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CAPITULO II

 

EL 19 DE JULIO DE 1936 EN BARCELONA

 

Para nadie era un secreto que los militares, en Marruecos, se habían sublevado y eran los dueños de la situación.

En Barcelona se comentaba severamente y con desagrado, la actitud del Gobierno que, estando informado de lo que ocurría en el Protectorado marroquí, no tomaba la iniciativa, cortando de raíz la sublevación, que amenazaba extenderse a lo largo de la Península.

Las autoridades de la Generalidad de Cataluña, viendo la cosa bajo el punto de vista de la gravedad que en realidad tenía, dieron bastantes facilidades a la clase trabajadora, al pueblo en general, para que se fuera preparando, en forma que desde el preciso momento de estallar la sublevación, fueran ocupados los edificios oficiales que no dependían de la Generalidad y se pudiera impedir, por todos los medios, que los sublevados triunfasen en Cataluña.

Los sindicatos obreros de Barcelona y de los pueblos de Cataluña avisados de lo que ocurría, movilizaron sus fuerzas y, con las escasas armas que existían en poder de algunos de sus afiliados, se prepararon infinidad de grupos para que vigilaran todos los movimientos de los presuntos a sublevarse y poder evitar así que estos consiguiesen el más pequeño de sus propósitos.

A tal efecto, pudo verse en Barcelona, a miles de obreros que, noche y día, se paseaban por las calles céntricas y las de las barriadas —sobre todo en las Ramblas— vigilando y atentos a cuantos movimientos se preparaban.

Algunos militares, que no participaban del criterio reaccionario de los Jefes y Oficiales fascistas, mantenían estrecho contacto con las autoridades civiles y con los trabajadores, comunicándo rápidamente los preliminares y síntomas de la sublevación.

Las barriadas estaban aseguradas y no había la más pequeña posibilidad de que los traidores consiguieran allí ningún resultado favorable, ya que los trabajadores lo tenían todo en sus manos. Algunos pequeños cuartelillos de la Guardia Civil, enviaron comisiones de guardias a entrevistarse con las Juntas de los Sindicatos de las barriadas, para manifestar que ellos estaban con el pueblo y con la República y que no obedecerían órdenes, fuese el que fuese quien las diera, si tendían a ir contra la República.

Y así llegamos a la madrugada del día 19 de julio de 1936. Un grupo de obreros enterados de la sublevación y creyendo que les harían falta armas, pues las autoridades no se determinaban a entregar absolutamente ninguna, se fueron al puerto de Barcelona y de algunos trasatlánticos anclados —entre ellos el "Magallanes" —se apoderaron de varias docenas de fusiles y pistolas, que fueron transportados al Sindicato de Transportes, sito en las Ramblas para poder, desde allí, efectuar el reparto, entre los hombres que sabían manejarlas bien.

Enterado de ello el Delegado de Orden Público de la Generalidad de Cataluña, destacó dos camionetas con guardias de asalto, ordenando terminantemente que dichas armas fuesen entregadas, cosa que consiguió solamente por el hecho de que algunos compañeros que se encontraban en el local, consiguieron el compromiso, por parte de las autoridades: de que dichas armas serían devueltas a los trabajadores, en él caso de estallar, como estaba previsto, en aquellos mismos días la sublevación militar. No obstante, resulta paradógico que horas antes de la sublevación, fuesen desarmados los trabajadores.

Hubo bastante indignación al ver este proceder de las autoridades que desarmando a los obreros, facilitaban a los rebeldes la ocasión de poderse lanzar a la calle, sin encontrar resistencia en la población civil, ya que esta era la fuerza vital que podía evitar, y que en realidad evitó, el triunfo de la reacción en Barcelona y en Cataluña entera.

