrando cada
vez más a los anarcosindicalistas a las responsabilidades de la dirección de la
cosa pública, dando al propio tiempo un cauce legal a los hechos
revolucionarios" (547).
Con su
política de "legalizaciones" por decreto, el gobierno de Companys
pretendía conseguir diferentes objetivos: aumentar su prestigio entre la
población trabajadora, mientras frenaba la iniciativa de los sectores
revolucionarios, y mediante presiones y maniobras, apoyadas por el Consejo de
Economía , conseguía introducir a sus propios interventores en las
colectivizaciones, terreno que le había estado vedado hasta el momento. La
función de los representantes de la Generalitat fue durante el primer período, puramente testimonial, frente a los comités de las empresas colectivizadas o
intervenidas por los trabajadores. Sin embargo, sus modestas prerrogativas
fueron aumentando progresivamente, durante los meses siguientes, a medida que
la autoridad del gobierno catalán, se iba consolidando frente al movimiento
revolucionario.
"Al principio, la intervención del Estado se limitó a una simple fisga. Ni
los obreros hubieran permitido más ni él estaba suficientemente rehecho para
permitirse imposiciones o bravatas. En la mayoría de los casos, su intervención
se ejercía a través de los elementos obreros más ligados al poder político. El
proletariado seguía considerando la economía suya, y definitivamente ido el
capitalismo. Las consecuencias funestas en el terreno de la producción no se
hicieron sentir hasta después... la fisga se transformó en control, el control en
dictadura y ésta en saboteo directo y descarado de las colectividades... hasta
que la industria pasó toda a poder del Estado. El proceso no se cumplió
vertiginosa, sino paulatinamente. Va desde los meses finales de 1936 hasta
principios de 1938, cuando puede considerarse completo el triunfo
gubernamental" (548).
El programa
político y económico del PSUC, aliado del gobierno catalán y miembro del Front
d'Esquerres, estaba situado, claramente a la derecha del que había sido
aprobado por el Consejo de Economía. Los ejes de la política de los comunistas
oficiales eran, su tajante oposición a todas aquellas expropiaciones que se
realizaran sobre las propiedades que no pertenecieran a los facciosos, y la
defensa de la necesidad de crear una auténtica economía de guerra que estuviera
supeditada a la Generalitat de Catalunya y al gobierno republicano
central. Esto significaba, por lo tanto, el enfrentamiento con el poder y la
influencia que ejercían los comités locales y el Comité Central de Milicias,
ambos controlados por el anarcosindicalismo, que se habían convertido en
la indiscutible autoridad en la Catalunya revolucionaria.
El 6 de
Septiembre, "Treball" publicaba un manifiesto conjunto del PSUC y de
la UGT:
"No puede haber, ahora más que una consigna: ganar la guerra. Con la
victoria, la reconstrucción de la economía de Catalunya y de España sobre
nuevas bases será inevitable...".
"Por una falta de visión, por una acción desconectada del conjunto
peninsular, por la misma rapidez fulminante con la que destrozaron el fascismo,
los trabajadores de Catalunya se entregaron a la alegría de una victoria no
decisiva y a la tarea inmensa de crear una nueva economía. La guerra pasa a
segundo término, y mientras en el resto de España surgían los frentes y la
improvisadas y heroicas milicias contenían el alud del fascismo, en Catalunya
se libraban a las disputas partidarias y de hegemonía en los ensayos
precipitados e inconexos...".
"...Hemos de exigir una economía centralizada, toda ella movilizada o
movilizable para un fin concreto, ganar la guerra en el menor tiempo posible.
Exigimos una economía libre de ensayos ingenuos. de genialidades de individuos
que operan hoy encima del cuerpo sangrante de Catalunya... Exigimos una
economía emancipada de las influencias o presiones de tantos comités nacidos
por doquier, manifestación dolorosa del sarampión pseudorrevolucionario que
amortigua la magnífica vitalidad de Catalunya..." (549)
El
manifiesto expresaba claramente la política económica del PSUC y de la UGT catalana. Sus objetivos inmediatos y primordiales: Combatir el poder de los comités,
frenar y reconducir las conquistas revolucionarias que se estaban llevando a
cabo de forma espontánea, sacrificándolas a las necesidades de la guerra. Las
promesas de una revolución socialista quedaban relegadas a un futuro
indeterminado después de la victoria, y ocultas detrás de un lenguaje
premeditadamente ambiguo, que hablaba de la inevitabilidad de que la victoria
conduciría a la creación de una economía construida sobre "nuevas
bases", sin especificarlas.
El PSUC y la UGT se declaraban partidarios de la colectivización y la cooperativización de las grandes
empresas industriales y de servicios (transportes, minería, industria de
armamento, banca...), además de las propiedades agrarias que hubieran
sido expropiadas por los trabajadores por pertenecer a los partidarios
declarados de la sublevación militar. Las colectivizaciones se convertían en su
óptica política, en simples nacionalizaciones que deberían estar dirigidas y
controladas por el gobierno de la Generalitat, conocido adversario de cualquier veleidad revolucionaria que pudiera traspasar el umbral de la propiedad
privada y de la República parlamentaria.
El resto de
las propiedades incautadas, salvo aquellas que fueran de especial
importancia estratégica para satisfacer las necesidades de la guerra, deberían
ser devueltas a sus antiguos dueños, y puestas bajo "control obrero",
para poder mantener la alianza con la "burguesía democrática y
antifascista" que pretendía encarnar el Frente Popular. La consigna
"control obrero" pretendía suavizar la oposición que ejercía el
minoritario PSUC ante el hecho de que los trabajadores, sintiéndose los
verdaderos triunfadores de la situación, hubieran desencadenado un vasto
movimiento expropiador apoderándose de las empresas.
El
"control obrero" defendido por los comunistas oficiales, en una
situación en la que la mayor parte de los propietarios habían huido o perecido
bajo la represión revolucionaria, era una consigna que estaba
dirigida a preservar la marcha de la producción, amenazada como estaba, por el
vacío dejado por el derrumbe del viejo sistema económico.
Fue el mismo
Joan Comorera el que describió perfectamente, en un Pleno del Comité Central
del PSUC, la táctica que había adoptado su partido:
"Los sindicatos no pueden ser apartados de la dirección económica del
país. En primer lugar, porque el Gobierno no tiene aparato económico bastante
bien montado aún para tomar él solo toda la responsabilidad de la dirección.
Por otra parte, Catalunya es un país de arraigada y antigua tradición sindical.
Nosotros no podemos quemar las etapas ni violentarlas. Hoy es absolutamente
necesario que las centrales sindicales intervengan en la dirección económica
del país" (550).
El
"Control obrero" se convertía de esta manera, en un paso intermedio,
necesario, entre las colectivizaciones y las primeras tentativas socializadoras
de la revolución, y la devolución de las empresas a sus antiguos propietarios,
en un futuro en el que las condiciones políticas permitieran hacerlo.
Por este
motivo, el PSUC y la UGT catalana fueron, desde el primer momento, firmes
partidarios de la creación de comités en las fábricas, que deberían
encargarse de las funciones de la organización de la producción en los
centros de trabajo.
La consigna,
sin embargo, se oponía frontalmente a las actividades expropiadoras que estaban
realizando los sectores revolucionarios. El "control obrero" quedaba
reducido, de esta forma, al de una simple gestión o cogestión de las empresas.
Las colectivizaciones tendrían que convertirse,
según la óptica comunista, en simples nacionalizaciones hechas bajo
la dirección de la Generalitat y el gobierno de Madrid, en espera a que la
victoria final en la guerra y la plena restauración del estado republicano,
permitiera devolver a España, su antigua fisonomía de República parlamentaria.
En el tema
agrario, el PSUC se convirtió, rápidamente, en el principal adversario de
las colectivizaciones, enfrentándolas a los pequeños propietarios
campesinos, que estaban organizados en la Unió de Rabassaires.
La dirección
del sindicato agrario catalán, tradicionalmente controlado por los
nacionalistas republicanos, fue pasando a sus manos, en la medida que ERC
se revelaba impotente para enfrentarse al movimiento de las
expropiaciones.
El eje
principal de la política comunista se centró en la defensa de la repartición y
de la explotación de la tierra de forma cooperativista o familiar. Sólo
las propiedades pertenecientes a los sublevados, debían ser expropiadas y
distribuidas, individualmente o en régimen de cooperativas, entre los
campesinos pobres de la comunidad. Convirtiendo las colectivizaciones en
empresas de pequeños propietarios, se eliminaban los "excesos
revolucionarios" de los jornaleros y del campesinado sin tierra que,
influidos por la CNT, habían preferido construir sus propias colectivizaciones.
"Haciendo intervenir a los obreros como coempresarios, no solamente en los
beneficios, sino también en las pérdidas del empresario, conservando, pero, la
unidad de la tierra, sin caer en el error de la repartición de las
tierras" (551).
La política
económica del PSUC, tanto en el campo como en la ciudad, pretendía el
mantenimiento de la revolución dentro de los estrictos límites de una República
parlamentaria, evitando cualquier "exceso" socializante.
Sin embargo, para que dicha política pudiera ser factible
era necesario recorrer, antes, una serie de pasos. Era imprescindible ordenar y
centralizar la nueva economía revolucionaria. Desde los primeros momentos, el
PSUC y la UGT se mostraron partidarios de la creación de un organismo que
debería dirigir las industrias "nacionalizadas", y que tendría que
estar integrado por las organizaciones del Front d'Esquerres, además de la CNT y la FAI. Este objetivo les permitiría coincidir, aunque fuera de forma puntual, con las
organizaciones más radicales, con las que coexistían en el seno del Comité de
Milicias.
La constitución del Consejo de Economía de Catalunya constituía, sin duda
alguna, un nuevo importante paso de la CNT y de la FAI en el curso revisionista que habían ido sufriendo desde los primeros momentos de la
guerra y de la revolución.
Muchos de
los viejos conceptos y tradiciones anarquistas se estaban derrumbando,
presionadas por las circunstancias de la nueva situación. Los dirigentes
cenetistas y faístas seguían oponiéndose a la formación de un gobierno
revolucionario, conceptuado por ellos como una "dictadura
anarquista", demasiado similar a lo que habían hecho los bolcheviques en la Rusia revolucionaria de 1917. Sin embargo, las jornadas de Julio todavía estaban demasiado
cerca y la oleada revolucionaria todavía era demasiado intensa, todavía no
podían aceptar integrarse en un gobierno republicano de concentración, ni
siquiera dirigido por su viejo adversario izquierdista, Largo Caballero.
El Consejo
de Economía pretendía ser, a los ojos del anarcosindicalismo catalán, la
dirección revolucionaria de la nueva economía colectivista, sin que por ello,
se rompiesen los viejos dogmas antiestatalistas. De esta forma,
la CNT y la FAI pretendían hacer en el campo económico, una copia de lo
que antes habían hecho en el plano político y militar, con el Comité Central de
Milicias.
"El Consejo de Economía de Catalunya fue creado para que el proletariado
catalán -que en aquellos momentos no formaba partee aún del gobierno- pudiese
intervenir, de una manera más o menos directa, en la obra legislativa a
realizar,por el gobierno de la Generalitat. Así pues, hasta el 27 de Septiembre, el Consejo de Economía tenía un carácter esencialmente legislativo y hasta existía
la tendencia a que su legislación tuviese un carácter ejecutivo a través del
Consejero de Economía" (552).
De esta
forma, y según las palabras de Fábregas, el Consejo de Economía de Catalunya se
convertía en un organismo que, mediante la colaboración con el gobierno de la Generalitat, pretendía "legalizar" la obra revolucionaria.
La obsesión
"legalizadora" del anarcosindicalismo sólo es explicable por su
renuncia a la toma del poder. El movimiento revolucionario, los obreros
industriales y el campesinado que aceptaban y defendían el nuevo orden de las
cosas, necesitaban sentirse respaldados por su propia legalidad. Al
haberse negado sus organizaciones tradicionales a tomar el poder cuando
lo tenían al alcance de las manos, para poder consolidar las históricas
aspiraciones de la población trabajadora, ésta se encontraba con la inseguridad
de que sus partidos y sindicatos coexistían en las Juntas de poder territorial,
con los defensores de la restauración del viejo orden capitalista, aunque fuera
en el seno de una República democrática. La "legalización"
significaba pues, la búsqueda de un cauce legal que diera a las
bases sociales del movimiento expropiador, la seguridad de que las cosas nunca
más volverían a ser como antes.
La obsesión
"legalizadora" de las organizaciones más izquierdistas del Comité
Central de Milicias sirvió al gobierno de la Generalitat, como un valioso instrumento de penetración en el seno de la nueva economía
colectivizada y que, con el retroceso posterior del movimiento revolucionario,
facilitaría su progresivo control sobre ésta.
"La legalización de la colectivización condujo, a través del control,
finalmente a la anulación de la revolución; los últimos pasos de esta política
consecuentemente impulsada por los comunistas, enérgicamente apoyada por los
republicanos y pasivamente tolerada por los anarquistas pudieron darse ya
abiertamente después de la crisis de Mayo de 1937, tras la cual los anarquistas
abandonaron el gobierno" (553).
Desde la
constitución del Consejo de Economía, la CNT defendió la necesidad de la
socialización gradual de la gran industria, del comercio y de los transportes.
Las propiedades de los sublevados y de sus simpatizantes también se integrarían
en este proceso socializador, que debería superar la primera fase espontánea y
colectivista. El resto de la industria y de los servicios: las pequeñas
empresas y las que pertenecieran al capital extranjero, se salvarían del
movimiento expropiador, pero se mantendrían bajo un estricto control obrero.
La CNT defendió que la coordinación de la nueva economía se realizase a través de los Consejos
de Industria que habían constituido los sindicatos, que a su vez estaban
representados en el Consejo de Economía.
En lo que
respecta a la revolución agraria, la CNT se mostró partidaria de defender las
conquistas revolucionarias que se habían conseguido con las
colectivizaciones, mientras exigía moderación a los sectores más
radicalizados de sus propias bases, para que se respetara la voluntad y los
intereses de los pequeños y medianos propietarios, claramente mayoritarios en
Catalunya. El objetivo principal del anarcosindicalismo era la consolidación
del cambio que se había producido en las relaciones de propiedad en el campo.
Sin embargo, para poder mantener y ampliar el edificio económico que suponían
las colectivizaciones agrarias, era necesario conseguir una serie de objetivos
fundamentales (554):
Era
indispensable crear un sistema de comercialización de los productos del campo
que excluyese a los tradicionales intermediarios y que evitase el peligro
inflacionista. La nueva estructura tendría que estar basada en las cooperativas
de productores y de consumidores que existían ligadas a las colectivizaciones.
Era
necesaria la creación de un sistema que facilitara créditos baratos para las
explotaciones colectivas y también para los pequeños propietarios campesinos.
Había que
fomentar una política de racionalización y de optimización de los recursos de
la agricultura, mediante el estudio y la aplicación de los nuevos avances
técnicos y científicos. Aprovisionamiento de abonos, maquinaria y utensilios
que fueran necesarios para mejorar la producción.
Se tenía que
aplicar un programa que estuviera dirigido a superar el tradicional atraso del
campo frente a la ciudad. Por lo tanto era imprescindible la creación de una
infraestructura de transportes, comunicaciones y servicios capaz de hacer
frente a todos estos cambios.
Sin embargo,
el programa anarcosindicalista se vería pronto obligado a adaptarse a las
limitaciones que imponía la situación bélica y a la resistencia que oponían los
pequeños y medianos propietarios, temerosos de los excesos que habían
cometido algunos sectores exaltados, y de los cambios revolucionarios que
podían suponer la aparición de las colectivizaciones. De esta manera, la CNT tuvo que aceptar la existencia de una pequeña y mediana propiedad que se resistía a
desaparecer frente a la ola colectivizadora. El proceso pues, tendría que ser
lento y gradual, mediante la demostración de las ventajas del sistema
colectivista frente a las pequeñas explotaciones familiares.
En el Pleno
Regional de Campesinos de Catalunya, celebrado a principios a principios del
mes de Septiembre, la CNT mostró sus intenciones de utilizar el Consejo de
Economía como un instrumento para potenciar las colectivizaciones agrarias en
Catalunya (555).
Sin embargo,
la débil implantación del anarcosindicalismo en el campo catalán, agudizada por
su incomprensión del fenómeno social que comportaba la existencia de una
pequeña burguesía agraria acomodada y reacia a aceptar el radicalismo
cenetista, hizo fracasar sus esfuerzos en el Consejo de Economía para hacer
avanzar el movimiento colectivizador.
En el seno
del Comité Central de Milicias y posteriormente en el Consejo de Economía, el
POUM se declaró como un firme aliado del anarcosindicalismo. En sus
pretensiones de convertir al primero, en un auténtico gobierno revolucionario,
se mostró ferviente partidario de que fuera el Consejo, el motor y
dirección de la transformación revolucionaria de la economía.
Frente a las vacilaciones, la improvisación y el voluntarismo revolucionario
del anarcosindicalismo, el POUM ejerció en el seno del nuevo organismo
económico, una influencia mucho mayor que la que su implantación social le
permitía, gracias a poseer unos criterios mucho más claros que los dirigentes
de la CNT, sobre los pasos que debía seguir la nueva economía revolucionaria.
Si nos atenemos al testimonio dado por Wilebaldo Solano, y que ha sido recogido
por Carlos Semprún Maura, Andreu Nin fue el autor del programa de once puntos,
adoptado por el Consejo (556).
Especialmente crítico con las colectivizaciones, el poumismo se mostró
partidario de superar las contradicciones y los peligros que ofrecía esta fase
espontánea de la economía revolucionaria, mediante su socialización. Frente a
las tendencias corporativistas y procapitalistas que encerraban la actitud de
algunos comités, la economía debía ser estatalizada, y puesta bajo el control y
la gestión de los trabajadores. También "el control obrero" era una
consigna que había quedado completamente superada en las jornadas de
Julio, cuando los obreros se habían apoderado de los centros de trabajo,
procediendo a la expropiación de los antiguos propietarios.
"Las colectivizaciones han superado la etapa de control obrero y a su
alrededor piden ser superadas por la socialización" (557).
La evolución
de la nueva economía revolucionaria sólo podía consolidarse y avanzar,
superando la dualidad de poderes existente, mediante un Estado Obrero. El dualismo
sin resolver, entre los comités locales, el Comité Central de Milicias y el
gobierno de la Generalitat obstaculizaba la posibilidad de que las
colectivizaciones avanzaran hacia un auténtico sistema socialista. Esto sólo
era posible mediante la formación de un auténtico gobierno revolucionario,
donde deberían estar representadas todas las organizaciones obreras presentes
en el Comité Central de Milicias (excluyendo, por lo tanto, a los partidos
nacionalistas de la pequeña burguesía republicana que, según el POUM,
representaban a una época que ya estaba definitivamente superada).
En la marcha
hacia el Estado Obrero, el anarcosindicalismo seguía jugando, para el POUM, un
papel fundamental. El fatalismo poumista acababa condenando su táctica y
estrategia, a que los dirigentes cenetistas, cada vez más comprometidos en la
colaboración con los partidarios del orden republicano, llegaran a convencerse
de que el destino de la revolución, dependía de que ellos se decidieran a tomar
el poder.
Desde este
punto de vista, el POUM no podía oponerse a la creación del Consejo, al
considerarlo como un importante paso en la construcción de este gobierno.
De la misma
forma que un gobierno obrero significaba, para el POUM, la centralización
del poder revolucionario, por medio de una hipotética asamblea constituyente de
delegados elegidos por los comités de obreros, campesinos y milicianos, también
significaba la centralización de la economía colectivizada.
Si el Comité
Central de Milicias podía convertirse, por la voluntad de los dirigentes
cenetistas, en el deseado gobierno revolucionario, el Consejo de Economía
también podía formar parte de éste.
Desde este
punto de vista, el POUM hacía una crítica al anarcosindicalismo, por su falta
de firmeza para combatir los desvíos de las colectivizaciones hacia lo que
Andrade denominaba "capitalismo popular":
"Y un Gobierno obrero y campesino es el que se encuentra a faltar para
superar el control obrero y las colectivizaciones que no responden ya al
momento actual. Se recrimina a los Consejos de Empresa de ser más conservadores
que los burgueses, se afirma que las colectivizaciones han puesto unos cuantos
burgueses en la dirección de Empresa allí donde solamente había uno. Pequeña
burguesía y reformistas que no tienen una confianza absoluta en el espíritu
creador de la clase trabajadora se aprovechan de estos inconvenientes para ir
frenando el impulso revolucionario de las masas y volver paulatinamente a una situación
parecida a la de antes del 19 de Julio" (558).
De la misma
forma que en el seno del Comité Central de Milicias, también en el del Consejo
de Economía, se integraban diferentes fuerzas políticas con programas, muchas
veces antagónicos e irreconciliables, coincidentes sólo de forma puntual en la
necesidad de la creación de un organismo que debía dirigir la evolución de la
economía hacia sus propios objetivos políticos.
La creación
del Consejo de Economía, cuando las organizaciones políticamente situadas en el
ala izquierda del Comité Central, estaban cada vez más comprometidas con su
política colaboracionista, constituía sin duda alguna, un importante paso del
gobierno de la Generalitat en la consecución de sus propios objetivos. Sin
embargo, todavía había un largo trecho que recorrer para poder consolidar su
autoridad, en detrimento de la revolución de los comités:
"El desarme de la retaguardia, la organización militar, la normalización
institucional, el restablecimiento de la seguridad interior y la supresión de
las patrullas de control, eran cuestiones muy delicadas, ya que su ordenación
podía ser interpretada no como una adecuación del régimen político al nuevo
régimen económico y social, sino como una desvirtuación y hasta una liquidación
de los órganos de poder surgidos espontáneamente en el transcurso de la
revolución. En todo caso, esta <<ordenación>> comportaba
ineludiblemente la colaboración de la CNT y de la FAI. Su entrada en el Consejo de Economía había sido el primer paso, faltaba el segundo: la
entrada en el Consell de la Generalitat" (559).
Tras la
disolución del Comité de Milicias Antifascistas de Catalunya en el seno del
nuevo gobierno de la Generalitat, el Consejo pasó a integrarse en la consellería
d'Economía del gobierno catalán, convirtiéndose en un simple apéndice de éste.
Con las organizaciones obreras integradas en el Comité de Milicias, no tenía
ningún sentido seguir manteniendo la situación de dualismo en el campo
económico.
"Tras la fecha de constitución de aquel gobierno, el 27 de Septiembre, la
misión del Consejo de Economía quedaba reducida a estudiar y a proponer al
gobierno de la Generalitat las soluciones que creía convenientes acerca de
determinados problemas económicos de Catalunya" (560).
4.5 LAS DIFERENTES ACTITUDES FRENTE AL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS
DE CATALUNYA.
El Comité
Central de Milicias Antifascistas de Catalunya acabó, por la dinámica de los
acontecimientos, convirtiéndose en el verdadero centro del poder político en la Catalunya revolucionaria. Los comités obreros dominaban la vida cotidiana y la marcha de las
empresas en las localidades donde habían aparecido, pero constituían un
poder completamente horizontal.
Su poder e
influencia decrecían a medida que se ascendía en las estructuras del poder
territorial, hasta llegar al Comité Central de Milicias, donde su influencia
era mínima. El gobierno de la Generalitat de Catalunya, se había convertido de la noche a la mañana, en una ficción que sólo podía sobrevivir gracias
a las concesiones hechas por los dirigentes anarcosindicalistas. Su influencia
apenas contaba en la vida política, durante las primeras semanas de la
revolución.
En estas
condiciones, la dualidad de poderes abierta con el rechazo de la CNT y de la FAI a aprovechar su triunfo, para liquidar definitivamente al gobierno de la Generalitat, sólo podía encarnarse en el Comité Central de Milicias. Ideado por Companys para
convertirse en un mecanismo de control y de supeditación del movimiento
revolucionario, por medio de la participación en dicho organismo, de
anarcosindicalistas y poumistas, verdaderos triunfadores de Julio. Convertido
por los cenetistas en una plataforma de colaboración con las distintas fuerzas
políticas del Frente Popular y el POUM, pero en la que se advertía la
aplastante supremacía del anarcosindicalismo catalán. La situación lo empujó a
convertirse en el campo de batalla entre las diferentes organizaciones obreras
que se disputaban la influencia política. Era en él donde iba a decidirse, en
gran parte, el futuro de la revolución en Catalunya, y por lo tanto, también en
el resto del estado.
Las
organizaciones de la pequeña burguesía nacionalista republicana y el gobierno
catalán, estaban condenados a jugar en él, un papel de simples comparsas
en esta lucha, apoyando a los partidos y sindicatos obreros del Front
d'Esquerres.
El papel de
estas fuerzas fue completamente secundario, en pleno auge de la revolución de
los comités. ERC vió declinar en los meses posteriores al comienzo de la guerra
y de la revolución, su control sobre las clases medias catalanas en el campo y
en la ciudad, siendo sustituída por el PSUC, que se convertía en el nuevo
abanderado de las clases medias catalanas.
Los
principales aliados de ERC, no solo le robaban su tradicional
protagonismo político, sino que también eran el único baluarte que le podía
permitir introducirse progresivamente en el campo de la revolución para
intentar devolverla a sus límites iniciales. La Esquerra dependía totalmente de sus aliados del PSUC, pero esta alianza no hacía más que
debilitarla políticamente en beneficio de la nueva organización comunista.
La
contradictoria y explosiva relación entre ERC y el PSUC fue definida
perfectamente por el historiador estalinista catalán, Manuel Benavides:
"La Esquerra vivía gracias al oxígeno que le insuflaban los unificados por
la necesidad política de hacer más sólidos los cimientos republicanos de la Generalitat. Los hombres de la Esquerra, no obstante, se conducían como esos moribundos que
se vuelven de cara a la pared en su lecho de muerte al ver entrar al
médico" (561).
Esquerra
sólo podía pretender conservar su declinante influencia política,
aprovechando los constantes enfrentamientos entre los anarcosindicalistas y los
comunistas estalinistas del PSUC.
En estas
circunstancias la táctica de los catalanistas pretendía un doble objetivo: que
el mismo movimiento que debía hacer retroceder a la revolución de los comités,
le devolviera finalmente el poder que había perdido, recuperando su influencia
entre los sectores sociales que ahora apoyaban al PSUC.
Los
dirigentes de ERC eran conscientes de que, al fin y al cabo, los comunistas
estalinistas catalanes, a pesar de su moderación y de su conservadurismo,
seguían sin ser el partido de las clases medias catalanas, y que sólo
constituían un instrumento eficaz para contener a la revolución. Estaban
convencidos de que, una vez desaparecido el peligro revolucionario, el
comunismo "conservador" perdería sus nuevas bases sociales y la
situación volvería a su equilibrio tradicional. H. E. Kaminsky, agudo
observador de la situación política revolucionaria catalana, describió
perfectamente la dramática situación en la que se encontraba Lluís Companys
y los dirigentes del nacionalismo republicano catalán:
"La Esquerra se ha convertido en un partido conservador. Cuando ahora
proclama <<la producción por los sindicatos, el consumo por las
cooperativas>> parece que reclama la ejecución de su programa, pero en
realidad se está poniendo a la defensiva. Se ha acordado demasiado tarde de su
programa social, y sus aliados, que empiezan donde ella acaba, ya la han
rebasado" (562).
Sin embargo
y por el momento, sólo el PSUC, un partido obrero, que se autoproclamaba
heredero en Catalunya de la tradición bolchevique de 1917, podía constituirse
en un auténtico obstáculo para el movimiento revolucionario.
4.5.1 El Partido Socialista Unificado de Catalunya y la Unión General de Trabajadores (PSUC-UGT).
Aparentemente, en Catalunya, las posiciones políticas del PSUC aparecen como
más radicales que las que mantenía el PCE en el resto del Estado.
Esta supuesta contradicción solo es comprensible teniendo en cuenta la tremenda
presión revolucionaria a la que estaba siendo sometido, desde su fundación, el
nuevo partido comunista catalán.
El
"izquierdismo" del PSUC no hacía más que reflejar la mayor
profundidad alcanzada por el movimiento revolucionario catalán, respecto al
resto del estado.
Otro
elemento diferenciador entre las organizaciones comunistas oficiales, es que el
PSUC tuvo que competir, en los inicios de la guerra y de la revolución, con
organizaciones más numerosas y radicalizadas que él, y que se situaban al
margen del Frente Popular, tanto en su versión libertaria (CNT, FAI, JJ.LL.),
como en la marxista (POUM, JCI). Una actitud más moderada, hubiera significado
mayores dificultades, sino la imposibilidad, para mantener en sus filas,
a los escasos sectores obreros que estaban afiliados a la UGT, y que también se veían arrastrados por la extraordinaria marea humana que
significaba la revolución.
Desde la
formación del Comité Central de Milicias los dirigentes del PSUC demostraron su
abierta hostilidad hacia el triunfo anarcosindicalista de Julio y hacia la
constitución del nuevo organismo de poder. El Comité de Milicias fue
considerado por los dirigentes comunistas como la evidencia de "la
influencia tenebrosa y dictatorial de los anarquistas sobre Catalunya"
(563). La actitud impotente y astuta de Lluís Companys con los delegados de la CNT y de la FAI fue totalmente incomprendida por los comunistas catalanes que la consideraron
como un grave error político. El PSUC abogaba, en aquellos momentos, por
mantener una posición de fuerza frente a los libertarios, triunfadores
de las jornadas de Julio. Esta postura sería revisada con la crisis
del nuevo gobierno de la Generalitat, a principios del mes de Agosto, en
el que se pretendió incluir a los representantes del PSUC en el nuevo gabinete.
El ultimátum lanzado por los dirigentes libertarios hizo comprender a Joan
Comorera quienes eran los auténticos dueños de la situación revolucionaria en
Catalunya.
Desde los
primeros momentos la actitud del Partido Socialista Unificado frente al Comité
Central tuvo que ser la de aceptar a regañadientes los hechos consumados
y participar en él. La postura de ERC y de Companys de aceptar las condiciones
de los anarcosindicalistas obligaba al PSUC a integrarse en el nuevo organismo
de poder. El grado de hostilidad y de oposición de los socialistas unificados
varió durante el período de existencia del Comité Central. Pese a la inicial
actitud de rechazo que manifestaba el nuevo partido frente al nuevo organismo
de poder, sus dirigentes comprendieron que los anarcosindicalistas habían
rechazado la posibilidad de tomar el poder y que habían adoptado una postura de
la colaboración con las restantes fuerzas políticas y la renuncia temporal a la
implantación del comunismo libertario. Mientras que el Comité Central de
Milicias defendiese esta política de compromiso, éste sería un obstáculo para
la profundización y extensión de la revolución, deseada por los sectores más
radicalizados del anarcosindicalismo. Es en este sentido pues, en el que el
PSUC acabó defendiendo, en las primeras semanas, la existencia del Comité
Central y la necesidad de que los comités revolucionarios se subordinaran a la
autoridad de éste.
A medida que
la política restauracionista fue avanzando, los dirigentes del PSUC exigieron
cada vez más, la subordinación del Comité de Milicias a la autoridad política
de la Generalitat, considerado como gobierno único y legítimo en
Catalunya, que debería ser el paso previo a su disolución.
La dualidad
de poderes era una característica altamente inestable de la situación política
revolucionaria catalana y también española, que iba a evolucionar rápidamente
hacia uno de los dos extremos en pugna:
"...se formaron dos organismos de poder... el Comité de Milicias y el
gobierno de la Generalitat. Era una complementariedad imposible; o se hacía la
revolución hasta las últimas consecuencias o se mantenía la unidad
antifascista. Hacer las dos cosas era imposible..." (564).
Los
dirigentes del PSUC estaban dispuestos a aprovechar las vacilaciones de la CNT para empujarla en la dirección de la "unidad antifascista" y del Frente
Popular: la disolución del Comité Central de Milicias tenía que ir acompañada
de la formación de un gobierno de unidad que dirigiera todos sus
esfuerzos a "ganar la guerra". La liquidación del nuevo organismo de
poder sería completamente insuficiente si las organizaciones más radicales que
existían en su seno, y que todavía mantenían la supremacía absoluta en el seno
del movimiento obrero, no eran incorporadas al nuevo gobierno. La incorporación
de la CNT, de la FAI y también del POUM al Consell de la Generalitat cumpliría la función de impedir que la disolución del Comité de Milicias pudiera
desembocar en una nueva marea revolucionaria que acabara por dislocar sus
planes.
La
postura comunista en Catalunya tenía su paralela a nivel de toda la
zona republicana, en la crítica constante a la propuesta
anarcosindicalista de que el gobierno de Largo Caballero fuera sustituido
por una Junta o Consejo Nacional, al estilo del Comité de Milicias de Catalunya
y en la exigencia de que la CNT y la FAI formasen parte del gobierno
republicano (565).
La
incorporación del anarcosindicalismo significaba pues, no solo el mantenimiento
del compromiso inicial, del cual había surgido el Comité Central de Milicias,
sino la progresiva integración de estos sectores radicalizados, en el proyecto
de reconstrucción del estado republicano en Catalunya y en el país.
La situación
revolucionaria y el desarrollo de la guerra civil, que ya se adivinaba larga y
sangrienta, exigía la existencia de un gobierno fuerte, que fuera capaz de
liberar y organizar las energías de la población en el esfuerzo para
alcanzar la victoria. La negativa de los anarcosindicalistas a tomar el poder
para instaurar un nuevo proyecto social revolucionario, facilitaba
enormemente los objetivos del PSUC de restablecer las instituciones
republicanas. En este sentido, son claras las declaraciones de Pere Ardiaca:
"Era necesario imponer un orden revolucionario en la retaguardia. El
Comité de Milicias nunca lo fue, ni se propuso ser gobierno. Queríamos un
gobierno del Frente Popular en el que estuvieran representadas todas las
fuerzas antifascistas..." (566).
El recién
nacido PSUC y la UGT catalana eran organizaciones muy minoritarias frente al
anarcosindicalismo e incluso ante el poumismo, en las semanas posteriores a los
hechos de Julio. Sus posiciones políticas poco importaban en plena situación
revolucionaria. Sin embargo, su defensa decidida de la pequeña burguesía,
provocó un trasvase continuo de miembros de esta clase social hacia estas
organizaciones, procedentes de Esquerra Republicana y de otros grupos
nacionalistas menores, o situados más a la derecha que ésta.
Los nuevos
afiliados buscaban en el PSUC un carnet que les diera protección
frente a los libertarios y un partido que pudiera servir de freno a la
revolución triunfante. El decreto (que contó con aprobación de la CNT) por el que se hacía obligatoria la afiliación en uno de los dos sindicatos principales,
provocó un todavía mayor crecimiento de las organizaciones obreras que se
situaban en la línea del viejo Front d'Esquerres. Grandes organizaciones, que
contaban con varios miles de afiliados cada una de ellas, como el CADCI y el
GEPCI pasaron a integrarse en la UGT catalana.
A medida que
los dirigentes del PSUC se iban sintiendo más fuertes fueron desplegando menos
tímidamente los ejes de la que iba a ser su política de contención y de
restauración del viejo orden.
"A las pocas semanas el PSUC se sentía bastante seguro de si mismo para
insistir en la disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas y en la
concentración del poder en manos del gobierno catalán. A ello le ayudó no solo
el presidente Companys, sino también la presión ejercida por el gobierno
central, a quien incomodaba la existencia de un organismo revolucionario que
demostraba a los ojos del mundo que su autoridad en Catalunya era
inexistente" (567).
Frente a la
actitud timorata de los dirigentes de ERC, el PSUC se mostraba partidario de un
programa de contrarrevolución democrática que se apoyaba en cuatro puntos,
descritos en un manifiesto que fue difundido el 10 de Septiembre, y que
reflejaba los siguientes pasos que iba a desarrollar la "contrarrevolución
democrática", en el siguiente período (568):
1. "Un gobierno que gobierne sin la tutela del Comité de Milicias y con
representaciones de todas las fuerzas antifascistas". El
restablecimiento de un gobierno republicano fuerte, ligado al Frente Popular
(Front d'Esquerres en Catalunya). Esto significaba el fin de la revolución
social y la vuelta al sistema económico y político anterior a las jornadas de
Julio, es decir, la liquidación del Comité de Milicias y de la multitud de
comités revolucionarios locales.
2. "Un orden revolucionario". Pese a los términos utilizados a menudo
por los dirigentes del PCE y del PSUC, a menudo confusos y abstractos,
refiriéndose al nuevo orden que iba a surgir de la guerra, toda la política de
estas organizaciones apuntaba indudablemente al mantenimiento de un capitalismo
"avanzado", similar al existente en Francia y en Gran Bretaña. Esta
conclusión no es mía, sino que es la que expresa Caminal en la siguiente
reflexión:
"... El curso desfavorable de la guerra y la situación internacional,
particularmente la dependencia del PCE y del PSUC de la política exterior de la URSS reducirán la ambigüedad de la revolución popular a la nitidez de la revolución
democrática". (569).
3. "Una industria de retaguardia libre de la intervención de los
aventureros". El término "aventureros", es parte de todo un
extenso vocabulario utilizado por el Partido Socialista Unificado
destinado a desprestigiar a la revolución de los comités y a su extensión en
las actividades económicas, las colectivizaciones industriales y agrarias. Las
fábricas, los talleres y las minas, es decir, la inmensa mayoría del aparato
productivo en Catalunya, se encontraba en poder de los trabajadores, liderados
por la CNT.
La
recuperación del poder político tenía que ser el primer paso. Una vez
conseguido éste, y con la necesaria colaboración de los dirigentes
anarcosindicalistas, cada vez más comprometidos en "la unidad
antifascista", el PSUC era partidario de proceder a la liquidación del
experimento colectivista.
La huida de
la inmensa mayoría de los propietarios era un serio obstáculo para el
restablecimiento del viejo cuadro económico prerrevolucionario, que sólo podía
superarse con la nacionalización de la economía catalana, bajo la dirección del
nuevo gobierno de la Generalitat.
4. "Un ejército regular con mando único y una política de cuadros
militares y de comisariado". El total restablecimiento del poder
republicano, y por consiguiente, la liquidación definitiva de la revolución de
los comités, sólo era posible completando los anteriores puntos con la
reconstrucción del viejo ejército y la disolución de las milicias y de las
patrullas de control. La reclamación del "mando único",
reivindicación lógica y legítima que pretendía superar los errores de las
columnas milicianas, servía para ocultar o adornar los verdaderos objetivos de
esta campaña: el control por parte del gobierno y del Frente Popular, del
ejército. Mientras las milicias se mantuvieran fuera de su autoridad, y
estuvieran bajo el control de los comités y de los sindicatos, la
"contrarrevolución democrática" no podría llegar hasta sus últimas
consecuencias.
La rivalidad
entre el Comité Central de Milicias y el gobierno de la Generalitat de Catalunya era un hecho que se repitió desde la creación del primero hasta su
disolución final. La dualidad no podía perpetuarse como pretendían algunos.
La evolución
de los hechos, la negativa del anarcosindicalismo a instaurar un nuevo régimen
revolucionario puso la iniciativa política en manos de los partidarios del
restablecimiento republicano. A mediados del mes de Septiembre, el PSUC exigía
claramente la constitución de un nuevo gobierno fuerte de la Generalitat y el final de esta situación que perjudicaba la marcha de la guerra contra los
franquistas. Si el Comité Central no podía convertirse en el nuevo gobierno, si
la revolución de los comités se encontraba estancada, incapaz de llegar hasta
las últimas consecuencias, el PSUC consideraba que había llegado su momento.
"Un gobierno con autoridad, un gobierno que responda a la actual situación
de las fuerzas revolucionarias, un gobierno con hombres capacitados para poner
en marcha las múltiples actividades de nuestro país, es el que podrá dar la
solución al problema urgentísimo de la centralización de la economía
catalana" (570).
4.5.2 La Confederación Nacional del Trabajo. La Federación Anarquista Ibérica (CNT-FAI).
Una vez
descartada la toma del poder, aprovechando la victoria de las jornadas de Julio,
los anarcosindicalistas solo podían adoptar dos posturas, la de mantener su
independencia política rechazando cualquier participación en los
organismos de poder territorial o el compromiso y la colaboración con el
gobierno de la Generalitat y con el resto de partidos y sindicatos en el Comité
Central de Milicias Antifascistas de Catalunya.
La primera
alternativa, en los primeros momentos, era inviable, ya que hubiera significado
la crisis y el enfrentamiento con sus propias bases, que no hubieran aceptado
renunciar al triunfo conseguido con las armas, para cederlo a las
desprestigiadas autoridades republicanas. La segunda actitud, la del
compromiso, pese a las ilusiones de los cuadros dirigentes en poder
contrarrestar con sus fuerzas la "contrarrevolución democrática", iba
a tener el mismo final, aunque a más largo plazo. La primera posibilidad
significaba el mantenimiento imposible de los viejos principios ideológicos en
una situación que no toleraba la tradicional automarginación de los
anarquistas. La segunda significaba renunciar a la revolución, aplazarla hasta
un futuro indeterminado, y en la práctica, servir como dique de contención a
los avances del movimiento revolucionario frente a las tambaleantes y
debilitadas instituciones republicanas. Cualquiera de las tres
alternativas, la de la toma del poder, la de la automarginación o la del
compromiso, significaban en la práctica, la quiebra política del viejo edificio
libertario.
"A partir del 19 de Julio, continuar al margen del Estado y renunciar a
toda política que no fuera la lucha social era imposible. Los anarquistas, o
debían intentar establecer su propia dictadura, o debían compartir
democráticamente el poder con las demás organizaciones del frente popular"
(571).
Después del
triunfo de Julio, la colaboración, para los representantes libertarios, no
podía significar, de ningún modo, la supeditación de las organizaciones
anarcosindicalistas al viejo poder republicano. Los dirigentes libertarios
hicieron saber, desde los primeros momentos de existencia del Comité de
Milicias, que no estaban dispuestos a ceder la victoria ante la Generalitat, y que eran ellos los verdaderos dueños de la nueva situación en Catalunya.
El Comité
Central de Milicias tenía que convertirse en el centro del poder, sin que por
ello tuviera que transformarse en gobierno. Mientras tanto, el gobierno
de la Generalitat tenía que seguir existiendo como "tapadera" legal
ante los gobiernos del resto de países. Éste era el propósito de los dirigentes
cenetistas y faístas.
"Detrás de la apariencia de las instituciones republicanas de la región
autónoma, se ocultaría un sistema social proletario y libertario que
entre bastidores manejaba los hilos de las marionetas representativas del
gobierno fantoche de la Generalitat. Así quedaría a salvo el ideal anarquista; así sería realizada de todas formas una obra revolucionaria de tipo
socialista sin por ello dar el peligroso salto de la revolución total"
(572).
La
ingenuidad y la prepotencia del camino adoptado escondía en realidad el temor
de los representantes libertarios al aislamiento político de la revolución
"total". La existencia del Comité Central de Milicias, constituido
como el poder real en Catalunya, dirigido y controlado por los
libertarios no hacía otra cosa que postergar el desenlace entre las dos fuerzas
que se enfrentaban en el seno del campo "republicano": la revolución
de los comités y la contrarrevolución democrática.
Por lo
pronto, la primera consecuencia del rechazo de la CNT a la toma del poder fue su renuncia implícita a llevar a cabo la revolución, (aunque ésta
fuera de carácter temporal) y por lo tanto, un primer éxito de sus adversarios
políticos del Frente Popular. Los dirigentes anarcosindicalistas pretendían
salvar la contradicción creada con el estallido de la revolución: eludir
la toma del poder sin que por ello significase cedérselo a sus adversarios
"republicanos". De esta manera, el Comité Central, que hubiera podido
convertirse en la cúspide del nuevo poder revolucionario, se veía condenado a
convertirse en un organismo de enlace entre la CNT, la FAI y también el POUM, y las organizaciones partidarias del Front d'Esquerres.
En un mitin
celebrado en París por la Unión Anarquista, el delegado representante de la CNT-FAI proclamaba la fuerte revisión que estaban sufriendo los tradicionales
principios libertarios:
"La organización a la cual pertenezco actualmente sólo piensa en consagrar
la lucha contra los rebeldes, dentro del marco del Frente Popular. La CNT hará honor a su palabra y no desplazará la lucha entablada..." (573).
El periódico
"Solidaridad Obrera" publicaba la declaración del Pleno Regional de
Locales y Comarcales, que se había realizado apenas una semana después de los
combates de Julio, y que explicaba, muy explícitamente, cual era la postura de
los dirigentes de la organización que se había convertido en la fuerza
hegemónica de la revolución en Catalunya y en una buena parte de la "zona republicana":
"Hoy no hay más problema para el proletariado, no hay más enemigo para el
pueblo que el fascismo sublevado... que nadie vaya más allá. Que nadie
tergiverse la actuación a seguir. Todos los confederados tienen el deber moral
de aceptar las decisiones generales, no sólo por el interés colectivo, sino
incluso por el interés individual... En consecuencia, nadie está autorizado
para lanzar consignas ni enfocar el movimiento de otra forma..." (574).
El mensaje
iba dirigido a los numerosos descontentos que aparecían en las bases sindicales
y que no comprendían porque tenían que renunciar a su revolución, pocos días
después de haber conocido la victoria. Apenas un poco más de un mes después,
era Federica Montseny la que declaraba el triunfo de los
colaboracionistas de la CNT, en la emisora de Unión Radio de Madrid:
"Ahora, no somos más que antifascistas, dispuestos a luchar contra el
fascismo" (575).
Sin embargo,
la revolución en la calle se empeñaba en no seguir las directrices de
colaboración que habían decidido los dirigentes libertarios. La revolución
"aplazada" en las cúpulas, seguía inexorable y sin dirección en la
calle.
La victoria
del anarcosindicalismo catalán en las jornadas de Julio, no se traducía en una
victoria política, sino en todo lo contrario. Los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI se estrellaban contra una situación que, paradójicamente, les ofrecía el
triunfo. La revolución pues, no había llegado bajo la forma idealista que
habían imaginado los libertarios, y que implicaba la renuncia a cualquier tipo
de dictadura.
La
revolución no había llegado, aceptada por la totalidad de la población, tenía
fuertes adversarios tanto en el campo franquista, como en el republicano. Habían
importantes sectores de la población, la pequeña burguesía urbana y los
pequeños y medianos propietarios agrícolas que veían con desconfianza los
planes de colectivización libertaria. Los anarcosindicalistas carecían de un
programa maduro de acceso y mantenimiento del poder y tampoco
comprendían la verdadera naturaleza de los comités revolucionarios que habían
aparecido espontáneamente.
No contaban
con planes de profundización y extensión de la revolución social que se había
puesto en marcha, sino sólo con proclamas bienintencionadas sobre el comunismo
libertario.
"Es esta carencia absoluta de nociones claras y de perspectiva histórica,
la que impidió al anarquismo ver el sendero revolucionario que se le ofrecía a
través de los comités gobierno, lo que le llevó, primero a tolerar el estado
capitalista, después a colaborar con él, unido a los politicastros estalinistas
y socialistas" (576).
La actitud
"colaboracionista" de los dirigentes cenetistas ha sido
comentada por numerosos historiadores y testigos de la época, siendo muchos de
ellos, pertenecientes a la misma corriente política libertaria. Jordi Sabater
hace una completa e interesante descripción de la actitud del
anarcosindicalismo en el seno del Comité Central de Milicias:
"Un período en el cual la CNT-FAI, ha abandonado los planteamientos
iniciales de reestructuración revolucionaria y federal del estado por una
actitud defensiva con la cual, aceptando un cierto grado de centralización,
espera poder mantener su condición de fuerza hegemónica en zonas como Aragón y
Catalunya" (577).
En el seno
del Comité Central de Milicias, los representantes anarcosindicalistas
pretendían dar el mínimo de concesiones posibles a sus aliados forzosos, las
suficientes para que estos aceptaran la colaboración en el nuevo organismo de
poder, pero lo bastante poco como para no poner en peligro su hegemonía
sobre la revolución. La renuncia al poder y a
la instauración de un nuevo régimen revolucionario, y esta perspectiva
de "congelación" de la nueva situación, que significaba su postura de
compromiso con el gobierno de la Generalitat y con las fuerzas del Front
d'Esquerres, significaban un profundo desconocimiento de las dinámicas
revolucionarias que se habían desarrollado desde la misma revolución francesa
de 1789, en todas las revoluciones de los siglos XIX y XX.
Es pues, a
todas luces injustificada y excesiva, la acusación lanzada por Juan García
Oliver contra su rival, destacada dirigente del sector más claramente
colaboracionista en el seno de la CNT, Federica Montseny, al acusarla de
ejercer una nefasta influencia en el Comité Regional (578).
La votación
realizada en el plenario histórico, en el que los cuadros dirigentes del sindicato
decidieron rechazar la toma del poder y colaborar con el gobierno de la Generalitat, fue demasiado unánime para aceptar esta explicación. Indudablemente y por las
explicaciones que nos han dado numerosos participantes en dicho plenario, entre
ellos el mismo García Oliver, se desprende el profundo desconcierto que reinaba
entre los participantes de dicha asamblea (579).
Las
posiciones colaboracionistas de Federica Montseny, en cualquier caso, sólo
podían influir de forma decisiva en una regional completamente desconcertada y
paralizada ante el reto que la revolución significaba.
La oposición
y las críticas en la CNT y la FAI al colaboracionismo creciente de los
dirigentes, en el seno del Comité Central de Milicias, fue creciendo a medida
que las bases sentían que la revolución que ellos habían iniciado se iba
quedando estancada, mientras que el PSUC y el gobierno de la Generalitat empezaban a levantar la cabeza, después del desastre de las jornadas de Julio.
Los críticos
exigieron el abandono de la política colaboracionista y reclamaron la vuelta de
la CNT a la oposición, para refugiarse en el sistema de colectivizaciones que
existía en el campo y en la ciudad, y desde el que los libertarios se sentían inexpugnables
frente a sus adversarios políticos, en la creencia de que con la toma del poder
económico acabaría por extinguirse el político. Una vez más, los
anarcosindicalistas se estrellaban con sus propios principios antiestatalistas.
Un año
después, la dinámica de la revolución de los comités estaba liquidada y las
colectivizaciones, viejos bastiones de la CNT, se encontraban gravemente amenazadas por los nuevos dueños de la situación.
"La colaboración se impuso. ¿Había otra alternativa?, fascinados por el
drama de la guerra, seducidos por una suerte de fatalismo, si la había no se
puso gran empeño en encontrarla. Los colaboracionistas se dieron a la tarea sin
apercibirse de que dado el primer paso las consecuencias se producirían en racha.
Por lo que al anarquismo se refiere estas concesiones implicaban dejaciones
cada vez más importantes" (580).
La evolución
política de la CNT, a partir de su triunfo en Catalunya durante las jornadas de
Julio de 1936 y de su renuncia al poder, solo podía dirigirse hacia un, cada
vez mayor, compromiso con los partidarios de la restauración republicana.
Una vez más,
se iba a repetir la vieja tesis de que la historia no admite vacíos de poder
por tiempo indefinido, sino tan sólo por muy cortos espacios de tiempo, si las
direcciones del movimiento revolucionario no estaban dispuestas a tomar en sus
manos el poder para instaurar su propio régimen social, otros lo iban a hacer.
4.5.3 El Partido Obrero de Unificación Marxista.
La posición
del POUM en Catalunya, en los primeros momentos posteriores a las jornadas de
Julio, fue la de apoyar al anarcosindicalismo victorioso, frente a los intentos
desesperados de Companys y del Front d'Esquerres para recuperar la iniciativa
que habían perdido. La actitud adoptada por el poumismo fue completamente
dependiente de la que pudiesen adoptar los dirigentes anarcosindicalistas. La
postura poumista, en aquellos momentos, era coherente con la que había ido
adoptando el partido desde su fundación, al ceder al anarcosindicalismo y a la Izquierda Socialista, en su concepción de la revolución española, el papel principal en la
formación del que debía ser el partido de la clase obrera.
"Joan Comorera, que representaba aún a la Unión Socialista, ya que el PSUC, del cual después sería secretario general, aún no
estaba oficialmente constituido, estuvo inmediatamente de acuerdo con la
propuesta de Companys, pero Andreu Nin, que representaba al POUM, manifestó que
un acuerdo de conjunto solo se podía obtener cuando hubiesen expuesto su
criterio los representantes de la CNT, cosa que indicaba que Andreu Nin
rechazaba la propuesta de Companys" (581).
El programa
político defendido por el POUM durante los primeros días de la revolución
reflejaba el mismo desconcierto y el mismo espíritu conservador que habían
manifestado los cuadros la CNT y de la FAI: (semana de 36 horas, 10% incremento
para los salarios más bajos, 25% de rebaja de los alquileres, pago de los
jornales de los días de la huelga, control de la producción por comités
obreros, subsidio de desempleo, reparto de las tierras de los grandes
propietarios, revisión del Estatuto de Autonomía, depuración de los cuerpos
armados y militares y elección de los jefes por los soldados y los
guardias, mantenimiento de las milicias armadas, juicio a los conspiradores).
Todo el
programa político defendido por el Comité Central del POUM y publicado, una
semana después del hundimiento de la República, respondía al período prerrevolucionario que acababa de agotarse y era completamente inadecuado para la nueva
situación. La mayoría de las consignas ya habían sido ampliamente superadas por
la espontaneidad de los trabajadores. Durante los primeros días después de las
jornadas de Julio, el POUM tuvo verdaderas dificultades para comprender la
naturaleza y el alcance de la situación que acababa de abrirse en Catalunya y
en toda la zona republicana.
"Toda la actividad del POUM durante las semanas inmediatas al 19 de Julio,
así como su prensa, revelan un desconocimiento total de lo que estaba
ocurriendo. Ni siquiera se daba cuenta de la significación política del Comité
Central de Milicias y de los múltiples comités gobierno... Avant escribía:
<<La creación del Comité Central de Milicias, formado por delegados de
todas las organizaciones, representa un gran paso adelante en el sentido de la
coordinación de la acción de todas las fuerzas armadas y populares y, por eso,
nuestro partido lo saluda con la más viva satisfacción>>. No ve en el
Comité Central de Milicias, más que un organismo de Frente Único
<<Antifascista>>. La derrota de las instituciones armadas de la
vieja sociedad acababa de hacer trizas el estado burgués, planteando en sus
términos mapas vivos, prácticos e imperativos, el problema de la ordenación del
estado proletario. Para el POUM nada de esto existía, la revolución no estaba
en la calle..." (582).
El poumismo
aceptó de buen grado la constitución del Comité Central de Milicias
Antifascistas de Catalunya. El nuevo organismo de poder, respondía a la
concepción frentista que había defendido el partido, desde su fundación,
y que recogía la visión maurinista sobre el carácter y la naturaleza de las
Alianzas Obreras que se habían desarrollado durante el período 1934-1935.
El claro
predominio anarcosindicalista en el Comité Central, y su rivalidad con el
tambaleante gobierno de la Generalitat, colocaban al nuevo organismo en el
centro del poder revolucionario. Todo dependía de que los dirigentes de la CNT y de la FAI se convencieran de la necesidad de impulsar el movimiento hasta sus últimas
consecuencias y de que convirtieran al Comité en un auténtico gobierno
revolucionario.
"... La insurrección fascista del 19 de Julio, creó todas las condiciones
objetivas para la conquista del poder. El mecanismo estatal quedó tan
seriamente quebrantado que, en realidad, había dejado de existir...".
"Bastaba querer, para que los restos impotentes del poder burgués fueran
destruidos definitivamente y se instituyera el poder de la clase trabajadora.
Pero los partidos y las organizaciones obreras que gozaban de mayor influencia,
no quisieron" (583).
El POUM era
consciente de que la revolución espontánea de Julio no había sido suficiente
para volver irreversible la nueva situación, y de que el hecho de que no se
hubiera tomado el poder abría la posibilidad de un curso
contrarrevolucionario de los acontecimientos que restaurara el viejo
orden.
La postura
del Comité Central del POUM negaba cualquier posibilidad de mantener una
postura independiente de la línea que pudieran adoptar las grandes
organizaciones obreras, en especial, el anarcosindicalismo. En la visión
política de la revolución española, defendida por el poumismo, el Comité Central
se convertía en un organismo de enlace y de Frente Único de los partidos y
sindicatos de los trabajadores (en el que los poumistas toleraban, de buen o
mal grado, a los partidos de la pequeña burguesía republicana y catalanista).
Los comités revolucionarios, aparecidos por todas partes con absoluta
espontaneidad, jugarían un papel similar al que tenía el Comité de Milicias,
pero a escala local. El papel de canalización de la participación de la
población trabajadora en los nuevos organismos de poder, quedaba en manos de
los sindicatos, que tenían que cumplir el papel que habían jugado los soviets
en la revoluciones rusas de 1905 y 1917. H. E. Kaminski nos describe una
entrevista mantenido con Andreu Nin:
"Creemos (dice Nin) que el papel decisivo en la Revolución española pertenece a los sindicatos que, en España, representan lo mismo que en
Rusia los Soviets. En lo referente a este punto coincidimos con los
anarquistas" (584).
El POUM
negó, en repetidas ocasiones, la posibilidad de que los comités locales
pudieran convertirse en auténticos soviets, al estilo de la revolución rusa de
1917. Los dirigentes poumistas olvidaban que la principal diferencia en la
naturaleza de ambos organismos era tan sólo la voluntad de las organizaciones políticas
para articularlos y convertirlos en el embrión del nuevo estado revolucionario.
El gobierno,
las Cortes, y todas las viejas instituciones republicanas, habían sido
ampliamente superadas por la nueva situación. El POUM defendía la necesidad de
que la revolución se consolidase mediante la formación de un gobierno obrero y
de una Asamblea Constituyente, que debería estar formada por delegados de
los comités obreros, campesinos y también de los combatientes. En la concepción
poumista del gobierno revolucionario, el papel de los comités queda
completamente difuminado. El eje central de su constitución descansaba en el
acuerdo al que debían llegar las organizaciones obreras, incluidas las que
sostenían el proyecto del Frente Popular, y que se habían declarado,
abiertamente, adversarias de la revolución socialista de los comités.
En el mitin
celebrado por el POUM, el 6 de Septiembre en el Gran Price de Barcelona, Andreu
Nin defendía su propia postura y criticaba la formación del
nuevo gobierno de Largo Caballero en el que además del PCE, participaban
representantes de los partidos republicanos. Para el dirigente del POUM,
un gobierno interclasista, en aquellas circunstancias, estaba
completamente desfasado y sólo podía corresponder al período
prerrevolucionario anterior a Julio. Era necesario constituir una Junta
Nacional de Defensa, similar al Comité Central de Milicias Antifascistas, para
centralizar la marcha de la guerra.
Los dos
puntos centrales de crítica a las propuestas anarcosindicalistas, para la
formación de un "Consejo Nacional", se centraban en que éstos
aceptaban finalmente la participación de los políticos republicanos, que no
eran más que sombras de un pasado que había sido definitivamente superado.
También se criticaba su visión "sindical" del nuevo organismo
gubernamental.
La petición
de que los partidos fueran excluidos del "Consejo" reflejaba los
viejos prejuicios apolíticos del anarcosindicalismo, con respecto a los
partidos.
La
concepción del gobierno obrero mantenida por el POUM y defendida
públicamente por Andreu Nin, reducía el carácter de clase del gobierno, a que
éste estuviese únicamente integrado por representantes de las organizaciones
obreras. Si los sindicatos eran las organizaciones tradicionales y de masas del
movimiento obrero español, su presencia en el nuevo organismo gubernamental,
canalizaría la participación de los trabajadores en las nuevas estructuras de
poder (585).
"Necesitamos un gobierno fuerte, es decir, dotado de aquella máxima
autoridad que ha de darle la confianza de las masas trabajadoras y que esté
dispuesto a llevar la lucha hasta las últimas consecuencias. ¿Quién puede ser
este gobierno fuerte? ¿el que acaba de ser elegido en Madrid? nosotros
estimamos sinceramente que no".
"... sostenemos que en la situación actual el único gobierno que puede
responder a la situación es un gobierno sin ministros burgueses, un
gobierno puramente obrero... ha de representar a todos los sectores del
proletariado español..." (586).
Como los
organismos soviéticos eran ajenos a la esencia de la revolución española, en la
concepción del POUM, los comités sólo podían tener un papel puramente
local y temporal en la nueva sociedad revolucionaria. La postura, fuertemente
influida por el anarcosindicalismo, consideraba que los comités locales, una
vez cumplida su función de gestionar el vacío de poder que había
provocado el hundimiento de las instituciones republicanas, tendrían que dejar
paso al municipio socialista.
"La fuerza creadora del proletariado ha hundido al Municipio caciquil y
<<cobrador>> de impuestos, para dar paso al nuevo Municipio célula
de la nueva sociedad socialista" (587).
A lo sumo,
los comités escogerían a los delegados que formarían parte de la Asamblea Constituyente, que estaría destinada a aprobar la nueva Constitución revolucionaria
de la sociedad que acababa de nacer. Sin embargo, la consigna del POUM quedaba
dentro del campo de la propaganda, sin llegar a especificar quién debería
encargarse de convocar dicha Convención revolucionaria. La consigna fue lanzada
de nuevo, en los momentos en los que se producía la disolución del Comité de
Milicias y la integración de todas las organizaciones que formaban parte de él,
en el Consell de la Generalitat. El gobierno, que iba a protagonizar la
disolución de los comités locales y la militarización de las milicias, quedaba
convertido, paradójicamente desde la perspectiva poumista, en el encargado de
convocar la Asamblea revolucionaria.
Este hecho
no es sorprendente si nos atenemos a la concepción que tenía el POUM del
gobierno obrero que debería dirigir la marcha de la revolución española. El
POUM defendía la constitución de una Junta Nacional de Defensa, del mismo
estilo que el Comité Central de Milicias que "centralice toda la acción y
lleve la guerra hasta la victoria definitiva" (588).
La visión
poumista no contempló nunca, la articulación de los comités locales con el
Comité Central de Milicias, ni planteó la necesidad de democratizar a este
último, mediante la sustitución de los representantes de las organizaciones,
por delegados de los comités, elegidos por la población trabajadora.
Por lo
tanto, el gobierno obrero reclamado por el POUM, del mismo modo que había
estado funcionando el Comité de Milicias, solo podría constituirse mediante el
pacto entre las diferentes organizaciones obreras, y con representaciones que
solo obedecerían a los comités ejecutivos respectivos de éstas, incluidas
aquellas que se declaraban adversarias de la implantación del socialismo en
aquellos momentos, en nombre de una supuesta revolución democrática.
La
posibilidad de que el gobierno obrero pudiera llegar a instaurarse, y de que
fuera convocada la Asamblea Constituyente quedaba en manos del
largocaballerismo y, principalmente, de que los dirigentes anarcosindicalistas
se convenciesen de la necesidad de ello.
"... todo el porvenir de la revolución depende en gran parte de la actitud
que adopten la CNT y la FAI. La CNT y la FAI son dos grandes organizaciones que
cuentan con una inmensa mayoría entre la clase trabajadora... la revolución
depende de la manera en que las otras organizaciones obreras puedan
llegar a ponerse de acuerdo con los compañeros de la CNT y la FAI" (589).
Sin duda
alguna, esta actitud dependiente, del POUM, es la que explica la indefinición
política de esta organización, que fue mantenida en los primeros
momentos, después de vencida la sublevación de Julio. También es la que vuelve
coherente la aparente contradicción entre el rechazo que hace el POUM a
participar en el gobierno de Casanovas, a principios del mes de Agosto y
su actitud a finales del mes de Septiembre, en la que aceptó la disolución del
Comité Central de Milicias y su participación en el Consell de la Generalitat.
Josep
Rebull, miembro del POUM y uno de los principales críticos a la línea oficial,
dentro del partido, sometió a votación del Comité Central, en el mes de Octubre
de 1937, una resolución de once críticas. Entre ellos merece que destaquemos,
el punto en el que describe la completa dependencia política del POUM con
respecto al anarcosindicalismo:
"La dirección ha corrido tras el anarcosindicalismo, la CNT-FAI, considerando a sus dirigentes como revolucionarios, en lugar de llevar una poderosa
polémica de fondo objetiva y juiciosa, contra sus sucesivas falsas
posiciones" (590).
El poumismo,
instalado en su pretensión de convertirse en consejero de los anarquistas,
había acabado haciendo depender por completo su política, de la voluntad
de éstos. De esta forma, incapacitado para desprenderse de la evolución que
sufrían los dirigentes cenetistas, el POUM iba a verse arrastrado por los mismos
acontecimientos que provocarían el declive de la revolución.
4.6 EL PROCESO DE INTEGRACIÓN. LA DISOLUCIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA.
La renuncia
al poder y la actitud colaboracionista mantenida por los dirigentes de la CNT y de la FAI en el seno del Comité de Milicias, durante los primeros meses de la
revolución, habían supuesto un respiro político para los partidarios del Front
d'Esquerres. Sin embargo, el camino para la reconstrucción del viejo aparato
estatal, presentaba graves inconvenientes: de la misma forma que el gobierno de
Giral, el gobierno de la Generalitat era incapaz de llevar a cabo sus planes
políticos, sin correr el peligro de desencadenar una respuesta revolucionaria.
Era necesario empujar a las direcciones políticas de los sectores que se
reivindicaban de la nueva revolución, hacia una colaboración y un compromiso
cada vez más estrecho, de forma, que fueran éstos los que detuvieran el avance
de la revolución, en nombre de la "unidad antifascista".
"...era preciso inyectar nueva vida al estado capitalista. Pero eso era
imposible por los viejos métodos, pues el Estado no estaba en condiciones de
afirmarse por si mismo sin provocar la desaparición del resto formal de vida
que les quedaba. La afirmación, para ser posible y tener mayores consecuencias,
debía venirle de la revolución misma, aureolada con el prestigio de la calle,
efectuada por hombres y organizaciones simpáticas a las masas. Para estrangular
la revolución, el Estado capitalista debía hacer ademán de abrazarla. El primer
ademán fue la incorporación del Comité Central de Milicias a la Generalitat; el segundo la constitución del gobierno Largo Caballero en Madrid". (591).
En
Catalunya, la problemática para los planes restauracionistas era mucho
más compleja que en el resto del territorio republicano, debido a la aplastante
mayoría con la que contaban las organizaciones que se reclamaban del proceso
revolucionario. El anarcosindicalismo, mantenía una cómoda hegemonía en el seno
del movimiento obrero catalán, mientras que el poumismo era mayoritario
en Lérida y contaba con una fuerte implantación en los comités locales de
Gerona y de otras áreas.
La actitud
de compromiso adoptada por estas organizaciones en el seno del Comité Central
de Milicias, había sido un paso importante. Gracias a él, la revolución de los
comités no había llegado a consolidarse y el gobierno de la Generalitat, de forma precaria, había podido seguir existiendo. Sin embargo no era suficiente,
era necesario seguir dando otros nuevos pasos para poder restaurar el poder de la Generalitat en Catalunya.
El gobierno
de Giral pudo mantener en su poder el control sobre las instituciones
financieras, además de las reservas de oro y de divisas existentes en el Banco
de España. Con el apoyo de las organizaciones obreras del Frente Popular,
encaminó su política a limitar los avances revolucionarios que se estaban
llevando a cabo, espontáneamente, en casi todos los lugares donde había fracasado
la sublevación militar. En Catalunya, el gobierno de la Generalitat aplicó una política similar, al incautarse de la sucursal del Banco de
España, con el beneplácito del Comité Central. Posteriormente, el gobierno de
Giral accedió a la maniobra de Companys, con la única condición, de que
las reservas incautadas solo pudieran ser administradas por el gobierno
autónomo catalán y en ningún caso por el Comité Central de Milicias, controlado
por los anarquistas.
Al tener en
sus manos el aparato financiero catalán, la Generalitat pudo introducirse en el imperfecto sistema colectivista para controlarlo
progresivamente, a medida que las industrias expropiadas por los trabajadores
tenían que aceptar sus condiciones políticas para poder acceder a los créditos
que necesitaban para seguir funcionando.
La escasez
de divisas existentes en Catalunya colocaba al gobierno autónomo y al
Comité de Milicias en una difícil situación de dependencia económica que sería
hábilmente utilizada por el gobierno central para doblegar a los
anarcosindicalistas.
La penuria
en armamento que sufría el Frente de Aragón sólo pudo ser cubierta parcialmente
con la reconversión industrial que fue llevada a cabo en la industria
metalúrgica y química catalana. Una parte importante de las armas y municiones
tuvieron que ser compradas en el extranjero, mediante la utilización de
créditos y divisas que solo el Banco de España estaba en condiciones para
negociar. Peirats recoge la declaración realizada por Juan P. Fábregas en el
Pleno Regional de Sindicatos Únicos, realizado en Barcelona, el 24 de
Septiembre, poco antes de los acontecimientos que provocaron la disolución del
Comité de Milicias y la entrada de la CNT en el gobierno de la Generalitat:
"El avance extraordinario que se ha operado en Catalunya, ha establecido
una pugna entre los de allí (se refiere al gobierno de Giral) y los de aquí (es
de suponer que se refería no sólo al Comité de Milicias, sino también al
gobierno de la Generalitat), dando lugar a que en nuestra región se haya creado
una situación bastante angustiosa. El gobierno de Madrid se negó rotundamente a
auxiliar a Catalunya. Vino el cambio de gobierno, pero seguimos tropezando con
las mismas dificultades. Nos desplazamos una comisión a Madrid y pedimos al
gobierno un crédito de 800 millones de pesetas, otro de 30 millones para la
adquisición de material de guerra y otro de 150 millones de francos para la
adquisición de materias primas. En garantía de ello, ofrecimos 1000 millones de
pesetas que las Cajas de ahorros tenían depositados en valores en el Banco de
España. Todo se negó" (592).
Los
partidarios de la restauración republicana contaron también con la valiosa
colaboración de la URSS estalinista, que pretendía evitar, por todos los
medios, la posibilidad de que el triunfo de una España revolucionaria
acabase por convertirse en un peligro para sus intereses internacionales, y que
cuestionaría gravemente su prestigio como "patria del socialismo y de la
clase obrera mundial".
Con la
llegada de las primeras ayudas soviéticas, Stalin procedió a enviar un
contingente de agentes que se iban a convertir en la rama española de sus
servicios secretos, la GPU. Simultáneamente, Moscú enviaba a Marcel Rosemberg como embajador soviético en España y al viejo bolchevique Antonov Ovssenko
como cónsul a Barcelona. Ovssenko iba a jugar un papel decisivo en la
persecución de los poumistas y de los sectores anarcosindicalistas más opuestos
al colaboracionismo. Stalin era perfectamente consciente de que el estado
republicano español sólo podría volver a levantarse sobre sus cenizas, con el
total sometimiento político de Catalunya, el bastión más avanzado de la
revolución española. La burocracia del Kremlin estaba dispuesta a jugar a fondo
la carta española para evitar que una "revolución inoportuna" pudiese
hacer fracasar su política internacional. El hecho de que la URSS se hubiera convertido en el único país, junto con Méjico, suministrador de armas,
colocaba a los anarcosindicalistas y a los poumistas en una difícil situación,
que iba a tener graves consecuencias en los meses siguientes.
Las armas
enviadas desde la URSS y pagadas con el oro y las divisas del Banco de España,
eran transportadas en su inmensa mayoría, lejos de la Catalunya del Comité de Milicias, a los puertos del sur de la región levantina, que se
encontraban en poder del gobierno central. En los momentos en los que
aumentaban las fricciones entre los partidarios del gobierno de la Generalitat y los de la CNT-FAI y el POUM, los buques soviéticos recibían órdenes de evitar
la costa catalana. La situación volvía a normalizarse cuando las organizaciones
izquierdistas catalanas cedían ante las presiones restauracionistas.
El armamento
soviético era entregado casi totalmente a las columnas del Frente Popular,
mientras que las anarcosindicalistas y poumistas eran mantenidas en situaciones
de verdadera penuria, lo que provocó entre sus filas un sin fin de bajas.
"El punto débil de la CNT era el frente de Aragón y la marcha de la
industria catalana. Para atenderse al frente de Aragón se precisaban armas y
para hacer marchar las fábricas materias primas. Si se practicaba una marcha
atrás en los avances revolucionarios, Ovssenko prometía que habría una cosa y
otra". (593).
La CNT había renunciado en su momento a la toma del poder, y había preferido la colaboración con
los restos del poder republicano y sus aliados del Frente Popular, esperando
con esta actitud "congelar" la situación revolucionaria que había
aparecido espontáneamente durante las jornadas de Julio.
La
oportunidad perdida iba a ser hábilmente utilizada por sus adversarios para
recuperar el poder perdido. Poco a poco, sus aliados coyunturales, dueños del
aparato financiero, receptores y administradores de la inmensa mayoría de las
armas que llegaban a la zona republicana, empezaron a presionar para que los
anarcosindicalistas y poumistas contuvieran al movimiento revolucionario
y aceptaran sus pretensiones de reconstruir el aparato de estado republicano.
La CNT y el POUM, presos de sus acuerdos políticos, habían tenido que ceder cada vez más
ante la iniciativa de sus aliados coyunturales.
Se acercaba
el momento en el que las condiciones estarían lo suficientemente maduras como
para poder pasar a la ofensiva contra la autoridad de los comités
revolucionarios. Sin embargo, para ello era necesario, primero, que el Comité
de Milicias Antifascistas, auténtico poder territorial durante los primeros
meses de la revolución en Catalunya, dejara de alzarse como un serio obstáculo
para los planes de los restauracionistas, al representar, aunque fuera de
manera deformada, las ambiciones y también las esperanzas del movimiento revolucionario.
"No se nos ayudaría mientras fuese tan manifiesto el poder del Comité de
Milicias..." (594).
"Se nos invitaba, en fin, a quitar la fisonomía agresiva a la revolución
disolviendo el Comité Central de Milicias Antifascistas. Se nos presentó la
conveniencia de reconstituir el gobierno de la Generalitat de Catalunya, presidido por Companys, liberal burgués, que diese la sensación al
extranjero de un encauzamiento de la revolución por vías menos radicales"
(595).
Durante este
período, comprendido entre las jornadas de Julio y finales de Septiembre, el
PSUC se había ido convirtiendo en el principal baluarte político de los planes
restauracionistas en Catalunya. La declinante y paralizada ERC iba siendo
sustituída por los comunistas, que demostraban saber aprovechar de forma mucho
más eficaz los errores y las debilidades de la CNT. El PSUC contaba con numerosos factores que lo convertían en el heredero de ERC y en la
única organización del Front d'Esquerres que podía intentar enfrentarse a la
hegemonía del anarcosindicalismo.
El PSUC
dirigió desde los primeros momentos de su formación a la UGT catalana, sin que la integración de la FOUS poumista pusiese en ningún momento en
entredicho su control sobre la central sindical. A finales del mes de
Julio, la central sindical ugetista recibió un fuerte espaldarazo con la
integración del CADCI, sindicato de los empleados de comercio y también del
GEPCI, el Gremio de Entidades de Pequeños Comerciantes (las oficinas de
este sindicato estaban situadas en los mismos locales que la asociación
empresarial textil catalana y su presidente, lo había sido anteriormente de la
patronal) (596).
Los excesos
del espontaneísmo anarcosindicalista, durante estos primeros meses de la
revolución, favorecieron significativamente a los comunistas oficiales
catalanes. Frente a una ERC en franca decadencia y un POUM seguidista de la CNT, que no conseguía desarrollar una política coherente que combinase la revolución,
con la defensa de la pequeña burguesía, el PSUC y la UGT quedaban convertidos en el único baluarte que las clases medias urbanas y rurales podían
ver como defensor de sus intereses.
"(Gracias al envío de armamento soviético)... de un golpe, el PSUC se veía
superior en armas a los anarquistas y además en posición de emprender una
amplia campaña de propaganda contando con medios considerables a su
disposición; también en este aspecto los anarquistas perdieron terreno y todo
esto provocó que los movimientos moleculares que habían estado teniendo lugar
desde Julio, se concentraron, súbitamente, en un punto. Todos los elementos
disgustados ante la preponderancia anarquista se aliaron en ese instante tras
el PSUC" (597).
El aluvión
social que incrementaba rápidamente las filas de la UGT y del PSUC procedía, fundamentalmente, de las clases medias catalanas,
funcionarios, pequeños propietarios, profesiones liberales... atemorizados por
los excesos izquierdistas que cometían algunos sectores
libertarios.
Durante todo este período la CNT y la FAI, faltos de una política con la que poder dirigirse a la pequeña burguesía catalanista, se mostraban
incapaces de frenar con eficacia el terror que procedía de estos sectores
radicalizados.
El ritmo de
afiliaciones se incrementó fuertemente con la llegada de las primeras
ayudas soviéticas y con la entrada de las brigadas internacionales. Estos
acontecimientos fueron un poderoso mecanismo de propaganda a favor de los
comunistas oficiales catalanes y de su eficacia, tanto en la lucha contra las
tropas franquistas, como en su política de contención de lo que las clases
medias consideraban los peligros de la revolución.
Ya en el mes
de Septiembre, el PSUC, convertido en la dirección política de las clases
medias catalanas, y rivalizando con una CNT cada vez más desconcertada, exigió
la disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya, y la
integración de las organizaciones que formaban parte de él, en un nuevo gobierno
de concentración de la Generalitat. Desde los primeros momentos de la
revolución de Julio, la Generalitat y el Front d'Esquerres habían intentado
aprovechar el rechazo anarcosindicalista al poder y su actitud
colaboracionista para recuperar el terreno perdido.
"Companys, que ha reconocido el derecho de los obreros a gobernar e
incluso les ha ofrecido abandonar su puesto, maneja las cosas con tal arte, que
poco a poco reconstituye los organismos legítimos del poder, derrumba la acción
de los consejos y deja a los organismos obreros reducidos a su papel de
auxiliares, de asesores, de ejecutores. A los 4 o 5 meses estaba restablecida
la normalidad" (598).
Desde los
primeros momentos, todos los pasos dados por los restauracionistas para recuperar
el poder perdido fueron contestados por los anarcosindicalistas y por el POUM.
Sin embargo habían podido sacar sus propias conclusiones. Sus demandas no
habían sido aceptadas por la CNT-FAI ni por el POUM. Sin embargo,
finalmente se había llegado a una postura de compromiso entre ambas partes. De
esta forma el movimiento revolucionario tendía a estancarse, contenido por sus
dirigentes que se encontraban cada vez más atados de pies y manos por estos
acuerdos políticos. Companys y el PSUC extraían otra conclusión no menos
importante: los dirigentes anarcosindicalistas, colocados entre la espada del
compromiso y la pared de la necesidad de la toma del poder, no estaban
dispuestos a romper la unidad antifascista. La CNT y la FAI aceptaban retroceder en el terreno político, con la esperanza de que su hegemonía en el movimiento
obrero catalán les permitiría recuperarlo al finalizar la guerra.
A principios
del mes de Agosto, el intento de Joan Casanovas para formar un nuevo gobierno
de la Generalitat, incluyendo a representantes del PSUC y de la UGT, había fracasado. La maniobra había sido demasiado precipitada, y chocó con la hostilidad
de los anarcosindicalistas, que veían en ello un ataque contra ellos y contra
el Comité Central.
La completa
restauración del gobierno de la Generalitat y la disolución de su rival
político, solo podía llevarse a cabo con el visto bueno de los dirigentes de la CNT y de la FAI. La línea adoptada por los restauracionistas tuvo que combinar las presiones
(entrega de armamento, suministro de divisas para la compra de materias
primas...) con la evidencia de que el doble poder que encarnaban el Comité de
Milicias y el gobierno de la Generalitat de Catalunya no hacía otra cosa
que obstaculizar la victoria militar sobre el ejército franquista. En
efecto, si los anarcosindicalistas no estaban dispuestos a llegar hasta el
final en la revolución, por lo menos mientras durase el conflicto bélico, el
dualismo de funciones, entre un Comité Central que no quería ser gobierno, y un
gobierno que era incapaz de serlo, resultaba perjudicial para la marcha de la
guerra. Como los dirigentes cenetistas habían demostrado hasta la saciedad que
no iban a tomar las riendas del poder, la única salida posible era el camino
que marcaban los restauracionistas del Front d'Esquerres y del gobierno de la Generalitat.
"Pero la pequeña burguesía vigilaba a través del presidente Companys,
apartado en Julio y aparentemente reducido a un papel decorativo: fue él quien,
a partir de Septiembre, se dedicó a convencer a los elementos dirigentes de la CNT-FAI de la inutilidad de esta <<dualidad de poderes>> y de su carácter nefasto
para la organización de la lucha, de la necesidad de poner fin a esta
situación, reconstruyendo un <<gobierno>> de la Generalitat, de composición idéntica a la del Comité de Milicias, lo que presuponía la
disolución de este último" (599).
Aparentemente, la disolución del Comité Central de Milicias y la entrada de sus
integrantes en un nuevo gobierno de la Generalitat, apenas tenía alcance político, ya que la proporción existente dentro del primero iba a mantenerse en el
segundo. Aparentemente, parecía ser un simple reajuste organizativo, esta era
la concepción que defendían la mayoría de los dirigentes cenetistas. La
realidad iba a demostrar en los meses siguientes que el paso dado era mucho más
que un simple cambio de nombre. En cambio, el presidente Companys y sus
aliados habían comprendido perfectamente su importancia política.
Para comprender
que la CNT y la FAI aceptasen la disolución del Comité Central de Milicias hay
que tener en cuenta, la parálisis creciente que atenazaba a los dirigentes
anarcosindicalistas. Al renunciar al poder, la CNT se veía lanzada, cada vez más, a la colaboración política con los partidarios de la vieja República, en unas
condiciones donde éstos controlaban las entidades financieras y el
suministro de armamento, para utilizarlo como una forma de chantaje contra el
movimiento revolucionario. Los inconvenientes que presentaba la dualidad de
poderes estaban claros para todo el mundo, incluidos los anarcosindicalistas.
La revolución y la marcha de la guerra exigían que se acabara con el dualismo a
favor de un solo poder. Era necesario elegir entre ambos, entre el poder de la
clase obrera o el del Frente Popular. A medida que pasaban los días se hacía
más evidente que la ambigüedad mantenida durante las primeras semanas de la
revolución no podía seguir manteniéndose.
"...Cada vez se hacía más aparente que esta situación de "poder
dual", en la que el poder real se hallaba muy fragmentado, obraba en
detrimento, tanto de la guerra como de la revolución. El hecho de que la
miríada de comités no se fundiera en un poder revolucionario para derrocar los
restos del estado burgués y movilizar todas las energías de la población
en la tarea revolucionaria de ganar la guerra, debía conducir por fuerza -si no
se quería perder la guerra rápidamente- a la restauración de un poder
alternativo. Éste, para ser eficaz, debía dar cabida a las fuerzas de la clase
obrera y "controlar" la revolución fragmentada y fragmentaria que
había tenido lugar, centralizar y controlar las milicias, planificar y
organizar un esfuerzo bélico coherente" (600).
Hay que
tener en cuenta, también, otro factor que es imprescindible para comprender el
curso que siguió la evolución de los acontecimientos: contrastando con los
anarcosindicalistas, desconcertados por una dinámica revolucionaria que no
obedecía a lo que ellos esperaban, sin un plan claro y definido para llevar
hacia adelante una revolución que había surgido sin su dirección, sus
adversarios políticos del Frente Popular, y particularmente los comunistas, sí
que tenían perfectamente claros sus objetivos y también la forma para conseguirlos.
La parálisis anarcosindicalista, su incapacidad para profundizar y
consolidar la revolución, reforzaba a los sectores partidarios de incrementar
la colaboración con el Front d'Esquerres, aunque esto significara la muerte del
Comité Central de Milicias y una política de contención de la revolución,
pospuesta a un futuro indeterminado, después de la guerra.
"En Barcelona, como en Madrid, se sentía la impaciencia entre los
burócratas de la organización por entrar a formar parte del gobierno de la Generalitat y de la República. Pero debían contenerse, por temor a suscitar desconfianzas
entre los fieles al anarquismo. Ciertos grupitos aparentemente anarquistas
apenas si dormían, atareadísimos en la búsqueda de pretextos para terminar con
el Comité de Milicias y encontrar, costase lo que costase, caminos hacia las
funciones de gobierno" (601).
Las
conversaciones preparatorias del cambio se llevaron a cabo a mediados del mes
de Septiembre entre Josep Tarradellas, Mariano R. Vázquez, secretario del
Comité Regional de Catalunya de la CNT y Pedro Herrera, dirigente de la FAI. Según el informe presentado por el Comité Nacional de la CNT al siguiente Congreso de la AIT, la decisión de integrarse en un nuevo gobierno de la Generalitat y de disolver el Comité Central de Milicias fue adoptada ya, durante el mes de
Agosto, en un Pleno Regional de Catalunya de Comités Locales y Comarcales
(602).
Esta versión se contradice con el testimonio dado por el mismo Juan García
Oliver, alma del Comité Central de Milicias, que afirma que las maniobras
fueron realizadas secretamente, a espaldas de los cuadros que integraban
el Comité Central de Milicias (603). Ronald Fraser en su obra, recoge el
carácter secretista de la decisión y afirma que el acuerdo se limitó a los
libertarios catalanes, sin que fuera tomada en cuenta la opinión de la
organización estatal (604).
Lo que estos
testimonios en realidad confirman es que la decisión fue adoptada por una
pequeña minoría de los cuadros dirigentes, a espaldas de sus propias bases
sindicales. Además, es sumamente improbable que los acuerdos tomados en un
Plenario, por muy secreto que éste fuera, no llegaran a oídos de los dirigentes
del resto de las organizaciones.
Juan García
Oliver defiende la existencia de una especie de esquizofrenia del
anarcosindicalismo, que él denomina "las dos caras de la CNT" (605): la cara colaboracionista y la revolucionaria. De hecho ambas tendencias
existen desde los primeros momentos de la guerra y de la revolución, y ya se
ponen de manifiesto en el Plenario sindical que decidió la renuncia a la toma
del poder y aceptó la colaboración con la Generalitat y el Front d'Esquerres que dió lugar al Comité Central de Milicias. A principios
del mes de Agosto, la Generalitat había intentado integrar en el nuevo gabinete
gubernamental de Casanovas a representantes del PSUC y de la UGT (además de la Unió de Rabassaires), la maniobra contaba desde el principio con el visto
bueno del Comité Regional de la CNT. Sin embargo había fracasado, es decir,
había triunfado "la cara revolucionaria" de la CNT, porque las condiciones no eran todavía las apropiadas y la oleada revolucionaria estaba
en auge. Ahora, a mediados del mes de Septiembre, la situación había empezado a
madurar para los partidarios de la restauración. La dirección cenetista
experimentaba un fuerte desgaste político, incapaz de encontrar una tercera vía
entre "la revolución de los comités" y "la contrarrevolución
republicana". Este impás reforzaba cada vez más a los partidarios de la
integración en el aparato de gobierno republicano, es decir, en este caso,
tendía a consolidarse "la cara colaboradora" en detrimento de la
revolucionaria.
Ya a finales
del mes de Agosto, los síntomas de agotamiento de la postura anarcosindicalista
de defender la existencia del Comité Central de Milicias, eran más que
evidentes, era cuestión de tiempo para que llegara la disolución.
"A finales de Agosto el Comité Central de Milicias Antifascistas aceptó
funcionar bajo la autoridad nominal del Consejero de Defensa de la Generalitat, mientras que los servicios de los diversos subcomités económicos eran
progresivamente sincronizados, en lo que respecta a la autoridad, con los
respectivos departamentos administrativos de la Generalitat. De esta sincronización del dualismo a la unificación del proceso bajo un
gobierno de coalición, no había más que un paso. Este paso fue iniciado el 24
de Septiembre por un Congreso de 500 delegados de la Federación Regional de Catalunya de la CNT" (606).
En el seno
de la CNT, los colaboracionistas aumentaban su influencia a medida que, sus
adversarios, no eran capaces de dar una salida revolucionaria a la situación.
Es Diego Abad de Santillán el que mejor nos describe el estado de ánimo de la
mayoría de los cuadros dirigentes del cenetismo en aquellos momentos:
"Después de varios meses de lucha y de incidentes sin salida con el
Gobierno central, reflexionando sobre el pro y el contra de una independencia
política de Catalunya, interesados, más que nadie en el triunfo de la guerra
que habíamos iniciado con tanto ardor y tanta fe, al decírsenos reiteradamente
que NO SE NOS AYUDARÍA MIENTRAS FUESE MANIFIESTO EL PODER DEL COMITÉ DE
MILICIAS, ÓRGANO DE LA REVOLUCIÓN DEL PUEBLO, por grande que fuese nuestro
afecto a esta institución creada para responder a las exigencias de una
situación social y política nuevas, no teniendo otro dilema que ceder o
empeorar las condiciones de la contienda, PUESTO QUE TAMPOCO SE QUERÍA RECURRIR
A PROCEDIMIENTOS DE FUERZA PARA OBTENER LO QUE NOS CORRESPONDÍA, NOSOTROS, QUE
TENÍAMOS MAS RAZÓN, HUBIMOS DE CEDER".
"NOS MOSTRAMOS DISPUESTOS A DISOLVER EL COMITÉ DE MILICIAS, ES DECIR, A
ABANDONAR UNA POSICIÓN REVOLUCIONARIA QUE NUNCA HABÍA TENIDO EL PUEBLO ESPAÑOL
HASTA ENTONCES. Todo para conseguir armamento y ayuda financiera para continuar
con éxito con nuestra guerra".
"SABÍAMOS QUE NO ERA POSIBLE TRIUNFAR EN LA REVOLUCIÓN SI NO SE TRIUNFABA ANTES EN LA GUERRA, Y POR LA GUERRA LO SACRIFICÁBAMOS TODO. SACRIFICÁBAMOS LA REVOLUCIÓN MISMA, SIN ADVERTIR QUE ESE SACRIFICIO IMPLICABA TAMBIÉN EL SACRIFICIO DE LOS OBJETIVOS DE LA GUERRA" (607).
Al negarse
reiteradamente el anarcosindicalismo a tomar el poder, se negaba a darle a la
situación una salida y unos objetivos revolucionarios, que al fin y al cabo,
habían liberado las energías populares que habían hecho fracasar la sublevación
militar y que habían puesto en pie un vasto movimiento expropiador en el campo
y en las ciudades. Este era el callejón sin salida en el que se encontraba el
anarcosindicalismo. Al negarse a empujar la revolución hacia adelante, permitía
que ésta no llegase a consolidarse ni a extenderse, permitiendo que la
iniciativa política pasara de manos de los comités, a la de sus adversarios en
el campo republicano.
