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XI

 

La descomposición política de la República. Irresponsabilidad financiera. — La figura de Negrín.

 

AL constituirse, siguiendo los planes del delegado "comercial" ruso Stajevsky, el gobierno Prieto-Negrín, despues de la famosa crisis de mayo de 1937, cuando la política de Moscú derribó a Largo Caballero impidiéndole realizar la ofensiva preparada para cortar la zona rebelde en dos partes, provocando en Barcelona los sucesos sangrientos que no supimos apreciar entonces en su verdadera significación ni aprovechar para volver a situar la guerra y la revolución sobre sus verdaderas bases populares, entonces, repetimos, no estábamos enteramente solos en una oposición que juzgábamos vital para los intereses del pueblo español.

La C. N. T. mantuvo una oposición manifiesta y clara, negándose a colaborar dentro del nuevo gobierno.

Conocida la personalidad de Indalecio Prieto, más enemigo de la revolución y del socialismo que de la rebelión militar, inspirado mucho más por sus pasioncillas personales que por los intereses de la España del progreso y de la justicia en peligro; vistos ya los propósitos y la psicología alegre del Dr. Negrín; puestas de manifiesto en mayo de 1937 las fuerzas que obraban desde las esferas gubernamentales contra la revolución iniciada el 19 de julio de 1936, la C. N. T. hacía bien en no entregarse sin garantías. Y en esa posición le acompañaba con entusiasmo la F. A. I. Representaba la Confederación la fuerza obrera organizada, más potente y más independiente de España, el polo del progreso, de las emancipación del trabajo, la obra del sacrificio de varias generaciones de combatientes heroicos y abnegados. Conservando su personalidad se mantenía viva una gran esperanza, pero sumada a un gobierno como el de Prieto-Negrín, entregado a la diplomacia rusa y a los más escandalosos negocios, difícilmente la salvaría.

Sin embargo, tampoco esa actitud, originariamente tan altiva, se mantuvo muchos meses. A medida que aumentaban los desastres en el frente, cada uno de los cuales habría tenido que llevar al pelotón de ejecución a los dirigentes políticos y militares responsables: las operaciones de Brunete, la pérdida del Norte de España, el derrumbamiento del frente de Aragón, nuestro aislamiento fue en aumento. En ocasión del derrumbamiento de Aragón, que no fue entonces el fin de la guerra porque todavía existía un pueblo dispuesto voluntariamente al sacrificio y capaz de librarse de su funesto Gobierno, la F. A. I. hizo toda la oposición que le fue posible en las reuniones con Negrín y con los partidos. Esa oposición fue ahogada por la ampliación del llamado Frente Popular, y poco después por la limosna de un Ministerio entregado a la C. N. T., con lo que nuestra voz discordante quedó anulada, y las posibilidades de una acción conjunta eficaz de todo el movimiento libertario, quebradas por largo tiempo.

Ascendían los jefes militares con cada nueva derrota que apuntaban en su haber, y consolidaban su posición los políticos a cuya actuación se debían esos desastres. Partidos y organizaciones rivalizaban en incienso a los héroes de los desastres, en servilidad, en incondicionalidad.

Prieto se retiró del Gobierno después del derrumbe del frente de Aragón, donde se puso de manifiesto bien claramente cuáles eran los métodos que nos llevarían a la victoria... de Franco. Toda su ambición consistía en conseguir alguna embajada, alguna misión especial en América, lejos de la contienda. Así pudo encontrarse en la hora final, a la que tanto había contribuído, a buena distancia del teatro de los sucesos.

Cesó toda crítica, toda observación. La objeción más insignificante fue tachada de derrotismo. La prensa, la radio, los servicios de orden público, la magistratura, todo se dedicó a fortificar la autoridad del gobierno. Y lo que no lograba la persuación, lo lograba el terror, las persecuciones bestiales, la inmovilización, cuando el interfecto no se rendía al soborno y la corrupción. Las Cortes republicanas, los partidos y organizaciones fueron domesticados con una unanimidad sorprendente y única en nuestra historia. Y los escasos individuos a quienes no se pudo doblegar, fueron aislados como perros sarnosos. Muy escasos militantes socialistas, anarquistas y republicanos, se cuentan, por desgracia, entre esos casos de excepción. Nos referimos a las personalidades conocidas, no al grueso del pueblo español, a las grandes masas que no pecaron más que por exceso de fe en sus dirigentes.

La guerra no podía tener una salida victoriosa con los procedimientos empleados en el terreno militar y con la dirección dada al ejército y la moral existente en la retaguardia. Además un movimiento surgido de una gran pasión popular, apoyado en las transformaciones económicas y sociales operadas de un modo espontáneo, era yugulado sistemáticamente desde el Gobierno, con el visto bueno, el silencio o la pasividad de todos los sectores llamados antifascistas. Fuimos nosotros los únicos opositores a los 13 puntos de Negrín, ensalzados como la síntesis de todas las aspiraciones de España.

Nosotros proclamábamos por todos los medios a nuestro alcance, y esos medios no eran muchos, pues con la prensa no podíamos contar, tanto a causa de la censura oficial como por el tono a que había descendido, que si habíamos de volver a las condiciones de antes del 19 de julio, o peores seguramente, porque el supuesto gobierno de las antifascistas nos había colocado ante el deber de reconocer la significación liberalísima de un Primo de Rivera; si el fin de la guerra había de ser nuestro aplastamiento, es decir, el aplastamiento de las aspiraciones que habían dado origen a la guerra, la victoria de Negrín tenía que equipararse a la victoria de Franco desde el punto de vista de los auténticos intereses de España, del pueblo español laborioso. Las obras reeditadas o dadas a luz por nuestra Editorial y ampliamente difundidas en tirajes de más de 5.000 ejemplares que se agotaban de inmediato, explicaban las cosas de Rusia, el mito ruso, los métodos rusos e italianos o alemanes y hacían ver la similitud, el parentesco entre una España fascista y una España comunista del tipo moscovita.