Pero el pueblo, que no pierde nunca la fe en sus destinos, buscó por todas partes armas y pudo encontrar algunas, procedentes del movimiento de Octubre, que habían sido abandonadas por los somatenistas y "escamots" y así pudimos ver como en la barriada del Pueblo Nuevo, no solamente salieron a relucir rifles y fusiles, sinó que también utilizaron algunas armas automáticas traidas de Asturias, días antes de la sublevación militar.

El pueblo en masa en la calle, esperaba y deseaba la sublevación. Esta no podía triunfar bajo ningún aspecto. En todas partes, incluso en los propios cuarteles, estaba preparada la defensa y la contraofensiva. Por encima de la conducta de los gobernantes que tenían más miedo al pueblo que a los presuntos sublevados, el pueblo se mantenía firme y deseoso de chocar lo antes posible con sus enemigos.

Y en este estado de ánimo llegamos a la memorable madrugada del 19 de Julio de 1936.

Los militares complicados, finalmente se deciden a lanzarse a la aventura.

Los del Cuartel de Pedralbes, salen primeramente, tomando en varias direcciones, el camino al centro de la capital. A continuación, los imitan los de Caballería del Cuartel de Tarragona sito en las inmediaciones de la Plaza España. Siguen los del Cuartel de Artillería de los Docks —situado en la avenida de Icaria— Y así, sucesivamente, los de los demás Cuarteles de Barcelona.

Los Guardias de Asalto, que estaban prevenidos, apoyados por grandes núcleos de paisanos, hacen frente y derrotan, ya en sus primeros impulsos a los sublevados, Se entablan verdaderas luchas, en las cuales destaca el heroísmo de los paisanos que se baten con bríos y desición, estando muchos de ellos con armamento deficiente y algunos, incluso, con simples escopetas de caza.

Los Guardias de Asalto —debe hacerse constar— fueron en Barcelona el contrapeso que logró decantar la balanza, en forma elocuente y rotunda en favor de la República.

Los militares sublevados, siguiendo por las calles de Urgel y Cortes, llegan a ocupar la plaza de la Universidad, dirigiéndose hacia la plaza de Cataluña, donde sostienen un verdadero combate que se decidió, en principio, en favor de los traidores, que consiguieron ocupar el imponente Edificio de la Telefónica, el Casino Militar y algunos otros edificios de dicha plaza la más céntrica de Barcelona.

Unas pequeñas unidades de Guardias de Asalto y un crecidísimo número de paisanos, inician el contraataque sobre el edificio de la Telefónica. El combate dura largas horas. Las bajas, entre los guardias y población civil se suceden continuamente. Por cada hombre que cae, hay docenas esperando su arma para continuar combatiendo. Finalmente, desde el edificio en poder de los sublevados se iza una bandera blanca. Se acercan allí unos emisarios —entre ellos un capitán de Guardias de Asalto— y éste, al llegar a la puerta del local, se introduce allí rápidamente, pasándose al enemigo y disparando su arma contra los emisarios que le acompañaban, lo que imitan los ocupantes del edificio, causando una verdadera mortandad entre los que, confiados en la rendición, se habían acercado al edificio.

Continúa el combate. Esta vez, el edificio de la Telefónica es atacado con más brío. Con más entereza. Las explosiones de las bombas de mano y algunos cañonazos —ya hay cañones en poder del pueblo— se oyen estallar sobre el edificio. Finalmente los sublevados, vista la imposibilidad de continuar resistiendo el fuego graneado y decidido de los asaltantes, deciden rendirse unos y salir otros a la desbandada en distintas direcciones, logrando unos cuantos oficiales sublevados, refugiarse en el Hotel Colón de la misma Plaza Cataluña, desde el cual continuan oponiendo resistencia, hasta que mucho de ellos, mueren en el combate y otros, son hechos prisioneros y entregados a los Tribunales de Justicia, que más tarde juzgaron su actuación.

