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CAPITULO VII

 

LA INTERVENCION EXTRANJERA EN ESPAÑA

 

La intervención extranjera en España, por parte de los países totalitarios fue evidente e inmediata. La propaganda tendenciosa de los fascistas, trasladada a los países demócratas por medio de periódicos, que facilmente se venden al mejor postor, contribuyó a que desde el primer momento se mirara internacionalmente el movimiento subversivo español, bajo un punto de vista erróneo y malintencionado.

Mientras que Alemania e Italia, enviaban toda clase de material de guerra, material que ponían en manos de los sublevados para exterminar al pueblo español, en Francia, Inglaterra y en tierras de América, una propaganda muy intensa de los fascistas, presentaba a los defensores de la República como mesnadas de salvajes, que incendiaban y mataban por el solo placer de hacerlo. Esto redundaba solamente en perjuicio de los leales, de los que no se habían sublevado, de los defensores de la República, que, abandonados a sus propios medio, luchaban desesperadamente, no solo contra el fascio español sino incluso, contra el internacional, que prestaba a este su descarado apoyo.

Y se da el caso peregrino de que en España, que contaba apenas con unas docenas de aparatos militares, entre bombarderos y cazas, se vio cubierto el espacio de nuestra Madre Patria, por verdaderas nubes de aviones extranjeros, que en forma fría y metódica sembraban la muerte, no solo en los campos de batalla, sino en las poblaciones civiles, indefensas y alejadas por centenares de kilómetros del teatro de operaciones. Y así, la población civil, aguantaba con verdadero estoicismo, grandes lluvias de metralla.

Mientras esto ocurría, para escarnio de toda razón y derecho, se nos motejaba a nosotros de asesinos e incendiarios...

Esta paradoja, solo se podía dar cerrando todo el mundo los ojos a la verdad y a la razón, pues, de no ser así, debían levantarse hasta las piedras, en señal de protesta contra el crimen que se cometía con un pueblo que lo único que hacía era defenderse, sin medios ni posibilidades, contra los invasores y mercenarios que pretendían convertir a España en un vasto cementerio.

Las hordas mercenarias avanzaban sobre Madrid, con toda clase de material bélico, llegado poco tiempo antes procedente de Italia y Alemania. Nadie, como no fuera el propio pueblo español, elevó su airada protesta para que las cosas quedaran en su verdadero lugar. Todo lo que, fuera de España, se hizo en relación con nuestro conflicto, con nuestra guerra, fue contra la República y en favor de los sublevados. Como recuerdo doloroso ahí tenemos una prueba: El famoso Comité de No Intervención, que se presta de forma incomprensible, al establecimiento y continuación de una farsa, que no engaña ni a sus propios autores y representa, para el pueblo antifascista español, un escarnio y la afrenta más grande que contra él se hace, por parte del mundo. Hubiéramos preferido mil veces, ser objeto de la más completa indiferencia mundial, que tener que vivir sometidos a la tutela de unas naciones que, con su incomprensión y falta de conocimiento de nuestras propias cosas, nos confundieron con entes desalmados. profesionales del desorden por el desorden.

Solo hubo un pueblo que, ya desde el principio, sintió en su propia carne las angustias del pueblo español. Ese pueblo, el trabajador de Rusia (que no quiere decir de ningún modo el Estado ruso), que abrió inmediatamente en los lugares de trabajo, grandes suscripciones, para dedicar lo recaudado en beneficio de los antifascistas de España. Muchos millones de rublos, recaudaron los trabajadores rusos, los cuales se dijo que su Gobierno había empleado en víveres para España.

Y es bien cierto que hasta nosotros llegaron algunos cargamentos de comestibles, procedentes de la U. R. S. S. Pero no es menos cierto que en aquellos momentos, no eran precisamente víveres lo que necesitaban los españoles, para continuar la lucha.

Lo que precisábamos, eran armas para nuestra defensa, Material de guerra en gran cantidad, que no se nos proporcionaba por parte alguna.