En estas consideraciones ad posteriori no decimos nada que no hayamos dicho, escrito, consignado de alguna manera, durante la guerra misma. Nos sentimos, pues, con pleno derecho a decir en la emigración lo que sosteníamos antes de la emigración, en pleno imperio de la euforia negrinista, sin haber conseguido, por desgracia para tantos centenares de millares de españoles engañados y traicionados, que se nos escuchase o que se aplicasen los oportunos remedios.

El gobierno Negrín y su equipo de todos los colores había juzgado que la contrarrevolución podía facilitar la victoria en la guerra contra el fascismo. Así ha disociado al pueblo de las fábricas y de los campos de su interés vital en la guerra, cuando nosotros sosteníamos justamente lo contrario, que la guerra al fascismo, privada de su contenido social, era la derrota segura.

No damos a las leyes y a los decretos un valor absoluto como criterio de realidad. La historia de un país hecha a través de su legislación sería, indudablemente una historia en exceso incompleta. Sin embargo, así como la Generalidad de Cataluña se había visto obligada a encauzar legalmente la nueva realidad económica, aunque luego se haya valido de esa legalidad para contribuir por su parte también a la contrarrevolución, el Gobierno de la República se mantuvo absolutamente reacio a todo reconocimiento que no se ajustase a las leyes anteriores al 19 de julio, como queriendo decir que allí no había pasado nada.

He aquí fragmentos de una carta de la Dirección general de Industria del Ministerio de Hacienda, respondiendo a unas aclaraciones pedidas por nosotros:

"1.º Sólo el Gobierno tiene facultad para efectuar incautaciones; por tanto, todas las llevadas a cabo sin previo acuerdo del mismo, son nulas, y las industrias deben devolverse a sus antiguos dueños, salvo si se trata de facciosos, en cuyo caso pasan a la Caja de reparaciones (Decretos del 17 de marzo de 1938).

2.º Toda transmisión de bienes entre españoles está prohibida, requiriéndose, para ser válida, la autorización del Ministerio de Hacienda (Decreto del 14 de agosto de 1936).

Por tanto, ningún organismo oficial puede reconocer validez a actas, escrituras notariales, contratos de compraventa o cesión, etc. referente a bienes de propiedad de españoles, si no van acompañados de la  correspondiente autorización ministerial.

3.° El primer acto de toda intervención industrial, es citar al propietario legítimo de la empresa. Si éste se presenta o un aporado legal, el Interventor de minas, industrias, comercio, agricultura, abastecimientos, etc. no tiene más remedio que reconocerlo...

... En ningún caso, hasta el presente, se ha reconocido validez a documento alguno ni a propiedad alguna distinta de la que era tal antes del 19 de julio de 1936. Si ésta resulta facciosa, pasa a la Caja de reparaciones". (El Director general de Industria, Barcelona, 26 de octubre de 1938).

Es incomprensible que, a pesar de constataciones como esas, los partidos y organizaciones que se habían formado en la lucha por una organización económica y social como la que se inició con el aplastamiento de la rebelión militar en Cataluña, en Levante y en el Centro, apoyasen sin objeción a un gobierno que desconocía todas las conquistas proletarias y que se rehusaba a considerar que el 19 de julio se había abierto un nuevo capítulo en la historia de España. Tampoco encontramos explicaciones plausibles del olvido de los objetivos fundamentales por las propias organizaciones nuestras, que también aparecían uncidas al séquito del Dr. Negrín, el César de la segunda República.

En un informe previo del Comité peninsular de la F. A. I. para explicar la necesidad y la urgencia del Pleno nacional de Regionales del movimiento libertario, decíamos (Barcelona, 4 de agosto de 1938):

"Nos hemos elevado nuestra voz, aunque habríamos tenido el derecho de hacerlo, y el deber de hacerlo, contra la participación en el gobierno. Vivimos circunstancias extraordinarias y no siempre podemos aplicar el cartabón de los períodos normales a los excepcionalmente trágicos. Pero se puede participar en el gobierno de varios modos:

1) Para afirmar una política, una personalidad social dadas.

2) Para hacernos cómplices de la política ajena.

En los momentos actuales hay que examinar algunos puntos en relación con nuestra participación gubernamental:

1.º ¿Significa nuestra participación en el Gobierno un cambio cualquiera de orientación y de métodos en el aspecto militar, en el económico, en el diplomático, en todo lo que es esencial para la buena marcha de la guerra?

2.º ¿Ha de medirse la utilidad de nuestra participación en el gobierno por el criterio de los nuevos funcionarios beneficiados con ello o bien ha de aplicarse un criterio social, oyendo la opinión de los que trabajan y de los que luchan?

Afirmamos que no se ha operado ningún cambio de orientación y de métodos en la política de guerra del gobierno Negrín desde que estamos complicados en su gestión, y sostenemos que son los que trabajan y los que luchan los que han de decirnos qué utilidad han advertido desde que la C. N. T. ha vuelto al poder. Que digan los numerosos presos antifascistas si están más contentos hoy que ayer, cuando no formábamos parte del Gobierno. Que digan los millares de compañeros encuadrados en el ejército si sienten la existencia de la C. N. T. en el Gobierno por alguna diferencia favorable. Que digan las Colectividades agrarias y los Sindicatos si sus facultades de gestión han sido mejoradas" ...