"Un Comité de Milicias Antifascistas que se ocupaba de las cuestiones
militares y de la dirección de la guerra; un Consejo de Economía que dirigía la
economía, la administración y los asuntos sociales; un gobierno de la Generalitat que sin poder efectivo, podía aparentar lo contrario para calmar la opinión de
las grandes potencias; comités revolucionarios autocéfalos; partidos y
organizaciones que formaban <<estados en el estado>> con sus
propias tropas; diversos organismos más o menos autónomos que se habían
encargado del abastecimiento, la enseñanza, la represión antifascista... ¿se
podía continuar mucho tiempo así en Catalunya? llegó a ser imprescindible
fusionar a todas estas autoridades, soldar, amalgamar las antiguas y las nuevas
instituciones; disciplinar los poderes locales y someter las fuerzas políticas
al interés general; era también necesario legalizar las conquistas de la clase
obrera , delimitar lo que debía ser o no socializado, reglamentar el
procedimiento de los tribunales revolucionarios" (608).
La
persistencia del dualismo de poderes no era más que la expresión del
bloqueo político en el que se encontraba sumida la revolución. La
mayor parte de los cuadros dirigentes del anarcosindicalismo consideraban,
que las circunstancias bélicas obligaban a posponer la revolución a un futuro
indeterminado, una vez acabada la guerra. Sin embargo, también eran
perfectamente conscientes de que la existencia de varios poderes
rivales entre si (Generalitat, Comité Central, comités locales) provocaban una
situación que iba en detrimento de la misma revolución y de la guerra contra
los sublevados.
Si el
anarcosindicalismo se negaba a tomar el poder, sólo le quedaba la opción de
colaborar con las instituciones republicanas. En estas circunstancias, la
presión que ejercían sus aliados del Frente Popular, dueños de las armas y del
dinero, al exigir la necesidad de limitar y hacer retroceder a la
revolución, a cambio de unos suministros limitados, era llover sobre mojado.
El armamento
y las divisas eran factores fundamentales para comprender los motivos de la
capitulación del anarcosindicalismo, pero no son los únicos y quizás ni
siquiera los más importantes.
La CNT y la FAI se habían negado a tomar el poder porque no confiaban en poder mantenerlo en
aquellas circunstancias (el ejemplo más demostrativo de esta posición lo
encontramos en la intervención de Diego Abad de Santillán en el Plenario de
Locales y Comarcales celebrado después de las jornadas de Julio (609)).
El
anarcosindicalismo tampoco sabía qué hacer con él, en tanto en cuanto su
edificio ideológico se había basado tradicionalmente en el rechazo más absoluto
a cualquier forma estatal. Desconcertados por una situación inesperada,
habían preferido, en los primeros momentos, mantener la ambigüedad,
constituyendo el Comité Central de Milicias y permitiendo que la Generalitat siguiera existiendo en un segundo plano, aunque ellos pudieran pensar que
era de forma simbólica y que no significaba ningún peligro para su hegemonía.
Es por este motivo, por el que los cuadros del anarcosindicalismo aceptaron la
supervivencia del gobierno catalán como una supuesta apariencia legal de la
revolución, que estaría destinada a calmar los ánimos de las potencias
extranjeras, cuando todo el mundo era consciente de que esta cobertura no
engañaba absolutamente a nadie.
"(La CNT) Era también consciente de que la comedia que representaba el
gobierno fantoche de la Generalitat no engañaba a las potencias extranjeras. El
pacto de no intervención demostraba claramente que franceses y británicos no
tenían ninguna simpatía por la República española a la que sabían en manos de la extrema izquierda. Las armas llegaban en cantidad insuficiente a pesar de
su exorbitante coste. El gobierno de Madrid utilizaba sus débiles fuerzas en
hacer difícil la defensa de Catalunya midiendo con cuentagotas su ayuda
financiera..." (610).
Sin embargo,
las circunstancias de una revolución estancada y de una guerra que ya se
adivinaba larga y sangrienta imposibilitaban, cada vez más, las medias tintas
iniciales: si los revolucionarios no estaban dispuestos a tomar el poder, sólo
podían optar por la colaboración, cediendo la iniciativa política a sus
aliados. Mantenerse al margen del poder en plena situación revolucionaria, sin
armas y sin divisas, defendiendo el terreno conquistado por el movimiento
revolucionario, era completamente imposible.
Sin
pretender negar que la grave carestía de armas y de divisas existente en la Catalunya revolucionaria pesaban profundamente en la conciencia de los dirigentes
anarquistas, es por este motivo y no por otro, por el que los que habían sido
hasta el momento, campeones del antiestatalismo justificaron la quiebra
de sus viejos principios antiestatalistas y su integración en el estado
republicano, como una forma para legalizar las conquistas revolucionarias.
"Solidaridad Obrera" publicaba el 26 de Septiembre un artículo bajo
el nombre de "Órganos nuevos adecuados al presente" en el que se
defendía entre otras cuestiones, la necesidad de constituir inmediatamente un
"Consejo de la Generalitat". La publicación libertaria exigía que la
dualidad de poderes fuera superada con nuevos organismos, diferentes a los
aparecidos en Julio. A pesar de la terminología utilizada (hablar de Consejo y
no de gobierno), la publicación libertaria no hacía otra cosa que
justificar la futura integración de la CNT y de la FAI en el seno del nuevo gabinete gubernamental de concentración, que debería estar hecho a
imagen y semejanza del Comité Central de Milicias. Intrínsecamente, se estaba
firmando la pena de muerte de éste.
La evidencia
de que era necesario terminar con la dualidad de poderes para constituir uno
sólo, que pudiera dirigir las energías revolucionarias que se habían
desencadenado unos meses antes, era reconocida por la totalidad de las fuerzas
políticas y sindicales. El verdadero eje de la cuestión era cual de los
poderes, es decir, cual de los dos proyectos políticos que coexistían en el
campo republicano debía subsistir.
Con el
editorial de "Solidaridad Obrera" los dirigentes cenetistas ya
habían escogido el camino que pretendían seguir. De esta forma, la tremenda
derrota política que significaba la integración en el aparato de
estado republicano y la disolución del Comité de Milicias, se convertía en un
generoso sacrificio y en una toma de responsabilidad necesaria para
salvaguardar la marcha de la revolución, que debía seguir su marcha una vez
acabada la contienda.
"Estamos percatados que la revolución seguirá avanzando dentro de unos
meses, cuando el fascismo se bata en completa retirada, será hora de que las
organizaciones obreras pasen a un plano de primera fila. Y entonces los
representantes de la mesocracia pasarán a desempeñar un papel de colaboración,
pero no de dirección" (611).
La
declaración de la CNT mostraba un desconocimiento absoluto de la dinámica de
las revoluciones que habían precedido a la española. La ignorancia se
completaba con un fuerte espíritu voluntarista, por el que se tenía plena
confianza de que la situación revolucionaria podría revitalizarse, después de
la guerra, con la sola voluntad de los dirigentes cenetistas. En el futuro, la
realidad y las consecuencias del giro que acababan de hacer no serían tan
sencillas como ellos esperaban.
Otra fuerza
política, el poumismo, había defendido en el seno del Comité Central de
Milicias la creación de un bloque político con la CNT-FAI, para arrastrarlas hacia lo que consideraba como el avance y la consolidación de la
revolución. La óptica tradicional del POUM, en la que éste estaba
destinado a jugar un papel secundario frente a las grandes
organizaciones del movimiento obrero, el anarcosindicalismo y la Izquierda Socialista, condenaba a esta organización a depender por completo de los giros
políticos que éstas llevaran a cabo.
La
profundización de las actitudes colaboracionistas entre los cuadros dirigentes
de la CNT encerraban al POUM en un grave aprieto. Incapaz de conseguir que los
representantes libertarios se decidieran a poner toda la carne en el asador de
la revolución, ahora se veían arrastrados por éstos en su retroceso.
Desde la constitución del Comité Central de Milicias, el POUM había defendido
la extensión de la fórmula catalana al resto del territorio republicano. La Junta revolucionaria estatal debería sustituir al débil gobierno republicano de Giral que
había demostrado su impotencia frente a la sublevación.
La propuesta
sin embargo no podía sostenerse, en tanto en cuanto era la única organización
obrera que estaba dispuesta a defender este proyecto.
Las
direcciones de las diferentes fracciones en las que se encontraba fragmentado
el Partido Socialista, incluida su ala izquierdista, el largocaballerismo, se
habían manifestado partidarias de mantenerse dentro del pacto del Frente
Popular.
De forma
similar había respondido el Partido Comunista oficial, partidario entusiasta
del gobierno republicano. Mientras que la posición inicial del
anarcosindicalismo había sido la de rehuir cualquier tipo de concreción al
respecto.
Solo unos
meses más tarde, a medida que el desgaste político de la CNT se iba haciendo cada vez más evidente, las organizaciones libertarias se decidieron a
proponer una nueva fórmula que se acercaba a las demandas poumistas. Sin
embargo y en esta situación, el anarcosindicalismo partía de una posición de
debilidad que iba a ser aprovechada por sus adversarios políticos (ver el
capítulo referente a la integración de los anarcosindicalistas en el gobierno
de Largo Caballero). En cualquier caso, las demandas del POUM de extender y
profundizar la revolución no coincidían en absoluto con las mantenidas
por el resto de las organizaciones obreras estatales.
De la misma
forma que el anarcosindicalismo presentaba síntomas cada vez más evidentes de
su agotamiento político y de su falta de iniciativa para desbloquear la situación,
el POUM sufría un proceso similar. Los dirigentes libertarios no estaban
dispuestos a tomar el poder y daban síntomas de que iban a aceptar la
integración de sus organizaciones en el nuevo gobierno de la Generalitat (llamado eufemísticamente "Consejo", para disimular la evidencia de la
quiebra de sus principios antiestatalistas tradicionales).
Según el
testimonio de Andreu Nin y de diferentes dirigentes del partido, frente a las
propuestas de disolución del Comité Central de Milicias el representante del
POUM propuso la reestructuración de éste, para convertirlo en un auténtico
gobierno revolucionario (612).
Al quedar en
minoría se veía obligado, cada vez más, a escoger entre romper con los
dirigentes cenetistas, partidarios de la línea colaboracionista, para acercarse
a los dispersos comités revolucionarios locales, o seguir los pasos de sus
aliados con la esperanza de conseguir posteriormente un nuevo giro político que
les permitiera recuperar el terreno perdido.
"La actitud del POUM delante de la perspectiva del gobierno de unidad...
el POUM no renunciaba ni temporalmente, como en la práctica lo hacían los
dirigentes de la FAI y de la CNT, a la revolución proletaria. Bajo la
argumentación de ganar la guerra por encima de todo, lo que se hacía era ahogar
la revolución socialista, restituir la República democrática y cumplir tan solo la revolución democrática. Renunciar a la revolución socialista, y al
establecimiento de la dictadura del proletariado era empezar a perder la
guerra. El POUM mantuvo siempre esta posición... Las reticencias mayores
delante del gobierno de unidad surgieron del POUM, como de quien está seguro de
los callejones que seguiría. La decisión era difícil. Entrar en el Consejo de la Generalitat era admitir formar parte de un gobierno de Frente Popular, cosa que estaba en
contradicción con las tesis del POUM. Negarse a entrar en el gobierno era
correr el riesgo o tener la seguridad de quedar definitivamente al margen de la
política catalana. La actitud de Nin fue la de participar en el gobierno con la
confianza de frenar, con la colaboración de los consejeros de la CNT y de la FAI, los impulsos contrarrevolucionarios del PSUC y de la UGT" (613).
Paralelamente a las conversaciones que estaban llevando el representante del
gobierno de la Generalitat, Josep Tarradellas y los líderes cenetistas, éste
mantenía contactos similares con el secretario del POUM, Andreu Nin,
consiguiendo finalmente su colaboración (614).
El
compromiso de Nin provocó discrepancias y protestas en el ala izquierda de su
partido, que se oponía a hacer ningún tipo de concesión a los partidarios de la
restauración del Estado republicano (615). Este hecho también significó la
ruptura política completa entre Nin y Trotsky, su viejo amigo, maestro y
colaborador.
Ante la
grave disyuntiva política en la que se encontraba sumido el poumismo, se
procedió a adaptar sus tesis tradicionales al nuevo giro que se estaba
preparando, para poder justificarlo ante sus críticos de dentro y de fuera del
partido.
El día 17 de
Septiembre, el periódico "La Batalla" defendía la formación de un
gobierno clasista, que debería estar integrado por todos los sindicatos y
partidos obreros, y que tendría como principal misión, la de dirigir y
unificar todas las energías de la población para conseguir el triunfo de
la guerra y de la revolución. Aparentemente, el POUM repetía la que había sido
su tesis central desde la formación del Comité Central de Milicias en Julio.
Sin embargo la similitud era tan solo aparente, en la misma declaración se
precisaba que el carácter clasista del gobierno estaba determinado más por su
programa que por sus componentes (616).
La nueva
afirmación defendida por el POUM iba dirigida principalmente al resto de las
organizaciones que todavía integraban el Comité Central de Milicias. El
poumismo había rechazado hasta aquel momento, la participación en las tareas
del gobierno revolucionario que debía formarse, de las organizaciones
republicanas, que consideraba completamente superadas por la realidad
revolucionaria. Sin embargo y ante el avance de las negociaciones secretas
entre la regional anarcosindicalista y los representantes de la Generalitat, el POUM dejaba entrever sus intenciones de no convertir esta condición en algo
innegociable.
"Desde el primer momento, la revolución tomó en Catalunya un carácter
proletario y la clase trabajadora se hizo dueña absoluta de la situación. Los
órganos normales de gobierno prosiguieron y siguen existiendo normalmente. Pero
la aparición de organismos paralelos, tales como el Comité Central de Milicias
y el Consejo de Economía convierten a aquellos en una pura ficción. ESTE ESTADO
DE COSAS, COMPRENSIBLE EN EL PRIMER MOMENTO, NO CORRESPONDE YA A LA SITUACIÓN. SE IMPONE LA CONSTITUCIÓN DE UN PODER FUERTE, CAPAZ DE RECOGER LAS ANSIAS
EMANCIPADORAS DEL PROLETARIADO Y DE CREAR LA NUEVA LEGALIDAD REVOLUCIONARIA, BASADA EN LA EXPROPIACIÓN DE LA BURGUESÍA Y EL ESTABLECIMIENTO DE LAS BASES DE UNA ECONOMÍA SOCIALISTA. Esta misión no puede cumplirla más que
un gobierno obrero, en este sentido el Comité Central (del POUM) estima hoy,
como ayer, que este gobierno debería estar compuesto EXCLUSIVAMENTE por
representantes de los partidos obreros y de las organizaciones sindicales, PERO
SI ESTE PUNTO DE VISTA NO ES EL COMPARTIDO POR LAS DEMÁS ORGANIZACIONES
OBRERAS, NO HACE DE ÉL, UNA CUESTIÓN CERRADA, con tanto mayor motivo, cuanto EL
MOVIMIENTO REPUBLICANO DE IZQUIERDA TIENE UN CARÁCTER PROFUNDAMENTE POPULAR,
QUE LE DISTINGUE RADICALMENTE DEL REPUBLICANISMO DE IZQUIERDA ESPAÑOL,
ESPECIALMENTE BURGUÉS...". (617).
Con esta
declaración, los dirigentes del POUM daban un nuevo paso, y preparaban su visto
bueno a la disolución del Comité Central de Milicias y a la integración de
todas las organizaciones en un nuevo gobierno de la Generalitat.
El
POUM aceptaba, a regañadientes, la entrada en el gobierno revolucionario
de los nacionalistas catalanes, debido a su carácter "profundamente
popular" y ¡cómo no!, también porque su punto de vista no era compartido
por el resto de organizaciones. Por eso el POUM no estaba dispuesto a hacer de
la composición del gobierno una cuestión cerrada. El cambio se
justificaba por la supuesta evolución que habrían sufrido los
republicanos catalanistas durante los meses posteriores al comienzo de la
guerra, a causa de la presión revolucionaria. La nueva caracterización que
hacía ahora el POUM, diferenciaba a la izquierda republicana española, de "naturaleza
burguesa" de la catalana que tendría "un carácter profundamente
popular". La diferenciación que hacía de ambas naturalezas políticas no
era otra cosa que la coartada con la que pretendía justificar el cambio
de posición que se estaba gestando.
La
definición del carácter de las organizaciones nacionalistas iba acompañado de
una nueva caracterización de la situación revolucionaria en Catalunya. La
dualidad o multiplicidad de poderes existente, bajo el predominio de un
anarcosindicalismo paralizado ante la posibilidad de la toma del poder, era
convertido en la "dictadura del proletariado".
El 8 de
Septiembre, el principal órgano del POUM, "La Batalla", publicaba íntegramente la intervención de Andreu Nin en el mitin que se había
realizado en el Gran Price dos días antes:
"¿Qué es la dictadura del proletariado? es la autoridad ejercida única y
exclusivamente por la clase trabajadora, la anulación de todo derecho político
y de toda libertad para los representantes de las clases enemigas. Si la
dictadura del proletariado es esto, compañeros, yo os afirmo que hoy en
Catalunya, existe la dictadura del proletariado..." (618).
Los planes
para restaurar el viejo y desacreditado orden republicano, que había demostrado
a lo largo de más de cinco años su incapacidad para resolver los problemas más
acuciantes de la sociedad española, eran borrados de un plumazo de las nuevas
tesis del POUM. Desde este punto de vista, los representantes de las
"clases enemigas" quedaban todos del lado del bando franquista,
mientras que la fuerza de los partidarios de la restauración republicana era
claramente minusvalorada.
La óptica
poumista se complementaba con su absoluta confianza en la hegemonía
anarcosindicalista y en una visión del "gobierno obrero" que se
limitaba a un gabinete gubernamental formado exclusivamente por los partidos y
sindicatos obreros (y en este caso, con la participación de las organizaciones
republicanas catalanas). De este modo se hace perfectamente comprensible el
hecho de que el POUM acabara aceptando formar parte del nuevo "Consejo de la Generalitat". Al fin y al cabo se trataba de una simple reestructuración. Ambos poderes
se unificaban, manteniendo la correlación de fuerzas y el predominio anarcosindicalista
que habían existido en el interior del Comité de Milicias.
Todo el
edificio de la política del POUM descansaba en la hegemonía que todavía
mantenía el anarcosindicalismo. Sin embargo, el POUM infravaloraba la profunda
crisis en la que se encontraban sumidos los dirigentes de la CNT y de la FAI, y que se reflejaba en su cada vez más patente falta de iniciativas y en su
constante retroceso frente a la presión de los partidarios de la restauración
republicana. En su manifiesto,el POUM, exigía dos condiciones que
consideraba como irrenunciables, para aceptar poder formar parte del nuevo
gobierno de la Generalitat que se estaba gestando:
a) La entrada de todas las organizaciones obreras en el nuevo gobierno
autónomo, es decir, que solo entrarían en él, si el anarcosindicalismo tomaba
la decisión de hacerlo (esta deducción resulta evidente, en tanto en cuanto, el
PSUC y la UGT, como miembros del Front d'Esquerres y aliados de la Generalitat ya habían intentado integrarse a principios del mes de Agosto).
"Esta colaboración podría negarse, solo en el caso de que no integraran el
nuevo organismo que se cree, todos los partidos de la clase trabajadora, y, EN
PRIMER LUGAR, LA CNT Y LA FAI...". (619).
b) Una declaración política de principios que debería hacer el nuevo gobierno,
afirmando sus intenciones inequívocas de apoyar la revolución socialista que se
estaba llevando a cabo. Esta segunda condición fue duramente criticada
por la oposición de izquierdas que consideró que dicha declaración sólo era
papel mojado, que sería incumplido por sus adversarios en el momento en el que
las condiciones se lo permitieran.
"Respecto a la colaboración del POUM en el gobierno de la Generalitat, los acontecimientos han desmentido la teoría según la cual, un gobierno se
define por su programa y no por su composición orgánica" (620).
Las dos
condiciones que el POUM exigía para integrarse, en realidad, no eran tales. Una
vez más, la posibilidad de quedar aislados políticamente hacía que el POUM aceptara
posiciones que poco antes habían rechazado tajantemente. La filosofía que
adoptaba no era nueva, era exactamente la misma que había adoptado a finales de
1935, en los debates que habían dado lugar al Frente Popular. El POUM había
considerado a la coalición frentepopulista como "de colaboración de
clases" y por lo tanto opuesto a sus objetivos revolucionarios.
Finalmente,
el temor a quedarse al margen de la escena política había hecho que el poumismo
aceptara su integración "táctica". Ahora, en el mes de Septiembre de
1936, se disponía a hacer lo mismo, entrando a formar parte de un gobierno, de
naturaleza frentepopulista, que condenaba. Tan sólo tres días antes de la
formación del nuevo gabinete unificado de la Generalitat, el POUM lanzaba su respuesta definitiva, que no era otra cosa que la
confirmación de las tendencias reflejadas en sus declaraciones anteriores: si
el anarcosindicalismo había aceptado entrar a formar parte del nuevo gobierno,
el POUM estaba dispuesto a seguir sus pasos:
"(El POUM) ha fijado su posición ante la posible eventualidad de un cambio
de situación gubernamental en Catalunya. Como consecuencia de las
circunstancias del retraso de los otros partidos proletarios en orientarse por
el camino gubernamental exclusivamente de clase, por la dictadura del
proletariado, y teniendo en cuenta el proceso de radicalización de cierta parte
de la burguesía catalana, nuestro partido acepta la intervención de un gobierno
de gran mayoría obrera con una mínima intervención de la pequeña burguesía
radical" (621).
Para el
POUM, el aislamiento político, lejos del resto de las organizaciones obreras y
especialmente de los dirigentes de la CNT-FAI, (en quien confiaba el papel principal de organización dirigente de la revolución española) equivalía a la
muerte política. Ante el dilema, la dirección del POUM se había orientado hacia
la colaboración gubernamental con grupos que defendían un proyecto
político completamente opuesto al suyo. En el manifiesto, la situación política
y las fuerzas que estaban en pugna quedaban desdibujadas: Lluís Companys y ERC
eran presentados con un ropaje "radical" que no correspondía a sus
planes políticos moderados. El PSUC, el principal baluarte en Catalunya de la
restauración republicana, formaba parte de la "gran mayoría obrera"
que se había "retrasado" para orientarse hacia la revolución
socialista. La dirección, sensible a las críticas que el cambio había
provocado entre muchos de sus propios militantes procedió a justificar el giro
como un ajuste transitorio de su política, que resultaba imprescindible para
alcanzar los fines que el partido se había propuesto. En el Comité Central
ampliado del POUM que se celebró en la Sala Mozart de Barcelona, entre los días 12 y 16 de Diciembre de 1936, y en su informe, el secretario del partido,
Andreu Nin confesaba:
"Nosotros sosteníamos la tesis de que era necesario un gobierno obrero y
que la formación de este gobierno obrero no sería posible si antes no se
creaban los órganos de poder del proletariado... nuestra participación fue
acertada. El partido no podía hacer otra cosa que intervenir. ¿Era ese gobierno
el que responde a nuestras aspiraciones? se trata de un gobierno fruto de una
situación transitoria que agrupa a todas las organizaciones obreras de
Catalunya, tiene un programa socialista y una mayoría obrera en el interior de
este gobierno" (622).
Uno de los
más destacados dirigentes del POUM, Juan Andrade, junto a otros dirigentes
poumistas afirmaron posteriormente, para justificar el giro de su
organización, que la negativa a entrar en el nuevo gabinete del gobierno de la Generalitat habría facilitado los planes del PCE-PSUC para ilegalizar al poumismo (623). El
argumento era a todas luces incorrecto. Los planes del estalinismo en España,
para acabar con los comunistas disidentes del POUM tendrían todavía que
esperar varios meses. Existían una serie de factores políticos que hacían que
estos objetivos fueran completamente inviables, por lo menos por el momento: la
preponderancia del anarcosindicalismo y de la Izquierda Socialista, la existencia de un todavía poderoso movimiento revolucionario que
anidaba en la multitud de comités.
La
ilegalización del POUM sólo fue posible después de las jornadas de Mayo
de 1937 en Barcelona, cuando la revolución agonizaba y el PCE-PSUC eran
infinitamente más poderosos que en el mes de Septiembre de 1936. En aquellas
condiciones y aunque el anarcosindicalismo, completamente quebrado, no opondría
ninguna resistencia a las exigencias estalinistas, sí que precipitarían la
caída del gabinete de Largo Caballero que se opuso terminantemente a que un
partido obrero pudiera ser ilegalizado.
El argumento
defendido por Juan Andrade, por otro lado, se contradice con la opinión de otro
testigo privilegiado de los acontecimientos, y quizás en este caso más
imparcial, Jaume Miravitlles:
"...fue gracias a la campaña de los hombres de Moscú que el POUM entró en
el gobierno. En efecto, tenían miedo de que en el ambiente revolucionario que
se vivía en aquella época, la no participación del POUM en las tareas y
responsabilidades del gobierno le diera una plataforma de oposición
extremadamente peligrosa para la evolución del movimiento comunista en
Catalunya" (624).
En realidad
y como muy bien afirma Jaume Miravitlles, en los planes del PSUC no entraba en
aquellos momentos la persecución del poumismo disidente, sino conseguir su
integración en el nuevo gabinete gubernamental. Los partidarios de la Generalitat eran perfectamente conscientes de la importancia política que tenía el hecho de
que ninguno de los grupos que integraban el Comité Central de Milicias
pudiese quedarse descolgado de la maniobra. El POUM estaba fuertemente
implantado en la Catalunya revolucionaria, y sus fuerzas eran todavía tan
importantes como las del PSUC, a pesar del fuerte crecimiento que éste
había experimentado en las últimas semanas.
Era
necesario primero comprometer a todas las fuerzas en la tarea de reconstrucción
del aparato gubernamental. La disolución de los comités, de las patrullas de
control y de las milicias, y su sustitución por nuevos ayuntamientos, por una
nueva policía y por un nuevo ejército, tenía que contar con la bendición, o por
lo menos con la pasividad de todas las fracciones obreras. Después ya habría
tiempo para ajustar las cuentas al comunismo antiestalinista.
El 26 de
Septiembre se constituye el nuevo gabinete de la Generalitat en el que, por primera vez formaban parte de él,
delegados de la CNT, de la FAI y también del POUM. Finalmente, Companys había
triunfado allí donde Casanovas había fracasado a principios de Agosto.
En el nuevo
gobierno catalán (llamado Consejo para dulcificar el paso dado por los
dirigentes cenetistas), los nacionalistas de ERC obtenían tres carteras:
Hacienda (Josep Tarradellas), Gobernación (Artemi Ayguadé) y Cultura (Ventura i
Gassol); la Unió de Rabassaires mantenía la de Agricultura (Josep Calvet);
mientras que el PSUC conseguía gracias a su control sobre la UGT: las de Trabajo (Miguel Valdés) y la de Servicios Públicos (Juan Comorera),
paradójicamente el anarcosindicalismo solo ocupaba tres carteras de segundo
rango: Economía (Juan P.Fabregas), Abastos (Juan J.Doménech) y Sanidad (Antonio
García Birlán), mientras que el POUM sólo conseguía la de Justicia (Andreu
Nin). El importante departamento de guerra quedaba en manos de un militar
profesional, el coronel Diaz Sandino, que había estado fuertemente
influido por Juan García Oliver (que sería nombrado Secretario General de
Defensa, mientras que la marginal Acció Catalana conseguía un puesto de
Consejero sin cartera (Rafael Closas) que le permitía seguir estando
representada en el nuevo gabinete.
Juan García
Oliver describe detalladamente a los nuevos consejeros de la CNT y de la FAI en el nuevo Consejo gubernamental, que son catalogados como simples
burócratas, perfectos representantes de la creciente ala colaboracionista.
Antonio García Birlán no estaba afiliado a la Confederación, y mantenía una postura anarquista fuertemente teñida de antisindicalismo; Juan
P.Fábregas antes de la guerra, había estado íntimamente ligado a los círculos
derechistas de la Lliga, amigo personal de Federica Montseny; sólo Juan J.
Doménech pertenecía realmente a la CNT (625).
Al parecer
el acuerdo en el seno de la CNT se había llevado a cabo a partir de un
Plenario, fomentado por el ala colaboracionista (Diego Abad de Santillán,
Federica Montseny y Marianet) en el que no habían sido invitados los
representantes que formaban parte del Comité Central de Milicias, ni siquiera
en calidad de observadores (626).
La formación
del nuevo gabinete gubernamental catalán se realizó sin que se hubiese acordado
formalmente la disolución del Comité Central de Milicias, auténtico poder real
en Catalunya. Difícilmente se puede hablar entonces, de que lo que se estaba
llevando a cabo era una fusión entre ambos poderes, tal como lo presentó la
prensa, sino de la renuncia de la dirección de la CNT y de la FAI a seguir manteniendo el Comité Central (627). La situación que se volvía cada
vez más tensa tenía que resolverse con rapidez. Aunque todas las
organizaciones obreras contasen con representantes en el nuevo gobierno
autónomo, éste no tenía todavía la capacidad suficiente para proceder con
violencia a la disolución del Comité Central de Milicias. Los
representantes de las organizaciones lo eran en realidad de los comités
ejecutivos de éstas. En ningún caso se contó previamente con la voluntad
de las bases para aceptar o rechazar la integración.
Los principales representantes cenetistas en el seno del Comité Central de
Milicias, decidieron mantener la existencia de éste, sin darse por enterados de
la nueva maniobra de la Generalitat.
Con esta
actitud Juan García Oliver y Aurelio Fernández pretendían forzar a los
partidarios del nuevo gabinete a negociar una nueva redistribución de las
carteras. En este sentido, el sector más radical de la CNT aceptaba la capitulación. El problema que se barajaba en aquellos momentos era el precio
que debía pagarse por ésta.
La tesis de
los delegados anarcosindicalistas que formaban parte del Comité Central de
Milicias era que, dada la situación, este organismo estaba condenado a morir. Para
éstos, mantener el control de los principales departamentos del nuevo gobierno
de la Generalitat significaría el mantenimiento del Comité de Milicias bajo
otro nombre más legalista. Su error consistía en creer que toda la cuestión
residía en mantener una correlación de fuerzas, de naturaleza burocrática, que
no correspondía a la realidad, mientras que sus compromisos políticos
aumentaban día a día.
El futuro
iba a demostrar que pese a conseguir sus propósitos, la CNT iba a retroceder más y más, y con ella iba a arrastrar al movimiento revolucionario.
Durante los
días posteriores, el Comité Central de Milicias siguió reuniéndose
habitualmente, como si nada hubiera cambiado en la situación. El hecho de que
nadie se atreviese a disolver en aquellos momentos el Comité de Milicias,
alegando que había sido superado por la nueva realidad (el nuevo gabinete
contaba con el visto bueno de todas las organizaciones obreras), parece
confirmar la idea defendida por Juan García Oliver de que la integración en el
gobierno de la Generalitat fue recibida con muestras de desaprobación, o
de desconfianza por parte de las bases cenetistas.
"...el Comité de Milicias seguía funcionando como si nada hubiese
ocurrido. Y seguía existiendo el temor de que, en un momento dado las unidades
anarcosindicalistas del frente de Aragón viniesen a Barcelona, abandonando las
posiciones, sin exceptuar a la columna de Durruti, en la que había gran
descontento" (628).
En efecto,
la audaz maniobra corría peligro de fracasar, tal como había ocurrido a
principios del mes de Agosto. El nuevo gabinete, a pesar de contar con la
colaboración del Comité Regional de la CNT y con el POUM (éste último de manera
forzada, si nos atenemos a las declaraciones de sus dirigentes), no tenía la
fuerza suficiente para imponer su voluntad.
A pesar de
todo, el Comité Central seguía controlando la mayor parte de las milicias del
frente de Aragón y de la patrullas de control, además de contar con el apoyo de
gran parte de las bases sindicales que estaban integradas en los comités
locales y en las colectivizaciones.
"El día 29, la presión había subido en el Consejo de la Generalitat. A cada momento, se hacía más precaria la existencia del nuevo gobierno catalán
con representantes de la CNT, el POUM y el PSUC. A todos los sectores
representados en él les urgía la normalización de las funciones. No habiendo
tomado posesión efectiva de sus Consejerías los consejeros de Defensa y
Seguridad interior, no valía la pena que celebrase reunión de conjunto el
Consejo. Si la maniobra se hizo para despojarnos del control de las fuerzas
armadas, la operación podía darse por fracasada" (629).
Sin embargo
el presidente Companys y el PSUC contaban a su favor, con un factor político
importante con el que no habían contado en el mes de Agosto: el fuerte
desgaste del anarcosindicalismo. Inmersos en un profundo retroceso, la
única alternativa que defendían los sectores cenetistas más radicales era la de
vender su hegemonía al mayor precio posible, tras aceptar la inevitabilidad de
su capitulación.
"García Oliver fue uno de los pocos dirigentes que comprendió que la
política cenetista solamente tenía futuro si Catalunya se mantenía fuerte y sin
resquebrajaduras. Por eso se opuso a la disolución del Comité de Milicias que
<<debió subsistir hasta la negociación de una nueva convivencia
hispánica>>" (630).
Tal como
afirma Vicenç Guarner, en realidad no existió ningún obstáculo serio para
disolver el Comité Central de Milicias. En plena bancarrota política, los
dirigentes libertarios más radicales no disentían en el hecho de que se
produjese la integración, la aceptaban de forma fatalista. Sin embargo en
lo que no estaban dispuestos a transigir era en las condiciones humillantes
para la CNT, en las que se producía. En el nuevo gobierno, el
anarcosindicalismo perdía el control sobre los departamentos más importantes,
para ocupar carteras de carácter secundario. Esta concesión significaba
entregar la dirección del movimiento revolucionario a las organizaciones
partidarias de la restauración republicana.
Los
adversarios del Comité Central de Milicias estaban dispuestos a renegociar las
condiciones para la integración por gravosas que éstas pudiesen ser. Cualquier
precio era bueno para conseguir sus propósitos. Lo menos importante en
aquellos momentos eran las exigencias de Juan García Oliver y Aurelio
Fernández, lo verdaderamente importante era que tanto la CNT-FAI, como el POUM se integraran definitivamente en el compromiso político que significaba
el nuevo gobierno de la Generalitat. Una vez conseguido, ya habría tiempo para
ir recuperando progresivamente la autoridad de la República. El compromiso entre los partidarios de la restauración y los sectores más
radicales permitiría a los primeros vencer las resistencias de los organismos
aparecidos al calor de la revolución, evitando la posibilidad de que estos
pudieran dar una respuesta organizada que pudiera poner en peligro sus planes.
Finalmente
las condiciones exigidas por los miembros libertarios del Comité Central de
Milicias fueron aceptadas sin resistencia por parte de la Generalitat. El día 1 de Octubre se publicaban los nombramientos de Juan García Oliver que
pasaba a dirigir la Secretaría General de Defensa y Aurelio Fernández la de Seguridad Interior. De esta manera, Defensa y Seguridad seguirían estando
controlados por los anarcosindicalistas. El mismo día por la noche, se
realizaba la última sesión del Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya, en la que éste procedía a su disolución. El día 3 de Octubre se
publicaba el decreto por el que el organismo que había dirigido durante más de
dos meses los destinos de la Catalunya revolucionaria, dejaba de existir.
"El Comité de las Milicias Antifascistas, creado por decreto el 21 de
Julio pasado, ha entendido que, completada la misión que en los primeros
tiempos de la sublevación militar, tan acertadamente, por cierto, ha
desempeñado, tenía que disolverse" (631).
Los
distintos departamentos en los que se encontraba dividido el Comité Central de
Milicias pasaron a depender de las diferentes consejerías del gobierno de la Generalitat. De esta forma quedaba completado su desmantelamiento.
La prensa de
los partidos y de los sindicatos obreros saludaron la formación del nuevo
gabinete de la Generalitat de forma similar:
"Treball", el órgano de prensa del Partido Socialista Unificado
declaraba el 30 de Septiembre que el nuevo gobierno, al reunir en su seno a
todas las fuerzas antifascistas de Catalunya, tendría la autoridad necesaria
para concentrar todos los esfuerzos en conseguir la victoria militar sobre los
franquistas.
"El nuevo Consejo de la Generalitat es el auténtico representante de todas
las fuerzas antifascistas que luchan en el frente. Todo el mundo se siente
representado y se puede decir y afirmar de una manera categórica que los
hombres que han tomado la responsabilidad del organismo supremo de Catalunya,
cuentan con la adhesión incondicional de todas las masas antifascistas de
nuestro pueblo" (632).
La
publicación aprovechaba para relanzar sus ataques contra las
"irresponsables probaturas de un revolucionarismo pueril" y contra
los organismos de la revolución. El nuevo gobierno tendría que proceder a
desarmar la retaguardia y a retomar el control de todo el territorio catalán.
La
declaración publicada por "Solidaridad Obrera", el 29 de
Septiembre, consideraba que la integración había sido necesaria para el bien de
la revolución y con la integración ésta seguía avanzando. En la óptica
libertaria, el gobierno de la Generalitat pasaba ahora a convertirse en una
especie indefinida de poder que pasaría a llamarse "Consejo".
El Plenario
de regionales que había decidido la integración consideraba que:
"En Catalunya no era posible para el bien de la revolución y por el mismo
porvenir de la clase trabajadora que persistiese una dualidad de atribuciones.
Era preciso que de una manera simple, la organización que controla la
inmensa mayoría de la población trabajadora se situase en el plano de las
decisiones administrativas y ejecutivas".
"...Ya no se podía sostener un consejo pequeño burgués, ni un conglomerado
izquierda socialista, no había otra solución que nosotros ocupásemos el lugar
que nos corresponde por la importancia que poseemos en la calle" (633).
Para los
dirigentes cenetistas que bendecían la integración, la fuerza que poseía su
organización en el seno del movimiento obrero permitiría que el nuevo gabinete
no se desviase hacia objetivos contrarrevolucionarios.
Por otro
lado, "La Batalla", órgano del Comité Central del POUM consideraba
que la crisis del antiguo gabinete de la Generalitat quedaría superado con la formación del nuevo Consejo del que iban a formar parte el POUM y las
organizaciones libertarias (634). Dos días después y en la misma publicación,
Andreu Nin, secretario del partido y nuevo consejero de Justicia declaraba que
el eje de su política en el nuevo gobierno de la Generalitat iba a ser la legalización de las conquistas revolucionarias que los trabajadores
había hecho en la calle (635).
El POUM
criticó que en el nuevo gabinete su representación estuviera insuficientemente
representada frente al resto de partidos y sindicatos que lo componían.
"... estamos en una etapa de transición en la que la fuerza de los hechos
nos ha obligado a la colaboración directa en el Consejo de la Generalitat, en unión de las demás organizaciones obreras. El desarrollo triunfal de la
guerra civil es el desenvolvimiento político de la revolución, que irá teniendo
sus propias exigencias. De la formación de los comités obreros, campesinos y
combatientes, que nosotros propagamos y alentamos, surgirán las representaciones
directas del nuevo poder proletario" (636).
En la nueva
orientación del POUM, el nuevo gabinete representaba el gobierno fuerte, el
"Consejo de hierro" que había estado reclamando durante semanas para
conseguir la victoria decisiva sobre el ejército sublevado. Era necesario que
el ejemplo de integración que se había llevado a cabo en Catalunya, fuera
imitado a nivel del gobierno estatal (es decir, que el anarcosindicalismo y
también el poumismo estuviesen representados en el gobierno de Largo Caballero)
(637).
El programa
del nuevo gabinete unificado del gobierno de la Generalitat estaba centrado en llevar a cabo "la máxima concentración en el esfuerzo
para ganar la guerra, sin retroceder ante ningún medio para contribuir a
una victoria rápida" (638).
La máxima
encerraba los ejes de la política que iba a desarrollar en los meses siguientes
el nuevo gobierno catalán, a pesar de la importante presencia que pudieran
tener en su seno anarquistas y poumistas: En nombre de la victoria militar se
iba a proceder a liquidar los organismos y las conquistas sociales que la
revolución había conseguido durante aquellos meses.
4.7 ALGUNAS CONCLUSIONES SOBRE LA DISOLUCIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA.
El Comité
Central de Milicias Antifascistas había existido durante más de dos
meses. Durante todo este período había sido el poder indiscutible e indiscutido
en toda la Catalunya revolucionaria. El Comité había encarnado, durante todo
este tiempo, la realidad política existente, la dualidad o multiplicidad de
poderes. El organismo que centralizaba el poder en toda Catalunya era, sin
embargo, fruto de la renuncia a ejercer el poder por parte de los triunfadores
indiscutibles de las jornadas de Julio: los anarcosindicalistas. La Junta que representaba la cúspide del poder territorial se había conformado a partir de
un pacto entre los órganos dirigentes de los partidos y sindicatos
"antifascistas". La multitud de comités revolucionarios
locales que habían surgido en toda la geografía catalana quedaron marginados
del proceso. Las bases organizadas de los partidos y sindicatos, y la población
trabajadora en general no tuvieron ninguna representación directa, o en todo
caso si la tuvieron fue de forma muy indirecta, en el Comité Central de
Milicias. El movimiento revolucionario que acababa de triunfar, quedaba al
margen de lo que constituía la cúspide del poder, que era donde realmente se
decidía el destino de la revolución.
Este cuadro
existente hacía que la situación de dualidad de poderes: el combate entre los
partidarios de la revolución de los comités y los de la contrarrevolución
democrático-republicana, se decidiera a través de las decisiones de los
dirigentes de las diferentes organizaciones. La revolución no podía permitir la
existencia de la dualidad de poderes durante un tiempo indeterminado. La
extrema inestabilidad tenía que resolverse rápidamente hacia uno de los dos
extremos. A pesar del compromiso existente entre anarquistas, poumistas,
catalanistas y socialistas unificados, se adivinaba el futuro e
inevitable enfrentamiento que iba a producirse entre las dos
fracciones en las que se encontraba dividido el panorama político catalán.
Los objetivos
de ambas corrientes eran demasiado antagónicos para que pudiera existir un
compromiso entre ellas. La dualidad de poderes no era otra cosa que el velado
combate a muerte entre las dos fracciones en las que se encontraba dividido el
campo republicano. El resultado de este enfrentamiento iba a orientar
decisivamente el rumbo de la revolución e influiría, de manera muy importante,
en el resultado de la guerra. Sin duda alguna, la victoria o la derrota de cada
una de las fracciones dependía principalmente de la claridad y la audacia de
cada una de ellas.
Paradójicamente, la disolución del Comité Central no acabaría con la dualidad
de poderes existente. Pese al decisivo reforzamiento del gobierno catalán,
provocado por la entrada de las organizaciones obreras en su seno, el
movimiento revolucionario siguió manteniendo durante todo un período de tiempo
sus propios organismos de poder (milicias, patrullas de control, comités
locales, colectivizaciones). La integración de las organizaciones obreras en la Generalitat fue el inicio de una situación en la que la preponderancia del movimiento obrero
tocaba a su fin.
"Sin embargo, se puede decir que el gobierno de Catalunya está en crisis
desde el primer momento. No ha habido manera de que pudiera ser obedecido por
la clase trabajadora de toda Catalunya. El hecho no tiene nada de
sorprendente".
"Un gobierno de transición como éste no puede ser, naturalmente, un
gobierno fuerte capaz de imponer un orden en el país, que refleja todas las
vacilaciones propias de la situación. Las principales divergencias han surgido
sobre la cuestión militar y la cuestión del orden público" (639).
El hecho de
que el mismo Comité Central de Milicias fuera un organismo de carácter
burocrático, y de que los organismos revolucionarios sólo estuvieran ligados a
su autoridad por medio de la que tenían los partidos y sindicatos obreros, hizo
que éstos no se sometieran automáticamente a la autoridad del nuevo
gobierno. A pesar de la capitulación de la CNT-FAI y del POUM, estas organizaciones no estaban dispuestas a aceptar voluntariamente la
liquidación de la revolución de la que ellos se reclamaban.
El período
siguiente se iba a caracterizar por la ofensiva de un estado republicano
restablecido, en pugna con los organismos revolucionarios, herederos del
período anterior, que se resistían a someterse y a aceptar su desmantelamiento.
La
supervivencia de la dualidad de poderes también se explica por la
naturaleza burocrática de la decisión de disolver el Comité de Milicias
Antifascistas.
"Durante dos meses el poder habría estado atomizado en los comités
gobierno locales, éstos no encontraban rival en el poder burgués, completamente
desaparecido. La situación cambia al convertirse en gobierno de la Generalidad el Comité Central de Milicias y crearse en Madrid el gabinete presidido por
Caballero. El poder capitalista encarna la dualidad de poderes propiamente
dicha, la lucha entre el estado capitalista y los comités gobierno surgidos de
la revolución" (640).
En los dos
meses largos de la existencia del Comité Central de Milicias, el
anarcosindicalismo hegemónico se había batido continuamente en retirada. La CNT y la FAI, claras triunfadoras de las jornadas de Julio, se encontraron sumergidas en una
situación revolucionaria que no esperaban y ante la que no se encontraban
preparados. Medio siglo de rechazo absoluto de cualquier forma de poder y de
sobrevaloración de las virtudes del espontaneísmo obrero trabajaban en su
contra.
El Congreso
realizado en Zaragoza, apenas tres meses antes del estallido de la guerra y del
inicio de la revolución, había reflejado un cuadro idílico que no correspondía
en absoluto a la realidad revolucionaria que se desarrolló posteriormente. De
esta manera, el anarcosindicalismo se encontraba políticamente desarmado para
comprender la dinámica de los acontecimientos revolucionarios que estaban
sucediendo.
"La incompetencia política de los líderes de la CNT, les impidió comprender sobre los hechos el sentido del episodio, y se dejaron desplazar
sin mayores esfuerzos, de posiciones políticas que la revolución había
conquistado en Julio del 36" (641).
En efecto,
no solo el dogma antiestatalista influyó en la línea política de los representantes
libertarios. El desprecio tradicional hacia el poder político se combinaba con
la creencia de que el control de la economía era suficiente para volver
irreversible la situación revolucionaria a la que habían llegado.
Dominando
las calles y dirigiendo a la inmensa mayoría del proletariado catalán, la
disolución del Comité de Milicias que nunca habían aceptado por completo y la
integración en una Generalitat, en la que ellos controlaban los principales
departamentos, no pasaba de ser una simple reestructuración. Lo importante era
conseguir las armas necesarias para el frente, el dinero y las divisas para el
funcionamiento de la economía colectivizada. Una vez alcanzada la victoria, ya
habría tiempo para acabar con un Estado republicano que había mostrado su
incapacidad histórica para satisfacer las demandas de la población trabajadora.
"La CNT y la FAI no renunciaban a las conquistas revolucionarias. La
voluntad de colaboración de sus direcciones con los gobiernos de la República y de la Generalitat se movían siempre en un marco de ambigüedad determinado
seguramente por quien se ve forzado a renunciar a los órganos de contrapoder
que habían surgido por toda Catalunya" (642).
El
anarcosindicalismo se encontraba en una situación políticamente muy
delicada. La negativa a tomar el poder seguía siendo tajante, sin embargo,
entregarlo por completo a sus adversarios del Frente Popular significaba dejar
sus manos completamente libres para poder atacar las bases revolucionarias que
se habían conseguido en los meses anteriores. La falta de otras alternativas
había reforzado a los partidarios del colaboracionismo, que consideraban
necesario romper los principios ideológicos tradicionales para evitar, desde
sus puestos en el nuevo gobierno, las posibles maquinaciones de sus
adversarios. Paradójicamente, los principios en nombre de los cuales se había
renunciado a tomar el poder durante las jornadas de julio, ahora se rompían
para pasar a formar parte de un gobierno que pretendía restablecer el viejo
orden republicano y liquidar la revolución.
El hecho de
que los dirigentes libertarios, ahora convertidos en consejeros de la Generalitat, pidieran a sus bases, obediencia hacia las decisiones del nuevo gobierno,
provocó fuertes tensiones y un constante aumento del descontento en la CNT que perduraría hasta el final de la contienda.
Frente a las vacilaciones y el desconcierto del anarquismo, el POUM se mostró
incapaz de adoptar una línea completamente independiente, que pudiera conducirlo
al enfrentamiento con la dirección cenetista.
Fiel a su
visión tradicional de la revolución española, por la que consideraba al
anarcosindicalismo y al socialismo de izquierdas como los principales ejes
organizativos por los que ésta iba a desarrollarse, el POUM se autoasignó el
papel de consejero de los dirigentes de la CNT. La revolución sólo podría llevarse a cabo arrastrando al anarquismo y al largocaballerismo hacia posiciones
consecuentemente revolucionarias. Esta táctica y el menosprecio hacia la
multitud de comités revolucionarios, que para el POUM jugaban un papel
secundario en la cuestión del poder (táctica que había heredado del maurinismo
del BOC, que consideraba que los organismos soviéticos eran extraños al
carácter de la revolución española) se convirtieron en una trampa mortal.
Ante el
retroceso de la dirección anarquista que significaba su aceptación de disolver
el Comité Central de Milicias, los dirigentes del poumismo optaron por seguir
sus pasos, con la esperanza de poder reconducir la situación desde el nuevo
gobierno de colaboración. De esta manera y prisionero de sus compromisos, el
POUM tendría que dar su visto bueno al proceso de desmantelamiento de los
organismos que habían surgido con la revolución, sin ser capaz de evitarlo.
En
contrapartida a la desorientación que expresaban el anarquismo y el poumismo,
el ala derecha del Comité Central de Milicias, el PSUC-UGT y ERC, demostraban
una gran comprensión de la evolución de la situación revolucionaria y
mantenían una línea política y unos objetivos mucho más claros que sus
adversarios. La revolución de Julio había reducido a cenizas a la mayor parte
del aparato del estado republicano. La policía, el ejército, los ayuntamientos,
el estamento judicial y la burocracia, todo se había derrumbado ante el
vendaval revolucionario desatado. Desde los inicios de la guerra, Lluís
Companys y las organizaciones del Front d'Esquerres habían dirigido todos sus
esfuerzos a limitar el alcance de la revolución y a reconstruir el viejo
aparato estatal. Sin embargo, todos sus planes de restauración no podrían
llevarse a cabo sin la colaboración de las organizaciones más radicales, la CNT-FAI y el POUM.
"Cuando Companys agradecía a los miembros del Comité de Milicias su
<<leal colaboración>> tras la disolución de éste, ya tenía
preparados los pasos ulteriores hacia el restablecimiento en plenitud de la
autoridad estatal" (643).
La
disolución del Comité Central de Milicias era un gran triunfo para los
partidarios de la restauración republicana, sin embargo, el movimiento
revolucionario todavía no había sido vencido. Era necesario proceder con
cautela, utilizar la nueva autoridad moral y política con la que contaba el
nuevo gobierno unificado para seguir recuperando, paulatinamente, el terreno
perdido. "Treball", el órgano central del Partido Socialista
Unificado de Catalunya no podía ocultar su enorme satisfacción por el logro
conseguido y exigía que el movimiento revolucionario se supeditase a la
autoridad del nuevo gobierno de la Generalitat.
"...todas las fuerzas antifascistas de Catalunya habían llegado a la
coincidencia que el nuevo Consell presupone y que son la garantía de acabar, si
la coincidencia es leal y sincera, con los duplicados de directrices interiores
y marchar con seguridad a la acción de la guerra que aplaste al fascismo aún
amenazador...".
"... Todos hemos de velar para hacer cumplir los acuerdos del Consell que
encarnarán por su composición la voluntad del pueblo, y todos hemos de
reaccionar contra los provocadores que pretendan obstaculizar la labor del
Consell de la Generalitat. Sean los que Sean los que sean y digan lo que
digan" (644).
Los
dirigentes del PSUC no perdían el tiempo y aprovecharon la oportunidad para
arremeter contra los sectores revolucionarios que pretendían proseguir las
expropiaciones, de forma espontánea o siguiendo las directrices de sus propios
sindicatos. En las páginas de "Treball" se exigía que se paralizase
la oleada colectivizadora y que la miríada de comités existentes se sometieran
a la autoridad política del gobierno de la Generalitat (645). ¿Cómo podía ser de otra manera, si los dirigentes de las organizaciones
obreras más radicales, que contaban con el apoyo y la confianza de la mayoría
de los trabajadores, formaban ahora parte del nuevo gobierno?.
Durante el
período de existencia del Comité Central de Milicias, la línea del bloque del
Front d'Esquerres había tenido dos ejes fundamentales: primero, una serie de
operaciones, de maniobras y de tiras y aflojas, destinadas a comprobar hasta
donde estaban dispuestos a llegar los dirigentes de la CNT-FAI-POUM, divididos entre sus deseos de mantener la unidad antifascista a toda costa y su
fidelidad a las demandas de sus propias bases sociales; y segundo, aprovechar
el compromiso que había dado lugar al Comité Central de Milicias, para evitar
cualquier respuesta organizada de los sectores revolucionarios, descontentos
por los avances del orden republicano. La disolución del Comité de Milicias
significaba un gran paso en el logro de sus objetivos políticos.
La
integración en el nuevo gobierno de la Generalitat daría lugar a un nuevo período, que se caracterizaría por la ofensiva de los sectores partidarios del orden
republicano y de la "revolución democrático-burguesa", y también por
la decadencia de un movimiento revolucionario que vería como, una por una,
le serían arrebatadas sus conquistas.
"Al ingresar en el gobierno de Catalunya devolvió a éste una parte del
poder efectivo que había perdido. La Generalitat recobró su vida política y su fuerza. Todas las coyunturas, internacional, española y catalana, contribuían
a debilitar a la CNT. La confederación decidió al fin prestar sus fuerzas a la Generalitat, pero pronto tuvo que ponerlas al servicio de una política
antirrevolucionaria" (322).
4.8 LA NATURALEZA DEL COMITE CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. UN
FENÓMENO CONTRADICTORIO.
Las jornadas
de Julio habían provocado un auténtico terremoto social. Mientras la
sublevación militar era derrotada en los principales núcleos urbanos y en la
mayor parte del país, el Estado republicano se derrumbaba, impotente para
mantener su autoridad política frente a los sectores revolucionarios que
reclamaban su victoria.
La
experiencia republicana se había agotado por completo, después de más de media
década de existencia. La victoria del Frente Popular en las elecciones del mes
de Febrero, había dado lugar a un gabinete que estaba formado exclusivamente
por republicanos y que era apoyado por socialistas y comunistas. Sin embargo,
el republicanismo de izquierdas en el gobierno ya estaba completamente
desfasado. La población trabajadora que había votado al Frente Popular estaba
mucho más a la izquierda que éste. En el período comprendido entre la victoria
electoral y la sublevación militar, el gobierno había decepcionado a la
práctica totalidad de las clases sociales. Su política era prácticamente
idéntica a la que habían llevado a cabo durante el bienio reformador de
1931-1933. Las escasas ilusiones que todavía existían en Febrero, se agotarían
rápidamente.
La clase
obrera, encuadrada mayoritariamente en las organizaciones socialistas y
anarcosindicalistas, había considerado al gobierno republicano de izquierdas
como una simple e inevitable antesala de la revolución que tanto habían
prometido sus dirigentes. El paréntesis frentepopulista habría estado destinado
a derrotar electoralmente a la derecha y a conseguir la liberación inmediata de
los 30.000 represaliados de la insurrección de Octubre de 1934.
El
campesinado sin tierras tampoco estaba dispuesto a seguir esperando que una
tímida e ineficaz reforma agraria satisficiese su hambre de tierras. En los
meses siguientes al triunfo electoral del Frente Popular, gran cantidad de
tierras en las regiones latifundistas fueron ocupadas por los jornaleros y
antiguos arrendatarios que habían sido expulsados de ellas durante el bienio
negro. Mientras tanto, los dirigentes de la Federación de Trabajadores de la Tierra (UGT) y del resto de los sindicatos campesinos les
animaban a ello, con el convencimiento de que había llegado su hora, y de que
era necesario superar las trabas legalistas con sus propios métodos, alejados
del estéril parlamentarismo (647).
Las clases
medias urbanas y el conjunto de los pequeños propietarios del campo
reaccionaban con temor. Frustradas por la incapacidad del gobierno para
mantener el orden y satisfacer sus demandas, sufrían ahora la influencia de la
polarización social que se estaba desarrollando. La pequeña burguesía se
escindía, agrupándose en tono a los dos grandes bloques sociales que se
estaban preparando para enfrentarse, más allá del terreno electoral.
Las clases
propietarias, derrotadas en las urnas en Febrero, y habiendo perdido
definitivamente sus esperanzas en el régimen republicano, apoyaban la
conspiración militar, como la única tabla de salvación que les quedaba
para defenderse de la marea revolucionaria.
En este
proceso de radicalización social, el gobierno de los republicanos de izquierdas
se asemejaba más bien a un cascarón vacío que ya no convencía a nadie. Apenas
cinco meses después de las elecciones en las que aparentemente habían sido
triunfantes, su hundimiento demostraba que habían desaparecido las
razones de su existencia política. La sublevación militar significaría la señal
del agotamiento definitivo de la República.
La victoria
sobre los sublevados en la mayor parte del territorio del país no había dado
lugar a un gobierno revolucionario. Las causas de esta aparente paradoja hay
que encontrarlas en la postura que habían adoptado los dirigentes de las
organizaciones obreras. Largo Caballero y los líderes de la Izquierda Socialista habían renunciado definitivamente al revolucionarismo verbal de las
épocas pasadas y se habían adaptado a los límites que marcaba el moderado
programa del Frente Popular. El anarcosindicalismo, dueño de la situación en
Catalunya rechazaba el poder y la implantación inmediata del comunismo
libertario, en aras de la colaboración democrática con el gobierno de la Generalitat y el resto de fuerzas políticas catalanas.
La renuncia
al poder de las organizaciones obreras mayoritarias dió lugar a un período de
doble poder, que perduraría, con sus diferentes etapas (auge y decadencia)
hasta casi un año después.
El
descrédito en el que habían caído las autoridades republicanas no sólo había
provocado su propia caída, también había dado lugar a toda una multitud,
dispersa y atomizada, de organismos revolucionarios locales. Los
comités-gobierno representaban las aspiraciones del movimiento obrero y de las
capas más pobres de la población, de conseguir sus reivindicaciones por sus
propios métodos, fuera de una legalidad que se les había revelado, durante
cinco largos años, como inútil y engañosa.
Junto a los
comités revolucionarios locales, convertidos en la autoridad política única e
indiscutible en los pueblos y en las barriadas de las ciudades, también
surgieron Juntas de poder territorial que llenarían el vacío político dejado
por el hundimiento de las instituciones republicanas. Las Juntas aparecieron
siguiendo las directrices de compromiso con los republicanos de izquierdas que
habían marcado los organismos dirigentes de los partidos y sindicatos obreros.
Las Juntas territoriales gestionaron y organizaron la caótica situación, pero
en ningún caso, ni siquiera en la creación del Comité Central de Milicias de
Catalunya, existió la menor intención de crear auténticos gobiernos
revolucionarios.
El esfuerzo
principal de las Juntas territoriales se encaminaría a centralizar y organizar
todos los esfuerzos en el terreno militar, buscando la derrota definitiva de
los facciosos. Sin embargo, en los mismos territorios que administraban, se
estaba desarrollando un auténtico proceso de revolución social.
La inmensa
mayoría de los viejos ayuntamientos republicanos, incluidos aquellos en los que
la izquierda era mayoritaria, habían sido sustituidos por comités
revolucionarios que cumplían las funciones de verdaderos gobiernos locales.
Algo similar estaba ocurriendo con el viejo estamento judicial. Gran
parte de las industrias y de las grandes propiedades agrarias se encontraban en
manos de los trabajadores que habían procedido a colectivizarlas. Incluso la
principal de las funciones que pretendían llevar a cabo las Juntas
territoriales quedaba afectada por los profundos cambios revolucionarios que se
estaban produciendo. El antiguo aparato militar y policial había dejado de
existir, era necesario construir rápidamente otro, con el que asegurar la
victoria en el campo militar. Sin embargo ya nada podía ser como antes. El
ejército sólo podría construirse a partir de las mismas bases sociales
que estaban protagonizando los cambios revolucionarios; y éstas, de
ninguna manera estaban dispuestas a permitir que se formase un nuevo
cuerpo armado, similar al que acababa de sublevarse.
"Es concebible que, en las primeras semanas de la guerra, hubiese
estallado en el territorio de la República una revolución violentísima, fulminante, que destruyera las instituciones republicanas, reemplazara a sus partidos
y a sus hombres, y entronizase un gobierno de hechura, para conducir de frente,
bajo una disciplina de hierro, la revolución y la guerra. Un fenómeno tal,
observado ya en otros países, en circunstancias parecidas, no llegó a
producirse en España. La conmoción fue lo bastante fuerte para quebrantar al
Estado, colaborando en eso, seguramente sin darse cuenta, con las fuerzas
nacionalistas; pero no pudo construir un Estado nuevo, no pudo sustituir una
disciplina por otra, un sistema por otro" (648).
En mayor o
menor medida, las Juntas territoriales, integradas fundamentalmente por los
cuadros de las organizaciones obreras, tuvieron que jugar un papel ambiguo y a
menudo contradictorio en el plano de los objetivos políticos y sociales.
Mientras en
las esferas dirigentes de los partidos y sindicatos se defendía una política de
moderación y de compromiso con el viejo orden republicano, en nombre del
"antifascismo" y del Frente Popular, los militantes de base de las
mismas organizaciones, protagonizaban una auténtica revolución social y exigían
una política que estuviera de acuerdo con ésta.
Inevitablemente las Juntas territoriales tuvieron que optar por una de
las dos tendencias políticas que marcaba la situación: convertirse en los
cimientos del Estado republicano reconstruido, o evolucionar hacia la formación
de un auténtico gobierno revolucionario.
La falta de
una táctica política clara por parte de los sectores revolucionarios, la
inexistencia de un programa adecuado para orientarse en las nuevas
circunstancias hizo que, apenas unos meses más tarde, las Juntas hubieran
dejado de existir, para dar paso a la nueva administración republicana, en esta
ocasión bajo la dirección izquierdista de Largo Caballero.
El Comité
Central de Milicias Antifascistas de Catalunya no sería distinto del resto de
Juntas territoriales, a pesar de ser el caso más complejo y acabado de éstas.
Como las demás, el Comité pretendería canalizar los esfuerzos bélicos y
organizar el caos económico y social provocado por el vacío de poder. La
creación del organismo que representaba la cúspide del poder revolucionario en
Catalunya, no significó necesariamente el final del gobierno de la Generalitat. Éste, aunque desprovisto de todo poder y autoridad reales, mantenía una
existencia "formal". A pesar de las escasas perspectivas que el nuevo
organismo tenía sobre la forma en la que tenía que conducirse el nuevo orden
social que estaba emergiendo, éste se desarrollaba espontáneamente, sin
necesidad de esperar órdenes. Sin duda alguna sería el profundo impacto que
estaba teniendo la revolución en Catalunya, lo que convirtió al Comité Central
de Milicias en la experiencia más completa de todas las Juntas territoriales
que se dieron en toda la geografía "republicana".
El
compromiso adoptado entre las diferentes organizaciones y la profunda oleada
revolucionaria que estaba envolviendo Catalunya, fueron los factores
antagónicos que conformaron la naturaleza híbrida y contradictoria del Comité
Central de Milicias. El acuerdo político realizado en los primeros días por los
anarcosindicalistas con el gobierno autónomo catalán lo empujaba a
convertirse en un organismo de "conciliación" y de colaboración de
clases. Sin la revolución social que se estaba desarrollando, el Comité Central
de Milicias se habría convertido en una simple mesa de partidos y sindicatos,
unidos frente a un adversario común, que habrían postergado para un
futuro indeterminado las disputas por sus respectivos proyectos sociales y económicos.
Sin embargo, la presión revolucionaria procedente de la calle; las continuadas
expropiaciones; la formación de comités locales autónomos y la construcción de
milicias de voluntarios que buscaban los focos de resistencia del enemigo que
pudieran haber sobrevivido a la derrota; eran factores que
empujaban inevitablemente en sentido contrario: hacia el lado de la
revolución social.
El Comité
Central de Milicias fue por lo tanto una solución intermedia que
encarnaba una compleja situación de dualidad de poderes que no había podido ser
resuelta. Las tensiones y las maniobras que llegarían a darse en su seno fueron
la lógica consecuencia del enfrentamiento que se estaba produciendo entre
las dos fuerzas políticas irreconciliables que existían en el bando
"republicano".
4.8.1 EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. UN GOBIERNO QUE
NO QUERÍA SER GOBIERNO.
Todas las
circunstancias empujaban al Comité Central de Milicias a convertirse en un
auténtico gobierno revolucionario y, sin embargo se negó a serlo. Mientras el
Comité era, sin quererlo, el auténtico e indiscutible poder en Catalunya, el
semiderruido gobierno de la Generalitat era respetado y se le permitía jugar un
papel "simbólico" en la revolución, el de legalizar las conquistas
sociales que espontáneamente la población trabajadora llevaba a cabo. De esta
forma, los antiguos gobernantes, representantes de una legalidad que había sido
desbordada por los acontecimientos, volvían a jugar un papel destacado, desde
el que poder reagrupar sus dispersas fuerzas.
La obsesión
de las organizaciones obreras más izquierdistas por la "legalización"
de la revolución facilitaría la penetración y la consolidación del Estado
republicano en la nueva situación.
Para comprender un hecho aparentemente tan contradictorio de un organismo,
convertido por las circunstancias en la cúspide del poder revolucionario de
Catalunya, que no tenía ninguna voluntad para serlo, hay que analizar el
pensamiento de los representantes de la organización que fue el alma del Comité
Central de Milicias: el anarcosindicalismo. Es necesario tener en cuenta las
reflexiones y los temores que llevaron a los líderes de la CNT y de la FAI a renunciar a su triunfo.
La
"revolución de los comités" que se estaba llevando en todo el
territorio republicano lo hacía en condiciones muy distintas a las que ellos
habían previsto, pocos meses antes, en el Congreso de Zaragoza. En el histórico
plenario del 21 de Julio, los cuadros dirigentes habían optado por la
colaboración en el seno del Comité Central de Milicias.
Diego Abad
de Santillán había defendido la postura del compromiso, basándose en que la
victoria sobre los insurgentes no habría sido total (649). Los argumentos del
dirigente anarcosindicalista son importantes, en tanto en cuanto reflejaban el
verdadero estado de ánimo que dominaba a la mayoría de los asistentes. Diego
Abad de Santillán basó su defensa del colaboracionismo en los dos
peligros que, según él, corría la revolución recién iniciada: el de la
intervención extranjera y el de que no fuera seguida y comprendida por los
trabajadores en el resto del estado (650).
Efectivamente, a pesar de la hegemonía con la que contaba la CNT-FAI en el movimiento obrero de Catalunya, éste se encontraba muy lejos de
contar con el apoyo y las simpatías de las clases medias urbanas y del
campesinado catalán. En el resto del estado, donde los anarcosindicalistas no
eran mayoritarios, ni siquiera entre los trabajadores, el peligro todavía era
mayor. En aquellos momentos, el mito de la revolución libertaria,
antiautoritaria y antiestatalista se mostraba absurdo e incapaz de poder ser
llevado a la práctica, sino era mediante una dictadura revolucionaria.
"Querer implantar el comunismo libertario, era destrozar a esos partidos e
impedirles expresarse; era enrolar por la fuerza a los pequeños propietarios, a
los pequeños campesinos, a los pequeños comerciantes, era, en todo caso,
ejercer una autoridad implacable sobre una parte de la población, amordazarla,
brutalizarla. ¡nada más opuesto al anarquismo que eso! Los anarquistas no
podían hacerlo sin contradecirse, sin suicidarse moralmente" (651).
"Una revolución libertaria sólo habría sido posible en España si el 90%
por lo menos de la población hubiese sido favorable a las ideas propagadas por
los militantes de la CNT y de la FAI" (652).
La idea de
una revolución llevada a cabo por la totalidad, o por la casi totalidad de la
sociedad es social e históricamente absurda. Las sociedades están divididas en
clases sociales con intereses distintos y en numerosas ocasiones, antagónicos.
Las mismas
clases se dividen y se subdividen en otros estratos heterogéneos. Por lo tanto,
la revolución soñada por los anarcosindicalistas, antiautoritaria y
antiestatalista, no era en absoluto posible.
Existían
sectores de la sociedad, los más privilegiados, que simpatizaban con la
sublevación militar; otros eran reticentes o veían con temor una revolución que
amenazaba con expropiarles sus pequeñas propiedades.
La
revolución sólo era posible con la existencia de un poder dispuesto a serlo,
dispuesto a reprimir a los grupos hostiles más recalcitrantes, y capaz de
llevar a cabo un programa social que atrajera a las clases populares,
incluida la pequeña burguesía urbana y campesina.
Sin embargo,
tal como recogen otros autores libertarios, que son contrarios a las tesis de
Diego Abad de Santillán, la revolución no tenía que haber optado necesariamente
entre estos dos caminos, el de la colaboración, o el de una revolución
"tiránica" (653).
Los
argumentos sobre los que se sostenían las ideas colaboracionistas de la CNT, reflejaban una concepción estática de un fenómeno social que se caracteriza,
precisamente, por todo lo contrario. El tremendo dinamismo de las revoluciones
permite que la población pueda evolucionar rápidamente en su conciencia,
pasando en un corto espacio de tiempo de apoyar a unas organizaciones, a otras
que se identifican de mejor manera con sus nuevas experiencias y aspiraciones.
"La revolución es un proceso muy dinámico... en su camino, la revolución
barre las viejas organizaciones, los viejos partidos conservadores, los
sindicatos. En todas las empresas, en todas las fábricas, aparece una nueva
dirección, más joven, más activa, más luchadora, mientras la antigua dirección
se convierte en el peor de los frenos para la revolución" (654).
Tomando como
ejemplo las revoluciones francesa y rusa, los sectores revolucionarios, aunque
numerosos, nunca contaron con el apoyo incondicional de la mayoría de la
población. Jacobinos y bolcheviques tuvieron que enfrentarse a una
importante oposición interna y externa. Su fuerza, sin duda alguna,
estuvo en su capacidad para recoger las heterogéneas reivindicaciones de los
distintos grupos sociales para unificarlos en torno a su proyecto
revolucionario.
El problema
del anarcosindicalismo era, sin embargo, que carecía de una orientación clara
en ese sentido. La CNT-FAI carecían de un programa definido, adecuado
para enfrentarse a los grandes retos que planteaba el momento, y por lo
tanto, se mostraron incapaces de atraer hacia sus filas a la pequeña
burguesía urbana y a los pequeños y medianos propietarios del campo. La
desorientación de los cuadros dirigentes era patente, imposibilitados
para superar la contradicción que existía entre sus deseos de impulsar la
revolución, y el temor que sentían por las posibles consecuencias que su
profundización podía acarrear.
"Aquellos <<militantes influyentes>>, eufemismo de dirigentes,
se encontraron delante de su propia imprevisión, delante de su falta de
preparación para poder implantar, de repente, su revolución. Luchando constantemente
contra el poder no habían previsto que harían si un día, de golpe, lo tenían
entre sus dedos y tenían, de repente, que estructurar una sociedad según su
comunismo libertario teórico" (655).
La audacia
política de los jacobinos franceses y de los bolcheviques rusos la encontramos
a faltar entre los cuadros dirigentes del anarcosindicalismo y también
entre el resto de las organizaciones que se reclamaban de la revolución. Sin
duda alguna, éstos factores condicionaron profundamente la táctica que
llevarían a cabo los representantes libertarios en el Comité Central de
Milicias.
La actitud
colaboracionista de los dirigentes cenetistas y la negativa del Comité Central
de Milicias a convertirse en un auténtico poder revolucionario provocaría, a
medida que se hacían más patentes los síntomas de decadencia de la
revolución, la aparición de actitudes variopintas de oposicionistas que
reclamaban un giro radical, en defensa de los logros del nuevo orden. El
testimonio de Sebastiá Clara, cuadro de la CNT que provenía del trentismo, y que ha sido recogido por Ronald Fraser, nos puede servir como un ejemplo
demostrativo del sentido anticolaboracionista y radicalizado de esta
oposición:
"La CNT-FAI se hizo con el poder de facto sin reconocer o asumir la
responsabilidad del mismo. Deberían haber asumido el poder político, como lo
habían hecho en las calles. Deberían haberse apoderado de la Generalitat y llamarla consejo o comité si la palabra "gobierno" les parecía
inaceptable, asegurándose para sí la representación mayoritaria. Si se
producían crisis políticas ellos las habrían precipitado, ellos habrían
propuesto las soluciones. Esa era la clase de liderato que las masas esperaban
y que sólo un gobierno podía proporcionar..." (656).
En esta
encrucijada política, el Comité Central de Milicias se empeñaría en no
transformarse en un verdadero gobierno revolucionario, en un momento en el que
todas las condiciones presionaban para que lo fuera. La opción contraria
hubiera significado el final del gobierno de la Generalitat y de los restos de "legalidad republicana" que todavía quedaban, y
habría lanzado a los anarcosindicalistas a una revolución que no sabían como
encarar.
El Comité
Central de Milicias era, por lo tanto, el fruto de la gran contradicción de los
libertarios, que se negaban a tomar el poder, pero que tampoco estaban
dispuestos a entregarlo a sus adversarios políticos.
"Tanto el Comité de las Milicias, como el mismo gobierno autónomo,
comenzaron a sentir que ambos, por causas bien diferentes, estaban en un vacío
político, ya que ni el uno ni el otro representaban al país. Ni lo controlaban,
ni lo coordinaban, ni lo dirigían, de hecho, no representaban, ni el uno, ni el
otro, ninguna realidad social o política" (657).
Si el
anarcosindicalismo, paralizado por sus temores y por sus contradicciones
ideológicas, no estaba dispuesto a ocupar el espacio político que la revolución
había creado, otras fuerzas, con proyectos sociales antagónicos, estaban
dispuestos a llenarlo. Con la negativa a convertir el Comité Central de
Milicias en gobierno, y una Generalitat que no era más que una sombra del
pasado, se abría un vacío de poder que irremediablemente tendría que ser
ocupado por la parte más audaz y que contara con un proyecto político más
coherente.
4.8.2 EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. UN ORGANISMO DE
NATURALEZA BUROCRATICA.
"Durante su breve existencia -del 23 de Julio al 3 de Octubre de 1936- el
Comité Central de Milicias sería a la vez un apéndice importante de la Generalitat y una especie de comité de coordinación entre los Estados Mayores de las
organizaciones antifascistas. Su creación se había hecho necesaria -como lo
reveló implícitamente Companys- por el carácter y la fuerza de la CNT-FAI ... Era peligroso dejarles solos. De un modo u otro, había que ligarles a las
responsabilidades del poder político e imponerles la unidad antifascista"
(658).
El Comité
Central de Milicias se formó, desde los primeros momentos, como un organismo de
naturaleza burocrática. Sus miembros, elegidos por las direcciones de los
partidos y sindicatos antifascistas, junto a los representantes del gobierno de
la Generalitat, sólo eran responsables ante los organismos que los habían
nombrado. Su estructura, definida por Rudolf De Jong, como el mejor ejemplo de
la "comitecracia" española, estaría entroncada con la vieja tradición
juntista española del siglo XIX de las revueltas liberales, y también de los
primeros movimientos libertarios (659).
Este hecho,
completamente justificado por las circunstancias iniciales en las que
se había formado el Comité Central de Milicias, grabaría profundamente su
futuro. Durante el período de su existencia, ninguna de las organizaciones
defendió su democratización y vinculación orgánica con la multitud de
comités revolucionarios que constituían la única autoridad que existía a escala
local.
"El Comité de Milicias fue creado al margen y por encima de los
innumerables comités, formados casi siempre de una manera espontánea por la
masa revolucionaria. Los Estados mayores de las organizaciones políticas y
sindicales fueron quienes, por si mismos y sin ningún tipo de control ni
participación de los comités obreros, eligieron a los miembros del Comité de
Milicias. En este punto hay que señalar, sin perjuicio de volver a hablar de
ello, que nunca nadie eligió a los miembros del Comité de Milicias, así como
nunca nadie eligió a los futuros miembros (o consellers, como se les llamaba)
de la Generalitat; todos ellos fueron designados a dedo por los Estados Mayores
de las organizaciones políticas, proporcionalmente... a sus relaciones de
fuerza y a sus combinaciones. No era la democracia obrera, sino más bien la
dictadura de los Estados Mayores de las organizaciones obreras..." (660).
Uno de los
factores que pone de relieve la naturaleza burocrática del Comité Central de
Milicias es su composición. La correlación de fuerzas que existía en su seno,
era consecuencia de las negociaciones y acuerdos que se dieron entre las
diferentes fuerzas políticas y sindicales que lo integraban. No representaba,
de forma alguna, la implantación real de los diferentes grupos en el seno de la Catalunya revolucionaria.
Los delegados de la UGT estuvieron sobrerrepresentados, en detrimento de la CNT. Ambas centrales sindicales contaban con tres delegados respectivamente, mientras
que la proporción real de afiliados era aplastantemente favorable al
anarcosindicalismo.
Con la
concesión que la CNT hacía a la UGT catalana, los libertarios
esperaban consolidar la naturaleza sindical de la revolución
española, en torno a la formación de una alianza entre las dos grandes
centrales. La concesión quedaría frustrada por la rápida toma del control
del nuevo Partido Socialista Unificado, que sería quien realmente capitalizaría
la sobrerrepresentación de la UGT catalana. De esta forma, el PSUC acabaría
contando con cuatro representantes en el Comité Central de Milicias, mientras
que el POUM, partido que en aquellos momentos era mucho más
numeroso en Catalunya (y que dirigía la pequeña central sindical
FOUS) tendría un solo representante.
También la
representación de la FAI quedaría disminuida frente al nuevo PSUC. De la
misma manera, los partidos republicanos nacionalistas consiguieron una
sobrerrepresentación de sus representantes (3 de ERC, 1 de la UdR (controlada por ERC) y 1 de AC). En este caso, la concesión estaba dirigida a
tranquilizar los ánimos de las clases medias catalanistas, que podían ver
en la hegemonía de los anarcosindicalistas, un peligro contra sus intereses
(661).
Sin embargo,
por el mismo componente burocrático de la distribución de fuerzas en el seno
del Comité Central de Milicias, la importancia de las concesiones eran de
carácter secundario. La correlación que realmente importaba no era la que
pudiera existir en el seno del Comité, sino la de la calle. En pleno auge
revolucionario, el peso político real de los representantes anarcosindicalistas
era infinitamente mayor que el de la totalidad de las fuerzas políticas
antifascistas restantes.
El gobierno
de la Generalitat y las organizaciones del Front d'Esquerres condenaron la
"usurpación" que se estaba llevando a cabo de la autoridad
republicana, y se opusieron a cualquier control o influencia de los
organismos revolucionarios locales, sobre el mal menor que constituía el Comité
Central.
La
democratización del Comité de Milicias y el establecimiento de cualquier tipo
de vínculo orgánico, habría reducido su representación en los nuevos organismos
de poder y dificultado enormemente la tarea de
restaurar el viejo orden. Para el PSUC, la principal de las organizaciones que
participaban en el Front d'Esquerres, el Comité Central de Milicias tenía que
disolverse para dar paso a un gobierno "democrático y
antifascista", que fuera un fiel reflejo de la etapa democrático-burguesa
de la revolución española.
El
anarcosindicalismo seguía considerando que eran las centrales sindicales, los
cauces naturales por los que debía expresarse la presión popular. Los
comités-gobierno locales eran organismos coyunturales que habían resultado
útiles en las primeras semanas de la contienda, para reorganizar la sociedad
revolucionaria, pero en ningún caso se les asignaba otro papel que no fuera el
del mantenimiento del nuevo orden.
Indudablemente, los sindicatos eran las organizaciones que agrupaban a un mayor
número de trabajadores, sin embargo es cuestionable que éstos fueran realmente
el auténtico, o en todo caso el único cauce de expresión de los sectores
revolucionarios.
El
historiador Walther L. Bernecker ha analizado en profundidad el proceso de
burocratización y de centralización que experimentaron los sindicatos
anarcosindicalistas, como consecuencia de la guerra, de la entrada masiva de
nueva militancia y también de las profundas contradicciones en las que se había
embarrancado la tradicional doctrina libertaria (662).
Según el
informe presentado por la delegación de la CNT al Congreso Extraordinario de la AIT, entre el 19 de Julio de 1936 y el 26 de Noviembre
de 1937 se celebraron en la España republicana un total de 17 plenarios
nacionales de federaciones regionales, docenas de plenos locales y comarcales y
numerosas reuniones regionales. Sin embargo, el número de asambleas no hacía
más que encubrir la creciente de pérdida de la democracia interna en el
seno del sindicato anarcosindicalista:
"Las auténticas decisiones fueron tomadas, en adelante, sólo por los
activistas políticos, mientras que a los militantes de base se les retiró
cualquier posibilidad de influir en la marcha de la política de la CNT. En las reuniones nacionales, el comité nacional preparaba de antemano el orden del día,
quebrantando así una tradición democrática de la CNT que comportaba la determinación de los puntos del orden del día a iniciativa y petición de los militantes de
base" (663).
También José
Peirats ha recogido un abrumador historial demostrativo del proceso de
burocratización de las organizaciones libertarias (664). Si nos atenemos a la
exactitud de estas interpretaciones bastante verosímiles, llegaremos a la
conclusión de que las organizaciones sindicales habían perdido toda posibilidad
de convertirse en los canales de expresión de la voluntad de los sectores
revolucionarios de la población. Y por el contrario, eran los espontáneos y
despreciados comités locales los que tendían a transformarse en tales instrumentos.
Finalmente
el poumismo defendía la convocatoria de una Convención revolucionaria de
delegados, que deberían ser elegidos democráticamente por la población
trabajadora, a través de los comités locales y de milicianos. Sin embargo, la
idea nunca fue más allá del terreno de la propaganda. La iniciativa habría
conllevado el peligro de alejarse de los dirigentes de la CNT, algo que los mandos poumistas no estaban dispuestos a hacer.
El
historiador anarcosindicalista Carlos Semprún-Maura ha hecho una crítica
precisa en lo que se refiere a las diferencias que existían entre la propaganda
del POUM y su verdadera práctica política.
"Desgraciadamente a pesar de estas hermosas palabras, el POUM no iba a
luchar por esa autonomía obrera, por esos <<comités de base>> de
los que (aquí) se hace portavoz, todo lo contrario, intentará siempre -en
la medida de los posible- sacrificarlos en aras de unos ilusorios
<<acuerdos en la cumbre>> entre burocracias" (665).
Por
diferentes motivos, ninguna de las organizaciones presentes en el Comité
Central de Milicias, estaba dispuesta a transformar la naturaleza
inicial de éste. Hacerlo habría significado cruzar el rubicón político de la
revolución, algo que nadie, en aquellos momentos, estaba dispuesto a llevar a
cabo. Por lo tanto, la correlación de fuerzas existente respondería al
compromiso adquirido entre los anarcosindicalistas y el resto de grupos, y no
al peso real en la sociedad revolucionaria catalana.
La
inamovilidad de la composición del Comité de Milicias impidió que éste
pudiera recoger los profundos cambios que se estaban desarrollando en la
conciencia de la población trabajadora.
Su
naturaleza lo convertía, en última instancia -de forma más o menos condicionada
por la presión social- en el portavoz de los organismos dirigentes de los
partidos y sindicatos.
La voluntad
y las aspiraciones de las bases organizadas quedaba reducida a la mínima
expresión, mientras que la de los sectores de trabajadores no organizados y de
la población en general quedaba totalmente excluida.
Esta
concepción burocrática y estática de lo que tenía que ser el Comité Central de
Milicias iba a ser un obstáculo insuperable que evitaría la posibilidad de que
pudiera convertirse en un auténtico gobierno revolucionario. En contraposición,
la naturaleza del Comité de Milicias se convertía también en su máxima
debilidad, que facilitaría meses después, su completa integración
en una todavía débil Generalitat, que se había ido reconstruyendo bajo su
sombra protectora.
4.8.3.EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. UN ORGANISMO DE
CONCILIACIÓN. UN OBSTÁCULO PARA LA REVOLUCIÓN DE LOS COMITÉS.
"La colaboración que les ofrecían los dirigentes anarquistas cuando,
simplemente, los podían arrojar por el balcón de la Generalitat implicaba, era evidente, <<reconstruir las instituciones de gobierno y el
traspaso de la iniciativa de los trabajadores a un cuerpo central con poderes
ejecutivos. Al privar de iniciativa a los trabajadores, la responsabilidad por
la conducta de la lucha y de sus fines recaía de hecho en una jerarquía
gobernante, y esto no podía menos que influir adversamente en la moral de los
luchadores revolucionarios>>" (666).
En el
histórico plenario del 21 de Julio, los desorientados cuadros de la CNT y de la FAI habían renunciado al poder que tenían al alcance de la mano. La revolución
libertaria quedaba pues, de esta manera, relegada a un futuro indeterminado,
para después de la guerra, en el que las condiciones deberían hacerla
posible, sin necesidad de implantar ningún tipo de "totalitarismo"
revolucionario.
La decisión
que había hecho posible la formación del Comité Central de Milicias condicionaba,
simultáneamente, su naturaleza. Si el camino de la revolución antiautoritaria
estaba vetado por las circunstancias del momento, los cuadros
anarcosindicalistas sólo podían optar por dos posibles alternativas: abandonar
el poder en manos de sus adversarios políticos, o la colaboración con ellos en
un nuevo organismo de poder, que no tendría la forma de un gobierno
tradicional.
La primera
opción implicaba en la práctica, entregar la victoria conseguida y permitir que
el viejo orden republicano pudiera recuperarse rápidamente del revés que
acababa de sufrir.
Desde la
oposición, los anarcosindicalistas se habrían atrincherado en los centros de
trabajo, controlados por los sectores revolucionarios. Sin embargo,
difícilmente esta alternativa habría sido comprendida por sus propias bases
sindicales que se sentían las triunfadoras frente al gobierno y los sublevados.
Por otro
lado, la renuncia al poder y la negativa a cualquier compromiso político que
significara la renuncia temporal a sus objetivos, no hacía otra cosa que
aplazar el choque definitivo con los partidarios de la República. Enfrentamiento que tarde o temprano iba a producirse.
"No se podía prescindir por el momento del aparato gubernamental y no
podía dejarse ese aparato en manos de fuerzas minoritarias que podían, poco a
poco desde allí, obstruir la revolución iniciada y poner excesivas trabas al
pueblo que había entrado en posesión de sus derechos" (667).
La segunda
alternativa pretendía, mediante la colaboración y el compromiso con las otras
fuerzas, mantener en lo posible el terreno que habían conquistado con las
armas. Esta segunda opción, apoyada en la indiscutible hegemonía con la que
contaba la CNT entre los trabajadores, sería considerada -por los cuadros
dirigentes del anarcosindicalismo- como la más prudente y viable que
podía llevarse a cabo en aquellos momentos. En aquellas circunstancias, la
formación del Comité Central de Milicias Antifascistas significaba, desde la
óptica revolucionaria, un paso atrás respecto a la situación que se había
creado a partir de las jornadas de Julio.
El Comité
Central de Milicias nacía de esta forma, como un organismo de colaboración
entre las distintas fuerzas políticas que apoyaban dos proyectos sociales
antagónicos. Desde esta perspectiva, la naturaleza del nuevo organismo de poder
se definía como claramente interclasista.
"Aceptamos el Comité de enlace en tanto que anarquistas hemos procurado
que la burguesía liberal y la pequeña burguesía se pusieran del lado del
pueblo" (668).
Diego Abad
de Santillán, define al Comité Central de Milicias como un organismo de
colaboración entre las clases, o por lo menos entre las organizaciones obreras
y los viejos representantes de una clase social, la burguesía liberal,
que se había pasado en bloque al bando enemigo. El historiador anarquista Abel
Paz ha definido cuales eran las consecuencias políticas del
interclasismo.
"El concepto de la <<colaboración democrática>>, políticamente
no hacía otra cosa que revitalizar el Frente Popular y, en consecuencia, el
nuevo organismo que, por su formación, sería un organismo
democrático-burgués" (669).
Juan Andrade
ha explicado a la perfección la contradicción inherente a la naturaleza del
Comité Central de Milicias. Por un lado era un organismo de colaboración de
clases y por lo tanto entraba dentro de la óptica frentepopulista de la
revolución. Por otra parte, a pesar de la colaboración política, la
hegemonía en su seno de los sectores más radicalizados le daban un carácter
claramente clasista (670).
El eje
político principal de las actividades que pretendía desarrollar el Comité
Central de Milicias no era organizar una nueva sociedad
revolucionaria, sino impulsar y centralizar los esfuerzos bélicos, para
alcanzar una rápida victoria sobre los sublevados. El compromiso adquirido, por
el que se constituía el Comité Central de Milicias, significaba en la práctica
el "congelamiento de la revolución". Cualquier medida que pudiera
favorecer la extensión de la revolución cuestionaba la alianza con el
gobierno de la Generalitat y el Front d'Esquerres. Esto explica el hecho de
que, durante las primeras semanas de la guerra, el Comité Central de Milicias
no llegara a definirse sobre cual era el proyecto económico que debía llevarse
a cabo. Fue sin duda alguna la iniciativa espontánea que estaban llevando a
cabo las bases de las organizaciones obreras, la que decantaría su política
posteriormente.
"El Comité de Milicias adoptó unas medidas que eran útiles y necesarias en
los primeros días que siguieron a la victoria de los militares. Pero la
iniciativa de las masas, las medidas útiles y necesarias que éstas habían
improvisado, eran mucho más avanzadas e iban mucho más lejos, en todos los
aspectos, que las de los Estados Mayores de las organizaciones obreras y
antifascistas..." (671).
Desde este
punto de vista, la actividad del Comité Central de Milicias estaría
continuamente marcada por esta contradicción: elegir entre la fidelidad
al compromiso de no llevar la revolución hacia adelante y la presión ejercida
por las bases de las organizaciones. Toda la dinámica del Comité Central se
caracterizaría por el intento de conciliar los dos extremos irreconciliables,
aunque ésto fuera a costa de convertirse en un dique de contención para las
aspiraciones revolucionarias. Prisioneros de esta dinámica, los dirigentes
libertarios se habían convertido, sin saberlo, en un valioso instrumento para
los planes restauracionistas. La reconstrucción del Estado republicano sólo
podía llevarse a cabo, a partir y con la voluntad de las organizaciones obreras
que representaban a la revolución, ante los ojos de la población.
"...el Comité de Milicias no fue <<el Gobierno obrero de la Revolución obrera>>, tampoco una forma indeterminada y original de <<poder
revolucionario>>. Ante todo, desempeñó un papel de transición que
proporcionó una especie de interinidad algo improvisada, hasta la vuelta del
poder <<legal>> de la Generalitat..." (672).
