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CAPITULO IV

 

EL 19 DE JULIO EN MADRID Y RESTO DE ESPAÑA

 

En Madrid, la lucha contra los sublevados fue verdaderamente titánica. El proletariado madrileño, menos preparado que el catalán, se encontró con muchas más dificultades que este, para hacer frente a los enemigo de la República.

Los señoritos falangistas, emboscados en los grandes edificios y, como en Barcelona, en las iglesias y conventos, formaban grandes contingentes que rivalizaban casi en número con el pueblo en armar. ¡En armas, pero sin ellas!

Solo el arrojo, la valentía temeraria de los obreros madrileños y de los amigos de la República, pudieron superar la deficiencia de medios, con que se encontraban. Los partidos de izquierda, los socialistas, las organizaciones obreras de la invicta capital de España, no descansaban. Pero las armas, que pedían con insistencia, no les eran entregadas.

Y estalló la sublevación. Abiertamente principió por el cuartel de la Montaña. Desde allí, se tirotea a los trabajadores que vigilantes, observaban los movimientos de los que, dentro del mismo, preparaban la sublevación.

Otros cuarteles, situados en las afueras de Madrid, están también sublevados. Ya se combate allí. El paqueo incesante, que reina en todo Madrid, dificulta los movimientos de los defensores de la República. La actitud vacilante del Gobierno, que no sabe tomar ninguna resolución, la dimisión del mismo, la constitución de otro, que dura escasamente unas horas, hacen que todo el esfuerzo para sofocar la sublevación, recaiga en el pueblo, sin más apoyo que el de los Guardias de Asalto que, sin dirección de mandos, se unen inmediatamente a la causa popular.

Extenso resultaría reseñar toda la lucha sostenida en la capital de España. En más de un lugar fue necesario combatir casa por casa, edificio por edificio e iglesia por iglesia hasta conseguir un triunfo total.

De todos los combates sostenidos por los trabajadores madrileños, destaca uno. El decisivo para el triunfo en Madrid. El del cuartel de la Montaña.

Allí se había congregado el mando de los sublevados en la capital. Recayó en el general Fanjúl. Y este, con docenas de jefes, centenares de oficiales, varios Regimientos e infinidad de paisanos, de "señoritos" falangistas, se encontraban en el interior del cuartel de la Montaña. Más de tres mil quinientos hombres estaban allí concentrados.

El pueblo, ese pueblo sin armas, a pecho descubierto, se lanzó al ataque. Con algunos fusiles y escasas pistolas. Con bombas, fabricadas precipitadamente con botes de hojalata. Con escopetas de caza. Con unas cuantas armas recogidas a los agentes armados que se mostraban irresolutos.

Desde el cuartel de la Montaña se repele bien el ataque. La fortaleza es formidable. Sus defensores, están bien petrechados y en situación, no solo de resistir el ataque de un pueblo desarmado sino, incluso, los asaltos que hubiesen podido hacer unidades regulares.

Los muchos miles de ciudadanos, que se agruparon alrededor del cuartel, lo bloquearon por completo. Sin descanso, sin dar un solo momento de tregua a los rebeldes, se dispara. Llegan unas compañías de Guardias de Asalto a colaborar con el pueblo. Van bien armadas y combaten muy bien.

Cuando cae un trabajador o un guardia, salen cinco hombres dispuestos a empuñar su arma y a ocupar el sitio vacante.

 Una traición más cometen los rebeldes. Izan la bandera blanca. Y cuando los trabajadores, confiados, se acercan al cuartel, creyendo terminada la lucha. Las balas abaten a muchos de ellos.

 Finalmente, se toma el cuartel por asalto. Se entra en avalancha, pisando a los compañeros que han caído en el primer empuje. Y allí se acorrala a los rebeldes, mientras los soldados, casi atontados, entregan las armas.

Son hechos prisioneros muchos jefes y oficiales. Entre ellos, el jefe de la sublevación en Madrid, el general Fanjúl.

No terminó, con este hecho, la lucha en Madrid, Algunos focos rebeldes, continuaron resistiendo. Pero, armado ya el pueblo con las armas existentes en el cuartel de la Montaña, no tardó mucho en dominar la situación y conseguir que en Madrid, no triunfaran los que, olvidando su honor y la palabra dada, se levantaron en armas contra la República Española.

En las demás capitales de España, la situación es un poco confusa. De Zaragoza, las pocas noticias que se tienen, son de que los fascistas son dueños de la situación. No sabe nadie explicarse que puede haber ocurrido, ya que la capital aragonesa, ha sido siempre la que ha estado a la vanguardia de todos los movimientos republicanos y obreristas.

Se aclara más tarde el enigma. La inmensa guarnición destacada en Zaragoza, días antes de la sublevación y esperando desorientar a la población civil, e incluso a las propias autoridades y hasta a los soldados, se puso a realizar unas maniobras militares en el campo. Salían a diario varios Regimientos, a hacer ejercicios de práctica e instrucción. Sin duda, todo ello se realizaba con el deliberado propósito de que, llegado el momento de la sublevación, se pudiera movilizar a todas las fuerzas que componían la guarnición sin que nadie se diera cuenta de los propósitos de los jefes.

Y así se llega al día señalado para el levantamiento militar. Salen las tropas de los cuarteles, como de costumbre pero esta vez, en lugar de hacer instrucción, se acantonan en los sitios estratégicos de la ciudad. Y las prácticas de los días anteriores, se convierten en la proclamación del estado de guerra y la destitución de las autoridades civiles.