Declarábamos en ese informe también que "la política del Dr. Negrín no es la política de la victoria..., el gobierno Negrín no es el Gobierno que exije la guerra"...

Como contrapeso a la participación del movimiento libertario en el Gobierno exigíamos estas condiciones:

Moralización de la política de abastos, control de la gestión financiera, responsabilización de todos los agentes de compras y de sus mandatarios, supresión de la política monopolista de determinado partido en el orden militar y en el policial, revisión de la política exterior y su orientación de acuerdo con las necesidades y conveniencias de la España popular, etc., etc. También reclamábamos que cesase por completo la política unipersonal y absolutista que caracterizaba al gobierno de Negrín, donde el amo del cotarro hacía y dejaba de hacer según su soberano capricho, sin escuchar razones, sin dar explicaciones de nada fundamental, ni siquiera a sus ministros, menos aun al pueblo que soportaba esa política a regañadientes, por la traición de sus jefes.

¡Pedíamos peras al olmo! Se había caracterizado al Gobierno Negrín en mayo de 1937, en común acuerdo con todo el movimiento libertario, como "gobierno de la contrarrevolución". Unos meses mas tarde, cuando la contrarrevolución no era una tendencia sino un hecho generalizado, sólo muy pocos quedábamos fieles a las propias convicciones. Sea dicho esto también como descargo eventual; esta vez la oposición era movida por tan pocos individuos que el gobierno podía darla por casi inexistente. Las grandes masas no eran accesibles más que a las consignas oficiales y habían sido hábilmente mantenidas en la disciplina orgánica por sus dirigentes responsables, que pudieron mentirles sin temor a la consecuencias.

En la guerra mundial de 1914-18 hemos visto la quiebra del internacionalismo obrero, la entrega absoluta de los grandes partidos y organizaciones sindicales de trabajadores a sus respectivos gobiernos y a los intereses de esos gobiernos en la guerra capitalista e imperialista. De esa quiebra, hábilmente explotada, hicieron su fortuna política los bolchevistas rusos, que instauraron una dictadura férrea en el antiguo imperio de los zares. Creíamos nosotros que nuestras organizaciones, inspiradas en otros ideales y en otra táctica, no podrían incurrir en semejante desviación. Sus métodos tradicionales de lucha, la superioridad moral y la fe revolucionaria de sus militantes servirían de barrera a toda degeneración de ese género. Pero desgraciadamente nos iba a tocar ver de cerca un espectáculo parecido: el de nuestras queridas organizaciones compitiendo en celo gubernativo con los demás partidos y organizaciones, consintiendo voluntariamente en servir de meros instrumentos pasivos á disposición del Dr. Negrín, el taumaturgo inigualado.

Parece una fatalidad que sólo la minorías restringidas sean capaces de mantener la fidelidad a sus principios, a sus ideales. Cuando una minoría de selección, abnegada, militante, se transforma en gran masa, cuando se convierte en una organización de millares, de centenares de millares de afiliados, cae fatalmente, por las necesidades mismas de su administración, en manos de la burocracia, y la burocracia obra poco a poco según sus propios intereses, sin ser siquiera la sombra de lo que han sido los fundadores, los abanderados de esa organización en sus comienzos.

¿Es que no hay manera de eludir ese círculo vicioso? Nos esforzamos unos años o algunas generaciones en dar vida a un potente instrumento de lucha social progresiva. Cuando creemos tenerlo a punto, acrecida su potencia por sacrificios sin fin, cuando el enemigo no lo deshace a fuerza de persecuciones, de sangre y de terror, ese instrumento en manos de la burocracia surgida de su seno, se convierte en casi un enemigo de sus ideales anteriores, o por lo menos en un obstáculo para el logro de los objetivos mismos a los que debe su existencia.

Estúdiese la trayectoria de las grandes organizaciones obreras de todos los países, de los partidos y movimientos revolucionarios y se advertirá siempre la distancia moral e ideológica entre los núcleos fundadores y los funcionarios aprovechadores de los previos esfuerzos y sacrificios ajenos.

No es para nosotros ningún motivo de orgullo, sino expresión de una gran tragedia íntima, el tener que reconocer nuestro aislamiento durante la revolución y la guerra de España. Si contamos tan parcamente a los que compartieron nuestro criterio de poner los intereses del pueblo español por encima de los intereses particularistas de partidos y organizaciones y sobre todo por encima de una banda de aventureros sin escrúpulos, es para que la magnífica pasta de que se compone el fondo, la base de nuestro movimiento revolucionario, recupere su personalidad y afirme, sobre las duras experiencias sufridas, su voluntad de supervivir.

Indudablemente un primer acto de esa afirmación tiene que ser el repudio de la trayectoria seguida pasivamente, por engaño, durante la guerra, por las grandes masas de los afiliados, y activamente por su burocracia, convertida nolens volens en palafrenera del Dr. Negrín, el afortunado. En segundo lugar hay que someter también a una revisión concienzuda si el régimen democrático, de administración y de orientación de una gran colectividad, es aplicable a las grandes organizaciones obreras en tiempo de paz y en tiempo de guerra, o si se trata de un mero sofisma, de una concepción inconsistente e inaplicable en los períodos de cierta turbulencia. No es este el lugar para esas consideraciones. Pero si en tiempos de pasión, de revolución y de guerra el mecanismo democrático de orientación y de administración ha de cesar en sus funciones, entonces se corre el riesgo siempre de perder en pocos años lo obtenido en decenios de paz, de trabajo, de esfuerzo y de lucha.