Si los
dirigentes libertarios "aplazaban" la revolución, no hacían lo mismo
sus adversarios políticos. El Comité Central de Milicias había significado un
respiro momentáneo para ellos. Al fin y al cabo, y aunque desprovisto de
fuerza, el compromiso permitía que el gobierno de la Generalitat siguiera existiendo y legitimándose frente a los trabajadores. Mientras se
mantuviera la actitud conciliadora de los representantes cenetistas, el Comité
Central de Milicias tenía que seguir existiendo, hasta que las condiciones
permitieran el restablecimiento total de la autoridad republicana.
El triunfo
sobre la revolución y el restablecimiento del orden republicano significarían
el final de la neutralidad francesa y británica, que se posicionarían contra el
ejército de Franco, aliado de Hitler y de Mussolini.
Dentro de la
dinámica de colaboración en la que habían entrado, los dirigentes de la CNT y de la FAI tenían que moverse entre dos fuegos: entre la presión de la Generalitat, del gobierno central y de las organizaciones del Frente Popular, para
reconstruir el viejo aparato estatal republicano, y la de sus propias bases,
que estaban llevando a cabo de forma espontánea, su propia forma de entender la
revolución.
El
testimonio de Jaume Miravitlles, da a entender que en el seno del Comité
Central de Milicias los acuerdos fueron escasos (673). El doble fuego al
que estaban expuestos los libertarios en el Comité de Milicias explica su
funcionamiento. Al parecer, las decisiones fueron adoptadas por la práctica
imposición del grupo dominante. Sin embargo es difícil no considerar el
testimonio del dirigente catalanista como una exageración intencionada,
destinada a denunciar los métodos "dictatoriales" de los
revolucionarios anarcosindicalistas.
La
intransigencia mencionada por Miravitlles se contradice con la actitud moderada
y colaboradora de los dirigentes que se habían negado a tomar el poder cuando
podían haberlo hecho sin dificultades. La escasez de acuerdos entre las
diferentes organizaciones que estaban integradas en el Comité Central de
Milicias es debida, no al "totalitarismo" anarcosindicalista, sino a
la patente incompatibilidad que existía entre los objetivos de la revolución y los
de la contrarrevolución republicana.
"A su modo de ver, los libertarios creían haberse hecho con el poder por
medio del comité y eso era lo que parecía desde dentro. Se presentaban a las
reuniones con las cartucheras repletas y colocaban la pistola o la metralleta
sobre la mesa. Daban puñetazos sobre la mesa y gritaban <<Así es cómo se
van a hacer las cosas! ¡Por cojones!... ¡Sois un hatajo de pequeños
burgueses!..." (674).
Fuera de la
estética que pudieran emplear los libertarios, existen numerosos indicios,
-comentados y analizados en las páginas anteriores de este trabajo- que
demuestran que las directrices no se imponían "¡por cojones!", o como
parte de una política de "hechos consumados".
Por el
contrario, la línea que se llevó a cabo durante los meses de existencia del
Comité Central de Milicias fue la búsqueda permanente de un equilibrio entre
los dos bandos antagonistas.
Las
maniobras del PSUC y del Front d'Esquerres, sus intentos de reconstruir el viejo
aparato de estado, pese a las repetidas amenazas de ruptura, fueron casi
siempre contestadas por medio de soluciones de compromiso.
Las
concesiones conseguidas por los restauracionistas tenían una doble implicación
política: la lenta pero paulatina recuperación del poder de la Generalitat (legitimada por el Comité Central de Milicias) y la contención de las iniciativas
revolucionarias, que podrían precipitar la ruptura, en una situación todavía
desfavorable.
"Si bien el Comité de Milicias tenía algo parecido al soviet ruso, se
diferenciaba en que no se ejercía en él la prepotencia de un solo partido y
mantenía el equilibrio entre los organismos partidistas y sindicales que lo
integraban. El Comité de Milicias fue el único órgano de poder durante la
guerra civil que no ha sido atacado y condenado por ningún partido de los que
lo integraron, por ninguna de las organizaciones que a él pertenecieron, ni por
el pueblo de Barcelona y Catalunya. Hubo oposición en el seno del Comité de
Milicias, por parte de Esquerra Republicana de Catalunya (jacobinos) y del
Partido Socialista Unificado de Catalunya (comunistas), pero fue una oposición
subterránea" (675).
El Comité
Central de Milicias nacía como un organismo de conciliación. La entrada en un
gobierno de coalición, después de las jornadas de Julio, resultaba inadmisible,
porque atentaba contra los viejos principios antiestatalistas. Sin embargo, el
curso colaboracionista que habían emprendido los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI, y el lento pero continuado desgaste de una situación que no encontraba
solución, fueron madurando las condiciones para la integración del Comité
Central de Milicias en un nuevo gobierno de la Generalitat reconstruido.
La
integración sería aceptada por la mayoría de los comités revolucionarios
locales. La duda era imposible; aparentemente todo obedecía a una simple
reestructuración que terminaría con el gobierno de la Generalitat y con la problemática de la dualidad de poderes. En el nuevo gobierno unificado, la CNT-FAI y el POUM seguían siendo mayoritarios y evitarían que la revolución siguiese
decayendo. Se les escapaba que la integración en el aparato estatal republicano
burgués era un nuevo paso que conseguían dar las actitudes colaboracionistas.
Cada vez más
comprometidos en el intento de mantener la situación hasta el final de la
guerra, se verían obligados a sacrificar la propia revolución para poder seguir
manteniendo la alianza.
4.8.4 EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. UN ORGANISMO
POTENCIALMEENTE REVOLUCIONARIO. UN OBSTÁCULO PARA LOS PLANES DE RESTAURACIÓN
REPUBLICANA.
"En efecto, todos los resortes del poder convergían en el Comité Central
de Milicias, dirección de la guerra, vigilancia revolucionaria, economía,
justicia, y la creación de nuevas industrias para satisfacer las necesidades de
la guerra, sin que el mismo supiera como, sin propósito consciente, el Comité
Central de Milicias se convertía en un gobierno revolucionario y su aparato, en
un rudimentario aparato de estado proletario. Para serlo por completo le
faltaba, en primer lugar, una voluntad clara en tal sentido, en segundo lugar,
un acoplamiento mayor de las necesidades históricas de la revolución, lo que
comportaba necesariamente la adaptación más completa posible a las nuevas
formas de democracia creadas por la victoria de las masas" (676).
El Comité
Central de Milicias había nacido a partir de la derrota de la sublevación
militar en Catalunya y también del desmoronamiento del aparato estatal
republicano. Su poder indiscutible procedía del prestigio de la revolución y su
futuro sólo podía asegurarse terminando con la dualidad de poderes existente,
con la profundización y extensión de la misma revolución que le había dado
vida.
Indiscutiblemente la naturaleza del Comité Central de Milicias era
potencialmente revolucionaria, sólo era necesario que existiera la firme
voluntad para desarrollarla.
"A diferencia de un gobierno de coalición que en realidad descansa en la
vieja maquinaria del Estado, el Comité Central dominado por los anarquistas se
apoyaba en las organizaciones obreras y las milicias" (677).
La situación
revolucionaria había hundido las instituciones de la República. Los antiguos ayuntamientos, los cuerpos policiales, los tribunales y el mismo
ejército habían desaparecido. Contrastando con este rápido proceso de
descomposición, la multitud de comités locales y de fábrica, creados
espontáneamente por la población trabajadora, por iniciativa de los sectores
organizados, se aglutinaban indirectamente en torno a los sindicatos y al
Comité Central de Milicias.
La hegemonía
de la CNT y de la FAI, sostenida por el POUM, convertía a este organismo en la
cúspide legítima de la revolución. Los decretos del Comité Central de Milicias
eran obedecidos por el conjunto de los comités locales, siempre y cuando no
llegaran a considerar que con su cumplimiento se traicionaban los ideales
revolucionarios. A pesar de que el Comité Central de Milicias había
nacido al margen de los comités revolucionarios locales, éste tenía la
autoridad legítima en tanto en cuanto, las organizaciones obreras que contaban
con el apoyo y la simpatía de la mayoría de los trabajadores, también eran
mayoritarias en él.
"El Comité de Milicias fue reconocido como el único poder efectivo de
Catalunya. El gobierno de la Generalitat siguió existiendo y mereciendo nuestro
respeto, pero el pueblo no obedecía más que al poder que se había constituido
por virtud de la victoria de la revolución, porque la victoria del pueblo era
la revolución económica y social" (678).
Es pues
correcta la afirmación que hacen Juan García Oliver y otros militantes
anarcosindicalistas, de que el Comité Central de Milicias fue un paso hacia
atrás en la revolución, sin embargo la situación existente seguía empujando
hacia adelante (679).
Al margen de
la voluntad, más o menos conciliadora de los dirigentes obreros presentes en el
Comité Central de Milicias, éste seguía representando a la revolución y recibía
fuertes presiones por parte de los sectores revolucionarios.
La
inexistencia de una representatividad democrática; la falta de un verdadero
control de las bases sobre sus representantes; el hecho de que no existiera,
-ni que nadie se planteara crearla- una articulación entre los organismos
revolucionarios locales y el Comité Central de Milicias; todos estos factores
burocráticos limitaban el carácter potencialmente revolucionario de este organismo,
pero en absoluto lo anulaban.
"La creación del Comité Central de Milicias de Catalunya no era un error
en si mismo, ni tampoco el aceptar la colaboración con las otras fuerzas
revolucionarias, tales como las que pudieran existir de tendencias socialistas
en la UGT y en el POUM. Lo que posiblemente cabe considerar un error fue dejar
en pie el Govern de la Generalitat, porque lo que, a primera vista... ofrecía
una ventaja, en realidad, por el peso de los acontecimientos, tenía que ser el
enterrador de la revolución" (680).
Los
adversarios políticos del Comité Central de Milicias, los partidarios de la
restauración republicana comprendieron este hecho rápidamente, y trabajaron,
desde los primeros momentos, para su destrucción. Los revolucionarios habían
cometido un error que tenía que aprovecharse para volver a poner en pie el
Estado republicano.
Liquidado el
Comité Central de Milicias, integrados los sectores más radicalizados en un
nuevo gobierno de la Generalitat, la posibilidad de que pudiera surgir un
gobierno revolucionario quedaba cada vez más lejos.
La
potencialidad revolucionaria del Comité Central de Milicias quedaría truncada
porque, tal como afirma el dirigente poumista Juan Andrade, "ni la CNT ni su propio partido planteaban la cuestión del poder" (681). Los
anarcosindicalistas, por una mezcla de desorientación política, temor al
aislamiento e incapacidad programática para poder enfrentarse a los retos
de la revolución. El POUM, por su complejo de inferioridad frente a las
organizaciones obreras mayoritarias, que les hacía considerar que el futuro de
la revolución solo podía depender de la voluntad políticas de éstas
y que les impedía adoptar una línea independiente del anarcosindicalismo.
De esta manera, la posibilidad del Comité Central de Milicias para convertirse
en un gobierno revolucionario en Catalunya, quedaba obstaculizada.
Si las
mismas organizaciones que abogaban por la defensa de la revolución, bloqueaban
el camino de ésta, sus adversarios del Front d'Esquerres sí que estaban
dispuestos a llegar hasta el final en sus objetivos. Irremediablemente la
dualidad de poderes iba a decantarse hacia estos últimos.
4.8.5 EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA, FRUTO DE LOS
ACONTECIMIENTOS Y DE LAS PERSPECTIVAS QUE MARCARON LAS ORGANIZACIONES
INTEGRANTES, TUVO UNA NATURALEZA POLÍTICA HÍBRIDA QUE ENCARNO LA DUALIDAD DE PODERES EXISTENTE.
El organismo
que llegó a ser el máximo poder en la Catalunya revolucionaria, durante los primeros meses de la revolución, se negó, desde los primeros momentos, a actuar
como un verdadero gobierno. Este fue el motivo por el que los
anarcosindicalistas permitieron que la Generalitat siguiera manteniendo su lánguida existencia. Convertir al Comité Central de Milicias en gobierno, hubiera
implicado, no sólo violar los más firmes principios ideológicos del
anarcosindicalismo, sino también responsabilizarse de un poder, con el que no
sabían que hacer.
El
Comité Central de Milicias había nacido, no como
un poder surgido de los organismos que había creado la revolución, sino como un
compromiso entre las diferentes fuerzas que se habían opuesto a la sublevación
militar. Lo que en los primeros momentos era inevitable, su carácter
burocrático, se convertiría finalmente en una de sus más graves limitaciones.
Su democratización, su articulación con la sociedad revolucionaria catalana no
fue llevada a cabo porque ninguna de las organizaciones que formaban parte de él,
lo consideraban algo más que un simple comité de enlace. De esta forma, los
cambios en la conciencia de los trabajadores que estaban protagonizando la
revolución, apenas pudieron influir en las decisiones que se adoptaban en su
seno.
El compromiso
histórico que había dado lugar al Comité Central de Milicias suponía el
aplazamiento de la revolución a un futuro indeterminado. Mientras los
dirigentes del Comité de Milicias intentaban sostenerse en la cuerda floja de
la dualidad de poderes, los trabajadores en la calle y en los centros de
trabajo se empeñaban en continuar con sus expropiaciones. Durante los meses de
su existencia, la mayoría en el Comité Central de Milicias pretendió mantener
el delicado equilibrio que existía entre las presiones de los restauracionistas
y las demandas de los sectores revolucionarios.
Sin embargo,
las dinámicas revolucionarias no permiten ser aplazadas o
"congeladas" mediante acuerdos políticos, durante largo tiempo. El
mantenimiento del compromiso se convertiría, cada vez más, en un verdadero
dique de contención del movimiento revolucionario. El mantenimiento de la
situación impediría que los comités-gobierno locales pudieran transformarse en
una estructura de poder.
La debilidad
del anarcosindicalismo sería eficazmente aprovechada por sus adversarios
políticos, para proceder a restaurar paulatinamente las viejas instituciones de
la República. Sin embargo, el Comité Central de Milicias se había convertido
en un obstáculo para sus objetivos. Mientras éste siguiera existiendo, mientras
mantuviera su independencia política de la Generalitat, el camino para que ésta recuperara sus plenos poderes continuaba obstruido.
El Comité de
Milicias, a pesar de su naturaleza híbrida y contradictoria, mantenía sus
características revolucionarias. Había nacido al calor de la revolución y era
ésta la que lo había convertido en el único poder real en Catalunya. Mientras
el anarcosindicalismo y el POUM continuaran sin integrarse en las
estructuras del poder republicano, el peligro seguiría existiendo. La
posibilidad de una radicalización revolucionaria no podía descartarse, el
Comité Central de Milicias podía acabar transformándose en un gobierno
revolucionario. Este era el gran triunfo que habían conseguido el PSUC y Front
d'Esquerres con la liquidación del Comité Central y su definitiva integración
en la Generalitat.
De la misma
forma que ocurría con la dualidad de poderes, la naturaleza del Comité Central
de Milicias era altamente inestable. Su dinámica no permitía que la pelota
pudiera mantenerse indefinidamente en el alero del tejado de la indefinición.
Tal como estaba pasando a nivel estatal, donde el choque entre los comités
revolucionarios locales y el gobierno republicano, apoyado por el Frente
Popular, se estaba saldando a favor de estos últimos, también estaba empezando
a pasar en Catalunya. El triunfo acababa en manos del sector que había
demostrado más audacia y clarividencia para conseguir sus objetivos políticos.
Sin embargo,
la disolución del Comité Central de Milicias no implicaba el final de la
dualidad de poderes. El enfrentamiento se producía ahora,
entre un gobierno de la Generalitat, fortalecido y legitimado por la
entrada de las organizaciones obreras más radicales, y una multitud de comités
descabezados políticamente. El nuevo período que se abría anunciaba la
decadencia y el principio del fin de la revolución española.
5 LAS CONSECUENCIAS DE LA DISOLUCIÓN DEL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA. LA DECADENCIA DE UNA REVOLUCIÓN.
La
disolución del Comité Central de Milicias fue mucho más que una simple
reestructuración del poder en Catalunya. El significado de este
acontecimiento y las posibles consecuencias que iba a tener en la
revolución española fue perfectamente comprendido por sus adversarios del Front
d'Esquerres. Desde un gobierno de unidad en el que pronto, anarcosindicalistas
y poumistas, quedarían convertidos en rehenes políticos, iniciaron
la ofensiva que estaría destinada a terminar con la revolución de Julio y
restaurar la legalidad republicana.
El gran
error de los antiguos partidarios del Comité Central de Milicias había
sido considerar que la naturaleza clasista de un gobierno estaba
determinada principalmente por los hombres y las organizaciones que lo
componían. En realidad y tal como iban pronto a poder comprobar, el
verdadero carácter político de cualquier gobierno, se basa en los organismos y
en los sectores sociales en las que apoya su poder. Mientras el Comité
Central de Milicias había sido un organismo independiente de la fantasmal
autoridad del gobierno catalán, con un poder que descansaba en la de los
comités locales y en las milicias, el poder del nuevo "Consell"
de la Generalitat pretendía apoyarse en las viejas instituciones
republicanas que habían sido barridas en Julio. A diferencia de lo ocurrido con
el Comité Central de Milicias, en el nuevo gobierno de concentración, la
presencia de las organizaciones obreras sólo serviría para reforzar y
legitimar ante los trabajadores, los progresos de la restauración
republicana.
El
anarcosindicalismo y el poumismo habían demostrado que, por diferentes motivos,
por el momento no estaban dispuestos a romper el frente antifascista. Este
empeño en mantener la unidad a cualquier precio iba a ser aprovechado por sus
adversarios para minar el poder de los comités. Día a día, los dirigentes de la CNT-FAI y del POUM tuvieron que, no sólo contener las demandas de los sectores
revolucionarios, sino también llegar a compromisos y hacer concesiones para
evitar la ruptura. Estos acuerdos tendrían como principal consecuencia, el
fatal debilitamiento de la revolución.
Los
dirigentes anarcosindicalistas que habían apoyado el Comité Central de Milicias
justificaron el nuevo paso dado con numerosos argumentos a cada cual más
ingenuo (682). Se ha presentado frecuentemente como un giro táctico, que
pretendía que las milicias cenetistas consiguieran mayor cantidad y mejor
armamento, y que legalizaría las conquistas revolucionarias que se estaban
llevando a cabo en la retaguardia. También se daría fin a la funesta
dualidad de poderes que estaba prolongando el desenlace de la guerra, y que
ponía en peligro la victoria. La realidad no tenía nada que ver con sus deseos.
Las milicias no sólo continuaron estando pésimamente armadas, sino que la nueva
situación sería aprovechada para dar los primeros pasos hacia la militarización
y la construcción de un ejército republicano.
La "legalización" de las conquistas revolucionarias serviría como
pretexto a sus adversarios, primero para limitarlas y controlarlas y
después para ir sometiéndolas hasta hacerlas desaparecer.
Con el final
del Comité Central de Milicias, la dualidad de poderes había iniciado su
declive. Anarcosindicalistas y poumistas eran cada vez eran más débiles,
mientras que sus oponentes les arrebataban la iniciativa política.
En realidad,
con la disolución, la CNT adoptaba un nuevo giro, arrinconada por una situación
que trabajaba en contra de ella y de sus principios ideológicos tradicionales.
La esperanza para los cuadros dirigentes libertarios era que la
integración en el nuevo gobierno de la Generalitat, les permitiría aplazar de nuevo, la cuestión del poder por un tiempo indeterminado. Volvían a equivocarse.
Después de
varias semanas de guerra y de revolución, la desorientación de los líderes
anarcosindicalistas era mayor que nunca, y dentro de este clima, la opción
colaboracionista cobraba cada vez más fuerza. Indiscutiblemente, el clima
de frustración y el desgaste político que habían hecho posible el abandono de
los principios antiestatalistas en la CNT en Catalunya, influirían de
forma decisiva en el hecho de que, apenas un mes más tarde, la central sindical
libertaria aceptara entrar a formar parte del nuevo gabinete de Largo
Caballero. La entrada de la CNT en la Generalitat había sido, sin duda alguna, el punto de partida para la integración en el nuevo gobierno central
republicano.
El POUM
había llegado a la misma conclusión desde una concepción completamente
diferente. Habiendo caracterizado que en Catalunya no había ninguna situación
de dualidad de poderes, sino que lo que existía era una auténtica dictadura del
proletariado. Si consideraba que los nacionalistas republicanos en Catalunya
tenían una naturaleza política "popular", frente al carácter
"burgués" o "pequeño-burgués" de los republicanos del resto
del estado. El balance de la fusión entre el Comité Central de Milicias y la Generalitat tenía que ser positivo (al fin y al cabo, las organizaciones izquierdistas
seguían teniendo la mayoría en el nuevo gobierno autónomo). El nuevo Consell de
la Generalitat, transformado en gobierno obrero, tendría la tarea de
consolidar la revolución en Catalunya, para extenderla posteriormente por el
resto del estado.
"El POUM se creyó situado en la Generalitat de Catalunya a la izquierda de una coalición a cuyo remolque marchaban los partidos burgueses tradicionales.
Pero la alianza de estos últimos con el PSUC en Catalunya, la constitución,
bajo la tapadera del Frente Popular, de una coalición
<<estalino-burguesa>> para un Estado fuerte, dió la vuelta a la
correlación de fuerzas. De repente fue el POUM el que se encontró a remolque de
una coalición que iba eliminando sucesivamente todas las conquistas de Julio de
los obreros y campesinos" (683).
Con respecto
a la respuesta que dieron las bases sindicales ante la noticia de la entrada de
la CNT en el nuevo gabinete de la Generalitat existen diferentes versiones. Juan García Oliver explica que la respuesta fue un "murmullo de
descontento creciente" (684). Si la versión que tenemos en cuenta es la
que nos da Cesar M. Lorenzo, la noticia habría sido "bien acogida
por el conjunto de la población y especialmente por los
afiliados a la gran central sindical" (685). El historiador
libertario alude a que las bases sindicales, que aunque estaban fuertemente
influidas por el anarquismo, no conocían la teoría anarquista del Estado, ni
sabían diferenciar gobierno, Estado, Comité Central de Milicias, comités
locales revolucionarios, ayuntamientos... Sin embargo, tenían confianza
en sus dirigentes. La explicación resulta interesante.
El instinto
revolucionario de los trabajadores organizados les permitía desconfiar de una
serie de partidos que defendían un orden que ellos consideraban caduco e
incapaz. Sin embargo, ¿qué iban a pensar cuando sus propios dirigentes, -en los
que confiaban-, acababan de integrarse en el nuevo gobierno?. ¿Qué había
cambiado con respecto a las primeras semanas, cuando expresaban su desconfianza
hacia el gobierno de Companys?, evidentemente, lo que había cambiado era la
actitud de sus dirigentes.
Sin embargo
la buena acogida a la que se refiere Cesar M. Lorenzo parece que quedaba mucho
más matizada entre los sectores más militantes. Sin embargo y siguiendo su
testimonio, también la mayoría de éstos era favorable a la integración, aunque
"incómodos e incluso decepcionados" (686). La versión de Cesar M.
Lorenzo coincide perfectamente con la que nos ofrece José Peirats, cuando
describe el desconcierto de los militantes, enfrentados a una situación ante la
cual, las viejas ideas anarcosindicalistas no daban salida.
"¿Opinaba de la misma manera la totalidad de los militantes? ¿Contaba esta
nueva postura de la CNT con el apoyo del anarquismo y anarcosindicalismo
internacional? Salvo expresivas corrientes minoritarias, que hacían patente su
protesta en órganos periodísticos propios, a través de comités orgánicos y
reuniones, plenos y asambleas, la triste verdad es que la mayor parte de los
militantes se hallaban afectados de cierto fatalismo, consecuencia directa de
las trágicas realidades de la guerra" (687).
La misma
prensa libertaria del momento refleja que la actitud de las bases y de la
militancia no era homogénea, y mucho menos entusiasta con el giro que habían
dado los dirigentes (688). En el nuevo período que se abría, iría surgiendo una
oposición al curso entreguista que adoptaban los dirigentes, a medida que éste,
-lejos de corregir la decadencia de la revolución- la acentuaba. También en el
POUM se dieron críticas y actitudes reticentes a la entrada en el nuevo
gobierno de la Generalitat. Hubo militantes o sectores del partido que, como
Juan Andrade o las JCI, consideraron como un grave error el nuevo paso que
había dado la dirección (689).
Los
verdaderos triunfadores de la nueva situación, el PSUC y ERC, se propusieron
aprovechar las posibilidades que se les brindaba, para consolidar el orden
republicano en vías de reconstrucción. Si el anarcosindicalismo y el poumismo
no se habían atrevido a terminar con la dualidad de poderes para lanzar la revolución
hacia adelante, ellos sí que aprovecharían los esfuerzos de éstos por mantener
la unidad, en beneficio del proyecto de restauración. A pesar de
todo, tanto la CNT-FAI como el POUM seguían siendo fuertes, era necesario
utilizar su prestigio revolucionario en la dirección indicada.
Con la
formación del nuevo gobierno de la Generalitat, los partidarios del Front d'Esquerres iniciaron una serie de maniobras políticas destinadas a forzar
situaciones y arrancar nuevas concesiones, nuevos compromisos, sin provocar por
ello la ruptura. Esta táctica seguiría utilizándose durante los siguientes
meses, hasta considerar que la situación estaba lo bastante madura
como para darle el golpe final a la revolución.
El 26 de
Septiembre es la fecha en la que la CNT-FAI y el POUM aceptaron formar parte
del nuevo gobierno de la Generalitat. Poco después era disuelto el Comité
Central de Milicias. Apenas unos días más tarde, se iniciaría la publicación de
una serie de decretos encaminados a desarmar y desmantelar el movimiento
revolucionario. En la nueva situación, los decretos llevarían la firma de los
representantes de la CNT-FAI y también del POUM. El 11 de Octubre, se decretaba
la suspensión de los comités locales y se iniciaba la formación de los nuevos
consejos municipales que deberían estar formados a imagen y semejanza del nuevo
gobierno de la Generalitat. El día 24 publicaba otro nuevo decreto sobre las
colectivizaciones. El 27 se ordenaba el desarme de la retaguardia y tan solo un
día después se publicaba la militarización de las milicias. Se acababa de
iniciar un proceso de decadencia de la revolución y de restablecimiento de la
autoridad republicana, que encontraría grandes resistencias y que no terminaría
hasta las jornadas barcelonesas de Mayo de 1937, donde la revolución de los
comités y la contrarrevolución democrática se enfrentarían definitivamente.
5.1 LA ENTRADA DE LA CNT EN EL GOBIERNO REPUBLICANO.
En Julio, la CNT había rechazado el poder, pero también se había negado a formar parte de las
destartaladas estructuras republicanas.
Para los
cuadros dirigentes del anarcosindicalismo, ambas posturas habrían significado
la ruptura con los principios ideológicos sobre los que se había basado el anarcosindicalismo
español durante más de medio siglo. El 1 de Octubre, tan solo setenta días
después, el Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya se había
disuelto y los representantes de la CNT y de la FAI se habían integrado en el nuevo gobierno de la Generalitat. Un mes después, el 4 de Noviembre, la
organización anarcosindicalista entraba a formar parte del nuevo gabinete de
Largo Caballero. ¿Qué había cambiado en el seno del movimiento libertario
español en tan poco tiempo?
Indudablemente la integración de los anarcosindicalistas catalanes en el
gobierno autónomo había influido decisivamente en la evolución de la CNT estatal, pero llovía sobre mojado. La escasa oposición que habían encontrado los
partidarios de la colaboración, ante un hecho tan insólito como pasar a
formar parte del gobierno de la Generalitat, indicaba que algo había cambiado
entre los cuadros dirigentes del sindicato. A lo largo de dos meses y medio,
los cuadros anarcosindicalistas habían visto hundirse gran parte de su
estructura ideológica y de sus principios, que habían sido manifestados, apenas
unos meses antes en el Congreso de Zaragoza.
"Los libertarios no estaban, ni psicológicamente ni materialmente
preparados para imponerse en la zona republicana; y lo estaban todavía
menos para ganar la guerra contra el fascismo. Ahora bien si, en la
hipótesis más improbable, triunfaban a la vez de los fascistas y los otros
antifascistas, las potencias extranjeras ahogarían la Revolución mediante el bloqueo económico y la intervención armada. Por otra parte, el
gobierno republicano no solamente encaminaba a los leales a la derrota por su
ceguera política y por su incapacidad militara, sino que además se dedicaba a
combatir al proletariado, a sus milicias y a su obra revolucionaria. Era pues
preciso salvar las conquistas de la socialización en el marco de un Estado
democrático avanzado, centralizar el mando de las operaciones y neutralizar la
presión de las grandes potencias" (690).
La línea
colaboracionista triunfaba, no sólo en Catalunya, donde la organización
anarcosindicalista tenía la mayor parte de sus efectivos y también la
supremacía moral, sino también en el resto de la "zona republicana".
De la misma manera que en Catalunya, los cuadros y representantes de la CNT chocaban con una realidad ante la cual no sabían como orientarse. El desgaste en
las filas del anarcosindicalismo estatal, corría parejo al de Catalunya, con el
agravante de que en este caso, en la mayor parte de los territorios, la CNT era claramente minoritaria frente a la Izquierda Socialista.
En cuanto a
la integración, tanto los dirigentes anarcosindicalistas, partidarios de la
"colaboración democrática", como sus circunstanciales aliados del
Frente Popular, tenían sus razones para desearla. John Brademas cita los
últimos reveses militares del bando antifascista (caída de Irún, San Sebastián,
Toledo, la presencia de las tropas franquistas en las afueras de Madrid) como
las "razones inmediatas y poderosas" que precipitaron la entrada en
el gobierno (691).
Es
perfectamente posible que estos hechos "precipitaran" la
entrada de la CNT en el gobierno, pero no pueden omitirse que, desde los
inicios de la guerra y de la revolución, se estaba dando un proceso de revisión
creciente de los viejos principios antiautoritarios que habían alentado al
anarcosindicalismo desde sus orígenes. Las razones que los cenetistas han dado
para explicar un hecho que violaba sus más profundas tradiciones antiestatales
han sido muchas y variadas.
Diego Abad
de Santillán lo hizo en "Solidaridad Obrera" afirmando que:
"De siempre, por principios y convicción, la CNT ha sido antiestatal y enemiga de toda forma de gobierno. Pero las circunstancias,
superiores casi siempre a la voluntad humana, aunque determinadas por ella, han
desfigurado la naturaleza del gobierno y del estado español. El gobierno en la
hora actual, como instrumento regulador de los órganos del Estado, ha dejado de
ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no
representa ya el organismo que separa la sociedad en clases. Y ambos dejarán
aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de la CNT" (692).
Juan García
Oliver, antiguo partidario de la toma del poder por los anarcosindicalistas y
posteriormente, convertido en ministro de Justicia del segundo gabinete
de Largo Caballero:
"La burguesía internacional se negaba a proporcionarnos armas de que
teníamos necesidad... Debíamos dar la impresión de que los amos no eran los
comités revolucionarios, sino el gobierno legal: pues si no, no obtendríamos
nada de nada. Tuvimos que aceptar plegarnos a las inexorables circunstancias
del momento" (693).
Una de las
representantes del sector más proclive a la "colaboración
democrática", la que se iba a convertir en la ministra de Sanidad,
Federica Montseny:
"Hemos intervenido en el Gobierno de la República obligados por las circunstancias, para evitar que con nosotros se repitiera lo
ocurrido a movimientos anarquistas de otros países, por falta de esta
compenetración, de esta resolución y de esta habilidad mental, por lo cual se
vieron desplazados de la revolución y vieron cómo otros partidos adquirían la
dirección de la misma". (694).
Efectivamente, podemos encontrar una multitud de argumentos que pretenden
explicar, las circunstancias y las motivaciones que motivaron la entrada
de la CNT en el gobierno. Los dirigentes anarcosindicalistas tenían que
justificar un giro político que violaba profundamente las bases
ideológicas del anarcosindicalismo.
El gobierno de Largo Caballero seguía siendo un gobierno de naturaleza
burguesa, aunque estuviera integrado, en su inmensa mayoría, por representantes
de los partidos obreros del Frente Popular. Los objetivos que pretendía llevar
a cabo dicho gobierno eran la reconstrucción y consolidación del viejo
orden republicano "rejuvenecido" y "perfeccionado". También
era evidente que la burguesía internacional comprendía perfectamente el alcance
de los peligros que había traído consigo la marea revolucionaria de los
comités. Los capitalistas británicos, franceses y norteamericanos comprendían
perfectamente la naturaleza de los hechos que estaban sucediendo en España y
era "ingenuo" considerar que iban a dejarse engañar, porque la CNT hubiera aceptado integrarse en el nuevo gabinete de Largo Caballero.
En realidad,
los argumentos "ingenuos" iban destinados a tranquilizar a las
mismas bases del sindicato, y el creciente descontento que existía en su
interior. Con estos argumentos se intentaba ocultar que la entrada no
era otra cosa que una capitulación en toda regla. Los líderes de la CNT sentían que la revolución empezaba a escapárseles de las manos y no sabían como evitarlo.
La dualidad de poderes empezaba a dar sus frutos, reforzando al sector que
había demostrado mayor claridad y audacia en sus objetivos políticos.
En Julio,
podían haber tomado el poder en una buena parte de la zona republicana y
arrastrado tras de si a los sectores más radicalizados de la Izquierda Socialista, pero habían renunciado a él. Ahora, dos meses después, la situación
cambiaba rápidamente. El incapaz gobierno de Giral había sido sustituido por el
del izquierdista Largo Caballero. El poder republicano, casi destruido durante
las jornadas de Julio, había recuperado gran parte de su poder y aprovechaba
sus prerrogativas para chantajear a los sectores revolucionarios para que se
sometieran a su autoridad.
En la óptica
de los dirigentes libertarios, éstos tenían que escoger entre la
integración al gobierno, con la esperanza de que los dirigentes de la Izquierda Socialista vieran con buenos ojos la entente CNT-UGT, o mantenerse en la oposición,
mal armados, viendo como las colectivizaciones eran presionadas por medio
del chantaje económico, para que se sometieran al control gubernamental.
Enfrentados a esta situación, decidieron dar un paso hacia adelante. Al fin y
al cabo, Largo Caballero era el dirigente del sector más izquierdista del PSOE
y dirigía la central sindical socialista UGT (con lo que se hacía más grato a
los ojos de los libertarios, que seguían defendiendo la naturaleza sindical de
la revolución española). El dirigente izquierdista se había opuesto desde los
primeros momentos, al gabinete republicano de Giral y se había enfrentado por
ello a la derecha de su partido, el sector prietista. Todos estos hechos, le
daban a Largo Caballero, ante los ojos de los dirigentes anarcosindicalistas,
una aureola revolucionaria que no tenía en la realidad. El camino para la
integración en el gobierno republicano, de la CNT, estaba abierto (695).
Al parecer,
ya en el mes de Agosto, "Solidaridad Obrera" había lanzado la
idea de que en Madrid debía formarse un comité nacional, que debía estar
integrado por todas los partidos y sindicatos antifascistas. La fórmula
cenetista, era similar a la que se había llevado a cabo en el Comité Central de
Milicias. Como en Catalunya, la CNT pretendía formar parte de la dirección de
la guerra, sustituyendo la etiqueta "gobierno" por otra más
respetable, que no violara sus principios antiestatalistas.
El 17 de
Septiembre, un pleno de regionales del sindicato, reunido en Madrid y que se
proponía estudiar las propuestas de colaboración política ofrecidas por
el gobierno central, volvería a lanzar la misma idea, rebautizándola como
"Consejo Nacional de Defensa".
La propuesta
cenetista era todo un alarde de ingeniería lingüística: Lo que era un auténtico
"gobierno", se convertía por la magia de las palabras en un
"Consejo"; los "ministros" se llamarían
"delegados", los "ministerios" pasarían a llamarse
"departamentos"; el ejército, "milicias de guerra"; la
policía, "milicia popular" y los mandos del ejército, "técnicos militares".
En el nuevo
gobierno, Largo Caballero mantendría la presidencia del "Consejo",
mientras que Manuel Azaña seguiría teniendo la presidencia de la República (696).
El nuevo
organismo, debería estar formado por cinco representantes de cada una de las
dos grandes centrales sindicales y cuatro por los partidos republicanos (los
partidos obreros estarían excluidos como tales, y sólo podrían estar
representados por la UGT). La fórmula cenetista pretendía primar la idea sindical
de la revolución española (los partidos tendrían un papel secundario
frente a los sindicatos, que en la concepción libertaria, serían los canales de
expresión de las masas revolucionarias). La participación de los republicanos
en la fórmula del Consejo Nacional, aseguraría la continuidad de la
colaboración de clases que defendía el Frente Popular.
En lo que
respecta al proyecto económico, la CNT reivindicaba la socialización
sindical de la Banca y de los bienes de la Iglesia, los de los terratenientes, de la gran industria y del gran comercio. Las centrales sindicales serían las
encargadas de gestionar y controlar la producción de la economía socializada.
Dadas las
nulas perspectivas que tenían las propuestas cenetistas, algunos historiadores
han considerado que los libertarios "padecían un optimismo sin
fundamento" (697). Durante varias semanas la CNT emprendería una campaña en favor del "Consejo Nacional de Defensa". Largo
Caballero y la mayor parte de las organizaciones del Frente Popular
rechazaron la fórmula reivindicada por los anarcosindicalistas.
Mientras el
POUM apoyaba la propuesta críticamente y el periódico de la IS "Claridad" se interesaba por la propuesta y la elogiaba, la mayor parte del
aparato del PSOE (controlado por Indalecio Prieto) y los comunistas oficiales
se oponían, considerando que en aquellos momentos lo único que se podía hacer
era apoyar al gobierno (698).
La propuesta
del "Consejo" se apartaba por completo de los planes de
restauración y de normalización de las instituciones republicanas. Por otro
lado, la posición desde la que los líderes libertarios reclamaban el
"Consejo" era de debilidad creciente, y de esta situación Largo
Caballero era perfectamente consciente.
El tiempo y
la actitud colaboracionista de la CNT trabajaban a su favor. Era cuestión de
tiempo para que los anarcosindicalistas accedieran a entrar sin condiciones, en
un nuevo gabinete.
El 30 de
Septiembre, el órgano de la CNT, "Solidaridad Obrera" anunciaba
que el plazo de 10 días que había concedido al gobierno, para que aceptara su
propuesta, se había agotado (699).
Dados los
escasos apoyos con los que contó la idea, los líderes libertarios
acabaron renunciando a su propuesta y empezaron a negociar las condiciones en
las iba a llevarse a cabo su entrada.
El día 28 de
Septiembre se reunía en Madrid un segundo Pleno de la CNT. La reunión elaboraría un manifiesto en el que se reprochaba a la mayoría de partidos y
sindicatos, que no habían apoyado la propuesta del "Consejo", por su
irresponsabilidad política.
"Si lo que la CNT no quiere hacer en sentido de reivindicación integral de
sus postulados, lo hacen otros con criterio de fracción y no de síntesis
nacional, la CNT, pública y solemnemente, declina toda responsabilidad en los
fracasos que sobrevengan (y) fiel a su tradición y a sus postulados, a las
necesidades actuales, continuará prestando
sus fuerzas sin sin regateos, de todo corazón, porque la lucha
contra el fascismo está por encima de todo" (700).
Como
correctamente ha afirmado el mismo José Peirats, la declaración y la amenaza
formal que contenía ésta, no podían ocultar que los dirigentes
anarcosindicalistas se estaban retirando desordenadamente. Efectivamente, en el
mismo documento, los representantes cenetistas indicaban que en
Catalunya se había constituido el Consejo de la Generalitat, en el que se habían integrado todas las fuerzas que antes habían participado en
el Comité Central de Milicias. Sin embargo, aunque se enmascarara detrás de la
palabra "consejo", lo que no era otra cosa que la integración en el
gobierno de Catalunya, "este juego de palabras no podía engañar a
nadie" (701).
Los representantes
de la CNT reclamaron seis ministerios, para equiparla al número con los que
contaban los socialistas (esta composición hubiera recordado al "Consejo
de Defensa Nacional" que ellos habían propuesto infructuosamente, poco
antes). Las condiciones marcadas serían rechazadas, una a una, por Largo
Caballero.
"Tenemos en cuenta los escrúpulos que pueden experimentar los actuales
gobernantes ante la realidad internacional... por ello, la CNT realiza la máxima concesión, compatible con su espíritu antiautoritario: la de intervenir
en el gobierno. No significa esto que renuncie a la consecución integral de sus
ideas en el futuro: significa tan sólo que, ante la disyuntiva de perecer bajo
la garra inmunda de la reacción, frustrando la más alta esperanza emancipadora
abierta sobre el proletariado de todos los países, está dispuesta a colaborar
con quien sea, dentro de órganos de dirección llamados Consejos o Gobiernos,
con tal de vencer en la contienda y salvar el futuro de nuestro pueblo y del
mundo" (702).
En
Catalunya, Lluís Companys había tenido que maniobrar hábilmente y había tenido
que aceptar las condiciones de los dirigentes cenetistas, todo con
tal de que se integraran en el gobierno. La situación en la que se
encontraba Largo Caballero era diferente, partía de una posición política mucho
más fuerte que la de su homólogo catalán y aunque necesitaba integrar a la CNT en su gobierno, no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión, ni siquiera la de
cambiarle el nombre y denominarlo "Consejo Nacional".
Largo
Caballero y con él, todas las organizaciones del Frente Popular, eran
partidarios de que el anarcosindicalismo se integrara, de la misma manera que
lo había hecho antes en Catalunya.
Algunos
historiadores han comentado el temor que sentía el dirigente
socialista, de que el abandono de Madrid pudiera ser aprovechado por la CNT y por la FAI para crear su propia administración, desligada de la autoridad del gobierno
(703). Sin embargo, no parece lógico este temor, en tanto en cuanto los
anarcosindicalistas habían dado sobradas pruebas de moderación.
Tan solo
unas semanas antes, los dirigentes cenetistas habían demostrado su buena
predisposición hacia la "colaboración democrática" en Catalunya,
disolviendo su "administración desligada del gobierno" y habían
aceptado integrarse en el gobierno Generalitat. ¿Porqué tenían que hacer lo
contrario en Madrid, donde ni siquiera eran mayoritarios?.
Las razones
que empujaron a Largo Caballero y a las organizaciones del Frente Popular a
desear la participación de la CNT en el gobierno eran, sin duda alguna,
otras muy distintas. Por un lado la integración ataría de pies y manos a los
anarcosindicalistas, y evitaría cualquier posible tentación de ruptura de la
"unidad antifascista" para empujar la revolución hacia adelante. Sin
embargo, hay otra razón mucho más poderosa que hacía deseable la entrada de la CNT en el gobierno y para comprenderla tenemos que analizar cual era la verdadera naturaleza
del gobierno de Largo Caballero.
Las jornadas
de Julio habían sido la causa del hundimiento de las instituciones republicanas
y el inicio de una revolución social. Durante las semanas siguientes, el
escuálido gobierno de Giral pudo seguir manteniendo la ficción de su
autoridad gracias a los pactos del Frente Popular, escrupulosamente mantenidos
por los dirigentes de las organizaciones obreras que formaban parte de él. Sin
embargo, un gobierno monocolor republicano, o incluso otro donde éstos
siguieran contando con la mayoría era incapaz para remontar la nueva situación
revolucionaria. Los republicanos estaban demasiado desacreditados ante los
trabajadores. La restauración republicana solo podía llevarse a cabo a través
de las organizaciones obreras más izquierdistas que formaban parte del Frente
Popular y que habían capitalizado el prestigio del movimiento revolucionario: la Izquierda Socialista.
El 4 de
Septiembre, dimitía en pleno el gabinete de Giral para dar paso a la formación
de uno nuevo, esta vez bajo la dirección del líder socialista más popular entre
los sectores revolucionarios.
En los
planes del viejo dirigente de la Izquierda Socialista, una vez en el gobierno, no figuraba la instauración de un Estado
obrero, superador de la vieja República. Los líderes de la Izquierda Socialista consideraban que, ante todo, debían conseguir la ayuda de los gobiernos
capitalistas democráticos de Gran Bretaña y de Francia. Y para conseguirlo
estaban dispuestos a pagar el precio: hacer retroceder la revolución que
estaban protagonizando sus propias bases.
El proyecto
político del largocaballerismo se limitaría a mantener el delicado equilibrio
que existía en el seno del Frente Popular, y que les permitía seguir
controlando la actividad gubernamental. El viejo y confuso radicalismo de los
años anteriores había desaparecido para dar paso a una defensa por la izquierda
de la restauración republicana.
"Nuestra victoria no será la implantación fulminante del bolchevismo o el
anarquismo, como siguen temiendo esos países, sino un régimen que nadie sabe
aún qué será, pero que sea lo que fuere, siempre les convendrá más a
Inglaterra o Francia" (704).
La evolución
hacia la derecha de Largo Caballero es difícilmente compatible con la
opinión del historiador libertario Abel Paz, cuando opina que Largo Caballero
se sintió momentáneamente atraído por las propuestas cenetistas, y que
finalmente éstas habrían sido rechazadas por las presiones del embajador
Rosemberg (705). Sin negar dichas presiones la evolución moderada de Largo
Caballero tenía orígenes anteriores, que coincidía y contrastaba al mismo
tiempo, con la radicalización que estaban experimentando las bases socialistas.
La aceptación
del "Consejo Nacional de Defensa", propuesto por la CNT, hubiera significado quemar las naves, dejarlo todo en manos de las organizaciones más
izquierdistas del movimiento obrero, lo que habría ido en detrimento del Frente
Popular y de la ansiada alianza con Francia y Gran Bretaña. Esto no entraba en
los planes de Largo Caballero.
Sin embargo,
dichos planes seguían estando en el aire mientras el sector más radicalizado y
hostil del movimiento obrero, siguiera estando al margen del Frente Popular y
de la autoridad del gobierno. Desde los primeros momentos del nuevo gabinete,
Largo Caballero había invitado a los dirigentes anarcosindicalistas a sumarse
al mismo (706). La presencia de la CNT y la FAI "rejuvenecería" al segundo gobierno de Largo Caballero y extendería su
autoridad al sector del movimiento obrero que todavía se negaba a reconocerla.
La colaboración gubernamental de la CNT descabezaría definitivamente los
restos de la revolución de los comités (707).
Sin embargo,
la situación no estaba todavía suficientemente madura. Largo Caballero tuvo que
esperar aún cerca de un mes para observar los primeros síntomas de que la
intransigencia anarcosindicalista se estaba agotando definitivamente. Y los
primeros indicios serios iban a llegar desde la zona que constituía el
centro de la fuerza del anarcosindicalismo, es decir, desde Catalunya: el día
26 de Septiembre, la CNT aceptaba integrarse en el gobierno de la Generalitat. A partir de ese momento, Largo Caballero comprendió que sólo era cuestión de
tiempo para que los dirigentes libertarios aceptaran sus propuestas.
"¿Se daba cuenta la CNT de la significación del gobierno presidido por
Largo Caballero?... El Consejo Nacional de Defensa, aún no siendo en el fondo
más que un gobierno con otro nombre y quizás precisamente por serlo, cayó en el
vacío. La CNT deseaba participar en el gobierno, pero amortiguando el efecto de
su fulminante rectificación de principios. Esta realidad era imposible que
escapara a los políticos y a los partidos. El balón de ensayo no podía engañar
a Largo Caballero. Para éste, el carácter de la proposición delataba en la CNT una vacilación patente, preludio de una capitulación a más o menos corto plazo"
(708).
Efectivamente, ante la negativa de Largo Caballero a aceptar la propuesta del
Consejo Nacional de Defensa, y dentro del curso de creciente colaboracionismo
que habían adoptado los dirigentes libertarios, a éstos solo les quedaba
negociar las condiciones en las que se iba a producir su claudicación.
El 4 de
Noviembre se daba a conocer la entrada de cuatro representantes
anarcosindicalistas en el nuevo gabinete de Largo Caballero (La CNT había reclamado seis). Sin embargo existía otro indicio de que los libertarios habían
tenido que capitular sin condiciones, frente a la firmeza de sus adversarios
del Frente Popular: las carteras que pasaron a ocupar los nuevos ministros
tenían una importancia política secundaria (Justicia, Sanidad, Industria y
Comercio). Los puestos más importantes quedaban en manos de los socialistas,
que todavía seguían controlando el gabinete. El mensaje quedaba claro, la CNT se integraba sin en el nuevo gobierno de la República sin condiciones. La revolución quedaba subordinada a un proyecto político, que trabajaba por su destrucción.
"Los conquistadores del Estado serían conquistados por el estado. Los
ministros anarcosindicalistas no tardaron mucho tiempo en hacer suya la
dialéctica oficial: <<O sobra el gobierno o sobran los comités>>,
declaró el ministro cenetista Juan Peiró en uno de sus primeros actos públicos.
Con el visto bueno de los ministros anarquistas se promulgaron decretos que
disolvían los comités revolucionarios y los sustituían por consejos municipales
y provinciales. Con su beneplácito se reinstalaron los gobernadores civiles.
Con su consentimiento se inició el desarme del pueblo y la represión a los
elementos revolucionarios" (709).
La prensa
del Frente Popular anunció la buena nueva que debería tener como consecuencia,
la aceleración de la victoria sobre el ejército franquista. El gobierno de la República, por primera vez, desde el principio de la contienda, contaba con la presencia de
las principales organizaciones del movimiento obrero y de los republicanos (salvo
el POUM, que había sido vetado por los comunistas oficiales, y que sólo tenía
una fuerza significativa en Catalunya). La dualidad de poderes empezaba a dar
paso a una República restaurada. El poder revolucionario de los comités y de
las milicias, recibía, en apenas un mes, dos golpes mortales, y quedaba
descabezado en lo que respecta a los partidos y sindicatos obreros. A
partir de este momento, y no sin resistencia, iniciarían su declive hasta su
desaparición.
La noticia
de la entrada en el gobierno republicano provocaría un estupor todavía mayor
entre las bases cenetistas, del que había producido su entrada en el Consell de
la Generalitat en Catalunya.
"La decisión de la CNT y la FAI de entrar en el Gabinete produjo una
profunda conmoción en el movimiento libertario. No sólo representaba la
negación absoluta de los principios básicos del anarquismo, conmoviendo hasta
lo más íntimo toda la estructura de la teoría libertaria, sino que violando el
principio democrático, había sido tomada sin consultar a la masa" (710).
Evidentemente, la militancia anarcosindicalista no podía participar del
entusiasmo y del triunfalismo con el que la prensa y los dirigentes
anunciaban la entrada en el gobierno republicano. La oposición denunció
con gran descontento y con algunas agrias críticas a las actitudes
conciliadoras de la dirección. La oposición al colaboracionismo de los
dirigentes iría cristalizando, a medida que las propias bases, fueran
comprobando las consecuencias negativas de la entrada de la CNT y la FAI en la Generalitat de Catalunya y en el gobierno central de la República.
5.2 EL PROCESO DE DECADENCIA DE LA REVOLUCIÓN.
La
integración de la CNT-FAI y del POUM en el nuevo gobierno (o Consejo) de la Generalitat iba a tener unas consecuencias muy distintas a las que éstos esperaban.
La
disolución del Comité Central de Milicias traía consigo un cambio fundamental.
La revolución entraba en una fase defensiva y de decadencia. El nuevo gobierno
de unificación, esta vez con la colaboración (aunque fuera a regañadientes) de
los líderes anarcosindicalistas y del POUM, iniciaba una política que iba
dirigida a terminar cuanto antes, con los organismos del revolucionario. La
autoridad de las instituciones republicanas empezaba a consolidarse. Sin
embargo y a pesar de contar con la colaboración de la CNT y del POUM, el proceso de liquidación de los organismos revolucionarios no sería fácil e
iba a encontrarse con fuertes resistencias.
5.2.1 CONTRA LOS COMITÉS REVOLUCIONARIOS EN CATALUNYA.
Apenas
constituido el nuevo Consell de la Generalitat, el nuevo gabinete procedió a restablecer su autoridad política, como el único poder legítimo en toda
Catalunya. Pero una cosa era la teoría legalista de los decretos y otra la
realidad que existía. El objetivo, sin la colaboración de la CNT-FAI y el POUM habría resultado totalmente utópico. Sin embargo, aunque se contara con
ellos, la desarticulación de los comités locales no prometía ser una
tarea fácil. Si la supremacía del Comité Central de Milicias había sido
discutida y desobedecida a menudo por esta multitud de comités, la del Consell
de la Generalitat iba a tener serios problemas para hacer valer su autoridad.
La
colaboración de la CNT y del POUM permitiría al gobierno autónomo catalán
iniciar su campaña de acabar con los comités. Apenas dos días
después de constituirse el nuevo gabinete, el 28 de Septiembre, su presidente
Josep Tarradellas, anunciaba en la prensa, la realización de un viaje por
Catalunya para el día 30, que tendría la finalidad de asentar la
autoridad política del nuevo gobierno de concentración. En su misión, sería
acompañado por destacados dirigentes de las tres principales organizaciones
obreras catalanas, Andreu Nin (POUM), J. Doménech (CNT) y Juan Comorera (PSUC)
(finalmente, éste último no viajaría). La misión se desplazaría en primer lugar
a Lérida, que estaba controlada por el Comité Popular y donde el POUM era la
organización mayoritaria. Posteriormente, se desplazaría a Tarragona, donde
existía una fuerte resistencia de las bases sindicales a someterse a la nueva
autoridad del gobierno.
Indudablemente el prestigio político de los dirigentes revolucionarios y
especialmente la de Nin, convertido ahora en el nuevo Conseller de Justicia,
contribuyeron decisivamente al éxito de la misión.
El 9 de
Octubre, el gobierno de la Generalitat decretaba la disolución de todos los
comités locales en Catalunya. En otro decreto, publicado el mismo día, se
ordenaba que los organismos revolucionarios fueran sustituidos por nuevos
consejos municipales, que mantendrían la misma proporcionalidad de fuerzas que
existía en el seno del nuevo Consell. Los miembros de los nuevos
ayuntamientos no serían elegidos, sino delegados por los partidos y sindicatos
de cada localidad. Las modificaciones en la representatividad, en el seno de
los nuevos consejos municipales favorecieron principalmente al PSUC, que, de
esta forma, se veía sobrerrepresentado en numerosas poblaciones, donde antes no
lo estaba, o bien donde su implantación era débil. Los principales perdedores
eran el POUM, la CNT y la FAI, que eran las organizaciones cuyos militantes
habían participado más activamente en los comités revolucionarios locales. Sin
embargo, las condiciones de proporcionalidad no siempre fueron mantenidas en
las distintas poblaciones. Los decretos amenazaban con declarar
facciosos a todos aquellos que ofrecieran resistencia a su cumplimiento. Por
primera vez, el gobierno de la Generalitat se sentía lo suficientemente fuerte
para amenazar a los revolucionarios que se atreviesen a desafiar su autoridad.
En
apariencia, las consecuencias políticas de la sustitución de los comités
locales por nuevos consejos municipales eran mínimas. Esta era por lo menos, la
visión que parecían tener muchos de los militantes que habían apoyado y formado
parte de los comités-gobiernos revolucionarios. Al fin y al cabo, sus
organizaciones iban a seguir formando parte de los nuevos consejos municipales.
La sobrerrepresentación de algunos partidos del Front d'Esquerres quedaba
ampliamente compensada por la mayor influencia entre la población del
anarcosindicalismo y en menor medida del POUM. Sin embargo, la realidad era
otra. Los nuevos organismos municipales, de naturaleza burocrática (su
composición no respondía a la influencia de los partidos y sindicatos entre la
población de la localidad) muchos más alejados de la influencia de la población
trabajadora, estaban mucho más sujetos a las disposiciones del gobierno.
El día 22
del mismo mes, empezaba a funcionar el Consejo Municipal de Barcelona,
presidido por Pi i Sunyer. El nuevo ayuntamiento barcelonés contaría con 33
concejales (9 de la CNT (Servicios Públicos, Policía Urbana y Obras Públicas),
9 de ERC (Presidencia, Finanzas y Gobernación), 6 del PSUC-UGT (Cultura y
Asuntos Sociales), 3 del POUM (Sanidad), 3 de la Unió de Rabassaires (Abastos) y 3 de Acció Catalana (Estadística)) (711). El ejemplo de
Barcelona era toda una invitación al resto de las poblaciones de Catalunya para
que procedieran de forma similar.
La
restauración de los Ayuntamientos significaría el principio del fin de la
dualidad de poderes a escala local. La situación política en la zona republicana
se decantaba cada vez más hacia los partidarios de la restauración. Sin
embargo, la liquidación de los comités locales, de forma similar a la que
ocurría con el resto de los organismos que habían surgido al calor de la
revolución, encontró fuertes resistencias. A pesar de la colaboración prestada
por los dirigentes anarcosindicalistas y poumistas, los militantes de base que
formaban parte de los comités, se mostraron reacios a aceptar las nuevas
directrices de la Generalitat, aunque contaran con la aprobación de sus
dirigentes. El proceso de liquidación de los comités-gobierno se extendería
durante varios meses, en los cuales los nuevos ayuntamientos tenían que
convivir con ellos.
Sin embargo,
los días de existencia de estos últimos estaban contados, en tanto en cuanto
las organizaciones que en un principio los habían alentado, ahora los
exhortaban a disolverse.
El Comité Regional de la CNT declaró que todos los comités y sindicatos
deberían contribuir a que se formasen rápidamente los nuevos ayuntamientos.
"...Del viejo ayuntamiento no queda absolutamente nada... no debe quedar
nada más que el nombre; y si el nombre pudiera también representar alguna
dificultad, por nuestra parte, también puede suprimirse, sustituyéndolo por el
de Consejos municipales, que es la denominación que deben tener; aunque más que
Consejos municipales, lo que mejor le cuadraría a estos organismos es el de
Cantones municipales..." (712).
De hecho,
los comités revolucionarios locales nunca habían sido seriamente analizados por
el anarcosindicalismo, que no sabía como integrarlos en su concepción de la
revolución. La tradición libertaria se basaba en los municipios libres, en
las comunas y no en organismos de tipo soviético o presoviético. Si
habían aceptado formar parte de un Comité Central de Milicias, si también
habían acabado por integrarse en el gobierno de la Generalitat, confiados en que su fuerza podría acabar con cualquier peligro
contrarrevolucionario, ¿porqué no iban a formar parte de los nuevos Consejos,
si ya estaban en el gobierno que los controlaba?
Sin embargo
la colaboración de los dirigentes libertarios en la disolución no podía hacer
otra cosa que ahondar en el creciente descontento de los militantes de los
sindicatos, que había dado vida y que habían formado parte de los comités.
La integración del poumismo en el nuevo gobierno de Catalunya fue, sin duda
alguna, también un logro importante para los planes de liquidación de los
comités revolucionarios locales. El POUM dirigía el Comité Popular de
Lérida y mantenía una fuerte implantación en Tarragona y en otras áreas de
Catalunya. Una de las primeras consecuencias políticas de la integración
en el gobierno de la Generalitat, fue su complicidad en las tareas de
disolución de los comités locales que hasta aquel momento había defendido.
La
participación del POUM en un gobierno, que se revelaba como el enemigo mortal
de los comités revolucionarios, colocaba al partido en una peligrosa contradicción
política. Los llamamientos a la formación de una Asamblea Constituyente sobre
la base de los comités, idea que defendía el poumismo, quedaron seriamente en
entredicho. La tarea quedaba de esta manera, en manos de un gobierno que se
proclamaba cada vez más abiertamente, partidario de los nuevos ayuntamientos y
de la restauración republicana.
"¿Cómo podía lanzar las consignas de <<todo el poder a los
comités>> si él formaba parte del poder capitalista que los comités
hubieran debido aniquilar para salvar la revolución?" (713).
El poumismo
había aceptado integrarse en un gobierno de la Generalitat en la que las organizaciones revolucionarias eran mayoritarias y llevaban la
iniciativa política. Sin embargo el ascenso del PSUC y la confusión en la que
se encontraban sumidos los anarcosindicalistas hizo que fuera el Front
d'Esquerres y no la CNT y el POUM, quien llevaba la iniciativa política.
Sin
desearlo, el poumismo se encontraba formando parte de un gobierno que pretendía
destruir el nuevo orden revolucionario que él defendía. Incapaz de distanciarse
de los dirigentes libertarios, el POUM se dispuso a mantenerse en el nuevo
gobierno, esperando que un giro en la orientación política de la CNT salvaría el curso descendente que había tomado la revolución (714).
Indudablemente, la actitud contradictoria de la dirección del POUM originó
numerosas protestas en las bases del partido. En la reunión del Comité
Central del POUM, realizada el mes de Diciembre, los delegados de Reus y de
Lérida (los mismos lugares donde Nin había acompañado a Tarradellas)
presentaron una protesta por el curso político que había adoptado el
partido (715). Numerosos militantes de base no comprendían como podía
compatibilizarse la permanencia y la colaboración con un gobierno que pretendía
la disolución de los comités, con la consigna de un gobierno obrero, basado en
ellos. Los sectores de la oposición de izquierdas (el grupo de Rebull, las
Juventudes Comunistas Ibéricas...) pidieron que el partido apostara
decididamente por la creación de organismos de tipo soviético, para poder
contrarrestar la evolución contrarrevolucionaria que estaba tomando la
situación (716).
Poco
después, en el mes de noviembre, una vez cumplido el objetivo de liquidar
a los comités, tarea en la que la colaboración del POUM había sido
imprescindible, su secretario Andreu Nin sería expulsado del gobierno de la Generalitat, a partir de una crisis de gobierno, provocada por el PSUC.
En los meses
posteriores, el POUM seguiría manteniendo una política contradictoria y
vacilante, en la que combinaría la exigencia de que el partido fuera de nuevo
readmitido en el gobierno de la Generalitat, con las consignas de
"gobierno obrero" y "Asamblea Constituyente basada en los
comités". Como si nada hubiera pasado, el POUM seguía defendiendo las
viejas consignas.
"(Ante la expulsión del gobierno de la Generalitat) El POUM protesta vehemente, pero no señala otra perspectiva que su vuelta
al gobierno de coalición, su propia reintegración al Consejo. Negándose a
reconocer que el proceso contrarrevolucionario dirigido por el gobierno, que
ahora se lleva a cabo abiertamente, empezó en septiembre con la disolución de
los comités y que fue facilitado por su propia política de colaboración, el
POUM, cuyo progreso numérico se ha estancado y ante el que se acumulan grandes
dificultades materiales, no puede esperar, en esta línea, más que un cambio de
la política de colaboración de los anarquistas... Toda su política reposa sobre
la necesidad de convencer a los dirigentes de la CNT, hasta ahora manipulados por los estalinistas y sus aliados, de que deben proteger al POUM, a fin de
preservarse ellos mismos..." (717).
Durante su
breve participación en el gobierno catalán, el POUM había defendido la
formación de una Asamblea Constituyente basada en los comités. Los
mismos que la Generalitat había conseguido disolver (o ilegalizar), mediante su
colaboración. Ahora, expulsado del gobierno, el POUM seguía defendiendo
la misma política. Sus exigencias de readmisión sugieren que tendría que ser
este gobierno, convertido en "no burgués" gracias a la mayoría
CNT-FAI-POUM, el encargado de convocar el proceso constituyente. Este gobierno
de concentración, representaría una etapa intermedia entre la vieja Generalitat
republicana y el futuro gobierno revolucionario.
Sin embargo,
los comités locales estaban en un avanzado grado de disolución y no estaba en
el ánimo de nadie reconstruirlos, ni siquiera en el del POUM, que en el mismo
documento, declaraba la legitimidad de los ayuntamientos o consejos
municipales, como la auténtica representación popular de la revolución
española.
"Con la revolución ha llegado la hora para que el municipio ibérico tome
el carácter de organismo político-administrativo de los intereses de la
colectividad".
...
"La fuerza creadora del proletariado ha hundido al municipio caciquil y
<<cobrador>> de impuestos, para dar paso al nuevo municipio, célula
de la nueva sociedad socialista".
...
"El municipio ha de ser la representación genuina de la democracia
obrera" (718).
El POUM
intentaba adaptarse a las circunstancias que estaban cambiando
rápidamente, y que socavaban los restos de la revolución. Sin embargo, ni el gobierno
de la Generalitat tenía esa pretendida naturaleza intermedia y contradictoria,
ni los nuevos ayuntamientos eran "la representación genuina de la
democracia obrera". El POUM se engañaba e iba a seguir haciéndolo hasta
el mismo momento de su ilegalización.
En el
bando contrario, Companys veía en la integración de los
anarcosindicalistas y poumistas la gran oportunidad para iniciar seriamente sus
planes de recuperación del poder. Sin embargo, el gran beneficiado del
retroceso revolucionario no era ERC, sino los comunistas del PSUC, que
se erigían cada vez más en los firmes adversarios del anarcosindicalismo.
Desde los
primeros momentos, el PSUC se había manifestado partidario de
la liquidación del doble poder, en favor de un nuevo gobierno de la Generalitat. Una vez conseguida la disolución del Comité Central de Milicias y la integración
de sus miembros en un nuevo gobierno de unidad, era necesario dar los
primeros pasos para la recuperación de los viejos ayuntamientos (llamados
Consejos Municipales), que sustituirían a los incontrolables comités
revolucionarios.
La autoridad
de la Generalitat tenía que consolidarse como la única e indiscutible en
toda Catalunya, y para ello era necesario recuperar las viejas estructuras de
la administración republicana. Dicho en palabras de su secretario, Juan
Comorera:
"La autoridad legítima, afirmo, debe poder imponerse a la dictadura
irresponsable de los comités" (719).
A pesar de
que el decreto de Octubre sobre los nuevos ayuntamientos había
beneficiado principalmente al PSUC, éste sería el blanco de sus críticas. Los
comunistas catalanes se lamentaban de que su peso en los nuevos ayuntamientos
no correspondiera al que ellos consideraban adecuado.
Liquidado el
Comité Central de Milicias y los comités revolucionarios locales, el Partido
Socialista unificado tenía las puertas abiertas para poder convertirse en la
primera fuerza política catalana. La CNT-FAI y el POUM, en plena decadencia y
cada vez más adaptados a la "colaboración democrática" con la Generalitat y el Front d'Esquerres, demostraban, una y otra vez, su incapacidad para frenar
los planes de restauración.
5.2.2 LA DECADENCIA DE LOS COMITÉS FUERA DE CATALUNYA.
La llegada
al gobierno, de Largo Caballero, fue recibida con satisfacción por parte de la
mayoría de los trabajadores, incluidos los de militancia anarcosindicalista.
Las bases ugetistas consideraron que la llegada al gobierno de su máximo
dirigente, era un paso fundamental en el camino hacia la victoria
revolucionaria. El gobierno de coalición con los republicanos no sería más que
una etapa necesaria, que estaba marcada por las circunstancias del momento,
pero que también era el preludio del futuro gobierno revolucionario.
Los
libertarios consideraban que, con Largo Caballero en el gobierno, se confirmaba
su concepción sindical de la revolución española. En estas condiciones, la Alianza UGT-CNT parecía más cercana que nunca. La participación de los líderes cenetistas en
el nuevo gobierno no haría otra cosa que consolidar el peso de los sindicatos
en la dirección de la guerra y de la revolución.
Sin embargo,
los partidarios del Frente Popular tenían una idea muy distinta de lo que
realmente significaba el segundo gobierno de Largo Caballero. Por primera vez
desde los comienzos de la guerra, la República dejaba de ser una mera administración fantasma, y conseguía "popularizarse" entre los sectores
revolucionarios de la población. El fortalecimiento del gobierno tenía que ser
aprovechado para completar la reconstrucción del aparato estatal republicano.
"Para Azaña y Prieto, como para Stalin y sus representantes en España, la
jefatura gubernamental de Caballero podía ser la garantía de que la revolución
colaborara en su propia rectificación, en la restauración del estado
republicano democrático-burgués" (720).
Sin embargo,
el primer grave obstáculo político al que tuvo que enfrentarse Largo
Caballero en el gobierno, era que su propia autoridad estaba fuertemente
limitada y discutida por los innumerables comités que dirigían y administraban
los pueblos y ciudades de la zona republicana. Tal como reflejarían las páginas
de "Claridad".
"Hoy no son, no pueden ser esos órganos más que estorbos de una labor que
corresponde única y exclusivamente al gobierno del Frente Popular, donde
participan con plena responsabilidad representantes de todas las organizaciones
políticas y sindicales del país" (721).
Una postura
similar, aunque mucho más elaborada, fue la del Partido Comunista. El PCE
representado en el gabinete de Largo Caballero, reclamó con creciente
intensidad que los comités revolucionarios locales fueran disueltos
inmediatamente, y de que se entregara "todo el poder y la autoridad al
gobierno del Frente Popular". Irónicamente, los comunistas oficiales
defendían una de las consignas centrales que habían defendido Lenin y los
bolcheviques rusos, la de "todo el poder a los soviets", exactamente
al revés. El PCE estaba dispuesto, por razones de política internacional y de
la diplomacia estalinista, a evitar que la revolución española fuera más allá
del corsé "democrático-burgués" que él reclamaba (722).
"Es indiscutible si, en los primeros momentos de la guerra civil, fueron
precisos los numerosos organismos que se crearon en los pueblos y en las
ciudades de la España leal. Lo que no puede ponerse en duda es que en la hora
actual... entorpecen grandemente la obra gubernamental" (723).
Giral, por su
naturaleza política había demostrado su incapacidad para enfrentarse con éxito
a una revolución que había hundido a la República. Era también más que dudoso que Indalecio Prieto, o cualquier otro dirigente del
ala moderada del Partido Socialista, hubiese podido contener y corregir la
avalancha revolucionaria que se había desencadenado. Era evidente que, sólo
Largo Caballero podía llevar a cabo la tarea de acabar con la duplicidad de
poderes, acabar con los comités-gobierno y reconstruir la vieja administración
republicana, sin provocar un estallido revolucionario que pudiera poner en
peligro los planes.
Aprovechando
la integración de la central sindical anarcosindicalista en el nuevo, Largo
Caballero consideró que contaba con la autoridad y las fuerzas necesarias para
proceder a liquidar el poder de los comités y reponer las viejas
administraciones locales. A finales de 1936, el gobierno republicano
decretaba (de la misma forma que antes había hecho Companys en Catalunya), la
disolución de los comités revolucionarios y el restablecimiento de los
Ayuntamientos. En las nuevas administraciones, deberían estar representadas
todas las organizaciones que formaban parte del gobierno central.
Los
dirigentes anarcosindicalistas habían entrado en el gobierno de Largo
Caballero, convencidos de que su presencia en él serviría para
"legalizar" las conquistas de la revolución. La realidad obligaría a
los líderes libertarios a dar su conformidad a los decretos del gobierno, en
aras a mantener la recién estrenada unidad antifascista. De esta manera la CNT se vería obligada a avalar la disolución de los comités y la restauración de las antiguas
instituciones republicanas. La flagrante contradicción política en la que se
encontró la dirección cenetista, llevaría a sus representantes a hacer
verdaderas piruetas, para justificar su adaptación. Juan Peiró, convertido en
ministro de Industria, criticó la actividad de los comités revolucionarios que
interferían las disposiciones dictadas por el gobierno.
"El gobierno da una orden -declaraba en un mitin de la CNT, unas semanas antes de la promulgación de los decretos- y luego se interfieren unas
consignas de los comités locales. Para ordenar todo, todo se desorganiza
(rumores), o sobra el gobierno o sobran los comités (voces: ¡sí!) ¿Qué quieren
decir esas voces?, ¿qué sobran los comités? (voces nuevas: ¡sí! ¡no!)... los
comités no sobran... lo que hace falta es que sean elementos auxiliares del
gobierno..." (724).
El ministro
anarcosindicalista optaba por una solución falsamente salomónica. La dirección
de la CNT no podía pedir firmemente la disolución de los comités, sin sufrir un
grave deterioro de su prestigio entre sus propias bases, y especialmente entre
los sectores más militantes del sindicato, sin una escisión. La opción
contraria, la de oponerse a la disolución, hubiera conllevado la inmediata
ruptura con el nuevo gobierno de Largo Caballero del que formaba parte.
Juan Peiró, como representante de los organismos dirigentes de la CNT escogía una falsa vía intermedia: la de pedir la supervivencia de los comités, pero
siempre y cuando éstos se subordinaran a la política del nuevo gobierno, es
decir, a la reconstrucción del viejo estado burgués. En realidad la opción
resultaba inviable.
No era
difícil adivinar la oposición de los militantes de base, que estaban
organizados en los comités. La sugerencia de Peiró significaba en la práctica,
la liquidación política de los comités, como organismos de la revolución. Era
otra forma de disolverlos.
Largo
Caballero y las organizaciones del Frente Popular no estaban dispuestas a
tolerar que se mantuviera en pie ninguna estructura revolucionaria, ni siquiera
vaciada de su contenido. El mejor seguro para que la revolución no pudiera
recuperar el terreno perdido era liquidando a los organismos que habían surgido
de ella. Con esta perspectiva, los comités, sin ninguna
organización dispuesta a apoyarlos, entrarían en un rápido proceso de
decadencia.
A pesar de
los decretos de disolución, los comités-gobierno consiguieron sobrevivir
durante varios meses. Los sectores revolucionarios, libertarios y socialistas
de izquierda en su mayoría, siguieron apoyando y agrupándose en torno a ellos.
De esta manera, los nuevos Ayuntamientos y los comités coexistieron
durante todo un período. Con frecuencia, las organizaciones obreras se
encontrarían representadas en los dos organismos.
El peso
social de los comités-gobierno locales hizo que, en muchas poblaciones y
durante las primeras semanas, las administraciones municipales se limitaran a
ejercer un papel formal. Sin embargo, algo había cambiado, la dualidad de
poderes se orientaba ahora hacia la ofensiva republicana frente a la decadencia
de la revolución. La participación mayoritaria de las organizaciones obreras en
el nuevo gobierno y su apoyo a la restauración de los nuevos Ayuntamientos no
podía hacer otra cosa que fortalecer las nuevas estructuras republicanas, en
detrimento de las revolucionarias.
A principios
de 1937, los comités locales tuvieron que ceder a los nuevos ayuntamientos,
gran parte de sus atribuciones. Desposeídos progresivamente de su poder
político, los comités irían quedando como organismos de índole económica, como
administradores y coordinadores de las colectividades locales.
Para evitar
los choques entre los Ayuntamientos y los comités revolucionarios, Largo
Caballero buscó anular e integrar a estos últimos. Frecuentemente los
dirigentes de los comités fueron nombrados alcaldes de los nuevos gobiernos
municipales. Poco a poco, sin dirección política y presionados por las
direcciones de las mismas organizaciones de las que formaban parte sus
integrantes, los comités revolucionarios fueron disolviéndose o asimilándose a
las nuevas estructuras republicanas.
Mucho más
tarde, ya en pleno fragor de la contrarrevolución republicana, el 8 de
Octubre de 1937, el gobierno de Negrín decretaría la intervención de comisarios
del gobierno en las localidades donde todavía no habían llegado a constituirse
los Ayuntamientos. El hecho de que en una fecha tardía pudiera publicarse
tal decreto refleja la resistencia de algunos sectores de la población a
aceptar la restauración de las administraciones municipales republicanas (725).
A pesar de
su declive, los comités consiguieron sobrevivir en algunas zonas durante algún
tiempo (Asturias...), hasta la llegada de las tropas franquistas.
5.2.3 EL DESARME DE LA REVOLUCIÓN. EL DECLIVE DE LOS CUERPOS ARMADOS DE LA REVOLUCIÓN EN CATALUNYA.
Los intentos
de reconstrucción del ejército y la policía republicanas se remontan,
prácticamente, a los primeros momentos de la revolución en Catalunya. La misma
propuesta hecha por Companys a los anarquistas para organizar las
"milicias ciudadanas" y un Comité Central que estuviera subordinado
al gobierno de la Generalitat, que las organizara y dirigiera, eran parte
de este proyecto. Tanto el gobierno autónomo catalán, como el de la República, sabían que era utópico pretender someter al movimiento revolucionario, sino
contaban antes con unos cuerpos armados que fueran fieles a su autoridad.
El decreto
firmado por Giral, por el que los soldados quedaban liberados de su
obligación para seguir manteniendo su obediencia a los mandos sublevados tuvo
un efecto de boomerang sobre las escasas fuerzas que todavía se mantenían
fieles a la República.
En pocas
horas, los cuerpos armados que seguían siendo leales en Catalunya quedaron reducidos
a un puñado insignificante de militares profesionales, sin capacidad para
controlar la situación. Las tropas desertaron en bloque, mientras que
algunos acabaron por unirse a los revolucionarios, contagiados por el
entusiasmo popular.
Algo similar
ocurría entre los cuerpos policiales. A los pocos días, Companys se había
quedado sin efectivos para poder hacer valer su autoridad. El contagio
revolucionario también se había apoderado de la policía y de la guardia civil.
Muchos de ellos habían acabado por desprenderse de sus uniformes y habían
salido a la calle para unirse a los revolucionarios. Incluso en el seno de las
escasas unidades policiales que se habían salvado de la desintegración,
aparecieron los omnipresentes comités revolucionarios que se encargarían de la
vigilancia de los elementos sospechosos de simpatizar con el enemigo.
Para cubrir
el vacío que habían dejado los cuerpos armados de la República, los partidos y sindicatos organizaron un improvisado sistema de milicias y de
patrullas de control (ver los capítulos sobre el Comité Central de Milicias que
analizan el tema). Sin embargo, el predominio anarcosindicalista y también en
menor medida la fuerza del POUM, impedían a Companys y sus aliados iniciar la
reconversión de las milicias y de las patrullas de control, para transformarlas
en el nuevo ejército republicano. La organización interna de las milicias,
democrática y participativa; la elección de los mandos por la tropa, el
hecho de que éstos carecieran de privilegios y de distintivos; la existencia de
toda una vasta red de comités y de delegados elegidos en asambleas, eran
poderosos obstáculos para la reconstrucción del ejército y de la policía
republicana.
A estas
graves dificultades, se sumaba el hecho de que los trabajadores y sus
organizaciones tuvieran en su poder gran cantidad de armas con las que
pretendían defender el nuevo orden social. El presidente Companys y los
partidarios de la República, necesitaban desesperadamente contar con un cuerpo
armado, sin el que su autoridad política carecía de valor. El problema era que
los revolucionarios no estaban dispuestos a consentir que éste se formara.
Inevitablemente, la reconstrucción del ejército y de la policía
republicana sólo podía llevarse a cabo con el consentimiento de los dirigentes
anarcosindicalistas.
La
integración de la CNT, a finales del mes de Septiembre, en un nuevo gobierno de
la Generalitat, iba a resolver el callejón sin salida en el que se encontraban
los adversarios de la revolución de los comités. En los primeros momentos, los
departamentos del Comité Central de Milicias, relacionados con las milicias y
con la Seguridad Interior pasaron, apenas sin cambios, a formar parte del
engranaje del nuevo gobierno de la Generalitat. Sin embargo, este era el primer paso. Pronto se darían otros.
5.2.4 CONTRA LAS PATRULLAS DE CONTROL EN CATALUNYA.
El 4 de
Octubre, el departamento de Seguridad Interior del disuelto Comité Central de
Milicias pasaba a integrarse en la Consellería del nuevo gobierno de la Generalitat. Aparentemente nada parecía haberse modificado. El que había sido
responsable de la Seguridad Interior del Comité, el anarcosindicalista Aurelio
Fernández, fue nombrado secretario de la nueva Junta de Seguridad. El
representante libertario continuaba siendo, de esta manera, el auténtico
responsable de los cuerpos policiales, mientras que la titularidad de la Consellería de Interior, estaría de forma simbólica en manos de Artemio Aiguader (ERC). Dionisio
Eroles (CNT), también procedente del Comité Central de Milicias,
continuaría como responsable de los Servicios de Orden Público. Las patrullas
de control se mantuvieron como una fuerza paralela a los cuerpos policiales de la Generalitat. El hecho de que existieran dos organizaciones policiales paralelas, con las
mismas tareas y dependiendo del mismo gobierno, pero de naturaleza distinta
(una era hija de la revolución, la otra era heredera de las fuerzas policiales
de la República) fue una fuente constante de tensiones y de enfrentamientos en
los meses siguientes.
Los choques
entre ambas organizaciones se incrementarían, a medida que las patrullas de
control fueron perdiendo terreno, y los cuerpos policiales tradicionales
conseguían fortalecerse. A pesar de que las patrullas, formadas
mayoritariamente por militantes obreros, se resistían a convertirse en un mero
aparato represivo de las nuevas autoridades, su razón de ser desaparecía a
medida que la misma revolución de la que habían surgido retrocedía.
Los decretos
del 11 de Octubre, por los que se disolvían los comités revolucionarios locales
y se creaban los nuevos consejos municipales favorecería la disolución de los
cuerpos armados revolucionarios de las distintas localidades, que
pasarían a depender directamente de la Consellería de Gobernación.
El día 18
del mismo mes, dimitía el comandante Gómez García, que a mediados de Agosto
había sido nombrado comisario general del Orden Público, después de la dimisión
de Escofet y Guarner. Le sucedería en el cargo Andreu Rebertés de ERC. A
finales del mes de Noviembre, el PSUC-UGT y las organizaciones del Front
d'Esquerres lanzaron una intensa campaña para pedir que se reforzara la
disciplina en la retaguardia. El mismo presidente del gobierno catalán, Josep
Tarradellas, aprovechó la situación para exigir que los decretos promulgados
por la Generalitat fueran obedecidos sin reticencias. Al fin y al cabo, las
nuevas órdenes contaban ahora con el visto bueno de los representantes de la CNT-FAI y del POUM que estaban en el gobierno. Sin embargo, el decreto promulgado el día 27
del mismo mes, por el cual en el plazo de cuarenta y ocho horas
debían ser entregadas todas las armas que se encontraban en la
retaguardia, para ser enviadas al frente, fue de nuevo desobedecido.
Ambos
bandos, los partidarios de una revolución que sentían que se les escapaba de
las manos, y sus adversarios, los partidarios de la restauración republicana,
sabían que la situación no iba a terminar así. Tarde o temprano se produciría
el ajuste de cuentas entre ambas fracciones que iba a resolver el destino
de la revolución. Los revolucionarios se negaban a entregar las armas de las
que se habían apoderado, al ver que la presencia de la policía republicana de la Generalitat, era cada vez más evidente en las calles, en detrimento de las patrullas de
control (726).
Mientras
tanto, sus adversarios del Front d'Esquerres acumulaban armas a la espera del
enfrentamiento. Durante aquellas fechas, la prensa anarconsindicalista denunció
y probó documentalmente, que el PSUC había substraído secretamente 14 carros
blindados, que estaban destinados al frente, para pasar a formar parte de
su propio arsenal de retaguardia.
"...Lo que está fuera de toda clase de dudas es que los tanques robados no
se substrajeron para realizar operaciones de guerra... si no se substrajeron
esos tanques para llevarlos al frente, ¿para qué se realizó operación tan
"brillante"? presumimos en esto un bosquejo de intento dictatorial
contra el que todos saben que nos alzaríamos inmediatamente" (727).
El día 25 de
Noviembre, dimitía el comisario del Orden Público, Andreu Rebertés y era
sustituido por Martí Rouret, también de ERC.
En la crisis
de Diciembre, en la que el POUM fue expulsado del gobierno, se produjo una
lucha más o menos soterrada, por el control de la consellería del Interior. El
enfrentamiento entre anarcosindicalistas y socialistas unificados se reflejó en
las páginas de los periódicos, con sus confusas y contradictorias
noticias, entre los días 18 y 25 de Diciembre. Finalmente la lucha se saldó a
favor de los partidarios del Front d'Esquerres que incrementaron su control
sobre el departamento, en detrimento de la CNT. Eusebio Rodríguez Salas (PSUC) sería nombrado Comisario General, Josep Soler (ERC)
asumió el cargo de Inspector General, mientras que el cenetista Dionisio Eroles
continuaba manteniendo el de Jefe de los Servicios de Orden Público.
A partir de
la nueva situación, el Departamento lanzó una serie de decretos y de órdenes
que recortaban, más y más, el poder de los sectores izquierdistas. El 29 de
Diciembre, se publicó una orden por la cual, cualquier reunión o manifestación
pública, tendría que contar con el permiso policial. El día 31 del mismo mes,
se indicó que todas las denuncias tendrían que llevarse a cabo en las
comisarías y no en ningún otro centro.
El día 26,
la policía republicana intervino en la localidad de Hospitalet, en un
enfrentamiento entre las dos centrales sindicales UGT y CNT, a favor de la
primera. Cada vez era más evidente que las patrullas de control se encontraban
en un claro proceso de decadencia, y de que sus razones de existencia,
desaparecían rápidamente. El declive de la revolución era una evidencia que ya
no se le podía escapar a nadie.
A finales
del mes de Enero, el PSUC y la ERC se encargaron de dar un nuevo golpe a las
patrullas de control. Sin mediar ningún aviso, retiraron sus efectivos de
éstas, basándose en los hechos que habían acontecido en la localidad de la Fatarella (728).
Las
organizaciones del Front d'Esquerres amenazaron con la expulsión,
cualquier resistencia de sus militantes a abandonarlas.
El 1 de
Marzo, se decretó, a instancias del PSUC, la unificación de las fuerzas
policiales en una sola organización controlada por el gobierno de la Generalitat (729).
Todos los
diferentes cuerpos de seguridad (guardia nacional republicana, seguridad y
asalto, investigación y vigilancia, patrullas de control) serían disueltos y
transformados en una sola fuerza policial. Los mandos serían elegidos entre la
oficialidad de la vieja policía republicana. Todas las tareas y actividades
relacionadas con el Orden Público quedarían centralizadas en la Consellería de Seguridad Interior. Se prohibiría a los miembros de la nueva policía,
cualquier tipo de militancia política o sindical. También serían disueltos los
comités de obreros y de soldados que actuaban en el interior de los distintos
cuerpos, para controlar y vigilar las posibles actividades
contrarrevolucionarias que pudieran desarrollarse en su interior. Las órdenes
equivalían, en la práctica, a expulsar a los efectivos cenetistas y poumistas
de las tareas de mantenimiento del orden público, que a partir de aquel momento
quedarían exclusivamente en manos de los partidarios de la restauración
republicana. Los decretos contaron inicialmente con la aceptación de los
representantes libertarios en el gobierno. Sin embargo, el descontento y la
fuerte tensión que se había desatado hizo que los dirigentes cenetistas
declararan públicamente su oposición a que la orden fuera llevada a cabo (730).
"Una vez más (la CNT) se encontraba engañada en un gobierno que de
sindical sólo tenía el nombre. Nunca tuvo el timón de la nave gubernamental y
los cuatro consejeros tenían más la función de aportar las siglas CNT al
Consell de la Generalitat, que influir en la línea del gobierno. Cuanto más
implicados estaban en las resoluciones del Consell de la Generalitat, más duras eran las críticas que recibían de los sectores más radicales de la FAI y de la CNT misma" (731).
La central
sindical anarcosindicalista defendió la idea de que la convivencia de
ambos cuerpos policiales, seguía siendo posible. La situación no estaba todavía
lo bastante madura, como para enfrentarse abiertamente a los anarquistas, por
lo que el proyecto de reestructuración sería abandonado por el momento.
La vuelta atrás fue duramente criticado por los comunistas del PSUC que
se mostraban partidarios de precipitar el choque contra los
anarcosindicalistas.
"Companys deseaba que desaparecieran (las patrullas de control), ... Pudo
haber recurrido a la colaboración que les brindaban los consejeros del PSU-UGT
y concertar con ellos las medidas adecuadas para resolver el conflicto. Se lo
impidió el temor a una ruptura con las masas confederales" (732).
Sin duda,
Lluís Companys había optado por la prudencia. La fuerza del anarcosindicalismo
aún era grande, y el descontento de unas bases sindicales que contaban con
un importante arsenal y que eran reacias a entregarlo a sus adversarios,
presagiaba que la consolidación del orden republicano no iba a resultar fácil.
El PSUC
organizó una fuerte campaña contra los "incontrolados",
eufemismo que ocultaba tras de si a los sectores revolucionarios que se negaban
a someterse a las autoridades, incluso aunque en ellas estuvieran
representados sus propios sindicatos y partidos. Con el término
"incontrolado" se pretendía relacionar a los sectores más
radicalizados del anarcosindicalismo y del poumismo con la delincuencia del
lumpenproletariado (733). Era un prerrequisito imprescindible para exigir una
posterior represión policial sobre ellos.
Relacionados
con esta campaña, también se harían numerosos llamamientos para que la
retaguardia fuera desarmada y el control del orden público quedara
exclusivamente en manos de la policía republicana (734).
"En efecto, ¿qué significaba <<desarme de la retaguardia>> y
<<todas las armas al frente>>, ni más ni menos que esto: quitemos
pistolas y fusiles al proletariado, dejemos indefensos a esos revolucionarios
que se armaron el 19 de Julio, y en un periquete liquidaremos la revolución,
contentaremos a las potencias imperialistas y al Kremlin, anularemos la guerra
civil y nos pondremos en condiciones de ganar la <<guerra de
independencia nacional>> obligando al bando franquista a pactar con
nosotros. Desarmar la retaguardia no podía significar otra cosa que desarmar al
proletariado. Era la consigna política en la que para nada intervenían los
intereses de la guerra. Al contrario, el gobierno se atrevía a lanzar su
consigna de desarme de la retaguardia, porque ya había substraído millares de
armas al frente, armas entregadas a los guardias civiles y de asalto, con las
que poner por obra su consigna" (735).
El 27 de
Marzo se produciría una nueva crisis de gobierno que tuvo como uno de sus
principales ejes, el control del orden público en Catalunya. Los consejeros
confederales abandonaron el gobierno en protesta por la cada vez más clara
evidencia de que se estaban reconstruyendo las viejas fuerzas policiales, como
paso previo y necesario para liquidar definitivamente la revolución. La crisis
de gobierno de la Generalitat dió lugar a un nuevo gobierno provisional, en el
que seguía representada la CNT con dos delegados (junto a otros dos de ERC, uno
de la UGT y otro de los Rabassaires). La crisis se saldó
finalmente con el rechazo de las pretensiones de los dirigentes
libertarios. El nuevo gobierno mantendría el mismo carácter continuísta del
anterior. Era la señal de que la CNT había dejado de ser la organización
hegemónica en Catalunya y de que la restauración republicana estaba avanzando a
pasos agigantados.
El PSUC
exigió que los decretos y las órdenes procedentes del
gobierno de la Generalitat fueran cumplidas. La CNT puso como condición para la vuelta a la normalidad, que fueran derogados los decretos y que se terminara de
una vez por todas con las manifestaciones públicas de los partidarios del Front
d'Esquerres (736). Mientras tanto, el POUM, desde fuera, se sentía decepcionado
por la tibia respuesta que estaban dando los libertarios, frente a los
ataques cada vez más firmes de sus adversarios (737).