Mientras esto ocurría, en la parte sur de la capital, o sea por la calle del Marqués del Duero —conocida por el Paralelo— en su cruce con la Ronda de San Pablo, sucedía otro tanto. Los militares rebeldes, procedentes del Cuartel de Atarazanas, ocuparon la Fábrica de Electricidad y otros edificios, en los alrededores del Cuartel, al mismo tiempo que fuerzas sublevadas de Caballería bajaban por el Paralelo, desde la plaza de España, a establecer contacto con ellos.

A la altura del Cine "Avenida" —en el mismo Paralelo— se corta el paso a estas últimas fuerzas. Se entabla una verdadera batalla, consiguiendo los reaccionarios pequeños progresos. Pero el pueblo, sin conocimientos militares, supo emplearse a fondo y con astucia. Y, por todas las bocacalles que dan al mencionado "Paralelo", de derecha a izquierda, desembocaron grandes contingentes de paisanos, soldados leales y guardias, inmovilizando completamente a las fuerzas de la facción, sorprendidas entre dos fuegos. Muchos de ellos murieron, otros se rindieron y los soldados, en su inmensa mayoría, se unieron a la causa del pueblo.

En la parte baja del Paralelo continuaban atrincherados en sus posiciones los facciosos. En la Comandancia de Carabineros de la calle de San Pablo, se pusieron a disposición del pueblo, muchas armas y los trabajadores, con fe y entusiasmo, corrieron al combate, consiguiendo después de una durísima lucha, que los rebeldes se replegaran a su punto de partida, o sea el Cuartel de Atarazanas.

La Capitanía General, se mantenía firme y era el Puesto de Mando de la facción. El general Goded, que había llegado en avión procedente de Palma de Mallorca, consiguió unir a su causa a la mayoría de los que guarnecían el edificio, haciendo prisioneros a los que no quisieron secundar sus planes.

La Consejería de Gobernación, en poder de la República, estaba ocupada por muchos Guardias de Asalto y personal civil.

Allí parapetados, desde la azotea, se disparaba incesantemente sobre la Capitanía General y hacia el Paseo Nacional de la Barceloneta, ya que, mientras se atacaba a la Capitanía General, se hacía frente a los sublevados que, por la avenida de Icaria, procedentes del Cuartel de Artillería de los Docks, se dirigían hacia el centro de la Capital, precedidos de gran número de fuerzas, con sus respectivas baterías de cañones ligeros y pesados.

Diversos trabajadores del puerto, con las carretillas eléctricas que utilizaban para su trabajo diario, se acercaron a los muelles, donde existían almacenadas grandes balas de pasta para fabricar papel y las colocaron como trinchera en todas las bocacalles, donde se notaba o se temía la próxima presencia del enemigo. Estas balas, conjuntamente con los mulos muertos por los disparos, sirvieron para construir grandes barricadas, muy difíciles de franquear.

Los cañones que habían caído en poder del pueblo en la Plaza de Cataluña, bajaron a gran velocidad por la Vía Layetana y Ramblas, en dirección a Capitanía General y Cuartel de Atarazanas. Inmediatamente, en tiro directo, se apuntó a los despachos de Capitanía General. Un inteligente Oficial artillero, que estaba desde el principio luchando por la causa de la República, tomó el mando de la pieza. Su certera puntería, contribuyó a que los rebeldes ocupantes del Edificio de Capitanía General, empezaran a desmoralizarse. ¡Lástima que este verdadero héroe no pudiera presenciar la rendición! Una ráfaga de ametralladora segó su vida, momentos antes de que se izara la bandera blanca en el local rebelde.

Esta desmoralización de los rebeldes —como hemos dicho— hizo que, finalmente, el traidor, general Goded, pidiera parlamentar. Y, unos emisarios se destacaron al edificio. Se rindieron todos sus ocupantes. El Jefe de los militares rebeldes, en Cataluña, general Goded se rindió. Y por radio ordenó a todos los sublevados que hicieran lo mismo... Fue trasladado a Prisiones Militares. Más tarde, la justicia republicana, la verdadera justicia del pueblo, supo condenar severamente al responsable de la muerte de tantos hombres.