Los trabajadores sindicados y los políticos de izquierda, hacía días que estaban en estrecho contacto con el Gobernador de la capital y notando la anormalidad existente en el Ejército, le pedían armas y solicitaban incluso que se tomaran las precauciones necesarias —ya que entonces se estaba a tiempo de hacerlo— dentro del interior de los propios cuarteles, a fin de evitar la posible sublevación.

El Gobernador civil —que no sabemos si estaba complicado con los sublevados, o si por el contrario su miedo al pueblo le hacía adoptar una actitud absurda— se negó a dar la más pequeña facilidad a los organismos obreros y partidos políticos, prometiéndoles en cambio que, si se iniciaba un movimiento militar, ya daría toda clase de facilidades. Esto —que no sabemos si lo hubiera hecho— fue imposible de realizar ya que el Ejército sublevado, tomó las oportunas medidas para que el elemento civil no pudiera reunirse y tomar acuerdos e inclusive, transitar por las vías de la capital.

El pueblo zaragozano, que siempre demostró ser indómito y leal a su propia causa, se lanzó a pesar de todo a la calle, con sus propios medios, e hizo frente a los sublevados, durante muchos días, siendo finalmente vencido, por encontrarse en condiciones desfavorables, frente a unos adversarios armados y con todos los resortes del poder en sus manos.

Otro tanto ocurrió en las provincias de España que quedaron en poder de los rebeldes. Los Gobernadores civiles —los representantes del Gobierno— el que no se pasó descaradamente a los rebeldes, impidió que los trabajadores y los elementos de izquierda pudieran conseguir algún medio para la defensa de la República.

Es indudablemente cierto que, en la mayoría de las provincias el triunfo de la República, hubiera sido un hecho, si los representantes del Gobierno, si las autoridades civiles en general, hubieran dado mínimas posibilidades al pueblo, para defenderse por sí mismo, y defender lo más querido: su propia libertad.

En Levante, la guarnición, que conoce perfectamente el fracaso de la sedición en Cataluña, Madrid y parte del Norte de España, permanece en actitud expectante. Los militares comprometidos, no tienen decisión y no se atreven a lanzarse a la calle. Quieren ver como se soluciona todo en el resto de España, para tomar una determinación. Y, pasados ocho días, los republicanos y los sindicatos levantinos, viendo que los militares no toman partido, en pro o en contra de la República, se deciden a asaltar los Cuarteles. El pueblo se lanza sobre los mismos, ocupándolos con bastante facilidad, lo que evita que en la régión levantina, se derrame sangre de los dos bandos.

No puede silenciarse la actitud suicida del Gobierno de la República. Al no apoyar a las clases trabajadoras y a los partidos políticos de izquierda, no sabemos por miedo a qué, contribuye el que en infinidad de provincias de España, triunfe el fascismo. Negándose el apoyo a los auténticos republicanos, a los socialistas, a los hombres de ideas liberales y a los trabajadores en general, se impidió que en todas partes se combatiera y se consiguiera derrotar al fascismo en la Península. Los elementos del Frente Popular, estaban en muchos lugares completamente indefensos y sin posibilidades de actuar. Incluso por Gobernadores Civiles eran coaccionados con severas penas si no se mantenían poco menos que indiferentes, ante la sublevación militar o, mejor dicho, durante la gestación de la misma. Y esto ocurría en momentos que, en algunas partes de España, violando las leyes, sin hacer honor a la palabra dada, de respetar la Constitución de la República y contra todo derecho ciudadano, los militares rebeldes, se habían ya sublevado y hecho dueños de la situación.

El Gobierno que presidía Casares Quiroga, fue por esta conducta absurda, el principal responsable de que el fascismo dominara en algunas provincias de España y, como consecuencia, el responsable de que se tuviera que hacer frente a una revolución y a una guerra, que tantas lágrimas y ríos de sangre ha costado a la Madre España.

Como colofón, debemos hacer unas consideraciones, sobre los hechos de violencia que se dice han sido empleados en la España republicana.

Se ha explotado mucho esto fuera de España, debido a la insistencia de una propaganda de los fascistas, transportada al exterior. No se si puede tomarse en consideración esta propaganda, preparada por quienes han asesinado a millares de obreros.

Pero, a pesar de esto, debemos hacer constar que es completamente falso que en la España Republicana, en esa España que han querido llamar roja, pero que no ha dejado de ser republicana, se hayan cometido violencias sistemáticas.

Los hechos, más elocuentes que las palabras, han logrado desmentir esto, en todas las partes del mundo. Recuérdese que en el año 1931, al implantarse la República, no se derramó una sola gota de sangre. Se respetaron todas las creencias, incluso las religiosas, que tanto daño habían hecho al país, por su intromisión en los problemas políticos y sociales. Llegó incluso la República a votar créditos especiales y extraordinarios para atender a los religiosos. Y el pueblo no protestó.

¿Y quiere hacerse creer que este mismo pueblo, cometiera ahora actos de vandalismo? No. Podemos afirmar de una forma rotunda y categórica, que pudo haber algunos actos de violencia en los primeros momentos del movimiento —actos que no negamos, porque por encima de todo, rendimos culto a la verdad.— Pero estos hechos fueron limitadísimos y la mayor parte de ellos, justificados y si algún error se cometió en este sentido —cosa que es muy difícil de juzgar— fue indudablemente porque un pueblo en armas, que ha luchado incesantemente, y qué estaba dispuesto a reprimir todo desorden y toda sublevación, difícilmente se le puede controlar, aunque los hombres que lo dirigen pongan en ello su buena voluntad y su máximo interés.


 

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