El 25 de
Abril y en plena crisis de gobierno, caía asesinado en Molins del Llobregat, el
dirigente ugetista de la Federación de Empleados Municipales, Juan Roldán
Cortada. El asesinato ocurrió en turbias circunstancias, lo que no
impediría que el jefe de policía, Juan Roldán Cortada, enviara a sus efectivos
policiales y que se produjeran numerosas detenciones entre los
anarcosindicalistas de la localidad. El entierro del dirigente sindical,
llevado a cabo el día 27, se convertiría en una gigantesca demostración
de fuerza del PSUC y de la UGT catalana que no pasaría inadvertida a sus
oponentes de la CNT-FAI y del POUM, que calificaron el acto como una
provocación.
Pocos días
después, era asesinado era el alcalde anarquista de Puigcerdà, Antonio Martín,
en un enfrentamiento con los guardias de asalto. Poco después, el ministro de
Hacienda, Negrín, envió a sus cuerpos de carabineros para hacerse cargo del
control de los puestos fronterizos. El choque definitivo entre las dos fuerzas
sociales que actuaban en el campo antifascista, estaba a punto de
desencadenarse.
5.2.5 EL FIN DE LOS CUERPOS POLICIALES REVOLUCIONARIOS. EL GOBIERNO DE LA REPÚBLICA RECUPERA SU AUTORIDAD.
De la misma
forma que había pasado con la Generalitat, las jornadas de Julio desarbolaron
al gobierno republicano central. Giral se había encontrado, repentinamente, sin
ejército y sin un cuerpo policial, libres del contagio revolucionario, que
pudiera enfrentarse al movimiento que se adueñaba de las calles. El
control de Madrid, y de la mayor parte de las localidades que se
encontraban en la zona republicana, había quedado en manos de los
revolucionarios, que habían empezado a organizar sus propias milicias y sus
patrullas, completamente independientes de la disciplina y de la autoridad del
gobierno.
Durante las
primeras semanas, los restos de los viejos cuerpos policiales tuvieron que
convivir con los grupos de revolucionarios que controlaban las calles y que se
encargaban de velar por el nuevo orden y de llevar a cabo la represión
interna contra los simpatizantes de la sublevación. Con una firme intención de
mantener la escasa autoridad que le quedaba, y como antecedente de sus
planes políticos, el gobierno Giral rebautizó en un decreto promulgado el 31 de
Agosto, a la odiada guardia civil, con el nombre de "Guardia Nacional
Republicana".
El gobierno
republicano contaba a su favor con el apoyo del Frente Popular que se mantenía
políticamente intacto. Los dirigentes de las diferentes fracciones del Partido
Socialista, de la Unión General de Trabajadores y del Partido Comunista
colaboraron eficazmente para evitar que el gobierno fuera barrido por
completo de la arena política. A diferencia de lo que había pasado en
Catalunya, donde la renuncia al poder del anarcosindicalismo no se había
traducido en el mantenimiento de la Generalitat, como principal centro del poder político, en Madrid, el gobierno republicano consiguió mantener su pequeña
parcela de su autoridad.
La dualidad
de poderes, durante las primeras semanas, se revelaría en los continuos
llamamientos de los dirigentes obreros, para disciplinar y someter
a sus propias bases a una política de moderación que, poco o nada tenía que ver
con las expectativas y el entusiasmo que éstas sentían.
La falta de
un organismo revolucionario que emprendiera la reorganización de la
nueva situación y el hecho de que el gobierno no contase con la confianza de
los trabajadores organizados, provocó la dispersión del poder. Las tareas
de vigilancia y mantenimiento del nuevo orden, quedaron en manos de una
multitud de grupos inconexos que estaban vinculados exclusivamente a sus
partidos y sindicatos. Este panorama caótico iba a facilitar la tarea de
reconstrucción del Estado republicano y de sus cuerpos policiales.
Mientras, en
Catalunya, los libertarios habían rechazado la posibilidad de que la Generalitat contase con su propia policía, que podría disputarles en el futuro el control de
la revolución, fuera de los territorios donde la CNT era mayoritaria, adoptaron una actitud de tolerancia hacia una política que era apoyada por el resto de los
partidos y sindicatos (salvo el POUM que fuera de Catalunya era
insignificante).
"Las diferencias eran, entre otros factores, las condiciones en las que se
había producido la sublevación en uno y otro lugar y las consecuencias que se
habían manifestado posteriormente... era una situación un poco al margen de las
ideologías. La prueba estaba en el hecho de que los anarquistas aceptaban esta
planificación del orden público que les presentaba el gobierno central y en
cambio no acababan de aceptar una solución similar que intentaba encontrar el
gobierno autónomo catalán" (738).
La actitud
hostilidad y la desconfianza que los libertarios sentían hacia el gobierno
autónomo catalán sería la causa de que los planes de restauración en
Catalunya, avanzaran mucho más lentamente que en el resto de la zona
antifascista, donde socialistas, comunistas y republicanos tenían un proyecto
político común.
El 20 de
Septiembre, el nuevo gobierno de Largo Caballero, decretó la creación de una
nueva organización policial centralizada, que se encargaría de las tareas del
orden público: "las milicias de vigilancia de la retaguardia". En la
reestructuración se unificaron las fuerzas de seguridad de los distintos
partidos y sindicatos en un solo cuerpo armado que, junto a lo que quedaba de las
antiguas fuerzas policiales de la República, pasarían a depender del Ministerio de Gobernación. Los integrantes de las disueltas patrullas obreras tendrían un
plazo de quince días para solicitar el ingreso en el nuevo cuerpo armado.
Los miembros de la policía en el futuro, no podrían estar afiliados a ningún
partido o sindicato, ni formar consejos revolucionarios. La prohibición del
derecho de militancia política pesaría gravemente sobre los revolucionarios,
pero no impidió que otros grupos, como es el caso del PCE, pudieran llevar a
cabo una eficaz táctica de infiltración (739).
Con unas
nuevas fuerzas policiales apolíticas y desligadas de los partidos y
sindicatos obreros, el gobierno conseguía un valioso instrumento
represivo para hacer valer de nuevo, su autoridad. Sin embargo, el gran paso
hacia la restauración de una sola organización policial, que estuviera a las
órdenes de las instituciones republicanas, no pudo completarse hasta la entrada
de la CNT en el nuevo gobierno de Largo Caballero.
Unas semanas
después, el 28 de Diciembre, se formó por decreto el Consejo Nacional de
Seguridad que reuniría a todas las distintas fuerzas políticas y sindicales que
estaban representadas en el nuevo gobierno republicano. El nuevo organismo estaría
formado por el ministro de gobernación, por dos consejeros de la UGT, otros dos de la CNT, uno por cada partido político y por los representantes de las
diferentes unidades. En cada provincia, se crearía un Consejo de estructura
similar, que estaría presidido por el gobernador.
La
integración de la CNT abría las puertas a la restauración de los viejos cuerpos
policiales. El control del orden público empezaba a escapárseles
definitivamente de las manos, a los revolucionarios. La posibilidad de
restaurar el viejo orden republicano estaba cada vez más cercana.
"...el gobierno, fortalecido por el cuerpo de policía reorganizado y por
la ausencia de una protesta explícita por los ministros de la CNT-FAI, estaba empezando a desarmar y detener a los recalcitrantes y a asumir la
administración del orden público en una localidad tras otra donde los
anarcosindicalistas habían ejercido el control desde los primeros días de la
guerra civil" (740).
Una vez
conseguida la colaboración de las distintas organizaciones obreras, el gobierno
de Largo Caballero se embarcó en una política acelerada de fortalecimiento de
las menguadas fuerzas policiales republicanas. El proceso de reconstrucción
contaría con el silencio incómodo de los dirigentes cenetistas que,
víctimas de su política de compromisos, tenían que aceptar a regañadientes,
como el Estado republicano se hacía de nuevo dueño de la situación. A
principios del mes de Diciembre, la Guardia de Asalto contaba ya con
28.000 miembros (741). Apenas un mes después, los efectivos policiales
ascenderían a 40.000 hombres, mientras que los carabineros, dirigidos por
el Ministro de Hacienda Negrín, encuadraban a unos efectivos similares (742).
La consolidación de la autoridad del gobierno republicano y el retroceso de los
revolucionarios se manifestaría con la cada vez más agresiva política de
desarme de la retaguardia.
Paralelamente a la progresiva recuperación del estado republicano, los sectores
revolucionarios sufrirían, cada vez más, la represión y la censura
gubernamental. En el mes de Diciembre, el periódico de la central sindical
anarcosindicalista madrileña, "CNT" era clausurado. Unos meses
más tarde, cuando la contrarrevolución republicana se volvía cada vez más
intensa, serían cuatro los periódicos clausurados por la nueva
censura republicana.
Los
periódicos de las organizaciones izquierdistas sufrirían un control cada vez
más estrecho (Castilla Libre, Nosotros, Cartagena Nueva, Del Norte...) La
prensa del POUM también tendría que soportar una represión similar. Sólo
el periódico valenciano "El Comunista", perteneciente al sector más
derechista y favorable al Frente Popular del partido, siguió apareciendo
con absoluta normalidad (743).
Una vez
consolidado el control sobre los cuerpos policiales de la zona republicana
(salvo en Catalunya, donde los obstáculos políticos hacían que el proceso fuera
mucho más lento) el gobierno de Largo Caballero pudo proceder a desarmar a los
grupos revolucionarios que todavía existían en la retaguardia.
El 15 de
Febrero, se decretó la retirada inmediata de todas las armas cortas y largas
que no contaran con un permiso legal. El 12 del mes siguiente, el decreto
alcanzaba a todas los partidos y sindicatos. De esta manera, los restos de la
revolución, pasaban a estar, por completo, en manos del gobierno, que podía
asestar el golpe final, cuando lo considerase conveniente.
5.2.6 LA REPUBLICA SIN EJÉRCITO.
La sublevación de la mayoría del ejército, el decreto de disolución lanzado por
Giral y la influencia de la revolución, fueron los factores que actuaron como
un poderoso disolvente sobre los cuerpos militares que pretendían seguir
siendo leales a la legalidad republicana.
Como consecuencia
del sangriento enfrentamiento entre la revolución de los comités y la
contrarrevolución militar, el gobierno republicano se encontró desprovisto de
un ejército con el que poder restaurar su autoridad a ambos contendientes.
La revolución
de los comités había conseguido vencer en la mayor parte del territorio
peninsular. Sin embargo el triunfo no había sido total. Aunque los insurgentes
sólo habían conseguido apoderarse de algunas ciudades y de zonas agrarias
de escasa población y de todavía menor peso económico, contaban a su favor con
la mayor parte de los efectivos del viejo ejército, una organización
preparada y pertrechada para combatir. A pesar de los éxitos iniciales,
la revolución tenía que dotarse de su propio ejército sino quería ser aplastada
por sus adversarios en breve tiempo.
Indudablemente, a lo largo de la historia todos los ejércitos han reflejado y
reflejan la sociedad y las clases sociales a las que sirven. En el debate sobre
el tipo de ejército que debía constituirse, la línea divisoria que
separaba a los partidarios del ejército regular clásico, de los que se
mostraban favorables a darle un carácter revolucionario, coincidía
matemáticamente con la que existía entre los partidarios del carácter democrático-burgués
de la revolución española, y los que por el contrario, defendían su esencia
anticapitalista.
De la misma
manera que el viejo ejército, "prusiano", representaba a la vieja
sociedad burguesa española, ya fuera en su versión monárquica o republicana, el
brazo armado de la revolución iba a estar forzosamente condicionado por las
aspiraciones y por la conciencia de las clases sociales que lo integraban.
Los
revolucionarios odiaban y temían demasiado al viejo ejército autoritario,
-dirigido por una casta de oficiales y suboficiales, con sus respectivos
privilegios y distintivos- para sentirse tentados en reconstruirlo. La tragedia
revolucionaria de Octubre de 1934, sus constantes y tradicionales intrusiones
en la vida política del país, eran elementos que se encontraban bien presentes
en la conciencia de los militantes revolucionarios. El nuevo ejército, las
milicias, estuvieron indudablemente marcadas por estos condicionantes. Sus
defectos, sus limitaciones, sus virtudes y sus características en general ya
han sido explicados ampliamente en otros capítulos de este trabajo para
detenernos de nuevo en ellos.
Lo que
importa resaltar en este caso es que, por su naturaleza y contenido, las
milicias revolucionarias se convirtieron en el más grave obstáculo con el
chocaron los planes de restauración. Su estructura igualitaria, su intensa
democracia participativa, y evidentemente la conciencia revolucionaria de los
combatientes, las imposibilitaba para poder transformarse en el nuevo ejército
republicano. El gran problema con el que se enfrentaba el gobierno era,
como llevar a cabo sus planes, sin provocar una respuesta de los
revolucionarios. Durante los primeros meses de la guerra, cualquier medida
destinada a construir las bases del nuevo ejército republicano sólo pudo
llevarse a cabo con la aceptación de los sectores que formaban parte de las
milicias. Tanto el anarcosindicalismo como la Izquierda Socialista
apoyaban el desarrollo del sistema de milicias. Parecía que la República se encontraba en un callejón sin salida.
5.2.7 EL DECLIVE DE LAS MILICIAS EN CATALUNYA.
Una vez
fracasados los primeros intentos para constituir las "milicias
ciudadanas" en Catalunya, el gobierno de la Generalitat tuvo que apoyarse en las minoritarias columnas del PSUC y de ERC, y también en el
puñado de militares profesionales leales.
Desde los
primeros momentos, el gobierno autónomo catalán, llevó a cabo una política de
"infiltración" en los nuevos mecanismos de poder. Si no podía
recuperarse inmediatamente la autoridad perdida, a causa de la firme
oposición de los revolucionarios, la colaboración evitaría el peligro de ser
borrado del mapa. La colaboración les daría un respiro que sería aprovechado
para iniciar el proceso de recuperación del poder perdido. Pocos días después
de constituirse el Comité Central de Milicias Antifascistas, el gobierno de la Generalitat asumió la tarea del pago de las nóminas de los milicianos. El control sobre el
mecanismo financiero de las milicias le daría una posición privilegiada desde
donde influir en la situación.
El 12 de
Agosto se dió el primer intento serio, por parte del gobierno catalán, para
construir el esbozo de su propio ejército. Se constituyó la Secretaría General de Defensa, que fue presidida por el comandante Vicenç Guarner. Sin
embargo la situación todavía no era la idónea y el nuevo organismo nació
clínicamente muerto, incapaz de poder formar los primeros núcleos que
deberían constituir el nuevo ejército.
"Durante varios meses se produjo un fenómeno extraño, nacido de la
existencia de poderes distintos. El del Frente, con sus columnas informes,
movidas en cierto modo desde Barcelona por García Oliver... y el de la
retaguardia, con la Consejería o Departamento de Defensa, organismo nacido al
calor de la guerra, en un principio sin vida ni contenido" (744).
Durante el
mes de Agosto, y a raíz de los decretos que había hecho públicos el gobierno
central, en los que se ordenaba la movilización de los reemplazos de los años
33 al 36, se produjo una intensa agitación en Catalunya contra lo que se
consideraba que eran los primeros pasos para la reconstrucción del nuevo
ejército republicano.
La
concentración y el mitin celebrados en el teatro Olympia de Barcelona, por una
multitud de jóvenes que se negaban a formar parte de las nuevas unidades
militares, fue la señal inequívoca de que la situación todavía no había
madurado lo suficiente. La solución al conflicto fue la de integrar los
reemplazos que habían sido llamados a filas, en las milicias
revolucionarias, bajo la dirección del Comité Central y no bajo la del
gobierno de la Generalitat. Sin embargo y por primera vez, la CNT había empezado a ceder ante la idea del reclutamiento forzoso de los reemplazos que
deberían reforzar militarmente a las milicias.
El 18 de
Septiembre, Felipe Díaz Sandino intentó reanimar el Departamento de Defensa de la Generalitat, dividiéndolo en dos secciones, una secretaría y un Comité Central de Guerra. Sin
embargo, el peso de la contienda, la dirección y los suministros que eran
entregados a las columnas, continuaba en manos del Comité Central de Milicias,
que todavía era el máximo poder en Catalunya. Por el momento, la reestructuración
del departamento de Defensa del gobierno no iba a tener ninguna consecuencia en
la vida de las milicias revolucionarias.
Como hemos
podido observar en los capítulos anteriores, la actitud que adoptó el Comité
Central frente a las maniobras del gobierno de la Generalitat y del Front d'Esquerres para formar las primeras unidades del ejército
republicano en Catalunya, fue la de la vía del compromiso. Los dirigentes
anarcosindicalistas consideraron que era necesario impedir la formación de un
nuevo ejército que en el futuro podría convertirse en un arma contra la
misma revolución. También había que evitar a toda costa que una ruptura
con sus aliados circunstanciales, precipitase una segunda revolución que ellos
no deseaban de ninguna manera, por lo menos en aquellos momentos.
La tragedia
del anarcosindicalismo era que, además de haber renunciado a tomar el poder
político (y en parte debido a ésto), ahora se manifestaba incapaz para crear un
ejército revolucionario eficaz que pudiera batir al enemigo y
alzarse con el triunfo en el campo de batalla. Los errores cometidos por
los libertarios serían rápidamente aprovechados por sus adversarios, para
desacreditar a las milicias, y con ellas también a sus defensores.
Indudablemente las milicias habían cometido errores e ingenuidades. Algunos de
ellos muy graves, que les restaron eficacia militar y que tuvieron sangrientas
consecuencias en el campo de batalla.
"La desorganización del frente, el desorden, la falta de disciplina,
patente desde los primeros momentos, se concretó en temores muy
fundados...".
"...resulta también enormemente elocuente, al confesar que el enemigo con
10 o 20.000 hombres entretiene y frena a 40.000".
"El miedo a lo peor llevó aquí al mando a la solución de emergencias en
estos casos: a la fortificación" (745).
Sin embargo,
fueron también las milicias las que consiguieron impedir con su entusiasmo, que
la sublevación militar se convirtiese en un simple paseo triunfal y también
fueron ellas las que contuvieron a las columnas del ejército franquista durante
los primeros meses de la guerra civil. La tragedia de las milicias
revolucionarias fue la de no contar con ningún proyecto político que defendiera
coherentemente la revolución que acababa de estallar. Las milicias podrían
haber superado las taras y los errores, que no fueron otra cosa que el
resultado de la espontaneidad revolucionaria que les había dado vida. Pero para
que la transformación de las milicias pudiera llevarse a cabo, sin perder su
naturaleza revolucionaria, era necesario ante todo, que el poder de la
revolución pudiera consolidarse en la retaguardia. El retroceso de ésta
condenaría a las milicias a su extinción. Boicoteadas por las autoridades y por
sus aliados del Frente Popular, más interesados en liquidar la revolución que
en acabar con la reacción militar. Sin una dirección política que
consolidara el nuevo orden social, la resistencia a la militarización estaba
condenada de antemano.
"Se puede confirmar con hechos la aseveración de que no estaba en el
interés del Gobierno apurar la derrota de Franco durante los primeros meses,
cuando existían las mejores condiciones para conseguirla. Una victoria sobre
Franco durante los primeros meses, cuando existían las mejores condiciones
posibles para conseguirla. Una victoria sobre Franco antes de que el Gobierno
consolidara su poder era una situación inconcebible para los políticos, puesto
que su posición se haría más precaria aún que al día siguiente de la derrota parcial
de Franco, el 19 de julio. Sólo así puede uno explicarse, por ejemplo, que
fuera tan grande la escasez de armas en el frente de aragón hasta el punto de
no permitir que se lanzara una ofensiva en dirección a Zaragoza" (746).
Con la formación
del primer gabinete de Largo Caballero, en Madrid, la presión, para conseguir
la formación de las primeras unidades militares regulares, se incrementó
también en Catalunya, donde la resistencia de los revolucionarios era más
fuerte. El gobierno de la Generalitat se limitó a seguir fielmente los pasos
del gobierno republicano. Era la mejor forma para no exasperar los ánimos de
los anarcosindicalistas que se mostraban desconfiados ante las medidas que se
estaban adoptando.
A partir de
la integración de la CNT en el nuevo gobierno catalán, la situación empezaría a
cambiar para los partidarios del Front d'Esquerres. El Comité Central de
Milicias quedaba disuelto, y las milicias revolucionarias pasaban a depender de
la Consellería de Defensa de la Generalitat. La colaboración de los anarcosindicalistas y del POUM en el nuevo gabinete permitía, por primera vez, iniciar
los primeros pasos hacia la formación del nuevo ejército republicano. La firma
de los delegados cenetistas y poumistas se convertían en la garantía de que el
descontento y la oposición en el seno de las milicias no iba a poner en peligro
el proceso restaurador.
Pocos días
después de la constitución del nuevo gobierno de concentración, el PSUC declaró
públicamente que el fin de la competencia entre el Comité Central de Milicias y
el gobierno de la Generalitat tenía que ser aprovechado para
dedicar todos los esfuerzos a acelerar la victoria sobre el ejército
franquista:
"Concentración del máximo esfuerzo en la guerra, no ahorrando ningún medio
que pueda contribuir a su final rápido y victorioso. Mando único, coordinación
de todas las unidades combatientes, creación de las milicias obligatorias y
refuerzo de la disciplina" (747).
A medida que
la revolución tendía a encauzarse y perdía su impulso inicial, las consignas
del PSUC cobraban cada vez más claridad política. Detrás de la reivindicación
del "mando único" y de las "milicias obligatorias" se
adivinaba que el proceso de reconstrucción del ejército republicano avanzaba.
Contrariamente a lo que podría suponerse, por los comentarios y acusaciones
que se desprendían de algunos medios de prensa ligados al PSUC y al resto
de las organizaciones que integraban el front d'Esquerres, la necesidad de
dotar a las milicias de un Estado Mayor único era compartido por todos los
grupos.
La
experiencia de las primeras semanas de lucha había dado al anarcosindicalismo
un saldo preocupante. Pese al valor y el arrojo que habían demostrado las
milicias revolucionarias, pronto se evidenciaron sus limitaciones. La falta de
coordinación que existía entre las diferentes columnas armadas; la inexistencia
de un verdadero centro de mando; la indisciplina y un sentimiento
antiautoritario mal comprendido; la escasa o nula preparación de los
combatientes; eran problemas que tenían que ser solucionados rápidamente, sino
se quería poner en peligro la victoria militar. Todos
estos elementos se sumaban a la dramática penuria de armamento y de suministros.
Algunos
dirigentes de las columnas, como Buenaventura Durruti y otros, comprendieron
que, a raíz de los sangrientos resultados que habían ocasionado los errores
iniciales de las milicias, se tenía que proceder a una profunda reforma y a una
reestructuración de éstas. Era necesario implantar una férrea disciplina en el
frente que evitara los actos de irresponsabilidad que ponían en peligro la vida
de los combatientes. Pero las reformas que debían llevarse a cabo no tenían que
afectar la naturaleza revolucionaria de las milicias, que constituían un
verdadero seguro de que la revolución que acababa de iniciarse era
irreversible.
Los planes
de reforma de la Generalitat y del gobierno republicano central eran vistos con
hostilidad y desconfianza por parte de los combatientes, que los consideraban
como una traición a los principios revolucionarios por los que estaban
combatiendo:
"Las columnas confederales y anarquistas fueron las más reacias a esa
nueva modalidad, que interpretaban como un paso decisivo hacia el clásico
militarismo, al fuero de guerra y a la disciplina de cuartel. Cuando los
comités superiores de la CNT-FAI optaron por la militarización general de las
milicias, cosa a que apremiaban desde el Gobierno los ministros de la CNT,se produjo una grave confusión en todos los frentes en los que participaban los
combatientes confederales. Hubo reuniones tempestuosas entre los combatientes y
las delegaciones comiteriles que iban al frente con la difícil misión que es de
suponer. Muchos milicianos intransigentes, que se habían incorporado a los
frentes con carácter voluntarios, rescindieron su compromiso y regresaron a la
retaguardia. Más tarde volvieron a incorporarse" (748).
Mientras
crecían las voces dentro de la CNT, que buscaban soluciones que no pusieran en
peligro la naturaleza revolucionaria de las milicias, entre los líderes, la
revisión de las viejas ideas iba adquiriendo cada vez más, formas distintas
(749). La intención de los cuadros dirigentes de la CNT y de la FAI era retroceder si no había más remedio, y sacrificar los avances
revolucionarios que se habían dado, en aras de la unidad y de la eficacia
militar.
"Si la situación mejoraba, ya verían de recuperar lo que ahora cedían...
Para ganar la guerra era imprescindible usar los mismos métodos que el enemigo
y muy singularmente la unión y la disciplina" (750).
Con sus
concesiones, los dirigentes libertarios pretendían, paradójicamente, defender
en lo posible la influencia que la CNT y la FAI tenían en las nuevas estructuras militares. Una vez desaparecido el peligro del ejército franquista, ya
habría tiempo para hacer valer el peso de sus organizaciones, contra
cualquier intento de ajuste de cuentas, que pudiera proceder de sus
actuales aliados. Con motivo del grave revés que supuso la pérdida de Málaga,
un Plenario de la CNT catalana pidió que se acelerara el proceso de
militarización de las columnas confederales. En la misma asamblea, se reconocía
al gobierno de Valencia, del que la CNT formaba parte, como la máxima autoridad
de las milicias y del nuevo ejército republicano. La resolución sería también
corroborada, apenas una semana después, por un Congreso extraordinario del
sindicato. Esta táctica, iba a tener consecuencias fatales para el
anarcosindicalismo, que veía como perdía el control sobre el proceso de
militarización de sus propias unidades, y también mientras podía observar como
sus adversarios políticos consolidaban el suyo.
Sin
embargo, cada paso que el
anarcosindicalismo daba
hacia atrás para mantener la unidad antifascista, era contestado por los
partidarios de la República con nuevas demandas.
"Una vez desconectadas de su raigambre sindical y convertidas en un
ejército regular, las milicias dejarían indefensa a la revolución de
Julio" (751).
Detrás del
envenenado debate que se estaba llevando a cabo entre los partidarios y
los adversarios de las milicias, lo que en realidad se estaba decidiendo, era
quién controlaría el proceso de reestructuración de las milicias, y por lo
tanto, quién iba a dirigir el futuro ejército.
"De la misma forma, el mando único en el ejército, a pesar de que no se ha
realizado más que en el papel, significa, en las actuales condiciones, la
sumisión del proletariado a la burguesía liberal..." (752).
El 1 de
Octubre, se decretó la movilización de todos los hombres que resultaran útiles
y que estuvieran comprendidos entre los 18 y 40 años. Sin embargo, a
pesar de que los decretos contaban con el aval de los representantes cenetistas
en el gobierno de la Generalitat, tampoco en este caso los reemplazos
llamados a filas llegaron a incorporarse a sus unidades militares. De nuevo, la
causa de que no se cumpliera el llamamiento sería la fuerte resistencia, que
los decretos originaban entre los medios revolucionarios, temerosos de que las
nuevas medidas pudieran significar un nuevo paso en el proceso de
militarización de las milicias.
El día 12
del mismo mes, se darían a conocer las nuevas órdenes por las cuales los jefes
de las columnas milicianas propondrían al Conseller de Defensa, el nombramiento
de los mandos. El gobierno de concentración se encargaría de las labores de
inspección y de control de las milicias. Sólo dos días después era
nombrado Jefe del estado Mayor del Frente de
Aragón, el comandante Guarner. Por primera vez, el gobierno catalán, con
la presencia de la CNT y del POUM, se erigía como la autoridad política de las
milicias revolucionarias.
El día 24 de
Octubre, se decretó la militarización de las columnas que combatían en el
frente aragonés. Todos los combatientes quedarían sujetos, a partir del día 1
de Noviembre, al viejo Código de Justicia Militar, hasta que éste no
pudiera ser revisado y sustituido por otro nuevo. Los decretos provocaron
un fuerte descontento entre los combatientes. Las columnas que se oponían a los
nuevos decretos se verían sometidas a un fuerte chantaje. La mayor parte de las
armas que llegaban destinadas al frente, administradas por el nuevo gobierno,
eran entregadas a las milicias del PSUC y de ERC que eran partidarias
del proceso de militarización.
El día 29,
Juan García Oliver renunciaba al cargo de responsable de las milicias en el
Consell de la Generalitat para aceptar la titularidad del Ministerio de
Justicia en el gobierno de la República.
El 3 de
Noviembre, el gobierno catalán acordaba estudiar la posibilidad de
iniciar el proceso de disolución de los comités de soldados y de obreros.
También se planteó el reforzamiento de las medidas para recoger las armas que
todavía se encontraban en la retaguardia, además de abordar las cuestiones que
atañían al mando único y a la reorganización de las milicias. El día 11, otra
reunión del Consell insistió en incrementar las presiones, para que las medidas
pudieran aplicarse de inmediato.
Sólo unos
días después, el día 20, se decidía iniciar la reorganización de las milicias
para convertirlas en las primeras divisiones del nuevo ejército. Un Plenario
de la CNT de Catalunya apoyó por unanimidad los planes que se estaban llevando
a cabo, con la colaboración de los delegados anarcosindicalistas en el gobierno
de la Generalitat.
El 8 de
Diciembre las columnas del frente de Aragón se convirtieron, con un nuevo
decreto, en el Ejército Popular de Catalunya. Las nuevas unidades militares se
organizarían conforme al esquema clásico: las centurias se convirtieron en
compañías o batallones y las columnas en regimientos o brigadas. Ante la imposibilidad
de disolver, por el momento, los consejos de soldados, se
decidió limitar drásticamente sus funciones. La
reestructuración abarcaría todo el frente aragonés. Las milicias se agruparían
en tres divisiones que tendrían sus respectivos Estados Mayores en Barcelona,
Tarragona y Gerona.
La fuerte
oposición que provocó en el seno de las milicias, formadas mayoritariamente por
afiliados de las organizaciones izquierdistas, obligó a que el proceso de
militarización tuviera que ser desarrollado en dos etapas.
En el primer
período, las columnas se convertirían en brigadas, pero seguirían manteniendo
la misma composición y los mismos mandos que habían tenido como milicias. Por
el momento también mantuvieron sus nombres originarios: Durruti, Ascaso,
Carlos Marx, Lenin, Macià-Companys. Con posterioridad, la independencia de las
milicias se iría restringiendo progresivamente, mediante las presiones y el
chantaje que comportaba el suministro de armas, para acabar convirtiéndolas en
auténticas "brigadas mixtas", completamente integradas en el
nuevo Ejército Popular.
A pesar de
los planes, la resistencia que opusieron las milicias hizo que los comités y
las estructuras democrático-revolucionarias sobrevivieran todavía durante
meses.
El serio
retroceso que sufría la revolución, el avance y la consolidación de la
contrarrevolución republicana, condenaba a los sectores que pretendían mantener
viva la naturaleza revolucionaria de las milicias al fracaso.
Tanto la CNT-FAI, como el POUM, defendieron la idea de que era posible la existencia de un ejército
revolucionario en el seno de un Estado que estaba dispuesto a acabar con
cualquier vestigio revolucionario. Los decretos publicados por la Generalitat (y también por el gobierno de Valencia), apoyados por los representantes de estas
organizaciones, serían utilizados finalmente, para terminar con cualquier
resistencia a sus planes.
El sistema
de las brigadas mixtas que había sido adoptado por el gobierno central,
no pudo ser abordado en Catalunya hasta después de las jornadas
barcelonesas de Mayo del 37, cuando el gobierno republicano central se hizo con
el poder en Catalunya.
El 18 de
Diciembre Felipe Díaz Sandino presentaba su dimisión y dejaba la consellería en
manos de Francisco Isgleas.
Aparentemente el departamento, y por lo tanto el control de la militarización,
continuaba en manos de los delegados anarcosindicalistas. Sin embargo, la
titularidad no podía esconder que dicho proceso se alejaba más y más de las
ideas que hasta entonces había defendido la CNT y la FAI.
El Partido
Socialista Unificado, convertido en la principal organización del Front
d'Esquerres, había reclamado desde los primeros momentos, la reconversión de
las milicias revolucionarias en un ejército
regular al servicio de la República. Desde su óptica política, solo un ejército de estas características,
similares a las del adversario, pero completamente depurado de los elementos
más reaccionarios y derechistas, podía representar la etapa de revolución
burguesa que el estado español atravesaba. Desde su óptica militar, sólo un
ejército clásico, apolítico, desprovisto de los consejos de soldados y
convertido en una máquina ciega y disciplinada, al servicio del gobierno
republicano, podía batir al enemigo.
"El objetivo del PSUC es la completa abolición de todos los rasgos de un
ejército revolucionario. No sólo los oficiales deben ser nombrados desde
arriba, sino que tampoco deben existir ni consejos, ni asambleas de
soldados. Éstos deben saludar a sus oficiales a la manera
militar. Los viejos rangos y distinciones deben ser restablecidos. Desean, en
una palabra, un ejército regular a las órdenes de un estado mayor militar, el
cual, inevitablemente, estará compuesto por oficiales del viejo régimen y
especialistas extranjeros, siendo estos siempre personas que actúan bajo la
influencia del PSUC" (753).
La defensa
que los socialistas unificados hacían de un ejército de tipo clásico, similar
al que acababa de sublevarse y que tenía un triste recuerdo entre los
trabajadores (incluidos los que militaban en el PSUC y en la UGT), hizo que surgieran discrepancias en sus propias filas. En especial, entre
algunos milicianos comunistas, que estaban influidos por la tradición
antiautoritaria y antimilitarista del anarcosindicalismo protestaron por la
política que se estaba llevando a cabo.
"Entre nosotros, los milicianos, no había acuerdo. A muchos les parecía
que si nos encuadrábamos en filas militares, bajo mandos serios, nuestra lucha
perdería sus esencias más puras" (754).
Los
comunistas oficiales del PSUC defendieron la formación de un Consejo
Superior de Defensa que debería convertirse en el Mando del nuevo ejército y
también pidieron la constitución de un Comisariado de Guerra, con las mismas
funciones que tenía en el resto de la zona republicana. Dentro del programa del
PSUC se contemplaba el fin del sistema de voluntariado, que era intrínseco a
las milicias y que ya empezaba a mostrarse insuficiente, para sustituirlo por
un servicio militar obligatorio, mecanismo que favorecería la construcción del
nuevo ejército que ellos reclamaban (755).
La campaña
de descrédito que llevaban a cabo los comunistas contra las milicias se basó en
sus debilidades, que las convertían en un instrumento de inferior capacidad
militar, ante un adversario, disciplinado y entrenado para combatir, que
era dirigido por un cuerpo de militares profesionales cualificados.
Sin lugar a
dudas, todas las organizaciones eran conscientes de que los graves errores de
las milicias tenían que ser superados, y que la eficacia militar tenía que ser
optimizada si se quería asegurar la victoria sobre el ejército de Franco. Ya se
adivinaba que la guerra iba a ser larga y sangrienta, y que el entusiasmo y el
arrojo de los combatientes, no eran suficientes para conseguir el triunfo. Sin
embargo, los objetivos de la campaña del PSUC y del Front d'Esquerres iban más
allá de los fines estrictamente militares. Mientras siguieran existiendo las
milicias, la consolidación del poder republicano estaría cuestionada. Sólo la
disolución de éstas y la reconstrucción del ejército permitiría asegurar la
victoria definitiva sobre la revolución de los comités.
Los ataques
contra el prestigio de las milicias tenían una evidente intención política, que
iba destinada a forzar su militarización y subordinación al gobierno
republicano.
"Como era costumbre, la dislocación de las milicias fue llevada a cabo en
nombre de la eficiencia militar; y nadie podía negar que se imponía una
reorganización militar total. Por lo mismo habría sido perfectamente posible
reorganizar las milicias y aumentar la eficiencia sin que por ello se retirasen
del control de los sindicatos; la principal finalidad del cambio consistía en
asegurarse que los anarquistas no dispusiesen de un ejército propio"
(756).
En el mes de
Febrero de 1937, el PSUC constituyó un Comité Pro-ejército Popular. El día 28
organizó una masiva manifestación que fue acompañada de un desfile militar. El
acto fue considerado por anarquistas y poumistas como una provocación y una
seria amenaza que tenía que ser respondida. La prensa libertaria acusó al PSUC
y a sus aliados de estar preparando una política de agresión contra el
anarcosindicalismo y consideró que el Comité estaba usurpando la
autoridad del Departamento de Defensa (757).
Los dirigentes de la CNT exigieron que el comité fuera disuelto y amenazaron
con abandonar el gobierno de la Generalitat si sus peticiones no eran
satisfechas. Finalmente, una vez más, se llegó a una solución de compromiso en
la que los cenetistas volverían a ser los auténticos perdedores. El Comité
sería constituido oficialmente y colocado como organismo auxiliar, bajo la
autoridad del Departamento de Defensa. En el nuevo organismo, Francisco Isgleas
tendría la vicepresidencia y Companys la presidencia. El comité había sido
reconocido, de esta manera, pudo aumentar su agitación política contra las
resistencias que todavía existían frente la militarización y contra la
parálisis que afectaba al frente de Aragón. Las acusaciones del PSUC contra las
milicias revolucionarias eran a todas luces interesadas ya que las causas de la
inmovilidad del frente no se debían a la buena o a la mala gestión del
Conseller Isgleas, sino a otras muy distintas.
"En realidad, la inmovilidad del Frente de Aragón obedecía a unas causas
políticas... ; pero las dificultades militares, a parte de la falta de reservas
de hombres, eran obvias para todos... en nuestro bando, cañones, simplemente no
habían. Contra las ametralladoras y sin artillería, solo se podían hacer tres
cosas: buscar un buen refugio a una distancia prudencial... lanzarse a un avance
a campo abierto o quedarse atrincherado, o realizar ataques nocturnos en
pequeña escala, que no alteraran la situación general. Prácticamente, las
alternativas eran el estancamiento o el suicidio..." (758).
El frente
aragonés se encontraba con una dramática penuria de armamento, que lo había
condenado a la inmovilidad absoluta desde los primeros momentos. Los sueños del
anarcosindicalismo catalán de romper el frente aragonés para poder enlazar con
las cuencas mineras asturianas y la siderurgia vasca se estrellaron contra los
obstáculos que pusieron los que administraban las armas según sus propios
criterios políticos. La estabilidad del frente aragonés no puede explicarse
sólo por los errores que pudieran haber cometido las milicias, tal como afirmaba
la propaganda de sus adversarios. La escasa distribución del armamento, que en
cambio sí era enviado a otros frentes, tenía objetivos políticos.
"No se podía dar facilidades de triunfo del frente de Aragón sin impulsar
la revolución, lo que Gobierno y Frente Popular trataban de evitar sobre todas
las cosas. El frente fue saboteado, mantenido a ración de armas, forzado a la
inmovilidad, con el triple objetivo de desacreditarlo, iniciar otras ofensivas
de prestigio para los partidos más reaccionarios e invadir después el frente de
Aragón con unidades controladas por éstos" (759).
Durante el
mes de Marzo, las presiones del gobierno central obligaron a la Generalitat, a someterse a la autoridad del Ministerio de Guerra. El chantaje del suministro
de armamento fue un valioso instrumento para vencer la resistencia que
oponían los nacionalistas catalanes y los revolucionarios (CNT-FAI-POUM) para
mantener la independencia del Ejército de Catalunya. Finalmente Francisco
Isgleas sería obligado a fijar en firme, la fecha del nuevo llamamiento a
los reemplazos de 1932-36.
Al día
siguiente de que los primeros reclutas empezaran a presentarse en sus
respectivas unidades militares, Isgleas y el resto de delegados de la CNT en el gobierno de la Generalitat presentaron su dimisión. Hasta el momento, el
anarcosindicalismo, mediante una política contradictoria, había conseguido
retrasar el momento y eludir la militarización de las milicias. La CNT exigió que se modificaran drásticamente los acuerdos y que la Consellería de Defensa tuviera las competencias necesarias para prohibir la creciente
agitación que estaba llevando a cabo el PSUC. Por el contrario, los comunistas
pidieron que la crisis de gobierno fuera superada mediante un nuevo gabinete,
cuyas órdenes no pudieran ser discutidas por ninguna organización. La central
sindical libertaria debería someterse incondicionalmente a su autoridad
(760). Dos semanas después, el 3 de Abril, se formaba un nuevo gobierno
provisional de la Generalitat. Tan solo cuatro días más tarde, el PSUC lanzaba
su "Plan de Victoria", en el que de nuevo, se exigía la formación de
un gobierno fuerte. Las propuestas de los comunistas catalanes entraban en
abierta confrontación con las peticiones de los anarcosindicalistas, que
consideraban que la CNT ya había hecho demasiadas concesiones.
"¡Aplastad a la contrarrevolución, camaradas! He aquí su mandato. Nuestro
deber es hacerlo realidad" (761).
La tensión
política crecía por momentos y se adivinaba cercano el enfrentamiento entre las
dos fuerzas. Sin embargo las negociaciones entre la CNT, el PSUC y la ERC proseguirían para intentar evitar la ruptura. Las presiones de los
partidarios de la restauración pretendían que los libertarios hicieran
nuevas concesiones, pero consideraban que la situación todavía no estaba
suficientemente madura para precipitar el enfrentamiento definitivo.
El resultado
final de la crisis demostraba que la CNT había dejado de ser la fuerza
hegemónica en Catalunya y que la revolución, desmoralizada, estaba en un fuerte
retroceso. Los libertarios habían perdido su antigua capacidad para imponer sus
criterios, y tenían que enfrentarse a un PSUC, que se encontraba en plena
ofensiva y que se atrevía a desafiarlos abiertamente.
El 16 de Abril se formaba un nuevo gobierno de la Generalitat en el que aparentemente no cambiaba nada. La realidad sin embargo era muy
distinta. El Consejero de Seguridad, Artemi Aiguadé pidió al gobierno de
Valencia que reforzara las fuerzas policiales catalanas con nuevos
contingentes. Los problemas que habían provocado la crisis seguían sin
resolverse y amenazaban con estallar violentamente en cualquier momento.
5.2.8 LA DECADENCIA DE LAS MILICIAS FUERA DE CATALUNYA.
El proceso de
militarización de las milicias revolucionarias fuera de Catalunya, fue mucho
más rápido. Algunos historiadores han intentado explicar la diferencia entre
ambas dinámicas por las distintas situaciones que existían en ambos frentes. Es
decir, que mientras en el frente aragonés existía una situación estática que no
cambió hasta muy adentrada la guerra, en el resto del estado las milicias
sufrían la presión del avance de las tropas franquistas que habían llegado
hasta las puertas de Madrid. Desde este punto de vista, los diferentes ritmos
tendrían una causa puramente militar, la de que la ineficacia de las
milicias, habría quedado al descubierto mucho más rápidamente en las
zonas donde existía una constante presión del enemigo.
Esta
es la opinión de Burnett Bolloten:
"Mientras en los frentes estabilizados la idea de la disciplina fue
arraigando con lentitud entre las milicias de la CNT-FAI, en el frente central movible donde las ventajas de la organización militar superior
del general Franco se mostraban de modo palpable, el desmoronamiento de los
principios tradicionales anarquistas había llegado a tal punto a principios de
Octubre, que el Comité de Defensa de Madrid de la CNT, que tenía a su cargo las milicias de la CNT-FAI de Madrid, pudo implantar un reglamento
que comprendía los siguientes artículos:"
"Todo miliciano queda obligado a cumplir las normas de los comités de
batallón, delegados de centuria o de grupo."
"No podrá obrar por su cuenta en el aspecto guerrero y acatará sin discusión
los puestos y lugares que se le asignen tanto en el frente como en la
retaguardia..." (762).
La
apreciación que hacen Burnett Bolloten y otros historiadores, en este caso,
sería incompleta. El proceso de militarización de las milicias y la
construcción del Ejército Popular de la República era, principalmente, una cuestión política, mucho más que una cuestión de técnica militar.
En primer
lugar, hemos de distinguir este proceso de los intentos de reestructurar las
milicias revolucionarias, para optimizar su eficacia frente al enemigo. Los
intentos para mejorar la capacidad ofensiva de las milicias se dieron en todos
los frentes, incluido el de Aragón, y en este aspecto, sí que es posible que en
la zona central se dieran antes y de manera mucho más rápida.
El avance
del ejército franquista y la constancia de que las desorganizadas e
indisciplinadas milicias no constituían un serio adversario para éste fue
rápidamente comprendido por los mandos de las columnas. En este sentido es
importante que recojamos la opinión del que fue el principal dirigente de las
milicias libertarias de la zona centro, el anarquista Cipriano Mera:
"La sangre de mis hermanos vertida en la lucha me hizo cambiar de
criterio. Comprendía que para no ser definitivamente vencidos, teníamos que
construir nuestro propio ejército, un ejército tan potente como el del enemigo,
un ejército disciplinado y capaz, organizado para la defensa de los
trabajadores. Desde entonces no cesé de aconsejar a todos los combatientes la
necesidad de someterse a nuevas normas militares" (763).
Sin embargo,
el problema para el gobierno central seguía siendo principalmente político. Una
victoria definitiva de las milicias revolucionarias sobre el ejército
franquista hubiera significado posiblemente el final del gobierno republicano y
el triunfo decisivo de la revolución de los comités. De ahí que algunos
historiadores y testimonios de la época, consideraran que el gobierno
republicano y sus aliados del Frente Popular ponían más empeño en la
construcción del nuevo ejército, que en acelerar la derrota del enemigo.
Para
asegurar la restauración de la República y la derrota de la revolución, era necesario primero conseguir el prodigio imposible de convertir a las milicias,
expresión genuina de la revolución de los comités, en el nuevo ejército de una
República burguesa de corte parlamentario. Los aspectos de mejora de la
eficacia militar de las milicias, sin dejar de ser importantes (ya que
tampoco interesaba una victoria de Franco), pasaban a un segundo plano.
La decisión
que había adoptado el gabinete de Giral, al decretar la disolución del ejército
sublevado, había tenido unos efectos nefastos para su autoridad política.
Mientras el decreto no había tenido ninguna consecuencia entre los
sublevados, sí que había acelerado el proceso de descomposición de las escasas
fuerzas militares que todavía se mantenían fieles a la República. Sin una parte del ejército que le apoyara, la autoridad del gobierno había
desaparecido rápidamente, sacudida por la oleada revolucionaria que se había
desatado, mientras que las milicias se convertían en el único ejército capaz de
enfrentarse a los sublevados. Los apoyos incondicionales que tuvo el gobierno
de los comunistas oficiales y de la fracción prietista del PSOE, estaban muy
lejos de ser suficientes para poder reclamar en forma inmediata el timón de la República y salvarla del naufragio. Las organizaciones obreras mayoritarias, los
largocaballeristas y el anarcosindicalismo, se mostraban partidarios
entusiastas del sistema de milicias, y se habían negado a que cualquier otra
forma de ejército pudiese ser reconstruida.
"Pensar en otro tipo de ejército para sustituir a los que actualmente
luchan y que en cierto modo controlan su propia acción revolucionaria es pensar
en términos contrarrevolucionarios. Eso es lo que Lenin dice (El Estado y la Revolución): <<Cada revolución, tras la destrucción del aparato del estado, nos enseña
como la clase gobernante restablece cuerpos especiales de hombres armados a
<<su>> servicio, y como las clases oprimidas intentan crear una
nueva organización de un tipo capaz de servir no a los explotadores, sino a los
explotados>>".
"Nosotros... debemos cuidar de que las masas y los dirigentes de las
fuerzas armadas, que deben ser sobre todo el pueblo en armas, no se nos escapen
de las manos" (764).
Mientras los
socialistas de izquierda que controlaban la UGT y los anarcosindicalistas de la CNT no modificaran sus posturas políticas con respecto a las milicias
revolucionarias, los intentos para reconstruir un ejército al servicio del
gobierno de la República estaban condenados de antemano al fracaso. Sin
embargo, la actitud de los socialistas de izquierda, sin un plan político claro
y fuertemente presionados por sus aliados en el interior del Frente
Popular, y también por las circunstancias del momento, pronto empezó a cambiar.
Mientras las bases socialistas llevaban a cabo expropiaciones y formaban sus
propias colectividades, constituían sus comités revolucionarios, sus milicias y
sus patrullas de control, los dirigentes habían empezado a llamar a la
moderación y a la defensa de los pactos del Frente Popular.
"Los caballeristas se adaptaron también a la estrategia de Stalin, sin
renunciar a sus propias concepciones y objetivos, cuya debilidad principal era
la que ya señalamos anteriormente: imprecisión, vaguedad, carencia, en
definitiva, de una política coherente. Reflejando la voluntad de las masas
proletarias, se proponían preservar el contenido socialista de la revolución,
pero no contaban ni con un programa que diese forma concreta a ese contenido,
ni con una táctica para luchar eficazmente por él en la complejísima situación
de la guerra civil" (765).
Sólo el PCE,
además del ala prietista del PSOE, se había mostrado desde un
principio, de acuerdo con las pretensiones del gobierno de Giral para formar
unidades militares a su servicio.
Los
dirigentes comunistas defendieron que los cimientos del nuevo ejército de la República tenían que ser las viejas MAOC (las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas,
que habían sido las fuerzas paramilitares del partido, antes del inicio de la
contienda). Para formar las primeras unidades voluntarias, el gobierno fijó una
nómina diaria de 10 pesetas para cada combatiente. Este salario, que era muy
superior a la media del que ganaban los obreros en la retaguardia, tuvo
un cierto eco en algunas zonas campesinas, pero por el contrario, en las ciudades
no tuvo apenas ninguna repercusión Los voluntarios preferían incorporarse en
las milicias revolucionarias.
Con la
formación, el 4 de Septiembre, del primer gobierno de Largo Caballero, las
expectativas habían empezado a cambiar.
Los planes
para la construcción del nuevo ejército cobraron un fuerte impulso. En la nueva
situación, el gobierno que procedía a llevar a cabo los planes de
militarización y de reestructuración de las milicias, ya no era el impotente y
desprestigiado gabinete republicano de Giral, sino otro que estaba dirigido por
el mismo Largo Caballero, el líder socialista con más prestigio y carisma entre
los trabajadores.
En efecto,
abandonados los viejos discursos revolucionarios y careciendo de un programa y
de un plan madurados, Largo Caballero tuvo que apoyarse cada vez más, en la
necesidad de que las potencias democráticas, acabasen interviniendo en la
guerra a favor de la República. Sin embargo, para conseguir sus
objetivos, primero era necesario domesticar la revolución, restaurar las
instituciones republicanas, reconstruir el viejo ejército burgués y darle a la
nueva situación, un aire de legalidad que eliminara las desconfianzas de los
gobiernos de Francia y Gran Bretaña. Los socialistas de izquierda estaban
condenados a ceder ante las
organizaciones rivales que que presionaban de manera más
eficaz. La trayectoria política de la corriente caballerista se movió, durante
todo el período de la guerra y de la revolución, zigzagueando continuamente
entre la postura del anarcosindicalismo y del Partido Comunista (766).
La apuesta
que los dirigentes de la Izquierda Socialista habían hecho en las primeras semanas, de las milicias revolucionarias, se iría transformando, presionada
por los comunistas y por la fracción de Prieto (ministro de la Marina y del Aire), en una cada vez más encendida defensa de las ventajas y los valores que
debería tener el nuevo Ejército Popular de la República.
"El diario de Largo Caballero, Claridad, anteriormente opuesto a la
militarización, lo pedía el 27 de Agosto de 1936. Secundando la línea
comunista, Largo proclamaba que todas las fuerzas debían considerarse a las
órdenes del Ministerio de la Guerra, incluidas las de Aragón" (767).
Reflejando a
las fuerzas que estaban en pugna en la zona "antifascista", la
reestructuración de las milicias tenía que tener una fuerte carga política e
ideológica. Al fin y al cabo, lo que estaba en juego era mucho más que el tipo
de ejército que debía construirse, era el mismo futuro de la República. Los planes tenían que tener en cuenta dos factores indispensables para
salvaguardar el proyecto republicano. Por un lado había que construir un nuevo
ejército que sofocase la sublevación militar, pero por el otro era
estrictamente necesario proceder a desarmar y liquidar al movimiento
revolucionario, y en especial a su brazo armado, las milicias.
Una vez los
dirigentes del ala izquierda del Partido Socialista habían asumido el
proyecto del ejército republicano, era necesario privar a los
anarcosindicalistas de su relativa independencia militar. Era indispensable
terminar cuanto antes con las estructuras democráticas y participativas de las
milicias y también con su filosofía igualitarista. Ambos factores convertían a
las milicias en organismos indomesticables y también en un verdadero caldo de
cultivo para la resistencia a los planes de militarización y de restauración
republicana. Era necesario construir un instrumento sumiso y eficaz sobre el
que tendría que apoyarse todo el nuevo edificio estatal de la República, un ejército dispuesto a reprimir a todo el que osase levantarse de nuevo contra
ella.
Las primeras
medidas adoptadas por el primer gabinete de Largo Caballero fueron la reforma
del Consejo Superior de Guerra y la del Estado Mayor. De esta manera, el nuevo
gobierno dejaba claras cuales eran sus intenciones: reforzar su control de las
modificaciones que se estaban llevando a cabo en las milicias y también
sobre la creación de las primeras unidades sobre las que empezaba a
estructurarse que el nuevo ejército.
El 29 de
Septiembre, el Ministerio de Defensa decretó la formación del nuevo Ejército
Popular de la República. Apenas dos semanas más tarde, el día 10 de Octubre,
eran militarizadas todas las milicias de la zona centro. En el resto de los
frentes, salvo en Catalunya, donde la situación era diferente, el proceso de
militarización de las milicias se inició diez días más tarde. El viejo Código
de Justicia Militar, el uniforme, el saludo y los distintivos
tradicionales fueron reimplantados. Todos aquellos milicianos que no estuvieran
dispuestos a aceptar las modificaciones decretadas, podrían darse
inmediatamente de baja de las milicias. En los mismos decretos y a instancia
del Partido Comunista fueron llamados a filas los reemplazos de los
años 32 y 33, que pondrían el punto final al sistema de reclutamiento
voluntario.
Sin embargo,
una cosa eran los decretos y otra la realidad. Las órdenes del gobierno de
Largo Caballero no pasaron, durante mucho tiempo, de ser una declaración de
intenciones, que frecuentemente sería desobedecida o ignorada por las milicias.
El 13 de Diciembre, el gobierno tuvo que publicar una circular exigiendo que las
milicias elaborasen un censo de sus efectivos y de sus mandos (ya equiparados a
los grados del ejército tradicional). En enero de 1937, todavía la comandancia
tuvo que prohibir que las milicias reclutasen directamente a sus propios
efectivos (768).
Los planes
de construcción del Ejército Popular republicano cobrarían un fuerte impulso, a
principios del mes de Noviembre, con la entrada de los ministros
anarcosindicalistas en el segundo gabinete de Largo Caballero. La integración
de la CNT catalana, hacía poco más de un mes, había sido una clara señal de que
los órganos dirigentes del anarcosindicalismo estaban dispuestos a cruzar el
Rubicón para integrarse en las nuevas estructuras estatales.
La entrada
de los ministros libertarios en el nuevo gobierno central, después de
haber hecho otro tanto en Catalunya significaba la quiebra definitiva del
movimiento libertario, e iba a tener importantes consecuencias en las milicias
confederales y en la formación del nuevo Ejército Popular. Con la entrada
de los anarcosindicalistas en el gobierno de la República, éstos pretendían, entre otras cosas, solucionar la dramática carestía de armamento
que sufrían sus milicias e intervenir en el proceso de militarización para
salvaguardarlas en lo posible. La realidad pronto demostró lo erróneo de este
planteamiento. Los dirigentes libertarios, no sólo no pudieron impedir la
creciente presión que sufrían sus columnas, sino que acabaron convirtiéndose en
avalistas de las medidas del gobierno.
A pesar de la presencia de los ministros de la CNT en el gabinete republicano, el armamento seguiría siendo un mecanismo de chantaje sobre los
combatientes revolucionarios.
"El temor a que un ejército regular se convirtiera en <<el devorador
de la revolución y en instrumento de partido>> fue una razón más de la
entrada de los anarcosindicalistas en el gabinete, pero pronto se dieron cuenta
de que no tenían nada que decir de las decisiones militares" (769).
Efectivamente, desde las primeras semanas de la contienda, las columnas
confederales y poumistas habían sido claramente discriminadas en el reparto del
armamento, en cambio se favorecía a las que pertenecían al Frente
Popular. El control del armamento, ejercido por el gobierno y sus partidarios,
se convirtió en un instrumento contra los anarcosindicalistas, que se veían
obligados a ceder terreno en sus conquistas, a cambio de recibir las armas
imprescindibles para mantener a sus fuerzas en el frente. La cantidad de armas
y municiones recibidas siempre fueron lo bastante escasas para que tuvieran que
seguir dependiendo de la voluntad política de sus adversarios. A pesar de la
integración de la CNT en el gobierno y de todas las concesiones que las
milicias libertarias estuvieron obligadas a hacer, éstas continuaron siendo las
peor armadas hasta su disolución final.
"Para obtener armas, que por decisión de Largo Caballero no se entregaban
más que a las unidades regulares, tuvieron que aceptar casi todas las columnas
milicianas con denominaciones militares. La transformación sólo fue nominal,
pero coadyudó a minar los ánimos confederales. De todas formas, siguieron sin
llegar las armas necesitadas" (770).
A mediados
del mes de Octubre, se constituyó el "Comisariado General de la Guerra" y se creó la figura del comisario político, que iba a tener una importancia
decisiva en el proceso de militarización de las milicias revolucionarias.
Alvarez del Vayo (socialista procomunista) fue nombrado comisario general,
Felipe Pretel (socialista que pronto se pasaría al PCE) secretario
general y Angel Gil Roldán (CNT), Antonio Mije (PCE), Crescenciano Bilbao
(PSOE) y Angel Pestaña (P. Sindicalista) se convirtieron en subcomisarios
generales. En la composición de los responsables del nuevo organismo empezaba a
destacar la influencia que el PCE iba a tener entre los comisarios y también en
el nuevo ejército. Por el contrario, ningún republicano figuraba en él,
reflejo de que ya no tenían ningún peso real en la vida política de la zona
"antifascista" y que sólo mantenían puestos testimoniales y de
importancia secundaria, en el nuevo gobierno.
A pesar del
nombre, los comisarios políticos del Ejército Popular de la República tuvieron poco en común con los del Ejército Rojo que protagonizó victoriosamente la
guerra civil en la URSS. El comisariado español se apropió de la mayor parte de
las funciones de los disueltos consejos de obreros y de soldados que se habían
creado en el seno de las milicias.
Con el
desmantelamiento de las conquistas de la revolución en la retaguardia y con la
progresiva militarización de las milicias, el entusiasmo y la moral de los
combatientes empezó a decaer. Por otro lado, las relaciones entre los militares
profesionales que continuaban bajo la autoridad republicana y los milicianos
era más que difícil. Los revolucionarios desconfiaban de unos militares que
eran sospechosos (y muchas veces con razón), de simpatizar con el enemigo. A
pesar de la lealtad de la mayoría hacia el gobierno de la República, los casos de traición en el frente no fueron escasos. Si estos graves problemas no
eran solucionados, los planes de construcción del ejército republicano corrían
el riesgo de fracasar.
Los
comisarios se convirtieron en los portavoces del gobierno en el seno de las
nuevas unidades militares, en los coordinadores entre los mandos y los
combatientes. Tuvieron que asumir las tareas de vigilancia y control político
sobre la tropa y sobre los militares profesionales. De hecho, fueron el principal
instrumento político del gobierno en el proceso de militarización de las
milicias y, con su autoridad, tuvieron que sustituir la rápida disminución del
entusiasmo de los luchadores. Las características funcionales del comisariado
lo convertían en un instrumento ideal y en un objetivo de primer orden, para
cualquier organización que tuviera la intención de influir decisivamente en el
proceso de construcción del nuevo ejército.
"Los autores e historiadores comunistas coinciden en general en afirmar que
el PCE fue la primera organización que en la guerra española advirtió la
importancia de los comisarios y que, como resultado de ello, sus miembros
suministraron la mayoría de los comisarios en los primeros seis meses de la
guerra" (771).
Efectivamente,
mientras los comunistas valoraban la gran importancia política que iban a tener
los comisarios en el nuevo ejército y se empeñaban en acapararlos, otras
organizaciones como los anarcosindicalistas, los poumistas o incluso los
socialistas de izquierda, desconfiaban, menospreciaban o rechazaban formar
parte de las nuevas estructuras, adivinando su naturaleza reaccionaria.
"Ni el mando unificado, ni la escuela de guerra, ni los comisarios en el
ejército fueron recibidos con entusiasmo por las masas confederales. Con
frecuencia el comité nacional de la CNT tuvo que insistir cerca de los comités
regionales para que recordasen a los sindicatos la necesidad de designar
compañeros para cubrir los puestos a ellos asignados de acuerdo con los
porcentajes establecidos" (772).
Sin embargo,
la fuerte influencia conseguida por el PCE entre los comisarios tiene también
otras causas. La labor de reclutamiento que llevaron a cabo los comunistas
entre los cuadros dirigentes del socialismo de izquierdas, fue también un hecho
decisivo. Sin embargo, la fuerte campaña provocó también las primeras tensiones
y enfrentamientos entre los comunistas y Largo Caballero.
Simultáneamente a la consolidación del papel político de los comisarios, se procedía
a disolver las estructuras democráticas y revolucionarias de las milicias
(comités, asambleas, elección de los mandos por las bases...). La naturaleza
política de ambos organismos (los comisarios y los consejos de obreros y de
soldados) era incompatible. Mientras los primeros eran los portavoces de la
política gubernamental y formaban parte de sus planes para la construcción de
su propio ejército, los segundos eran la expresión legítima de una revolución
que tan solo unos meses antes había hundido a la República. La consolidación de la figura del comisariado sólo podía llevarse a cabo,
mediante la previa disolución de cualquier organismo revolucionario que
pudiera existir entre los combatientes.
La actitud
de reticencia y hostilidad de la CNT hacia los planes de reconstrucción del
Ejército republicano era todavía un obstáculo que tenía que ser vencido. El
mismo Largo Caballero, a pesar de los pasos dados, seguía desconfiando del
sistema de reclutamiento forzoso y manifestaba sus simpatías por el
voluntariado de las milicias (773).
Apenas una
semana después de constituirse el primer gabinete de unidad, en que
estaba representada la CNT, éste decretó la formación del Consejo Superior de
Guerra. Era la máxima concesión que Largo Caballero estaba dispuesto a hacer a
los libertarios, en su demanda para la constitución de un Consejo Nacional de
Defensa que sustituyera al gobierno (774). El nuevo organismo estaría formado
por el mismo Largo Caballero, por Indalecio Prieto, Alvarez del Vayo (los tres
socialistas pertenecientes a tres corrientes distintas), Vicente Uribe (PCE),
Julio Just (IR) y por Juan García Oliver (CNT). Sin embargo, el nuevo
organismo, debilitado por las fuertes suspicacias y por los continuos
enfrentamientos de sus miembros, no iba a tener ninguna repercusión política.
El
acercamiento de posiciones que se estaba dando en aquellos momentos, entre
Largo Caballero y los dirigentes anarcosindicalistas, para hacer frente a las
presiones del PCE, se convertían en un serio obstáculo para impulsar, de
una vez por todas, el nuevo ejército e incorporar los reemplazos que habían
sido llamados repetidamente a filas.
Unas semanas
después de proclamarse la constitución del nuevo ejército de la República, se prohibía a las milicias que siguieran manteniendo sus viejos nombres. Las
columnas de combatientes tendrían que adoptar una numeración, que estaría más
acorde con la nueva filosofía militar que se estaba implantando.
Simultáneamente también se procedía a crear, por el momento sobre el papel, las
nuevas unidades de combate del nuevo ejército, las "Brigadas Mixtas".
En los
ambientes revolucionarios crecía la desconfianza hacia una reestructuración
que, en nombre de la eficacia militar, iba destinada a terminar de una vez por
todas, con la independencia de las milicias frente al gobierno republicano, por
el que no se sentían representados.
Las primeras
milicias que sufrieron la militarización fueron las que participaban en la
defensa de la capital. Apenas terminada la batalla de Madrid y a raíz de
ésta, las brigadas mixtas empezaron a convertirse en una realidad. Todas las
milicias de la capital, incluidas las libertarias, eran disueltas y
transformadas en las nuevas unidades regulares de combate. Una vez que el
gobierno había abandonado la ciudad y se había trasladado a Valencia, la Junta de Defensa de Madrid se convirtió en el mando único e indiscutible de todas las fuerzas
combatientes, bajo la autoridad del general José Miaja.
La
urgencia para estructurar una sólida defensa en torno a la capital,
sin que existiera un criterio claro de como debía ser llevada a cabo, fue un
factor importante para explicar la rapidez con la que se procedió a
reestructurar a las milicias.
Sin embargo,
también existen otros factores que pueden ayudarnos a comprender esta dinámica,
como es el hecho de que en la ciudad se encontrara la mayor parte de los
mandos militares fieles a la República, y la enorme influencia que ejercía sobre la vida política, la presencia que había tenido hasta el momento el
gobierno y los aparatos dirigentes del Frente Popular.
El 18 de
Octubre se publicaba la orden por la que quedaban constituidas las seis
primeras Brigadas Mixtas del Ejército Popular de la República. Entre los mandos de las nuevas unidades se reflejaba la creciente influencia del
PCE en la política militar del gobierno de Largo Caballero. Tres de los seis
mandos de las brigadas (Enrique Lister, José María Galán y Miguel Gallo) eran
conocidos militantes comunistas y otro de ellos (Jesús Martínez de
Aragón) había pasado por la escuela de formación de las milicias
comunistas, mientras que los otros dos mandos recayeron en militares profesionales
retirados (Arturo Arellano y Fernando Sabio) que también habían estado
relacionados, en mayor o menor medida, con las milicias del "Quinto
Regimiento".
La eficaz
campaña que estaba llevando el Partido Comunista para aumentar su influencia en
el nuevo ejército empezaba a tener sus frutos. La apreciación que hace el
historiador Michael Alpert de que no puede atribuirse sólo a la influencia
comunista, el hecho de que la mayoría de los mandos de las brigadas fueran
miembros del partido, nos parece eso, simplemente una apreciación (775). Sin
negar que todos ellos tuvieran un historial lleno de éxitos militares, existían
otros muchos dirigentes milicianos, vinculados al Partido Socialista o a la UGT (la CNT seguía siendo reacia a integrarse en las nuevas estructuras de mando) que también
contaban con excelentes informes y que, por lo tanto, también podían haber
accedido a los puestos de dirección de las nuevas unidades.
Importante
fue también la labor de reclutamiento que llevó a cabo el PCE entre los
militares profesionales. La llegada de las primeras partidas de alimentos y de
armas, procedentes de la URSS; la entrada en la contienda de las brigadas
internacionales, formadas por combatientes de un amplio espectro político, pero
sin embargo instrumentalizadas por la Komintern; el envío de cuadros técnicos soviéticos, país que todavía mantenía la aureola de la revolución bolchevique;
y también la insistencia con la que desde un principio se había caracterizado
el PCE para construir un ejército disciplinado y centralizado, obedeciendo al
esquema tradicional; todos estos factores fueron importantes para el éxito
comunista entre unos militares conservadores y hostiles a la revolución, que
veían en el PCE una organización moderada y la única capaz de derrotar a los
sublevados y de restablecer la legalidad republicana.
"El caos de las primeras semanas de la guerra trajo consigo la
aparición del Partido Comunista de España (PCE) como organización con la que
muchos de los oficiales del ejército podían identificar sus propósitos, por un
lado a causa de su énfasis en el orden y la disciplina, y por otro porque la
política de la Internacional Comunista de los frentes populares había hecho que
el Partido Comunista jugase el papel del organismo que podía proteger a la República burguesa contra quienes consideraban que la rebelión militar de 1936 ratificaba la
destrucción del estado y justificaba la Revolución..." (776).
El 28 de
Noviembre, el gobierno de unidad nacional publicaba un paquete de nuevos
decretos, por los que se incorporaba a los dirigentes milicianos a la escala
activa del nuevo ejército, equiparándolos con los grados y escalafones
clásicos. Las nuevas órdenes iba a tener importantes consecuencias en el
proceso de liquidación de las columnas revolucionarias y en su integración al
ejército republicano (777).
Para poder
enfrentarse al creciente prestigio e influencia del PCE, la CNT formó su propio Comité de Defensa en Madrid y se decidió a reestructurar sus
milicias, aplicando una estricta disciplina y una rígida organización militar
entre sus miembros. Las columnas libertarias de la zona centro se integraron en
el nuevo ejército, convirtiéndose en la brigada número 39 del mismo.
El hecho de
que en la zona centro el anarcosindicalismo fuera minoritario y de que las
sangrientas consecuencias de la "autodisciplina revolucionaria"
hubieran sido mayores que en otros frentes, fueron factores que provocaron la
rápida evolución de las milicias cenetistas.
Ya el 17 de
Septiembre, un Pleno regional de la CNT de la zona centro, había aceptado que
se aplicara el reclutamiento obligatorio, como una forma para reforzar a las
milicias, y había aceptado poner fin al sistema del voluntariado
revolucionario.
Sin embargo,
los anarcosindicalistas se proponían salvaguardar el funcionamiento democrático
e igualitario de las milicias, contra las voces que clamaban por la
restauración del ejército tradicional. La CNT pidió que se conformara un mando único de todas las milicias, exigencia que volvería a replantear en el
plenario convocado para el 28 del mismo mes. Este planteamiento formaba
parte de las demandas que hacía el anarcosindicalismo para que se constituyera
un Consejo Nacional de Defensa.
El debate
sobre la constitución de un mando único para las milicias era una discusión
falsa. Todas las organizaciones estaban convencidas que era
necesario optimizar la capacidad ofensiva de las milicias. Todos eran
conscientes de que ésto sólo podía conseguirse mediante la constitución de un
mando único y centralizado. El verdadero debate era en realidad, a cual de las
dos fuerzas que pugnaban en el bando republicano, iba a servir el nuevo
ejército.
A pesar de
la reestructuración que llevaron a cabo las milicias libertarias para mejorar
su propia capacidad ofensiva, muchos de las modificaciones que habían sido
ordenadas por el gobierno, fueron adoptadas de forma superficial. Simular que
se aceptaba la militarización era la única manera que los anarcosindicalistas
encontraron para burlar la creciente presión que se estaba ejerciendo sobre
ellos, desde el gobierno. Sin embargo las maniobras no podían engañar a nadie,
el gobierno comprendió que esta actitud era una señal inequívoca de que
las milicias libertarias estaban a la defensiva, y de que, una vez más, la CNT no estaba dispuesta a romper su colaboración, pese a las fuertes presiones que sufría.
Sin duda
alguna, el hecho de que la dirección de la CNT aceptase el proceso de militarización de sus milicias obedecía también a la inexistencia de un modelo claro
del tipo de ejército adecuado que se debía adoptar. Las dificultades con las
que habían chocado las milicias revolucionarias, durante las primeras semanas
de la guerra, significó la quiebra de su modelo "autodisciplinario".
Sin embargo, el principal problema con el que se enfrentaban los
dirigentes anarcosindicalistas era como compatibilizar la defensa de las
características revolucionarias de las milicias, con su política de
colaboración con un gobierno que estaba dispuesto a acabar con ellas.
La
bancarrota política, de los principios antiautoritarios de los dirigentes de la CNT, ha sido perfectamente recogida por Vernon Richards, al recoger y contrastar dos
fragmentos de discursos realizados por Juan García Oliver, con apenas cuatro
meses de diferencia entre ambos (778).
"El gobierno de Madrid cree que se puede ir a la formación de un ejército
para combatir el fascismo, sin tener este ejército el espíritu revolucionario.
El ejército no debe tener otra expresión que la que emana del Pueblo, y debe
contener un cien por ciento de contenido proletario..." (mitin del
10.08.36 celebrado en Barcelona).
...
"¿Interesa ganar la guerra? Pues sean cuales sean sus ideologías, los
credos de los obreros, las organizaciones a las que pertenecen, tienen que
emplear los procedimientos que emplea el enemigo para vencer, y especialmente
la disciplina y la unión. Con disciplina y organización militar eficiente, ganaremos
indudablemente. Disciplina del que lucha y trabaja, disciplina en todo, que es
la base del triunfo..." (mitin realizado en Valencia, el 04.12.36).
Presos de la
dinámica de colaboración en la que habían entrado, no tenían otro camino que abandonar,
poco a poco, sus objetivos. Era necesario ceder, cuando no hubiera otro
remedio, para impedir que pudiera darse una ruptura en el campo republicano,
cuando no se estaba dispuesto a tomar el poder y el ejército franquista
proseguía su avance, sin ser derrotado.
A medida que
se profundizaba en el proceso de militarización y que los mecanismos de control
y represión del gobierno sobre los milicianos se intensificaba, el descontento
de los combatientes, y con especial intensidad el de los libertarios, también
crecía. Los combatientes adivinaban que, detrás de las reformas del gobierno,
se estaba desarrollando un proceso político que estaba destinado a desarmar a
la revolución.
"Evidentemente, la única garantía que podían tener los obreros de mantener
sus conquistas sociales, era que una parte de las fuerzas armadas estuviese
bajo control" (779).
La
resistencia afectó incluso a las brigadas internacionales, donde muchos de sus
miembros se mostraron partidarios del sistema de milicias y en contra de la
construcción de un ejército clásico y sin las características revolucionarias
de las primeras.
"También en las célebres y celebradas Brigadas Internacionales, los
primeros momentos, se planteó el problema de su estructura. Unos querían
constituirse en una simple milicia y otros se querían constituir en unidades
disciplinadas como un Ejército clásico... <<El nombramiento de los
primeros oficiales fue una cuestión muy difícil. Había que luchar, en
ocasiones, con la resistencia de los escogidos, que no querían tener más
autoridad que sus compañeros ni someterse a una organización de un ejército de
sistema burgués. Algunos voluntarios proponían que los oficiales tenían que ser
elegidos desde la base, o sea, por sus propios hombres, que tendrían así plena
confianza en los escogidos" (780).
En el seno
de la CNT, la oposición a la línea colaboracionista de la dirección adoptaba
diferentes formas, que iba de la denuncia en las páginas de la prensa
libertaria hasta el abandono del frente.
"El desconcierto de los anarquistas les condujo a acciones de violencia
absurda como la expedición de castigo de la tristemente famosa Columna de
Hierro, que dejó el frente de Teruel para ir a saquear en Valencia el juzgado y
los cabarets..." (781).
A finales
del mes de Octubre y cuando se multiplicaban los indicios de que los dirigentes
de la CNT se disponían a integrarse en el gobierno de Largo Caballero, el
periódico "Frente Libertario", órgano de prensa de las milicias libertarias
de la zona centro denunció los rápidos avances que se estaban realizando en la
construcción del Ejército Popular y las crecientes presiones que se estaban
llevando a cabo sobre las milicias revolucionarias.
"No queremos ejército nacional, queremos milicias populares, que son la
única encarnación de la voluntad popular, que son las fuerzas únicas que pueden
defender la libertad y la vida libre del pueblo español. Como antes de esta
guerra social, volvemos a gritar ahora: ¡abajo las cadenas! el ejército es el
encadenamiento, el símbolo de la tiranía, suprímase el ejército" (782).
Los
milicianos libertarios, junto a otros que pertenecían a otras organizaciones,
desconfiaban, con razones más que justificadas, que tras la fachada de la construcción
de un nuevo ejército más eficaz contra los militares sublevados, se ocultaran
otros planes que pretendían arrebatarles las conquistas revolucionarias que
ellos habían conquistado con las armas en la mano, después de las jornadas de
Julio.
"(La contrarrevolución) intenta adueñarse de los resortes estatales. Ayer
pedía un cuerpo único de seguridad numeroso... hoy propugna un ejército regular
desprovisto de contenido revolucionario, ¿qué se busca con estas maniobras de
corte rufianesco?... contar con fuerzas incondicionales para mañana sofocar en
sangre las reivindicaciones sociales del proletariado, ¿cómo contrarrestar el
plan?... forjando el organismo militar de la revolución... a esos jóvenes (los
de la retaguardia) dirigimos un llamamiento vibrante: ¡a formar los cuadros de
los batallones <<juventud revolucionaria>>!" (783).
El 15 de
Diciembre, el PCE daba a conocer un nuevo manifiesto, en el que presentaba los
puntos más importantes de su política militar. Además de repetir las demandas
tradicionales de su programa, sobre la reorganización de las fuerzas armadas,
el mando único, el reclutamiento forzoso y la implantación de una férrea
disciplina, exigía que todas las organizaciones se sometieran
incondicionalmente a las directrices del gobierno de unidad. El mensaje estaba
dirigido a las reticencias que ponía el anarcosindicalismo a la militarización
de sus milicias.
A medida que
se incrementaba la presencia del PCE en el proceso que se estaba llevando a
cabo. A medida que crecía su prestigio y peso en la vida política del gobierno
de Largo Caballero, también fueron aumentando las presiones para que se
acelerara el proceso
La caída,
provocada por los comunistas (y que contaron con un amplio respaldo en el
gobierno) del general Asensio (asesor y hombre de confianza de Largo
Caballero) fue la señal para que el inicio de una serie de maniobras políticas
que tendrían como objetivo recortar la influencia comunista en el Ministerio de
la Guerra.
A partir de
este momento, el objetivo del PCE pasaría a ser el mismo Largo Caballero que se
estaba convirtiendo, cada vez más, en un obstáculo para sus objetivos. La
oportunidad para derribarle se presentaría dos meses después, como consecuencia
de los hechos de Mayo en Barcelona.
A finales
del mes de Abril, el Estado Mayor de la zona central disponía la completa
unificación de todos los ejércitos republicanos, que quedaban definitivamente
encuadrados en divisiones y brigadas mixtas. Apenas un mes después, el gobierno
conseguiría incorporar bajo su autoridad política, al ejército de Catalunya y
todo el frente aragonés que hasta ese momento había permanecido
prácticamente independiente de la autoridad del gobierno central, desde los
inicios de la guerra. El proceso de militarización, sin embargo, no pudo
completarse hasta mediados de 1937, cuando la revolución de Julio ya había sido
liquidada. El "espíritu igualitario de las milicias" perduró durante
largo tiempo y la militarización nunca llegó a ser total, salvo en las unidades
que estaban controladas por el Partido Comunista. Sin embargo, la resistencia y
la moral revolucionarias ya estaban completamente deshechas.
"... cada vez se hacía más evidente que el gobierno de los obreros era una
causa perdida, y no puede reprocharse a la masa del pueblo, sobre todo al
proletariado urbano, que tenía que llenar las filas en cualquier guerra civil o
exterior, el que sintiese una cierta apatía. Nadie quería perder la guerra,
pero la mayoría deseaba por encima de todo que terminase" (784).
El Ejército
Popular de la República no demostró ser mucho más eficaz que las milicias
revolucionarias. Estas últimas tenían graves limitaciones, pero sin duda alguna
se compensaban con el entusiasmo y el arrojo de los combatientes que se sabían
luchando por sus aspiraciones y sus ideales más legítimos. La decadencia de la
revolución y el proceso de militarización les privaba de la causa principal por
la que combatían, en su lugar se había instalado un gobierno que no
representaba sus intereses y que les era hostil. El gobierno intentaría paliar
el hundimiento del entusiasmo revolucionario con una fuerte y rígida
disciplina, pero ésto no podía ser suficiente. Perdido el contenido
revolucionario, la guerra se asemejaría cada vez más claramente al
enfrentamiento entre dos ejércitos clásicos, con soldados reclutados a la
fuerza que no sabían por qué luchaban ni para qué tenían que arriesgar sus
vidas. En estas condiciones, el ejército de Franco, con una experiencia y un
conjunto de cuadros militares profesionales mucho más numerosos y
eficaces que el de sus adversarios, tenía asegurado el camino de la victoria.
5.2.9 CONTRA LAS COLECTIVIZACIONES EN CATALUNYA.
El triunfo
de los revolucionarios en las jornadas de Julio había dado lugar a una vasta
oleada de expropiaciones en las ciudades. El vacío dejado en las empresas por
la huida de gran parte de los empresarios, había sido rápidamente ocupado por
la acción espontánea de los trabajadores que pusieron de nuevo en marcha
la producción en las fábricas, los talleres y las minas.
Las incautaciones también afectaron en menor medida el campo catalán, donde
predominaban los pequeños y medianos propietarios, agrupados en la Unió de Rabassaires. Por esta razón, las expropiaciones afectaron principalmente a las
escasas grandes propiedades agrícolas y también a las que pertenecían a
los partidarios declarados de la sublevación militar.
El espíritu
espontáneo de las expropiaciones, la falta de un plan y de una dirección que
organizara y diera coherencia a las colectivizaciones, fue la causa del
surgimiento de numerosas desviaciones corporativistas (capitalismo popular) y
de graves diferencias entre las diferentes colectividades, según el grado
de rentabilidad. El primer intento para articular y ordenar el caos de la nueva
economía surgió en Agosto, unas semanas después, con la creación del Consell
d'Economía de Catalunya.
El gobierno
de la Generalitat y los partidarios de evitar que se traspasaran los límites de
la propiedad privada y del orden democrático burgués se encontraron en franca
minoría. El hecho de que muchos de los antiguos propietarios hubieran huido al
extranjero y apoyaran política y económicamente a Franco, impedía que las
organizaciones del Front d'Esquerres pudieran reclamar la devolución de las
propiedades. Además, los revolucionarios, verdaderos dueños de la situación,
tampoco estaban dispuestos a entregarles lo que antes habían conquistado frente
a los sublevados. A su pesar y durante las primeras semanas, los
partidarios de la restauración republicana, tuvieron que contar con la
iniciativa revolucionaria de las expropiaciones, para impedir el hundimiento de
la economía.
La nueva
situación empujaba al gobierno catalán y a sus aliados -aunque sólo fuera por
el momento- a aceptar las colectivizaciones como un mal menor. Sin embargo y
desde los primeros momentos, procuró salvar todo lo posible de las
incautaciones que se estaban llevando a cabo. De esta forma, áreas estratégicas
de la economía, como los bancos y las cajas de ahorro, quedaron en sus manos,
para ser utilizados posteriormente para preparar el restablecimiento del orden
republicano. En cualquier caso, durante el primer período de la dualidad de
poderes, la Generalitat y sus aliados tuvieron que limitarse a participar en la
gestión de la nueva economía colectivizada (asegurando el pago de los salarios,
distribuyendo materias primas o combustible...), para poder hacerse un espacio
político que les permitiera influir de forma decisiva en la marcha de la
revolución.
"En Catalunya, el Consejo de la Generalitat fue más lejos, bajo la presión de la CNT y del POUM, que hicieron de la <<legalización>> de las
colectividades la condición de la liquidación del poder revolucionario"
(785).
Con la
disolución del Comité Central de Milicias y la formación del primer gobierno de
unidad nacional, los planes de restauración del viejo orden republicano daban
un salto cualitativo. La participación de la CNT-FAI y del POUM en el gobierno permitía que el gobierno de la Generalitat adquiriera una legitimidad y una
autoridad política sobre los sectores revolucionarios y sobre las
colectivizaciones que nunca habrían podido tener. Con la progresiva recuperación
del poder político, el gobierno y sus aliados del Front d'Esquerres, iniciarían
los primeros pasos serios, destinados a quebrar la resistencia de los sectores
revolucionarios y controlar la economía colectivizada.
Desde
Octubre de 1936, hasta el mes de Junio de 1937, las colectivizaciones sufrirían
una progresiva pérdida de su independencia con respecto al gobierno. Una vez
sometidas a su autoridad, donde el predominio del PSUC se hacía cada vez más
patente, las colectivizaciones perderían su naturaleza revolucionaria, la del
control obrero sobre la economía, para convertirse en simples apéndices
burocratizados (dirigidas por funcionarios) de una especie de capitalismo de
estado, paso previo y obligado para la posterior devolución a sus
antiguos propietarios, una vez hubiera terminado la guerra.
Durante el
nuevo período que se abría con la integración del Comité Central de Milicias en
el nuevo gobierno de la Generalitat, la CNT mantuvo la titularidad de la Consellería de Economía, departamento que sólo perdería una vez liquidado el ciclo
revolucionario. Durante todo el período comprendido entre Julio de 1936 y Mayo
de 1937, el sistema colectivista estaría caracterizado por una multitud de
consejos de fábrica y de industria, que estarían encargados de la gestión de
sus respectivos centros de trabajo y en los que existiría una desigual
participación de las plantillas de trabajadores, mediante asambleas generales y
decisorias. En el nuevo sistema económico, los sindicatos locales o de ramo,
-especialmente la CNT- tuvieron una fuerte influencia en las fábricas, que con
frecuencia entraría en conflicto con la autoridad del gobierno.
Paradójicamente, en la segunda etapa, los enfrentamientos serían con un
gobierno que contaba con una importante presencia de su propia organización
confederal. Durante todo este proceso, la autoridad legal tendió a
concentrarse, cada vez más, en el departamento de Economía, en detrimento de
las tareas de coordinación del Consejo Económico, organismo que vería limitadas
progresivamente sus funciones a las de simple asesoramiento.
Con la
entrada en el gobierno de la Generalitat, los líderes anarcosindicalistas
pretendieron obsesivamente conseguir la legalización de la nueva situación y de
las conquistas revolucionarias que habían llevado a cabo los trabajadores.
Desde su óptica, si se había rechazado el camino de la toma del poder, y se
había preferido la colaboración, era necesario crear garantías de que sus
adversarios iban a reconocer la obra revolucionaria, y que no iban a
aprovecharse del respiro dado por la CNT, para intentar destruirla. La
ingenuidad reformista de los dirigentes del anarcosindicalismo iba a mantenerse
durante bastante tiempo, a pesar de que a los pocos meses, eran patentes los
síntomas de que los planes de la restauración avanzaban rápidamente.
La
dificultad que tuvieron los líderes cenetistas para comprender lo que resultaba
evidente para muchos militantes de base de los sindicatos, que su colaboración
estaba sirviendo a los planes políticos de sus adversarios y aliados
circunstanciales, sólo puede explicarse por la desorientación política en la
que se encontraban sumidos. Una vez más, tenían que enfrentarse al dilema de
mantener la colaboración, intentando atenuar en lo posible las presiones
restauracionistas, o por el contrario asumír la responsabilidad de la toma del
poder. Sin embargo, la vía escogida, la de la colaboración, acabaría obligando
a los representantes de la CNT-FAI y del POUM a moderar las acciones que
llevaban a cabo los trabajadores.
"El 2 de Octubre, Fábregas exhortó a los trabajadores a no proceder por el
momento a ninguna incautación más hasta que no se estableciesen unas líneas
maestras, homogéneas, para las transformaciones económicas. Sin embargo, parece
que el llamamiento de Fábregas no fue seguido" (786).
La
"legalidad", tan obsesivamente perseguida por los líderes de la CNT-FAI y del POUM era, por lo tanto, el tributo que había que pagar por una revolución
inacabada, que no había sido capaz de implantar la suya, y que por lo tanto,
nadaba en la ambigüedad del doble poder. La "legalidad" de las
colectivizaciones también sería la grieta por donde iban a entrar en escena sus
adversarios.
Sin duda
alguna, la "legalización" de las colectivizaciones fue una de las
condiciones previas, que los dirigentes cenetistas y del POUM impusieron, como
precio a su colaboración en el nuevo gobierno de la Generalitat (787). La postura de sus adversarios, el PSUC y de ERC fue, en un principio, la
de oponerse a la promulgación de cualquier normativa que pudiera darle
reconocimiento legal a la colectivizaciones. Sin embargo, el principal objetivo
político era el de mantener a toda costa a la CNT y al POUM en el gobierno de la Generalitat, y por lo tanto, la publicación de un decreto que contribuyera a
la "legalización" y al ordenamiento de la nueva economía
revolucionaria, tan sólo tenía una importancia secundaria. Además, las nuevas
leyes podrían ser utilizadas para conseguir el control de la Generalitat sobre las colectivizaciones.
Apenas
disuelto el Comité Central de Milicias y conformado el nuevo gabinete de la Generalitat, el Consell d'Economía creó una comisión que debería encargarse de elaborar el
texto de la nueva ley que debería organizar y estructurar el caótico sistema
colectivista. John Brademas y otros historiadores libertarios han considerado
que el decreto sobre las colectivizaciones no fue más que otro intento para
darle coherencia y solidez a la nueva economía revolucionaria (788). La
afirmación es completamente cierta y no tendríamos nada que alegar, sino fuera
por el hecho fundamental de que el decreto estructuraba a las colectivizaciones
en torno al gobierno de la Generalitat y relegaba a las centrales sindicales
como dirección de la economía revolucionaria. Cuestión que era aceptada por los
órganos dirigentes de la CNT.
Sólo dos
días antes de la promulgación del decreto sobre las colectivizaciones y el
control obrero, el 22 de Octubre, se hacía pública una declaración conjunta de
las organizaciones anarcosindicalistas (CNT-FAI) y las comunistas (UGT-PSUC).
En el manifiesto conjunto se reconocía la indiscutible autoridad política
del nuevo gobierno de la Generalitat en el campo de la economía colectivizada.
"Estamos de acuerdo en considerar que esa colectivización no daría el
resultado deseado si no estuviera dirigida y coordinada por un organismo
representante natural de la colectividad, que en ese caso, sólo puede ser el
Consejo de la Generalitat" (789).
Con el
decreto se pretendía que ambos tipos de economía, la privada y la
colectivizada, convivieran, en una perfecta simbiosis, bajo la dirección del
gobierno de la Generalitat. Por primera vez, la CNT aceptó que no se
hablara de la socialización de la economía y se comprometía a que se respetara
la pequeña industria y el pequeño comercio. La propiedades del capital
extranjero serían respetadas, o en su caso, se aceptó el principio de la
indemnización. Se defendía también la municipalización de la propiedad urbana y
agraria (salvo en el caso de la pequeña). La Banca sería nacionalizada y la pequeña industria puesta bajo el control obrero.
A pesar de
las concesiones que se habían hecho en el nuevo compromiso, se suponía que la
presencia de la todopoderosa central sindical anarcosindicalista sería la
garantía de que este orden inestable y contradictorio se mantendría dentro de
los límites acordados. La evolución posterior demostraría que los dirigentes
cenetistas estaban cometiendo un grave error que iba a terminar con lo que
pretendían preservar: La esencia revolucionaria de las colectivizaciones.
La exigencia
de darle un cauce "legal" al sistema colectivista fue cumplida. Pocas
semanas después de haberse producido la integración en el gobierno de la Generalitat, se promulgaría -el 24 de Octubre- el "Decreto de Colectivizaciones y
Control Obrero". La orden fue elaborada a partir de la ponencia, que
se había formado a principios del mes, y en la que habían participado todos los
partidos y sindicatos que formaban parte del nuevo gobierno y del Consell
d'Economía. Sin embargo, y debido al peso político de cada una de las fuerzas
políticas, la verdadera polémica estuvo centrada en torno a las posiciones del
ala izquierda (CNT, FAI y POUM) y de las organizaciones más importantes del
Front d'Esquerres (PSUC y ERC).