Mientras ocurría todo esto, se dió la voz a todos los paisanos de que en la Maestranza de Artillería, situada en los Cuarteles de San Andrés, estaban depositados noventa mil fusiles y grandes cantidades de ametralladoras, bombas, munición y material de guerra de todas clases, que estaba ya en poder del pueblo y donde podían proveerse de armamento, todos los que deseasen luchar contra los traidores. Pocas horas transcurrieron para que todo este material fuese utilizado, por hombres decididos a terminar con los enemigos de la República.

En las diversas barriadas, aparte del paqueo sostenido constantemente desde casas particulares, la lucha se limitó a fuertes combates —algunos de ellos verdaderas batallas— contra los ocupantes de iglesias, asilos y conventos. Allí se encontraban militares, falangistas, curas, frailes y en alguno hasta monjas, que parapetados en los mismos, disparaban —incluso con fusiles-ametralladores, ametralladoras y bombas de mano— contra los defensores de la República. Cada uno de estos locales, tuvo que ser tomado después de un combate más o menos encarnizado. Otros de estos edificios —que por su construcción, eran una verdadera fortaleza— no pudieron tomarse más que por el fuego. Tal medida no se utilizó mas que en aquellos casos en que el local quedaba aislado y no existía el temor de que este elemento, se corriera a las casas particulares. Cabe destacar la fuerte resistencia encontrada en el monumental edificio de los Escolapios, de la Ronda de San Pablo. El combate duró largo tiempo. Dentro del mismo, militares, falangistas y los propios sacerdotes, disparaban sin cesar. Se conoce que días antes habían aprovisionado munición y armas en gran cantidad. No hubo más remedio que sitiarlo por el fuego... Y así se consiguió la rendición de un edificio que en parte, era compuesto por una Escuela de niños, regida por sacerdotes, que olvidaron su verdadera misión e hicieron armas contra un régimen legal y contra todo un pueblo republicano.

Otra iglesia, en la que se combatió encarnizadamente, fue la de los Carmelitas y convento del mismo nombre. También allí los frailes, falangistas y militares se resistieron y ocasionaron innumerables bajas al pueblo. Y no fueron reducidos hasta después de un combate que duró más de ocho horas.

Los cuarteles de la Guardia Civil, en su casi totalidad, fueron tomados con escasa resistencia, debido a que los jefes superiores de los mismos, entre los que destaca el general Aranguren, hicieron acatamiento, desde los primeros momentos, a la causa republicana y se pusieron a disposición de la Consejería de Gobernación de la Generalidad de Cataluña, para todo cuanto fuese necesario.

Entre los militares adictos a la República, figuraban algunos del arma de aviación. Estos no perdieron nunca el contacto con las autoridades civiles y con los representantes de la clase trabajadora. Y lo tenían todo preparado, para responder en favor del régimen republicano y de la causa del pueblo, cuando fuese menester. Este hecho, dio un formidable resultado, ya que los primeros aparatos que volaron sobre Barcelona, pilotados por estos bravos hijos del pueblo —casi todos muertos después defendiendo en vuelo la causa de la República durante la guerra— lanzaron sus bombas sobre los sublevados.

A pesar de haberse rendido el general Goded y haber ordenado este por radio, la rendición de todos sus subordinados, por dar ya como perdida la causa de los sublevados, los que se encontraban en el cuartel de Atarazanas, no obedecieron esta orden y continuaron la resistencia, que se prolongó hasta el día siguiente. 

Emplazada en las Ramblas, había una pieza de artillería del 7,5 que en tiro directo disparaba sobre el cuartel de Atarazanas, abriendo enormes boquetes en la pared de la fortaleza, a medida que los proyectiles iban siendo disparados desde más corta distancia. Mientras esto ocurría, cientos de trabajadores mujeres, niños, en fin, el pueblo de Barcelona en masa, reunido frente a la fortaleza, disparaba contra ella, mientras otros aportaban la munición, víveres y comida necesaria para prolongar el ataque, que sin descanso venía desarrollándose.

