Los
días 4 al 7 de julio de 1937 se celebró en Valencia un Pleno Peninsular de la
Federación Anarquista Ibérica (F. A. I.) de gran importancia histórica.
La F. A. I. había sido creada hacía exactamente diez años, en otro
Pleno Peninsular, celebrado también en Valencia el 24 y 25 de julio de 1927.
Verdaderamente paradójico es constatar que la F. A. I. fue creada entonces para
velar por la integridad ideológica de la C. N. T., mientras que el Pleno de
1937 precipitaba a la misma organización hacia la curva resbaladiza política.
Veamos
antes de pasar adelante las principales etapas de la evolución del anarquismo
español organizado.
La
existencia paralela de dos organizaciones afines, de origen común, una sindical
y otra anarquista, se remonta a los tiempos de la Primera Internacional de los
Trabajadores. Giuseppe Fanelli, al llegar a Madrid en 1868 con la importante
misión que le había señalado Bakunín, llevaba consigo los estatutos de la
Internacional y el programa de la Alianza de la Democracia Socialista
(organización secreta fundada por el propio Bakunín).
El
programa de la Alianza contenía las ideas revolucionarias de Bakunín: abolición
de las clases; completa igualdad económica y social; abolición de la propiedad
individual y de la herencia; derecho a la producción proporcional de cada uno;
propiedad colectiva de la tierra y de los instrumentos de trabajo por las
asociaciones de productores; derecho general a la instrucción, a la educación
y cultura general; desconocimiento de toda clase de Estado y de toda acción
revolucionaria que no tenga por finalidad inmediata la emancipación de los
trabajadores; transformación de los Estados políticos y autoritarios en
simples funciones administrativas de los servicios públicos.
La
Alianza se declaraba presta a actuar en el seno de la organización obrera
contra toda posible desviación antirrevolucionaria.
En
Cataluña la Alianza se anticipó a la Internacional, a la cual preparó el
terreno. En Barcelona existía una tradición obrerista influida por el Partido
Federal. De regreso para Italia, Fanelli pudo establecer contacto con un grupo
de dinámicos jóvenes del Centro Federal de Sociedades Obreras, fundado en
octubre de 1868, a raíz de la revolución política. El periódico del Centro
(La Federación), fundado en agosto del año siguiente, declaraba en su primer número
que la república federal era la forma de gobierno que más convenía a los
trabajadores. Sin embargo, a fines de aquel mismo año los miembros de la
Alianza consiguieron anular un acuerdo vigente que recomendaba a los socios la
participación política electoral. Progresivamente los mismos aliancistas
consiguieron, en febrero de 1870, transformar el Centro Federal en centro de la
Internacional. El mismo núcleo se encargo de los trabajos preparatorios para le
Primer Congreso de la Federación Regional Española que inauguró sus tareas en
Barcelona el 19 de junio de 1870.
En
1927 la dictadura del general Primo de Rivera se hallaba en franca decadencia.
Los exilados empezaban a llegar discretamente para dedicarse a la tarea
conspirativa y de reorganización. Entre los exilados abundaban los anarquistas
portugueses, víctimas también de la dictadura de su país. Esta circunstancia
obligó a revigorizar la decadente Federación Nacional de Grupos Anarquistas, dándole
carácter peninsular. La iniciativa partió de los grupos de Cataluña y de la
Federación de Grupos Anarquistas de Lengua Española con sede en Marsella.
Portugal intervino en aquella conferencia —celebrada en una playa del Saler
(Valencia)— con dos delegados. Los acuerdos más importantes fueron: primero,
creación de la Federación Anarquista Ibérica (F. A. I.), uniendo en una misma
familia a los anarquistas de España y Portugal; segundo, intensificar la
intervención de los anarquistas en la C. N. T. mediante enlaces orgánicos.
Parece
ser que el primer Comité Peninsular quedó instalado en Sevilla. Los delegados
portugueses declinaron emocionados la designación que a su favor había hecho
la Conferencia. Pero a pesar de tan noble intento como el que representaba unir
a los ácratas portugueses y españoles por encima de las fronteras
artificiales, la F. A. I. seguiría
siendo una organización esencialmente española. Es más, debido a la especial
idiosincrasia de los españoles, más que una cátedra ideológica sería una
organización revolucionaria.
La
F. A. I. aunque publicaba varios periódicos sometidos a la ley de imprenta, y
muchos oradores se proclamaban sus representantes en la tribuna pública, como
organización se había desenvuelto siempre al margen de la ley de asociaciones.
Así es que la F. A. I. era una organización clandestina, pero no secreta si la
comparamos con las logias masónicas y las ventas carbonarias del siglo pasado.
La
F. A. I. influía mucho en los sindicatos de la C. N. T., a los que pertenecían
casi todos sus afiliados. Participaba también de los comités, ya que se hacia
un deber orientar a la C. N. T. desde los cargos de mayor responsabilidad. Una
de sus preocupaciones más marcadas era vigilar de cerca la herejías
desviacionistas de los líderes confederales no faístas. Lo que entendía la F.