La
paternidad espiritual del decreto ha sido atribuida a Joan P. Fábregas,
cenetista de última hora y convertido en aquellos momentos en Conseller
d'Economía del gobierno de la Generalitat (790).
La polémica
principal a la que dió lugar la redacción del decreto, estuvo en torno a los
límites que debería tener la obra colectivizadora. Mientras los representantes
del Front d'Esquerres pretendían que las incautaciones sólo pudieran llevarse a
cabo en las grandes empresas (todas aquellas que contaran con más de 250
trabajadores), el POUM y la CNT-FAI consideraban que las expropiaciones
deberían extenderse a las que contaran con más de 50. Finalmente el acuerdo
llegó a concretarse en todas aquellas empresas que antes del estallido de la
contienda, contaban en sus plantillas con más de un centenar de trabajadores.
La polémica no en era en absoluto banal ni caprichosa, el hecho de que en la
industria y el comercio catalán, la pequeña y mediana empresas fueran la
inmensa mayoría, hacía que la delimitación marcara dos proyectos económicos y
políticos, claramente diferenciados.
"En realidad, la defensa de la colectivización de las empresas a partir de
250 obreros era tener un criterio muy generoso de pequeño empresario o de
pequeña industria, tanto más que detrás del número había un modelo económico
diferente del que querían las organizaciones obreras y que se preveía en el
prefacio del decreto. El fondo de la fricción, por lo tanto, no estaba tanto en
salvar de la colectivización al pequeño empresario sino en el modelo económico
y de revolución que detrás de una cifra u otra, se derivaba" (791).
La polémica
se saldó finalmente con un acuerdo que se acercaba a las condiciones que habían
exigido los libertarios y los poumistas. Sin embargo, esto no significaba
necesariamente que éstos fueran los verdaderos vencedores. En realidad ocurría
todo lo contrario. Pese a las tensiones que se habían desatado en el debate
sobre la nueva ley, los dirigentes del Front d'Esquerres comprendían
perfectamente que era preferible perder esta batalla, antes que perder la
guerra. El paso más importante que habían dado los partidarios del orden
republicano había sido la disolución del Comité Central de Milicias y la
integración de las organizaciones obreras en el nuevo gobierno de la Generalitat. Era imprescindible que la nueva alianza no se malograra, bajo ningún concepto.
Era preferible ceder en apariencia a las exigencias de sus adversarios. En el
futuro ya se darían las condiciones -gracias a la vitalidad que le confería a
lla Generalitat la presencia de los representantes de la CNT-FAI y del POUM en su seno- para recomponer la situación según sus intereses. El mismo
historiador, Miquel Caminal, con sus propias palabras, nos explica cual era la
óptica política del máximo dirigente del PSUC, Joan Comorera, y por
consiguiente, también la que animaba al conjunto del Front d'Esquerres.
"A pesar de las tensiones que hubo en la discusión del decreto, éste fue
bien recibido por todas las organizaciones, ya que constituía el pacto
imprescindible para que partidos y sindicatos mirasen hacia adelante y
trabajasen por la victoria. Había que asegurar y legalizar la revolución
regulando el nuevo orden económico si se quería contar con la colaboración en
el gobierno de unidad, del POUM y de la CNT. La Generalitat se ponía delante de la revolución y sellaba el final de las disensiones. Ya no había motivos ni
para la desconfianza ni para las reticencias, no hacían falta guardianes de la
revolución. Todas las armas podían y habían de ser liberadas al Consejo de la Generalitat. Hecha la revolución solo había una preocupación: ganar la guerra" (792).
Lo
importante para las organizaciones del Front d'Esquerres en aquellos momentos,
no era una ley que fuera favorable a sus intereses en una todavía difícil
situación política, en la que difícilmente sería aceptada y obedecida por los
sectores revolucionarios. El eje principal de su política era pues, la
consolidación del nuevo gobierno de la Generalitat como única autoridad legítima de Catalunya y, lo que era más importante, que la CNT y el POUM se mantuvieran dentro de ella, dispuestos a avalar su política. En los debates
sobre el nuevo decreto, el PSUC y ERC intentaron influir al máximo, y que sus
puntos de vista fueran tenidos en cuenta, pero de ninguna manera estaba
dispuestos a que los enfrentamientos pudieran provocar una ruptura con sus
adversarios, que podría tener imprevisibles consecuencias.
"Formalmente, el estalinismo y la burguesía capitulaban ante la CNT y el POUM; en realidad, la CNT y el POUM, por segunda vez desde el 19 de Julio,
capitulaban ante un estado capitalista absolutamente impotente... promulgado
por el gobierno de la Generalitat, el decreto de la colectivización se limitaba
al reconocimiento de la expropiación de los capitalistas, ya consumada por el
proletariado y los campesinos, pero al mismo tiempo era el primer acto de
afirmación del estado capitalista como tal, después del 19 de Julio. LO QUE
PERDIA ECONÓMICAMENTE EL CAPITALISMO, LO GANABA POLÍTICAMENTE SU ESTADO. LA RECONSTITUCIÓN DE ÉSTE PERMITIRÍA SOCAVAR EL PODER DE LAS MASAS Y ANULAR DESPUÉS LAS COLECTIVIZACIONES
MISMAS" (793).
La
aceptación pues, de las demandas exigidas por el anarcosindicalismo y el POUM,
no tenía nada que ver con una victoria espectacular, era la única forma posible
que los partidarios de la restauración republicana tenían, para limitar los
avances de la revolución. Dada la desfavorable correlación de fuerzas que
todavía existía en Catalunya, la otra posibilidad hubiera significado el
enfrentamiento suicida contra los revolucionarios, posibilidad que no entraba en
sus planes, por lo menos en aquellos momentos.
"La política económica de los gobiernos catalán y central perseguía dos
objetivos: Además de sus objetivos político-económicos, de lo que se trataba
era, mediante la aceptación parcial del fait accompli impuesto por los
trabajadores (de instaurar un nuevo orden económico aún rudimentario, pero ya
claramente reconocible en sus grandes líneas) así como mediante la legalización
de las posiciones conquistadas por la clase obrera, de quitarle impulso a la
oleada revolucionaria, de presentarse ellos mismos como defensores de los
intereses proletarios y de someter a muchas empresas de interés bélico al
control estatal, para de esta manera poner coto a las acciones espontáneas y
por tanto incontrolables de la clase trabajadora" (794).
El decreto
sobre las colectivizaciones y el control obrero contaba con un preámbulo y seis
partes (las empresas colectivizadas, los consejos de empresa, los comités de
control en las empresas privadas, los Consejos Generales de Industria, las
Agrupaciones de Industria y las obligaciones industriales). El texto total
contaba con un total de 39 artículos (ver anexo).
No es nuestra intención hacer un análisis exhaustivo del decreto. Nos
limitaremos a citar sus características fundamentales y las consecuencias
políticas que éstas iban a tener en el nuevo orden económico revolucionario.
El decreto
clasificaba las empresas en dos órdenes, las colectivizadas y las privadas. Las
primeras quedaban bajo la responsabilidad y la dirección de los consejos de
empresas, en el segundo caso continuaba en manos del propietario o del gerente,
pero contando con la colaboración y la vigilancia de un Comité Obrero de
Control (Art.1). Todas las empresas industriales y comerciales que el día 30 de
Junio hubieran superado el centenar de trabajadores; fueran propiedad de
facciosos, o bien que sus propietarios hubieran abandonado sus
responsabilidades; todas aquellas empresas menores, que hubieran llegado a un
acuerdo entre los trabajadores y los propietarios para llevar a cabo la
colectivización; las que sin el acuerdo de estos últimos así lo hubieran
acordado las tres cuartas partes de los obreros que trabajaban en ella; así
como todas aquellas que por su interés económico o militar, el Consejo de
Economía así lo hubiera acordado (Art.2). En el caso de que en las empresas
colectivizadas existieran intereses extranjeros, el comité debía comunicarlo al
departamento de Economía de la Generalitat, para que éste procediera a negociar
la salvaguarda de los intereses de cada una de las partes (Art.9).
El Consejo
de Empresa, encargado de la gestión y administración, sería elegido entre los
trabajadores de la misma empresa en asamblea general. El número de sus
componentes no podría ser menor de cinco , ni mayor de quince, y en él tendrían
que estar representadas todas las secciones de la empresa (Art.10). El Consejo
sería responsable ante los trabajadores y ante el Consejo General de Industria
del ramo (Art.11), mientras que su gestión tendría que someterse a los
criterios de este último (Art.12). La marcha permanente de la empresa sería
atendida por un director, que sería elegido por el Consejo de Empresa y en
algunos casos importantes, el nombramiento tendría que ser aprobado por el Consejo
de Economía (Art.14). En todas las empresas se nombraría un Interventor del
gobierno de la Generalitat, que formaría parte del Consejo de Empresa, y que
tendría que ser elegido por el consejero de Economía, de acuerdo con los
trabajadores (Art.15). Los Consejos de Empresa podrían ser destituidos si se
consideraba conveniente por el Consejo General de Industria, o bien
por los trabajadores que lo habían elegido (Art.20).
En las
industrias y comercios privados, la representación de los trabajadores estaría
a cargo de un Comité Obrero de Control (Art.21), que tendría como misión, la
vigilancia de las condiciones de trabajo, la administración y la producción
(Art.22). Los propietarios estarían también obligados a dar cuenta
periódicamente de la marcha de la empresa al comité obrero de control (Art.23).
Con la
creación de los Consejos de Industria se abría la posibilidad de superar el
marasmo inicial en el que había caído la economía colectivizada, víctima de su
propio espontaneísmo. Sin embargo, la potenciación de los Consejos Generales
chocó con las tendencias sindicalizadoras que fomentaban los sindicatos
cenetistas.
"Sin los Consejos de Industria, el cuerpo supremo previsto por el decreto
para cada industria, resultaba imposible racionalizar, eliminar la competencia
y <<superar la desorientación existente en todas las ramas de la
industria>>" (795).
Los Consejos
Generales de la Industria estarían formados por cuatro representantes de los
consejos de empresa del sector, ocho que representarían a las centrales
sindicales (en proporción al número de afiliados que tuviera cada una de
ellas), y cuatro técnicos que serían nombrados por el Consejo de Economía. El
Consejo General estaría presidido por el vocal respectivo de cada ramo, del
Consejo de Economía de Catalunya (Art.24). Los Consejos Generales serían los
organismos encargados de formular los planes de trabajo, orientando a los
comités de empresas en sus actividades (Art.25). Las decisiones del Consejo
General de Industria tendrían carácter ejecutivo y sólo podrían ser recurridas
ante el Consejero de Industria, cuya decisión sería irrevocable (Art.26). A su
vez, los Consejos Generales de Industria tendrían que ajustar sus planes a la
política dictada por el Consejo de Economía de Catalunya (Art.27), ante el que
serían responsables (Art.28). Los Consejos Generales, para alcanzar una mayor
racionalización de la economía colectivizada, estimularían la agrupación de las
empresas de un mismo ramo (o complementarias) (Art.29).
Numerosos
historiadores han destacado el avanzado contenido social del articulado de la
ley sobre las colectivizaciones. Sin embargo, en realidad el decreto se limitó
a recoger lo que ya los trabajadores habían llevado a cabo, por su propia
cuenta. durante los tres meses anteriores (796). Un decreto que no hubiese
reconocido la situación revolucionaria y que negara las transformaciones
revolucionarias, se habría estrellado contra la hostilidad de los trabajadores
de las colectivizaciones. En realidad, la principal consecuencia inmediata que
tuvo el decreto, fue el intento de limitar el proceso espontáneo
colectivizador.
"El mismo <<Decreto de colectivizaciones>> era, ciertamente,
un gran paso porque legalizaba el proceso colectivizador, pero también suponía
su freno, porque impedía su extensión e intensificación" (797).
Por primera
vez, las organizaciones obreras más radicales avalaban una orden de tales
características. Y también, por primera vez, el gobierno de la Generalitat se convertía en juez y director supremo de la nueva economía colectivizada. Un
gobierno que, a pesar de la presencia en su seno de la CNT-FAI y del POUM, era claramente hostil a la oleada expropiatoria. La Generalitat conseguía llegar al corazón del sistema colectivista, facultad que le había sido
negada hasta aquel momento, mediante el nombramiento de interventores. Dada la
situación, los representantes del gobierno serían elegidos entre los
trabajadores de las mismas empresas. Posteriormente y a medida que la autoridad
de ésta se consolidaba, los interventores acabaron siendo nombrados entre los
funcionarios del gobierno.
La política
de intervención y control sobre las colectivizaciones se fue intensificando a
medida que la Generalitat recuperaba su poder perdido (798).
Los miembros
de los Consejos Generales de Industria serían elegidos, en su mayoría, por los
organismos dirigentes de las centrales sindicales y por el gobierno autónomo.
Los trabajadores de las colectivizaciones y los comités de empresa no
iban apenas a tener ningún control sobre la política que iban a desarrollar los
Consejos Generales. Éstos últimos, tendrían la facultad de destituir a los
consejos de fábrica, si éstos se oponían a sus órdenes. En caso de conflicto
entre ambas partes, la última decisión quedaba en manos del Consejero de
Economía, que era el que tenía la última palabra. De esta manera se
iniciaba un proceso de burocratización que iba a facilitar el control de la
economía revolucionaria por parte de la Generalitat.
En las
empresas privadas, la función de los comités de control se limitaría a una mera
vigilancia sobre la producción (para evitar posibles sabotajes) y a la
cogestión de la empresa, en un momento en el que los trabajadores,
espontáneamente, habían ido mucho más lejos. De esta manera, se
corresponsabilizada a los trabajadores de la marcha de la producción de la
empresa, que continuaba en manos de sus antiguos dueños.
Sin embargo,
a lo largo de los debates que dieron lugar al decreto sobre las
colectivizaciones, surgieron numerosas diferencias entre los dos bloques
políticos (además de las ya comentadas), que hacían presagiar los
enfrentamientos que iban a producirse en el futuro.
La polémica
sobre la indemnización a los antiguos propietarios expropiados, se saldó
favorablemente para las organizaciones del Front d'Esquerres. Mientras todos se
mostraban de acuerdo con que los intereses extranjeros deberían ser respetados
en la medida de lo posible, y en el caso de que ésto no pudiera ser así,
tendrían que ser debidamente indemnizados, para evitar roces diplomáticos con
las potencias democráticas que contaban con importantes intereses en Catalunya,
no ocurría lo mismo con los propietarios del país. Las organizaciones del Front
d'esquerres PSUC, UGT, ERC y ACR defendieron la indemnización de los
propietarios de las empresas expropiadas, siempre y cuando no fueran facciosos
o simpatizantes de la sublevación. La propuesta fue bloqueada provisionalmente
por la oposición del POUM y de la CNT-FAI (799). Sin embargo, el hecho de que
el debate no hubiera sido cerrado, dejaba abierta la perspectiva de una futura
restauración del viejo régimen de propiedad.
"Sensible a los argumentos de política exterior, los representantes de la CNT y del POUM aceptaron la indemnización de los accionistas extranjeros. Pero la
indemnización de los accionistas españoles se admitió también, sin que se
fijara el monto: de esta manera permaneció abierta, en la perspectiva de una restauración
de la legalidad republicana, la de la percepción de los antiguos accionistas de
verdaderos dividendos de las empresas colectivizadas" (800).
Finalmente,
en el decreto sobre las colectivizaciones que había promulgado el gobierno de la Generalitat, desapareció toda referencia sobre las indemnizaciones y que habían sido
aprobadas por el Consejo de Economía de Catalunya.
Otro de los
puntos que desataría fuertes tensiones entre los dos bloques fue el referido a
los aspectos financieros con los que debería dotarse el sistema de las
colectivizaciones. El control que el gobierno republicano central y en menor
medida la Generalitat tenían sobre el crédito, se había convertido en un
instrumento de terrible eficacia contra la industria y el comercio
colectivizados, y contra las resistencias que pudieran presentarse a su
autoridad.
Desde los
primeros momentos, el anarcosindicalismo había despreciado el control de los
bancos y cajas de ahorro. Ya en el mes de septiembre, y a pesar de la
utilización que el gobierno había hecho del capital financiero como un
instrumento de chantaje, un Plenario Regional de la CNT, había decidido dar su visto bueno a que éste continuara controlándolo.
En el
preámbulo del decreto se acordaba la creación de la "Caixa de Crédit
Industrial i Comercial" (CCIC). El nuevo organismo crediticio se
encargaría de la tarea de apoyar financieramente a las colectivizaciones. De
esta manera, se intentaba paliar la dramática escasez de capitales que
amenazaba con ahogar el nuevo orden económico. La mayor parte de las reservas
provendrían de los beneficios aportados por las colectivizaciones más
rentables, que tendrían que ceder el 50% de sus ganancias a la Caixa de Crédit.
A pesar de
los intentos de crear el nuevo organismo económico, éste no pudo llegar a
constituirse hasta un año después, el 10 de Noviembre de 1937. La fuerte
oposición de los adversarios del sistema colectivista, dificultó el proceso
(801).
Los roces
entre el PSUC y la CNT con respecto a las indemnizaciones que deberían
entregarse o no, a los antiguos propietarios (una de las tareas que tendría que
asumir la CCIC), bloqueó su constitución (802). Sin embargo, el flujo de
capitales que debería llenar las arcas del nuevo organismo financiero, pronto
entraría en crisis. La marcha de la guerra (la pérdida de mercados interiores y
exteriores, la escasez de materias primas y de dinero...) reduciría
drásticamente los beneficios de las colectivizaciones.
A medida que
la revolución retrocedía en todos los frentes, la Caixa de Crédit Industrial i Comercial se convirtió rápidamente en un organismo dependiente
del mismo gobierno que pretendía estrangular la autononía de las
colectivizaciones (la CCIC traspasó entre el 70 y el 80% de los excedentes a la Generalitat) (803). Dos años después de iniciada la guerra y la revolución, al menos la mitad
de las colectivizaciones en Catalunya estaban hipotecadas. Habían tenido
que someterse a sus directrices a cambio de créditos que les permitieran seguir
funcionando (804).
El intento
del anarcosindicalismo de proteger los logros que habían conseguido los
trabajadores, al margen de la toma del poder político, se convertía finalmente
en la "consagración tardía del Estado", es decir, en el principio de
la restauración del viejo orden y en el fin de la revolución (805).
El decreto
sobre las colectivizaciones y el control obrero tuvo muchos críticos y pocos
defensores. En las filas del movimiento libertario surgieron numerosas voces
contra la ley, que para muchos suponía una traición flagrante contra el
espíritu que había alentado las conquistas revolucionarias de los trabajadores,
y era considerada como un claro símbolo de la corriente reformista que dirigía la CNT.
"... la autoridad suprema en la nueva economía no serían los sindicatos
sino el gobierno de Catalunya, y que tanto la orientación como el desarrollo de
la economía quedarían en las manos de los políticos y economistas. De tal modo,
el control por los obreros se reduciría sólo a una sombra de los objetivos
originales que los mismos trabajadores revolucionarias se habían fijado cuando
se adueñaron de las fábricas y talleres" (806).
Paradójicamente en el seno de la CNT y del movimiento libertario, la
organización que más hizo para que el decreto fuera aprobado, las críticas
contra el mismo han sido casi unánimes y las favorables más bien escasas (807).
"El Decreto de las colectivizaciones de la industria y el comercio... tuvo
el mérito de organizar regionalmente el funcionamiento de las colectivizaciones
obreras, de unificarlas, de uniformar los intentos de autogestión, de legalizar
las transferencias de propiedad y sentar las bases de una economía socialista
planificada, bien administrada y centralizada" (808).
Sin embargo,
otro historiador libertario opina que el decreto, lejos de suponer una gran
conquista para el movimiento libertario, supuso exactamente lo contrario.
"El 24 de Octubre de 1936, el Gobierno catalán institucionalizó por
Decreto las colectivizaciones. Esto ha sido presentado en muchas ocasiones,
hasta por gran número de exégetas de tendencia libertaria, como el simple
reconocimiento de lo que habían realizado los propios trabajadores. En
realidad, era exactamente lo contrario: El Estado se hace cargo de las
colectivizaciones, en primer lugar, para limitarlas pero también, y sobre todo,
para ampliar su propia influencia y su control en detrimento de la autonomía
obrera" (809).
El primero
no hace otra cosa que describir los objetivos que tenía el decreto para los
dirigentes cenetistas, el segundo analiza las consecuencias reales que tuvo la
aplicación de la ley. Una vez más, el problema no residía tanto en el
contenido, más o menos discutible de los artículos, sino en quién tenía que
aplicarlos.
El POUM
también desarrolló amplias críticas contra las formulaciones del decreto, que
consideraba como una preciosa oportunidad perdida para llegar a la
socialización de la economía catalana. El poumismo analizó las múltiples
fallas que tenía la nueva ley, que estimulaban, desde su óptica política,
los egoísmos corporativistas de las empresas colectivizadas. El periódico
poumista de Tarrasa "Front" publicó una serie de artículos a partir
del decreto sobre las colectivizaciones, donde el partido establecía su postura
y también los puntos en los que estaban en desacuerdo.
"La finalidad de la ley de colectivizaciones parece encaminada a
satisfacer necesidades individuales, en lugar de satisfacer las de la
colectividad. Llamamos colectividad cuando nos referimos a toda la masa
trabajadora. El decreto tiene en realidad, la finalidad primordial de crear un
conjunto de egoísmos capitalistas en los trabajadores, haciendo que dada
empresa pertenezca exclusivamente a sus trabajadores".
...
"Por eso consideramos inoportuno que en unas circunstancias como las
actuales en que, por la convulsión económica del momento, convenía mucho más ir
directamente hacia la socialización de la industria, se tenga que pasar en
primer lugar por la colectivización" (810).
A pesar de
las críticas expresadas por el POUM, éste se mostraría favorable a la
aceleración de la aplicación del decreto y de incentivar la centralización de
la producción y de los capitales de la gran industria colectivizada (811). El
centro neurálgico de la economía revolucionaria tenía que ser el nuevo Consejo
de la Generalitat, en el que, en aquellos momentos, el bloque formado por la CNT-FAI y el POUM todavía tenían la mayoría. El poumismo se mostró partidario de la entrada
de los interventores del gobierno en las colectivizaciones, como un mecanismo
de coordinación y de centralización de la economía. Al fin y al cabo, mientras
el anarcosindicalismo siguiera manteniendo su hegemonía en Catalunya, el
espíritu revolucionario de la ley estaba asegurado (812).
A pesar del
apoyo que dió el POUM al Consell de la Generalitat, su política quedaba condicionada por el predominio que la CNT pudiera ejercer en él. El nuevo gobierno
autónomo, desde la óptica poumista, era sólo una etapa necesaria de la
revolución democrático-socialista española, que tenía que completarse con la
consolidación final del poder de los trabajadores y de la nueva economía. En un
artículo publicado en el mes de Marzo por la prensa del POUM (en un
momento en el que el partido ya había sido expulsado del gobierno catalán y en
el que los avances de la restauración republicana se hacían cada vez más
evidentes), su secretario, Andreu Nin hizo una comparación de la realidad
española con la situación italiana en 1920.
"... en Septiembre de 1920, el proletariado italiano ocupó las fábricas;
pero el poder siguió en manos de la burguesía, se frustró la revolución, que
avanzaba irresistiblemente, y, como consecuencia de ello, se crearon las
condiciones necesarias para el rápido y victorioso avance del fascismo. En
nuestro país, como respuesta a la insurrección militar fascista, el
proletariado, levantado en armas ocupó las fábricas, minas y talleres, anulando
el poder económico de la burguesía; pero al no completar esta acción con la
conquista del poder político, da la posibilidad a la clase enemiga de ir
reconstruyendo el desquiciado mecanismo del Estado, para ponerlo al servicio de
sus intereses y utilizarlo contra la revolución proletaria" (813).
La alusión
de Andreu Nin era clara, iba dirigida contra las ilusiones de una CNT
desorientada y paralizada, en franco retroceso, que pretendía atrincherarse en
la economía colectivizada, frente a los cada vez más intensos ataques del PSUC
y del Front d'Esquerres.
En el
extremo contrario del espectro de las fuerzas políticas y sindicales que
componían el gobierno de Catalunya, entre los adversarios de las
colectivizaciones que estaban integradas en el Front d'Esquerres, pronto
destacaron el PSUC y la UGT. Los comunistas catalanes participaron plenamente
en los debates y en la redacción del decreto, y también en el resto de leyes
que llegó a promulgar la Generalitat, y que pretendían estructurar la nueva
economía. Sin embargo, su participación de ninguna manera significaba su
respaldo político. Por el contrario el PSUC y la UGT catalana se manifestaron en numerosas ocasiones opuestas a los aspectos más esenciales del sistema de colectivizaciones.
La UGT llegaría a defender, como pretexto contra las continuas expropiaciones
que se estaban llevando a cabo, que sólo las empresas que manifestaran
pérdidas, deberían ser colectivizadas.
"...mientras las empresas pudieran pagar jornales o sueldos a sus
trabajadores y empleados, no había porque hablar de colectivización, que la
ocasión de hacerlo llegaría cuando ya no pudieran pagarlos, olvidando que
cuando este hecho se produjera sería por haber agotado todas sus posibilidades
económicas y que, por lo tanto no habría nada colectivizable; la UGT, decimos, también oponía toda clase de obstáculos a la aplicación leal del decreto de
colectivizaciones, lo que se hizo de forma abierta y oficial en el congreso
celebrado en Lérida el mes de Octubre de 1937" (814).
Desde muy
pronto, los comunistas catalanes se mostraron partidarios de la nacionalización
de las empresas que hubieran pertenecido a los partidarios de la sublevación.
La
nacionalización de las empresas se convirtió en una de las banderas del PSUC y
de la UGT contra el proceso colectivizador, y contra lo que consideraban como
excesiva influencia de las centrales sindicales en la dirección de la economía.
En una conferencia celebrada el día 11 de Noviembre, pocas semanas después de
la promulgación del decreto, el dirigente ugetista Joan Fronjosa analizaba las
consecuencias que iba a tener la entrada del gobierno de la Generalitat en el hasta entonces cerrado sistema colectivista.
"Así pues, lo que ahora se hace, no tiene nada que ver con la
colectivización y por lo que se desprende del decreto del 24 de Octubre pasado,
artículo 15, más que tender a la colectivización se tiende a la
nacionalización, porque la intervención del organismo nacional en cada empresa
le da un aspecto bien ostensible de nacionalización..." (815).
Como la
mayor parte de la burguesía catalana había huido abandonando sus empresas y
propiedades, los adversarios de las colectivizaciones solo podían enfrentarse a
ellas, exigiendo la incautación y nacionalización de los centros de trabajo,
por iniciativa del gobierno de la Generalitat. La exigencia de una producción subordinada a las necesidades de la guerra, constituiría una valiosa arma
del PSUC y de sus aliados, para combatir a las colectivizaciones y reivindicar
una economía centralizada y disciplinada, bajo la autoridad gubernamental. La
función de los comités y consejos de trabajadores, tendría que limitarse a
controlar la marcha de la producción y las condiciones laborales en las que se
desarrollaba ésta, en los centros de trabajo, además de asesorar a las
direcciones que habría impuesto el Consell de la Generalitat.
La
nacionalización era la única manera coherente con la que poder hacer frente a
los deseos expropiatorios de los trabajadores revolucionarios. Desde esta
óptica política, sería el gobierno autónomo catalán, en vías de recuperación de
su poder, e integrado por la práctica totalidad de las fuerzas
"antifascistas", quién tendría que dirigir el timón de la nueva
economía, mientras durase la guerra.
Con respecto
a la pequeña propiedad, el PSUC defendió la potenciación del movimiento
cooperativista y de todas aquellas formas que pudieran servir como obstáculo a
la continua extensión de las colectivizaciones de las pequeñas y medianas
empresas. Al parecer, según afirman diversos testimonios de la época y también
numerosos historiadores, la reacción de los trabajadores cuando conocieron la
promulgación del decreto sobre colectivizaciones, fue de indiferencia
(816). Sin duda alguna, la marcha de la producción y de las empresas, apenas
quedó afectada por las nuevas medidas, por lo menos durante el período
inmediatamente posterior. La participación de la CNT, de la FAI y también del POUM en el Consell de la Generalitat, y en el resto de los órganos del poder
gubernamental, eran un seguro para los obreros de que las nuevas medidas no se
utilizarían en contra de sus intereses. Tal como había venido ocurriendo en los
últimos meses, desde las jornadas de Julio, la organización anarcosindicalista
tendría la última palabra y sería la que decidiría el curso de los
acontecimientos.
La
aplicación de la nueva ley pronto chocaría con grandes dificultades y nunca
pudo ser llevada a cabo de forma completa. Una cosa era que los adversarios de
las colectivizaciones hubieran firmado el decreto, en aras de que la CNT-FAI y el POUM no rompieran su alianza, y continuaran integrados en el gobierno, y otra
muy distinta que tuvieran algún interés en que éste fuera aplicado en la
economía catalana.
"Todos los partidos y organizaciones acordaron solemnemente respetar la
letra y el espíritu de la nueva ley, <<pero a los tres meses los partidos
republicanos la obstruían sistemáticamente y, poco después, los comunistas la
saboteaban". (817).
Frecuentemente las mismas centrales sindicales, tanto la CNT como la UGT, desconocieron los compromisos del decreto y llevaron a cabo sus propias
iniciativas.
"Sería decir mucho afirmar que alguna vez la CNT tuvo una política general sobre lo que había que hacer en la nueva situación, Se mostró
ambigua con respecto al mismo decreto de colectivización. Si bien mandó sus
representantes al Consejo de Economía... la CNT, al mismo tiempo, siguió persiguiendo sus propios objetivos unilaterales, que eran distintos" (818).
La casi
totalidad de las pequeñas y medianas empresas que habían sido expropiadas por
los trabajadores durante las primeras semanas de la revolución, continuaron
colectivizadas después de la promulgación del decreto, y no volvieron a las
manos de sus antiguos propietarios. Los sindicatos cenetistas seguían todavía
siendo la dirección indiscutible de las empresas colectivizadas.
"Al amparo del decreto, las otras dos docenas de fábricas (el autor se
refiere al textil) ya colectivizadas, debían volver al control obrero (es
decir, volver al régimen de propiedad privada). <<Pero, francamente, no
nos preocupaba demasiado el decreto. Los comités obreros de control cumplían
las instrucciones del sindicato y, en lo que a nosotros se refería, las
fábricas podían darse por colectivizadas>>" (819).
El Consell
de la Generalitat siguió siendo impotente para detener la avalancha de
expropiaciones que seguían su curso, sin reconocer el decreto que acababa de
promulgarse con la firma avaladora de todas las fuerzas políticas y sindicales
que formaban parte del gobierno. En algunas ocasiones, el Consell
d'Economía y la Generalitat de Catalunya tuvieron que intervenir para evitar
que los obreros formaran sus propios comités de control en otros campos que no
fueran los que señalaba el decreto (cooperativas, mutualidades...) e incluso en
organismos que eran de ámbito oficial.
"... algunos sectores obreros no comprendían que, mientras otros compañeros
suyos podían dirigir de una manera efectiva sus propias empresas
colectivizadas, ellos tuvieran que sujetarse aún a las disposiciones del
patrono que creían ya desaparecido para siempre" (820).
En
ocasiones, el decreto fue visto por lostrabajadores como una serie de medidas
que estaban destinadas a consolidar y organizar la nueva economía
revolucionaria. Durante las primeras semanas, después de haberse promulgado la
nueva ley, el número de colectivizaciones aumentó de forma espectacular ( Pérez
Baró habla de 2.000), especialmente aquellas que estaban relacionadas con la
industria y el comercio, de pequeño tamaño (821).
Sin embargo,
el curso de la evolución política en Catalunya, y también en el resto de la
zona antifascista, fue poniendo al descubierto, cada vez de forma más clara,
cual era la verdadera naturaleza del decreto: un eficaz instrumento del
gobierno para someter a su autoridad, a toda la economía revolucionaria.
"Aunque inicialmente una mayoría de los trabajadores no se sometió a las
determinaciones del decreto, éste originó una tendencia a la
<<burocratización>> que dificultó la acometida de nuevas
colectivizaciones por los trabajadores y puso la iniciativa en manos del
estado" (822).
Frente al
creciente control del gobierno y la intensificación de la reglamentación de las
colectivizaciones, poco podían hacer los trabajadores, que veían participar de
forma destacada a sus propias organizaciones, mientras los dirigentes les
pedían obediencia y disciplina (823).
Durante el
mes de Enero, el gobierno central iniciaría sus primeros intentos para influir
en la economía revolucionaria de Catalunya, decretando la intervención de
algunas empresas de la industria bélica (824). Sin embargo, el gobierno
instalado en Valencia, sólo podría controlar la economía catalana a partir del
mes de Mayo. Con la liquidación total del movimiento revolucionario, el
gobierno conseguiría hacerse con el control político sobre Catalunya. El día 3
de Febrero y por primera vez, el gobierno de la Generalitat se atrevió a declarar ilegal la colectivización de la industria de productos
lácteos (825).
El 18 de
Enero de 1937, a los pocos meses de haber entrado en vigor el contenido del
decreto, éste tuvo que ser completado con otras leyes, que fueron elaboradas
por el Consell d'Economía, y que pretendían superar los malos entendidos y los
conflictos que habían provocado algunos aspectos confusos del decreto. Las
nuevas leyes se dirigieron especialmente a todo lo que estaba relacionado con
el funcionamiento de las empresas privadas, las funciones de los comités
obreros de control y las de los propietarios. Simultáneamente, y durante el mes
de Febrero, el gobierno de la Generalitat publicaría 58 medidas, que estaban destinadas
a restringir el espíritu de independencia que todavía mantenían las
colectivizaciones (826).
El retroceso
de las colectivizaciones en las ciudades, tuvo también su paralelismo en el
campo catalán, donde las colectivizaciones agrícolas habían arraigado con menos
fuerza que en otras áreas del estado. El 23 de Enero, la UGT celebró su primer congreso de trabajadores de la tierra de Catalunya, donde se
pronunciaron fuertes críticas a las colectivizaciones. Simultáneamente, el
descontento de los campesinos iba en aumento. La inestabilidad del campo; las
requisas que a menudo se efectuaban de forma indiscriminada; los excesos
cometidos en la represión de un campesinado individualista y conservador, todo
ello provocaría su reagrupamiento en torno a la poderosa central sindical
agraria, la Unió de Rabassaires (organización que aglutinaba a
los pequeños y medianos propietarios de campo,
tradicionalmente controlada por ERC, y que viraba cada vez más hacia el área de
influencia del PSUC). Los avances de las organizaciones del Front d'Esquerres
en todos los ámbitos de la vida política (disolución de los comités
revolucionarios, militarización creciente de las milicias, liquidación de las
patrullas de control...) reforzaban las expectativas a los sectores hostiles al
colectivismo. Las tensión iría en aumento hasta el estallido de los sucesos del
pueblo tarragonés de Fatarella, donde se produjo un sangriento choque entre los
pequeños propietarios campesinos y los partidarios de la colectivización (ver
anexo).
A medida que
la Generalitat, el PSUC y el resto de las organizaciones del Front
d'Esquerres aumentaban sus fuerzas, también tendieron a
intensificarse los ataques contra las colectivizaciones. Impotentes
por el momento para terminar con las industrias y los comercios colectivizados,
defendieron su coexistencia con las pequeñas empresas privadas (827). A
medida que el retroceso del movimiento revolucionario se hacía más y más
evidente, la desorientación del anarcosindicalismo aumentaba.
Si la CNT continuaba sin querer asumir la responsabilidad del poder revolucionario, sólo le quedaba
la opción de resistir, con todos los medios a su alcance, a las presiones de
sus adversarios, refugiándose en el terreno de las colectivizaciones, que
todavía creía controlar. Sin embargo, el retroceso de la revolución
también afectaba a la economía. La ofensiva de sus adversarios ya no podía
limitarse a su dominio sobre el gobierno de la Generalitat, sino que para consolidarse necesitaba penetrar en las colectivizaciones
sometiéndolas cada vez más, a su autoridad. Cada vez era más evidente la
inminencia del choque entre ambas fuerzas sociales.
El 5 de
Marzo, tan solo unas semanas antes de los sangrientos hechos de Mayo de
Barcelona, el secretario del Partido Comunista dejaba muy claro cual era la
verdadera posición de su partido: mantener el decreto de las colectivizaciones
en Catalunya, era hacerle el juego al enemigo (828).
Las jornadas
de Mayo de 1937 significarían el final de la revolución colectivizadora.
Sofocada la revuelta en las calles de Barcelona, el PSUC y el Front
d'Esquerres, que se habían limitado hasta el momento a una campaña sistemática
de críticas contra las colectivizaciones, pasarían a llevar a cabo una serie de
acciones destinadas a implantar el control gubernamental de la economía
revolucionaria.
El 25 de
Mayo, un nuevo decreto convertía en obligatoria la inscripción de las
colectividades industriales y comerciales en el registro mercantil, símbolo de
la legalidad de la vieja sociedad. De esta manera, las empresas que
habían sido expropiadas por los trabajadores, se convertían ahora,
jurídicamente hablando, en la continuación de las antiguas empresas capitalistas.
Era un nuevo paso que se hacía en el proceso de desnaturalización de las
colectividades, y por lo tanto también en su subordinación a la legalidad
republicana prerrevolucionaria.
A partir del
mes de Junio y hasta el final de la guerra, el Departamento de Economía
de la Generalitat pasaría a manos de los comunistas catalanes. El PSUC
desarrollaría una política centralizada y dirigida por el gobierno, que
buscaría la marginación de los sindicatos de las empresas. La CNT, arrinconada, tendría que presenciar como las conquistas revolucionarias eran
definitivamente liquidadas, sin poder hacer nada para evitarlo. El
programa tradicional del anarcosindicalismo se había desmoronado por completo,
fruto de sus contradicciones.
Presionados
por la situación y sin un criterio político claro con el que poder orientar la
economía colectivizada, la CNT tendría que transigir y adoptar algunos de los
puntos de vista de sus adversarios. La debilidad teórica del anarcosindicalismo
se reflejaba también en la heterogeneidad que existía en el seno de sus propias
organizaciones (socialización o municipalización de la tierra, la conveniencia
de crear un banco sindical...). La participación de la CNT en el gobierno republicano de Largo Caballero y en el de la Generalitat conllevaba un progresivo cambio de los planteamientos libertarios hacia
posiciones que implicaban la quiebra del ideario tradicional del
anarcosindicalismo.
"La única forma bajo la que, en mi opinión, pueden aceptar (la
nacionalización de la industria) los trabajadores- consiste en que-
administración y dirección queden en manos de las organizaciones sindicales y
no en las del estado. Al estado sólo le reconozco derecho ... a establecer un
sistema de control sobre las industrias nacionalizadas, pero administradas y
dirigidas por los trabajadores..." (829).
En su
justificación de las concesiones que estaban haciendo a sus adversarios, los
dirigentes anarcosindicalistas reconocían el papel creciente que estaba jugando
el gobierno (en el que estaban representados) en la marcha de la economía
revolucionaria. Lejos quedaba el ideario aprobado en el Congreso de Zaragoza, y
el que había alentado al sindicato en las primeras semanas de la guerra y de la
revolución.
La revisión
ideológica que efectuaban los dirigentes libertarios implicaba también una
progresiva pérdida de influencia de los sindicatos en el campo político y
económico. El gobierno se hacía, progresivamente, con el control y la
dirección de las colectivizaciones, que desde la óptica libertaria, tendrían
que haber estado en manos de las centrales sindicales. Poco después, el 9 de
Julio, se creaban definitivamente los Consejos Generales de Industria
considerados en el decreto de las colectivizaciones. En la nueva situación,
éstos quedaban totalmente subordinados a la voluntad gubernamental. Una vez
vencida la resistencia de los sectores revolucionarios, era necesario
racionalizar la producción en las fábricas y en los centros de trabajo, bajo
los criterios de un gobierno republicano, que ya no contaría con la presencia
molesta de los anarcosindicalistas.
En el verano
de 1937, en el informe político presentado en la Primera Conferencia del PSUC, su secretario general, Joan Comorera, propuso la reorganización
de la industria de guerra y la "militarización" de la economía
colectivizada. Una vez liquidado el movimiento revolucionario, los comunistas
catalanes se sentían lo bastante fuertes para exigir la inmediata
nacionalización de las colectivizaciones, y la liquidación de cualquier
disidencia que todavía pudiera aparecer en su seno (830).
A medida que
la autoridad del gobierno sobre la economía se asentaba, las medidas de control
sobre las colectivizaciones se acentuaron hasta liquidar por completo su
esencia revolucionaria.
La autoridad
y la independencia de los consejos de fábrica y de las asambleas de
trabajadores fue quedando arrinconada, en favor de los funcionarios
gubernamentales. Una vez liquidado cualquier resto de atisbo revolucionario,
las colectivizaciones acabaron por convertirse en simples apéndices
burocráticos de un estado republicano restaurado, en espera de que al final de
la guerra, le pudiera permitir devolver las propiedades a sus antiguos dueños.
Aunque el
movimiento de las colectivizaciones en el campo catalán había tenido una
importancia secundaria, comparado con la extensión y profundidad que había
adquirido en Aragón y en las regiones latifundistas, el proceso restaurador
también tuvo su importancia política. Una vez disuelto el Comité Central de
Milicias e integradas las organizaciones que lo conformaban en el nuevo
gobierno de la Generalitat, el departamento de Agricultura continuó estando
controlado por la Unió de Rabassaires.
La línea
política defendida por la central sindical campesina, fuertemente influenciada
por el PSUC, y la del gobierno autónomo catalán, a pesar de la presencia de la CNT, fueron claramente anticolectivistas (831). La Unió de Rabassaires invitó a sus afiliados desde los primeros momentos, a que ocuparan las grandes propiedades
agrarias y a que éstas se repartieran entre el campesinado pobre y entre
los jornaleros sin tierra. Sin embargo se mostró partidaria de la explotación
individual de la tierra y hostil a cualquier intento de colectivización.
Por su
parte, el PSUC se mostró contrario a la colectivización agraria, no por razones
de principios sino por lo que consideraba la inoportunidad del momento. El
apoyo al carácter democrático burgués de la revolución y al gobierno de la República, víctima de una sublevación, apoyada por las potencias fascistas, le impedían
apoyar cualquier proceso que atentara contra el principio de la propiedad
privada. Esta postura convertía potencialmente al PSUC en el partido de
las clases medias rurales. Como claramente indicó Victor Colomer, secretario de
política agraria del PSUC, en un pleno ampliado del Comité Central del partido:
"... el Partido Socialista Unificado propugna llegar a la colectivización de
todo el campo, pero en los momentos oportunos y las circunstancias
adecuadas" (832).
Pronto la Unió de Rabassaires se hizo con el control de la Federación de Sindicatos Agrícolas de Catalunya (FESAC), que englobaba a unas 300 cooperativas. El número de afiliados se
reforzó enormemente con la entrada masiva del campesinado catalán, consecuencia
del decreto del 27 de Agosto, por el que se hacía obligatoria la afiliación a
los sindicatos agrícolas locales, como forma para garantizar el abastecimiento
de las poblaciones (y también como contrapeso al peso de la CNT en el movimiento obrero). El decreto provocó un fuerte descontento entre las
organizaciones libertarias que lo consideraron como un intento de crear un
vasto movimiento popular contra las colectivizaciones y contra el poder del
anarcosindicalismo catalán.
Presionados
por sus aliados circunstanciales y por las necesidades de la guerra,
condicionados por un campesinado catalán mayoritariamente conservador e
individualista, y careciendo de un programa realista que comprendiera la
realidad del campo, el anarcosindicalismo en el gobierno, no pudo hacer otra
cosa que abandonar progresivamente sus posturas tradicionales.
Con las
primeras semanas de guerra y revolución y tras los excesos colectivizadores que
se habían realizado en el campo catalán, la postura de la CNT sobre la colectivización total de la agricultura fue abandonada. En su primer congreso,
realizado los días 5 y 6 de Septiembre de 1936, la CNT aprobó la existencia de una economía campesina mixta en la que deberían
coexistir las explotaciones colectivas y las propiedades familiares.
También se
aceptó que los campesinos pudieran optar libremente por cualquiera de los dos
sistemas. Los pequeños propietarios campesinos se adherirían al
colectivismo, después de comprobar que éste les iba a representar mayores
ventajas, que no continuar aferrados a sus pequeñas parcelas familiares.
Para evitar que se pudiera producir un nuevo proceso de acumulación de la
propiedad, a los campesinos sólo se les permitiría el usufructo de la tierra,
sin tener el derecho a poder comprar o a vender las propiedades. La compra de
materias primas, utillajes, la venta y el control de la producción quedarían en
manos de los sindicatos agrícolas, creados con el decreto del 27 de Agosto.
La
constitución de colectividades sólo se haría en aquellos casos en los que no
existiera el peligro de enfrentamiento entre los campesinos colectivistas e
individualistas. En los casos contrarios las tierras incautadas se limitarían a
las grandes propiedades o a las que hubieran pertenecido a los facciosos.
Con el pacto del 22 de Octubre (firmado por la CNT-FAI y por la UGT-PSUC), las centrales sindicales aceptaron, entre otras cosas, que el
gobierno de la Generalitat asumiera las tareas de coordinación y dirección de
las colectivizaciones agrarias.
Los intentos
de acercamiento entre la CNT, la UGT catalana y la Unió de Rabassaires (las dos últimas, controladas por el PSUC y con posturas fuertemente
anticolectivistas) no fueron más allá del papel en el que habían sido
redactados. Los libertarios boicotearon los sindicatos agrícolas, mientras que
la municipalización de la tierra encontró grandes obstáculos, especialmente
después de la promulgación del decreto de Uribe (833).
En el mes de
Diciembre, se intentaba llegar a un acuerdo entre las tres centrales sindicales
catalanas, CNT, UdR y UGT. En el nuevo compromiso se intentó regular la
convivencia de los dos sistemas económicos existentes, el privada y el
colectivo. Cada campesino tendría el usufructo de las tierras que le serían
asignadas, mientras que la producción agrícola sería de su exclusiva
propiedad. Los campesinos que aceptaran libremente entrar en las
colectivizaciones, entrarían en ellas con todas sus propiedades. También se
estipulaba la necesidad de fomentar los sindicatos agrícolas locales y la
creación de un comité de enlace entre las tres organizaciones campesinas, que
debería permitir en coordinación con el gobierno de la Generalitat, llevar a cabo las reformas del campo que se consideraran necesarias. Por un
lado, la CNT conseguía que las colectivizaciones fueran aceptadas (aunque eso
significaba aceptar la existencia de las explotaciones familiares). Por el
otro, la CNT reconocía los sindicatos agrícolas locales como organismos
necesarios para la administración y la distribución de materias primas,
instrumentos y cosechas.
El acuerdo,
una vez más, no pudo llegar a buen término. La Unió de Rabassaires puso como condición para la firma, que también fuera aceptada por la UGT, mientras que ésta lo rechazó alegando razones de oportunidad histórica (834). El inestable equilibrio entre
las diferentes fuerzas fue roto definitivamente por las consecuencias que
provocó la derrota de los revolucionarios durante las jornadas barcelonesas del
mes de Mayo. Coincidiendo con la definitiva disolución de las milicias de
retaguardia, la militarización del frente aragonés y la liquidación de los
últimos restos de los organismos revolucionarios, el ritmo de los ataques
contra las colectivizaciones agrícolas se intensificó de nuevo sin que éstas
pudieran presentar una resistencia significativa. La revolución en el campo
catalán estaba definitivamente rota.
5.2.10 EL MARCO ESTATAL DE LA DECADENCIA DE LAS COLECTIVIZACIONES.
Los
resultados de las jornadas de Julio, a nivel estatal, fueron similares a los de
Catalunya. El hecho de que Catalunya concentrara a la mayor parte del proletariado
español, además de su sector más combativo y radicalizado, y que fuera de ella
el Frente Popular tuviera la hegemonía, frente a las organizaciones situadas a
su izquierda, explican el porque de que el proceso colectivizador no
tuviera la misma intensidad. Sin embargo, la naturaleza revolucionaria, las
circunstancias y la orientación de las expropiaciones fue idéntica en ambos
casos.
No podemos
olvidar que la oleada de expropiaciones fue llevada a cabo por los
trabajadores, sin que las discrepancias ideológicas u organizativas tuvieran
ninguna importancia. En la lucha callejera, como en el esfuerzo por
levantar la economía colectivizada, las viejas diferencias se fundían en el
entusiasmo revolucionario. Los militantes socialistas y ugetistas colaboraron
con frecuencia, con los libertarios y con los de otras organizaciones, en la
construcción del nuevo orden social.
Desde muy
temprano, el gobierno de Giral inició sus primeros pasos encaminados a
intervenir la nueva economía. El 2 de Agosto, por iniciativa del ministro
republicano liberal de Industria y Comercio, Plácido Alvarez Buylle, se publicó
un decreto por el que todas las empresas industriales y comerciales que
hubieran pertenecido a los partidarios de la sublevación, deberían pasar
a manos del control estatal. Sin embargo, la capacidad de un gobierno
republicano, desprestigiado y sumergido por la ola de la revolución, era
demasiado limitada para que sus decretos fueran a ser obedecidos por los trabajadores.
Ni siquiera el apoyo prestado por los dirigentes de las organizaciones obreras
del Frente Popular podría cambiar la situación. Los logros conseguidos por el
gobierno Giral no podrían ir más allá de la elección de
representantes del Frente Popular en algunas de las empresas colectivizadas en
el área de Madrid, o de poder nombrar consejeros en las empresas, que por su
importancia fueron consideradas de alto valor estratégico (compañías
eléctricas...).
Sin embargo
la autoridad de sus delegados, por lo menos durante los primeros meses, iba a
ser más teórica que real, frente a unos trabajadores que no estaban dispuestos
a entregarle al gobierno la iniciativa y la dirección de las empresas que ahora
estaban en sus manos.
La
situación cambió drásticamente con la caída del gabinete republicano de
Giral, y su sustitución por otro, presidido por el izquierdista Largo
Caballero, y en el que eran mayoritarias las organizaciones obreras del Frente
Popular. La moderación creciente del ala caballerista del Partido Socialista y
el inmenso prestigio que su dirigente tenía entre los trabajadores permitiría
por primera vez, que la penetración de la autoridad gubernamental pudiera
convertirse en una realidad. Los dirigentes del ala izquierdista del PSOE se
habían mostrado, desde los primeros momentos de la revolución, fieles a los
compromisos del Frente Popular y en aras del apoyo que reclamaban de las
potencias democráticas, estaban dispuestos a frenar al movimiento
colectivizador. Sin embargo, el hecho de que la CNT continuara al margen del gobierno y dispuesta a alentar la independencia del movimiento colectivista, seguía
siendo un grave obstáculo político que debía que ser superado lo antes posible.
Era evidente que las colectivizaciones no iban a poder ser controladas por el
gobierno, mientras los dirigentes de la CNT no aceptaran formar parte de él.
La
disolución del Comité Central de Milicias de Catalunya, ocurrida a
finales del mes de Septiembre fue un claro aviso para Largo Caballero de que
las resistencias de la CNT se estaban agotando, y de que la corriente
colaboracionista en su seno ganaba fuerza por momentos. La entrada, a
principios del mes de Noviembre, de cuatro ministros anarcosindicalistas en el
segundo gabinete de Largo Caballero, iba a permitir poder cerrar la tela
de araña que se había tejido en torno a las colectivizaciones. Por primera vez,
un gobierno de la República reunía en su seno a las dos grandes fuerzas
tradicionales del movimiento obrero español.
Sin duda
alguna, en el campo de la economía, la intención de los dirigentes libertario
al integrarse en el gobierno, era la de profundizar en la obra revolucionaria y
protegerla de los crecientes ataques que lanzaban sus adversarios.
"Una economía socialista no era viable si no estaba cuidadosamente
planificada y esta planificación no podía hacerse sin un mínimo de coerción que
rompiera los egoísmos corporativos. Ahora bien, la CNT no podía emprender esta obra centralizadora si el Estado y los otros sectores ideológicos
no sólo no contribuían a ello sino que al contrario agravaban aún más el caos
económico. Era pues necesario arrancar primero la legalización de la obra
revolucionaria, y luego realizar un trabajo de ordenación, de coordinación y de
racionalización..." (835).
De la misma
manera que estaba ocurriendo en Catalunya, la CNT se planteó corregir los errores y las contradicciones del sistema colectivista, consecuencia lógica de su
origen espontáneo. Sin embargo, la cuestión no resuelta del poder político, se
convertía en un serio obstáculo para cualquier intento que pretendiera
cohesionar el sistema de las colectivizaciones. Como muy bien ha afirmado Cesar
M. Lorenzo, alcanzar un mayor grado de coherencia y de cohesión de la economía
revolucionaria significaba forzosamente un poder político interesado en su
defensa y profundización, y no como era el caso, uno que era decididamente
hostil. Para los dirigentes anarcosindicalistas, tanto en Catalunya como en el
resto del estado, la "legalización" de las colectivizaciones se
convertía en una salvaguarda, en un seguro de vida para éstas.
Paradójicamente, la participación de la CNT en un gobierno que era
adversario de cualquier intento de ir más allá de los límites marcados
por la propiedad privada y por una República burguesa de corte parlamentario se
hacía en nombre de la defensa de las conquistas de la revolución.
"La presencia de un representante de la CNT en el ministerio de la Industria, pudo hacer creer que habría de proseguir la colectivización iniciada
espontáneamente en los primeros días de la revolución" (836).
Esa era, por
lo menos, la intención que había manifestado Juan Peiró, ministro de
Industria en el gobierno de Valencia. Sin embargo, todas las iniciativas que
los libertarios pretendieron llevar a cabo en esa dirección, desde el
interior del nuevo gabinete, acabaron por estrellarse con la
oposición y el bloqueo de las organizaciones del Frente Popular. Peiró propuso que
el gobierno de Largo Caballero procediera a promulgar un decreto para ordenar
la economía colectivizada, de naturaleza similar al que estaba en vigor
en Catalunya, pero la medida no fue aceptada. Largo Caballero era consciente de
que una ley de esa índole hubiera significado un respaldo al movimiento
colectivista y por lo tanto, habría provocado el rechazo de las potencias
capitalistas democráticas. La propuesta para crear un Banco Industrial que
estaría destinado a financiar la producción de las colectividades, también fue
desestimada por la oposición presentada por el que en aquel momento
ocupaba la dirección del Ministerio de Hacienda, Juan Negrín.
Toda la obra
legislativa en el campo de la economía revolucionaria, que los ministros
anarcosindicalistas pudieron llevar a cabo, se reduciría al decreto publicado
el 22 de Febrero de 1937, en el que se definía la incautación y la intervención
en las empresas de importancia estratégica.
"En los discursos, pronunciados después de la caída de Largo Caballero,
los antiguos ministros de la CNT se lamentarán con insistencia de no haber
podido realizar la décima parte de lo que habían deseado. Describirán cómo en
el Consejo de ministros, comunistas, socialistas de derecha y republicanos se
agrupaban contra las iniciativas de los libertarios, considerándolas demasiado
atrevidas y revolucionarias" (837).
Paradójicamente, mientras la obra legislativa de la CNT en el seno del gobierno se reducía a un fiasco, la aportación del anarcosindicalismo a la
política del gobierno de Largo Caballero adquiría una gran importancia para los
planes de restauración republicana. Mientras sus propuestas eran continuamente
desestimadas o saboteadas por adversarios, que formaban parte del mismo
gobierno en el que ellos estaban representados, los dirigentes de la CNT se veían obligados, en aras de la colaboración, a frenar y a disciplinar a sus propias
bases. El eje de la política cenetista gubernamental ha estado espléndidamente
expresado en las palabras de Peiró.
"El camino a seguir es éste: hacer la guerra y mientras hacemos la guerra,
limitarnos a preparar la revolución por medio del ejercicio de un control
ponderado y discreto en las industrias, ya que eso habría sido tanto como tomar
posiciones revolucionarias y como capacitarnos prácticamente para, al terminar
la guerra, dar el asalto definitivo a la sociedad capitalista" (838).
La
sorprendente ingenuidad de uno de los representantes de la CNT en el gobierno, sólo podía expresar una cosa: la más completa desorientación. La
ponderación y la discreción de los revolucionarios, no podía ser una condición
suficiente para sus aliados circunstanciales del Frente Popular, ni tampoco
para las democracias capitalistas occidentales. Sin embargo, la moderación del
anarcosindicalismo, sí que iba a ser utilizada por sus adversarios para hacerse
con el control de la situación. La CNT, cada vez más presionada por las
circunstancias, se veía obligada a aceptar el proyecto mayoritario en el
gobierno, el del Frente Popular. También resultan significativas las
confesiones del que era, en aquellos momentos, ministro de Comercio, el
anarcosindicalista Juan López:
"Tenemos que reconocer la inutilidad de nuestra participación
gubernamental en el terreno económico" (839).
O las de
Diego Abad de Santillán, mucho más explícitas en lo que concierne a la tragedia
del anarcosindicalismo en el gobierno republicano.
"...demostrar nuestra voluntad y nuestro deseo dominante de ganar la
guerra. Pero cuanto más hemos cedido en beneficio de ese interés común, más nos
hemos visto atropellados por la contrarrevolución encarnada en el poder
central" (840).
Efectivamente, a medida que la contrarrevolución republicana avanzaba, las
propuestas y el programa de la CNT se adaptaban, más y más, al de sus
adversarios. Simultáneamente a este proceso de adaptación política, la
autoridad y el poder del anarcosindicalismo también disminuía frente a un
movimiento revolucionario desorientado y en franco retroceso.
"La configuración de los programas económicos de la CNT hasta 1939 respondió, una vez que los anarcosindicalistas se vieron introducidos en un
intervencionismo económico casuístico, a una continua marcha atrás respecto de
las posiciones iniciales; el reconocimiento del estado y la asunción de cargos
oficiales en éste, tuvo como consecuencia para los dirigentes de la CNT una adaptación a posiciones que anteriormente habían combatido con dureza. Por lo demás,
la nueva y alterada situación forzó a la CNT además... a hacer suyos ciertos
puntos programáticos de sus rivales <<autoritarios>>" (841).
Junto a la CNT y otras organizaciones más pequeñas, colaboraron también sectores importantes de la UGT, en el proceso colectivizador. De hecho y durante todo el período revolucionario, los
dirigentes de la central sindical ugetista chocaron con la radicalización
creciente de su ala izquierda, fuertemente influida por las iniciativas
expropiatorias de los militantes libertarios. Frecuentemente, las colectivizaciones
estuvieron dirigidas por militantes izquierdistas del PSOE o por
afiliados a la UGT, o bien lo hicieron en colaboración con miembros de la CNT y de otros partidos minoritarios.
De la misma
forma que el ala izquierda caballerista del PSOE, la actitud de la UGT oscilaría durante todo el período, sin criterios políticos claros, entre las demandas de
sus propias bases, partidarias de extender y consolidar el nuevo orden
revolucionario, y las presiones del PCE y de los sectores más moderados del
Frente Popular (842).
En el campo
de los adversarios de las colectivizaciones destacó la postura del PCE. Desde
muy pronto, había reclamado la nacionalización (incautación realizada por el
gobierno) de las propiedades de los partidarios de la sublevación y de todas
aquellas empresas que tuvieran un valor estratégico para la guerra. El resto de
las propiedades deberían ser respetadas, en nombre del carácter democrático
burgués de la revolución y de la alianza con la burguesía democrática nacional
e internacional.
Las
colectividades fueron consideradas como fruto de los excesos y de la inmadurez
de los trabajadores, influidos por el ultraizquierdismo
anarcosindicalista. Los errores y las contradicciones provocados por su origen
espontáneo, serían eficazmente utilizados para llevar a cabo una campaña de
desprestigio contra ellas.
Polemizando
con las posiciones defendidas por la CNT y la FAI, Federico Melchor, en el Congreso de las JSU celebrado en Valencia, reclamó la subordinación de los
sindicatos a la política del gobierno en todo lo que estuviera relacionado con
la producción de las colectivizaciones.
"... los sindicatos debían estar sometidos al
gobierno y
debían ser los órganos de empuje del aumento de producción, olvidando las
típicas reivindicaciones socioeconómicas de mayor salario y menor jornada de
trabajo..." (843).
La defensa
de las nacionalizaciones comportaba, lógicamente, una batalla sin cuartel
contra las colectivizaciones. Desde las primeras semanas del estallido de la
guerra y de la revolución, el PCE inició una campaña sistemática de propaganda
contra los errores cometidos para descreditarlas, exigiendo que éstas se
subordinaran a la política del gobierno. La nacionalización de la economía era
un paso obligado para la reconstrucción del estado y de la economía de guerra,
además de ser, también, un arma eficaz contra las expropiaciones que llevaban a
cabo los sectores revolucionarios.
La política
del gabinete de Largo Caballero, ahora con la colaboración de los
anarcosindicalistas, se dirigía a recuperar el control de la situación en toda
la zona republicana. Era necesario ante todo, que la situación volviera a la
legalidad prebélica, había que recuperar la respetabilidad democrática y
conseguir el apoyo de Francia y de Gran Bretaña, alianza que no podría
conseguirse si no se hacía retroceder al movimiento revolucionario. Las
primeras medidas en el campo de la economía, se orientaron a romper el dominio
que ejercían los comités revolucionarios en las colectividades, como paso
previo, antes de que éstas pudieran caer bajo su control.
"Los obreros de la UGT en las fábricas, talleres y ferrocarriles estaban
organizando sus comités de fábrica, ocupando las factorías. ¿Qué podía decirles
a ellos Largo Caballero? El gobierno intervino rápidamente en Valencia y en
Madrid, nombrando representantes suyos para limitar la actuación de los comités
de fábrica a actividades rutinarias. No hubo, hasta el 23 de Febrero de 1937, un
decreto sobre las industrias adoptadas (lanzado bajo el nombre de Juan Peiró,
el ministro de Industria anarquista). No daba a los obreros ninguna seguridad
sobre el futuro régimen industrial; establecía una estricta intervención del
gobierno. <<Control obrero>>, en sus términos, demostraba ser poco
más que un contrato colectivo, como funcionaba, por ejemplo, en talleres
afiliados al sindicato amalgamado de trabajadores del vestido en América, es
decir, no había control obrero de ninguna clase" (844).
El gobierno
de Largo Caballero, "legalizó" las conquistas revolucionarias que
habían llevado a cabo los trabajadores espontáneamente, durante las primeras
semanas de la guerra y de la revolución. Sin embargo, además de implantar la
intervención gubernamental en la economía colectivizada (por medio del control
sobre las entidades financieras y crediticias) y de limitar su extensión,
conseguía otros objetivos, también importantes, como era el del reconocimiento
del derecho a la indemnización de los antiguos propietarios (que no hubieran
sido simpatizantes reconocidos de los sublevados) e impidió la creación del
monopolio del comercio exterior (sustituyéndolo por un control estatal sobre
las actividades comerciales).
Existe una
aparente contradicción entre la "legalización" de las
colectivizaciones, y la línea política moderada del Frente Popular que había
adoptado el gobierno de Largo Caballero.
Para
comprender que esta contradicción era solo aparente, hay que tener en cuenta la
ambigüedad en la que tenía que tuvo que desenvolverse un gabinete políticamente
tan heterogéneo, formado por fuerzas políticas antagónicas que representaban
proyectos políticos completamente enfrentados. Por otro lado, el proyecto
restaurador del Frente Popular chocaba con las aspiraciones revolucionarias, no
sólo de los trabajadores libertarios, sino también del ala izquierda del PSOE y
de la UGT, que no estaban dispuestos a que se les arrebatara tan fácilmente, lo
que habían conseguido con las armas en la mano.
La
"legalización" de las colectivizaciones no era otra cosa que
reconocer lo que, por lo menos por el momento, no podía evitarse, el
poder conseguido por los sectores revolucionarios.
Una
oposición declarada hubiera colocado al gobierno de Valencia en una
incómoda situación frente a los trabajadores y hubiera debilitado su prestigio
político. Era preferible aceptar ahora lo inevitable, para ir haciéndose
paulatinamente con el control de la economía colectivizada.
Por medio
del aparato financiero y crediticio, el gobierno de Largo Caballero pudo
empezar a imponer sus directrices. Los créditos fueron cedidos frecuentemente,
a cambio de que los consejos y las colectivizaciones acataran la intervención.
De esta manera, sólo unos meses después del estallido del conflicto, el
gobierno republicano había conseguido hacerse con el control de la economía
revolucionaria. La presencia estatal se iría incrementando a medida que el
Estado republicano consolidaba su autoridad política y el movimiento
revolucionario retrocedía.
El gobierno
de Largo Caballero, procedió a la nacionalización de numerosas empresas que
consideraba vitales, como un valioso instrumento contra las colectivizaciones y
contra el poder de los sindicatos. Las cada vez más numerosas
nacionalizaciones, el debilitamiento de la influencia sindical y la
pérdida creciente del control de los trabajadores en las fábricas, medidas que
tenían como objetivo debilitar a los sectores revolucionarios, daban lugar a
una especie de capitalismo de estado. Si los propietarios habían huido o
estaban apoyando a Franco, el proyecto económico de restauración republicana,
sólo podía pasar por la construcción de un capitalismo sin capitalistas, donde
la propiedad quedaría provisionalmente en manos del gobierno, mientras esperaba
el momento para poder devolver las propiedades a sus antiguos dueños (845).
Las
incautaciones de las grandes propiedades agrarias que habían llevado a
cabo los campesinos unos meses antes, ponía en cuestión la autoridad del
gobierno de largo Caballero y su capacidad para controlar la revolución. Al
contrario de lo que pasaba en Catalunya, los intentos para del gobierno para
controlar las colectivizaciones agrarias chocó con una fuerte
resistencia. La existencia de un sector numeroso de campesinos pobres y sin
tierra (aparceros, jornaleros...) en las regiones latifundistas fue un terreno
abonado para las colectivizaciones. El Ministerio de Agricultura permaneció invariable,
desde la dimisión del gobierno de Giral hasta el último gabinete de Negrín, en
manos de Vicente Uribe Galdeano, dirigente del PCE.
El 7 de
Octubre de 1936, Uribe promulgó un decreto sobre las colectivizaciones,
en el que no se mencionaban aspectos tan fundamentales para el
campesinado como era el de los arrendamientos y el de las rentas, pero sí que
se hacía hincapié en la expropiación sin indemnización, en favor del Estado, de
todas las propiedades agrícolas que hubieran pertenecido a los sublevados. Los
campesinos podrían optar por el tipo de explotación de la tierra que deseaban,
individual o colectiva.
En realidad,
los aspectos más progresivos del decreto no hacían otra cosa que recoger una
parte de las conquistas que los campesinos ya habían conseguido con sus
propios medios, unos meses antes, sin esperar la iniciativa del gobierno y de
las organizaciones del Frente Popular. Por otro lado, el decreto pretendía
limitar las expropiaciones a una simple requisa de las propiedades de los
sublevados, eliminando sus rasgos más revolucionarios y conflictivos. A cambio
de reconocer una cierta entidad legal a las colectivizaciones agrarias, el
decreto imponía una serie de drásticas condiciones, que amenazaba con la disolución
a todas aquellas que no cumplieran
todos los requisitos legales.
La
publicación del decreto provocó una gran inquietud en grandes sectores del
campesinado que habían expropiado los latifundios, sin pararse a distinguir
entre los terratenientes que simpatizaban con la sublevación y los que
no.
Sintomáticamente, el decreto promulgado por Uribe no aludía a la liquidación de
los latifundios. El problema que existía sobre el futuro de
la propiedad continuaba sin resolverse y nada garantizaba que las
tierras que acababan de ser expropiadas no fueran a ser devueltas, en un futuro
indeterminado, a sus antiguos propietarios.
"El decreto conservador del 7 de Octubre, se proponía desmoralizar a los
colectivistas y estimular, al mismo tiempo, el proverbial egoísmo de los
campesinos por unos míseros terrones de tierra. A otros se les incitaba a
recobrar las parcelas de su antigua propiedad que habían sido aportadas
voluntariamente a la colectividad" (846).
El decreto
fue duramente criticado por las centrales sindicales. Mientras que la CNT se mostraba partidaria de la inmediata colectivización de todas las grandes
propiedades, la UGT defendía la extensión de las expropiaciones de tierras, a
todos aquellos propietarios que hubieran sido, en el período anterior a la
guerra, enemigos declarados de los trabajadores.
Simultáneamente a la política anticolectivista llevada a cabo por el gobierno
de Largo Caballero y el Ministerio de Agricultura, el PCE también trabajó para
organizar a los pequeños y medianos propietarios campesinos, que eran hostiles
a las colectivizaciones (847). Los intentos tuvieron un cierto éxito en Levante
y en algunas zonas donde existía un fuerte sentimiento individualista de la
propiedad. Sin embargo las nuevas organizaciones no consiguieron impedir que
las colectivizaciones continuaran existiendo y que contaran con el apoyo de
otros sectores del campesinado, particularmente jornaleros y aparceros,
que habían estado tradicionalmente vinculados a las centrales sindicales. De
forma paralela a lo que estaba sucediendo en las ciudades, el PCE tendía a
aglutinar a los sectores de la pequeña burguesía y a convertirse en el gran
partido de las clases medias campesinas, temerosas de los avances de las
expropiaciones.
Los
dirigentes anarcosindicalistas acusaron, en numerosas ocasiones, a los
comunistas, de intentar estimular el egoísmo de los campesinos, para que se
enfrentaran a las colectivizaciones.
En otros
casos, se acusó al PCE de llevar a cabo una sangrienta represión contra los
campesinos colectivistas, incluso en las zonas donde éstos estaban fuertemente
implantados.
"Hemos sostenido batallas terribles contra los comunistas, especialmente
contra las brigadas y divisiones que ellos controlan, que nos destrozaban
salvajemente las colectividades y las cosechas, logradas a costa de infinitos
sacrificios y nos
asesinaban a nuestros mejores militantes campesinos" (848)
En Marzo de
1937, el ministro de Hacienda, Juan Negrín cedió a sus cuerpos de carabineros
para la campaña que se estaba llevando a cabo contra las colectivizaciones
agrícolas de Levante y de Castilla. Las columnas comunistas, dirigidas por
Valentín González "El campesino" y por Enrique Lister, se lanzaron
contra las colectivizaciones en un intento de desmantelarlas. A pesar de que
las negociaciones llevadas a cabo por los ministros anarcosindicalistas en el
gobierno, permitieron que se detuviera la campaña, las continuas amenazas y
agresiones contra las colectivizaciones iban a tener graves consecuencias en la
recogida de la cosecha.
Indiscutiblemente, la campaña contra las colectivizaciones había obrado como un
elemento liberador para aquellos campesinos que se habían incorporado a las
colectivizaciones de manera forzada. Sin embargo, las agresiones habían
provocado en el sector colectivista del campesinado una profunda apatía y
malestar. La consolidación del gobierno, del PCE, y de su política
anticolectivista hacía presagiar que sus logros y sus conquistas, les iban a
ser arrebatadas en cuanto la guerra hubiera terminado.
El
desasosiego campesino ponía en peligro la recogida de la cosecha y podía
significar el colapso económico de la zona antifascista, y por lo tanto,
también de los planes para restaurar la República. Esta perspectiva fue la que provocó el giro radical de la política agraria
comunista.
En junio de
1937, un nuevo decreto del ministro Uribe prometía ayudas económicas a las
colectividades para la recogida de la cosecha. Las nuevas medidas, sin asegurar
la supervivencia de las colectivizaciones agrarias, significaron un alivio para
el campesinado colectivista y aseguró la recogida de la cosecha.
Sin embargo,
la precariedad del armisticio quedaba al descubierto con la matización de que
las ayudas sólo tendrían validez durante el "año agrícola"
correspondiente.
Transcurridos los primeros meses del verano, las agresiones se reanudaron de
nuevo. En el mes de Agosto, la 11 división, comandada por Lister, siguiendo las
órdenes del socialista Prieto, Ministro de la Guerra, invadía el campo aragonés.
La ofensiva
contra las colectivizaciones provocó un nuevo descalabro organizativo del campo.
El campesinado individualista que había sido obligado a incorporarse -en
algunos casos- a las colectivizaciones y otros que lo consideraron en aquellos
momentos más ventajoso, reclamaron sus parcelas de tierra. Bajo presión de las
columnas de Lister, cerca de 600 militantes libertarios de las
colectivizaciones fueron detenidos . De nuevo, el desorden provocado amenazaba
la preparación de la nueva cosecha en el campo (849).
"En estas condiciones llegó la hora de preparación para la próxima
cosecha. Los pequeños propietarios triunfantes no podían trabajar con sus
propios brazos las fincas en que se habían instalado. Los campesinos
desposeídos, colectivistas intransigentes, se negaban a trabajar en régimen de
propiedad y con mayor motivo a alquilar sus brazos por un salario" (850).
Es difícil,
tal como ha reconocido Ronald Fraser, calcular el número de campesinos
aragoneses que se mantuvieron fieles al sistema colectivista de explotación de
la tierra y cuantos lo abandonaron, después de la entrada de las columnas
de Lister en Aragón. No existen datos fiables. Ernesto Margeli,
libertario aragonés, declaró que los que siguieron siendo colectivistas
fueron aproximadamente el 60% del total (851). Gastón Leval, otro historiador
libertario que ha hecho amplios y detallados estudios sobre las
colectivizaciones habla de que el 30% de las comunidades aragonesas fueron
desmanteladas (852). Hay que tener en cuenta que, pocos meses después, las
tropas de Franco entraron en la región y terminaron con el experimento
revolucionario.
El poder de la CNT y el de los sectores revolucionarios ya no era más que una sombra de lo que había sido.
La revolución en las ciudades y en el campo se había quedado reducida a
cenizas.
La caída de
la producción se convirtió -cada vez más-, en un problema irresoluble. El
incremento de la centralización y de la "militarización" de la
economía, medidas que tuvo que adoptar el gobierno de Negrín, destinadas
a neutralizar la creciente desmoralización y apatía de los trabajadores, se
tradujo en una irremediable disminución de la producción de la industria
colectivizada que nunca pudo ser superada (853).
De nuevo las
colectivizaciones agrarias tuvieron que ser permitidas y los militantes
detenidos puestos en libertad. De nuevo, la cosecha se ponía en marcha. Aunque
en esta ocasión las comunas agrarias estarían bajo el control gubernamental.
Sin embargo y después de la experiencia, difícilmente los campesinos
colectivistas podían creer en la sinceridad del nuevo giro gubernamental.
Difícilmente podían seguir teniendo esperanzas de que sus granjas tendrían el
futuro asegurado.
Efectivamente, en Octubre de 1938, cuando ya ningún movimiento revolucionario
podía oponerse, el gobierno Negrín promulgaría un nuevo decreto por el que se
garantizaba la devolución de las tierras a sus antiguos propietarios, en el
momento en que éstos las reclamaran (854).
Sin duda
alguna, la desmoralización y la apatía de un amplio sector del campesinado y de
los combatientes revolucionarios que se encontraban en el frente aragonés, que
ya no encontraban en la República ninguno de los ideales por los que había
estado luchando, influyó en el rápido avance del ejército franquista, que unos
meses después ocupaba la región (855).
5.3 HACIA EL FINAL DE LA REVOLUCIÓN. EL GOBIERNO DE LA GENERALITAT, PASO A PASO.
El 26 de
Septiembre de 1936 era promulgado un nuevo decreto, por el que se
reestructuraba la composición del gobierno catalán, rebautizado
eufemísticamente con el nombre de Consell de la Generalitat de Catalunya.
La principal
particularidad del nuevo gabinete era que en él, estaban representados todas
las organizaciones obreras, incluidas el PSUC y la UGT y también el POUM, la CNT y la FAI, los grupos que tradicionalmente se habían encontrado
a la izquierda del Front d'Esquerres y que habían defendido la naturaleza
anticapitalista de la revolución de los comités.
Anarcosindicalistas y poumistas consideraron que su participación en el nuevo
gobierno de la Generalitat sólo podía tener un carácter temporal y episódico, y
que no sería más que un capítulo obligado en la marcha hacia el triunfo total
de la revolución española.
Desde este
punto de vista, el POUM se declaró defensor de la nueva situación y diferenció
positivamente la naturaleza política de la Generalitat frente a la del gobierno central de Largo Caballero.
"En el gobierno de Catalunya se refleja el empuje revolucionario de las
masas obreras. En el de Valencia predomina la tendencia pequeñoburguesa, a la
cual queda subordinada la representación obrera" (856).
Paradójicamente, este informe presentado por Andreu Nin en el Comité Central
Ampliado de su partido, contradecía los acontecimientos que estaban sucediendo.
La crisis del gobierno de la Generalitat, provocada por los "socialistas
unificados" demostraría que la iniciativa había dejado de estar en manos
de los sectores revolucionarios y que, por el contrario, ahora pertenecía a sus
adversarios.
Para los
partidarios de la restauración republicana, la colaboración de la CNT-FAI y del POUM legitimaba al desacreditado gobierno catalán. De esta manera, la Generalitat se convertía en la sucesora del Comité Central de Milicias, la autoridad
única e indiscutible en Catalunya, paso imprescindible para detener y
arrinconar al movimiento revolucionario. La participación del POUM y de la CNT en el gobierno se convertía era un aval político para los planes de restauración. Se
aseguraba que estas organizaciones no iban a ceder, frente a la recuperación
del poder republicano, a la tentación de la radicalización revolucionaria.
La CNT-FAI y el POUM accedieron a formar parte de un gobierno de unidad con sus adversarios,
pensando que desde la Generalitat, y aprovechando la hegemonía que todavía
mantenía el anarcosindicalismo catalán, podrían preservar las conquistas
de la revolución. La realidad sería muy distinta a la esperada.
Continuamente
presionados por sus rivales y eventuales aliados del PSUC y del Front
d'Esquerres, expuestos a tener que escoger entre acceder a sus demandas o tomar
el poder, libertarios y poumistas acabaron por convertirse en los rehenes de
una política que antes siempre habían condenado. Tuvieron que dar su visto
bueno a la disolución de los comités, aceptar los primeros pasos de la
militarización de las milicias y avalar el control gubernamental sobre la
economía colectivizada, todo para evitar una crisis que pudiera poner en
peligro el delicado equilibrio que parecía existir en el campo antifascista,
sin darse cuenta de que cada paso que se veían obligados a retroceder
desequilibraba la situación y fortalecía a sus adversarios.
Durante las
primeras semanas de existencia del nuevo Consell, pudo existir la ilusión de
que todo continuaba como antes y de que la disolución del Comité Central de
Milicias y la formación del nuevo gobierno había sido una simple
reestructuración que había terminado con el nefasto dualismo de poderes
anterior. Sin embargo, la situación empezaba a decantarse por el lado de los
restauracionistas, que consolidaban el hecho de que eran ellos los que ahora
tenían la iniciativa.
El 25 de
Octubre se firmaba un Pacto de unidad de acción entre los anarcosindicalistas
(CNT-FAI) y los comunistas (UGT-PSUC) por el que se constituía un comité de
enlace entre las cuatro organizaciones. A pesar de que el organismo coordinador
nacía prácticamente muerto, el acuerdo significaba un nuevo
retroceso de los anarcosindicalistas.
Las
organizaciones firmantes se comprometían, entre otros puntos, a reforzar el
poder del nuevo gobierno de Catalunya, estrechar sus vínculos con el gobierno
central, reconvertir las milicias en Ejército Popular y a terminar con los
comités locales que todavía se oponían a su liquidación. El programa se
acercaba claramente a la línea política defendida por el PSUC y por la UGT catalana. El anarcosindicalismo, desorientado y claramente a la defensiva, trataba
de defenderse de la fuerte campaña de desprestigio que llevaban a cabo los
socialistas unificados, cada vez más fortalecidos por su parálisis política
(857).
"Este pacto obedecía a varios motivos en lo que respecta a los
libertarios. En primer lugar, se trataba de obtener una parte del material
militar soviético, que hasta ese momento era suministrado únicamente a las
milicias del PSUC, que tomaban, a causa de ello, una importancia predominante,
mientras reinaba la penuria de armas en las columnas confederales. En segundo
lugar, se trataba de hacer cesar la campaña de calumnias y de mentiras que los
estalinistas habían lanzado en España y en el extranjero con el fin de
desacreditar y liquidar al movimiento libertario. Finalmente, se trataba de
contener la reacción de la pequeña burguesía, de una parte del campesinado y de
las clases medias que se habían agrupado y organizado en la UGT catalana después del decreto de sindicalización obligatoria del 10 de Agosto de
1936" (858).
El pacto de
unidad, firmado por las cuatro organizaciones, y por el que el
anarcosindicalismo asumía un programa que poco antes habría juzgado
inadmisible, demostraba el agotamiento y la decadencia de la situación
revolucionaria. El compromiso nunca pudo ser llevado a la práctica. Las bases
de la CNT no estaban dispuestas a asumir unas directrices políticas que
suponían una flagrante contradicción con sus aspiraciones revolucionarias. Sin
embargo, el acuerdo ponía al descubierto que los dirigentes estaban
dispuestos a ceder terreno, frente a las presiones de sus adversarios, todo con
tal de mantenerse en el nuevo gobierno de la Generalitat y conseguir armas para el frente de Aragón y materias primas para las
colectivizaciones.
"El pacto de unidad entre la CNT y la UGT, y entre el PSUC y la FAI, con el brazo de Mariano R. Vázquez y Rafael Vidiella, el 25 de Octubre de 1936,
significó la eliminación del POUM del Govern de la Generalitat y el preludio de las jornadas de Mayo de 1937" (859).
El embajador
soviético Marcel Rossenberg exigió que el POUM fuera expulsado de la Junta de Defensa de Madrid, como condición para que los suministros soviéticos pudieran
llegar a la capital.
A
mediados del mes de Diciembre, Antonov Ovsseyenko, cónsul de la URSS en Barcelona y antiguo compañero de Andreu Nin en las filas de la oposición trotskista
en la URSS, reclamó públicamente en la prensa, que el POUM fuera expulsado del
gobierno catalán.
El día 26,
el propio Comorera, propondría a la CNT y a la FAI que el POUM fuera excluido de la Generalitat. La fuerte campaña lanzada por el aparato de propaganda del
PCE y del PSUC convirtió al POUM en una organización
contrarrevolucionaria, adversaria de la unidad "antifascista", que
debía ser apartada de todos los organismos de poder en la zona republicana.
La campaña,
aunque tenía su centro neurálgico en Catalunya, donde el POUM mantenía todavía
una presencia considerable, se extendió a todo el estado. Algunos periódicos que
estaban fuera de la influencia directa del PCE-PSUC se apresuraron a criticar
los "excesos del izquierdismo poumista", entre ellos cabe
destacar el caso de "Claridad" (Izquierda Socialista).
Paradójicamente, "El Socialista", el órgano de prensa del Partido
Socialista, y por lo tanto controlado por los partidarios de Prieto, sería una
de las organizaciones del Frente Popular que no se añadieron a la campaña
(860).
Proféticamente, Juan Andrade, advirtió sobre las verdaderas razones políticas
que se ocultaban detrás de la campaña que el estalinismo estaba lanzando contra
su partido.
"...Se han concertado los dirigentes de las fracciones pequeñoburguesas
con sus agentes en el movimiento obrero, para asesinar políticamente al proletariado.
Como medida preliminar se intenta la eliminación de los guardianes más fieles
de los intereses de los trabajadores; primero nuestro partido, después la CNT y la FAI. No es necesario exponer el porque se elige primero a nuestro partido; es porque
se nos considera débiles numéricamente, y al mismo tiempo, los más fuertes en
conciencia política" (861).
La creciente
influencia del estalinismo en España reclamaba la liquidación de un partido
como el POUM, que había sido la primera y única organización del país, que
había denunciado las sangrientas purgas que se estaban llevando a cabo en la URSS contra la vieja guardia bolchevique (862). En el seno de la revolución española el POUM
mantenía una posición crítica frente a la restauración de las instituciones
republicanas, esperando que la radicalización del anarcosindicalismo y de
las fracciones más izquierdistas del socialismo corrigieran la situación.
Entre el 12
y el 16 de Diciembre, un Plenario ampliado del POUM, había comprendido
perfectamente la dirección que tomaban las presiones estalinistas: la exigencia
de la liquidación del POUM sólo era el primer paso de un plan que pretendía
liquidar la revolución "inoportuna" (863).
"...El litigio planteado ahora en Catalunya no es meramente un simple
conflicto entre organizaciones. Es sencillamente todo el curso futuro de la
revolución, lo que está sobre el tapete..." (864).
Sólo unos
días antes, el día 7 del mismo mes, Andreu Nin, en un mitin celebrado en el
Gran Price de Barcelona, había advertido contra las maniobras soviéticas que
pretendían iniciar la liquidación política de su partido.
"Hoy el gobierno de la Generalitat significa la unión para luchar contra
el fascismo... para eliminar el POUM sería preciso matar a todos los militantes
del partido..." (865).
En el mismo
acto, Nin había repetido "casi de forma protocolaria", que eran los
comités de obreros, campesinos y combatientes, y no el gobierno de la Generalitat quién tenía que decidir sobre los destinos de la revolución. Sin embargo y
contradictoriamente, los comités que reclamaba Nin
estaban en proceso de disolución y el POUM en el gobierno había dado su aval a
los decretos que dictaban su sentencia de muerte.
Paradójicamente,
el mensaje de Nin no significaba un giro radical en su política
sino su reafirmación: el POUM exigía no ser
apartado de la Generalitat.
Este énfasis
en no ser excluido del gobierno en el que estaba integrado la CNT, y desde el que se pretendía dictar la política que debía orientar a toda Catalunya,
convertía al POUM, una vez más, en rehén de sus propias contradicciones.
La
naturaleza progresiva o reaccionaria del gobierno, desde la óptica poumista, se
apoyaba exclusivamente en el predominio que en éste pudieran ejercer los
representantes de la CNT-FAI.
"Disolución del Parlamento y convocatoria de un congreso de campesinos,
obreros y combatientes. Se trata de oponer a los organismos burgueses
republicanos los nuevos organismos creados en el fuego de la revolución...
convocar un congreso de delegados de comités de fábrica y taller,
representantes del frente y delegaciones campesinas...".
...
"¿Hay una contradicción entre la consigna de gobierno obrero y nuestra
participación en el gobierno de la Generalitat? Hoy, como ayer, debemos sostener que la única forma factible es la constitución de un gobierno obrero. A la
consigna de gobierno obrero hay que darle una base fundamental y ésta no puede
ser otra que el congreso de comités de fábrica y taller, delegaciones
campesinas y combatientes del frente" (867).
Como los
libertarios no estaban dispuestos a lanzarse a la conquista del poder para
formar el "gobierno obrero y campesino" que ellos reclamaban, ni
tampoco pretendían constituir nuevos comités revolucionarios desde los que
constituir una Asamblea Constituyente, las consignas del POUM quedaban en el
campo del exclusivo propagandismo político.
Después de
la expulsión, toda la política del POUM con respecto al gobierno de la Generalitat tendría como eje, el reclamo para ser readmitido en su seno y para que se
reconociera su importancia política en la correlación de fuerzas
existente.
Desde esta
perspectiva, sus consignas se reducirían a una reorganización del gobierno
catalán en el que la CNT-FAI y el POUM continuarían teniendo la mayoritaria.
"Toda su política reposa sobre la necesidad de convencer a los dirigentes
de la CNT, hasta ahora manipulados por los estalinistas y sus aliados, de que
deben proteger al POUM, a fin de preservarse ellos mismos..." (867).
Incapaz de
alejarse de un gobierno de la Generalitat cada vez más decididamente hostil a
la obra revolucionaria de los comités, el POUM orbitaría políticamente a su
alrededor, esperando que un giro radical del anarcosindicalismo pudiera
desbloquear el camino. Sus reclamos para volver a formar parte del gobierno
catalán lo debilitarían políticamente como alternativa revolucionaria.
"Pero ¿Cómo puede combatir a la república burguesa formando parte de su
gobierno? ¿Cómo puede movilizar a los obreros contra el estado burgués
mostrándose al mismo tiempo como <<apóstol>> de la justicia
burguesa?" (187).
Efectivamente, la crisis en el gobierno de la Generalitat había estallado el día 12 de Diciembre. Joan Comorera,
secretario del PSUC había pedido formalmente la expulsión del POUM, acusándolo
de combatir las directrices del gobierno en el que había estado
participando.
"Hay motivos fundamentales y vastamente demostrados de que este organismo
ha sido desleal con el gobierno. Decretos aprobados por el gobierno de la Generalitat en el que tiene representación el POUM han estado públicamente combatidos por los
oradores responsables de este grupo en los mitines y en su periódico"
(869).
La petición
del PSUC fue aceptada por Lluis Companys y por la ERC, pero chocó con la oposición inicial de los representantes anarcosindicalistas que
no estaban dispuestos a que se excluyera al POUM del gobierno catalán. El
rechazo de la exigencia de Comorera provocó una crisis del gabinete que se
prolongó lo largo de cuatro días. Simultáneamente y como forma de presión
contra los libertarios, los buques soviéticos suspendieron la entrega de un importante
cargamento de armas (870). Finalmente, los representantes anarcosindicalistas
acabaron cediendo a las presiones del PSUC y aceptaron que el POUM fuera
excluido en la reorganización del gabinete.
Algunos
historiadores han añadido a las presiones estalinistas, el hecho de que
el POUM nunca había sido visto con simpatía por los líderes
anarcosindicalistas, por sus continuas críticas y por los intentos de
infiltración en los sindicatos de la CNT antes de la guerra (871). A pesar de que las condiciones de los libertarios,
de retener para si las secretarías de Defensa y de Seguridad Interior
fueron aceptadas, el desenlace de la crisis significaba un nuevo
retroceso de su propia posición en el nuevo gabinete.
"De cualquier manera, lo que está claro es que la CNT-FAI aceptaron la marginación del POUM, con la ridícula excusa de la formación de un
gobierno sindical, contribuyendo al inicio del aplastamiento de un aliado,
crítico, pero aliado, frente a las tesis del PSUC y de la Esquerra" (872).
La CNT acogió las presiones del PSUC contra el POUM, como una disputa sectaria entre los dos
partidos marxistas en la que no les correspondía intervenir. La interpretación
que hacían los libertarios de los hechos se limitaba a explicar la
agresión contra el poumismo, como un atentado contra el espíritu democrático,
que había alentado hasta entonces el primer gabinete unitario de la Generalitat. Los representantes de la CNT, sintiéndose seguros de su propia fuerza,
despreciaron la tesis de que la exclusión del POUM suponía un debilitamiento de
su propia posición y un nuevo paso de sus adversarios (873).