El 11 de agosto de 1938, Negrín volvió a presentar a la aprobación de sus ministros unos decretos que ya habían sido rechazados por diversas consideraciones. Entre ellos uno sobre la justicia, otro sobre centralización de las industrias de guerra. Con ambos se atentaba a la autonomías regionales, sin ningún beneficio para la guerra, con el sólo propósito de acrecentar la autoridad del Estado central y la dominación de los agentes rusos. Dos ministros, Jaime Aiguadé y Manuel Irujo, catalán el primero, vasco el segundo, presentaron su dimisión. EI presidente Azaña se negó a poner su firma sobre todo en el decreto relativo a la justicia.

Conocida las primeras referencias de los decretos, fijamos nuestra posición así, enviando copia de nuestra disconformidad a todos los sectores políticos, a la prensa, a los miembros del Gobierno:

"El Comité peninsular de la F. A. I. ante el momento político actual.

"La guerra de independencia en que estamos empeñados desde hace más de dos años contra las potencias coaligadas del fascismo internacional, no puede servir de motivo ni de cobertura para constantes retrocesos en el orden político, tanto más cuanto que la propia historia española nos demuestra cómo en los períodos más agitados interior y exteriormente, hemos alcanzado los más admirables progresos políticos, morales e intelectuales. La primera guerra de la independencia contra los ejércitos hasta allí invencibles de Napoleón, se caracteriza como despertar del pueblo y de las fuerzas del progreso a la conciencia de sus destinos. Todo el siglo XIX de guerras civiles ha tenido por corolario el aplastamiento del absolutismo y el afianzamiento de la vida constitucional y del movimiento obrero revolucionario. Ha sido justamente en los períodos de mayor calma interior cuando los poderes tenebrosos de la reacción han dominado más arbitrariamente.

Esta guerra no puede constituir una excepción, después de haber asombrado al mundo con el genio constructivo de nuestro pueblo y con su disposición admirable y única para llegar a todos los sacrificios en el frente y en la retaguardia en defensa de sus derechos y de sus libertades.

En el consejo de ministros del día 11 del corriente fueron aprobados tres decretos de gran importancia por su significación liberticida, como atentado a instituciones y a creaciones populares y democráticas que ofrecen un mínimo de garantía contra las corrientes demasiado palpables hacia la dictadura de un partido"...

Nos referíamos después al contenido de los decretos, según había llegado a nuestro conocimiento, y decíamos respecto de uno de ellos:

"c) Decreto de incautación por el Estado de todas las industrias de guerra, referido sobre todo a las de Cataluña, creación popular no igualada, y a las que se deben en buena parte las posibilidades de resistencia de nuestros milicianos y de nuestros soldados. Aparte de lo que ese decreto pueda significar como lesión injustificada de sentimientos legítimos, como obreros y como revolucionarios destacamos el hecho del atentado a unas industrias que podían ser exhibidas con orgullo por los trabajadores libertarios, sin ninguna garantía de que en la nueva administración puedan seguir mejores derroteros que los seguidos por las industrias ya dependientes del Estado y que no ofrecen ejemplos alentadores.

Examinada la situación, el Comité peninsular de la F. A. I., exponente de una idea y de un movimiento de hondo arraigo histórico en España, organización que, sin asumir ninguna responsabilidad de gobierno, ha evidenciado hasta aquí que sabe sacrificar todo lo sacrificable al objetivo supremo de ganar la guerra, declara que:

1.º Los decretos aprobados por el Consejo de Ministros del 11 del corriente significan un atentado a las libertades y a los derechos del pueblo español.

2.º Exhorta a todos los partidos y organizaciones para quienes los intereses generales se sobreponen a las propias ambiciones particulares, a manifestar su repudio de la política que esos decretos supone".

Al declararse la crisis se hizo llegar a los partidos y a las organizaciones del Frente popular una nota alarmante del Servicio de Investigación Militar sobre un probable levantamiento faccioso en la zona leal. Maniobra política burda que denunciamos en seguida, en otro ambiente más digno habría producido un efecto enteramente contrario al esperado, pero en la técnica dominante de la cobardía de partidos y organizaciones, hizo el efecto de un poderoso sedativo. A la nota alarmante se hizo seguir un despliegue de fuerzas inusitado, la circulación de carros de asalto por Barcelona, la concentración de fuertes contingentes de carabineros, de aviación, la toma militar de las calles y carreteras, etc., etc. Mientras ocurría esto en Barcelona, el presidente del Consejo de ministros aprovechó la oportunidad para una de sus numerosas incursiones de placer por el extranjero.

Los esfuerzos que hicimos durante los días que duró la crisis para inclinar a los Comités superiores del movimiento libertario, que se empeñaban en mantener un ministro estéril en el gobierno Negrín, ministro elegido por el propio Negrín, al que no se consultaba y al que nada se informaba referente a las cosas de interés vital, no son para descritos. El acopio de razones, de informes, de datos que hemos expuesto para hacer comprender lo perjudicial que nos era la colaboración en semejante gobierno y lo funesto que éste era para una solución honrosa de la guerra, habrían debido hacer reflexionar un poco más a los reacios al pensamiento. Nada, sin embargo, hemos conseguido. Se declaró previamente que, cualesquiera que fuesen nuestras razones, nada se modificaría en su actitud. La C. N. T., o los presuntos representantes de la C. N. T., se mantuvieron firmes en sus trece, a pesar de todas las humillaciones de que fueron objeto incluso durante la tramitación misma de la crisis, y los otros partidos y organizaciones se sintieron atemorizados por el aparato represivo en tensión para reprimir... un absurdo levantamiento faccioso en la zona leal. Volvimos a quedar, como en tantas otras ocasiones, absolutamente solos. La crisis se solucionó con dos nuevos ministros comunistas o comunizantes en el Gobierno en lugar de los ministros regionales Aiguadé e Irujo, dimisionarios.