Mucho se ha hablado, internacionalmente, de la intervención extranjera en España, y según la opinión de cada comentarista, se ha tratado el asunto en una u otra forma. Pero lo cierto es, y esto debe hacerse constar en forma clara, que toda la intervención extranjera en España —tanto si ésta ha sido en favor de los insurrectos fascistas, como si ha sido favorable a los republicanos— se ha hecho en una forma excesivamente interesada y nunca, en ningún momento, por simple afinidad política o social.

Alemania e Italia, con su apoyo al fascismo español, pretendían solamente convertir España en una colonia a su hechura, explotar sus riquezas naturales, y establecer en nuestro país un régimen controlado por ellos. Y establecer también en nuestra patria sus bases militares, lo que les podía representar una ventaja decisiva en futuras acciones guerreras contra los países que consideraban sus enemigos.

El resultado de los últimos acontecimientos de nuestra guerra, la ocupación de las islas Canarias y de las bases navales de Africa, del Protectorado español, en el estrecho de Gibraltar y también de las minas de hierro de Vizcaya por parte de Alemania, así como la posesión de las islas Baleares y el estudio a fondo de la frontera pirenáica, por parte de los italianos, son hechos evidentes que retratan con ruda crudeza, el gran interés de estos dos países, puesto de manifiesto desde el principio, apoyando incondicionalmente a los militares traidores.

Por otra parte, la ayuda rusa —que nosotros en buena lógica no podemos negar— ha sido una ayuda interesadísima. Esta ayuda, prestada a la República Española por Rusia —y no en su justo valor, intensidad e interés, como Rusia haciendo gala de su constitución social pudo hacer ha sido no menos interesada que lo fue la de los países fascistas a los sublevados.

Cuanto material de guerra ha entrado en España, directamente o por delegación de Rusia, se ha pagado con oro y en entregas anticipadas. De ésto nos hubiera podido hablar elocuentemente, D. Indalecio Prieto —que en forma pública pero veladamente, lo dijo en un discurso que pronunció— siendo ministro Gobierno español, cuando el oro del Banco de España, en muchas toneladas, fue transportado desde Madrid a Cartagena, para ser embarcado en dicho puerto en la matonave "J. J. Sister" en dirección de Cataluña, según se decía, pero más tarde se supo que si el oro salió de Cartagena, fue con dirección a otro país.

En la política de España, tanto interior como exterior, Rusia pretendió desde el primer momento, y lo consiguió con creces, convertirse en nuestra tutora política. Y así vemos como nuestros ministros de Relaciones Extranjeras, se convierten en servidores humildes de la diplomacia rusa, y, en España, no se da un solo paso en el terreno político, sin que antes no hayan dado el visto bueno los múltiples representantes enviados por la U. R. S. S.

Como sea que de esta cuestión queremos ocuparnos extensamente, tal como el caso requiere, dejamos el asunto pendiente, para ir señalando hechos, que hasta el momento han parecido incomprensibles y que en realidad, tienen una perfecta y clara explicación.

De esta hostilidad mundial no se exceptuó más que un solo país. Y este país, el único que ha sabido conquistarse las simpatías del pueblo español fue México. México nos apoyó desinteresadamente, sin pedir nada en cambio. Y aún suponiendo —que lo ignoramos— que la República Española haya abonado a dicho país el importe del material que nos remitió, hay que convenir que México, en las cuestiones nuestras, interiores y exteriores, políticas o sociales, no se inmiscuyó en lo más mínimo.

Por esto, México es el país que todos los antifascistas españoles admiran y siempre sentirán reconocimiento hacia él. Fue el único país que podemos llamar hermano y que, en los momentos difíciles de nuestra vida, cuando más amarguras pasábamos, nos tendió sus brazos y nos apoyó, en la medida de sus posibilidades, sin pedir nada a cambio. Esto es digno de que lo recordemos con agradecimiento siempre.


 

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