De nuevo, los dirigentes de la CNT emprendían una huida hacia adelante. La
defensa de la presencia del POUM en el gobierno catalán hubiera
significado un serio enfrentamiento con el PSUC y con sus protectores
soviéticos y habría puesto en peligro la inestable alianza gubernamental y
también el suministro de armamento.
Enric
Caminal ha hecho una interesante reflexión sobre las verdaderas consecuencias
políticas que implicaba la actitud de la dirección anarcosindicalista.
"La exclusión del POUM tenía una pequeña importancia numérica pero una
gran importancia cualitativa. La CNT-FAI, al aprobar la resolución de la
crisis, tal como proponía el PSUC, no solo quedaba implicada en la separación
de Andreu Nin del gobierno, sino que se corresponsabilizaba de la definitiva
paralización o sometimiento de la revolución al objetivo de ganar la
guerra" (874).
La CNT se limitó a exigir que ambos partidos fueran excluidos del nuevo gobierno de la Generalitat. El nuevo gabinete adoptaría un carácter sindical. Estaría conformado por una
coalición de los tres sindicatos (CNT, UGT y UdR) y las
organizaciones de la pequeña burguesía catalanista (ERC). La
"salomónica" solución, sin embargo entrañaba una trampa, que no se le
escapaba a nadie, y mucho menos a los dirigentes cenetistas: la UGT estaba totalmente controlada por el PSUC, que volvería al gobierno bajo las siglas de la
central sindical.
"Esta filosofía sindical de la CNT de dar el máximo protagonismo a los
sindicatos, no era, evidentemente, compartida por el PSUC. La función de
gobernar corresponde a los partidos y no a los sindicatos. En cambio , el PSUC
aceptó la falacia del gobierno <<sindical>> por motivos tácticos y
como la manera más fácil de excluir al POUM con el visto bueno de la CNT..." (875).
Efectivamente, el 17 de Diciembre se formaba el nuevo Consejo de la Generalitat, formado tal como habían propuesto los dirigentes cenetistas. Aparentemente los
beneficiados de la crisis eran la CNT y la UGT, sin embargo, el verdadero triunfador de la crisis era el PSUC, que mantenía y aumentaba su presencia por
medio de la central sindical ugetista, y conseguía la práctica totalidad de los
objetivos que había perseguido con el estallido de la crisis. A pesar de que
las consellerías más importantes quedaban en manos de la CNT y de la ERC, era evidente que el PSUC se convertía -cada vez más- en el nuevo
árbitro de la situación, frente a un anarcosindicalismo en retirada y una ERC
dividida, que contaba con una fuerza más simbólica que real.
Las dos
centrales sindicales conseguían una consellería más que en el gabinete
anterior. La FAI entraba en el nuevo gabinete a través de dos de sus líderes
más reconocidos: Diego Abad de Santillán y Pedro Herrera (sustituyendo a
Antonio García Birlán y a Juan Fábregas), José Domènech cambiaba la consellería
de Abastecimientos por la de Servicios Públicos, mientras que Francisco Isgleas
entraba a dirigir la de Defensa. Los antiguos representantes del PSUC,
Joan Comorera y Miquel Valdés, volvían ahora con el
carnet de la UGT, incorporándoseles Rafael Vidiella. Joan Comorera dejaba la
consellería de "Servicios Públicos" para pasar a dirigir la de
"Abastecimientos", en manos de la CNT hasta entonces (José Doménech). La dirección del departamento pronto se convertiría en un importante
instrumento político en su ofensiva contra el anarcosindicalismo en
decadencia. Miquel Valdés mantuvo su puesto en la consellería de "Trabajo
y Obras Públicas", mientras Rafael Vidiella entraba en la de
"Justicia" (que había estado en manos de Andreu Nin, tan solo unos
días antes).
La victoria
política del PSUC fue convertida, por la mayor parte de la prensa libertaria,
en un triunfo del concepto sindical que la CNT tenía de la revolución:
"Desde hoy, Catalunya cuenta con un gobierno sin partidos... Los partidos
sin basamento sindical que participaban en el Consejo de la Generalitat, han sido apartados de tales funciones, pues no son ellos los llamados a dirigir
la vida pública, sino los sindicatos, piedra angular de la nueva economía que
nace..." (876).
Sin embargo,
los acontecimientos posteriores pronto irían a demostrar la vacuidad de
la proclamación. Eliminado el POUM del gobierno de la Generalitat, un PSUC más fuerte que nunca, se preparaba para proseguir su lucha contra un
anarcosindicalismo, desorientado, exigiendo la disolución de los organismos revolucionarios
que todavía perduraban y la concentración de toda la autoridad en el gobierno
de la Generalitat.
"La reconducción de la revolución del 19 de Julio era ya un hecho
irreversible con la formación de este nuevo gobierno. Solo había un interrogante
determinante, como el de saber qué beligerancia iba a tener el POUM frente al
Consejo de la Generalitat y, sobre todo, cual sería la actuación de la CNT y de la FAI a medida que el nuevo gobierno fuera desplegando más las cartas" (877).
Desde la Consellería de Abastecimientos, Joan Comorera inició una fuerte ofensiva contra la gestión
anterior del cenetista Domènech, acusándolo (y por lo tanto haciendo extensiva
la acusación a la CNT) de ser el causante de la grave penuria en la que se encontraba
la economía catalana, en lo que respecta a los suministros de pan y harina
(878).
Las
colectivizaciones y los comités locales de abastecimientos también fueron
acusados de incapacidad y de falta de rendimiento (879).
"Pero Comorera vió la oportunidad de dar un severo golpe a la política de
nacionalización dentro de su propio ministerio. Era más fácil abolir la
intervención del estado dentro de la esfera del comercio que dentro de la
industria. Comorera abolió la intervención estatal en el aprovisionamiento de
Barcelona". (880).
El 24 de
Diciembre, Joan Comorera disolvía -mediante decretos- los Consejos Provinciales
de Abastecimientos y los comités locales de abastecimientos (comités del pan).
En el mismo decreto, se nombraba una serie de delegados comarcales y se
traspasaban todas las funciones de los Comités a los nuevos Ayuntamientos. De
esta manera se limitaba el poder y la influencia de la CNT en un tema tan vital como era el suministro de víveres, se impulsaba la creación de
cooperativas de distribución y se eliminaba la política que había sido llevada
a cabo por la anterior consellería, en lo que respecta al control de precios.
Con su nueva
política, el PSUC pretendía marginar a la CNT en un área tan importante como era la de los abastecimientos, y consolidaba su papel como el partido
defensor de la pequeña burguesía catalana. El PSUC se mostró partidario de
aprovechar el creciente malestar del campesinado, que era obligado a vender sus
productos por precios que consideraban inadecuados. Era necesario aprovechar
los errores de los comités locales de abastecimientos para conseguir su
disolución y sustitución por organismos de carácter gubernamental.
"Comorera, actuando a partir de principios de liberalismo abstracto que
ningún gobierno había sostenido a todo lo largo de la guerra... no sustituyó
los caóticos comités del pan por una organizada administración centralizada.
Restauró simple y completamente, todo el comercio privado del pan. No existía
en Enero en Barcelona ni siquiera un sistema de racionamiento. Los trabajadores
eran dejados a la suerte de conseguir cada uno su propio pan, lo mejor que
podían , a precios más altos y con salarios que, prácticamente, no habían
variado desde Mayo. Ésto, en la práctica, quería decir que las mujeres tenían
que hacer cola desde las cuatro de la mañana en adelante. El resentimiento de
los distritos obreros era naturalmente agudo, tanto más cuanto que la escasez
de pan se había acentuado desde la toma de posesión de Comorera" (881).
Para
restablecer el libre comercio, Joan Comorera privatizó el comercio, que había
estado colectivizado hasta el momento. El PSUC acusó a los comités de
abastecimientos, aprovechando algunos excesos cometidos, de ser la causa
de la penuria de víveres, al haber sustituido ineficazmente a los comerciantes
y haber provocado con su acción la escalada inflacionaria del momento (882).
Los
anarcosindicalistas, irritados por una política que amenazaba con desmantelar la
economía colectivista, contraatacaron enérgicamente. El PSUC y su secretario
Comorera fueron acusados de ser -con su política de privatizaciones- los
verdaderos causantes de la escasez y de la aparición de las largas colas de
amas de casa que se agolpaban en las panaderías.
La CNT respondió a las acusaciones argumentando que habían sido los comités de abastos, con su
actividad, los que hasta el momento habían impedido los movimientos
especuladores, que se habrían hecho a costa del poder adquisitivo de la
población trabajadora.
Ambas
organizaciones, anarcosindicalistas y socialistas unificados, se enzarzaron en
una espiral de acusaciones mutuas. El PSUC, mediante su poderoso y eficaz
aparato de propaganda, consiguió capitalizar el creciente descontento,
organizando manifestaciones multitudinarias bajo la consigna de "Menos
comités y más pan". De esta manera, criticando a los comités de
abastecimiento y convirtiéndolos en los culpables de la carestía, el PSUC daba
un nuevo y espectacular golpe contra los organismos revolucionarios que todavía
restaban y arrinconaba a la CNT contra las cuerdas.
El 27 de
Diciembre, la Consellería de Abastecimientos pedía la serenidad y la
colaboración de todos los partidos y sindicatos para solucionar el problema de
la escasez de víveres. La campaña política de descrédito contra los comités y
contra la CNT, por medio de las acusaciones de incompetencia de la anterior
gestión, ya había alcanzado los objetivos. Tres días después, el 30 de
Diciembre, la Consellería firmaba un contrato con la URSS, por la cual ésta se comprometía a suministrar 35.000 toneladas de harina, trigo,
azúcar, carbón y otros productos de primera necesidad.
"También se montó otra operación espectacular con la llegada del primer
barco soviético, el Zirzayín, el 20 de Enero de 1937, que traía 901 toneladas
de harina, 882 toneladas de azúcar y 568 toneladas de mantequilla. La llegada
del navío soviético fue acompañada de una gigantesca operación publicitaria,
para que el pueblo llano catalán comprendiese que mientras que los anarquistas
traían, con su desorden y su desbarajuste, el hambre a las familias y destruían
la economía, ellos, los rusos, eran los mejores amigos de los trabajadores
españoles y les traían, generosamente, cañones de mantequilla" (883).
De un
plumazo, el PSUC aparecía ante gran parte de la población como el partido
salvador de la situación. Poco después, el 4 de Enero, Joan Comorera
hacía nuevas declaraciones, en las que ahondaba en sus acusaciones sobre las
causas que habían llevado a una situación tan crítica.
"...la ocupación de la mayoría de los trigales en manos de los facciosos,
la falta de divisas y acaparamiento de trigo y harina por parte de los
Comités" (884).
La oleada de
protestas contra el decadente orden revolucionario encontró un escaso eco entre
los dirigentes de la CNT-FAI y del POUM. Los dirigentes
anarcosindicalistas desautorizaron a las Juventudes Libertarias cuando éstas
acusaron al secretario del PSUC de traidor. El POUM exigió una nueva
remodelación del gobierno de la Generalitat que le permitiera volver a formar
parte de ella (885). La campaña del PSUC fue respondida desde las páginas de la
prensa de estas organizaciones, pero no hubo ningún tipo de movilización
encaminada a contrarrestar la campaña (886).
"... se acude ahora a la intensificación de esta campaña de infamias. Pero
se realiza con la mayor maldad, tratando de excitar contra nosotros a las masas
de mujeres exasperadas por la ineptitud, precisamente, del jefe del partido
campeón de esta cruzada contra el POUM. Falta pan, y las mujeres se ven
obligadas a hacer muchas horas cola, con los consiguientes trastornos y
fatigas. La cosa es fácil. Se inventa que los responsables del hecho, son los
adversarios políticos de los verdaderos responsables del hecho" (887).
Sin duda
alguna, y si nos guiamos por la prensa libertaria o poumista, los comités de
abastos cometieron numerosos errores y excesos que iban a ser aprovechados con
eficacia por sus adversarios, para desprestigiarlos (888). Sin embargo, también
es cierto que su actividad impidió el crecimiento desmesurado del mercado negro
y la especulación en los precios de los víveres, durante los primeros meses de
la contienda. Durante el período de su existencia, la población
trabajadora no sufrió graves escaseces en el suministro de alimentos. Sí en
cambio, se puede afirmar que la política liberalizadora de Joan Comorera,
provocó la acaparación de toda clase de víveres por parte de los comerciantes y
una fuerte presión inflacionaria. Si nos atenemos a la evolución del índice
general de los precios desde el inicio de la guerra, podemos observar que
el incremento entre los meses de Julio y de Diciembre, en los que existieron y
actuaron los comités, el incremento máximo fue en el mes de Octubre con un
9.4%, mientras que durante los primeros meses de gestión de Joan Comorera y su
política liberalizadora los índices fueron muy superiores (Diciembre 12,1%,
Enero 17,4%, Febrero 15,1%) (889).
"En realidad, no sólo era el pan, todos los demás productos alimenticios,
al volver al comercio privado, aumentaban inmediatamente de precio y
escaseaban, para ir a engrosar el extraperlo" (890).
La
superación de los errores de gestión de los comités de abastecimientos, sólo
podía realizarse mediante una política centralizada. Sin embargo, la línea de
Comorera pretendía, en nombre de los intereses de los pequeños propietarios,
justo lo contrario, la liberalización de la economía, y por lo tanto la
libertad de los comerciantes para acaparar los productos y especular con ellos,
en nombre del beneficio privado. Una vez apartado el POUM del gobierno de la Generalitat y con una CNT-FAI a la defensiva, el PSUC y las organizaciones del Front d'Esquerres
se lanzaron a una campaña que estaría destinada a consolidar el poder
republicano reconstruido.
"...los anarquistas retardaban tanto como podían este proceso de
recuperación del Orden Público por parte del poder en Catalunya, donde eran,
todavía en este período, relativamente fuertes, a pesar de que los comunistas
catalanes, de acuerdo con las fuerzas políticas liberal burguesas de la Generalitat, cada día iban tomando nuevas energías y nuevas posiciones" (891).
Bajo el
pretexto de la necesidad de un gobierno fuerte que pudiera conseguir la
victoria militar sobre el ejército franquista, se reforzaba el proceso de
desarticulación del movimiento revolucionario, que se extendería a la economía
colectivizada, a la defensa militar y al orden público.
El 12 de
Enero, el gobierno de Tarradellas daba a conocer un nuevo paquete compuesto por
58 decretos. Las nuevas medidas aumentaban el intervencionismo y el control del
gobierno catalán sobre la economía colectivizada.
El proceso
de desmantelamiento también alcanzaba a los tribunales revolucionarios.
Mientras éstos eran desmantelados, el antiguo cuerpo de magistrados era
reincorporado a sus funciones judiciales (892).
A principios
del mes de Febrero, el PSUC lanzaba una nueva ofensiva contra el control
libertario sobre las industrias de guerra, provocando de nuevo la reacción
anarcosindicalista y obligando al mismo presidente del gabinete, Tarradellas, a
desautorizar a Comorera por sus ataques.
La disputa
sobre quién debía controlar el sector de la industria de armamento era de
extrema importancia, en un momento en el que se estaban llevando a cabo una
serie de medidas que estaban destinadas a militarizar las milicias
revolucionarias, a desarmar la retaguardia y a reforzar los cuerpos policiales
gubernamentales, frente a las patrullas de control. Era cada vez más evidente
que el enfrentamiento entre los partidarios de la Generalitat y los revolucionarios solo era cuestión de tiempo. En estas condiciones, el
sector que controlase el armamento estaría en las mejores condiciones para
solucionar a su favor el conflicto. El descubrimiento de la sustracción de una
docena de carros de combate por parte del PSUC incrementó, todavía más, la
tensión entre ambas partes.
"Estos fueron los hechos: los milicianos comunistas del cuartel Vorochilov
de Barcelona se presentaron con una orden falsa de requisición en un almacén de
material militar controlado por la CNT y consiguieron que les entregaran doce tanques.
Aunque sus papeles estaban firmados por Eugenio Vallejo, ...algo en la actitud
de los milicianos comunistas les pareció sospechoso a los guardias del almacén.
Les siguieron y les vieron entrar en el cuartel Vorochilov. Tras informarse,
descubrieron que Vallejo no había firmado nada. ¡un robo! la CNT acudió a la Generalitat. El primer consejero Tarradellas y Vallejo se presentaron en el
cuartel Vorochilov que entretanto había sido cercado por las patrullas de
control. Tras haberlo negado todo, el teniente coronel acabó confesando, pero
declaró que no había hecho más que obedecer órdenes del Alto mando de la
división Carlos Marx, de la que dependía" (893).
La prensa
anarcosindicalista denunció los preparativos secretos que se estaban haciendo
para poder aplastar definitivamente a los revolucionarios.
"Si no se substrajeron esos tanques para llevarlos al frente, ¿para qué se
realizó operación tan brillante? Presumimos en esto un bosquejo de intento
dictatorial contra el que, todos saben, nos alzaríamos inmediatamente"
(894).
A principios
del mes de Marzo se daban a conocer una serie de decretos que estaban
destinados a liquidar las patrullas de control y la Junta de Seguridad Interior, y recuperar las armas que todavía restaban en poder de los
revolucionarios (895).
Todo el
paquete de nuevas medidas centralizaba las tareas de orden público en
manos de la Dirección de Seguridad de Barcelona, que estaba dirigida por
Eusebi Rodríguez Sala (PSUC) en la Comisaría General y por Josep Soler (ERC) como Inspector General de Servicios.
Simultáneamente y a medida que el nuevo gobierno conseguía consolidar su
autoridad, se instauraba un sistema de censura de la prensa que, utilizando el
pretexto de la guerra, golpearía a las organizaciones más
izquierdistas. "La Batalla" sería suspendida por orden del Consell de
la Generalitat durante cuatro días (896). Los decretos significaban el final
de las patrullas de control y la formación de un cuerpo policial único al
servicio de la Generalitat.
"La necesidad de un ordenamiento del Orden Público era evidente para
todos, pero los anarquistas veían en este decreto un intento de desarmar su
revolución. De otra manera creían, y puede ser no sin fundamento que, visto el
estado pasional de aquel momento, sólo serviría para desarmar a los anarquistas
y a sus aliados, los poumistas, y oir daría unos carnets de impunidad a los
comunistas y a sus aliados que les hacían ya descaradamente el juego"
(897).
El día 26
del mismo mes, estallaba una nueva crisis en la Generalitat. La CNT quería recuperar el terreno que había perdido y exigía que el gobierno
autónomo catalán fuera un auténtico "gobierno sindical", tal como lo
había reclamado durante la crisis de Diciembre. La CNT no podía aceptar los nuevos decretos sobre el Orden Público, que suponían una clara
provocación contra ella y contra el movimiento revolucionario. Sin
embargo, la situación había cambiado radicalmente desde entonces. La exclusión
del POUM y la política que se había desarrollado durante aquellos meses había
debilitado gravemente la posición de los anarcosindicalistas en el gobierno.
La crisis
definió de nuevo los campos en conflicto. Mientras ERC y la Unió de Rabassaires se alineaban junto al PSUC y la UGT, el POUM, desde el exterior del
gobierno apoyaba las demandas de los anarcosindicalistas. Mientras los
primeros, cada vez más seguros de su fuerza y convencidos de que la CNT finalmente acabaría claudicando, se negaban a dar marcha atrás en sus planes, los
dirigentes libertarios tenían que demostrar a sus propias bases que todavía
controlaban la situación en el seno del gobierno y se mantenían intransigentes
en sus reclamaciones. Josep Tarradellas fue de nuevo, el encargado de resolver
la crisis que se había abierto y formar un nuevo gobierno.
El nuevo
gabinete no presentaba ningún cambio importante con respecto al anterior.
Mientras los republicanos nacionalistas controlaban las consellerías de
Finanzas, Seguridad Interior y Cultura, los anarcosindicalistas conseguían
Defensa, Industria, Comercio y Sanidad y la UGT (es decir, el PSUC), Trabajo, Abastecimientos y un lugar sin cartera, mientras que Agricultura continuaba en
manos de la Unió de Rabassaires. Los ugetistas perdían la consellería de
Justicia que desaparecía.
Sin embargo,
las causas que habían provocado la disolución del gabinete anterior
seguían sin solucionarse. A pesar de todo, la resolución de la crisis era
considerada por los dirigentes anarcosindicalistas como un claro triunfo
de sus exigencias.
La UGT catalana condicionó la aceptación del nuevo gabinete de gobierno a un
compromiso definitivo entre todas las fuerzas que formaban parte de la Generalitat. El documento presentado por la central sindical ugetista, estaba constituido por
cinco puntos. Se exigía, entre otras cosas, que el programa del nuevo gobierno
no debería ser distinto del anterior y que todas las organizaciones integrantes
del nuevo gabinete deberían comprometerse a llevar a cabo los
decretos que se habían promulgado sobre los cuerpos policiales y
sobre la militarización de las milicias. Se proponía en el tercer punto la
creación de un Consejo Superior de guerra que estaría presidido por Companys y
que contaría con la participación de todas las fuerzas del gobierno. Las
reservas de armamento que se encontraban en poder de la Consellería de Defensa, quedarían en manos de la UGT. También se proponía una reestructuración de las nueve comisarías que existían en toda Catalunya y la creación de una
Comisión de Industrias de Guerra.
La
aceptación de la propuesta implicaba la liquidación definitiva de la revolución
y la subordinación total del anarcosindicalismo al gobierno. Era evidente, que
los representantes de la CNT no podían aceptarlo de ninguna manera (898).
Frente a la
delicada situación, el Front d'Esquerres se dividiría en torno a dos tácticas
diferentes. Mientras Josep Tarradellas se mostraba partidarios de hacer algunas
concesiones a la CNT, a cambio de la resolución de la crisis, el
secretario del PSUC, Joan Comorera, consideraba que ceder en
aquellos no haría otra coas que reforzar a los adversarios, en un
momento que era claramente favorable para la consecución de sus objetivos. A
pesar de que políticamente, Josep Tarradellas, estaba cerca de las posiciones
defendidas por el PSUC, el dirigente de la ERC necesitaba del anarcosindicalismo para contrarrestar la creciente influencia de éste. El enfrentamiento
convertía la crisis política en irresoluble.
El 3 de
Abril, Tarradellas reconocía el fracaso de las negociaciones para formar
el nuevo gobierno. Al día siguiente se constituiría un gabinete que constituía
una solución provisional a la crisis. Josep Tarradellas dirigiría Finanzas y
Cultura; Artemi Aiguader se mantendría en Seguridad Interior; Isgleas estaría
al mando del departamento de Defensa; Doménech en Economía, Servicios Públicos,
Sanidad y Asistencia Social; Comorera se encargaría de Justicia, Trabajo y
Obras Públicas; y finalmente Calvet presidiría Agricultura y Abastos. A pesar
de todo, la crisis continuaba abierta.
Otra de las
causas de la crisis entre la CNT y el PSUC fueron los ataques lanzados por este
último contra la gestión de Isgleas en la Consellería de Defensa y la inmovilidad del frente aragonés. El día 8, el PSUC daba a
conocer su nuevo "Plan para la victoria", en que reclamaba de nuevo,
un gobierno fuerte que tuviera capacidad para alcanzar la victoria sobre el
ejército franquista y proponía la inmediata militarización de las milicias
revolucionarias.
"Todo el problema radica en estos momentos en la cuestión del gobierno, en
la cuestión del Poder. Sin Poder no puede haber ejército. Sin Poder no puede
haber Industria de guerra. Sin poder no pueden organizarse las fuerzas morales
y materiales del país para la guerra. Sin Poder no puede haber Victoria. Esta
es la gran debilidad que hace que, a pesar de su potencia, Catalunya permanezca
impotente" (899).
El Plan para
la Victoria propuesto por el PSUC era el comienzo de una nueva
ofensiva contra la resistencia que todavía oponía la CNT. Por primera vez, el PSUC se sentía lo bastante fuerte como para desafiar a los
dirigentes de la CNT y abandonaba la idea de la unidad con el
anarcosindicalismo.
"La correlación de fuerzas era ligeramente favorable al PSUC y a la UGT, no por su fuerza relativa que ya era importante, sino porque contaban con la mayor
aproximación ideológica de ERC y de UR. No era imaginable, en Abril de 1937, un
Gobierno formado por la CNT, ERC y UR con la exclusión de la UGT, Las cosa habían cambiado mucho en relación con los meses anteriores. ¿Pero quién se
atrevía a proponer la exclusión de la CNT? Comorera lo había insinuado, pero él
mismo no se atrevía a plantearlo abiertamente. Gobernar sin la CNT todavía hacía miedo. Se continuaba pensando que era mejor tenerla implicada en el
gobierno" (900).
Sin embargo,
la valoración que hace Miquel Caminal, siendo cierta, se refiere principalmente
al marco institucional. La correlación de fuerzas, efectivamente, estaba
cambiando rápidamente, con una CNT en retirada y un PSUC en ascenso. Sin
embargo la superioridad de este último sólo residía en el plano ideológico,
mientras la CNT vacilaba, el PSUC tomaba la iniciativa y estaba dispuesto a
llegar hasta las últimas consecuencias.
A nivel de
la calle y de las fábricas, la supuesta superioridad del PSUC y del Front
d'Esquerres desaparecía por completo, como pronto iba a poder verse, pocas
semanas después.
Finalmente,
el día 26 de Abril, se hacía público un nuevo gabinete. Los nacionalistas de
ERC continuarían dirigiendo Finanzas (Tarradellas), Seguridad Interior
(Aiguader) y Cultura (Sbert). La CNT controlaría las consellerías de Defensa
(Isgleas), Servicios Públicos (Doménech), Economía (Capdevila), Sanidad (Abad
de santillán) y Asistencia Social (Herrera). Mientras que la UGT continuaría con Justicia (Comorera), Abastos (Miret) , Trabajo y Obras Públicas
(Vidiella). La Unió de Rabassaires mantenía Agricultura.
Con el nuevo
gabinete se formaba también un Consejo Superior de Guerra y una Comisión de
Industrias de Guerra, integrados por todas las fuerzas políticas y sindicales
(salvo el POUM). Los decretos sobre el Orden Público quedaban en suspenso. Sin
embargo, la crisis se había resuelto con un nuevo fracaso de la CNT, que se reintegraba en el nuevo gobierno sin conseguir sus principales reivindicaciones.
La crisis, lejos de haberse solucionado, preparaba otras más graves.
Los sectores
revolucionarios comprobaban como el restablecimiento de la autoridad de la Generalitat, en la que colaboraban los representantes de la CNT, iba acompañado de la liquidación progresiva de sus conquistas. De esta manera, el triunfo sobre
el ejército franquista iría también acompañada de la derrota de la revolución y
de la vuelta al régimen republicano.
El creciente
colaboracionismo de los dirigentes de la CNT, desorientados y cada vez más
aferrados a la participación en el gobierno "antifascista" como una
tabla de salvación, aunque éste estuviera llevando a cabo una política que
socabava las conquistas revolucionarias, provocó una fuerte corriente de
descontentos. La pretensión de los dirigentes de intentar nadar entre dos
aguas, no correspondía al estado de ánimo de importantes sectores del sindicato
que tenían que soportar como les eran arrebatados, uno por uno, sus logros. Los
organismos dirigentes del sindicato desarrollaban una política "centrista"
que pretendía salvar, lo mejor posible, las conquistas de Julio, sin provocar
por ello la ruptura del campo antifascista. La CNT tenía que jugar y apostar, cada vez más, por una política moderadora frente a sus propias bases. Romper el
equilibrio, significaba volver a encontrarse ante la alternativa de la toma del
poder, dilema que intentaban evitar a toda costa.
"En el interior del sindicato, se consumó un proceso de divergencia entre
una capa dirigente burocrática, que se apropiaba cada vez más en exclusiva de
la iniciativa, y unas masas ampliamente pasivas cuyos estallidos... habían de
ser reprimidos por una oligarquía sindical, que entretanto había desarrollado
sus propios intereses...".
"La <<base>> de la CNT dió muestras muy pronto de un fino sentido
para los procesos de independización de los comités superiores; hacia el final
del otoño de 1936, el descontento que hacía mella en las filas anarquistas,
llegó incluso a traducirse en un intento de levantamiento contra la propia
organización" (901).
En la prensa
libertaria, podríamos encontrar numerosas muestras del creciente malestar entre
importantes sectores de las bases. También y a raíz de este descontento,
surgirían algunos grupos que intentarían contrarrestar y modificar una orientación,
que ellos consideraban capituladora. "Los amigos de Durruti",
colectivo surgido de los núcleos de combatientes que habían abandonado el
frente, por su rechazo radical a la militarización de las milicias, tuvo
un papel destacado entre las corrientes de la oposición. Este
agrupamiento fue acusado de estar infiltrado por el POUM o por el pequeño grupo
trotskista que acababa de constituirse. También hubo intentos de expulsar a los
miembros del colectivo, de la CNT, pero fracasaron por el rechazo de la propia
militancia a este tipo de medidas represivas (902). Sin embargo, en el seno de la CNT no llegaría a cristalizar ninguna corriente importante de oposición a la política
de los organismos dirigentes, por lo que el malestar se iría traduciendo cada
vez más en desmoralización, a medida que se hacía evidente el
desmantelamiento de la revolución (903).
Joaquín
Almendros, antiguo militante socialista afiliado al PSUC y uno de los
responsables de la política militar del partido, nos ha dado algunos
valiosos testimonios sobre esta creciente oposición, que aparecía en el seno
del anarcosindicalismo.
"Abad de Santillán se mostró muy preocupado por un movimiento que se
estaba produciendo en ciertos sectores de la CNT-FAI. Esa agitación se escapaba de la <<vigilancia>> de las respectivas
direcciones...".
"...tenían colaboradores en la retaguardia... muchas fuerzas del frente
habían adquirido el compromiso formal de sacar gente de las trincheras del
sector de Barbastro y regresar a Barcelona. Según ello, era en esa ciudad donde
se tenía que decidir la lucha" (904).
Mientras la
política colaboracionista de los dirigentes y los avances de la restauración
provocaban un creciente cisma en el interior de la CNT, el ala izquierda del POUM y las Juventudes Comunistas Ibéricas criticaban la política de
su dirección, que había llevado a tan decepcionantes resultados.
A finales
del mes de Enero de 1937, el Comité Central de las JCI daba a conocer un
manifiesto en el que, bajo las siglas del partido, se exigía un giro radical
hacia la izquierda y el abandono de las reclamaciones para la reincorporación
del POUM al gobierno.
"Para salir de la situación actual, el POUM exige la disolución del
Parlamento burgués del 16 de Febrero y la convocatoria de una Asamblea
Constituyente elegida por los comités de obreros, campesinos y combatientes. El
POUM exige también la formación de un gobierno obrero y campesino y el
establecimiento de una vasta y profunda democracia obrera" (905).
El 15 de
Marzo, las JCI publicaba una nueva declaración destinada a "la juventud
combatiente obrera y campesina de todo el país". En la declaración
política, se exigía entre otros puntos: la unidad de la guerra y de la
revolución, la formación de un frente de las organizaciones revolucionarias, la
movilización de la juventud y un ejército obrero que estuviera al
servicio de la revolución (906).
Consecuencia
de esta presión, la dirección y la prensa del partido se hicieron eco de ésta e
iniciaron lo que parecía un cambio radical hacia la izquierda. A principios del
mes de marzo, la dirección del POUM se hacía una importante autocrítica:
"No hay que buscar parangones de carácter histórico. Los culpables somos
nosotros mismos, que teniendo la revolución en nuestras propias manos, nos
asustamos ante la grandiosidad del momento, y que por temor a la metralla de
los buques extranjeros cedimos en bandeja la revolución a los partidos que,
indudablemente, habían de estrangularla..." (907).
Sin embargo,
la concepción que el POUM tenía de la revolución no había cambiado. Cualquier
paso que pudiera darse en ese sentido, tendría que contar inevitablemente con
el apoyo de la dirección cenetista. Las reivindicaciones del POUM, limitadas al
campo de la propaganda política, iban destinadas a los dirigentes
anarcosindicalistas, para que corrigieran su actitud colaboracionista.
"Los obreros confederados se lanzaron a la lucha con admirable empuje, Su
formidable instinto de clase los ha llevado a una enérgica y audaz acción
revolucionaria. Pero su magnífico impulso ha quedado considerablemente
neutralizado por las concepciones tradicionales del anarquismo sobre el
poder... La rectificación de su inveterado apoliticismo les ha llevado a la
participación en los organismos gubernamentales, es decir, a la colaboración
con los partidos burgueses. Si llegasen con nosotros, a la conclusión de que la
única salida de la situación en un gobierno obrero y campesino, la revolución
estaría salvada...".
"...La correlación de fuerzas es tal que, el proletariado, en las
circunstancias actuales, puede hacerse con el poder sin recurrir a la
insurrección armada. Basta con que ponga en juego toda su fuerza organizada con
la decisión inquebrantable de llevar la revolución hasta las últimas
consecuencias" (908).
La
combinación de consignas tan contradictorias, como
"gobierno obrero y campesino" o
"Asamblea Constituyente" revolucionaria, con la reclamación de su
reincorporación al gobierno catalán sólo podía explicarse por la identificación
que el POUM hacía de ambos conceptos. El gobierno obrero y campesino se
reducía pues, a una Generalitat con mayoría CNT-FAI-POUM.
En una
situación de franco retroceso del movimiento revolucionario y de creciente
escisión de las filas anarcosindicalistas, en un momento en el que el gobierno
de la Generalitat y sus aliados anunciaban nuevos decretos que restablecían
la autoridad republicana, reforzaban sus efectivos y preparaban el
golpe definitivo contra lo que quedaba de la revolución, el POUM
sobrevaloraba y confiaba en el poder menguante de una dirección libertaria,
cada vez más entrampada en su política de compromisos.
El 4 de
Abril, el POUM daba a conocer una reelaboración de su programa: "13
condiciones para la victoria". El contenido del documento iba destinado a
los dirigentes anarcosindicalistas. El POUM no intentaba capitalizar el
malestar que existía entre las bases libertarias, sino reorientar el curso
político que habían adoptado sus dirigentes.
La
sobrevaloración que el POUM hacía del poder de la CNT hacía que sus dirigentes menospreciaran los avances de la contrarrevolución
republicana. Como si la correlación de fuerzas apenas se hubiera
modificado durante los nueve meses de guerra y revolución, el POUM continuaba
confiando que todavía era posible la toma pacífica del poder por parte del
proletariado revolucionario.
"Cuando Nin dice que hoy los obreros pueden apoderarse del poder por la
vía pacífica está diciendo algo flagrantemente contradictorio a la verdad. Ya
hoy, el poder se encuentra en manos de los altos mandos militares y de la
burocracia, aliados con los estalinistas y los anarcorreformistas. Estos
señores, en su lucha contra los obreros, se apoyan en la burguesía extranjera y
en la burocracia soviética. En estas condiciones hablar de la conquista
pacífica del poder, es abusar de uno mismo y abusar de la clase obrera".
"En el mismo discurso del 21 de Marzo, Nin dice que se quiere privar
a los obreros de sus armas, recomendando no entregarlas. Ciertamente es un
consejo juicioso. Pero cuando una clase intenta desarmar a otra, y cuando ésta,
sobre todo si es el proletariado, se niega a entregar las armas, esto
significa que la guerra civil está cerca..." (909).
El error de
Andreu Nin y de los dirigentes del POUM al confiar en la toma pacífica del
poder por los revolucionarios, estaba en que los adversarios de la revolución,
los partidarios del gobierno de la República, ya no se encontraban desorganizados como en Julio. Sus filas se habían reforzado con importantes sectores de una
pequeña burguesía, cada vez más hostil a la revolución, y no estaban dispuestos
a devolver el terreno político recuperado. El enfrentamiento definitivo, una
nueva guerra civil en el campo republicano, estaba a punto de producirse.
5.4 DEL GOBIERNO DE UNIDAD AL GOBIERNO NEGRIN.
La formación
del primer gobierno de Largo Caballero en el que estaban integrados por primera
vez, todos los partidos y sindicatos del Frente Popular, había sido un paso
importante para la restauración de la República.
El gobierno
de Giral, formado exclusivamente por personalidades republicanas,
había demostrado su incapacidad para hacer valer su autoridad
política frente a los sectores revolucionarios. El enorme prestigio del viejo
dirigente socialista convertiría al nuevo gobierno de coalición, en un
auténtico organismo de poder, capaz de intervenir en la evolución de los
acontecimientos.
"Para Azaña y Prieto como para Stalin y sus representantes en España, la
jefatura gubernamental de Caballero podía ser la garantía de que la revolución
colaborara en su propia rectificación, en la restauración del Estado
republicano democrático-burgués" (910).
Sin embargo,
el paso era claramente insuficiente. Seguía existiendo un serio obstáculo que
tenía que ser superado lo antes posible. Fuera del ámbito gubernamental y
manteniendo una actitud de recelo ante las maniobras para restablecer su autoridad,
existía el poderoso movimiento anarcosindicalista y otros grupos de menor
implantación, como era el caso del POUM.
El
anarcosindicalismo organizaba bajo sus banderas a gran parte de las milicias
revolucionarias que combatían en todos los frentes. Sus militantes y afiliados
controlaban extensas zonas del territorio republicano y, organizados en sus
sindicatos y en sus comités revolucionarios, no reconocían la
autoridad del gobierno. El problema se agravaba cuando se evidenciaba la creciente
influencia que ejercían las bases de la CNT entre los sectores más
radicalizados de la UGT y de los socialistas de izquierda. Numerosos militantes
de estas organizaciones formaban parte, junto a los libertarios, de las
colectivizaciones agrícolas e industriales que se extendían por todo el
territorio de la República. De nada habían servido hasta el momento los
llamamientos a la moderación que habían hecho los dirigentes del Frente
Popular. Siendo patente la fuerza con la que contaba el anarcosindicalismo y la
debilidad de las instituciones republicanas, los planes de restauración sólo
podían venir de la mano de la colaboración de los dirigentes cenetistas. Sin la
integración de estas fuerzas, o en el peor de los casos, sin su anulación
política, cualquier intento serio para restaurar el orden republicano corría el
peligro de fracasar.
Sin embargo,
existían síntomas de que la actitud de los dirigentes de la CNT estaba cambiando rápidamente. La entrada de los libertarios catalanes en el gobierno de la Generalitat había sido una señal inequívoca. Sólo era cuestión de tiempo para que
también se integraran en el gobierno central, sin necesidad de
tener que dar a cambio grandes concesiones. La reclamación hecha por los
cenetistas, para que se constituyera una Junta Nacional Revolucionaria, al
estilo del desaparecido Comité de Milicias de Catalunya y que debería estar
constituido por una alianza entre las centrales sindicales y los partidos
republicanos, fue rechazada.
El 4 de Noviembre,
la CNT aceptaba integrarse en el segundo gabinete de Largo Caballero. El POUM,
débilmente implantado fuera de Catalunya, y vetado por el PCE, quedaba excluido
del nuevo gobierno. Por primera vez, los planes para restaurar la autoridad del
Estado republicano contaban con una coartada política perfecta. Todas las
principales organizaciones obreras, los socialistas de izquierda y los
anarcosindicalistas formaban parte del nuevo gobierno. La reconstrucción de las
instituciones gubernamentales se arropaba detrás del prestigio político de
dirigentes populares de la talla de Largo Caballero, Federica Montseny o Juan
García Oliver, que para numerosos trabajadores simbolizaban la revolución que
estaba en marcha. Las medidas que irían dirigidas al restablecimiento del
viejo orden y a la liquidación de la revolución, podrían hacerse en nombre de
esta última, sin poner en peligro el proceso. El aval político que conllevaba
la colaboración de las principales organizaciones obreras, así lo constataba.
La prensa
anarcosindicalista publicó la noticia de la integración, desdibujando el
carácter del gobierno que acababa de formarse y presentándolo con una supuesta
nueva naturaleza, que habría sido causada por la guerra y la revolución.
"El gobierno, en la hora actual, como instrumento regulador de los órganos
del Estado, ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase
trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la
sociedad en clases. Y ambos dejarán de oprimir al pueblo con la intervención en
ellos de elementos de la CNT. Las funciones del Estado quedarán reducidas, de
acuerdo con las organizaciones obreras, a regularizar la marcha de la vida
económica y social del país, y el gobierno no tendrá otra preocupación que
la de dirigir la guerra y coordinar la obra revolucionaria en un gran plan
general" (911).
Repentinamente, como por arte de magia, los dirigentes cenetistas declaraban
que el Estado había dejado de ser un organismo de opresión de una clase sobre
otra, tal como lo había caracterizado tradicionalmente el
anarcosindicalismo, para convertirse en un organismo de naturaleza neutral.
El nuevo
Estado se dedicaría a las tareas de organización de la guerra y de la
revolución. Poco importaba que las organizaciones del Frente Popular, incluida
su ala izquierda, el largocaballerismo, se mostraran públicamente partidarios
de restablecer, con algunos retoques, el viejo orden republicano. La presencia
de los ministros de la CNT constituía el elemento clave que cambiaba la
naturaleza del Estado republicano y que aseguraba que éste no se desviaría de
sus tareas revolucionarias. La optimista declaración de "Solidaridad
Obrera" no podía ocultar la profunda inquietud que sentían importantes
sectores del movimiento libertario.
"La entrada en el gobierno, el 4 de Noviembre, abrió una nueva brecha
entre la dirección de la CNT y sus militantes, brecha que nunca se
cerró...".
...
"La base de la CNT no compartía esta actitud de colaboracionismo pesimista;
no estaban todavía defraudados de su revolución. Si los enemigos la asediaban,
lo último que el movimiento podía hacer era dirigir, desde el gobierno, el
desmantelamiento del sistema de milicias" (912).
Sin embargo,
la debilidad de los sectores revolucionarios anarcosindicalistas era que
carecían de una política alternativa al curso colaboracionista que habían
adoptado sus dirigentes.
Mantenerse
en la oposición sin tomar el poder, significaba tener que soportar la creciente
presión de sus adversarios del Frente Popular. El historiador libertario José
Peirats ha opinado que sólo una minoría de militantes protestó desde los
primeros momentos, contra lo que constituía una flagrante traición a los
principios del anarcosindicalismo. La mayoría de los afiliados,
desorientados por la dinámica que iban adoptando los acontecimientos, aceptaron
los hechos, "afectados de cierto fatalismo" (913).
En las filas
del POUM, Juan Andrade, había comprendido la naturaleza política del primer
gabinete de Largo Caballero y lo había catalogado como "el gobierno de la
contrarrevolución".
Considerado
como una crítica demasiado radical, el Comité Ejecutivo del partido le prohibió
que siguiera escribiendo los editoriales de "La Batalla" (914). La crítica del POUM al primer gobierno de Largo Caballero era sin
embargo, mucho más moderada, y se centraba en la correlación de fuerzas que
existía en el seno del gabinete, considerándola desfasada por completo, con
respecto a la situación revolucionaria existente.
"Según nuestras noticias se va a la constitución de un gobierno de Frente
Popular, con la participación de Unión Republicana, de la Esquerra de Catalunya, del Partido Socialista e incluso del Partido Comunista. No cabe duda
alguna que semejante gobierno marca un paso hacia adelante con respecto al
gobierno simplemente republicano burgués de Giral; ¿pero está a la altura de
las circunstancias?, ¿responde a la nueva situación creada por los
acontecimientos?, de ninguna manera" (915).
Tan solo dos
días después de formado el primer gabinete de gobierno, el periódico "La Batalla" lo había definido como una salida contrarrevolucionaria. El POUM había
reclamado en sus editoriales, la formación de un gobierno revolucionario, que
debería formarse a partir de la elección de representantes obreros, campesinos
y milicianos (916).
La entrada a
principios de Noviembre incondicional de la CNT en el segundo gabinete de Largo Caballero encontró al POUM completamente descolocado. El nuevo gobierno
central fue definido como una alianza entre los representantes de la pequeña
burguesía republicana con los partidos y las centrales sindicales
obreras, pero que, a diferencia del Consell de la Generalitat de Catalunya, la influencia revolucionaria en el segundo caso era más intensa que
en el primero, donde predominaban las tendencias pequeño burguesas (917).
¿Cuáles eran las diferencias existentes entre el gobierno catalán y el
republicano central?, desde la óptica del poumismo, en el programa político, en
la influencia que detentaban los representantes de la CNT y también en la incorporación del POUM.
"El gobierno de Valencia es un gobierno de formación social
fundamentalmente igual al nuestro. Pero este gobierno padece de un defecto
fundamental. El de ser un gobierno que no tiene programa. Así como el de
Catalunya hizo público un programa, el gobierno de Valencia es un gobierno de
guerra en el cual predomina la política del partido socialista y de los
partidos pequeñoburgueses, y naturalmente el problema del poder se plantea en
términos más agudos que en Catalunya" (918).
En lo que
respecta a las diferencias que existían entre ambos gobiernos, el POUM
sobrevaloraba la condición programática, menospreciando, en cambio, las
instituciones en las que éstos estaban basados.
El programa
político, asumido por el gobierno de la Generalitat, lo había sido por la necesidad de integrar a las organizaciones libertarias y poumistas en el nuevo
gabinete.
En los meses
posteriores y, a medida que los planes del PSUC y del Front d'Esquerres iban
tomando forma, el programa defendido por el POUM quedaba desechado. El poumismo
olvidaba que más importante que el programa político del gobierno, era la
voluntad política de éste para hacerlo cumplir. El programa revolucionario sólo
podía ser llevado a cabo, a partir de un gobierno que realmente hubiera estado
apoyado en los organismos y en los sectores sociales que estaban
interesados en que se cumpliera.
Tanto el
gobierno autónomo catalán como el de Valencia, con o sin el programa
revolucionario defendido por el POUM, coincidían en sus objetivos: arrinconar
al movimiento revolucionario y restablecer de nuevo el orden republicano.
Tampoco era correcta la caracterización que el poumismo hacía de ambos
gobiernos. Lo que estaba sucediendo no era ninguna alianza política entre la
pequeña burguesía republicana y las organizaciones del movimiento obrero.
Ambos gobiernos -a pesar de la inclusión de la CNT-FAI, y en el caso catalán también del POUM-, entraban en el ámbito del Frente Popular, es
decir, una coalición de los partidos y sindicatos obreros con los
representantes del republicanismo (es decir, con los defensores de una de las
formas posibles de modernización del capitalismo español).
"La función de Azaña, de Companys, etc. está erróneamente caracterizada.
Estos señores no son la pequeña burguesía. La verdadera pequeña burguesía,
arruinada, desclasada, es el campesinado, los artesanos, los empleados. Azaña y
sus semejantes son los explotadores políticos de la pequeña burguesía en
provecho de la grande. Permanecen en el campo de las masas populares haciendo
el papel de espantapájaros. Y los gorriones son los dirigentes socialistas, reformistas
y ¡ay! poumistas" (919).
Efectivamente, desde el punto de vista del POUM, el Consell de la Generalitat era un gobierno débil e incapaz para imponer un orden de transición hacia
un auténtico gobierno revolucionario (920). Sin embargo, el poumismo volvía a
equivocarse. La caracterización política de la que hacemos referencia fue
desarrollada en el Comité Central Ampliado del POUM en Barcelona,
celebrado entre los días 12 y 16 de Diciembre. En las mismas fechas su representante
en la Generalitat, su secretario Andreu Nin, era expulsado del gabinete. La
debilidad de ambos gobiernos había desaparecido en el momento en el que los
libertarios y los poumistas habían pasado a formar parte de ellos. Serían
esos gobiernos "débiles", los que, en los meses posteriores, se
encargarían de disolver los comités y la obra que había surgido de la
revolución.
La línea
política desarrollada por el gobierno autónomo catalán y por el de Valencia no
apuntaba al socialismo, sino todo lo contrario, hacia la restauración de una
República burguesa de corte parlamentario.
Apenas dos
días después de que los representantes de la CNT entraran a formar parte del segundo gabinete de Largo Caballero, el gobierno en pleno abandonaba
precipitadamente la capital madrileña, asediada y sometida a la amenaza de la
entrada inminente de las tropas franquistas.
"En la primera reunión de Consejo de Ministros de su segundo gabinete,
Largo Caballero planteó el problema de la evacuación de Madrid. Después del
desastre de Talavera entendía el presidente del Consejo que era grave
responsabilidad para la defensa de la República que el gobierno estuviera en lugar tan vulnerable" (921).
Los nuevos
ministros anarcosindicalistas amenazaron con la dimisión si se abandonaba
Madrid. Sólo el PCE apoyó públicamente la marcha, argumentando que
el nuevo gobierno no podía ejercer su mandato, desde una ciudad que
estaba sitiada y que podía caer en cualquier momento en manos del enemigo.
Finalmente el gabinete aceptó abandonar la capital para desplazarse a Valencia,
que pasaría a ser la nueva sede del gobierno republicano. El abandono de Madrid
fue interpretado por la militancia de las organizaciones obreras, como
una traición que fomentaba la desmoralización y el espíritu derrotista entre
los defensores de la capital. Sin duda alguna, la caída de Madrid hubiera sido
decisiva en el curso de la guerra, habría facilitado el reconocimiento
diplomático del gobierno de Burgos y habría aislado todavía más a la República. En plena huida hacia Valencia, varios de los integrantes del nuevo gobierno fueron
detenidos en la población de Tarancón, por las fuerzas milicianas de la CNT, que estaban comandadas por Cipriano Mera, que pretendieron obligarles a regresar a
Madrid.
"El incidente tragicómico de Tarancón no se explica solamente por la
indisciplina notoria de los anarquistas: la actitud de los milicianos de la CNT correspondió a un estado de ánimo muy difundido en Madrid, donde, más que en otras partes,
los obreros habían puesto su confianza en el gobierno y aceptado su disciplina.
El 9 de Noviembre veían huir a sus expertos <<resignados>> a la
derrota, mientras que no se había intentado siquiera una movilización en masa
para la defensa a toda costa de la capital... A juicio de los militantes,
socialistas, comunistas y anarquistas, la batalla no se había perdido
todavía" (922).
En las
tareas de defensa y administración de la capital, el gobierno delegó, el 6 de
Noviembre, sus funciones, en una Junta de Defensa, que estaría presidida por el
general Miaja, un militar con una carrera militar mediocre. Sin duda
alguna, el derrotismo y la desmoralización empezaban a hacer mella en el
gobierno y entre el funcionariado de la administración (923). La recién creada
Junta de Defensa sería el organismo que debería negociar la rendición de
la capital madrileña (924). El nuevo organismo quedaría integrado por dieciocho
delegados que representarían a todas las organizaciones del Frente Popular y
a la CNT. Vetado por el Partido Comunista, el POUM quedaría excluido de la
junta.
"Cuando el gobierno se marchó, nos sentimos traicionados. La gente hablaba
abiertamente por las calles diciendo que el enemigo estaba ya en Carabanchel.
Todo el mundo esperaba que de un momento a otro tomase la ciudad. Pero no la
tomaron. El clima empezó a cambiar..." (925).
Una vez que
el gobierno central y los estados mayores de los partidos y sindicatos hubieron
abandonado la capital, los comités revolucionarios volvieron a la escena
política y recobraron la perdida vitalidad que habían tenido durante las
primeras semanas de la guerra. Espontáneamente apareció, por toda la geografía
de la ciudad, una multitud de comités de barrio, de calle e incluso de edificio,
que se encargarían de velar por la vigilancia contra los simpatizantes de los
sublevados (926).
Los partidos
y sindicatos obreros transformaron la defensa de Madrid en una de las
principales tareas de su política militar. La resistencia de la capital
quedaba atada directamente a la capacidad militar de la revolución para
sobrevivir contra sus enemigos. Las organizaciones reforzaron con nuevos
contingentes armados las columnas de combatientes que defendían la
capital. Los suministros y los asesores soviéticos empezaron a
llegar sin dificultad y en grandes cantidades a Madrid. También durante el mes
de noviembre las defensas serían reforzadas con la llegada de los primeros
contingentes de las brigadas internacionales.
En la defensa
de Madrid fueron utilizados todos los métodos revolucionarios que habían sido
rechazados por el gobierno en otras zonas del frente. La población madrileña
fue organizada y movilizada masívamente en las tareas de vigilancia y
construcción de defensas de la ciudad. Aunque muchos de estos trabajos tenían
un escaso valor defensivo, servirían para electrizar a la hasta hacía poco
desmoralizada población madrileña (927).
Sin duda
alguna, el clima creado con el arrebato popular fue una de las causas
fundamentales que explican la defensa encarnizada que se hizo de la capital, el
giro radical de la moral de los defensores y el fracaso de la ofensiva militar
de las tropas franquistas. Finalmente el 22 de Noviembre, después de intensos
combates y de fuertes pérdidas por ambos bandos, la ofensiva quedaría
definitivamente detenida en los arrabales de Madrid.
La actividad
revolucionaria de los comités sólo sería de nuevo interrumpida, unas semanas
después, a finales del mes de Noviembre, cuando se hizo patente que Madrid no
iba a caer de forma inminente en manos de los franquistas (928). A partir de
ese momento, la política del gobierno se encaminaría a recuperar el control que
había tenido de la ciudad, antes de abandonarla.
"La Junta, por decreto, retiró todas las atribuciones que había dejado en
ese período decisivo a los comités populares y a los de las
organizaciones" (929).
A medida que
los comités revolucionarios volvían a desaparecer de la escena política, la Junta de Defensa de Madrid incrementaba su autoridad política sobre la capital (930).
Gracias a la
fuerte influencia que el PCE ejercía sobre la Junta de Defensa (el general Miaja y otros miembros que ocupaban puestos claves en ella, eran miembros del
partido) pudo extender su control sobre la ciudad.
Desde
Valencia, el gobierno de Largo Caballero inició con la reciente y valiosa
incorporación del anarcosindicalismo, los pasos necesarios para la
consolidación de su autoridad política. Sin embargo, para ello primero era
necesario dotarla de un brazo armado que fuera fiel a sus directrices y
domesticar también al movimiento revolucionario:
"Efectivamente, realizó lo que Giral y Prieto no habían podido hacer antes
que él: al rejuvenecer las instituciones del Estado mediante la legalización de
algunas conquistas revolucionarias, la incorporación de los organismos y de los
hombres del poder revolucionario, llegó a salvarlos y a realizar esta empresa
dificilísima: la recuperación del control de todos los grupos armados por parte
del Estado republicano, la creación de un ejército y de una policía, en una
palabra, la instauración de un poder único y fuerte bajo la égida de la República y que, sin embargo, a juicio de la mayoría de los obreros revolucionarios, era su
poder, el <<poder popular>>. Su hazaña consistió en haber liquidado
el <<doble poder>>, dejando la impresión de que consagraba su
victoria: la presencia, a su lado, de García Oliver y de Juan López que habían
encarnado el poder revolucionario en Catalunya y en Levante, parecían
garantizar el carácter revolucionario de sus intenciones" (931).
A pesar de
su claro predominio, los socialistas de izquierda, sin un programa político que
le permitiera encauzar la revolución y dirigirla hacia sus objetivos, perderían
la iniciativa en manos de los sectores más decididos. A medida que las
presiones del Partido Comunista, de los republicanos y del ala moderada del
socialismo iban cobrando fuerza, la política del gobierno de Largo
Caballero se amoldaba progresivamente a ellas.
"Reflejando la voluntad de las masas proletarias, se proponían preservar
el contenido socialista de la revolución, pero no contaban ni con un programa,
ni con una táctica para luchar eficazmente por él en la complejísima situación
de la guerra civil. Pretendían asumir el papel rector dentro del bloque
político obrero-republicano, y en la práctica iban a remolque del Partido
Comunista en unas cuestiones, o del anarcosindicalismo en otras (932)".
Largo
Caballero y los dirigentes del socialismo de izquierdas, a pesar de ser
mayoritarios en el gobierno y de contar con inmensas simpatías entre los
trabajadores fueron arrastrados por la coalición del ala derecha del Frente
Popular (PCE-socialistas moderados-republicanos). Francia, Gran Bretaña y todo
el mundo capitalista (democrático o no) no estaban dispuestos a tolerar que la
economía de la República continuara expropiada y bajo el control de los
trabajadores. Si los sectores izquierdistas no estaban dispuestos a proseguir
con el proceso revolucionario, tendrían que amoldarse forzosamente a las
presiones y colaborar en la reconstrucción del viejo orden republicano.
Durante el
proceso de restauración de la autoridad del gobierno central, las diferentes
Juntas territoriales que existían en la zona republicana se irían
disolviendo progresivamente, para ser sustituidas por los organismos de
la nueva administración republicana. El hecho de que en la mayor parte de
éstas, los socialistas fueran mayoritarios facilitó las tareas de disolución,
para un gobierno que estaba presidido por el líder con mayor prestigio del
partido, y donde los representantes socialistas eran mayoritarios. El poder del
gobierno republicano central sólo quedaría en entredicho en aquellos
territorios donde el movimiento libertario seguía siendo hegemónico: Catalunya
y Aragón.
En la región
aragonesa, el vacío político causado por la sublevación militar y la
reconquista de una parte de su territorio por las milicias revolucionarias
catalanas, predominantemente anarcosindicalistas, permitió a los
libertarios aragoneses plantearse la organización del nuevo orden
revolucionario. La profundidad de la revolución en Catalunya influyó de forma
decisiva, en la obra y en las perspectivas de la CNT aragonesa. El
espacio cedido por las desaparecidas instituciones republicanas fue ocupado por
una multitud de comités revolucionarios que organizaron la vida cotidiana de
los territorios recién liberados. A finales del mes de Septiembre, una asamblea
de delegados de los comités revolucionarios de la región, reunida en la
población de Bujaraloz decidía la constitución de un organismo central que
debería coordinar sus esfuerzos y poner fin a los excesos cometidos por las milicias
catalanas. A mediados del mes de Octubre se reunía por primera vez el Consejo
de Defensa de Aragón en la localidad de Fraga.
La nueva
Junta territorial chocó con la hostilidad del gobierno de la Generalitat y de las organizaciones izquierdistas catalanas. La misma CNT consideró que la
formación del Consejo de Defensa había sido un acto unilateral, que no había
sido aprobado por la organización confederal (933). El POUM también criticó su
constitución, al considerar que en las circunstancias del momento, la nueva
Junta sólo podía suponer un obstáculo a la labor de las milicias y al
funcionamiento de la economía (934). Dentro de la región aragonesa, la
totalidad de las organizaciones del Frente Popular se mostraron contrarias al
nuevo organismo de poder y abogaron por la reconstrucción de la administración
republicana. En un clima de franca hostilidad y de aislamiento, el Consejo de
Defensa de Aragón estaría formado, desde los primeros momentos, tan solo por
representantes de la CNT, lo que le valdría las acusaciones de sus adversarios
de "dictadura" y de "cantonalismo" (935).
"Los anarquistas aragoneses no tardaron pues en percatarse de los
problemas planteados por su conducta desenvuelta. Se apercibieron de que para
poder mantenerse les hacía falta conseguir a cualquier precio el
consentimiento, incluso la aprobación de la Generalitat, de la Confederación y de las diversas formaciones políticas" (936).
Simultáneamente a la entrada de los anarcosindicalistas en el gobierno republicano
central, y pocas semanas después de haberse integrado en el de la Generalitat de Catalunya, el Consejo de Defensa de Aragón intentó obtener su
reconocimiento político, declarando su "absoluta identificación con el
gobierno de la República" (937). Una negativa de Largo Caballero
habría provocado una grave crisis política en el recién creado gabinete y
habría puesto en peligro el proceso de integración del anarcosindicalismo. Era
necesario pues, proceder con cautela y neutralizar los resabios revolucionarios
de la junta aragonesa por otros medios, aprovechando la buena actitud que
estaban demostrando sus miembros, presionados por el curso colaboracionista que
había adoptado la CNT estatal.
"El presidente del gobierno, Largo Caballero, y el jefe del estado, Azaña,
no se mostraron en desacuerdo con la idea de un gobierno regional, pero
pidieron la inclusión en él de todas las organizaciones del Frente Popular. El
Consejo de Aragón debía ejercer las funciones de los gobernadores civiles y de
las diputaciones provinciales..." (938).
El Consejo
de Defensa de Aragón acabó por convertirse, sin desearlo, en la principal
promotora de la reconstrucción de las instituciones republicanas en la región. La Junta territorial sería reconocida oficialmente el 23 de Diciembre, con la oposición de
los comunistas. El anarcosindicalista Joaquín Ascaso, presidente del Consejo,
fue nombrado por Largo Caballero "gobernador general de Aragón". De
esta forma, y mediante una hábil maniobra, el máximo representante de los
revolucionarios aragoneses se convertía también en la máxima autoridad de la República en la región. La
legitimación de la República entre los sectores revolucionarios había dado un
paso decisivo.
La nueva
Junta contaría con representantes de todas las organizaciones que formaban
parte del gobierno central y que contaban con presencia en la región. Izquierda
Republicana ocuparía los departamentos de Hacienda y Justicia; la
UGT contaría con Cultura y Obras Públicas; el PCE dirigiría Sanidad
e Industria y Comercio; mientras que otra organización que sin formar parte del
gobierno, lo apoyaba, el Partido Sindicalista, tendría el cargo honorífico de
Secretario General; la CNT seguiría dirigiendo los departamentos más importantes,
Presidencia, Información y Propaganda, Orden Público, Agricultura, Trabajo,
Transporte y Comunicaciones, y Economía, y Abastecimientos.
A pesar del
predominio anarquista, la política del gobierno, encaminada a reconstruir la
autoridad de las instituciones republicanas en la región estaba en marcha.
"Tras haber querido ser más revolucionarios, más radicales que nadie, los
anarquistas aragoneses reconocían la autoridad del gobierno central, inclinaban
la cabeza bajo el yugo del estado y se amoldaban a su marco" (939).
El Consejo
de Defensa de Aragón fue disuelto el 19 de Agosto de 1937, por el sucesor de
Largo Caballero en el gobierno, Juan Negrín, que representaría el triunfo
definitivo de la contrarrevolución republicana sin paliativos. Una vez
liquidado el movimiento revolucionario que había sustentado al Consejo de
Defensa, ya nadie opondría resistencia a la entrada de las columnas armadas de
Lister. Joaquín Ascaso sería finalmente depuesto y sustituido por el
republicano y simpatizante del PCE, Mantecón, que ordenaría la inmediata
disolución de las colectividades aragonesas y de los restos de los organismos
revolucionarios.
La entrada
de los anarcosindicalistas en el segundo gobierno de Largo Caballero conseguía
que, salvo el minoritario POUM, todas las organizaciones antifascistas
pertenecientes al Frente Popular o situadas a su izquierda, estuvieran
integrados en él.
El proyecto
del Frente Popular, para la reconstrucción del Estado republicano, iniciaba una
dinámica que nadie estaba seriamente dispuesto a frenar. Los mismos
libertarios, hostiles a cualquier forma de estado, ahora se mostraban
dispuestos a colaborar en la reconstrucción de la República, a cambio de que las conquistas revolucionarias fueran respetadas. Los
dirigentes de la CNT creían ingenuamente que podrían aprovechar la
extraordinaria fuerza del movimiento libertario para conseguir una tregua con
la contrarrevolución republicana, compromiso que tendría que mantenerse hasta
que el peligro franquista estuviera definitivamente superado. Los cenetistas,
obligados a escoger entre la defensa de las conquistas revolucionarias,
dinámica que los colocaba continuamente ante la necesidad de tomar el
poder, y una colaboración que los obligaba a ir cediendo a las presiones de sus
aliados en aras de la unidad antifascista escogerían el segundo
camino, con la esperanza de salvar lo máximo posible del naufragio en el que se
encontraban.
Sin embargo,
sería un error considerar que al Frente Popular como un bloque político
homogéneo. En realidad, en su seno se escondían proyectos muy distintos e
incompatibles entre si. Lo único que les unía era el convencimiento de que la
revolución tenía que ser detenida a toda costa.
Los
republicanos y el sector más moderado del Partido Socialista, los partidarios
de Indalecio Prieto, consideraban que la revolución tenía que ser liquidada y la República restaurada. Era necesario continuar con el proyecto republicano de
modernización del capitalismo español y para eso había que terminar cuanto
antes con la guerra. Entre los republicanos de izquierda, el temor al
movimiento revolucionario era mucho mayor que el que podían sentir hacia el
ejército de Franco. Con los partidarios de la sublevación se podía negociar,
con la revolución no. De hecho, durante toda la contienda, los contactos entre
el sector moderado del Frente Popular y los militares sublevados fueron
numerosos (940). Sin embargo todas las negociaciones fracasarían ante los dos
grandes obstáculos: la intransigencia de los sublevados, que exigían la
rendición inmediata y sin condiciones de la República, y un movimiento revolucionario que no estaba dispuesto a ser sacrificado en aras
al entendimiento entre sus adversarios (941).
"Pero Azaña también sabía muy bien lo que quería, y desde luego no era
ganar la guerra en condiciones tales que el Partido Comunista obtuviera la
hegemonía y quedara despejado el camino hacia la dictadura del proletariado.
Como demuestran con absoluta seguridad sus Memorias, su objetivo era la
restauración de la república del 14 de Abril, y su táctica servirse en una
primera fase del Partido Comunista como dique frente al caballerismo y el
anarcosindicalismo, para luego en una segunda fase, reducir a la impotencia al
Partido Comunista (aprovechando que la primera fase le había enfrentado con los
núcleos mayoritarios del proletariado revolucionario). La línea de Prieto, y la
del mismo Negrín, fue análoga" (942).
En estas
condiciones tanto los partidarios de Prieto como los republicanos de izquierdas
necesitaban someter la revolución y restaurar un poder republicano fuerte,
desde el que poder negociar las condiciones de la paz, con Franco y los
sublevados. Esto los convertía, aunque sólo fuera en la primera etapa, en
firmes aliados del PCE-PSUC.
El Partido
Comunista, fiel a las directrices ordenadas por la Komintern, defendía contra viento y marea, la caracterización democrático burguesa de la
revolución española. Los dirigentes estalinistas tenía como
objetivo principal de su política internacional, establecer una alianza con las
grandes potencias capitalistas "democráticas", Francia y Gran
Bretaña. La defensa de la naturaleza socialista de la revolución española
habría significado un golpe mortal a la política de compromisos del
Kremlin y desde la óptica estaliniana, habría aislado todavía más a la URSS frente a la creciente amenaza nazi-fascista (943).
Sin embargo
también ésta cuestión era el eje de las diferencias que existían entre los
republicanos burgueses, los socialistas moderados y los comunistas. La política
del PCE-PSUC consistía en devolver la revolución española al redil republicano
del que, desde su óptica, nunca debería
haber salido. Pero también lo era, evitar cualquier compromiso posible
entre la República y el ejército de Franco, que dejaría al PCE en la
cuneta. Era necesario que la República alcanzara la victoria sobre los militares sublevados, y si esto no era posible, prolongar la resistencia hasta que
estallase el inevitable conflicto internacional que se avecinaba.
Desde esta
perspectiva, el Partido Comunista se situaba como el principal valedor de la
tesis de que primero era necesario ganar la guerra, y de que sería la victoria
la que abriría con posterioridad y en un futuro indeterminado, las puertas de
la revolución socialista.
"Una vez ganada la guerra, se podría pasar a la etapa siguiente, hasta
llegar a la dictadura del proletariado. Pero para ganar la guerra lo decisivo
era conservar la alianza antifascista, tanto a escala nacional como
internacional. Lo que exigía no proponerse de momento objetivos socialistas en
España, corregir los <<excesos>> de la revolución, e incluso
acentuar las concesiones a los republicanos burgueses y socialistas reformistas
para ver si de esa manera Blum se resolvía a ayudar a la república
española" (944).
El Partido
Comunista, atado sólidamente a la política de la Komintern, y controlado por los hombres de confianza de ésta, se había convertido en
una curiosa combinación de partido obrero conservador, que competía en su
derechismo con los mismos republicanos y con los partidarios de Prieto. La
combinación de la moderación política con el grado eficacia en su lucha contra
los sectores revolucionarios convertiría al PCE, durante todo este período, en
el polo de referencia para las clases medias del campo y de la ciudad. Entre
los meses de Julio de 1936 y Marzo de 1937, el PCE pasó de los 30.000 a los 250.000 militantes, procedentes en su mayor parte de estos sectores sociales (945).
Sin embargo,
el rumbo conservador del Partido Comunista, haría nacer el creciente
descontento entre los sectores más radicalizados de sus propias filas. El
malestar arraigaría en importantes sectores de las Juventudes Socialistas
Unificadas, que se sentirían traicionados en sus ideales políticos. A finales
del mes de Marzo, la organización juvenil asturiana, dirigida por su secretario
general, Rafael Fernández, rompió con el PCE y con sus Juventudes, después de
denunciar que su línea política tenía que ver con cualquier cosa, menos con el
marxismo (946). Para atenuar las críticas, la caracterización "democrático
burguesa" que se hacía de la revolución española, se transformó en
palabras de José Diaz, en la lucha por una "República democrática y
parlamentaria de un contenido social como no ha existido nunca" (947). En
realidad, ambos conceptos políticos no se diferenciaban más que en la retórica
utilizada, en este segundo caso, para acallar a los sectores descontentos.
En cualquier
caso, el objetivo del Partido Comunista, simbolizado en la conocida
frase: "Primero ganar la guerra, después ya haremos la revolución",
no podía ser la revolución de los comités. Un Estado obrero en España no
figuraba en los planes de la política internacional de los gobernantes del
Kremlin. Por lo tanto, el carácter socialista de la revolución española estaba
vedada para el PCE.
"... el objetivo número uno de la política soviética era consolidar la
alianza militar con Francia y llegar a un entendimiento con Inglaterra. Pero ni
la Francia burguesa de Blum, ni la Inglaterra conservadora de Chamberlain, podían admitir la victoria de la revolución proletaria en España. Contribuir a
su victoria significaba para el gobierno soviético, ir a la ruptura con ambas
potencias. La única posibilidad aparente de conciliar la <<ayuda a
España>> con los citados objetivos de la política exterior soviética era
que el proletariado hispano no fuera más allá de lo que en último extremo podía
ser admisible para la burguesía francoinglesa. Y lo más que ésta podía aceptar
es que en España existiese una república parlamentaria, democrática,
antifascista, frentepopulista incluso, todo a la izquierda que se quiera,
pero... ¡burguesa!" (948).
Un Partido
Comunista incondicional y fuertemente controlado por los agentes de la Komintern (la correa de transmisión internacional de los intereses del estalinismo) sólo
hubiera podido plantearse seriamente la salida revolucionaria, mediante la
ruptura política con el Kremlin y con la III internacional. Con las
condiciones que existían en el seno del PCE, esto era imposible.
"En líneas generales, puede decirse que el PC de España y el Partido
Socialista Unificado de Catalunya desempeñaron, durante la guerra civil, el
papel de simples comparsas de la Komintern y la NKVD. Las decisiones del PC español eran tomadas por el Buró Político, en cuyas sesiones
estaban siempre presentes los agentes de Moscú: Codovila, Togliatti, Stepanov,
Gueré, Marty y otros" (949).
Aparentemente, el largocaballerismo se encontraba en la cúspide del poder
político. Tanto los sectores moderados del Frente Popular, como el mismo
anarcosindicalismo se veían arrastrados por su prestigio y por sus iniciativas
políticas, mientras que los socialistas de izquierda controlaban los
principales ministerios en el gobierno. Sin embargo, la realidad era otra.
"Su tarea inmediata será la de levantar el prestigio de las instituciones republicanas
y de infundir vida nueva al Estado, haciendo posible así llevar a cabo lo que
los Gobiernos anteriores habían sido incapaces de hacer: militarizar las
milicias, reorganizar los cuerpos armados, controlarlos desde el Gobierno y, a
la vez, desarmar la retaguardia. No fue difícil encontrar la consigna: la
necesidad de disciplina y de un mando único a manera de respuesta a los
reveses de la guerra; ante todo, la necesidad de continuar la lucha y de ganar
la guerra por sobre cualquier otra consideración" (950).
A lo largo
de su trayectoria gubernamental, la corriente largocaballerista iría adaptando
sus criterios a los sectores más activos del gobierno. La línea de la Izquierda Socialista zigzagueó entre las posiciones del anarcosindicalismo y las del PCE
(951).
Sin embargo,
en pleno proceso restaurador y frente a una CNT cada vez más confundida, sería
el Partido Comunista, la organización que mejor conseguiría capitalizar la
política del gobierno de Largo Caballero. Lo que aquí nos interesa destacar, en
cualquier caso, es la rápida evolución que sufriría una Izquierda Socialista
empapada de lo que algunos han caracterizado como "reformismo
radical" (952).
El prestigio
político de Largo Caballero entre los trabajadores, lo convertían en un
compañero de viaje imprescindible para el ala derechista del Frente Popular. El
viejo dirigente socialista había puesto todas sus esperanzas de victoria
en conseguir la intervención armada de Francia y Gran Bretaña a favor de la República. Pero para ello era necesario demostrar antes a las potencias democráticas, que no
iba a ser la revolución la que iba a capitalizar la ayuda. La Izquierda Socialista se volcó en la tarea de moderar y contener al movimiento
revolucionario que los había llevado al gobierno. Pero los dirigentes
caballeristas eran conscientes de que había sido su gran influencia en el
movimiento revolucionario el que les había permitido desplazar a los
republicanos y a los partidarios de Prieto de la cúspide del gobierno. Un
proceso restaurador que llevara hasta sus últimas consecuencias, que
consiguiera la liquidación del movimiento revolucionario, debilitaría
seriamente las bases de su poder y permitiría a sus adversarios, los sectores
moderados del Frente Popular, desplazarlos del gobierno.
"Largo Caballero, al ponerse a la cabeza del gobierno, había creído que su
sola presencia lo garantizaría contra todo riesgo de evolución hacia la derecha
y que, en todo caso, España seguiría siendo una <<república de trabajadores>>.
Pero al hacer esto se había encerrado en un marco que ya no era el marco
revolucionario. La política de Francia, de Inglaterra, de la URSS, que había elegido no desagradar para evitar el aislamiento del país, se convirtió en
uno de los factores primordiales de su política interior, que determinaba
inclusive la concepción de la política de la guerra" (953).
Largo
Caballero y el resto de dirigentes de la Izquierda Socialista pretendían mantener el nuevo equilibrio del poder político, que
les permitiría conservar su predominio en el gobierno. Pero para ello era
necesario mantener la correlación entre las fuerzas que se situaban a su
derecha e izquierda, hasta conseguir el triunfo sobre los sublevados.
Sin embargo,
el inestable equilibrio se desplazaba irremediablemente hacia el sector que
llevaba la iniciativa política y que tenía más claramente definidos sus
objetivos.
"La autoridad de Largo Caballero sobre los obreros permitió realizarla con
la apariencia de una transacción con la revolución. Pero el Estado restaurado
manifestó cada vez más una tendencia a romper con la revolución y a
combatirla... Y, en este camino, Largo Caballero habría de ser, en lo sucesivo,
un obstáculo" (954).
Desde este
punto de vista, el PCE había apoyado la política de Largo Caballero, en tanto
en cuanto ésta favorecía sus expectativas. El prestigio del dirigente
socialista y sus buenas relaciones con la CNT, permitirían desarrollar una política de reconstrucción del Estado republicano que le había estado vedado a
cualquier otro gobierno. La militarización de las milicias, la constitución
del comisariado, la reconstrucción de los aparatos policiales, el
restablecimiento de los cuerpos de funcionarios de la antigua administración,
fueron pasos fundamentales en la reconstrucción de la República que serían eficazmente aprovechados por el Partido Comunista para consolidar su
creciente influencia.
"La reconstrucción del Estado español en 1937 obedece al juego combinado
de diversos factores, pero su fuerza dinámica ha sido la acción del Partido
Comunista" (955).
Durante todo
este período, el PCE llevaría a cabo una eficaz campaña de infiltración en el
reconstruido aparato del Estado republicano, que le permitiría influir de forma
decisiva en el período posterior a la guerra y a la revolución. Los suministros
procedentes de la URSS, las brigadas internacionales y su capacidad para
organizar centralizada y disciplinadamente a las milicias, convirtieron
al PCE en un poderoso polo de atracción para los militares profesionales, para
los funcionarios de la nueva administración e incluso para numerosos cuadros
socialistas que estaban cada vez más descontentos con la errática trayectoria
de su partido. Sería en estos estamentos, donde su influencia política se
extendería rápidamente.
"Domesticadas la CNT y la izquierda socialista, liquidados los comunistas
<<heterodoxos>> del POUM, el PCE se convirtió en la fuerza
hegemónica dentro del campo republicano. Sus orientaciones políticas pasaron a
ser las del gobierno, es decir, su política de partido se convirtió en la
política gubernamental sin necesidad de monopolizar formalmente el poder. Los
demás partidos fueron cediendo en sus posiciones hasta llegar a convertirse en
auxiliares de la política comunista. Pero este poderío no fue obra de una labor
de convencimiento ideológico sino que estuvo basado en un fuerte soporte
organizativo. El PCE edificó una fuerte infraestructura organizativa,
penetrando y controlando los principales aparatos del estado" (956).
Efectivamente, la política del PCE se encaminó desde los primeros momentos, no
sólo a participar en la reconstrucción del viejo aparato de Estado republicano,
sino también a controlar los resortes más importantes de éste. Aprovechando el
prestigio conseguido con la organización del Quinto Regimiento y la llegada de
los suministros procedentes de la URSS, el Partido Comunista conseguiría
reclutar a numerosos militares profesionales que se mantenían al servicio de la República y que odiaban la revolución desencadenada. Mandos poco sospechosos de simpatizar
antes de la guerra con el PCE, como podía ser el general Miaja, jefe de la Junta de Defensa de Madrid, el general Pozas del ejército del Centro, o el comandante Hidalgo
Cisneros, jefe de la Aviación, se integraron en sus filas (957).
"La fuerza militar puesta en pie por el PCE, la IC y la ayuda soviética estaba al servicio de dos objetivos políticos esenciales: resistir
militarmente a los facciosos y asegurar que prevaleciese el tipo
<<democrático burgués>> de república aceptable para los
republicanos burgueses y supuestamente aceptable también para las
<<democracias occidentales>>" (958).
La política
de infiltración del PCE en el reconstruido aparato republicano provocaría los
primeros roces y tensiones con Largo Caballero y con los dirigentes de la Izquierda Socialista. Los intentos de Stalin para influir en la política del gobierno
chocarían con la hostilidad creciente de los largocaballeristas. El 21 de
Diciembre de 1936, el primer ministro socialista recibía una carta que resumía
las grandes líneas maestras de la política del Kremlin en España.
En el
escrito, Stalin remarcaba las condiciones que desde su óptica iban a ser fundamentales
para la victoria militar. Desarrollar una política moderada para lograr el
apoyo de los pequeños y medianos propietarios del campo, y de las clases medias
urbanas temerosos de las confiscaciones revolucionarias. Atraer a los políticos
republicanos que habían sido desplazados por la revolución, mediante una
política de Frente Popular. Y una declaración del gobierno en defensa de las
propiedades de los extranjeros en España. Toda esta línea de actuación tenía
que llevarse a cabo en el seno de una República democrática y parlamentaria,
que debía alejarse de la experiencia de la revolución de Octubre de 1917.
"La revolución española se abre caminos que, en muchos aspectos, difieren
del camino recorrido por Rusia. Lo determinan así la diferencia de premisas de
orden social, histórico y geográfico, las exigencias de la situación
internacional, distintas de las que tuvo ante si la revolución rusa. Es muy
posible que la vía parlamentaria resulte un procedimiento de desarrollo
revolucionario más eficaz en España de la que fue en Rusia" (959).
La respuesta
de Largo Caballero no dejó ninguna duda a los dirigentes del Kremlin de cual
era la postura del líder socialista. Pese a todo, éste no estaba dispuesto a
reconducir la situación revolucionaria al orden de cosas que existía antes de
que estallara la guerra civil.
"Tienen ustedes razón al señalar que existen diferencias sensibles entre
el desarrollo que siguió la revolución rusa y el que sigue la nuestra... Pero,
contestando a su alusión, conviene señalar que, cualquiera que sea la suerte
que lo por venir reserve a la institución parlamentaria, ésta no goza entre
nosotros, ni aún entre los republicanos, de defensores entusiastas" (960).
Posteriormente Stalin envió una segunda carta al primer ministro socialista,
proponiendo la unificación de los dos partidos. La invitación fue rechazada
tajantemente por Largo Caballero que no estaba dispuesto a que se repitiera la
experiencia, que había privado al Partido Socialista de su organización
juvenil.
"A pesar de que entonces los comunistas habían simpatizado secretamente
más con la moderación de Indalecio Prieto que con el revolucionarismo de Largo
Caballero, sabían que la facción centrista del Partido Socialista representaba
sólo un sector reducido del movimiento socialista y que les sería ventajoso
asociarse con el ala izquierda. Pero la hostilidad que fue acumulando Largo
Caballero hacia ellos en los primeros meses de estallar la guerra civil pronto
les obligó a volverse a la facción centrista" (961).
El Partido
Comunista se volcaría en la tarea de atraer hacia sus filas a la derecha
socialista, aprovechando su prestigio político y el hecho de que formaran
un bloque político en el seno del gobierno, frente a los caballeristas y los
libertarios.
Resultaba
evidente que comunistas y socialistas moderados, pese a las diferencias que
pudieran existir entre ellos, se necesitaban mutuamente frente a las
reticencias de Largo Caballero.
"En el Partido socialista se contempló una inversión de las alianzas. En
el momento en el que los amigos de Largo Caballero se alejaban de los
comunistas, los de Prieto se acercaban a ellos. El ejecutivo, que dirigían
González Peña y Lamoneda, se convirtió en campeón de la unidad, firmó en
Febrero un acuerdo para la generalización, en todos los niveles, de comités de
enlace que habrían de hacer de los dos partidos obreros un solo bloque en el
interior del Frente Popular. Prieto en esa época, fue más lejos todavía y se
declaró en favor de la fusión inmediata con el Partido comunista" (962).
La
persecución de los comisarios políticos del Ejército Popular que habían sido
nombrados sin su consentimiento y que eran proclives a la línea del PCE (963);
su hostilidad a la idea de la unificación socialista-comunista; y sus
enfrentamientos con la política económica que defendían los ministros
comunistas, convertían a Largo Caballero, cada vez más, en un
obstáculo que debía ser apartado. Sin embargo, el apoyo popular con el que contaba
el líder socialista impedía cualquier intento de destitución inmediata. Primero
había que debilitar sus posiciones, y para ello era necesario vencer las
resistencias del todavía poderoso movimiento anarcosindicalista, que pese a su
claro retroceso, seguía contando con una fuerza importante, especialmente en
Catalunya y Aragón.
La CNT se había convertido en una firme aliada de Largo Caballero en el seno del gobierno,
frente al bloque de republicanos, prietistas y comunistas.
A finales
del mes de Marzo, el anarcosindicalista Melchor Rodríguez, delegado de
prisiones, denunció la proliferación de una red de "checas" del PCE
en Madrid. José Cazorla, uno de los consejeros del Orden Público y militante
comunista, nombrado por la Junta de Defensa, fue acusado de ser el responsable
de las cárceles clandestinas. A raíz de este escándalo político, la Junta fue obligada a aceptar la dimisión de Cazorla. Unos días después, el 23 de Abril,
también era disuelta la Junta, para ser sustituída por un Consejo Municipal.
"La lucha entre estos partidos producida por la pérdida de Málaga se
extendió por su prensa a las otras provincias. Caballero aprovechó el momento
de gran efervescencia en Madrid para disolver la Junta de Defensa y restablecer la municipalidad para la que designó a representantes de todos
los partidos" (964).
Largo
Caballero asestaría un nuevo golpe a la influencia del Partido Comunista con la
destitución del gobernador de Murcia y de algunos comisarios políticos de la
zona, por sus actividades represivas contra militantes socialistas de
izquierda y libertarios (965).
La política
del PCE se encaminó a debilitar la posición del máximo líder de la Izquierda Socialista, aislándolo de sus partidarios en los principales puestos del gobierno.
Un eficaz trabajo de reclutamiento permitió que algunos cuadros
socialistas, tradicionalmente cercanos a Largo Caballero, como Alvarez
del Vayo o García Maroto... pasaran a formar parte del bloque dirigido por el Partido
Comunista. También aumentaron las presiones y las maniobras encaminadas a
conseguir la destitución de los elementos caballeristas más recalcitrantes del
gobierno.
"La gran batalla se libró en torno del general Asensio, uno de los
militares más eficientes de la República, pero nada grato a los comunistas porque ni en los frentes, cuando tuvo mando, ni en el Ministerio de Guerra,
durante el tiempo que fue subsecretario, les permitía que hicieran proselitismo
de partido. Le acusaban de deslealtad a la República, y como Largo Caballero les pidiera alguna prueba o por lo menos algún indicio de su traición y ellos no pudieron
aportar ninguno, se negó a destituirle. Al fin lograron encarcelarle por la
pérdida de Málaga..." (966).
Efectivamente,
la caída de Málaga, producida el 8 de Febrero de 1937, sería la señal de la
ofensiva contra el hombre de confianza de Largo Caballero. La ciudad, sin
suministros de armas ni tropas de refuerzo, sin el apoyo de la flota
republicana que se encontraba fondeada en Cartagena, cayó en manos de las
fuerzas italianas. Si nos atenemos al testimonio ofrecido por el comandante
Martín Blazquez, Málaga cayó porque el gobierno carecía de los suministros
militares que eran imprescindibles para reforzar la defensa (967).
Independientemente de las verdaderas causas de la caída de la ciudad, el
desastre iba a ser instrumentalizado políticamente, el general Asensio fue
convertido por la prensa del PCE y por el ala derecha del Frente Popular, en el
responsable. Finalmente, las presiones en el seno del gabinete consiguieron el
objetivo: Asensio sería destituído el 21 de Febrero, siendo sustituido
por Carlos Baraibar, otro de los hombres de confianza del primer ministro
socialista. Largo Caballero acompañó la caída de su hombre de confianza con el
traslado al frente, de tres de los principales miembros del Partido Comunista
en el Ministerio de la Guerra (968). Era el mensaje que el líder socialista
enviaba a sus adversarios: iba a responder, golpe por golpe.
Sin embargo,
con la caída del general Asensio, el prestigio de Largo Caballero había quedado
tocado políticamente. La prensa del Partido Comunista lo convertía en el
principal responsable de los reveses militares que se estaban produciendo en los
frentes de batalla. La ofensiva planeada por Caballero y por Asensio en
Extremadura, que pretendía aprovechar la debilidad de los franquistas para
partir por la mitad su territorio, no pudo ser llevada a cabo. El éxito
de la operación militar habría causado un fuerte revés a los sublevados y
aliviado la presión que sufría el frente del Norte. La oposición del general
Miaja y de Prieto a que se debilitaran las defensas de Madrid, y la
negativa de los consejeros rusos a facilitar una cobertura aérea adecuada a la
misión, impidieron que pudiera ser llevada a cabo (969).
Sin embargo,
el fracaso ponía al descubierto algo más: su autoridad política había quedado
seriamente en entredicho. El fracaso de los acontecimientos revolucionarios,
ocurridos a principios del mes de Mayo, en Barcelona, sería la gran oportunidad
del Partido Comunista y de la derecha del Frente Popular, para dar el golpe
definitivo a la revolución. La liquidación del movimiento revolucionario iba a
arrastrar en su caída a los sectores más izquierdistas del gobierno: el
anarcosindicalismo y el socialismo largocaballerista.
5.5 LAS JORNADAS DE MAYO EN BARCELONA. PUNTO Y FINAL DE LA REVOLUCIÓN.
A principios
del mes de Abril, la situación de la economía en Catalunya y en el resto del
territorio republicano empezaba a deteriorarse seriamente. La guerra y la
ocupación por las tropas franquistas de extensas zonas agrícolas empezaba
a causar estragos. Junto a la proliferación del mercado negro, crecía la
inflación, el racionamiento y las interminables colas de las amas de casa
en las panaderías y comercios. A mediados del mismo mes, una manifestación de
amas de casa recorrió las calles de Barcelona exigiendo al gobierno de la Generalitat que intensificase la lucha contra el mercado negro y pidiendo que se
estableciese un riguroso control sobre los precios de los víveres y de otros
productos de primera necesidad.
El malestar
de los trabajadores y de la población en general iba parejo al de los sectores
más radicalizados de la CNT-FAI y del POUM que veían como la actitud
colaboracionista de sus dirigentes, repercutía en un serio retroceso de las
conquistas revolucionarias.
"Cuando marchamos al frente dejamos en manos de los compañeros la marcha
victoriosa de la Revolución, desde el punto de vista anarquista. Pero en
la estructuración de la misma se ha dado participación a partidos políticos que
no sentían la revolución por tener que defender intereses de pequeños burgueses
y a la UGT que comparada con nosotros tenía un reducido porcentaje en Cataluña
y una muy escasa influencia en la vida económico-administrativa de la Revolución. Y claro está, al pactar con ellos perdimos la hegemonía de la Revolución y se han visto precisados a ir transigiendo día por día, con lo que se ha
desfigurado la revolución con la merma de las conquistas revolucionarias
alcanzadas en los primeros días" (970).
Pocos días
después, era Camilo Berneri, desde las páginas de "Guerra di classe",
en una carta dirigida a la ministra Federica Montseny, el que advertía de la
situación límite a la que se estaba llegando.
"Es hora de darse cuenta de si los anarquistas estamos en el gobierno para
hacer de vestales a un fuego, casi extinguido, o bien si están para servir de
gorro frigio a politicastros que flirtean con el enemigo, o con las fuerzas de
la restauración de la <<república de todas las clases>>...".
"El dilema: guerra o revolución ya no tiene sentido. El único dilema es
éste: o la victoria sobre Franco gracias a la guerra revolucionaria, o la
derrota".
"El problema para ti, y para los otros compañeros, es el de escoger entre
el Versalles de Thiers o el París de la Comuna,..." (971).
Mientras
tanto, en el campo catalán se multiplicaban los enfrentamientos entre los
partidarios de las colectivizaciones y el campesinado individualista.
La cada vez
más tensa situación se combinaba con el incremento de la tensión y de los
choques en el seno del gobierno republicano central. Los bloques se definían
cada vez más, en torno a Largo Caballero (CNT-FAI, UGT y socialistas radicales)
y los comunistas (PCE, socialistas moderados y republicanos de izquierda).
En el seno
del Consell de la Generalitat de Catalunya, la CNT perdía progresivamente la iniciativa en manos del PSUC. Sin embargo, el proceso de restauración seguía
teniendo ante si, un poderoso obstáculo, el poderoso movimiento libertario
catalán que continuaba armado y conservando la mayoría de sus conquistas.
Cualquier paso decisivo implicaba correr el riesgo de que los sectores
revolucionarios decidieran romper el consenso y se lanzaran a la ofensiva.