Mucho antes ya de la crisis habíamos intentado en diversas ocasiones condicionar la adhesión del Frente popular al Gobierno. Habíamos hablado de irregularidades administrativas, de escándalos financieron graves, de la necesidad de saber cómo estaba la hacienda pública. A cada tentativa en esa dirección recibíamos el repudio unánime de los partidos y organizaciones nacionales integrantes de esa entelequia, que no se ha formado con nuestro consentimiento. Sin embargo, procurábamos suavizar el lenguaje, buscar argumentos. que no eran los nuestros, hacer el papel de un simple partido liberal en medio de la quiebra total de todo liberalismo y de todo espíritu democrático. La sola idea de aparecer ligados a un gobierno como el que se atribuía la representación de los españoles de la zona llamada republicana, nos producía asco y vergüenza. Y no es que fuésemos exigentes en nuestras demandas. Pero el gobierno Negrín era una banda de Monipodio, y a medida que aumentaba la sumisión de esa banda a los rusos, aumentaba también nuestro sentido de lo español y nuestro orgullo nacional.

He aquí una proposición que hicimos al Frente popular nacional en nombre de la F. A. I. sobre mantenimiento de los órganos democráticos de fiscalización y control de la obra de gobierno. ¡Que atrevimiento! La misión del Frente popular consistía en obedecer y callar, en secundar la obra del gobierno y no en examinarla y en criticarla. Tal era la tesis de los supuestos creyentes en el parlamentarismo. ¿Para eso habíamos hecho el 19 de julio, para eso habíamos combatido a Primo de Rivera, cuya dictadura no había llegado en el camino del absolutismo a una cuarta parte de la negrinista, y cuya honradez financiera no podía ser tomada siquiera como base de comparación con el despilfarro irresponsable y clandestino del señor Negrín y su equipo?

Decíamos en aquella proposición, que se rechazó con un categórico "no ha lugar a discutir", una razón de peso aprobada por los representantes políticos y sindicales de España, en tanto que los partidos y organizaciones pueden representarla a través de su burocracia.

"Reafirmando los propósitos finalistas del Frente popular de realizar la revolución democrática dentro de las normas que le trace la Constitución de la República, nos permitimos hacer las siguientes observaciones:

1.º Siendo la República española, por definición, una República democrática, es preciso que no carezca en ningún instante — organizados de acuerdo a las circunstancias — de los órganos que caracterizan la democracia y que la misma Constitución determina.

En un régimen democrático el control, la fiscalización y la crítica de la obra de Gobierno son imprescindibles. Ese control, esa fiscalización y ese derecho a la crítica han sido la gran conquista del progreso social, económico y político del siglo XIX contra las pretensiones absorbentes del absolutismo. Y precisamente España ofrece magníficos ejemplos de ello. La famosa Constitución de 1812, única en su género, ha nacido en plena guerra de la independencia y, puede decirse, bajo la metralla de la escuadra napoleónica. Durante los años más turbulentos de nuestras guerras civiles, no sólo tuvieron vida las Cortes, sino que se han convocado elecciones y Constituyentes como la de 1837. En una palabra, nuestra guerra popular de la independencia, primero, y nuestras guerras civiles del siglo XIX, después, fueron germen, no de retrocesos políticos, sino de francos avances democráticos y liberales.

La obra de fiscalización, de control y de crítica de la actuación del gobierno ha estado en todos los tiempos del régimen llamado constitucional en la opinión pública, en la prensa, en el derecho de reunión y de asociación, en las instituciones parlamentarias.

Una república democrática no puede existir sin esas instituciones democráticas constitucionales. Aun cuando el gobierno fuese el más auténtico representante del pueblo, la democracia prescribe aun el control y la fiscalización de sus actos, un examen de su línea de conducta, una sanción aprobatoria.

Es constitucional la disminución transitoria y la supresión circunstancial de las garantías y de las libertades individuales; puede ser restringida la libertad de palabra, de reunión y de prensa, aun cuando esos procedimientos se han evidenciado en todos los tiempos estériles paliativos y cómodos recursos de los gobiernos que no se sienten fuertes y que temen la manifestación del juicio público; pero la renuncia al control, a la fiscalización y a la crítica de la obra de gobierno es equivalente a la renuncia a la República democrática.

2.º Hay el derecho a mantener el secreto de las operaciones, cosa que nadie puede poner en duda: pero la crítica de las operaciones realizadas ha sido un factor importantísimo en todas las guerras. Un crítico militar francés ha dicho: "la guerra es un asunto demasiado importante para dejarlo en las manos exclusivas de los militares". Una batalla perdida ha significado siempre una remoción más o menos honda de mandos, incluso un cambio de gobierno por razones de orden práctico y por razones de orden psicológico.

Una república democrática no puede silenciar, sin dejar de serlo, la voz de la crítica, aun cuando en períodos excepcionales sea sólo a través de órganos de partido y de organización adecuados.

El impunismo en el orden militar o el rigor solamente para los soldados rasos, es una aberración, un descubrimiento de nuestra guerra, pero no tiene antecedentes en ninguna guerra y en ningún país en todo el siglo XIX y en lo que llevamos del XX.