A. I. por deviacionismo era menos un desmayo filosófico que una vacilación en
la línea antipolítica.
La
intervención sistemática de los anarquistas en los sindicatos representaba una
evolución muy significativa si tenemos en cuenta la posición un tanto
individualista de los ácratas de entre ambos siglos. Más hacia acá, al
disiparse la tempestad ideológica ocasionada por la revolución rusa, los
libertarios se decidieron a romper con la enraizada aprensión hacia la «tiranía
de las masas» y frenaron su antipatía por los prosaicos problemas económico-sindicales.
Durante el auge de las luchas sociales (1916-23) el anarquismo pagó duro
tributo al sindicalismo.
La
influencia de la F. A. I. sobre la C. N. T. no fue sin contrapartida. Influía
en los sindicatos, pero los sindicatos influían poderosamente en ella. De ahí
que haya sido paradójico hablar de dictadura anarquista. Nunca perdió el
anarquismo tanta de su vieja calidad como en las largas etapas en que creíase
predestinado a regir los destinos de la organización anarcosindicalista.
Ya
que en realidad era dirigido por ella. La C. N. T., organización esencialmente
revolucionaría, transformaba a los anarquistas a su imagen y semejanza, dándoles
campo de acción, masas y liderazgo. La organización sindical proveía a la F.
A. I. con sus propios militantes, quienes llevaban a ella sus preocupaciones
fijas, sindícales, revolucionarias. Al final de cuentas todo eran ganancias
para la organización confederal. Esta actitud privo al anarquismo de ser un
atractivo para la clase media. A no ser que sea fatal en España que el
anarquismo absorba su alimento del seno de la clase obrera.
Las
grandes figuras militantes de la época heroica (1916-23) son mas sindicalistas
que anarquistas. En 1922, José Prat, que junto con Ricardo Mella fue de los
mejores teóricos anarquistas españoles, escribía esta lamentación: «Las
revistas Ciencia Social, Revista Blanca y Natura pasaron a mejor vida, en su
infancia, por falta de dinero y de ambiente. Un periódico anarquista diario,
con una robusta intelectualidad redactora, aun no ha sido posible en España.
Fracasó El Productor en Barcelona, muchos años atrás; fracasó Tierra y
Libertad en Madrid, no hace tantos años. Una biblioteca con libros de autores
anarquistas tuvo que crearla el "burgués" F, Sampere. El medio
anarquista no da mas de sí, a pesar de que sus individualidades componentes
tienen la pretensión de estar en la vanguardia.»
1.
1
En
Barcelona, en los primeros días de la revolución, la F. A. I. intentó
convertir en cotidiano su semanario Tierra y Libertad. Pero la empresa fracasó
por falta de ambiente. En Valencia apareció durante todo el periodo de la
guerra el diario anarquista Nosotros, financiado por los milicianos de la
Columna de Hierro con el fondo de expropiaciones revolucionarias realizadas el
19 de julio.
Su
insuficiencia como movimiento cultural y espiritual llevó a la F. A. I. al
torbellino de la organización sindicalista. Y excesivamente sensible al halago
renunció a ser el cerebro y el pulso de la
C. N. T. para convertirse en su testículo. Su encastramiento en los
comités sindicales la incapacitó para más altos vuelos. Su brillante hoja de
servicios, su sacrificio y abnegación en la lucha episódica, no llegó a
disipar el mal efecto de sus muchos errores psicológicos.
Durante
el congreso confederal de 1919 se produjo un alboroto contra los componentes del
Comité Nacional que, constituidos en grupo anarquista, incurrieron en
coacciones y amenazas tan improcedentes como innecesarias. En 1929 el Comité,
Peninsular de la F. A. I. intervenía en una polémica animada por José Peiró,
Eusebio Carbó y Manuel Buenacasa contra el desviacionista Pestaña. Decía
entonces la máxima representación de la F. A. I.:
«Es
sofístico creer en la neutralidad del movimiento obrero y en la independencia
sindical, en su aspecto de orientación ideológica y de propaganda subversiva (
... ) máxime cuando todo su resultado moral y sociológico es producto de la
minoría más potente que milita en su mismo seno... De aquí la necesidad que
tiene la C. N. T., si verdaderamente desea que su acción sea trascendental (
... ) de buscar un nexo con aquel organismo que coincida con sus procedimientos
tácticos y concuerde con su postulado, sin que por ello, repetimos, pierda su
peculiar independencia. Por lo contrario, si la C. N. T. no acepta la propuesta
formulada por este Secretariado, es muy posible que sufra el riesgo de una
desviación altamente perniciosa ( ... ) so pena de que por la acción perenne
de los anarquistas se defina abiertamente ácrata ... »
El
«nexo» que se solicitaba se llamó más tarde «trabazón», que es, a saber,
la presencia de representantes oficiales de la F. A. I. en los comités
superiores de la C. N. T. y en otros organismos mixtos de expresa creación:
comités para atender las necesidades de los presos, comités revolucionarios,
etc. Por la misma razón la F. A. I. era invitada de honor en todos los
congresos y plenos de la organización confederal, pero a titulo solamente
informativo. Es decir, sin derecho deliberativo y resolutivo.