A mediados
del mes de Abril, destacamentos de carabineros enviados por el ministro de
Hacienda Negrín se enfrentaron a los libertarios por el control de la población
de Puigcerdá y el resto de los puestos fronterizos con Francia. De nada
sirvieron las gestiones mediadoras del Comité Regional de la CNT para atenuar la creciente tensión que existía entre ambos bandos armados (972).
El 25 de
Abril, era asesinado en Molins de Rey, el dirigente ugetista, militante del
PSUC y secretario de Rafael Vidiella, Roldán Cortada. El asesinato fue seguido
de una fuerte campaña contra los "incontrolados" y la persistencia de
armas en la retaguardia. En la misma prensa, el POUM y los sectores más
radicalizados de la FAI fueron acusados de ser los responsables de la muerte
(973). La CNT condenó el hecho y exigió que se iniciaran las investigaciones
necesarias para demostrar que el asesinato no había sido responsabilidad
de sus militantes (974).
El entierro
de Roldán Cortada se convirtió en una gran manifestación en la que
participaron grupos armados del PSUC y que iba dirigida claramente contra
los sectores revolucionarios. El alarde de fuerza tampoco pasó
desapercibido para el POUM y la CNT-FAI, que denunciaron en su prensa la
amenaza que la manifestación llevaba implícita.
"Manifestaciones como la de ayer, en su alcance político, tienen por
esencial finalidad, crear entre la pequeña burguesía reaccionaria y entre las
capas más atrasadas de la clase obrera, un ambiente de progrom contra la
vanguardia revolucionaria del proletariado catalán: CNT, FAI y POUM..."
(975).
El día 26,
las fuerzas policiales de la Generalitat, entraban en Molins de Llobregat (la
actual población de Molins de Rey) y a raíz de las investigaciones,
efectuaban numerosos arrestos entre los anarcosindicalistas de la localidad,
entre ellos el consejero municipal de Hospitalet de Llobregat, Luis Cano. Pocos
días después, las detenciones quedaron desautorizadas por el juez de la Audiencia de Barcelona por falta de pruebas (976). El mismo día, el ambiente
tenso existente en Puigcerdá desembocaba en un sangriento enfrentamiento entre
los carabineros y los destacamentos fronterizos de la CNT. Entre las víctimas se encontró al dirigente anarcosindicalista local y alcalde de
la población, Antonio Martín.
El día 27,
el Consell de la Generalitat lanzaba un ultimátum a los revolucionarios para
que en el plazo de 48 horas, procedieran a desarmarse en la retaguardia y
disolvieran los grupos armados que no
pertenecieran a las fuerzas policiales. Durante varios días,
revolucionarios y partidarios del gobierno procederían a desarmarse mutuamente
por las calles (977). Se adivinaba en el ambiente que algo estaba a punto de
ocurrir y que cualquier chispa podía hacer estallar el barril de pólvora en el
que se había convertido la situación.
"Si los camaradas de la CNT analizan seriamente la relación de fuerzas que
existe en el campo obrero y de la pequeña burguesía, llegarían a la conclusión
simple de que ha cambiado bastante en comparación con los primeros meses de la
revolución. En torno al PSUC se agrupa, ni más ni menos, que toda la
contrarrevolución. Contrarrevolución que se ha fijado como principal objetivo
exterminar a la CNT-FAI y al POUM..." (978).
El 1 de
Mayo, el gobierno autónomo catalán prohibió cualquier acto o manifestación de
celebración de la jornada, en previsión de que pudieran producirse brotes de
violencia entre ambos bandos. La prensa de la CNT y del POUM denunciaron la peligrosa situación que habían provocado las últimas maniobras policiales,
ordenadas por el gobierno, para hacerse con el control de la situación.
"La garantía de la revolución es el proletariado en armas. Intentar
desarmar al pueblo es colocarse al otro lado de la barricada. Por muy consejero
o comisario que sea no se puede dictar orden de desarme contra los trabajadores
que luchan contra el fascismo, con más generosidad y heroísmo que todos los
políticos de la retaguardia, cuya especialidad e impotencia nadie ignora.
Trabajadores ¡que nadie se deje desarmar por ningún concepto! ¡esta es nuestra
consigna! ¡qué nadie se deje desarmar!" (979).
El lunes 3
de Mayo, a las tres menos cuarto de la tarde, una columna de camiones de los
guardias de Asalto atacaban, bajo las órdenes del comisario de Orden Público de
Barcelona, el edificio de la Telefónica situada en la Plaza Catalunya.
Desde las
jornadas de Julio, la central de teléfonos había estado en manos de un comité
sindical CNT-UGT con la presencia de representantes de la Generalitat (el control sindical no hacía otra cosa que obedecer al decreto sobre las colectivizaciones
y el control obrero que había publicado la Generalitat).
Los guardias
de Asalto consiguieron apoderarse de la planta baja del edificio pero no
pudieron acceder a los restantes pisos, por la fuerte resistencia que
presentaron los trabajadores que ocupaban las instalaciones.
Con esta
operación, el gobierno de la Generalitat (con el desconocimiento de los
representantes confederales) pretendía apoderarse de uno de los principales
centros neurálgicos de Barcelona, para presentarlo después como un hecho
consumado ante las protestas que la CNT pudiera hacer (980).
El control
de la telefónica era uno de los centros estratégicos que permitía a sus
ocupantes, controlar la situación en Barcelona. La operación policial sería
llevada a cabo, no sólo en Barcelona, sino también en diversas
localidades catalanas (Tortosa, Tarragona...). Posteriormente y ante las
aclaraciones que pidió la CNT, el gobierno de la Generalitat y el consejero Artemi Aiguader declararon que no estaban al tanto de la operación
policial (981).
Era evidente
que el gobierno autónomo catalán, en una situación un tanto comprometida,
pretendía escabullirse de la responsabilidad del fracaso de una operación que
había hecho estallar de nuevo, la situación revolucionaria. Sin embargo, otras
versiones más creíbles, revelan que la orden había partido de Lluís Companys y
de los representantes del PSUC y del Front d'Esquerres en el gobierno, y
también de Juan José Doménech de la CNT, que se limitó a advertir sobre las
consecuencias que la ocupación podría acarrear (982).
Efectivamente, la fracasada operación policial iba a ser el acontecimiento que
desataría los enfrentamientos, que desde hacía semanas, todo el mundo presentía
(983).
La noticia
del intento de asalto de la telefónica corrió como un reguero de pólvora por
las fábricas colectivizadas, por los barrios obreros y por todo el extrarradio
de Barcelona. Las fábricas quedaron paralizadas, mientras las sirenas
alertaban a la población de lo que estaba sucediendo. Los comercios se cerraron
inmediatamente, la circulación se paralizó por completo, mientras la
población se precipitaba hacia sus casas, para evitar verse envuelta en los
combates. Apenas una hora después del intento de ocupación de la telefónica,
empezaban los primeros enfrentamientos entre los guardias de Asalto, las
Patrullas de Control y los comités de barriada de la CNT por las calles de Barcelona.
"Se levantaron por doquier las no menos tradicionales barricadas; y la
lucha, tanto o más implacable que el 19 de Julio, quedó planteada por el
dominio de la calle" (984).
Por toda la
ciudad empezaron a aparecer barricadas de las diferentes organizaciones
combatientes, agrupadas en los dos bandos. El británico George Orwell,
protagonista de los sucesos, hizo una descripción detallada del ambiente y de
la participación popular en la construcción de las barricadas barcelonesas.
"Las calles de Barcelona están empedradas con unos adoquines cuadrados con
los que es fácil levantar un muro, y debajo de los adoquines hay una especie de
arenilla que se presta muy bien para llenar sacos terreros. La construcción de
aquellas barricadas fue un espectáculo insólito y prodigioso... Con esa
apasionada energía que los españoles despliegan cuando están firmemente
decididos a emprender un trabajo, largas filas de hombres, mujeres y niños aún
muy pequeños, arrancaban los adoquines, los transportaban en una carretilla que
habían encontrado por ahí, e iban de un lado a otro cargados con pesados sacos
de arena" (985).
Junto a las
fuerzas policiales de la Generalitat, se unieron los militantes del PSUC y
los nacionalistas de ERC, ACR , UdR y de Estat Català, mientras que junto
a las Patrullas de Control se agruparon los anarcosindicalistas y el POUM.
En la
madrugada del día 3, los Comités Regionales de la CNT, FAI, JJ.LL. y el Comité Ejecutivo del POUM se reunieron para analizar los hechos que
acababan de desencadenarse. En la reunión, los dirigentes del POUM intentaron
convencer a los anarcosindicalistas de que el momento tenía que ser aprovechado
para terminar de una vez por todas, con la amenaza de la contrarrevolución
republicana (986). La propuesta sería rechazada por los libertarios que
consideraron que había que apaciguar la situación y buscar un acuerdo entre
ambas partes.
"La misma noche, una delegación del CE del POUM se entrevistó con el
Comité Regional de la CNT, Nin subrayó la importancia de los acontecimientos y
reclamó una acción común inmediata, era la hora del Frente Obrero
Revolucionario. Los dirigentes de la CNT estaban muy contentos de que los
trabajadores <<hubiesen enseñado los dientes>> y esperaban obtener
de Companys, por la vía de la negociación, modificaciones importantes de la
composición... del Consell de la Generalitat. Nin y sus compañeros salieron escandalizados de la miopía y del oportunismo de los dirigentes cenetistas"
(987).
La mañana
del día 4 de Mayo presentaba un panorama desolador para las fuerzas del
gobierno. Salvo en pequeños reductos, la Generalitat sólo controlaba el triángulo del centro de la ciudad, algunos edificios oficiales y puntos aislados. Los
cañones del castillo de Montjuich y del Tibidabo apuntaban hacia el edificio
del gobierno de la Generalitat. Durante todo el resto del día, continuaron los
sangrientos combates, Mientras, la situación continuaba confusa, sin acabar de
decidirse por ninguno de los dos bandos.
Por la
noche, el gobierno de la Generalitat en pleno se reunió para decidir su
inmediata disolución y para iniciar las negociaciones que pusieran fin a los
combates. El nuevo gabinete de emergencia, resultante de la crisis
estaría compuesto por las organizaciones que habían integrado el anterior,
Valeri Mas (CNT), Antoni Sesé (UGT), Martí Feced (ERC) y Joan Pous (UdR).
Destacaba el hecho de que el nuevo gobierno estaría compuesto por
miembros de segunda fila de las organizaciones integrantes, mientras que
algunos dirigentes, como Comorera o Aiguader quedarían excluidos en aras a un
entendimiento entre ambas partes.
Los
representantes del Front d'Esquerres pusieron toda la carne en el asador en las
negociaciones. Companys exigió como condición a priori, la retirada de las armas
y de los combatientes revolucionarios de las calles de Barcelona, y se negó
tajantemente a aceptar la destitución del comisario Rodríguez Sala y del
Conseller Artemi Aiguader, tal como exigían los delegados de la CNT-FAI y del POUM.
"El Gobierno rehusó acceder a las exigencias de la CNT de que se retirase la policía, se destituyese a Rodríguez Salas y se obligase a dimitir
al ministro Aiguadé, y se negó a seguir discutiendo mientras las calles no
quedaran despejadas de trabajadores armados. Este fue sin duda un momento
crítico para Companys y los políticos. Al ceder ante los trabajadores
revolucionarios, implícitamente admitía que, cuando se llegaba al punto de
medir las fuerzas, su poder se basaba en un mito y que los trabajadores armados
eran tan fuertes y el Gobierno tan débil como el 19 de Julio. Esto significaba
que todos esos meses de intriga, de malabarismos políticos y de maquinaciones
podían ser desbaratados en un día. No le quedaba sino un solo camino al
Gobierno: ninguna transacción con los trabajadores revolucionarios" (988).
Sin embargo,
frente a los sangrientos acontecimientos, ambos bandos se encontraban divididos
entre los partidarios de ir a por el todo, y los que buscaban una salida
negociada. Mientras se daban las discusiones entre el POUM y los dirigentes de la CNT-FAI, en el seno de éstas se abrían profundas divisiones entre los partidarios y
adversarios de la colaboración. En el Front d'Esquerres las posturas también se
encontraban divididas entre los que se creían suficientemente fuertes para
aplicar una salida militar a la crisis y los que consideraban que todavía había
que aprovechar la colaboracionista de la dirección de la CNT; las fuerzas con las que ésta todavía contaba, aconsejaban prudencia (989).
Después de
las conversaciones y sin llegar a ningún acuerdo, los más reconocidos
dirigentes de ambos bandos lanzaron por radio, repetidos llamamientos para que
se terminaran los combates y para que se volviera a la calma.
El dirigente
ugetista y del PSUC, Rafael Vidiella invitaba a los combatientes a que
aceptasen una tregua incondicional entre ambos bandos, hasta que se llegase a
un acuerdo definitivo.
"Es indispensable que todos los trabajadores depongan su actitud. Es
indispensable que depongan las armas, que se haga el alto el fuego. Que
conserve cada cual sus posiciones, pero sin disparar un solo tiro. Nosotros
tenemos la certeza de que encontraremos una solución definitiva esta misma
noche. Trabajadores: nosotros tenemos fuerzas más que suficientes para vencer
al fascismo nacional e internacional, pero con una actitud fratricida como la
que se ha planteado no podemos llegar a la victoria definitiva. Hay que hacer
el alto al fuego. Nosotros buscaremos esta solución hoy mismo. Catalanes,
trabajadores, antifascistas todos: ¡viva la unidad proletaria! ¡viva la unidad
antifascista para ganar la guerra! ¡viva la unidad de todos los trabajadores
para vencer definitivamente al fascismo nacional e internacional! ¡viva
Catalunya! ¡viva la República!" (990).
Por su
parte, el anarcosindicalista Juan García Oliver, en aquellos momentos ministro
de Justicia, que acababa de llegar de Valencia con una delegación
gubernamental, pronunciaría un llamamiento (del que reproducimos un extracto)
con la misma orientación: detener los choques armados entre ambas fracciones.
"... hoy tengo que hablaros aquí, camaradas, y tengo que hablaros aquí,
amigos, porque pesa sobre nosotros la bíblica maldición de Caín y de Abel...
¿vosotros creéis compañeros, que entre la familia antifascista, que entre los
hermanos antifascistas, puede repetirse aquel pasaje bíblico de Caín y matarse
los unos a los otros? ¿Creéis y pensáis que esto es posible? ¿pero no veis lo
que es España?".
...
"Pensad que hay necesidad de que cese el fuego. Por encima de todo, que
cese el fuego. Consérvese cada cual, si así lo cree en sus respectivas
posiciones, pero que cese el fuego, aunque quien esté interesado en que no se
halle solución a ese conflicto os provoque, cesad el fuego".
"...sobre los anarquistas pesa una responsabilidad mayor: la
responsabilidad de poner de vuestra parte todo cuanto sea humanamente posible
para conseguir la unidad del proletariado, la unidad de los antifascistas. Que
no tengan los anarquistas, que no tengan los socialistas, que no tengan los
republicanos, que nadie de la familia proletaria tenga que contribuir a
deshonrar a sus muertos, al ideal que ahora defendemos por necesidad, por
convicción...".
...
"Y ahora siento por mí, bajo el peso de la responsabilidad que vivo y
declaro que los guardias que hoy han muerto, para mi son hermanos: me inclino
ante ellos y los beso. Los antifascistas que han muerto, los anarquistas que
han muerto, para mí son hermanos: me inclino ante ellos y los beso. Los socialistas
que han muerto, para mí son hermanos".
"Sí, después de decir esto, tengo que añadir: todos cuantos han muerto hoy
son mis hermanos, me inclino ante ellos y los beso. Son víctimas de la lucha
antifascista y los beso a todos por igual..." (991).
Sin embargo,
a pesar de los repetidos llamamientos a evitar los enfrentamientos,
como las negociaciones no habían llegado a ningún resultado concreto aquella
noche, los combates continuarían durante todo el día siguiente.
La incredulidad
con la que fueron acogidos los llamamientos a la calma que hacían Juan García
Oliver y otros líderes cenetistas llegaría a crear la sospecha, entre los
combatientes libertarios de que sus dirigentes habían sido detenidos y
obligados a hacer aquellas declaraciones (992). Las fuerzas gubernamentales,
aprovechando la confusión y el desconcierto que habían causado las
declaraciones, conseguirían el mismo día, dos importantes victorias sobre
los revolucionarios: la Estación de Francia cayó en manos de la guardia
republicana y los trabajadores de La Telefónica, después de dos días de asedio, acabarían por rendirse a los guardias de Asalto. También los locales del
periódico "La Batalla", desguarnecidos, serían incautados por las
fuerzas policiales de la Generalitat. Sin embargo, y pese a ello, la situación
continuaba sin decidirse por ninguno de los dos bandos. Aquella misma
tarde, los combatientes anarcosindicalistas conseguirían la detención y el
desarme de cuatrocientos guardias de Asalto en la Plaza España (993).
Mientras
tanto, en el Frente de Aragón se sucedían las noticias sobre los sangrientos
sucesos de Barcelona produciéndose una ola de temor y de intranquilidad. Las
unidades de combatientes de la CNT (26 división) y del POUM (29 división),
concentradas en la localidad de Barbastro, sugirieron la posibilidad de
abandonar el frente para ir a defender Barcelona, idea rechazada por la Regional de la CNT por considerar que no era necesario (994).
La entrada
en la escena de las columnas de combatientes habría debilitado la defensa del
frente. Pero en realidad, el problema que se les presentaba a los dirigentes
cenetistas, era más político que militar. La llegada de las fuerzas
revolucionarias del frente habría decantado rápidamente la situación a favor de
los revolucionarios en toda Catalunya, habría precipitado la ruptura
definitiva y habría provocado una nueva guerra civil en la "zona
republicana".
La
posibilidad de que la revolución de los comités y la contrarrevolución
republicana pudieran enfrentarse por el poder, había sido cuidadosamente
evitada por los dirigentes libertarios desde el inicio de la contienda. Ahora
tampoco iba a ser diferente.
"...la inmensa mayoría de la población estaba con la CNT, y la mayor parte de las ciudades estaba con la CNT, y la mayor parte de las ciudades y aldeas estaba en manos de nuestras organizaciones. Habría sido fácil
atacar el centro de la ciudad, si así lo hubiese resuelto el comité
responsable. Bastaba con pedir el concurso de los comités de defensa de los
distritos suburbanos. Pero el Comité Regional de la CNT se opuso a ello. Todo proyecto de ataque fue rechazado por unanimidad, hasta por la FAI" (995).
Las llamadas
de los dirigentes libertarios para que los militantes de sus organizaciones
abandonaran las barricadas provocó que los ánimos se exasperaran todavía más.
"Cuando éstos les ordenaron que abandonaran las barricadas ¡se negaron!
Nunca dejarían las barricada, ni ese día, ni al otro, a pesar de todos los
llamamientos de sus dirigentes. Sin embargo, esa decepcionante espera de
consignas revolucionarias causó alguna vacilación, alguna incertidumbre, que
los enemigos aprovecharon para tomar la Estación y la Telefónica..." (996).
El mismo
Juan García Oliver reconoció que la persistencia de los combates callejeros,
después de los repetidos llamamientos pacificadores de los dirigentes
confederales, eran consecuencia de sentimiento anticolaboracionista de las
bases de la CNT.
"Por otra parte, se producía un levantamiento contra aquellas capas viejas
o anquilosadas del anarquismo y del sindicalismo que no supieron, o no
quisieron aprovechar la victoria revolucionaria del 19 de Julio para marchar
adelante y realizar el comunismo libertario, prometido hasta la saciedad en
miles de discursos a lo ancho y largo del país" (997).
Por la tarde
del día 5, los representantes de la CNT hicieron una nueva propuesta: un
armisticio entre ambos bandos. La tregua, aunque aceptada de palabra tampoco
sería respetada. La gran confusión existente, el hecho de que el alto el fuego
no hubiera sido respetado por las fuerzas gubernamentales y los repetidos
llamamientos a la calma de los dirigentes cenetistas empezaron a provocar un
fuerte descontento en las barricadas.
El malestar de los combatientes, iría siendo capitalizado cada vez más, por las
corrientes anticolaboracionistas de la CNT (998). El grupo de "Los Amigos
de Durruti", desde las páginas de su periódico "El amigo del
Pueblo", llamó a la formación de una nueva Junta Revolucionaria, en la que
deberían integrarse todos los sectores revolucionarios, incluido POUM,
que había estado junto a ellos en las barricadas; la disolución de los
partidos que habían apoyado la contrarrevolución republicana (999). El pequeño
grupo trotskista, los bolcheviques leninistas lanzó consignas que irían en el
mismo sentido de llevar el movimiento insurreccional que acababa de estallar,
hasta las últimas consecuencias (1000). El POUM, por otro lado, incapaz de
tomar una actitud independiente con respecto al Comité Regional de la CNT tendría una actitud vacilante y defensiva (1001). La victoria en aquellos momentos
dividiría al sector antifascista en dos bandos irreconciliables y sólo
beneficiaría a los franquistas. Para finalizar los combates, el POUM
exigió junto a los dirigentes de la CNT, la retirada de la policía, la
anulación de los últimos decretos sobre el Orden Público y la dimisión del
comisario Rodríguez Salas. El poumismo también defendería la formación de un
Frente Obrero Revolucionario y la creación de Comités de Defensa de la Revolución (1002).
Sin embargo,
las consignas de los dirigentes confederales no hacían más que aumentar la
confusión de los combatientes libertarios, que se habían lanzado a la calle
para detener la provocación policial. También una gran parte de la población,
desorientada por la prolongación de los combates y por la falta de planes
concretos y ordenados de los dos bandos, esperaba que las luchas terminaran cuanto
antes para poder volver a la vida cotidiana.
"La gente estaba indecisa e inquieta y se preguntaba cómo demonios iba a
terminar todo aquello. Dudo mucho que alguien dejase las barricadas, pero todo
el mundo estaba harto de aquella lucha absurda, que evidentemente no podía
tener ninguna solución efectiva, ya que nadie quería que aquello se convirtiera
en una guerra civil de verdad,... los militantes de la CNT querían, y eso desde el comienzo de las hostilidades, solamente dos cosas: que dejaran en
paz la Telefónica y que se desarmara a los odiados guardias civiles (Guardia
Republicana). Si la Generalitat hubiese accedido a ambas cosas y hubiese
prometido además poner fin al mercado negro de productos alimenticios, sin duda
las barricadas hubieran desaparecido en un par de horas" (1003).
Por la noche
del día 5, la prensa resaltó dos noticias: la formación del nuevo gobierno de la Generalitat y el asesinato del secretario ugetista Antonio Sesé. El PSUC acusó a los
anarcosindicalistas de ser los responsables de la muerte del dirigente
sindical. El asesinato de uno de sus integrantes fue el motivo para la
disolución del nuevo gabinete que todavía no había tenido tiempo para empezar a
existir. También el mismo día, los italianos anarquistas, Camilo Berneri y
Barbieri eran asesinados en la Plaza del Angel (la actual Plaza Real), por una
patrulla de guardias de Asalto y miembros del PSUC.
La delicada
situación y el fracaso de los llamamientos de Juan García Oliver y del resto de
dirigentes cenetistas provocó la intervención de la ministra de Sanidad,
Federica Montseny que se ofreció personalmente a mediar entre los dos bandos. A
pesar de que la situación continuaba sin grandes cambios, los llamamientos de
los dirigentes libertarios a poner fin a los combates y sus declaraciones de
que se había llegado a un acuerdo satisfactorio empezaron a hacer mella entre
los combatientes revolucionarios y algunos abandonaron sus posiciones.
Sin embargo,
el día 6 los combates callejeros continuaban todavía. "Los Amigos de
Durruti" habían decidido desobedecer las órdenes de la Regional de la CNT y continuar la lucha, siguiendo al fuerte descontento que los llamamientos
de ésta, estaban causando entre los militantes. También el POUM volvió a
ordenar a sus militantes volver a las barricadas que habían empezado a
vaciarse.
Sin embargo,
la situación revolucionaria estaba ya en decadencia. La dirección de la CNT había dado sobradas muestras de que, pese a las provocaciones y los avances de sus
adversarios, no estaba dispuesta bajo ningún concepto, a romper el frente
antifascista para formar una Junta Revolucionaria y tomar el poder.
"Todo el mundo parece estar convencido de que los anarquistas y los
sindicalistas son los culpables de los trágicos acontecimientos de Barcelona.
Nada hay más falso que esta opinión. La CNT y la FAI siempre están dispuestas, igual que lo están ahora, no solamente a mantener el orden público, sino también
la unidad necesaria entre los amigos de la libertad, entre todas las fuerzas
democráticas del pueblo español."
...
"Estábamos y estamos convencidos de que nuestra finalidad -el comunismo
libertario, en la Federación Ibérica Libre y el aniquilamiento del capitalismo- no se puede implantar enseguida...".
...
"La Confederación Nacional del Trabajo y la Federación Anarquista Ibérica en Catalunya, declaran que ni antes ni ahora quieren tomar el
poder en sus manos, sino que estamos dispuestos a colaborar honrada y
lealmente, con todas las fuerzas antifascistas del pueblo español..."
(1004).
La oposición
en el seno de la CNT, pese a haber capitalizado numerosas simpatías entre
los combatientes, no podía convertirse de la noche a la mañana en una nueva
dirección alternativa.
Tampoco el
POUM había dado muestras de decisión y había preferido aceptar las órdenes que
habían lanzado los dirigentes libertarios (1005). El movimiento revolucionario,
sin dirección, se encontraba en un callejón sin salida.
Durante la
noche del día 6, el Comité Regional de la CNT hacía una nueva propuesta, ambos bandos se retirarían de las barricadas, no habrían represalias y los
detenidos en los combates callejeros serían liberados inmediatamente. La
respuesta de la Generalitat se demoraría más allá del plazo de las dos horas,
solicitado por los libertarios. Estaban esperando la llegada de las columnas de
refuerzo que se aproximaban desde Valencia.
Efectivamente, de forma simultánea a los hechos y después de los primeros días
de combates, el gobierno central había tomado la iniciativa. Era el
momento de intentar dar un golpe definitivo a los dos obstáculos con los
que se encontraba a la hora de extender su autoridad en Catalunya: el
movimiento revolucionario y el excesivo poder que había tomado para si, el
gobierno de la Generalitat. El primer adversario podría ser sometido,
gracias a la actitud conciliadora de la CNT, organización que contaba con
destacados representantes en el gabinete. Con respecto a la Generalitat, el gobierno de Valencia aprovecharía su manifiesta debilidad frente a los
revolucionarios para arrebatarle las "excesivas" atribuciones de las
que se había apropiado, aprovechando el derrumbe del Estado republicano y que,
desde entonces, cuestionaban su autoridad (1006).
Una flota de
la marina republicana (la misma que no había participado en la defensa de
Málaga) fue enviada hacia el puerto de Barcelona, mientras una columna de 5.000
guardias de Asalto, procedente del frente del Jarama, marchaba por tierra
para hacerse con el control del orden público en Catalunya. La noticia del
avance de la columna armada y de que ésta había sido interceptada
en Tortosa por los revolucionarios llegó a la regional de la CNT, que amenazó al gobierno catalán con la ruptura de las negociaciones si no se respetaba
la tregua que se había pactado el día anterior. En la misma madrugada, el
gobierno autónomo aceptó el alto el fuego.
Pese a
algunas escaramuzas esporádicas, en la mañana del día 7, la dirección de la CNT invitó a sus afiliados a abandonar las barricadas y volver a sus casas,
después de que se hubiera alcanzado un acuerdo
definitivo.
"A todos los trabajadores de la CNT. Habiéndose llegado a un acuerdo por ambas representaciones políticas y sindicales, se os hace saber que recibiréis las
oportunas órdenes de los comités responsables a fin de restablecer
completamente la normalidad. Al mismo tiempo se os recomienda que tengáis la
serenidad que requieren los momentos actuales, no respondiendo a las
provocaciones que puedan surgir por parte de los elementos interesados en que
perdure este estado de perturbación" (1007).
En esta
ocasión, la orden sería obedecida.
"La burguesía había ganado una señalada victoria; la revolución social
había sufrido una decisiva derrota" (1008).
Al anochecer
del mismo día, la columna de 5.000 guardias y 120 camiones, procedente de
Valencia entraba en Barcelona con el grito de "U.H.P." (¡Unidad,
Hermanos Proletarios!). También el mismo día llegaba a la capital catalana el
teniente coronel Emilio Torres Iglesias que sustituiría a Rodríguez Salas en la Dirección del Orden Público. La destitución del responsable directo del asalto a la central
de la telefónica, y el hecho de que su sustituto fuera un antiguo consejero de
la columna cenetista "Tierra y Libertad" calmó a los inquietos
dirigentes anarcosindicalistas. De esta forma, el gobierno de la
Generalitat perdía una de las principales competencias asumidas durante
el vacío político. De forma simultánea, el gobierno central también nombraba al
general Pozas, como máximo dirigente de las columnas del frente aragonés.
Sin control
sobre las fuerzas policiales y el ejército catalán, el gobierno de la Generalitat quedaba completamente subordinado al de la República.
"La primera consecuencia visible, en todo caso, fue el fin de la Autonomía catalana, y el control por el Estado y por el gobierno de Madrid de los engranajes
esenciales de la vida política y económica del país" (1009).
Numerosos
historiadores y testimonios de la época han caracterizado las jornadas
barcelonesas de Mayo de 1937, de formas muy diferentes. No corresponde a
este trabajo, la tarea de analizar en profundidad los hechos, ni tampoco
entrar en la polémica. Pero sí que es conveniente que saquemos nuestras propias
conclusiones, en tanto en cuanto, estos acontecimientos fueron el punto y final
de la decadencia del poder revolucionario que se había iniciado con la
disolución del Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya. Hay que
desestimar por completo la idea de que los hechos de Mayo fueran el resultado
de una conspiración franquista, a través del POUM y de los sectores más
radicales de la CNT y de la FAI. Idea que prevaleció en la historiografía
oficial estalinista durante muchos años.
"Los sucesos de Mayo han sido el contragolpe de una fuerza colérica y
agonizante. Los <<anarco>> al comprobar la disminución de sus
efectivos humanos y de sus recursos y advertir que el pueblo conocía y señalaba
sus fracasos se condujeron, por histeria, por cansancio, por temor, como unos
bárbaros. Privados de facultad crítica, dada su inaptitud para la duda, no
preveyeron la espantosa ruina de su <<putsch>>... pero la FAI, protagonista de los sucesos de mayo representó en ellos una fuerza oscura y sin
conciencia, manejada por el POUM" (1010).
Tampoco
parece creíble, o por lo menos parece dudosa, la tesis de que el asalto a
la central telefónica barcelonesa formaba parte de una conspiración del PSUC y
de los nacionalistas catalanes, para restablecer definitivamente el poder
republicano (1011). Una variante de esta tesis, sería la lanzada por Vicenç
Guarner, en la que considera que existió una provocación de los servicios
secretos estalinistas en Catalunya.
"(memorias de un agente de la GPU)... La verdad es que la rebelión de
Barcelona no fue sino una conspiración llevada a cabo con éxito por la GPU. >>La lucha empezó con un ataque dirigido por agentes de la GPU encabezados por el comisario comunista Rodríguez Sala contra la central telefónica"
(1012).
George
Orwell, privilegiado testigo de los acontecimientos, ha recogido dos cuestiones
por las que quedaría descartada la sospecha de que hubiera existido un plan
preestablecido (1013).
Si la conspiración hubiera existido, Companys y Comorera habrían intentado
asegurarse del triunfo reforzando las fuerzas que iban a serles leales en los
combates. Lo mismo se podría decir de los anarcosindicalistas y del POUM.
En cambio, la forma en la que se desarrollaron los hechos, deja claro que la
improvisación jugó un papel fundamental en los dos bandos.
El segundo
elemento que George Orwell tiene en cuenta es el de los víveres. Poco después
de empezar los combates, apareció una grave escasez de comida en la ciudad.
Ninguno de los dos bandos enfrentados tenía grandes cantidades de comida
almacenada para poder asistir a sus combatientes.
El complot
fraguado por los sectores revolucionarios es todavía menos creíble (1014). Ni
la trayectoria política del POUM, ni tampoco la de la CNT-FAI, ni las posturas manifestadas durante el conflicto, nos permiten considerar
seriamente esta posibilidad. Los dirigentes de la CNT-FAI, desde los primeros momentos, se manifestaron claramente por una negociación que
pusiera punto y final a los combates y exigieron a cambio, tan solo volver a la
situación que existía antes del 3 de Mayo.
Tampoco la
oposición anticolaboracionista en el seno de la CNT estaba lo suficientemente organizada como para poder conspirar por su cuenta y riesgo. La
prueba más palpable de la inexistencia de una conspiración revolucionaria
estuvo en que los combatientes, dominando nueve décimas partes de Barcelona,
mantendrían durante todas las jornadas una actitud defensiva.
El POUM, por
su parte, llamaría a la conquista del poder por los trabajadores
revolucionarios, pero toda su política, seguiría estando condicionada a
la voluntad expresada por los líderes anarcosindicalistas.
"No hay más que una salida progresiva, para el proletariado y la victoria
militar, de la situación presente: la conquista del poder. Durante las jornadas
de Mayo lo tuvo al alcance de la mano. Si no lo tomó fue, fundamentalmente,
porque sus organizaciones tradicionales, inspiradas por la doctrina anarquista,
no se planteaban el problema y porque nuestro partido, que no ha cesado de
plantearlo durante todo el curso de la revolución, es una organización
minoritaria y joven, sin fuerza suficiente todavía para tomar sobre sí la
responsabilidad de orientar la lucha en este sentido" (1015).
Un hecho que
hay que tener en cuenta también, es la acumulación de armamento en la
retaguardia que llevaban a cabo los partidos y los sindicatos en ambos bandos.
Dos meses antes, el 5 de Marzo, la prensa anarcosindicalista había denunciado
el robo de una docena de carros blindados por el PSUC (1016).
"Hubo que distraer armas del frente, dinamita, bombas de fabricación
rudimentaria, cócteles Molotof. Se acumularon miles de sacos de arena. Decisiva
fue la sustracción de armas que hicimos del primer barco ruso que llegó con
armamento a Barcelona. En camiones, trasladamos ese armamento a los depósitos
nuestros".
...
"Esa determinación la habíamos tomado antes de conocer el plan subversivo
de los faístas. Bien sabíamos que ellos acumulaban armas en cantidades
considerables..." (1017).
En su
testimonio, Joaquín Almendros, Secretario Militar del PSUC, ha justificado los
preparativos de su partido, por "el plan subversivo" que
supuestamente habían puesto en marcha los sectores radicales. Sin embargo,
Almendros no ha aportado ninguna prueba, salvo la supuesta acumulación de
armamento que llevaban a cabo los anarconsindicalistas. Para todo el mundo era
evidente que, más tarde o más temprano, el enfrentamiento entre los partidarios
de la revolución y los de la restauración republicana iba a producirse. La
acumulación de armas que hacían ambos bandos y la negativa de los obreros
revolucionarios a desarmarse, reflejaban el clima de hostilidad y de
desconfianza que existía.
Una vez más,
Joaquín Almendros nos ha revelado las causas de la creciente tensión que
existía en Catalunya y en el resto de la zona antifascista.
"Desde el comienzo de la guerra civil, los partidos de Acción Catalana,
Esquerra de Catalunya, Partido Socialista Unificado de Catalunya y otros grupos
más, e incluso el propio Gobierno de la Generalitat, trataron de cambiar la correlación de fuerzas, como única forma de organizar las columnas de militares, la
administración, la economía, la moral de la retaguardia y también la imagen y
finalidad de nuestra guerra" (1018).
Efectivamente, desde la integración del Comité Central de Milicias en la Generalitat (y desde la entrada de la CNT en el gobierno republicano central) los
trabajadores revolucionarios, los que habían salido triunfantes de los
enfrentamientos de Julio, pudieron comprobar como la correlación de fuerzas se
deterioraba cada vez más en su contra. Las milicias estaban en proceso de
integración en el nuevo Ejército Popular; las patrullas de control eran
presionadas para conseguir su disolución; los comités revolucionarios se
disolvían, o eran prácticamente ilegalizados; en el seno de las colectivizaciones
agrarias o urbanas, la intromisión y el control gubernamental eran cada vez más
fuertes... Los sectores revolucionarios veían con creciente tensión, como día a
día, la revolución de Julio se disipaba para dejar paso, cada vez más, a un
capitalismo y a un gobierno republicano restaurados.
"La disputa por la Telefónica de Barcelona era un simple incidente dentro
de un largo proceso. Desde el año anterior, gradualmente se había ido
despojando a los sindicatos de todo poder efectivo, y el curso de los
acontecimientos escapaba de las manos de la clase obrera y se orientaba hacia
un poder centralizado, hacia un capitalismo estatal, o, posiblemente hacia el
retorno al capitalismo privado" (1019).
El asalto a
la central telefónica de Barcelona había sido la chispa que había
encendido el barril de pólvora de la situación que existía en la zona
republicana. Desde la integración del Comité Central de Milicias en el gobierno
de la Generalitat, los partidarios de la restauración republicana habían
llevado a cabo una política decidida de tanteos. Si los anarcosindicalistas,
todavía fuertes, no estaban dispuestos bajo ningún concepto, a dar por
zanjada su colaboración con el gobierno, y para ello no hacían otra cosa que
retroceder, la táctica del tanteo seguía siendo ventajosa'.
"... era evidente que la GPU estaba complotando para eliminar a los
elementos <<incontrolables>> en Barcelona y asumir el control por
cuenta de Stalin..." (1020).
Sin duda
alguna, Comorera y Companys estaban dispuestos a acabar con el poder de los
anarcosindicalistas, pero para ello era mejor agotar la política de tanteos,
que tan buenos resultados les había dado hasta el momento. Si los dirigentes de
la CNT estaban dispuestos a mantener su actitud colaboracionista ¿porqué
no seguir utilizándolos?. Después ya habría tiempo suficiente para ajustar las
cuentas. Para comprender esta actitud vale la pena volver a citar a Vernon
Richards.
"Los políticos no desperdiciaron la oportunidad que les brindaba esta
disposición de ánimo de la jefatura de la CNT. Qué mayor condenación de semejante jefatura que la respuesta de Companys a un periodista extranjero que en Abril de
1937 pronosticaba que el asesinato de Antonio Martín, alcalde anarquista de
Puigcerdá, y de tres de sus compañeros, desencadenaría una revuelta:
<<(Companys) se rió desdeñosamente y dijo que los anarquistas
capitularían como siempre>>" (1021).
La
correlación de fuerzas había cambiado radicalmente entre los meses de Octubre
de 1936 y Mayo de 1937. En el momento de la disolución del Comité de Milicias,
los revolucionarios eran los dueños indiscutibles de la situación; en Mayo de
1937, la iniciativa estaba totalmente en manos de sus adversarios del PSUC. Sin
embargo, el debilitado movimiento anarcosindicalista todavía tenía capacidad
para recuperarse, la reacción de sus bases y las del POUM durante las jornadas
barcelonesas de Mayo así lo demuestran. El 4 de Mayo, la CNT-FAI-POUM tenían prácticamente en sus manos el poder en la Catalunya revolucionaria, pero del mismo modo que el año anterior, tuvieron que ceder.
En cualquier
caso, el intento de ocupar la telefónica habría formado parte de esta
política de avances por tanteo.
Hasta el
momento, la CNT-FAI no habían hecho otra cosa que retroceder. Habían
retrocedido a regañadientes en el proceso de militarización de las
milicias; habían firmado los decretos de disolución de los comités
revolucionarios; se habían adaptado al protagonismo creciente del gobierno de la Generalitat en la economía colectivizada. ¿Porqué no iban a aceptar una política de hechos
consumados en la ocupación del principal edificio de comunicaciones?. Lo que
había desbordado las previsiones del PSUC y de Companys no era la actitud de
los dirigentes libertarios, sino la reacción espontánea de las bases. No
existía ningún plan preconcebido o madurado, no había ninguna actitud
decidida a relanzar el movimiento revolucionario, por parte de las
organizaciones más izquierdistas.
"Lo que puede deducirse de lo que se decía en aquellos días en que nadie
tenía intenciones realmente revolucionarias. Los que estaban en las barricadas
solían ser obreros de la CNT probablemente mezclados con algunos de la UGT, y lo que se proponían no era derribar al gobierno, sino oponerse a lo que consideraban,
con razón o sin ella, un ataque de la policía..." (1022).
Los
trabajadores habían respondido espontáneamente y con las armas en la mano, a la
tensión creciente a la que se sentían sometidos por la Generalitat y por los partidarios de la liquidación de las conquistas revolucionarias. El
intento de ocupación del edificio de la Telefónica y las llamadas de auxilio de los trabajadores de la CNT-UGT que ocupaban las instalaciones había sido la gota que había colmado el vaso.
El asalto a la Telefónica se había convertido en el símbolo y en el canal
de expresión de su estado de ánimo.
La derrota
de los revolucionarios barceloneses en mayo, se convirtió en el punto final de
la situación aparecida el año anterior. La actitud de los dirigentes durante
los combates, provocó un fuerte grado de desmoralización entre lo sectores más
radicalizados de las bases confederales. En los llamamientos realizados por los
líderes de ambos bandos se había hablado de que no habían vencedores ni
vencidos, la realidad pronto demostraría lo contrario. No era el momento de
mostrar generosidad con los vencidos, sino de dar los pasos necesarios para
consolidar el triunfo definitivo del poder republicano, evitando a toda costa,
que las brasas de la revolución de los comités pudieran volver a prender.
Apenas los
combatientes habrían vuelto a sus casas, y sintiéndose el gobierno de la Generalitat, reforzado por la llegada de la columna armada procedente de Valencia, los
acuerdos negociados con los líderes cenetistas serían incumplidos. Los presos
revolucionarios, detenidos en los combates callejeros no fueron puestos en
libertad y al parecer, muchos de ellos serían posteriormente asesinados en las
checas y en las mismas prisiones en las que se encontraban retenidos. Otros
militantes caerían asesinados por las calles, o serían sacados de sus
domicilios para desaparecer sin dejar rastro (1023). La situación también
sería aprovechada por las nuevas autoridades, para imponer un férreo
sistema de censura sobre la prensa de las organizaciones izquierdistas.
"En las semanas subsiguientes se sucedieron en Catalunya detenciones en
masa, encierros en cárceles clandestinas, torturas, raptos y asesinatos. así
como la destrucción de colectivos agrícolas y urbanos. El terror espontáneo,
carente de dirección de la CNT y la FAI en el apogeo de la revolución había cedido el lugar, ahora, al terror más elaborado, dotado de una dirección
central y, por consiguiente, más temible, de los comunistas" (1024).
La victoria
gubernamental tuvo sus primeros efectos en el orden público. Mientras los
efectivos de la guardia republicana procedente de Valencia, dirigidos por el
teniente coronel Emilio Torres, se adueñaban del control de las calles, las
patrullas obreras quedaban definitivamente ilegalizadas y desarmadas.
Pocos días
después de los combates, el 11 de Mayo, el gobierno de Valencia nombraba a José
Echevarría Novoa como delegado del gobierno central del Orden Público en
Catalunya. Era la prueba definitiva de que Largo Caballero no iba a dejar
escapar la ocasión para imponer la autoridad de su gobierno en la totalidad de
la zona republicana.
Los comités
supervivientes de todo el período de decadencia del poder revolucionario serían
disueltos, quedando consolidada la autoridad de los nuevos ayuntamientos.
"La disolución de las patrullas fue un duro golpe para la CNT y la FAI. No lo fue menos la pérdida de su poder en incontables ciudades y pueblos. El 15
de Mayo, los comités revolucionarios, que hasta entonces habían opuesto
resistencia al decreto de la Generalitat del 9 de Octubre de 1936... fueron
declarados ilegales. En la práctica, muchos de los comités fueron desplazados
por los guardias y carabineros recién llegados aún, antes de su disolución
oficial de mediados de Mayo" (1025).
Una vez
disueltos los comités y las patrullas revolucionarias, integradas
definitivamente las milicias en el nuevo Ejército Popular, la economía colectivizada
también quedaría sometida a la autoridad de las instituciones republicanas. El
gobierno de la Generalitat no tendría ya ningún obstáculo que pudiese oponerse
a su control sobre las fábricas y sobre la producción. El control obrero y
sindical desaparecería de las empresas para dar paso a un estricto
mecanismo burocrático de interventores.
Las
características revolucionarias de las colectivizaciones habían desaparecido
definitivamente.
"(Después de la derrota de los revolucionarios).., el 20 de Noviembre de
1937, la Generalitat dictó un decreto titulado de intervenciones especiales o
"totales y directas", que suponía una intervención más intensa,
parecida a una dirección y control directos sobre la empresa por parte de los
interventores de la Generalitat.
...
"La gran cantidad de interventores y su sistema de nombramiento
hacía que la Administración pudiese esperar poco de ellos, ya que siendo a
menudo miembros de la misma empresa, se sentían más cerca de los obreros que
del Departamento. Por esto, para reducir su número y permitir una selección
<<más técnica>>, el decreto del 6 de Abril de 1938, preveía la
posibilidad de nombramiento de un interventor delegado por un conjunto de
empresas, con subdelegados en los diferentes establecimientos" (1026).
La
consolidación del control del gobierno de Valencia en Catalunya y el
desmantelamiento de los últimos restos del poder revolucionario fueron
acompañados por una agresiva campaña del PSUC y del PCE acusando al POUM de ser
una organización controlada por los fascistas, y de haber instigado los
sangrientos acontecimientos que acababan de suceder (1027).
"Después de los hechos de mayo la campaña del PSUC contra el POUM y el
<<trotskismo>> fue despiadada y aniquiladora. Ya antes del
<putsch>, Treball acusaba al POUM de la muerte de Roldán Cortada, pero el
día 6 de Mayo, cuando la normalidad empezaba a restablecerse, en un editorial
reincidía contra el trotskismo: el <<trotskismo criminal, atizador e
inductor de discordias y de sabotajes al país amigo y hermano de la URSS ha puesto su garra en Catalunya y pretende ahogarla con sangre y llenarla de
vergüenza" (1028).
El objetivo
de la campaña del PCE-PSUC era aprovechar la derrota del movimiento
revolucionario en Catalunya, para barrer definitivamente del mapa al
antiestalinista POUM. La liquidación del POUM cumpliría dos importantes
objetivos: la desaparición de un grupo extremadamente molesto, que había
denunciado desde los primeros momentos las purgas de la vieja guardia
bolchevique en la URSS, a manos de la camarilla estalinista, y por otra
aislaría todavía más a la agonizante CNT, que sería hábilmente eliminada del
nuevo gobierno de la Generalitat, el 29 de Junio.
El rechazo
de Largo Caballero a convertirse en un instrumento del PCE y del ala derecha de
su propio gobierno hizo que éste se opusiera a la campaña contra el POUM. El
día 11 de Mayo, el órgano de prensa de la Izquierda Socialista contestaba tajantemente a las presiones comunistas.
"Si el gobierno tuviese que aplicar las medidas de represión a que lo
incita la sección extranjera del Komintern, obraría como un gobierno de Gil
Robles o Lerroux, destruiría la unidad de la clase obrera y nos expondría al
peligro de perder la guerra y minar la revolución... Un gobierno integrado en
su mayoría por representantes del movimiento obrero no puede utilizar métodos
propios de gobiernos reaccionarios y de tendencias fascistas" (1029).
Sin embargo,
la oposición de los caballeristas no podía ocultar su creciente debilidad
política. La bancarrota en la que se encontraba el anarcosindicalismo
debilitaba a la Izquierda Socialista y la colocaba en un callejón sin salida
que iba a ser aprovechada por sus adversarios para proceder a derrocar a Largo
Caballero. El 15 de Mayo, en el Consejo de Ministros, el ministro de
Agricultura y militante del PCE, Uribe, exigía que se decretara la disolución
del POUM. La negativa del líder socialista desató la crisis del gabinete. Los
ministros del Partido Comunista abandonaron la reunión. Mientras los
socialistas de izquierda y los anarcosindicalistas apoyaron la postura de
Largo Caballero, los republicanos y los socialistas moderados de Prieto se
negaban a aceptar la continuidad del gabinete (1030). Largo Caballero se
vería obligado a dimitir.
La ocasión
para el cambio de gobierno ya había madurado. El anarcosindicalismo, principal
apoyo de Largo Caballero y de los socialistas de izquierda en el gabinete,
estaba completamente desprestigiado ante sus bases y había demostrado que no
estaba dispuesto buscar una salida revolucionaria. Todo el territorio
republicano estaba ahora bajo la autoridad indiscutible del gobierno y no
existía ya, ninguna fuerza revolucionaria que pudiera oponerse a la constitución
de una República democrático burguesa. Largo Caballero había sido útil en los
meses anteriores, como la imagen respetable de la República, frente a los revolucionarios. Ahora ya no era necesario y su pretensión de
no llevar las cosas lo convertían en un estorbo que tenía que ser apartado.
El
presidente Azaña delegó de nuevo, el primer intento para formar el nuevo
gabinete, en Largo Caballero. En las nuevas negociaciones los representantes
del PCE exigieron que las carteras de la Guerra y Gobernación estuvieran en manos de "personalidades que disfrutaran del apoyo de todos los partidos y
organizaciones que constituyen el gobierno" (1031). Finalmente la alianza
entre los prietistas, los republicanos de izquierda y los comunistas en torno a
las posiciones de estos últimos impidió que Largo Caballero pudiera formar un
nuevo gabinete.
La
candidatura de Juan Negrín, secretamente preparada por la alianza, desde hacia
algún tiempo, fue anunciada el 17 de Mayo. Socialistas de Izquierda y
cenetistas se negaron a participar en el nuevo gabinete. La contrarrevolución
republicana había triunfado definitivamente sobre la revolución de los comités.
La ilegalización del POUM se produciría poco después. Numerosos militantes y
dirigentes de esta organización fueron encarcelados, y su secretario general,
Andreu Nin sería, pocas semanas después, secuestrado y asesinado por agentes
estalinistas (1032). El anarcosindicalismo y los socialistas de izquierda,
quebrados políticamente con la liquidación del movimiento revolucionario, se
dejarían arrastrar por los triunfadores, sin poder oponerse eficazmente hasta
el final de la guerra. Resulta patética la descripción que nos ha hecho
Juan García Oliver, de vuelta a Barcelona, después de que la CNT quedara excluida del nuevo gobierno.
"En apariencia, la CNT conservaba toda su fuerza, tanto en los frentes de
Aragón como en los sindicatos y las colectividades de la retaguardia. Pero
había desaparecido lo que era esencial para toda gran lucha: el espíritu combativo.
Desde ese punto de vista, la CNT era como un saco hinchado y vacío. Aunque lo
hubiese deseado, no podría emprender ninguna acción decisiva contra los
usurpadores negrinistas, vencerlos y conservar las posiciones en los
frentes" (1033).
Sin embargo,
el precio a pagar iba a ser muy alto. La desmoralización de los sectores
revolucionarios y el cansancio de una población trabajadora que no se sentía
representada por ninguno de los bandos y que esperaba que la guerra terminara
cuanto antes aumentaba sin cesar. La victoria de Franco era ya sólo una
cuestión de tiempo.
6. UNA REFLEXIÓN FINAL SOBRE LA DUALIDAD DE PODERES EN LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA.
6.1 El período prerrevolucionario.
El proyecto
republicano pretendió superar el grave atraso que paralizaba al estado español
desde hacía más de tres siglos y que lo había convertido en el eslabón más
débil de la cadena capitalista europea. Frente al fracaso de la dictadura
bonapartista del general Primo de Rivera, los dirigentes republicanos contaban
con el capital político que les proporcionaba su alianza con una gran parte de
las organizaciones obreras. Desde este punto de vista, la proclamación de la República el 14 de Abril de 1931, sería recibida de forma entusiástica por casi todas las
clases sociales. Sin embargo, el clamor popular no podía esconder que la recién
nacida II República había aparecido en medio de un mar que amenazaba con
tormenta. La aparente unanimidad a favor de la República ocultaba intereses irreconciliables que pronto surgirían en la escena política.
La burguesía
y los sectores sociales dominantes esperaban que la República conseguiría disipar la amenaza revolucionaria que había empezado a adivinarse en el
último período de la dictadura, y los unificaría en torno a un proyecto
modernizador del capitalismo español. Para poder equiparar la economía a las
grandes potencias era indispensable superar los problemas tradicionales que
afectaban al país, la falta de articulación y desarrollo de sus mercados, la
reforma agraria, el excesivo peso de la Iglesia, la tradición intervencionista del ejército en la política interna, la incapacidad de las clases dominantes
para unificarse en torno a un proyecto económico...
Las clases
medias también saludaron la llegada de la República como el proyecto que permitiría superar la crisis y el impás del antiguo régimen y que traería consigo un nuevo
período de bonanza económica del que resultarían beneficiadas.
Por otro
lado, una gran parte del proletariado y del campesinado pobre identificaban,
bajo la influencia política del Partido Socialista, la instauración de la República con el cumplimiento de la primera etapa de la "revolución" (1034). El
socialismo llegaría "fatalmente" como una fruta madura, después del
agotamiento del proyecto republicano. El anarquismo, tradicionalmente
apolítico, presionado por el entusiasmo popular, procedería a apoyar a la
coalición de centro izquierda, convencido de que el final de la represión y la
instauración de las libertades democráticas proclamadas por la República les permitiría un mayor desarrollo de sus organizaciones.
Sin embargo,
el nuevo régimen se agotaría en apenas cinco años de existencia, después de
demostrar su incapacidad para satisfacer los intereses antagónicos de las
diferentes clases sociales. La impotencia republicana se vería agravada durante
todo este período, por la crisis galopante que afectaba a todo el sistema
capitalista mundial y por el ascenso de los fascismos en gran parte de Europa.
La República se vió imposibilitada para satisfacer lo que de ella demandaban las clases
populares, sin afectar gravemente los intereses de la burguesía y del resto de
los sectores sociales dominantes. Los intereses de estos sectores se
entrelazaban fuertemente formando un solo bloque, de manera que cualquier
medida que pudiera ser llevada a cabo afectaría a la totalidad de las clases
privilegiadas.
La timidez
con la que fueron abordadas las limitadas reformas, por los gobiernos de la
coalición republicano socialista, acabaría provocando una fuerte crispación
entre el movimiento obrero y el campesinado pobre. Paradójicamente, la República procedería a reforzar las leyes represivas, como una medida contra los intentos de
las clases populares de resolver sus demandas por otros métodos que no fueran
los estrictamente parlamentarios.
El triunfo
electoral de la derecha y del centro, en las elecciones de Noviembre de 1933
provocaría la ruptura de la coalición republicano socialista y el viraje
hacia la izquierda del Partido Socialista. El anarcosindicalismo, frustrado por
la experiencia del bienio anterior, volvería a su tradicional apoliticismo. Sin
embargo, el proceso de radicalización del Partido Socialista estaba provocado
por otro mucho más extenso en el seno de las capas populares, frustradas por la
experiencia republicano-socialista, y atemorizadas por el triunfo de una
derecha que amenazaba con liquidar las libertades democráticas y anular los
escasos avances que se habían llevado a cabo durante el período anterior.
En Diciembre
de 1933 se creaba en Catalunya la primera Alianza Obrera, por iniciativa de las
pequeñas organizaciones comunistas disidentes (trotskistas y bloquistas). Con
posterioridad, aparecerían nuevas alianzas en Madrid, Asturias y en otros
lugares del estado. La participación del Partido Socialista y de la UGT potenciaría decisivamente los nuevos organismos. A pesar de la oposición del
anarcosindicalismo (salvo en Asturias) y del Partido Comunista oficial, la
aparición y desarrollo de las Alianzas Obreras reflejaba la radicalización de
los trabajadores. Los nuevos organismos, verdadero frente de las organizaciones
obreras (la pequeña burguesía estaba excluida), reflejaban el profundo
sentimiento de unidad de los trabajadores frente a la amenaza autoritaria de la
derecha. Las características de las Alianzas Obreras cobran especial
importancia como antecesoras de los comités y de las Juntas que aparecerían al
calor de la revolución de 1936.
La entrada
de la derecha (CEDA) en el gobierno radical de Lerroux sería la señal para el
desencadenamiento de una huelga general, convocada por los socialistas, que
tendría efectos desiguales en todo el país. Las Alianzas Obreras jugaron un
papel importante pero desigual en dichos acontecimientos. Sin embargo, sólo en
Asturias la situación tendría características insurreccionales, en gran parte
debido a la unidad de la clase obrera de la región (la CNT asturiana se mostró dispuesta a formar parte de las Alianza desde su fundación, mientras
que el PCE se había unido en vísperas de la insurrección). La unidad, el
convencimiento de que la insurrección revolucionaria se estaba desarrollando
por todo el país y el convencimiento de que por fin, estaban luchando por el
esperado socialismo impulsó a los trabajadores asturianos a resistir durante
dos semanas a las tropas legionarias provenientes de Africa, enviadas por el
gobierno para sofocar la rebelión. Sin lugar a dudas, la experiencia de las
Alianzas Obreras y los acontecimientos revolucionarios fueron un ensayo de lo
que iba a ocurrir, apenas dos años más tarde.
A pesar de
la derrota de los revolucionarios, los hechos de Octubre supusieron un fuerte
golpe para los objetivos de la derecha. Primero, habían sido sus planes para
dotarse de una amplia base social, aprovechando las condiciones favorables de
la victoria electoral, los que habían terminado en un rotundo fracaso reflejado
en las frustradas concentraciones de El Escorial y de Covadonga (1035). La
debilidad de las clases medias españolas constituía una pesada carga sobre los
planes de la derecha. Ahora, después de la insurrección de Octubre, la
coalición gubernamental del centro y de la derecha se encontraba dividida en
torno a las medidas que había que tomar. La energía desencadenada por los
revolucionarios asturianos había conseguido paralizar los planes autoritarios
de la derecha.
"El mismo ministro de la Guerra admitió que de haber surgido
levantamientos en otras zonas del país, el ejército no hubiera podido hacerse
con ellos. Por otra parte, el mismo ejército se había mostrado suficientemente
republicano en espíritu para tener que echar mano de los mercenarios africanos
para llevar a cabo la represión" (1036).
Efectivamente, la derecha había fracasado en sus intentos de alcanzar el poder
por la vía democrática, tal como lo había hecho Hitler en Alemania o Dolfus en
Austria. El gobierno de coalición, debilitado y desunido, pronto entraría en
crisis, mientras que la radicalización del campesinado pobre y del movimiento
obrero urbano pronto volvería a ponerse en marcha, con inusitado vigor.
El
agotamiento del proyecto republicano empezaba a reflejarse en la creciente
polarización social. El fracaso del "bienio negro" sería la causa de
que las clases propietarias abandonasen definitivamente los proyectos políticos
de la derecha y de la extrema derecha, para depositar su confianza en el
ejército, como el único salvador de sus intereses.
Sin embargo,
en el seno de la izquierda el efecto de los hechos de Octubre era otro muy
distinto. El proyecto de las viejas Alianzas Obreras sería abandonado por la
mayoría de las organizaciones. Mientras los trabajadores se desplazaban hacia la
izquierda, frustrados por la experiencia de la coalición republicano-socialista
(1931-1933) y por la amenaza fascista (1934-1935), el Partido Socialista y el
Partido Comunista olvidaban sus viejos radicalismos para recuperar la vieja
alianza con los republicanos, en nombre de la unidad antifascista.
El moderado
programa político del Frente Popular era una promesa a las clases dirigentes de
que las organizaciones obreras estaban dispuestas a seguir dentro de la República parlamentaria y que rechazaban secundar cualquier tipo de aventura revolucionaria.
La
participación de los partidos socialista, comunista y del POUM y el apoyo
prestado por el anarcosindicalismo conseguirían centrar momentáneamente las
ilusiones del movimiento obrero y del campesinado pobre en la coalición
electoral. Sin embargo, la situación era fuertemente inestable. El contenido
liberal del programa político del Frente Popular y la radicalización creciente
de las clases populares eran demasiado antagónicos para engañar a alguien,
"Los días siguientes a las elecciones estuvieron señalados por diversos
movimientos: entusiasmo, pero temor también entre los vencedores; pánico o
rebelión entre los vencidos" (1037).
Mientras los
trabajadores consideraban que la victoria del Frente Popular significaría la
inmediata liberación de los "héroes de Octubre" y el freno electoral
a los planes de una derecha que poco antes había enseñado sus dientes (después
ya habría tiempo para satisfacer sus demandas), las clases dirigentes volcaban
su apoyo en los avanzados planes conspirativos del ejército. Mientras tanto,
las clases medias tendían a dividirse en torno a los dos grandes polos que se
preparaban para enfrentarse.
Efectivamente, la victoria del Frente Popular sería la señal para el inicio de
las movilizaciones. Si las ilusiones en el gobierno republicano de izquierdas
hubieran sido tan importantes como aparentaba el apoyo electoral, el triunfo
habría dado lugar a un período de paz social, en espera de que las iniciativas
parlamentarias cumplieran sus reivindicaciones. Sin embargo, apenas conocido el
triunfo electoral de la izquierda, las cárceles fueron asaltadas por la
multitud para liberar a los presos, sin que la población estuviera dispuesta a
esperar la prometida amnistía. Esto sólo sería el principio.
"En los meses que precedieron a la guerra civil se produjeron un promedio
de diez a veinte huelgas diarias, llegando a contarse 400.000 o 500.000
huelguistas en un solo día. Las masas se lanzaron a la calle y libertaron a los
presos sin, sin esperar a que el gobierno promulgara la amnistía para los
30.000 presos políticos" (1038).
La situación
en el campo era similar a la de las ciudades. Los jornaleros y el campesinado
pobre iniciaron una oleada de ocupaciones de las grandes propiedades. Con sus
propios métodos demostraban que ya no estaban dispuestos a esperar.
El período
comprendido entre Febrero y Julio demuestra que la República y el Frente Popular eran en realidad, un cascarón vacío que no representaba a
ninguna clase social. Apenas formado, el gobierno republicano de izquierdas
tuvo que enfrentarse a sus propias bases sociales que se situaban claramente a
su izquierda.
"Lo que estaba en juego era el mismo sistema social. Las masas, de forma
espontánea y confusa, reclamaban la revolución social, no la democracia
republicana o la revolución democrático-burguesa. <<Puede decirse, sin
exagerar, que su <programa mínimo> era la revolución social>>"
(1039).
Cabe
destacar que, durante este período prerrevolucionario, las organizaciones
obreras, integradas en el Frente Popular o situadas a su izquierda, no
acompañaron el proceso de radicalización de sus propias bases sociales. La Izquierda Socialista que había conseguido capitalizar el apoyo de gran parte de la población
trabajadora, rebajaba los planteamientos que la habían llevado a apoyar
temporalmente al Frente Popular. En el mes de Abril, en plena auge de las
movilizaciones, las páginas de "Claridad" todavía reclamaban la
concesión de una tregua para el gobierno republicano (1040). En el mismo
período, el Partido Comunista reivindicaba la consolidación del Frente Popular
y el cumplimiento inmediato de su programa electoral (1041). El
anarcosindicalismo y el poumismo apoyaron las movilizaciones populares y
denunciaron la conspiración militar que estaba en marcha. Sin embargo tampoco
en este caso se adoptarían medidas adecuadas ante los acontecimientos que iban
a desencadenarse. El Congreso de Zaragoza convocado por la CNT a principios de Mayo, "el Congreso de reunificación" sería una nueva
oportunidad perdida para armarse política y militarmente.
"Los meses que precedieron la sublevación militar se señalaron... por una
agitación política general y provocaciones armadas de las derechas. A estar a
las informaciones de Peirats, parece que el movimiento revolucionario no tomó
medidas a fin de contrarrestar los preparativos de los militares para su golpe,
y ni siquiera en el Congreso Nacional de la CNT celebrado en Zaragoza, en mayo de 1936, hay asomos de que se discutiera este problema" (1042).
Simultáneamente la conspiración militar ultimaba los detalles. El fracaso de la
derecha civil había conseguido unificar a las clases dominantes en torno al
ejército. La imposibilidad del gobierno republicano para controlar la situación
y mantener la legalidad, y la incapacidad del movimiento revolucionario para
encontrar una salida al largo período de inestabilidad llevaron a una gran
parte de la pequeña burguesía a apoyar la alternativa militar como el único
camino posible para restablecer el orden.
Es
importante destacar la fuerte resistencia que opuso el gobierno republicano
para adoptar medidas eficaces contra la conspiración. Por el contrario en
numerosas ocasiones los líderes republicanos saldrían en su defensa frente a
las contínuas denuncias de la izquierda.
"El ministro de la Guerra se honra en hacer público que toda la
oficialidad y clases del Ejército español, desde los empleos más altos a los
más modestos, se mantienen dentro de los límites de la más estricta disciplina,
dispuestos en todo momento al cumplimiento exacto de sus deberes".
"Los militares españoles, modelos de abnegación y lealtad, merecen de
todos sus conciudadanos el respeto, el afecto y la gratitud que se deben
quienes han hecho, en servicio y defensa de la patria y de la República, la ofrenda de su propia vida si la seguridad y el honor nacional lo exigen"
(1043).
Por el
contrario el gobierno republicano acabaría adoptando una serie de limitadas
reformas, destinadas a disipar la conspiración ganándose a los mandos del
ejército.
La
"ingenuidad" del gobierno sólo puede explicarse por el temor a la
amenaza revolucionaria. Los líderes republicanos temían mucho más a las
radicalizadas movilizaciones populares que al espectro del golpe militar. La
lección de Asturias no sólo había sido aprendida por la derecha, la izquierda
liberal era consciente de que sólo el ejército podía asegurar el mantenimiento
de la República en aquellas circunstancias.
La República había intentado infructuosamente impulsar su proyecto, en medio de una colosal
crisis económica y política que amenazaba con derrumbar la economía de las
principales estados capitalistas. A pesar de algunas opiniones, la República no había aparecido en el peor de los momentos, sino en la situación adecuada,
después del naufragio de la dictadura y de la monarquía.
Ahora,
después de más de cinco años, las diferentes clases sociales habían abandonado
definitivamente el también agotado proyecto republicano. No era posible
modernizar el capitalismo español por vías parlamentarias y democráticas. Para
la burguesía y las clases dirigentes, la modernización del sistema productivo
español exigía soluciones mucho más expeditivas. Años después, el franquismo se
encargaría de cumplir esta tarea, por medio de sus propios métodos
dictatoriales y represivos. Para conseguirlo, el ejército habría tenido que
quebrar el espinazo de la clase obrera y de los movimientos populares.
6.2 La sublevación militar provoca el estallido de la revolución.
En la
sublevación, los militares golpistas imitaron el estilo tradicional de los
viejos pronunciamientos decimonónicos, convencidos de que el gobierno
republicano se iba a plegar a sus exigencias de reforma del Estado. Una vez
efectuadas las correcciones oportunas se procedería a liquidar al movimiento
revolucionario y se recuperaría la estabilidad política, económica e institucional,
bajo la forma de una República de corte autoritario.
"Es coincidente el testimonio de todos los observadores que los dirigentes
del <<pronunciamiento>> esperaban que éste triunfase en pocas
horas, a lo sumo en escasos días de acuerdo con los antecedentes en España en
los últimos cien años" (1044).
Inicialmente, la sublevación militar no estuvo dirigida contra la República. El pronunciamiento era, de hecho, una maniobra previsora dirigida destinada a
impedir la amenaza revolucionaria, antes de que fuese demasiado tarde. Sin
embargo, los efectos conseguidos fueron justamente los contrarios a los
esperados. El intento de golpe de Estado desencadenó una oleada revolucionaria
que disolvió las huecas instituciones republicanas en pocos días. El día 21 de
Julio, los sublevados tan solo dominaban tres reducidas zonas aisladas entre
sí, y habían fracasado, salvo en Zaragoza y Sevilla, en los principales núcleos
urbanos del país. Numerosas guarniciones, partidarias del pronunciamiento
habían quedado aisladas y a la defensiva en sus propios cuarteles. El panorama
para el ejército parecía desolador.
Desde los
primeros momentos de la sublevación, el gobierno republicano buscó a toda costa
evitar la irrupción de los sectores revolucionarios en la nueva situación
política. Las demandas de armamento por parte de la población fueron denegadas
sistemáticamente, aunque con ello existiera el peligro de favorecer el triunfo
de los sublevados. Las organizaciones obreras del Frente Popular acataron las
directrices políticas del gobierno y llamaron a la calma a sus propias bases.
Mientras tanto, el gobierno ofreció a los mandos sublevados la negociación de
sus condiciones, antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, la entrada en
acción de los grupos revolucionarios, después de obtener armas en el asalto de
los cuarteles abandonados por los sublevados, precipitó el fracaso de los
intentos negociadores. Fieles a si óptica política, la amenaza revolucionaria
era un peligro mucho mayor que la misma sublevación.
Numerosos
historiadores son de la opinión de que el triunfo sobre los alzados en armas se
debió a la actividad de las fuerzas policiales y militares que se mantenían
fieles al gobierno. Otros, han exagerado la participación revolucionaria en los
acontecimientos hasta considerarla la única causa de la derrota militar. Sin
embargo, ambas versiones son inexactas. Los primeros olvidan que en aquellos
lugares donde no se dió una fuerte presencia de los revolucionarios en los
combates, la victoria fue de los sublevados (Zaragoza, Algeciras, Córdoba...).
Los segundos
consideran que la acción desorganizada y voluntarista de los grupos de obreros
revolucionarios, sin contar con un Estado Mayor, ni tampoco con un plan organizado
de defensa, podía vencer a un ejército disciplinado, bien armado y con mayor
experiencia bélica. La realidad de los acontecimientos fue la combinación de
las fuerzas leales y de los trabajadores revolucionarios. La acción armada de
los cuerpos policiales y militares progubernamentales fue la primera que pudo
oponerse seriamente a la insurrección, sin embargo sería la progresiva
participación de los revolucionarios, y el apoyo popular, los que precipitarían
el desenlace. No hay que olvidar que numerosas unidades leales mostraron
durante los combates, una actitud vacilante o cuando menos sospechosa frente a
la sublevación.
Por otro
lado hay que tener en cuenta otro factor polémico que ya hemos comentado más
arriba. La actitud de las autoridades republicanas frente a la sublevación. Sin
duda alguna, la irrupción del movimiento obrero en la arena política, para
enfrentarse a los sublevados consiguió hacer fracasar los intentos de
negociación.
En medio de
los combates también se haría patente la falta de preparación de la izquierda
frente a la amenaza militar. La participación de los trabajadores en los
combates callejeros conllevó grandes dosis de espontaneísmo y de improvisación.
El armamento acumulado era escaso y la organización de los combatientes casi
inexistente. Con frecuencia, el triunfo de los sublevados se debió a la
ingenuidad de las organizaciones obreras, que carecían de una idea clara sobre
como había que actuar (Oviedo, Zaragoza, Sevilla).
Sin embargo,
la nueva situación no hacía más que empezar. El contacto de las fuerzas
progubernamentales con los grupos revolucionarios, bajo un clima de arrebato
popular, actuó como un poderoso disolvente sobre las instituciones
republicanas. El desastre se vería agravado por el efecto boomerang que
produciría el decreto de disolución de las unidades sublevadas. La deserción
entre los fuerzas leales sería generalizada. El rápido derrumbe de la República ponía al descubierto la vacuidad de las instituciones republicanas, que ya no
representaban a nadie.
Simultáneamente al vacío de poder político, se producía también una desbandada
entre las clases propietarias. Si el ejército había fracasado, nada ni nadie
podría protegerlos de la represión de los revolucionarios, que no olvidarían su
apoyo y sus simpatías hacia los sublevados. Las empresas, industrias, talleres,
minas y propiedades agrícolas, todo fue abandonado por sus propietarios en una
precipitada huida, provocando un nuevo vacío de poder que amenazaba con
colapsar la economía.
Una vez
desconvocada la huelga general, los trabajadores se encontraron sin ningún tipo
de dirección en los centros de trabajo. La amenaza de hundimiento de la
economía tuvo que ser superada con una gran dosis de improvisación de los
trabajadores.
Con
frecuencia los antiguos comités de empresa jugaron un papel de dirección,
reorganizando la producción conforme a la nueva situación y convocando
asambleas en los que las plantillas de trabajadores escogerían a sus
representantes.
Sin embargo,
la gesta de poner en marcha una economía casi a partir de cero, no puede
atribuirse a la iniciativa de las organizaciones obreras. Tampoco puede
hablarse de que existiera una verdadera conciencia de lo que estaba ocurriendo.
Los obreros revolucionarios ponían en marcha su instinto de clase para
satisfacer sus aspiraciones. Si los empresarios habían huido, había que
organizar la empresa, para evitar la pérdida de los salarios.
Si los
directivos no se presentaban había que organizar una nueva dirección. Sería
después, a medida que la nueva situación se mantenía y se extendía
espontáneamente por todas partes, que los trabajadores y los militantes de la
izquierda empezarían a tomar verdadera conciencia de las implicaciones
revolucionarias de la nueva situación. Los partidos y sindicatos obreros
estaban convencidos de que una vez terminados los combates y sofocada la
sublevación (que preveían rápida), la situación volvería a la normalidad.
Durante las primeras semanas después de la sublevación, en las declaraciones y
manifiestos de la izquierda no encontramos ninguna expresión que sugiera una
iniciativa para implantar un nuevo orden. En los meses anteriores, los partidos
y sindicatos habían alertado de los peligros de la sublevación militar, pero
nadie había valorado seriamente la posibilidad de una respuesta revolucionaria.
La consecuencia era que, en los momentos cruciales, ninguna organización
estaría preparada para orientarse en los nuevos acontecimientos.
Sin embargo,
los grandes cambios no se realizaron tan solo en el campo de la economía. Las
desprestigiadas instituciones estatales republicanas serían sustituidas por un
verdadero enjambre desorganizado de comités locales, milicias y patrullas de
control que asumirían las funciones del poder político. Los nuevos organismos
revolucionarios, los comités-gobierno (como muy acertadamente los calificó G.
Munis), eran los sucesores de las viejas Alianzas Obreras del 34. Sin embargo
los nuevos organismos habían aparecido de forma espontánea, no formaban parte
del esquema político de ninguna de las organizaciones obreras. Es más, a menudo
su verdadera naturaleza revolucionaria no fue comprendida por el conjunto de la
izquierda, durante el período de su existencia.
Precisamente
por su origen resulta importante destacar las características comunes que
tuvieron estos organismos (democracia participativa y directa, igualitarismo),
porque reflejan el grado de sensibilidad de los sectores de la población que
los conformaron.
La aparición
de estos organismos también refleja el fuerte descrédito en el que habían caído
las instituciones republicanas, y la profunda desconfianza que sentían los
trabajadores hacia el viejo orden. El observador puede objetar que en
Catalunya, el anarcosindicalismo y el POUM eran organizaciones refractarias al
orden republicano. Sin embargo, donde esta afirmación cobra más fuerza es
precisamente fuera de Catalunya. Mientras los líderes socialistas y comunistas
apoyaban decididamente al gobierno, sus propias bases protagonizaban la
revolución de los comités. Si no hubiera existido este sentimiento de rechazo,
los trabajadores y los militantes de la izquierda se habrían encuadrado bajo la
autoridad de las instituciones republicanas, y sin embargo lo que ocurrió fue
todo lo contrario.
El
espontaneísmo que caracteriza la acción de los trabajadores durante las
primeras semanas, deja muy clara la orientación "socialista" que los
trabajadores daban a su revolución. Las asignaturas pendientes que había
arrastrado el estado español desde hacía siglos y que la República no había podido solucionar fueron resueltas en pocas semanas por los trabajadores,
con sus propios métodos extraparlamentarios. Este fenómeno podemos observarlo
en toda la zona donde había fracasado la sublevación militar. La profundidad
con la que se desarrolló en las distintas áreas depende de la correlación de
fuerzas que existía en ellas (desde Euskadi, donde el nacionalismo burgués
consiguió impedir la propagación de la revolución, hasta Catalunya, donde esta
revistió su mayor alcance y profundidad).
La
vertiginosa transformación que sufrieron las zonas donde los trabajadores
habían triunfado sólo puede explicarse por el inmenso caudal de energías
revolucionarias que se liberaron en aquellos momentos. La convicción de los
trabajadores y del resto de las clases populares de que tenían a su alcance la
posibilidad de transformar la sociedad conforme a sus aspiraciones y sus
necesidades. Sería este entusiasmo revolucionario el que conseguiría poner en
marcha de nuevo la producción, en tan solo unos días, transformando una
economía de paz en otra de guerra, después de la huida de los propietarios y de
los técnicos de las empresas. Sería también este entusiasmo revolucionario el
que permitiría rápido surgimiento de las improvisadas milicias que se
enfrentaron a los sublevados, en aquellos lugares donde todavía no habían sido
vencidos, evitando que el golpe de Estado se convirtiera en un paseo
triunfal del ejército hacia el poder.
El elevado
grado de espontaneísmo es una de las particularidades más definitorias de la
revolución española. En ella podemos observar y comprender las virtudes
(elevación de la conciencia, la capacidad de los trabajadores para tomar sus
decisiones...) y también sus limitaciones (corporativismo, tendencia al
capitalismo popular, dificultades para construir una economía coherente...).
Sin embargo, la limitación más importante de la revolución española fue la
imposibilidad de ésta para articularse y construir una estructura de poder con
la que superar a las viejas instituciones republicanas. El espontaneísmo no
sólo era el reflejo de la madurez revolucionaria, también mostraba su incapacidad
para adueñarse del poder político y utilizarlo en la consolidación del nuevo
orden.
"La gran debilidad de las conquistas revolucionarias de los trabajadores
españoles estriba, más aún que en su improvisación, en su carácter de tarea
incompleta. Pues la revolución, apenas nacida, tuvo que defenderse. Fue la
guerra la que redujo a migas las conquistas revolucionarias antes que hubiesen
tenido el tiempo de madurar y de llevar a cabo sus pruebas en su experiencia
cotidiana constituida por avances y retrocesos, por avances y retrocesos, por
ensayos y errores y por descubrimientos" (1045).
La falta de
un poder político revolucionario impidió que las Juntas territoriales, los
comités, las colectivizaciones y las milicias, pudieran estructurarse de forma
coherente y superaran los errores y las contradicciones iniciales, consecuencia
de su origen espontáneo. Todos los intentos de planificación de la nueva
economía colectivizada se estrellarían ante la falta de este poder político que
representara sus intereses.
Los comités
revolucionarios locales eran la máxima autoridad a "nivel
horizontal", es decir, eran el poder indiscutible en las localidades donde
habían surgido, ejercían todas las funciones de un verdadero miniestado. Sin
embargo, los intentos de articularlos fueron escasos y limitados, y nunca
sobrepasaron el ámbito comarcal. No existía ninguna partido o sindicato
dispuesto a hacerlo. Mientras las organizaciones vinculadas al Frente Popular
abogaban por su rápida disolución, la CNT-FAI los miraba con desconfianza. Al fin y al cabo, la óptica libertaria consideraba que eran los sindicatos y no
los comités-gobierno, los verdaderos canales de expresión de las clases
trabajadoras. Esta visión "sindicalista" también era compartida por
el POUM, que consideraba que las organizaciones "soviéticas" eran
ajenas al carácter de la revolución española. A lo sumo, los comités locales
deberían jugar el papel de organismos de frente único en las localidades donde
estaban implantados, de la misma manera que lo habían sido las Alianzas Obreras
en el 1934.
Resulta
interesante reflexionar sobre el supuesto exotismo de la naturaleza soviética
en la revolución española. Mientras las organizaciones obreras vinculadas al
Frente Popular los rechazaban en nombre del carácter
"democrático-burgués" de la revolución, la CNT-FAI y el POUM consideraban que eran los sindicatos y no los soviets, los organismos que
estaban destinados a convertirse en la piedra angular de la revolución. En palabras
del mismo Andreu Nin, secretario del POUM y testimonio directo de los primeros
años de existencia de una URSS, todavía no estalinizada:
"En Rusia no había tradición democrática. No existía una tradición de
organización y de lucha en el proletariado. Nosotros contamos con ella. Tenemos
sindicatos, partidos, publicaciones. Un sistema de democracia obrera".
"Se comprende, pues, que en Rusia los soviets alcanzaran la importancia
que tuvieron. El proletariado no tenía sus organizaciones propias. Los soviets
fueron una creación espontánea que en 1905 y en 1917 tomaron carácter
político".
"Nuestro proletariado tenía ya sus sindicatos, sus partidos, sus
organizaciones propias. Por esto, los soviets no han surgido entre
nosotros" (1046).
En realidad
el problema era otro muy distinto. La tradición democrática era mucho más
sólida en Alemania, y sin embargo habían surgido los consejos obreros (con una
naturaleza parecida a la de los soviets rusos). Mientras en Rusia y en Alemania
las organizaciones de la izquierda habían apoyado la formación de los soviets y
de los Räte, en la revolución española todos los partidos y sindicatos obreros
rechazaban la idea de convertir a los comités locales en los cimientos del
nuevo Estado revolucionario.
Para
convertirse en auténticos soviets, los comités debían democratizarse (estar
formados por los representantes elegidos de los trabajadores) y articularse en
una estructura de poder que les permitiera enfrentarse con éxito a los restos
del Estado republicano. El hecho de que ninguna organización obrera estuviera
dispuesta a trabajar con esa orientación impidió su aparición.
Junto a los
comités, patrullas y milicias, surgirían también una serie de organismos que
pretendieron ejercer las funciones de las extinguidas instituciones estatales
republicanas en la región. Estos organismos, verdaderos herederos de las Juntas
revolucionarias del siglo XIX agrupaban a las organizaciones obreras
implantadas en los territorios donde habían surgido. La aparición de las Juntas
territoriales también reflejaba que las instituciones gubernamentales habían
perdido la confianza de la población trabajadora (no hay que olvidar el dudoso
papel jugado por los políticos republicanos frente a la sublevación militar).
Sin embargo, las Juntas no pretendían ocupar el espacio político del gobierno
central. Representando la voluntad política de los organismos dirigentes de los
partidos y sindicatos, las Juntas se irían disolviendo una por una sin oponer
grandes resistencias.
La caída del
gobierno republicano central dió lugar a una serie de fenómenos de carácter
cantonal que pusieron en evidencia la tradicional deficiencia de la
articulación del estado español. La completa restauración del poder central no
podría conseguirse hasta un año después.
A pesar de
que las Juntas territoriales y los comités locales convivieron en las mismas
zonas, nunca llegó a darse una vinculación orgánica. Existe también una clara
diferenciación en la naturaleza de los dos organismos. Mientras las primeras
estaban integradas por los representantes de las direcciones de los partidos y
sindicatos, los comités lo estaban por los militantes de base, mucho más
sujetos a la influencia y la presión de la población. Las directrices dictadas
por las Juntas eran transmitidas a la multitud de comités por los militantes de
las organizaciones que estaban representados en ambos organismos. Las órdenes
eran obedecidas o no por los comités, dependiendo de que éstos consideraran que
se estaba respetando o no el espíritu de la revolución.
6.3 La dualidad de poderes.
La dualidad
de poderes en el proceso revolucionario español presenta una complejidad
extraordinariamente rica y compleja.
6.3.1 La multiplicidad de poderes.
Limitar la
guerra civil y la revolución española, como han hecho algunos historiadores, a
un enfrentamiento armado entre el ejército sublevado (representante de los
intereses de la burguesía) y los defensores de la República, es empobrecer los hechos históricos y dejar muchos de ellos sin explicación.
En el
interior de la zona republicana se estaba desarrollando una segunda guerra
civil que, sin duda alguna, influiría de manera decisiva en la evolución del
campo de batalla. Efectivamente, con la caída de la República se inició un forcejeo entre los sectores revolucionarios y los partidarios de
restaurar cuanto antes, la autoridad del gobierno y del Frente Popular.
6.3.2 La dualidad de poderes fue el resultado de la renuncia de las
organizaciones obreras al poder que tenían prácticamente en sus manos.
"por rechazo de la insurrección militar, hallándose el gobierno sin medios
coactivos, se produce un levantamiento proletario, que no se dirige contra el
gobierno mismo...Ahora bien: una revolución necesita apoderarse del mando,
instalarse en el gobierno, dirigir el país según sus miras. No lo han hecho.
¿Porqué?, ¿falta de fuerza, de plan político, de hombres con autoridad?,
¿presentimiento de que un golpe de mano sobre el poder, aún victorioso,
derrumbaría la resistencia, nos pondría enfrente de todo el mundo y se perdería
la guerra?, ¿o el cálculo de crear clandestinamente, por abuso de fuerza, sin
responsabilidad y bajo la cobertura de gobiernos inermes, situaciones de hecho,
para mantenerlas después e imponerse al Estado cuando quiera salir de su
letargo? de todo habrá. La obra revolucionaria comenzó bajo un gobierno
republicano que no quería ni podía patrocinarla. Los excesos comenzaron a salir
a la luz ante los ojos estupefactos de los ministros. Recíprocamente al
propósito de la revolución, el del gobierno ni podía ser más que adoptarla o
reprimirla. Menos aún que adoptarla podía reprimirla. Es dudoso que contara con
fuerzas para ello... El orden antiguo pudo ser reemplazado por otro
revolucionario. No lo fue. Así no hubo más que impotencia y barullo"
(1047).
Las palabras
de Azaña son suficientemente explícitas. El derrumbe de las instituciones
republicanas había dejado a los revolucionarios frente a los sublevados. Sin un
aparato coercitivo que le permitiera hacer respetar su autoridad y
completamente desprestigiado por su política anterior, el gabinete Giral
mantuvo una existencia lánguida y espectral, solamente sostenido por el apoyo
político que le prestaban las organizaciones obreras del Frente Popular.
La situación
estatal también tendría su paralelismo en Catalunya, donde el gobierno de la Generalitat, apoyado por las organizaciones del Front d'Esquerres, se mostró incapaz de
oponerse al triunfo anarcosindicalista.
Tanto el
gobierno republicano central como el catalán, pudieron iniciar los primeros
pasos serios en su reconstrucción por la implicación progresiva de los
partidos obreros del Frente Popular: El PSOE y el PCE-PSUC.
¿Cuál fue la
dinámica que llevó a los revolucionarios a perder la iniciativa que habían
conseguido en Julio? A nivel estatal, los dirigentes de las organizaciones
obreras se habían mostrado partidarios de mantener los compromisos adquiridos
con el Frente Popular contra viento y marea. Mientras los sectores moderados
(prietistas y comunistas) defendían la necesidad de restaurar el viejo orden y
de hacer retroceder la revolución a los límites marcados por una República
burguesa de corte parlamentario. Los caballeristas oscilaban, influidos por el
anarcosindicalismo y el Partido Comunista. Desde la óptica de los dirigentes de
la Izquierda Socialista, el triunfo sólo podía conseguirse con la implicación
de las potencias capitalistas democráticas (Francia y Gran Bretaña), y ésto
sólo podía tener un precio: el final de la revolución. Sin embargo, los
dirigentes del socialismo de izquierdas eran conscientes de que la liquidación
del movimiento revolucionario que había llevado a convertirse en los jueces de
la situación en el interior del gobierno, también significaba el final de su
propia hegemonía. El largocaballerismo arrastraría esta contradicción a lo
largo del proceso revolucionario. Sus reticencias y vacilaciones acabarían
convirtiéndolos en un aliado incómodo que tendría que ser barrido en cuanto las
circunstancias lo permitieran.
En Catalunya
el victorioso anarcosindicalismo se detendría en los umbrales del poder,
atemorizado por las consecuencias que implicaba. Incapacitados políticamente
para tomar el poder, los dirigentes de la CNT prefirieron optar por un camino intermedio: la constitución de un Comité Central de Milicias, que sin ser un
auténtico gobierno pudiese asegurar las victorias conseguidas después de Julio.
Mientras las
bases organizadas de los partidos y sindicatos obreros realizaban su
revolución, sus dirigentes no estaban dispuestos a seguir por el mismo camino.
Mientras unas organizaciones rechazaban el poder para convertirse en los principales
avalistas de la República y del Frente Popular, otras renunciaban a él e
intentaban posponer el desenlace hasta después de la guerra. Desde esta
perspectiva, podemos calificar a la revolución española como una
"revolución huérfana".
6.4 El Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya. La evolución de
la dualidad de poderes en Catalunya.
En la
revolución española existieron dos dinámicas plenamente diferenciadas: la que
se da en Catalunya y la del resto de estado. Aunque ambas situaciones forman
parte de la misma revolución y del mismo marco de lucha de clases, existen
diferencias visibles en la correlación de fuerzas que ayudan a explicar los
distintos ritmos que se dieron en el proceso revolucionario:
Mientras a
nivel estatal, las organizaciones obreras mayoritarias aceptaban el marco
político del Frente Popular, en Catalunya la hegemonía se encontraba en manos
de las organizaciones que se situaban a su izquierda.
La otra gran
diferencia era el hecho de que en Catalunya se concentrara la mayor parte del
proletariado español y también su sector más organizado y con mayor tradición
combativa.
Ambos
factores iban a ser decisivos en la mayor radicalización de la revolución en
Catalunya y también en el hecho de que el Comité de Milicias llegase a ser la Junta territorial más evolucionada, desde el punto de vista de un gobierno revolucionario.
El Comité
Central de Milicias fue un organismo de naturaleza contradictoria. Nacido al
calor de la revolución, también era una consecuencia de la renuncia del
anarcosindicalismo triunfante al poder, y de la incapacidad del gobierno de la Generalitat para seguir manteniéndolo. Preso de esta situación, el Comité Central de Milicias
expresaría la dualidad de poderes que existía en Catalunya y en toda la zona
republicana. A lo largo de su existencia, estos dos condicionantes se harían
sentir. Convertido en el máximo poder en Catalunya, reflejaría en su seno, la
evolución, el auge y también la decadencia del proceso revolucionario. El
Comité Central de Milicias se convertiría casi en un Estado, sólo le faltaría
la voluntad para serlo.
Como en el
resto del estado, también en Catalunya la dualidad de poderes adoptaría una
forma compleja: el del agonizante gobierno de la Generalitat, el del Comité de Milicias y el de la dispersa multitud de los comités
revolucionarios locales. El hecho de que la CNT-FAI y en menor medida el POUM fueran las organizaciones mayoritarias en los dos últimos organismos explica la
relación que existía entre ambos, que permitió al primero convertirse en la
autoridad máxima en la Catalunya revolucionaria. El 21 de Julio, todo el poder
estaba en manos de los sectores revolucionarios que espontáneamente se
apresuraron a formar sus propios organismos. Sin embargo, los cuadros
dirigentes de la CNT y de la FAI se encontraban en plena confusión. En pocos
días, el poder de la zona económicamente más importante del estado, había caído
en sus manos. El recién celebrado Congreso de Zaragoza no había aportado
ninguna línea de acción que pudiera servir eficazmente en la nueva situación.