La acción o la inacción militares, sin el aguijón y el estímulo de la observación, de la vigilancia atenta, del control popular directo o a través de sus órganos representativos, no puede conducir a ninguna victoria, ni es admisible en una república como la española que lucha contra el fascismo precisamente porque se opone al totalitarismo político y quiere reafirmar la democracia, que además de una mentalidad antifascista, antidictatorial, es también un régimen político en donde el pueblo interviene de diversas maneras en la resolución de todos los asuntos que le incumben.

3.º En el orden financiero nada se sabe de la verdadera situación. Operaciones tan delicadas como la compra de armas y  provisiones, base de todos los abusos, de todos los horrores de la especulación desenfrenada, se han venido haciendo fuera de todo control y de toda fiscalización, y la crítica es la que circula sin ninguna responsabilidad, sin saber de donde parte y con qué propósitos se ejerce.

No pretendemos cortar de raíz los abusos y los excesos a que esas operaciones se han prestado en todas las guerras, pero sostenemos que pueden disminuirse. Una dictadura del Ministerio de Hacienda no es constitucional ni es democrática, como no es democrática ninguna dictadura; además no favorece de ningún modo a la guerra.

El examen del presupuesto ordinario y de los gastos extraordinarios, los balances del Banco de España, del Banco exterior de España y de la Campsa-Gentibus (monopolio de hecho de nuestro comercio exterior) deben estar en manos de todos los partidos y organizaciones que apoyan esta guerra. El control y la fiscalización de la situación financiera de la República no puede ser retardada mas que en daño y en descrédito de todos.

En todas las guerras, incluso en la guerra de 1914-18, esa fiscalización y ese control han existido. Clemenceau y Poincaré han gobernado durante la guerra haciendo frente en Francia a las oposiciones. Guillermo II tenía que recabar del Reichstag la concesión de créditos militares y el mismo zar ruso ha convocado a la Duma, donde, con todas las restricciones imaginables, lo mismo que un Karl Liebknecht en Alemania pudo rehusar su voto a la política del emperador, algunos representantes, por ejemplo Miliukof, se atrevieron a significar su descontento.

El reciente Congreso de la paz de París (1) ha acordado en principio un empréstito a favor de la España republicana. Ese empréstito que, según el presidente de las Cortes, puede dar la suma de cinco millones de libras esterlinas, tiene de hecho la garantía del Frente popular español, como la de los Frentes populares de todos los países, y eso nos obliga a una fiscalización de su empleo.

(1) Se trataba del congreso organizado por el Ressemblement universal pour la paix, al que acudió una nutrida representación española, en mayo ó junio de 1938, no obstante saber de antemano que era una simple operación comunista.

Por todo esto, que podemos ampliar con antecedentes de todos los países, pero que no puede siquiera ponerse en discusión desde el momento que el Frente popular nacional se declara partidario de un régimen democrático de  gobierno, proponemos el siguiente acuerdo:

1.º Comunicar el Presidente de la República, al Jefe del Gobierno, al Presidente de la Cortes que el Frente popular, para hacer más eficaz su apoyo, desea que se restablezca el principio democrático de la fiscalización y del control de la obra del gobierno en materia financiera, de guerra, de política exterior y de política interior.

2.º Que el Frente popular se estructure para llenar ese cometido".

¡No lo hubiéramos hecho! La pretensión de controlar las cosas del gobierno, de saber cómo andábamos con las finanzas, de esclarecer algo de lo que había tanto interés en ocultar, produjo verdadera o fingida indignación. Una vez mas quedábamos solos ante un bloque solidario al cien por cien.

Hablábamos, sin embargo, un lenguaje propio de cualquier senador vitalicio y conservador. ¡Ni aun así!

Teníamos sobrados informes para poder afirmar que una rendición de cuentas era imposible, y que si el Gobierno Negrín hubiese tenido que responder de su gestión política, económica y financieramente habría tenido que terminar ante el pelotón de ejecución. Por eso el interés en proseguir la guerra hasta el desastre definitivo. No nos extrañaba esa actitud en los principales responsables del descalabro financiero más grande que registra la historia española, pero ¿es qué todos los partidos y organizaciones temían de igual manera un poco de luz? El tiempo, quizás, esclarezca lo que nosotros no acertábamos a explicarnos entonces, ni hora mismo (1).

(1) Una tentativa del mismo género que la nuestra en el Frente popular, hizo Araquistain en la Diputación permanente de las Cortes, reunida en Paris 1º de abril de 1939, después de la caída total de la República. Proponía Araquistain "que a toda colaboración entre la Diputación permanente y el titulado Gobierno Negrín, preceda una labor de fiscalización de la Comisión que se nombre al efecto, para que dicho Gobierno rinda cuenta de su gestión".

Esa propuesta coincidía con otra del Embajador español en Wáshington. Fernando de los Ríos, pidiendo el nombramiento de una Comisión investigadora, ante la cual poder rendir cuentas los que hubiesen administrado dineros de la República.

Araquistain explica en su carta a Martínez Barrios, presidente de las Cortes, el resultado de su proposición. Negrín siguió contando con la solidaridad de los partidos y organizaciones, con la entelequia de las Cortes y de su Diputación permanente, a la que, con Araquistain, solo ha renunciado Alvaro de Albornoz. O la responsabilidad de los miles de millones evaporados alcanza a todos, o hay excesiva facilidad en los hombres de nuestra generación para dejarse corromper y comprar con los dineros de España, vendida a vil precio.