Durruti, Ascaso, García Oliver y otros que nos encontrábamos allí y que veíamos de cerca aquella gigantesca lucha, nos sentíamos verdaderamente emocionados. Las amplias vías, llenas de cadáveres y heridos que eran retirados continuamente, y otros hombres, ávidos de luchar, ocupaban sus lugares de enorme peligro. Recuerdo que uno de los heridos, al verme disparando parapetado en un árbol situado frente al antiguo edificio del Banco de España, me dijo, levantando el puño y mientras se desangraba: "!Sanz, duro con ellos! ¡Hasta que no quede uno!

La batalla fue prolongándose y en una ocasión, mientras cargaba el fusil me doy cuenta de que una bala, disparada desde el edificio de la Aduana —que también estaba en poder de los sublevados— abatía a uno de mis mejores amigos.

Quise cerciorarme de que lo que ocurre no es un sueño. Y corro rápidamente a su lado. Y allí, sobre el pavimento frío, encuentro el cuerpo aún palpitante de Francisco Ascaso.

En mi larga vida de luchador, he sentido momentos de dolor y pena; tengo que manifestar con toda sinceridad, que a pesar de la guerra y a pesar de todo, fue aquél el momento más terrible que he vivido, en el transcurso del movimiento y de toda la tragedia de España.

Ante la comprobación de que estaba muerto, caí sobre él, llorando como un niño, excitado por la rabia, mordiendome los puños y tuve que ser separado por la fuerza, de aquél cuerpo muerto ya; inconscientemente, en mi desesperación, no me daba cuenta de que me encontraba en un lugar peligrosísimo y que por verdadera casualidad, no corrí la misma suerte que mi malogrado amigo, el viejo luchador e inteligente compañero Francisco Ascaso.

La noticia corrió entre los combatientes como un reguero de pólvora. El nombre de Ascaso zumbaba en todos los oídos. ¡Era tan querido de todo el pueblo! Ya no se pensaba en otra cosa que en vengarlo. Se recrudeció la lucha con más dureza. El cañón, dispara ininterrumpidamente. Las ametralladoras cantan la canción de la muerte. El olor de pólvora emborracha a los atacantes. Durruti, altivo y sereno es el que distribuye el personal y dirige el ataque, García Oliver dispara también con su fusil ametrallador, contra la fortaleza que ya principia a estar en ruinas. La aviación leal, en vuelo de reconocimiento, pasa continuamente sobre los que luchan a muerte, contribuyendo a redoblar nuestro coraje.

Finalmente, una sábana prendida de un palo como bandera blanca, es izada en el edificio. Van unos emisarios. Se pacta la rendición.

Durruti, seguido de varios centenares de hombres toma el edificio, haciendo prisioneros a todos sus ocupantes.

Los oficiales traidores, son entregados para su conducción a Prisiones Militares. Y hubo un momento emocionante, que no puede olvidarse jamás. Los soldados sublevados, los engañados por unos jefes sin honor ni conciencia, lloraban como niños. Todos manifestaban que habían hecho armas contra el pueblo, sin sentir la causa reaccionaria. Que sus jefes y oficiales, estaban detrás de ellos con las armas en la mano, obligándoles a tirar... Una mayoría de ellos, completamente embriagados.

Se desnudaban todos los soldados y lanzaban sus guerreras sobre el suelo, manifestando la mayoría, que quería unir su suerte a la del pueblo y combatir con él si era preciso. Otros, los menos, pidieron se les dejara marchar a sus domicilios, de distintos pueblos de España, por haber sido licenciado todo el Ejército, por el Gobierno de la República.

Era la mañana del día 20 de Julio de 1936. Fecha histórica que marca el fin de la resistencia de los sublevados en Barcelona.


 

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