Ahora tenían
el poder, pero no sabían que hacer con él. Carecían de un programa, de una
táctica y de una estrategia apropiadas para enfrentarse al reto que la
revolución les planteaba. Los anarcosindicalistas tenían ante si, tres posibles
opciones: tomar el poder, autoexcluirse o colaborar con el Frente Popular y con
los restos de las instituciones republicanas. La primera implicaba desearlo, estar
preparados para sostenerlo y extenderlo por todo el territorio hasta conseguir
la victoria final sobre sus adversarios. Después de un siglo de antiestatalismo
y de antiautoritarismo, los líderes cenetistas no se encontraban preparados
para optar por este camino. La segunda opción, en aquellos momentos significaba
entregarlo en manos de sus adversarios y coyunturales aliados. Era una
alternativa que difícilmente habrían comprendido los miles de trabajadores
revolucionarios que estaban procediendo a apoderarse de las empresas y a formar
sus propias milicias y comités. La tercera posibilidad era optar por un camino
intermedio que podía ser utilizado, sin necesidad de mancharse con la toma del
poder, ni entregarlo tan fácilmente a sus enemigos: El Comité Central de
Milicias Antifascistas de Catalunya.
En realidad,
la cuestión era si la revolución iba a permitirles mantener el impás durante
mucho tiempo. La opción de los anarquistas de "congelar" la situación
hasta un futuro indeterminado, donde las condiciones se volverían favorables
para la implantación del comunismo libertario demostraba un profundo
desconocimiento de la dinámica revolucionaria. Los períodos donde existe una
dualidad de poderes son, por lo general, extremadamente cortos e inestables.
Una situación revolucionaria sin la toma del poder sólo es posible durante
breves espacios de tiempo. La complejidad de la dinámica obliga a tener que
optar por la toma del poder, o por su entrega a aquellos que sí están
dispuestos a ejercerlo. La CNT tuvo que hacer una concesión tras otra, en
defensa del equilibrio alcanzado con la "unidad antifascista" hasta
su quiebra política definitiva. Sin embargo tampoco con esta línea de acción
conseguiría defender las conquistas revolucionarias conseguidas en las
jornadas de Julio. Algunos políticos y testimonios de la época han hablado del
"poder dictatorial" de la CNT en el seno del Comité Central de
Milicias (Fraser I, 193).
Dejando a un lado la estética revolucionaria, las decisiones adoptadas ante cuestiones
tan espinosas como era la formación de las milicias, o la moderación adoptada
frente a las contínuas expropiaciones, el hecho de permitir que el gobierno de la Generalitat siguiera existiendo e interviniendo en la situación (aunque fuera de forma simbólica),
o la cuestión colonial marroquí, desmienten el talante autoritario de los
libertarios en el seno del Comité Central de Milicias. Lo que también resulta
evidente, es que la hegemonía del anarcosindicalismo tenía que sentirse
forzosamente en la línea política del Comité Central de Milicias. Además, es
difícil imaginar como era posible compatibilizar una política destinada a
mantener la colaboración con el resto de las fuerzas políticas, intentando
preservar las conquistas conseguidas en la calle y en los centros de trabajo,
con las supuestas imposiciones "dictatoriales".
El camino de
la "colaboración democrática" escogido por la CNT sería un respiro que sería hábilmente aprovechado por sus rivales. Los dirigentes
libertarios se verían obligados constantemente a escoger entre la ruptura
revolucionaria y la aceptación de las demandas de sus aliados forzosos. Las
concesiones acabarían produciendo el efecto contrario al deseado, debilitaron
al movimiento revolucionario y reforzaron a sus adversarios, preparando la
recuperación del poder. Por otro lado, la defensa del mantenimiento de la
situación implicaba la renuncia a seguir extendiendo la revolución, para evitar
que ésta pudiera poner en peligro la "unidad antifascista".
El carácter
empírico de la línea adoptada por el Comité Central de Milicias, provocó
numerosos errores y excesos que fueron capitalizados por los partidarios de la República: el PSUC y el Front d'Esquerres.
Efectivamente, durante todo el proceso revolucionario, las clases medias
oscilaron, entre los dos polos políticos que se estaban enfrentando en el seno
de la zona "antifascista". En los primeros momentos, después de las
jornadas de Julio, importantes sectores de la pequeña burguesía se aproximaron
al movimiento revolucionario adoptando una actitud de simpatía o de
neutralidad. Serían los errores y los excesos (abusos, violencia
indiscriminada, falta de criterio en las expropiaciones...) los que acabaron
arrojando a estas capas sociales en brazos de los partidarios de la
restauración republicana (en particular el PCE-PSUC que se convirtió en la
organización más eficaz en la defensa de sus intereses). En otros casos, las
simpatías se dirigirían hacia el bando franquista.
El espectacular
crecimiento del PCE y del PSUC no puede explicarse tan solo por la llegada de
las armas procedentes de la URSS, ni por la probada eficacia organizativa de
los comunistas. Existen también causas de primer orden: La audacia y la
claridad de sus objetivos, a la hora de oponerse a los revolucionarios y su
capacidad para capitalizar los errores de éstos. También es importante el hecho
de que el PCE-PSUC aparecieran como partidos obreros, herederos formales de la
revolución rusa de 1917 en el estado español. Sin ninguna duda, estos factores
le permitieron arrastrar a grandes capas de las atemorizadas clases medias y de
algunos sectores atrasados del movimiento obrero, que veían con temor los
excesos de la revolución.
En pocos
meses, los partidarios de la República se encontraron fortalecidos y en condiciones para iniciar su propia ofensiva contra una revolución que ya estaba en
franco retroceso. La ambigua política de los organismos dirigentes de la CNT convertía al Comité Central de Milicias en un muro de contención para la profundización
del movimiento revolucionario, pero también era un formidable obstáculo para
los planes de restauración de los poderes republicanos. Mientras el Comité
Central siguiera siendo el poder indiscutible en Catalunya, el gobierno de la Generalitat no podría recuperar su antigua autoridad.
Es
importante reflexionar sobre el confuso origen del Comité Central de Milicias,
para comprender la fuerza con la que la revolución empujaba por todas partes.
En su formación se dieron diferentes y contradictorios proyectos sobre cual
tenía que ser su naturaleza y sus funciones. Unos pretendían convertirlo en la
quinta rueda del gobierno de la Generalitat que les permitiría restablecer la
autoridad perdida; otros lo definirían como un organismo de coordinación de las
distintas fuerzas antifascistas. A pesar de todo, el Comité Central de Milicias
acabaría por convertirse en la cúspide del poder de una revolución inacabada en
Catalunya.
Debido a las
circunstancias en las que había nacido el Comité Central de Milicias, desde su
origen mantuvo un carácter burocrático. Efectivamente, el comienzo de una
guerra y de una revolución inesperada eran limitaciones importantes para su
democratización interna. Desde sus inicios, el Comité estuvo integrado por
delegados representantes de los órganos dirigentes de las organizaciones
antifascistas. Sin embargo, en ningún momento existió ningún intento para
democratizar su composición, integrando en su seno a representantes elegidos
directamente por la población trabajadora. Los miembros del Comité Central de
Milicias tan solo eran responsables ante los organismos directivos que los
habían escogido. No existía ningún tipo de control de los trabajadores sobre la
medidas que se adoptaban en su seno, ni siquiera por los que estaban
organizados en los partidos y sindicatos representados en él.
La CNT-FAI consideraba al Comité Central de Milicias como una simple mesa de organizaciones
desde la que se podía gobernar sin ser Estado. Para los libertarios, el canal
natural de expresión de la democracia obrera era la misma CNT, por lo tanto
ésta se hacía sentir en el seno del Comité de Milicias por medio de su propia
hegemonía. Sin embargo, el funcionamiento democrático de unos organismos que
estaban hechos para funcionar en tiempos de paz, era más que cuestionable. Al
menos así lo han asegurado algunos historiadores, libertarios o no, que han
analizado a fondo el proceso de burocratización interna de la CNT, y la pérdida de su democracia interna. Por otro lado el POUM, aunque mucho más
clarividente que los dirigentes cenetistas, con respecto a la naturaleza
potencialmente revolucionaria del Comité Central, se mostró incapaz de
distanciarse políticamente y se vió incapacitado para defender con fuerza una
política alternativa diferente, fuera de las declaraciones en sus órganos de
prensa. Sus adversarios del PSUC y del Front d'Esquerres tampoco estaban
dispuestos a apoyar una transformación democrática, que habría condenado a muerte
al gobierno de la Generalitat. De esta manera, el burocratismo, una limitación
lógica de su precipitado origen, se convirtió en una tara permanente hasta el
final de su existencia.
Es
interesante analizar las complejas relaciones de poder que existieron entre el
Comité Central de Milicias y la multitud dispersa de comités revolucionarios.
Al no existir ningún tipo de relación orgánica entre los dos organismos, las
medidas decretadas eran transmitidas y llevadas a cabo por medio de los militantes
de las organizaciones que existían en ambos. Con frecuencia, las directrices
eran ignoradas por los organismos de poder local, porque consideraban que se
apartaban del espíritu de la revolución, sin que el Comité Central de Milicias
tuviera ningún poder para imponerlas (este tipo de funcionamiento inorgánico es
peculiar de la revolución española, no la encontraremos ni el las dos
revoluciones rusas, ni en la alemana). La inexistencia de un vínculo orgánico
entre el Comité Central de Milicias y los numerosos comités locales, la falta
de control y de representatividad de la voluntad de estos últimos en el
organismo que representaba la máxima autoridad revolucionaria en Catalunya,
permitieron que la multitud de comités mantuviera un grado importante de
independencia política. Era la hegemonía del anarcosindicalismo en el
seno del Comité Central la causa de que la autoridad política de éste fuera
reconocida por los comités-gobierno locales. Sin embargo, las crecientes
divisiones que aparecieron en el seno de la CNT quedaron reflejadas en ocasiones, en la resistencia de los comités a obedecer las directrices del Comité de
Milicias.
Sin lugar a
dudas, la naturaleza política del Comité Central de Milicias era
extraordinariamente compleja y contradictoria. Era el alma de la dualidad de
poderes. De esta manera, la decadencia de ésta en favor de los partidarios de
la restauración republicana, también significó su sentencia de muerte.
6.5 La disolución del Comité Central de Milicias. De la decadencia hasta el
final de la revolución.
El
agotamiento político del Comité Central de Milicias se dio cuando los
dirigentes anarcosindicalistas no pudieron seguir eludiendo el tema del poder,
después de sufrir un fuerte desgaste político por su indefinición. Un mes
después de la disolución del Comité Central de Milicias en Catalunya, los
libertarios aceptaron su integración en el segundo gabinete de Largo Caballero.
Por segunda vez desde los inicios de la revolución tuvieron que optar por apoderarse
de él, en los territorios donde continuaban siendo hegemónicos, o por
integrarse en el reconstruido Estado republicano (restablecido gracias a la
participación de Largo Caballero y de la Izquierda Socialista). Controlando las reservas de oro y de divisas del Banco de España,
administrando la llegada de las armas procedentes de la URSS, el gobierno republicano y la Generalitat de Catalunya se encontraban en condiciones
para ejercer una presión cada vez más fuerte.
La
reconstrucción de las instituciones republicanas estaba muy avanzada. Sin
embargo el hecho de que la CNT se autoexcluyera significaba un serio obstáculo
para el total restablecimiento del poder de éstas. Mientras los libertarios no
estuvieran integrados en el gobierno existía el riesgo de que sus planes de
reconstruir el ejército, liquidar a los comités y controlar a las
colectividades provocaran una respuesta revolucionaria. Era necesario
comprometer al máximo a los dirigentes cenetistas (aprovechando su actitud de
"colaboración"), de tal manera que se vieran obligados a aplacar el
descontento de sus propias bases. La dimisión del gabinete republicano de Giral
y la formación del primer gobierno de Largo Caballero (máximo dirigente de la UGT) había sentado las bases para el entendimiento con la CNT. Los líderes cenetistas, puestos cada vez más entre la espada y la pared, acabaron aceptando la ilusión de que la
mayoría UGT-CNT en el seno del nuevo gabinete serviría para defender el nuevo
orden revolucionario. Craso error, en pocos meses, el anarquismo se vería
obligado a retroceder todavía más, para evitar la ruptura revolucionaria, hasta
llegar a la quiebra política total.
Con una CNT
(y un POUM en Catalunya) integrados en el aparato de Estado, a los sectores revolucionarios
sólo les quedaba la oportunidad de resistirse desesperadamente al
desmantelamiento de su obra. Los comités serían disueltos por decreto para dar
lugar a los nuevos Ayuntamientos reconstruidos; las milicias entrarían en el
proceso de militarización que iba a dar lugar al nuevo Ejército Popular; las
colectividades se encontrarían cada vez más atadas de pies y manos por la
necesidad de créditos, que sería entregados a cambio de una creciente
intervención del gobierno en ellas. De nada servirían las reticencias de los
dirigentes libertarios, chantajeados por los resortes del Estado republicano,
incapacitados para enfrentarse a él, tan solo les quedaba la posibilidad de
ceder.
Oficialmente, el Comité Central de Milicias se había disuelto para terminar con
la nefasta dualidad de poderes que entorpecía la marcha de la guerra. Sin
embargo, la disolución no significó el final, sino la transformación de ésta.
Efectivamente, aunque la integración de la CNT y el POUM en el nuevo gobierno de la Generalitat había conseguido descabezar la revolución en Catalunya, los
comités-gobierno locales seguían existiendo y se resistían a disolverse, pese a
que los decretos contaban en este caso, la firma de sus dirigentes. El nuevo
período de la dualidad de poderes se caracterizaría por la preponderancia
política de los partidarios de la República y por la ofensiva cada vez más firme contra los sectores revolucionarios.
La
decadencia de la revolución de los comités no queda explicada, ni por el chantaje
de las armas soviéticas, ni por la situación de aislamiento internacional. En
una situación tan dinámica como era la revolución española, el triunfo no podía
quedar asegurado por la fuerza que pudiera tener el anarcosindicalismo, el
socialismo de izquierdas, o en menor medida el POUM, sino por el grado de
decisión y por la claridad política a la hora de alcanzar sus objetivos. Los
sectores situados en la izquierda, por diferentes razones políticas, se
detenían ante los umbrales del poder, y pretendían mantener el estatus quo de
la situación hasta después de la guerra, donde se suponía que las condiciones
iban a ser más favorables para el triunfo de la revolución. Desgraciadamente,
las revoluciones casi nunca dan una segunda oportunidad. Las organizaciones
partidarias de restablecer el viejo orden republicano, no se iban a quedar con
los brazos cruzados. Las armas y los créditos se convirtieron en eficaces
instrumentos de presión contra los revolucionarios, pero fue su decisión de
aprovechar todos los medios a su alcance para recuperar el terreno perdido y de
socavar el terreno que pisaban sus adversarios, lo que les dio el triunfo
final, antes de que les fuera arrebatado por el ejército de Franco.
Uno de los
grandes errores del bloque izquierdista (CNT, FAI, POUM) fue el de creer que la
naturaleza política de las instituciones se definía por los hombres y las
organizaciones que las integraban, y no en quien se sostenían. Desde este punto
de vista, poco importaba que el poder estuviera en manos del Comité Central de
Milicias o del gobierno de la Generalitat. Al fin y al cabo, ellos seguirían manteniendo la mayoría en su seno. Pronto iban a comprobar que la cosa no era
tan simple. Las palabras de Karl Marx a Kugelmann sobre la Comuna de París, iban a resultar proféticas:
"Afirmo que la revolución en Francia debe ante todo intentar, no hacer
pasar a otras manos la máquina burocrática y militar, que es lo que hasta ahora
siempre se ha producido, sino romperla" (1048).
Incapaces de
presentar batalla en el seno del Gobierno, la CNT acabaría refugiándose en la economía colectivizada, convencida de que su fuerza y la hegemonía que mantenía
en ella volvería irreversible el proceso revolucionario. Desde el primer
momento, tanto la CNT-FAI, como el POUM defendieron la necesidad de la
"legalización de las conquistas revolucionarias". Una parte del
precio de la entrada del anarcosindicalismo y del poumismo en el gobierno de la Generalitat, fue la promulgación del Decreto sobre las colectividades y el control obrero.
Sus adversarios políticos estaban dispuestos a hacerles una concesión tras
otra, todo con tal de que no se rompiera el curso colaborador de estas
organizaciones. Después ya habría tiempo para promulgar nuevas leyes que
permitirían el desmantelamiento de la economía colectivizada. La
"legalización" también implicaba el reconocimiento de los
revolucionarios de la legitimidad política de las instituciones republicanas.
Sin embargo, la legalización también permitió la posibilidad de que la Generalitat pudiera abrir las primeras grietas en el edificio colectivista. Las funciones de
los interventores nombrados por el gobierno crecería a lo largo de los meses, a
medida que las colectivizaciones, chantajeadas por medio de los créditos y las
divisas, iban perdiendo su independencia.
Es
importante considerar una cuestión que para muchos historiadores y estudiosos
del tema puede parecer polémico y espinoso. Sin embargo, no tener en cuenta
este hecho implica no poder comprender en profundidad el proceso de la
revolución española y reducir el desarrollo de los hechos, a un simple cúmulo
de errores, incompetencias e ingenuidades que provocaron la derrota
"republicana". Sin ninguna duda, numerosos acontecimientos nos permiten
afirmar que el factor político prevaleció en todo momento sobre el militar. Es
decir, desde la óptica política de los partidarios de la restauración
republicana, la revolución era un adversario mucho más mortal que el ejército
franquista. Efectivamente, desde los primeros momentos de la sublevación el
gobierno republicano buscó la negociación con los alzados en armas. Después,
durante toda la guerra, los intentos de llegar a acuerdos con los sublevados
fueron numerosos. Fracasaron porque el ejército y las clases sociales que lo
apoyaban no necesitaban negociar nada, cuando sabían que tenían el triunfo al
alcance de la mano. También hemos podido observar como, en numerosas ocasiones,
una aparentemente incomprensible actitud del bando antifascista le impidió
conseguir el triunfo en el campo de batalla. Utilicemos un ejemplo (podríamos
encontrar muchos más), el proyecto de la CNT y del Comité Central de Milicias
de Catalunya de apoderarse de las capitales aragonesas, para romper el frente y
enlazar con las regiones mineras y metalúrgicas del norte, quedó truncado por
la dramática falta de armas, mientras que en otras zonas, sobre todo a partir
de la llegada de las primeras armas soviéticas, existían en abundancia. La
escasez de armas en el frente aragonés provocó la estabilización del frente
durante gran parte de la duración de la guerra. Sin lugar a dudas, una ofensiva
a gran escala en el frente aragonés habría aliviado la presión ejercida sobre
Madrid, y el éxito de la operación habría partido la zona franquista en dos. El
problema residía en que dicha operación militar habría estado protagonizada por
las milicias revolucionarias de la CNT. El triunfo sobre los sublevados, en un
momento en el que los sectores revolucionarios llevaban la iniciativa, era un
serio peligro para los partidarios del gobierno. Era preferible evitar que una
victoria demasiado rápida pudiera desencadenar una revolución definitiva que
condenaría a muerte a la República. Primero era necesario debilitar la revolución, domesticar o neutralizar a sus organizaciones, recuperar el poder perdido
durante las jornadas de Julio, y sólo después, podría plantearse una solución
al conflicto militar (comunistas, socialistas de izquierda), bien por la vía
del triunfo, bien por la de las negociaciones (republicanos, socialistas
moderados).
Sin embargo,
el proyecto republicano adolecía de una limitación que iba a decantar
definitivamente la contienda hacia el bando franquista. A medida que las viejas
instituciones recuperaban la autoridad perdida y que la revolución iniciaba su
declive, conforme iban siendo desmanteladas las conquistas revolucionarias
conseguidas (liquidación de los comités, militarización de las milicias,
restauración de los antiguos cuerpos policiales...) la moral revolucionaria que
había conseguido los primeros éxitos empezó a decaer fatalmente. El entusiasmo
inicial se convertía en cansancio y apatía. Transformada la guerra
revolucionaria en una guerra civil tradicional, en la que ya no se defendía
ningún proyecto social revolucionario, el triunfo del ejército de Franco iba a
ser inevitable.
INDICE DE NOTAS:
1ª PARTE.
INTRODUCCIÓN:
1. LENIN, V.I. "Entre dos
revoluciones" p.73
2. MUNIS, G. "Jalones
de derrota, promesa de victoria"
p.295
3. LENIN,
V.I. "El marxismo y la insurrección" p.24
4. BORKENAU, FRANZ "El reñidero español" p.144
5. MUNIS, G.
op.cit. p.320-321
6. FRASER, RONALD Tomo I p.244-245
7. BERNECKER WALTHER
"Colectividades y revolución social" p.25
8. AZAÑA, MANUEL "Causas de la guerra de
España" p.133
9. ARAQUISTAIN, LUIS "Sobre la guerra civil y en la emigración"
p.35
10. CLAUDIN, FERNANDO "La crisis del movimiento comunista" p.180
11. CAMINAL, MIQUEL "Joan Comorera" p.9-10
2ª PARTE.
LA SITUACIÓN PRERREVOLUCIONARIA (Abril 1931/Julio 1936).
1. BRENAN, GERALD "El laberinto español"
p.241
2. BERNECKER WALTHER "Colectividades y revolución social"
p.81-82
3. CLAUDIN, FERNANDO "La crisis del movimiento comunista" p.180
4. PAGÉS, PELAI "El movimiento
trotskista en España (1930-
1935)" p.238-239
5. LORENZO, CESAR M. "Los anarquistas españoles y el poder"
p.62
6. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.62
7. JULIA, SANTOS "La izquierda del PSOE
(1935-1936)" p.287-
304
8. MUNIS, G.
"Jalones de derrota, promesa de victoria"
p.144-148
9. MUNIS, G.
op.cit. p.134
10. MAURIN, JOAQUIN
"revolución y contrarrevolución en España"
p.119
11. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.63
12. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.66
13. BRENAN,
GERALD op.cit. p.33
14. MUNIS, G. op.cit.135
15. JULIA,
SANTOS op.cit. p.11
16. JULIA, SANTOS op.cit. p.26
17. MAURIN,
JOAQUIN op.cit. p.119
18. PAGÉS,
PELAI op.cit. p.178
19. LORENZO CESAR M. op.cit. p.66
20. ESTRUCH, JOAN "Historia del PCE
(1920-1939)" p.79
21. MAURIN, JOAQUIN
op.cit. p.137
22. MAURIN, JOAQUIN op.cit. p.141
MUNIS, G. op.cit. p.177
23. MAURIN,
JOAQUIN op.cit. p.142
24. MAURIN, JOAQUIN op.cit. p.137
25. MAURIN, JOAQUIN op.cit. p.140
26. MUNIS, G. op.cit. p.178
27. MUNIS, G. op.cit. p.179
28. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.70
29. Varios(P.Preston) "Octubre 34" p.152
30. MUNIS, G.
op.cit. p.163
31. MUNIS, G. op.cit. p.166
32. MUNIS, G. op.cit. p.182
33. MOLINS,
NARCIS "UHP. La insurrección proletaria de
Asturias" p.23
34. MOLINS,
NARCIS op.cit. p.151-152
35. MOLINS, NARCIS op.cit. p.166
36. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.68
37. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.68
38. JULIA, SANTOS op.cit. p.186
39. PAGÉS, PELAI op.cit. 254-256
40. JULIA, SANTOS op.cit. p.188-193
41. JULIA, SANTOS op.cit. p.198
42. TROTSKY, LEÓN (Prólogo de Pierre Broué), "La
revolución
española Tomo I, p.303
43. MUNIS, G.
op.cit. p.217-218
44. SANTOS, JULIA
op.cit. p.16-17
45. SANTOS, JULIA op.cit. p.33-36
46. SANTOS, JULIA op.cit. p.42
47. Varios(B.Bayerlein) "Octubre 34" p.29
48. BERNECKER, W. L. op.cit. p.62-63
49. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.171
50. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.172
51. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.73
52. ALBA, VICTOR "La revolución española en
la práctica"
p.37
53. MUNIS G.
op.cit. p. 239
54. GROSSI,
MANUEL "La insurrección de Asturias" p.XIV
55. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.172
56. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.173
57. BROUÉ,P.-TÉMINE,É."La revolución y la guerra de
España" p.78
58. BROUÉ,P.-TÉMINE,É.op.cit. p.79-80
59. PAZ, ABEL, "Durruti. El
proletariado en armas" p.333
60. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.174
61. VIDARTE, SIMEON "Todos fuimos culpables" p.56
62. CARDONA, GABRIEL "El poder militar en la España
contemporánea hasta la guerra civil" p.239
63. BROUÉ,P.-TÉMINE,É.op.cit. p.95
64. MUNIS
G. op.cit. p.259
65. JULIA,
SANTOS op.cit. p.33
66. JULIA, SANTOS op.cit. p.29
67. JULIA, SANTOS op.cit. p.39
68. JULIA, SANTOS op.cit. p.39
69. MORROW, FÉLIX "Revolución y contrarrevolución
en España"
p.45-46
70. ESTRUCH, J. op.cit. p.93
71. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.73-74 (nota 71)
72. SOLIDARIDAD OBRERA 07.05.36
73. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.74
74. MUNIS, G.
op.cit. p.253
ALBA, VICTOR op.cit. p.75
75. MORROW, F. op.cit. p.50
76. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.202 (artículo
"Después de las elecciones del 16 de
Febrero" Ed. Nueva Era, Feb.1936
77. ALBA, VICTOR op.cit. p.84. (Discurso de
Maurín en las
Cortes 16.06.36)
3ª PARTE
LA GUERRA CIVIL. LA DUALIDAD DE PODERES.
78. BROUÉ,P.-TEMINE,É."La revolución y la guerra de España"
p.108-109
79. GUARNER, VICENÇ "L'aixecament a Catalunya i la guerra
civil (1936-1939)
p.73
80. CARR, RAYMOND "La tragedia española" p.94
CRUELLS, MANUEL "De les milicies a
l'Exèrcit Popular a
Catalunya" p.11
81. GUARNER,
VICENÇ op.cit. p.67-68
82. FRASER,
RONALD "Recuérdalo tú y recuérdalo a otros"
tomo I p.73-74
83. MARTÍNEZ, BANDE "La invasión de Aragón y el desembarco en
Mallorca" p.24
84. ESCOFET, ANTONIO "El 19 de Juliol" Documentos n.10
85. CRUELLS, MANUEL "La revolta de 1936 a Barcelona" p.210
86. PAZ, ABEL, "Durruti, el
proletariado en armas" p.352
87. DIAZ SANDINO, F. diario original, p.127-129
88. MIRAVITLLES,JAUME "Episodis de la guerra civil espanyola"
p.69
89. NENNI, PIETRO "La guerra de España" p.27
90. BOLLOTEN, BURNETT "El gran engaño" p.37
91. MORROW, FÉLIX "Revolución y contrarrevolución
en España"
p.56
92. GARCÍA OLIVER,JUAN "El eco de los pasos" p.138
93. PÉREZ BARO, ALBERT "30 Meses de colectivismo en Cataluña"
p.43-44
94. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.231
95. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.253
96. PAYNE, STANLEY G. "La revolución y la guerra civil española"
p.19
97. BROUÉ,P.-TEMINE,E.op.cit. p.144-145
98. GARCÍA OLIVER,JUAN op.cit. p.186
99. GARCÍA OLIVER,JUAN op.cit. p.186
100. JONG, RUDOLF DE (comunicación, ver bibliografía)
101. JONG, RUDOLF DE (comunicación, ver bibliografía)
102. BOLLOTEN,BURNETT "La revolución española" p.520-521
103. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.254
104. DIAZ SANDINO, F. op.cit. 139-141
105. LORENZO, CESAR M."Los anarquistas españoles y el poder"
p.89 (ver nota 17)
106. ALBA, VICTOR "El obrero colectivizado"
p.71
107. CARR,
RAYMOND op.cit. p.114
108. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit.
159 (cita a Rabassaire)
109. ORWELL G. "Mi guerra
española" p.92-95
110. ALBA, VICTOR "La revolución española en la
práctica"
p.23
111. ALBA, VICTOR "El obrero colectivizado"
p.63
112. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.218-219
113. MUNIS,
G. op.cit. p.301
114. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"Porqué perdimos la guerra" p.93
115. CRUELLS, MANUEL "de les milícies a l'Exèrcit Popular a
Catalunya" p.125
116. ALBA, VICTOR op.cit. p.72-73
117. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit. p.141
118. MUNIS, G. op.cit.
p.292-293
119. BRADEMAS
JHON "Anarcosindicalismo y revolución en España"
p.187
120. PIQUERAS, JOSÉ A."Estado y poder en tiempos de guerra",
Debats
15
121. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.89-90
122. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.139-140
123. TROTSKY, LEÓN Tomo II, p.309
124. ALBA, VICTOR op.cit. p.73
125. ALBA, VICTOR op.cit. p.62
126. MUNIS,
G. op.cit. p.314
127. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
op.cit. p.180-181
128. BROUÉ,P.-TEMINE,É.op.cit. p.215
129. BROUÉ,P.-TEMINE,É.op.cit. p.216
130. PIQUERAS, JOSÉ A. op.cit.
131. BERNECKER, W.L. "Colectividades y revolución social"
p.19
132. BRENAN, GERALD "El laberinto español" p.9
133. BROUÉ, PIERRE "La revolución española
(1931-1939)" p.108
134. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.273
135. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.141
136. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.157
137. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.160
138. VARIOS
"Las colectividades campesinas" (Extracto
entrevista con J.C. Clemente) p.181
139. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.121
140. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.121
141. BROUÉ,P.-TEMINE,É.op.cit. p.154
142. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.166
143. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.154
144. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.168
145. CARR,
RAYMOND op.cit. p.117
146. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.316
147. ALBA,
VICTOR, op.cit. p.66 (cita a Diego Abad de
Santillán "de Alfonso XIII a Franco" Buenos
Aires 1974, p.11)
148. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo II p.60
149. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.244
150. ALBA,
VICTOR "El obrero colectivizado" p.3
151. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I, p.185
152. MUNIS, G. op.cit. p.415
153. ALBA,
VICTOR op.cit. p.3
154. PAZ, ABEL op.cit. p.416
155. PÉREZ BARO, ALBERT, "30 Meses de colectivismo en Cataluña"
p.52
156. FRASER, RONALD,
op.cit. Tomo I p.187
157. ALBA,
VICTOR op.cit. p.65
158. SEMPRUN-MAURA, CARLOS "Revolución y contrarrevolución en
Cataluña (1936-1937)" p.100
159. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.188
160. BERNECKER, WALTHER
"Colectividades y revolución social"
p.283
161. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.374-376
162. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.368-369
163. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"porqué perdimos la guerra"
p.186-187
164. SANDINO DIAZ, FELIPE biografía (ver bibliografía) p.182
165. BRICALL, JOSEP MARÍA "Política económica de la Generalitat
(1936-1939)" p.289-290
166. BRICALL, JOSEP MARÍA op.cit. p.291 (ver nota 23)
167. MUNIS
G. op.cit. p.418
BRENAN, GERALD op.cit. p.385
168. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.371
169. MUNIS, G. op.cit. p.418
170. MUNIS, G. op.cit. p.418
171. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.312-313
172. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.188-189
173. FRASER, RONALD op.cit. p.318
174. ADIN, J.L.-CALPE, R.-CASES, R... "les
col?lectivitzacions"
p.42-43
175. ADIN, J.L.-CALPE,
R.-CASES, R... op.cit. p.43
176. FRASER, RONALD,
op.cit. Tomo I p.295
177. PEIRATS,
JOSÉ "Los anarquistas en la crisis política
española" p.122-123
178. PEIRATS,
JOSÉ op.cit. p.123
179. FRASER, RONALD, op.cit. Tomo I p.304
180. FRASER, RONALD, op.cit. Tomo I p.185
181. CARR, RAYMOND op.cit. 125
182. FRASER, RONALD
op.cit. Tomo I p.246 (ver nota)
183. SOUCHY, A.-FOLGARE, P. "Colectivizaciones" p.30
184. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.103
185. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. 185
186. VARIOS "Las colectividades campesinas (1936-1939)" (texto
de Daniel Guerin) p.45
187. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.288
188. LA BATALLA 47, 25.09.36
189. PAYNE, STANLEY G."La revolución y la guerra civil española"
p.46
190. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.377-378
191. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.303
192. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.307-308
193. ALBA,
VICTOR "La revolución en la práctica"
p.202-203
194. PAYNE, STANLEY G.op.cot.
p.46
195. BRICALL, JOSEP MARÍA op.cit.
p.49
196. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.197
197. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.310
198. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.326
199. FRASER, RONALD op.cit. Tomo II p.97
200. LA BATALLA n18, 22.08.36
201. RAMA, CARLOS M. "La crisis española del siglo XX" p.266
VARIOS "Las
colectividades campesinas" (texto de
Daniel Guerin) p.40 (texto de Gastón Leval)
p.119
202. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.179-180
203. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.150
204. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.150
205. KAMINSKI, H.E. "Los
de Barcelona" p.91
206. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.179
207. VARIOS "Las
colectividades campesinas" (texto de Daniel
Guerin p.41-42)
208. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.422
209. SOLIDARIDAD OBRERA 26.08.36
210. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.123-124
211. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.123-124
212. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.121
213. LORENZO, CESAR M.op.cit. p.123
214. VARIOS "Las colectividades campesinas" (Texto de Daniel
Guerin) p.46-47
215. BROUÉ,P.-TEMINE,É.op.cit.
p.188
216. FRASER, RONALD op.cit. Tomo II p.72
217. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.258
218. FRASER, RONALD op.cit. Tomo II p.94
219. BOLLOTEN, BURNETT "El
gran engaño" p.60
220. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo II p.65
221. BOLLOTTEN, RONALD op.cit. p.76
222. FRASER, RONALD, op.cit. Tomo II p.62
223. SOLIDARIDAD OBRERA 10.09.36
224. SOUCHY, A.-FOLGARE op.cit. p.146-147
225. BOLLOTEN, BURNETT op.cit.
p.77
226. FRASER, RONALD op.cit. Tomo II p.90
227. CARR, RAYMOND (recopilación)
"Estudios sobre la República
y la Guerra Civil española" p.164
228. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas en la crisis
política
española" p.155
229. FRASER, RONALD,
op.cit. Tomo II p.128
230. FRASER, RONALD, op.cit. Tomo II p.128
231. SOLIDARIDAD OBRERA 1373,
08/09/36
232. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.154
233. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo II p.96
234. SOUCHY, A.-FOLGARE, P op.cit. 116-117
235. BRICALL, JOSEP MARÍA op.cit.
p.44-45
236. CARRASQUER, FÉLIX "Las colectividades de Aragón" p.47
237. JONG, RUDOLF DE (comunicación, ver bibliografía)
238. CLARIDAD 22.08.36
239. JULIA, SANTOS "La izquierda del PSOE
(1935-1936)" p.42
240. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.76
241. PAZ,
ABEL "Durruti, el proletariado
en armas" p.430
242. JULIA, SANTOS op.cit. p.52
243. BORKENAU, FRANZ "El reñidero español" p.104
244. ARAQUISTAIN, LUIS "Sobre la guerra civil y en la emigración"
p.23
245. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. p.23-24
246. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. p.35
247. JULIA, SANTOS op.cit. p.137-138
248. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. p.198
249. JULIA, SANTOS op.cit. p.215
250. CLARIDAD
20.08.36
251. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.143
252. KAMINSKI. H.E. "Los
de Barcelona" p.136
253. CAMINAL, MIQUEL "Joan Comorera" Tomo (1936-1939) p.17
254. CARR, E.H. "La Comintern y la guerra civil española"
p.46-47
255. CARR,
RAYMOND op.cit. p.132
256. BORKENAU, FRANZ
op.cit. p.110
257. CLAUDIN, FERNANDO "La crisis del movimiento comunista" p.168
258. ESTRUCH, JOAN "Historia del PCE" p.97
259. ALBA, VICTOR "El obrero colectivizado"
p.182
260. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.181
261. ALBA, VICTOR op.cit. p.184
262. ESTRUCH,
JOAN op.cit. p.97
263. PAYNE, STANLEY
"La revolución y la guerra civil española"
p.67
264. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit. 269-270
265. BENAVIDES, MANUEL D. "Guerra y revolución en Catalunya"
p.160-162
CAMINAL, MIQUEL p.18-19
266. TREBALL 02/08/36
267. BROUÉ,P-TEMINE,É op.cit. p.143 (cita de Negro y Rojo 233)
268. PÉREZ, BARO, ALBERT op.cit. p.51
269. Extracto de la conferencia realizada por J.Fronjosa, el
11.11.36 y publicado por el Sindicato de
Trabajadores del Agua y de la Electricidad
de Barcelona, vinculado a la UGT.
270. TREBALL 02.09.36.
Discurso de Antonio Sesé del
Secretariado de la UGT de Catalunya.
271. TREBALL 29.07.36
272. BOLLOTEN, BURNETT "La revolución española" p.151
273. BOLLOTEN, BURNETT op.cit. p.151 (cita a "Claridad" 14.12.36)
274. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.120
275. BOLLOTEN, BURNETT "La
revolución española" p.332
276. ALBA, VICTOR "El marxismo en España"
p.290
277. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.142
278. SOLIDARIDAD OBRERA 1349, 11.08.36
279. KAMINSKI, H.E. op.cit. p.150
280. MUNIS,
G. op.cit. p.301
281. PAZ,
ABEL op.cit. p.383 (recoge el
testimonio de Juan
García Oliver)
282. PAZ, ABEL op.cit. p.383
283. PAZ, ABEL op.cit. p.382
284. RAMA, CARLOS M. op.cit. p.249
285. LENIN
V.I. "El Estado y la revolución" p.36 (extracto
del manifiesto Comunista"
286. PEIRATS,
JOSÉ op.cit. p.106
287. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.250
288. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.297
289. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.409
290. BROUÉ,P.-TEMINE.É op.cit.
p.141-143
291. BOLLOTEN, BURNETT, op.cit. p.292-293 (cita de CNT, 20/12.36)
292. VARIOS, "Las
colectividades campesinas" (Texto de
Daniel Guerin) p. 31-32
293. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.412
294. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.75 (nota 74)
295. CARR, RAYMOND "España 1808-1939"
296. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.292
297. BRADEMAS, JOHN
"Anarcosindicalismo y revolución en España"
(1930-1937), p.201
298. SOLIDARIDAD OBRERA 29.08.36
299. BOLLOTEN, BURNETT "La revolución española" p.111-112
300. LORENZO, CESAR M. op.cit. 232-233
301. LA BATALLA 17.07.36
302. LENIN, V.I. "El izquierdismo, la
enfermedad infantil
del comunismo" p.405
303. ALBA, VICTOR "La revolución en la
práctica" p.192
304. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.291 (Proyecto
de Tesis Política para someterla al
Congreso Nacional del POUM que debía
realizarse el 19.06.37.
305. NIN, ANDREU op.cit. p.212-213
306. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.250
307. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.74
MORROW, FÉLIX op.cit. p.113
ALBA, VICTOR op.cit. p.22
308. ALBA,
VICTOR op.cit. p.20
309. FRASER,
RONALD op.cit Tomo II p.55
310. ALBA,
VICTOR "El marxismo en España" p.292-293
311. ALBA, VICTOR op.cit. p.299
312. CRUELLS, MANUEL "La revolta del 1936 a Barcelona" p.253
313. BROUÉ,P.-TEMINE,É.
op.cit. p.215 (nota 3)
314. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.215
315. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.323
316. ALBA,
VICTOR "La revolución en la práctica" (Texto
de
Rafael Sardá) p.257
317. PAZ, ABEL op.cit. p.457
318. ALBA, VICTOR op.cit. (Texto de Ignacio Iglesias)
p.134
319. ALBA, VICTOR op.cit. (Texto de Ignacio Iglesias)
p.147
320. ALBA, VICTOR op.cit. (Texto de Ignacio Iglesias)
p.148
321. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.177
322. TROTSKY, LEÓN (recopilación de P.Broué) Tomo II p.157
323. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.14
324. MUNIS,
G. op.cit. p.279
325. BROUÉ-FRASER-VILAR
"metodología de la guerra española"
(intervención de P. Broué) p.22-23
326. TROTSKY, LEÓN (recopilación de P.Broué) Tomo II p.182
"respuesta a otras cuestiones sobre
España", 01/10/37)
327. BORKENAU, FRANZ op.cit. 62-63
328. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo II p.60
329. JONG, RUDOLF DE
(Comunicación, ver bibliografía)
330. SOLIDARIDAD OBRERA 21.07.36
331. TROTSKY, LEÓN "Escritos sobre España" p.145
332. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.76-77
4ª PARTE.
EL COMITÉ CENTRAL DE MILICIAS
ANTIFASCISTAS DE CATALUNYA
333. BENAVIDES, MANUEL D. "Guerra y revolución en Cataluña" p.164
334. PAZ, ABEL "Durruti. El
proletariado en armas" p.370
335. GUARNER, VICENÇ "L'aixecament militar i la guerra civil a
Catalunya (1936-1939)" p.111
336. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.160
337. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.165
338. PAZ, ABEL op.cit. p.381 (cita a
Miravitlles)
339. CRUELLS, MANUEL "de les milícies a l'Exèrcit Popular a
Catalunya" p. 31-32
340. FRASER, RONALD "Recuérdalo tú y recuérdaselo a
otros"
Tomo I p.244
GARCÍA OLIVER, JUAN "El eco de los pasos"
p.177
341. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.34
342. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.181
343. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.180-181
344. PEIRATS, JOSÉ "La CNT en la revolución española"
Tomo I, p.160
345. BOLLOTEN, BRUNETT "La revolución española" p.522
346. BERNECKER, WALTHER "Colectividades y revolución social"
p.388
347. LORENZO, CESAR M. "Los anarquistas y el poder" p.87
348. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.209
349. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.193-194
350. MUNIS,
G. "Jalones de derrota, promesa
de victoria"
p.303-304
351. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "porque perdimos la guerra" p.96
352. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.113
353. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.83
354. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.209
355. OLIVER GARCÍA, JUAN op.cit. p.193
356. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.115
357. LA BATALLA 07.01.37
358. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.143
359. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.132
360. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.91
361. BROUÉ,P.-TEMINE,É. "La revolución y la guerra de España"
p.189
362. BRICALL, JOSEP MARÍA "Política económica de la Generalitat
(1936-1939)" p.106
363. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.185-187
364. BARRIOBERO Y HERRANZ "Memorias de un tribunal revolucionario
durante la República" p.30
365. BRADEMAS, JOHN "Anarcosindicalismo y revolución en
España
(1930-1937)" p.181
366. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.228
367. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.114-115
368. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.115
369. BARRIOBERO Y HERRANZ op.cit. p.26
370. LA HUMANITAT 25.07.36
371. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit. p.170
372. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.77
373. PÉREZ BARO, ALBERT "30 meses de colectivismo EN Cataluña"
p.43
374. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.68
375. ALBA, VICTOR "el obrero
colectivizado" p.186
376. PAZ, ABEL op.cit. p.421
377. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.192
378. LA HUMANITAT 25.07.36
379. OSORIO, ANGEL "Vida y sacrificio de
Companys"
380. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.166
381. LA HUMANITAT 13.08.36
382. RAMA, CARLOS "La crisis española del
siglo XX" p.254
383. PAZ, ABEL op.cit. p.392
384. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.383
385. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.89
386. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.279
387. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.162-163
388. SEMPRUN-MAURA, CARLOS "Revolución y contrarrevolución en
Cataluña" p.209-210
BORKENAU, FRANZ "El reñidero
español" p.145-146
389. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.176
390. SABATER, JORDI "Anarquisme i catalanisme" p.52
391. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.163-165
392. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.167-168
393. ORWELL,
GEORGE "Homenaje a Cataluña" p.63-65
394. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.87
395. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.36
396. MUNIS, G. "Jalones
de derrota, promesa de victoria"
p.437
397. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.111
398. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.64
399. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.104
400. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.103
401. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.159
402. MARTÍNEZ BANDE "La invasión de Aragón y el
desembarco en
Mallorca" p.63
403. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.179
404. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit.
p.232
405. MORROW, FÉLIX p.108 (cita de "Claridad"
20.08.36)
406. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.115
407. TROTSKY, LEÓN (recopilación y comentarios de
P.Broué)
op.cit. p. (Los revolucionarios en la
guerra civil", ante la Comisión de
investigación sobre los procesos de Moscú
14.04.37).
408. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.64
409. CRUELLS, MANUEL op.cit. 81-82
410. PAZ, ABEL op.cit. p.400
411. CRUELLS, MANUEL, op.cit. p.44-46
412. ALBA, VICTOR "El obrero
colectivizado" p.76
413. MUNIS, G.
op.cit. p.437
414. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
op.cit. p.437
415. TROTSKY, LEÓN op.cit. Tomo II p.227-228 (nota 32)
416. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.216
417. LA BATALLA 16, 20.08.36
418. ALBA, VICTOR "La revolución española en
la práctica"
p.98-99
419. ALBA, VICTOR op.cit. p.183
420. MORROW,
FÉLIX op.cit. p.146
421. ORWELL,
GEORGE "Mi guerra civil española" p.96-97
422. TROTSKY, LEÓN Tomo II op.cit. p.515
423. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.203 (recoge las
declaraciones de Jaume Miravitlles).
424. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.205
425. LA HUMANITAT 23.07.36
426. LA HUMANITAT 31.07.36
427. SOLIDARIDAD OBRERA 30.07.36
428. LA BATALLA 15, 19.08.36
429. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.59
430. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.60
431. PAZ, ABEL op.cit. p.435
432. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.110
433. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.159
434. NIN, ANDREU op.cit. p.183
435. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.117
436. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.111
437. PAZ, ABEL op.cit. p.392
438. KAMINSKI, H.
E. "Los de
Barcelona" p.43
439. GUARNER,
VICENÇ op.cit. p.118
440. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.161-162
441. ORWELL, GEORGE "Homenaje a Cataluña" p.149
442. CRUELLS, MANUEL
op.cit. p.62
443. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.178
444. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.182
445. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.182
446. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit.
p.274-275
447. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.62
DIAZ MARTÍN
"Historia y vida" n.62 p.19
448. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.63-64
449. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.182
450. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit.
p.265
451. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.234
452. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.251
453. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.199
454. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.265
455. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.268-269
456. CRUELLS, MANUEL op.cit. p.84
457. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.194
458. BAYO, ALBERTO "Mi desembarco en
Mallorca" p.87
459. MIRAVITLLES, JAUME "Episodis de la guerra civil espanyola"
p.240
460. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.238-239
461. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.239
462. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.239
463. CRUELLS, MANUEL "L'expedició a Mallorca" p.22
464. BAYO, ALBERTO op.cit. p.35-36
465. ALMENDROS, JOAQUIN "Situaciones españolas: 1936/1939"
p.49-51
466. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit. p.58
467. LA HUMANITAT 30.07.36
468. LA HUMANITAT 05.08.36
469. BAYO,
ALBERT op.cit. p.40-41
470. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit.
p.57
471. VIDARTE, JUAN-SIMEON "Todos fuimos culpables" p.316
472. VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. p.314
473. VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. p.315
474. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit. p.56
475. BAYO, ALBERTO op.cit. p.129
476. BAYO, ALBERTO op.cit. p.210
477. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.169-170
478. LORENZO, CESAR M. "Los anarquistas españoles y el poder"
p.152
479. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.171
480. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.257-258
481. BRADEMAS, JOHN "Anarcosindicalismo y revolución en
España
(1930-1937)" p.183-184
482. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.184
483. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.211 (nota 1)
484. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit. p.92
485. CARR, E.H. "La Comintern y la guerra civil española"
p.48-49
486. CARR, E.H. op.cit. p.52
487. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.180
488. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.272
489. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit. p.190-191
490. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO op.cit. p.274
491. SOLIDARIDAD OBRERA 1353, 15.08.36
492. LA BATALLA 8, 11.08.36
493. SOLIDARIDAD OBRERA 1344 05.08.36
494. SOLIDARIDAD OBRERA 1353 15.08.36
495. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.217
496. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.224-225
497. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.23
498. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.218
499. LA BATALLA 6, 08.08.36
500. LA BATALLA 7, 09.08.36
501. LA HUMANITAT 06.08.36
502. BENAVIDES, MANUEL D. "Guerra y revolución en Cataluña" P.224
503. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.24
504. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.24
505. TREBALL 47, 13.09.36
506. PAZ, ABEL "Durruti.
El proletariado en armas" p.422
507. GUARNER, VICENÇ "L'aixecament militar i la guerra civil
a Cataluña" p.185
508. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. 205
509. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.31 (entrevista 16.02.81).
510. BRICALL, JOSEP MARÍA "Política económica de la Generalitat
(1936-1939)"
p.293
511. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.255
512. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.233-237
513. PAZ, ABEL op.cit. p.437
514. PAZ, ABEL op.cit.
p.438-439
515. GUERRA DI CLASSE 3, 24.10.36
516. MIRAVITLLES, JAUME "Episodis de la guerra civil espanyola"
p.121-122
517. MIRAVITLLES, JAUME op.cit. p.124
518. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. (La verdad sobre la intervención
y la no intervención, 1936) p.163
519. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución española" p.247-248
520. MORROW,
FÉLIX op.cit. p.119
521. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"por que perdimos..." p.95
522. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "por que perdimos..." p.96
523. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.304
524. CAMINAL, MIQUEL
op.cit. p.12
525. JULIA, SANTOS "La izquierda del PSOE
(1935-1936)" p.184
526. PAZ, ABEL op.cit. p.430
527. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.186
528. PEIRATS, JOSÉ "La CNT en la revolución española" Tomo
III p.171-172
529. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas en la crisis
política
española" p.116-117 (texto publicado en
<<Solidaridad Obrera>> 28.07.36)
530. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I 297-298
531. FRASER, RONALD op.cit. Tomo II p.388
532. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"por que perdimos..." p.201-202
533. TROTSKY, LEÓN "La lucha contra el
fascismo" (¿Qué es el
nacionalsocialismo? 10.06.33) p.317
534. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. p.158
535. MORROW,
FÉLIX op.cit. p.256
536. SEMPRUN-MAURA, CARLOS
"Revolución y..." p.121
540. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. 121
538. SOUCHY, A.-FOLGARE, P. "Colectivizaciones" p.23
539. TREBALL 6, 28.07.36
540. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.94
541. MORROW,
FÉLIX op.cit. p.99
542. CAMINAL, MIQUEL
op.cit. p.28-29
543. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.29
544. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "por que..." p.136
545. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.322
546. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit.
191-192 (ver nota)
547. PÉREZ BARO, ALBERT "30 meses..." p.55
548. MUNIS, G.
"Jalones..."
p.417-418
549. TREBALL 41, 06.09.36
550. MUNIS, G. op.cit. p.421
551. TREBALL 52, 19.09.36
552. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.319
553. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.339
554. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.114
555. SOLIDARIDAD OBRERA 1373,
08.09.36
556. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.163
557. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.192 (texto de Oltra
Picó)
558. ALBA, VICTOR "la revolución..."
p.195-196 (Oltra Picó)
559. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.30-31
560. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.322
561. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit.
p.226
562. KAMINSKI H.
E. "Los de
Barcelona" p.135
563. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.54
564. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.18
565. TREBALL
15.09.36
566. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.248
567. BOLLOTEN, BURNETT "La
revolución española" p.528-529
568. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.226-227
569. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.13
570. TREBALL
22.09.36
571. KAMINSKI, H. E. op.cit.
p.129
572. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.84
573. LA HUMANITAT 05.08.36
574. SOLIDARIDAD OBRERA 27.07.36
575. SOLIDARIDAD OBRERA 02.09.36
576. MUNIS, G. op.cit. p.305
577. SABATER, JORDI "Anarquisme i catalanisme" p.70
578. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.217
579. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.188
590. KAMINSKI, H.
E. op.cit. p.11
581. CRUELLS, MANUEL "La revolta de 1936 a Barcelona" p.253
582. MUNIS, G.
op.cit. p.307
583. LA BATALLA
14.03.37
584. KAMINSKI, H. E. op.cit. p.140
585. LA BATALLA 45, 23.09.36
586. ALBA, VICTOR "La revolución día a
día" p.99-100
587. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.112
588. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.100
589. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.100-101
590. TROTSKY, LEÓN (Broué) Tomo II p.514
591. MUNIS, G. op.cit. p.321
592. PEIRATS, JOSÉ "La CNT en ..." p.205
593. PAZ, ABEL
"Durruti..." p.467
594. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "por que perdimos..." p.180
595. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..."
p.188-189
596. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.223
597. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.144
598. RAMA, CARLOS "La crisis..." p.261
599. TROTSKY,
LEÓN (Broué) op.cit. Tomo II p.30
600. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.252
601. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit.
p.277-278
602. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..." p.194
603. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.279
604. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.251
605. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit.
p.212-220
606. CRUELLS, MANUEL "La revolta del 36 a Barcelona" p.286
607. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "por que perdimos..." p.180-181
608. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.97
609. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.187
610. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.97
611. SOLIDARIDAD OBRERA 26.09.36
612. NIN, ANDREU "Los problemas de la
revolución española"
p.29
613. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.37
614. BONAMUSA, FRANCESC, "Andreu Nin y el movimiento comunista
en España (1930-1937)" p.291
615. TROTSKY, LEÓN (Broué) Tomo II, Anexos, cartas de
J.
Rebull
p.507-516
616. LA BATALLA 40, 17.09.36
617. LA BATALLA 41, 19.09.36
618. ALBA, VICTOR "La revolución día a
día" p.100
619. LA BATALLA 41, 19.09.36
620. TROTSKY, LEÓN (Broué) op.cit. Tomo II p.509, Anexo
J.
Rebull
621. BONAMUSA, FRANCESC op.cit. p.291-292
622. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.225-226
623. NIN, ANDREU "Los problemas de la
..." p.30
624. MIRAVITLLES, JAUME op.cit. p.179-180
625. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.278
626. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.278-279
627. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.56-57
628. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.283
629. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.284
630. SABATER, JORDI op.cit. p.55-56
631. DECRET DE LA GENERALITAT 03.10.36 (Anexos)
632. TREBALL
29.09.36
633. SOLIDARIDAD OBRERA 1391, 29.09.36
634. LA BATALLA 49, 27.09.36
635. LA BATALLA 51, 30.09.36
636. LA BATALLA 51, 30.09.36
637. BONAMUSA, FRANCESC op.cit. p.295
638. LA HUMANITAT 27.09.36
639. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.226
640. MUNIS, G.
op.cit. p.321
641. RAMA,
CARLOS "La crisis..." p.269
642. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.36
643. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.399
644. TREBALL 62, 01.10.36
645. TREBALL 63, 02.10.36
646. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.215
647. JACKSON GABRIEL
"La República española y la guerra civil"
p.205
648. AZAÑA, MANUEL "Causas de la guerra de
España" p.102
649. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.83
650. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.186
651. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.83
652. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.191
653. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.44
654. TROTSKY, LEÓN (Broué) op.cit. Tomo II p.181
655. CRUELLS, MANUEL "La revolta del 1936 a Barcelona" p.243
656. FRASER.
RONALD op.cit. Tomo I p.245
657. CRUELLS, MANUEL
"La revolta..." p.284
658. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.53-54
659. JONG, RUDOLF DE comunicación (ver bibliografía)
660. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.56-57
661. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.86
662. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.399-404
663. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.402
664. PEIRATS,
JOSÉ "La CNT en la revolución..." p.261-269
665. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.48
666. CRUELLS, MANUEL "La revolta de 1936..." p.249
667. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "El anarquismo y la revolución en
España" p.351
668. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO "El anarquismo..." p.350
669. PAZ, ABEL op.cit. p.385
670. NIN, ANDREU "Los problemas de la
revolución..." p.29
671. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.72
672. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.65
673. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.192-193
674. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.193
675. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit.
p.209
676. MUNIS, G.
op.cit. p.302
677. MORROW, FÉLIX op.cit. p.92
678. ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"por que perdimos..." p.96
679. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.188
680. PAZ, ABEL op.cit. p.383
681. FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.250
5ª PARTE
LA DECADENCIA DEL DOBLE PODER.
682. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución española" p.287-290
683. TROTSKY, LEÓN (Broué) op.cit. Texto de P.Broué
684. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.684
685. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.109
686. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.110
687. PEIRATS, JOSÉ "La CNT en la..." p.221
688. SOLIDARIDAD OBRERA, 04.11.36
689. TROTSKY, LEÓN (Broué) Tomo II p.86
690. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.191 (cita a García Pradas)
691. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.219
692. SOLIDARIDAD OBRERA 04.11.36
693. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.242
694. BOLLOTTEN, BURNETT "El gran engaño" p.173 (discurso de
Federica Montseny reproducido por
"Solidaridad Obrera" 05.01.37
695. PAZ, ABEL "por que
perdimos..." p.420
696. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..." p.191
697. BRADEMAS, JOHN op.cit. 218
698. LA BATALLA 46 24.09.36
699. SOLIDARIDAD OBRERA 1392, 30.09.36
700. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..." p.193
701. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..." p.193
702. SOLIDARIDAD OBRERA 23.10.36 (Horacio Prieto)
703. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.218
704. ARAQUISTAIN, LUIS (carta a Alvarez del Vayo, 06.04.37)
705. PAZ, ABEL op.cit. p.470
706. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..." p.190-191
707. TROTSKY, LEÓN (Broué) "La revolución
española" Tomo II
Comentarios de Broué p.31
708. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..."
p.201-202
709. PEIRATS, JOSÉ "Los anarquistas..."
p.207-208
710. BOLLOTEN, BURNETT "El gran engaño" p.170
711. LORENZO, CESAR M. p.108
712. SOLIDARIDAD OBRERA 25.10.36
713. MUNIS, G. op.cit. p.311
714. TROTSKY, LEÓN (Broué) "La revolución
española" Tomo II
p.36
715. BONAMUSA, FRANCESC op.cit. p.308
716. PAYNE, STANLEY G. op.cit.
p.42
717. TROTSKY,
LEÓN (Broué) "La revolución..." Tomo II
p.37-38
718. ALBA, VICTOR, "La revolución día a día"
p.112
719. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit. p.246-247
720. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.184
721. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución española" p.294
(reproducción
de "Claridad" 19.02.37)
722. MORROW,
FÉLIX op.cit. p.66
723. BOLLOTTEN, BURNETT "La
revolución..." p.295
724. SOLIDARIDAD OBRERA 29.12.36
725. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.417
726. BERNERI, CAMILO "Guerra di Classe" 14.04.37
727. SOLIDARIDAD OBRERA 07.03.37
728. ACTAS DE LA JUNTA DE SEGURIDAD INTERIOR DEL GOBIERNO DE LA
GENERALITAT días 29 y 30/01/36, 03/02/37
729. CARR, RAYMOND "Estudios sobre la República..." p.176
730. SOLIDARIDAD OBRERA 04.03.37
731. CAMINAL, MIQUEL p.99-100
732. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.217
733. LA BATALLA 27.01.37
734. LA BATALLA 07.01.37
735. MUNIS, G.
op.cit. p.340-341
736. CARR,
RAYMOND "Estudios..." p.177
737. CARR, RAYMOND "Estudios..." p.178
738. CRUELLS, MANUEL "De les milícies..." p.142
739. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.252
740. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.300
741. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.300
742. PAYNE, STANLEY op.cit. p.80
743. PAYNE,
STANLEY op.cit. p.80
744. MARTÍNEZ BANDE, MANUEL
op.cit. p.194
745. MARTÍNEZ BANDE, M. op.cit. p.200
746. VERNON
RICHARDS op.cit. p.96
747. CRUELLS, MANUEL
"De les milícies..." p.85
748. VERNON, RICHARDS op.cit.
p.194-195 (cita a Peirats)
749. GUERRA DI CLASSE
05.11.36
750. BRADEMAS,
JOHN op.cit. p.235
751. CARR, RAYMOND "La tragedia..." p.128
752. TROTSKY,
LEÓN (Broué) Tomo II p.386 (carta de Moulin)
753. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.149
754. CRUELLS, MANUEL "De les milícies..." p.58 (cita a
Tisner)
755. CRUELLS, MANUEL "De les milícies..." p.86
756. ORWELL,
GEORGE "Homenatge..." p.52 (Cruells)
757. TIERRA Y LIBERTAD 06.03.37
758. ORWELL,
GEORGE "Homenatge..." p.51
759. MUNIS, GEORGE op.cit. p.452
760. CRUELLS, MANUEL
"De les milícies..." p.140
761. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución española" p.549
762. TIERRA Y LIBERTAD 10.04.37
763. BOLLOTTEN, BURNETT "El gran engaño" p.234
764. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.435
(cita a "CNT" 20.09.37
765. CLARIDAD 20.08.36
766. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.184
767. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.184
768. ALPERT,
MICHAEL op.cit. p.71-72
769. ALPERT, MICHAEL op.cit. p.74
770. CARR, RAYMOND "La tragedia..." p.169
771. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.233
772. ALPERT, MICHAEL op.cit. p.182
773. BRADEMAS, JOHN op.cit. p.237 (cita a P.Bernard)
774. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.461
775. ALPERT, MICHAEL op.cit. p.79
776. ALPERT, MICHAEL op.cit. p.219
777. CRUELLS, MANUEL
"De les milícies..." p.131
778. RICHARDS, VERNON
op.cit. p.112-113
779. ORWELL, GEORGE "Homenatge..." p.91
780. CRUELLS, MANUEL
"De les milícies..." p.60
781. BROUÉ, PIERRE "La revolución española"
p.126
782. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.430
(cita
a Frente Libertario, 27/10/36)
783. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.55 (cita a
"Ruta",
órgano de prensa de las JJ.LL. 17.04.37)
784. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit.
p.256
785. ORWELL, GEORGE "Homenatge..." p.149
786. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.260
787. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.327
788. BRADEMAS,
JOHN op.cit. p.198
789. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.131
790. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.334
SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.123
791. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.45-46
792. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.46-47
793. MUNIS, G.
op.cit. p.324
794. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.315-316
795. FRASER, RONALD Tomo I p.320
796. SOUCHY, A.-FOLGARE, P. op.cit. p.46
797. SABATER,
JORDI op.cit. p.54
798. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.127
799. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.328
800. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit.
p.260-261
801. PÉREZ BARO, ALBERT op.cit. p.120
802. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.324
803. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.326
804. FRASER, RONALD Tomo I op.cit. p.318
805. CASANOVAS,
M. "La guerra de España" p.119
806. RICHARDS, VERNON
op.cit. p.132-133
807. BRADEMAS,
JOHN op.cit. p.198-199
808. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.103
809. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.122
810. ALBA, VICTOR "La revolución día a
día" p.205
811. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.206
812. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.217
813. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.152
La Batalla 14.03.37
814. PÉREZ BARO, ALBERT op.cit. p.132
815. DOCUMENTO DEL SINDICATO DE TRABAJADORES DE AGUA Y
ELECTRICIDAD DE LA UGT (Noviembre 1936)
816. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.134
BRADEMAS, JOHN op.cit. p.199
817. FRASER,
RONALD Tomo I op.cit. p.297
818. FRASER, RONALD Tomo I op.cit. p.292 (cita a Baró)
819. FRASER, RONALD Tomo I op.cit. p.318
820. PÉREZ BARO, ALBERT op.cit. p.87
821. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.335
FRASER, RONALD op.cit. Tomo I p.314
(cita a Pérez Baró)
822. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.335
823. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.338
824. GUARNER, VICENÇ op.cit. p.188
825. MORROW, FÉLIX op.cit. p.130
826. MORROW, FÉLIX op.cit. p.130
827. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.287
828. MIRAVITLLES, JAUME op.cit.
p.371
829. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.297 (cita a Peiró)
830. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.288
831. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.112
832. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.144
833. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.122
834. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.122
835. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.200
836. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.259
837. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.208
838. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.293
(cita "política 23.02.37
839. BERNECKER, WALTHER op.cit.
p.296
840. RICHARDS, VERNON op.cit. p.118
841. BERNECKER, WALTHER op.cit. p.293
842. BERNECKER, WLATHER op.cit. p.119
843. CASTERAS, RAMÓN
"Las JSUC ante la guerra y la revolución
(1936-1939)"
844. MORROW,
FÉLIX op.cit. p.118
845. MUNIS, G. op.cit. p.421
846. PEIRATS,
JOSÉ "Los anarquistas..." p.155
847. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.328-329
848. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.333
849. LEVAL, GASTON "Las colectividades
1936-1939" p.315
850. PEIRATS, JOSÉ "La CNT..." p.275
851. FRASER,
RONALD Tomo II p.128
852. LEVAL,
GASTON op.cit. p.315
853. MUNIS, G.
op.cit. p.418
854. MUNIS, G. op.cit. p.432
855. VARIOS
"Las
colectividades campesinas"
(texto de Noam Chomski) p.330-331
856. NIN, ANDREU "La revolución
española" p.226
857. VERNON, RICHARDS
op.cit. p.81-82
858. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.105-106
859. PAZ, ABEL "Durruti.
El proletariado..." p.467
860. LA BATALLA 29.12.36
BERNERI, CAMILO op.cit. p.249
861. LA BATALLA 16.12.36
862. NIN, ANDREU "Por la unificación
marxista" p.555
863. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.168
864. LA BATALLA 15.12.36
865. BONAMUSA, FRANCESC op.cit. p.335
866. NIN, ANDREU "La
revolución..." p.227
867. TROTSKY, LEÓN (Broué) op.cit. Tomo II p.38
868. TROTSKY, LEÓN (Broué) op.cit. Tomo II p.85
869. TREBALL
13.12.36
870. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.146
871. CARR,
RAYMOND "La tragedia..." p.175
LORENZO, CESAR M. op.cit. p.212
872. SABATER, JORDI op.cit. p.73
873. LORENZO, CESAR M. op,cit, p.212
874. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.67
875. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.85
876. SOLIDARIDAD OBRERA 17.12.36
877. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.71
878. BRICALL, JOSEP MARÍA op.cit. p.143
879. BRADEMAS,
JOHN op.cit. p.228
880. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.146
881. BORKENAU, FRANZ op.cit. p.147
882. TREBALL
22.12.36
883. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.241
884. TREBALL
05.01.37
885. MUNIS, G. OP.CIT. P.339
886. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.83
887. LA BATALLA 12.01.37
888. CARR, RAYMOND "Estudios..." (Bollotten)
p.176
889. BRICALL, JOSEP MARÍA op.cit. p.116
890. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.240
891. CRUELLS, MANUEL "De les milícies..." p.136
892. BROUÉ, PIERRE "La revolución..." p.122
PAYNE, STANLEY op.cit. p.73
893. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.253-254
894. SOLIDARIDAD OBRERA 07.03.37
895. RAMA, CARLOS "La crisis..." p.267
896. BERNERI, CAMILO op.cit. p.250
897. CRUELLS, MANUEL "De les milícies..." p.148
898. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.106-107
899. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.109
900. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.115
901. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.433-434
902. CASANOVAS
M. op.cit. p.87
MUNIS,
G. op.cit. p.352
903. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.435
904. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit.
p.66-67
905. ALBA, VICTOR "La revolución..."
p.116
906. PAYNE,
STANLEY op.cit. p.78
907. LA BATALLA
04.03.37
908. ALBA, VICTOR "La revolución día a
día..." p.152
909. TROTSKY, LEÓN op.cit. Tomo II p.107-108
910. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.184
911. SOLIDARIDAD OBRERA 04.11.36
912. CARR, RAYMOND "La tragedia..." p.137
913. PEIRATS, JOSÉ "La revolución..." p.221
914. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.252
915. LA BATALLA
03.09.36
916. LA BATALLA 05.09.36
917. NIN, ANDREU "La
revolución..." p.226
918. NIN, ANDREU "La
revolución..." p.231
919. TROTSKY, LEÓN (Broué) op.cit. Tomo II p.85-86
920. NIN, ANDREU "La
revolución..." p.226
921. VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. p.530
922. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit. p.281
923. FRASER,
RONALD op.cit. Tomo I p.360
924. JACKSON, GABRIEL
"La revolución española y..." p.287
925. FRASER, RONALD,
op.cit. Tomo I p.364
926. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit.
p.289
927. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit. p.289
928. MUNIS, G. op.cit. p.334
929. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.298
930. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.298-299
931. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit.
p.244-245
932. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.184
933. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.121
934. NIN, ANDREU "La
revolución..." p.229
935. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.335
936. LORENZO, CESAR M. op.cit. p.121
937. BERNECKER, WALTHER
op.cit. p.421
938. BERNECKER, WLATHER op.cit. p.421
939. LORENZO, CESAR M. op.cit.
p.122
940. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.316
941. AZAÑA. MANUEL "Causas de la guerra de
España" p.143
942. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.184
943. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.180
944. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.183
945. ESTRUCH,
JOAN op.cit. 105-106
946. BOLLOTTEN, BURNETT "La
revolución..." p.317-318
947. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.321
948. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.180
949. SAÑA, HELENO "La Internacional Comunista" Tomo II p.169
950. VERNON, RICHARDS
op.cit. p.83-84
951. CLAUDIN, FERNANDO op.cit.
p.184
952. JULIA, SANTOS op.cit. p.287
953. BROUÉ,P.-TEMINE,É.
op.cit. p.308
954. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.309
955. RAMA,
CARLOS "La crisis..." p.253
956. ESTRUCH, JOAN
op.cit. p.108
957. JACKSON, GABRIEL
"La República española..." p.317
958. CLAUDIN, FERNANDO op.cit. p.187
959. VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. p.652
960. VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. p.653
961. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.324
962. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.315
963. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. p.212
964. VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. 650
965. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.322
966. ARAQUISTAIN, LUIS op.cit. p.215
967. SAÑA, HELENO op.cit. Tomo II p.194
968. JACKSON, GABRIEL La revolución española..." p.320
969. SAÑA, HELENO op.cit. p.172
VIDARTE, JUAN-SIMEON op.cit. p.656
970. MINTZ, FRANK-PECIÑA, MIGUEL "Los amigos de Durruti..." p.11
971. GUERRA DI CLASSE 12 14.04.37
972. PEIRATS, JOSÉ "La CNT..." Tomo II p.138
973. TREBALL
01.05.37
974. CAMINAL, MIQUEL op.cit. p.119
975. LA BATALLA 28.04.37
976. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.258
977. PAYNE,
STANLEY op.cit. p.83
978. LA BATALLA
29.04.37
979. SOLIDARIDAD OBRERA 02.05.37
980. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.261
981. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.261
982. CAMINAL MIQUEL op.cit. p.120
983. ORWELL,
GEORGE, "Homenaje..." p.158
984. PEIRATS,
JOSÉ "La CNT..." Tomo II p.144
985. ORWELL,
GEORGE op.cit. p.163-164
986. BROUÉ,P.-TEMINE,É op.cit.
p.336
987. SOLANO, WILESBALDO "Andreu Nin" p.37-38
988. VERNON, RICHARDS
op.cit. 158-159
989. CAMINAL, MIQUEL
op.cit. p.121-122
990. PEIRATS,
JOSÉ op.cit. Tomo II p.146
991. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit.
p.426-427
992. PEIRATS, JOSÉ "La CNT..." Tomo II p.146
993. ORWELL,
GEORGE op.cit. p.173
994. SEMPRUN-MAURA, CARLOS
op.cit. p.270
995. VERNON, RICHARDS op.cit.
p.159 (cita a Souchy)
996. SEMPRUN-MAURA, CARLOS
op.cit. p.271
997. GARCÍA OLIVER, JUAN op.cit. p.429
998. PEIRATS,
JOSÉ op.cit. Tomo II p.147
999. MINTZ, FRANK-PECIÑA, MIGUEL
op.cit. p.47-49
1000. MINTZ, FRANK-PECIÑA, MIGUEL op.cit. p. 41-42
1001. ORWELL, GEORGE
op.cit. p.167
1002. NIN,
ANDREU "Los problemas..." p.212-214
1003. ORWELL, GEORGE
"Homenaje..." p.172-173
1004. PEIRATS, JOSÉ op.cit. Tomo II p.152-153
1005. NIN,
ANDREU "Los problemas..." p.213-214
1006. ORWELL, GEORGE
"Homenaje" p.180
1007. PEIRATS, JOSÉ
"Los anarquistas..." Tomo II p.154
1008. VERNON RICHARDS op.cit.
p.164
1009. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit.
p.343
1010. BENAVIDES, MANUEL D. op.cit. p.363
1011. SEMPRUN-MAURA, CARLOS op.cit. p.285
1012. GUARNER, VICENÇ op.cit.
226
1013. ORWELL, GEORGE op.cit. p.192
1014. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit.
67-68
1015. NIN, ANDREU "Los problemas..." p.213
1016. MINTZ, FRANK-PECILA, MIGUEL op.cit. p.28
1017. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit p.70
1018. ALMENDROS, JOAQUIN op.cit. p.63-64
1019. ORWELL, GEORGE
"Homenaje..." p.188
1020. VERNON RICHARDS op.cit. p.157
1021. VERNON RICHARDS op.cit. p.161
1022. ORWELL, GEORGE "Homenaje..." p.191
1023. PEIRATS, JOSÉ
"La CNT..." Tomo II p.156-157
1024. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.626-627
1025. BOLLOTTEN, BURNETT "La revolución..." p.626
1026. BRICALL, JOSEP MARIA
op.cit. p.273-274
1027. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.344
1028. CAMINAL, MIQUEL op.cit.
p.128
1029. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.345
(cita "Adelante" 11.05.37)
1030. PEIRATS, JOSÉ "La CNT..." Tomo II p.182
1031. BROUÉ,P.-TEMINE,É.
op.cit. p.348
1032. BROUÉ,P.-TEMINE,É. op.cit. p.357
1033. GARCÍA, OLIVER, JUAN
op.cit. p.443
6ª PARTE
CONCLUSIONES FINALES
1034. VARIOS, "Octubre 34", Juliá, p.105
1035. VARIOS, "Octubre 34", Paul Preston p.141-142
1036. VARIOS, "Octubre 34", P.Preston p.156
1037. BROUÉ,P-TEMINE,É.
op.cit. p.80
1038. ESTRUCH, op.cit. p.93
1039. ESTRUCH, op.cit. p.92
1040. JULIA, SANTOS. op.cit. p.34
1041. ESTRUCH, op.cit. p.93
1042. RICHARDS, VERNON. op.cit. p.32
1043. RICHARDS, VERNON. op.cit. p.27-28
1044. RAMA, CARLOS "La
crisis...." p.189
1045. BROUÉ,P-TEMINE,É. op.cit. p.194
1046. NIN, ANDREU. "La Revolución...." p.273
1047. BROUÉ,P-TEMINE,É. op.cit. p.194
1048. CASANOVA, M. op.cit. p.115
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"El anarquismo y la revolución en España"
Escritos 1930/1938
Ed. Ayuso, Biblioteca de Textos socialistas
Madrid, 1977
ABAD DE SANTILLAN, DIEGO
"Por qué perdimos la guerra"
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NENNI, PIETRO
"La guerra de España"
Biblioteca Era
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NIN, ANDREU
"Por la unificación marxista"
Ed. Castellote
Madrid, 1978
NIN, ANDREU
"Los problemas de la revolución española"
Ed. Ruedo Ibérico
Madrid, 1978
NIN, ANDREU
"La revolución española"
Ed. Fontamara
Barcelona, 1978
NIN, FUNDACIÓN ANDREU
Los sucesos de Mayo de 1937"
Una revolución en la República
Pándora Libros
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ORWELL, GEORGE
"Homenaje a Cataluña"
Ed. Ariel
Barcelona 1983
ORWELL, GEORGE
"Mi guerra civil española"
Ed. Destino, Vol. 43
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OSORIO, ANGEL
"Vida y sacrificio de Companys"
Ed.Losada
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PAGÉS, PELAI
"El movimiento trotskista en España (1930-1935)"
Ed. Península
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"La revolución y la guerra civil española"
Ed. Jucar.
Crónica General de España
Ed. Júcar
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PAZ, ABEL
"Durruti. El proletariado en armas"
Ed. Bruguera
Barcelona, 1978
PAZ, ABEL
"Durruti"
Durruti en la revolución española
Ed. Laia Divergencias
Barcelona, 1986
PEIRATS, JOSÉ
"La CNT en la revolución española"
3 tomos
Ed. Madre Tierra
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PEIRATS, JOSÉ
"Los anarquistas en la crisis política española"
Ed. Jucar
Crónica General de España
Madrid, 1976
PEIRO, JUAN
"Trayectoria de la CNT"
Ed. Júcar
Crónica General de España
Madrid, 1979
PÉREZ BARO, ALBERT
"30 meses de colectivismo en Cataluña"
Ed. Ariel
Barcelona, 1974
RAMA, CARLOS M.
"La crisis española del siglo XX"
Ed.Fondo de Cultura Económica
Sección de Obras de Historia
Madrid, 1976
RAMA, CARLOS M.
"Ideologías, regiones y clases sociales en España contemporánea"
Ed. Júcar
Crónica General de España
Madrid, 1977
RAMA, CARLOS M.
Fascismo y anarquismo en la España contemporánea"
Ed. Bruguera SA
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SABATER, JORDI
"Anarquisme i catalanisme"
La CNT i el fet nacional català durant la Guerra Civil
Ed. 62
Barcelona, 1986
SANDINO, FELIPE
Diario personal cuyo ejemplar fotocopiado se encuentra en el Centro de Estudios
Históricos Internacionales (CEHI)
SAÑA, HELENO
"La internacional comunista"
2 Tomos
Biblioteca Promoción del Pueblo
Madrid, 1972
SEMPRUN-MAURA, CARLOS
"Revolución y contrarrevolución en Cataluña (1936-1937)"
Tusquets Editor,
Barcelona, 1977
SHUBERT, ADRIÁN
"Hacia la revolución"
Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturias, 1860-1934
Ed. Crítica (Grijalbo)
Barcelona, 1984
SOLANO, WILESBALDO
"Andreu Nin"
Assaig Biográfic
Ed. POUM
Barcelona
SOUCHY A.-FOLGARE P.
"Colectivizaciones"
La obra constructiva de la revolución española
Ed. Fontamara
Barcelona, 1977
TARRAGONA, EDUARDO
"Las elecciones de 1936 en Cataluña"
Ed. Bruguera
Barcelona, 1977
TROTSKY, LEÓN
"La revolución española"
2 Tomos
Edición, prólogo y notas de Pierre Broué
Libros de confrontación
Barcelona, 1977
TROTSKY, LEÓN
"Escritos sobre España"
Ed. Ruedo ibérico
Biblioteca de cultura socialista
Francia, 1971
TROTSKY, LEÓN
"La lucha contra el fascismo"
El proletariado y la revolución
Ed. Fontamara
Barcelona, 1980
TROTSKY, LEÓN
"Historia de la revolución rusa"
3 tomos
Ed. Ruedo Ibérico
Biblioteca de cultura socialista
París, 1972
TUÑON DE LARA, MANUEL
"La España del siglo XX"
3 tomos
Ed. Laia S.A.
Barcelona, 1981
VARIOS
"Las colectividades campesinas 1936-1939"
Ed. de "Los de Siempre"
Tusquets Editor
Barcelona, 1977
VARIOS
"Octubre 1934"
Ed. Siglo XXI de España
Editores S.A.
Madrid, 1985
VARIOS
"The Spanish Civil War"
Te view from the left
Revolutionary History, Volume 4, nos 1/2
Socialist Platform, Ltd.
London, 1992
VARIOS
"Revista Comunismo" (1931-1934)
La herencia teórica del marxismo español
Ed.Fontamara, Barcelona 1978
VARIOS
"El Congreso Confederal de Zaragoza"
Ed. CNT
París, 1955
VERNON, RICHARDS
"Enseñanzas de la revolución española"
Ed. Belibaste. Colec. La Hormiga
París (Francia), 1971
VIDARTE, JUAN-SIMEON
"Todos fuimos culpables"
Testimonio de un socialista español
Ed. Tezontle
México, 1973
VILAR, PIERRE
"Cataluña en la España Moderna"
Ed. Crítica
Barcelona, 1979
VILAR, PIERRE
"Historia de España"
Ed. Crítica (Grijalbo)
Barcelona, 1981
REVISTAS:
HISTORIA 16
N.10
"La guerra civil"
Milicias y ejércitos
colaboran, Gabriel Cardona, Juan C. Losada, R. Salas Larrazábal, Alcofar
Nassaes. Juan A. Blanco, Nuria Valls, Montserrat Carreras.
N.100
"Julio 1936: España en guerra"
Así comenzó la tragedia
Escriben Manuel Tuñón de Lara, Daniel Sueiro, Luis Romero, Gabriel Cardona,
Julio Aróstegui y Angel Viñas.
HISTORIA Y VIDA
N.99
"Largo Caballero y la UGT"
DOCUMENTOS
N.10
ESCOFET, ANTONIO
"El 19 de Juliol"
Texto de Justo Martínez amutio
DEBATS
N.15 (Marzo 1986)
"Estado y poder en tiempos de guerra"
PIQUERAS ARENAS, JOSÉ ANTONIO
PRENSA:
LA BATALLA
Organo del C.C. del POUM.
BOLETIN DE INFORMACION CNT-FAI
LA HUMANITAT
Prensa cercana a ERC y al gobierno de la Generalitat de Catalunya.
RUTA
Organo de prensa de las Juventudes Libertarias.
SOLIDARIDAD OBRERA
Organo portavoz de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
TIERRA Y LIBERTAD
Prensa de la Federación Anarquista Ibérica (FAI).
TREBALL
Organo de prensa del C.C. del Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC).
GUERRA DI CLASSE
Prensa editada por los voluntarios libertarios italianos, bajo la dirección de
Camilo Berneri.
DOCUMENTOS:
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 11 de Agosto de 1936, por
el que se crea el Consell d'Economía de Catalunya.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 31 de Julio y publicado el
16 de Agosto de 1936, por el que se acepta la dimisión de Joan Casanovas i
Maristany, como Presidente del Consejo. El decreto consta inscrito en el
Boletín Oficial 215.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 31 de Julio y publicado el
16 de Agosto de 1936, por el que se nombra de nuevo Presidente del Consejo, a
Joan Casanovas i Maristany. El decreto consta inscrito en el Boletín Oficial
215.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 31 de Julio y publicado el
16 de Agosto de 1936, por el que se acepta la dimisión del gobierno. El
decreto consta inscrito en el Boletín Oficial 215.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 31 de Julio y publicado el
16 de Agosto de 1936, por el que se constituye el nuevo gabinete de gobierno.
El decreto consta inscrito el Boletín Oficial 215.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 3 y publicado el 16 de
Agosto de 1936, por el que se reestructuran los departamentos del
gobierno. El Decreto consta inscrito en el Boletín oficial 217.
Decreto de la Generalitat de Catalunya por la que el gobierno asume las
facultades y los reglamentos vigentes en materia de prisiones.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 3 y publicado el 16 de
Agosto de 1936, por el que el gobierno asumía todas las funciones legislativas
que antes había tenido el Parlament de Catalunya. El Decreto consta inscrito en
el Boletín Oficial 217.
Decreto de la Generalitat de Catalunya redactado el 6 y publicado el 16 de Agosto
de 1936, por el que se acepta la dimisión del Presidente del Consell, Joan
Casanovas i Maristany. El decreto consta inscrito el Boletín Oficial 222.
Decreto de la Generalitat de Catalunya redactado el 6 y publicado el 16 de
Agosto de 1936, por el que se nombra a Joan Casanovas i Maristany, presidente
del Consell. El decreto consta inscrito en el Boletín Oficial 222.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 6 y publicado el 16 de
Agosto de 1936 por el que se acepta la dimisión del gabinete. El decreto consta
inscrito en el Boletín Oficial 222.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 6 y publicado el 16 de
agosto, por el que se reestructuran los departamentos del gobierno. El decreto
consta inscrito en el Boletín Oficial 222.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 6 de Agosto y publicado el
16 de Agosto, por el que se constituye un nuevo gabinete. El Decreto consta
inscrito en el Boletín Oficial 222.
Decreto de la Generalitat de Catalunya publicado el 24 de Agosto de 1936 por el
que se establece la intervención en algunas industrias.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 28 de Agosto por el que se
realizaban diversas reformas en la economía, entre ellas la obligación del
campesinado de realizar sus operaciones comerciales a través de los Sindicatos
Agrícolas de cada localidad.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 26 de Agosto y
aprobado el 1 de septiembre de 1936 por el que se crea la Escuela Popular de Guerra.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 26 de septiembre de 1936 por
el que se constituye el primer gabinete de concentración del gobierno autónomo.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 1 de Octubre por el que se
declara disuelto el Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 9 de Octubre de 1936,
por el que se creaban los nuevos Ayuntamientos.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 9 de Octubre de 1936, por el
que se declaraban disueltos los comités locales.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 26 de Septiembre y
aprobado el 10 de Octubre, por el que se acepta la dimisión del gabinete de
gobierno. El decreto consta inscrito en el Boletín Oficial 273.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 26 de Septiembre y
aprobado el 10 de Octubre, por el que se acepta la dimisión el presidente del
Consell, Joan Casanovas i Maristany. El Decreto consta inscrito en el Boletín
Oficial 273.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 26 de septiembre y
aprobado el 10 de Octubre, por el que vuelven a reestructurarse los distintos
departamentos del gabinete. El Decreto consta inscrito en el Boletín Oficial
274.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 26 de Septiembre y
aprobado el 10 de Octubre, por el que se formaba un nuevo gabinete de gobierno.
El decreto consta inscrito en el Boletín Oficial 273.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 13 de Octubre de 1936 por el
que se organizan los Tribunales Populares.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 17 de Octubre de 1936, sobre
la disolución del Comité Central de Abastecimientos.
Decreto de la Generalitat de Catalunya aprobado el 24 de Octubre de 1936, por
el que se establecer una ordenación de la economía revolucionaria, a
partir de la reglamentación de las empresas en colectivizadas y privadas. Se
regularizan también las funciones de los consejos de empresa y de los comités
de control. Se definen las tareas de los Consejos Generales de Industria y de
las agrupaciones.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 17 de Diciembre y
publicado el 4 de Enero de 1937, por el que se acepta la dimisión del anterior
gabinete de gobierno. El Decreto consta inscrito en el Boletín Oficial 353.
Decreto de la Generalitat de Catalunya, redactado el 17 de Diciembre y
publicado el 4 de Enero de 1937, por el que se forma un nuevo gabinete de
gobierno. El decreto consta inscrito en el Boletín Oficial 353.
Proyecto de decreto del Consell d'Economía, redactado el 6 de Febrero de 1937,
sobre la estructuración de los Consejos Generales de Industria.
Bases Generales o estatutos tipos, para establecer los Agrupamientos o
concentraciones de empresas de un mismo ramo, de conformidad con los Decretos
del 24 de Octubre de 1936 y la Orden de agrupamiento y concentraciones del 28
de Noviembre de 1936.
Proyecto de decreto creando el cuerpo de interventores oficiales de la Generalitat de Catalunya en las empresas colectivizadas.
Acuerdo del Consejo de la Generalitat y representantes de las fuerzas
antifascistas, redactado el 10 de Febrero de 1937, sobre el Decreto de
Movilización de las quintas de 1934 y 1935 y por el que se declaran encuadradas
las milicias dentro del Ejército Popular.
Carta redactada el 11 de Septiembre de 1937, por Benito Pavón
desde Valencia, al presidente de gobierno Juan Negrín, que refleja los
resultados de la comisión que él preside, en la que se estudian los decretos,
órdenes y disposiciones emanadas por el gobierno de la Generalitat, en el período de máxima intensidad revolucionaria, relacionados con normas
penales, civiles y penitenciarias sobre derechos individuales, cultos y
responsabilidades.
Acta n. 29 de la Junta de Seguridad Interior del gobierno de la Generalitat de Catalunya, del 29 de Enero de 1937, en la que se manifiesta los miembros de la UGT han recibido la orden de abandonar las Patrullas de Control. También se comentan los
sucesos de la Fatarella.
Acta n. 30 de la Junta de Seguridad Interior del gobierno de la Generalitat de Catalunya, del 3 de Febrero de 1937. Se discute la decisión de la UGT de abandonar las Patrullas de Control.
Acta n 31 de la Junta de Seguridad Interior del gobierno de la Generalitat de Catalunya, del 6 de Febrero de 1937. Consta el viaje realizado a la localidad
de Ascó.
Acta de la Junta de Seguridad Interior de Catalunya, sobre la reunión del 6 de
Febrero de 1937. Se estudian los sucesos de la Fatarella.
Informe referente a los acontecimientos del pueblo de la Fatarella (Tarragona), presentado por Clemente de PSUC y por Oller de ERC. El texto está
redactado el 25 de Enero de 1937.
Informe presentado por el delegado de la Junta de Seguridad Interior de Catalunya, Tomás Fabregas, refiriéndose a los hechos ocurrido en la Fatarella. El texto está redactado el 27 de Enero de 1937
Acta de las distintas reuniones celebradas el 11 y el 13 de Abril de 1937,
entre el gobierno de la Generalitat y miembros de las distintas organizaciones
antifascistas para solucionar la crisis de gabinete.
Acta constitutiva del Consell d'Economía del 11 de Agosto de 1936.
Acta del Consell d'Economía del 14 de Agosto de 1936
Acta del Consell d'economía del 17 de Agosto de 1936
Acta del Consell d'Economía del 25 de Agosto de 1936.
Acta del Consell d'Economía del 26 de Agosto de 1936.
Decreto del Consell d'Economía de Catalunya, sobre el decreto de
colectivizaciones, redactado el 2 de Abril de 1937.
Consideraciones Generales sobre el proceso seguido desde la constituciones del
primer Consejo hasta el momento actual.
Texto del decreto que regula la adjudicación y explotación de tierras del campo
de catalunya. Complementando las normas de procedimiento para su aplicación.
Publicado en Barcelona, el mes de Febrero de 1938
Texto sobre "Colectivización y Control Obrero". Disposiciones legales
que regulan estas materias. Publicado por la Consellería de Economía, el 25 de Mayo de 1937.
Carta mecanografiada del Comisario Político de la 3 división del Ejército Popular
de Catalunya a Juan M.Molina en el que se dan informes sobre el pasado de un
teniente coronel asistente a la asamblea de afiliados del PSUC. En dicha carta
se habla del control del Consejo de Obreros y Soldados en dichas unidades.
Acta de constitución de las Milicias Antifascistas de Santa Creus
d'Aiguamurcia, vinculado al Comité Central de Milicias Antifascistas de
Catalunya (firman, UdR, ERC, POUM, ACR)
Carta de la Agrupación de ERC de Palau d'Anglesola a Anton María Sbert fechada
el 3 de Febrero de 1937, en la que se comunica la creciente tensión que existe
en la localidad entre el campesinado propietario y la colectivización de la
localidad.
Nota del Comité Local de Barcelona del POUM por el que se declara confiscado el
Hotel Falcón (Pl. del Teatre 5), fechada el 23 de
Julio de 1936.