Si nuestro silencio en España ante los crímenes, excesos, latrocinios, errores y dislates del Gobierno de la República hubiese dado norma por un solo instante, hoy no tendríamos el valor para acusar como lo hacemos.

Es natural que desde el extranjero y una vez fuera de sus puestos de privilegio la banda de asaltantes de los dineros públicos, surjan adversarios y críticos del Gobierno Negrín por todas partes y en nombre de todas las organizaciones y partidos. Ahora se condenará como se merece la política de farsa y de tragedia del Gobierno ... de la victoria y se le atribuirá el mérito bien justificado de haber liquidado la República en un festín ininterrumpido de las más bajas pasiones. Nosotros hemos hablado cuando todos callaban y hemos intentado salvar a España de la vergüenza y de la indignidad a que había sido llevada por sus novísimos pastores. No hemos logrado materializar en hechos colectivos nuestros propósitos, porque la corrupción lo había contaminado todo. Pero no nos hemos hecho cómplices del Gobierno Negrín ni hemos silenciado sus infamias. Y hoy podemos contentarnos con reproducir materiales de la época en que ese gobierno actuaba y se valía de todos los medios para acallar la voz de los adversarios.

En ocasión de un pleno nacional del movimiento libertario, hemos presentado la semblanza que sigue del Dr. Negrín, en la esperanza de descubrir su verdadera personalidad y hacerle caer de su pedestal de sangre y lodo. ¡Otro desengaño! Como los enamorados pasan por sobre los defectos de la persona objeto de sus ilusiones y de sus amores, así se quiso cerrar los ojos hasta en los sectores de auténtico abolengo revolucionario, sobre la personalidad moral y política del Dr. Negrín.

He aquí de qué manera lo presentábamos (1):

(1) Comité peninsular de la F. A. I.: Informe sobre la necesidad de reafirmar nuestra personalidad revolucionaria y de negar nuestro concurso a una obra de gobierno necesariamente fatal para la guerra y para la revolución. Barcelona, septiembre de 1938. El título de la memoria dice ya bastante sobre su contenido.

"Se han puesto en manos del Dr. Negrín los destinos de España, y nuestra C. N. T. no ha querido constituir una excepción. ¿Tiene calidad ese hombre para merecer una confianza que hemos rehusado sistemáticamente a otros políticos de mayor altura moral y de más capacidad intelectual?

Negrín procede de una familia reaccionaria. Tiene un hermano fraile y una hermana monja. Esto no es un delito, ciertamente; pero la verdad es que sus antecedentes están muy lejos de habernos persuadido sobre sus condiciones políticas antifascistas. ¿Sabe alguien cómo piensa Negrín, qué ideas tiene, qué objetivos persigue?

Lo único público de la vida de este hombre es su vida privada, y esta, sin duda alguna, dista mucho de ser ejemplar y de expresar una categoría de personalidad superior. Una mesa suntuosa y super abundante, vinos y licores sin tasa, y un harem tan abundante como su mesa, completan su sistema.

Ha conquistado una cátedra de fisiología en la Facultad de medicina de Madrid, cátedra que desempeñó algunos años. ¿La conquistó por sus conocimientos y por sus méritos bien cimentados? Las malas lenguas dicen que supo deslumbrar al tribunal y desconcertarlo con su facundia insinuante. Había estudiado en Alemania y es posible que tuviese algunas nociones bibliográficas poco comunes entonces en España. Ese simple hecho, que no revela por sí solo ningún conocimiento como fisiólogo, parece ser el que le abrió las puertas de la cátedra. No escribió nada, ni sobre temas de su supuesta profesión ni sobre ningún otro problema. Muy a menudo solía presentarse en clase sin saber una palabra de la lección que pretendía explicar y en condiciones de inferioridad ante sus alumnos. Los estudiantes de medicina de San Carlos saben que pertenecía a los profesores a quienes se silbaba por su incompetencia y su despreocupación.

Ha vivido siempre de la lisonja, de la amabilidad estudiada, de la captación personal. Cuando entró en la Facultad de medicina, su ojo clínico señaló al Dr. Recasens, una vieja autoridad de aquella casa. Fue tan insinuante y meloso que el pobre Recasens cayó en el lazo, y poco a poco fue haciendo de Negrín su principal valido. Aprovechó éste la sombra del decano para convertirse en una especie de amo de la Facultad, poniendo en juego intrigas, favoritismos, corruptelas, dominio en el cual hay que reconocerle verdadera maestría.

Intervino con el mismo método en la Ciudad Universitaria. Para ello se hizo el cortesano de Floristan Aguilar, y a su sombra creció su influencia y aseguró su puesto en las cosas de esa desmesurada empresa primoriverista.

Políticamente no tenía inclinación alguna. Se acercó a un hombre de prestigio intelectual como Araquistain, pensando quizás que, a su amparo y sin ningún esfuerzo, podría adquirir una cultura de que carecía. Era una especie de lacayo gratuito de ese escritor. Cuando Araquistain reingresó en el Partido socialista hacia 1930, Negrín pidió también el ingreso, no por convicciones socialistas, sino por seguir al hombre por quien parecía tener un culto servil. Si Araquistain hubiese entrado en la Unión Patriótica, Negrín hubiera entrado también en la Unión Patriótica.

Cuando se proclamó la República, el Partido socialista carecía de hombres para las numerosas candidaturas y presentó a Negrín en la lista de los Diputados por Madrid. Nadie le conocía fuera de los alumnos de San Carlos que solían silbarle, y como socialista, el futuro carcelero de Largo Caballero, era un ilustre desconocido también. Entró en las Cortes en el elenco del Partido. Y en las elecciones de 1936, diputado por Canarias, fue vice-presidente de la Comisión de presupuesto.

Lo mismo que en la Facultad de Medicina con Recasens, lo mismo que en la Ciudad Universitaria con Floristan Aguilar, lo mismo que con Araquistain en la vida intelectual y pública de los primeros años, se hizo la sombra de Indalecio Prieto y envolvió a este en sus red de lisonjas, de genuflexiones y de adhesión personal.

Cuando Largo Caballero pidió en septiembre de 1936 al Partido socialista tres nombres para constituir gobierno, Prieto dió el propio, el de Negrín para el Ministerio de Hacienda y el de Anastasio de Gracia. Y tenemos a Negrín convertido en ministro. ¡Con tan pocos esfuerzos y con tan escasos méritos difícilmente habrá llegado un hombre tan alto y en tan poco tiempo!

Ni es una persona de inteligencia ni es un hombre de trabajo. No pasa de ser un experto en gramática parda, y en gramática parda canaria, que es la peor de las gramáticas de ese estilo.

Su arrimo a Prieto le cubría como una capa protectora, y una serie de complicidades y de negocios comunes le dieron carta blanca para proceder en Hacienda. hay que reconocer que no ha desaprovechado el tiempo. Tenía la llave de la caja y lo primero que se le ocurrió en materia de finanzas fue crearse una guardia de corps de cien mil carabineros. No hemos tenido nunca 15.000 carabineros cuando disponíamos de tantos millares de costas y de fronteras, y el Dr. Negrin, sin fronteras y sin costas, ha creído necesario — ¿para asegurar su política fiscal? — un ejército de cien mil hombres. El delito de los que consintieron ese desfalco al tesoro público merece juicio severísimo. Y los que han tolerado sin protesta esa guardia de corps de un advenedizo sin moral y sin escrúpulos, también deben ser responsabilizados, por su negligencia o su cobardía, de ese atentado al tesoro y a las conquistas revolucionarias del pueblo, que a eso se reducía, en última instancia, esa base organizada y bien armada de la contrarrevolución.

Los aduladores hablan en algunas ocasiones del dinamismo del Dr. Negrin. Negrin es, al contrario, un holgazán. Su dinamismo se agota en ajetreos inútiles, en festines pantagruélicos y harenes sostenidos por las finanzas de la pobre República para solaz del novedoso salvador de España. Este hombre no ha trabajado nunca, y ahí está su vida estéril para demostrarlo, ni tiene condiciones para concentrarse un par de horas seguidas sobre un asunto cualquiera. Por lo demás, ese ministro universal y dinámico necesita la ayuda de los inyectables para su vida misma de despilfarros y de desenfrenos.

Intelectualmente es una nulidad, moralmente es un nuevo rico que se gasta en disipación y en abusos de toda índole; políticamente no sabemos de él más que lo que hemos dicho y lo que estamos palpando todos los días.

Sobre todos los aspectos de su gestión tiene que depender en absoluto del criterio de los que le rodean. Y procura rodearse de gentes que no rayen a más altura que él. Así van las cosas de esta pobre España leal. ¿Leal a qué?

Ha iniciado este personaje funesto, y este es su título auténtico, una política de clandestinidad sistemática. Repetimos que su vida privada es lo único que se hace pública. Su vida pública es un misterio, no sólo para el pueblo que lucha, que trabaja y que paga, sino en el seno mismo del gobierno. 

Tiene el arte maquiavélico de corromper a la gente, y es esa corrupción que le rodea lo que permite el secreto de la política que practica, política que, a causa de la inmoralidad y de los derroches en que se apoya, no puede ser más que secreta, como el arte del atraco. La clandestinidad, sin embargo, en asuntos como los financieros, no tiene antecedentes en ningún país. El propio Mussolini, ídolo de Negrín, tiene que acudir al parlamento para que apruebe sus presupuestos y vote los créditos para sus hazañas. La dictadura negrinesca en ese aspecto es más absoluta que la de Hitler y la de Mussolini, pues no necesita ni considera necesario dar cuenta a nadie, ni siquiera a sus ministros, de los miles de millones de pesetas evaporados.

Esa política de manos rotas para corromper individuos de todos los colores y matices políticos, ha hecho posible operaciones como la del traslado de gran parte del oro del Banco de España a Rusia, sin saber en qué condiciones, y la apertura de depósitos cuantiosos de centenares de millones en el extranjero para la presunta ayuda a los futuros emigrados de la España republicana. De todo esto no se ha dado cuenta ni siquiera al Gobierno. En este sentido Negrín es un innovador, pues ha hecho con la tapadera de la guerra lo que ningún gobernante, ni siquiera la monarquía absolutista, había podido hacer en España"...

Cuando Negrin era amo de la España republicana, y cuando todo el mundo estaba rendido a sus pies, decíamos eso, con el propósito de mover a los propios amigos a que no apuntalasen con su presencia en el Gobierno a un hombre que nos llevaba a la ruina y al desprestigio. Nada tenemos que quitar ahora a esa semblanza. Continúa a costa de los dineros robados a España su vida de ostentación y gasta medio millón de francos en un solo viaje a Estados Unidos, mientras medio millón de hombres, mujeres y niños mueren de hambre y de desamparo en los campos de concentración ofrecidos por la hospitalidad francesa.

Tal era la figura representativa de la España republicana.

¿Podía tener la guerra otro desenlace que el que ha tenido? ¿No había que deplorar, como deplorábamos nosotros, la sangre derramada, las ruinas originadas por la guerra?


 

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