Pero
si la invitación de honor interpretábase como deber, y la benevolencia como
derecho adquirido, es decir, cuando intervenía el error psicológico, el
resultado era una reacción en cadena de insospechados alcances. En el congreso
confederal de 1931 se produjo una de esas reacciones en cadena de grandes
alcances. Los representantes de la C. N. T. (Comité Nacional) habían cometido
la indelicadeza de no convocar a la F. A. I. según uso y costumbre. La F. A. I.
se presentó en el congreso sin ser invitada y para empeorar mas las cosas
pretendió intervenir con carácter deliberativo. El resultado fue un descomunal
escándalo.
Las
cosas fueron envenenándose después del congreso, dándose mutuos pretextos
para el planteamiento de una crisis tremenda. Fue la escisión de 1931, en gran
parte originada por la crisis ideológica en un puñado de buenos militantes
sindicales, una especie de enfermedad producida por contagio durante la etapa de
conspiraciones con políticos y militares. Pero sería injusto dejar reducida a
este contagio toda la envergadura del problema.
Del
lado escisionista hubo también una reacción contra una corriente
revolucionaria considerada demagógica. En un manifiesto sedicioso, treinta
militantes sindicalistas expresaban así su propio criterio revolucionario:
«Quiere este que la preparación [revolucionaria] no sea solamente de elementos agresivos, de combate, sino que se han de tener éstos y además elementos morales, que hoy son los más fuertes, los más destructores y los más difíciles de vencer. No fía la revolución exclusivamente en la audacia de las minorías mas o menos audaces, sino que quiere que sea un movimiento arrollador, del pueblo en masa, de la clase trabajadora caminando hacia su liberación definitiva... Frente al concepto caótico e incoherente de la revolución que tienen los primeros [la F. A. I. y su vasto radio de influencia] se alza el ordenado, previsor y coherente de los segundos [los firmantes del manifiesto sedicioso]. Aquello es jugar al motín, a la algarada, a la revolución; es, en realidad, retardar la verdadera revolución... » 2
1
Manifiesto de los Treinta, así llamado porque lo firmaban 30 conocidos
militantes.
Una
F. A. I. «pulso y cerebro» de la C. N. T. hubiera evitado fácilmente las
perniciosas consecuencias de aquel conflicto; una F. A. I. «testículo» de la
C. N. T. no podía dejar de ser juez y parte. Durante la ruidosa y nada
edificante polémica que siguió los sindicatos disidentes hicieron un comodín
de la «dictadura de la F. A. I.»; ésta acusábales a discreción de «traidores».
La
intervención de la organización anarquista en un movimiento de grandes masas
como la C. N. T. contribuyó mucho a salvaguardar el contenido revolucionario de
este movimiento. Pero el uso del paternalismo suscito recelos que se
convirtieron pronto en discordias irreductibles. El saldo fue la pérdida de
inmensas cantidades de las mejores energías.
No era la primera vez que el anarquista —humano al fin y hombre de pasión— resultaba inferior a su obra. La Alianza de la Democracia Socialista, que tanto hizo por el arraigo de la Internacional en España, cayo en el mismo error paternalista. Un hombre tan mal predispuesto contra ella, Paul Lafargue, hubo de reconocer que: «La Alianza estaba compuesta de hombres que ( ... ) anteponen a todo los intereses de la Internacional, y no veían en la Alianza otra cosa que un medio de agrupar y organizar a los elementos más enérgicos de la clase trabajadora, a fin de que si sonaba la hora de las persecuciones hubiese formados grupos de hombres decididos a resistirlas, a mantener el fuego sagrado y a reconstituir la Internacional tan pronto como las circunstancias lo permitieran... » 3
3
Max Nettlau: Miguel Bakunín, la Internacional y la Alianza en España.
Sin embargo, uno de sus más fervientes adherentes, Anselmo Lorenzo, nos ofrece este reverso de la medalla: «¡Cuánto más beneficioso hubiera sido que, en vez de arrancar acuerdos y soluciones por sorpresa, se hubiera propuesto la Alianza una obra de educación y de instrucción encaminada a obtener acuerdos y soluciones como sumas de voluntades conscientes! ... La obra desorganizadora de la Alianza fue mucho más rápida que la organizadora. Antes era necesario estar al tanto de todos los asuntos de la organización, haber preparado las soluciones en reunión secreta y trabajar en el seno de las secciones, federaciones, comisiones, comités, consejos periódicos, congresos y conferencias para obtener los acuerdos deseados. Después bastó insinuar una calumnia de desprestigio de un individuo o de una entidad y servirse del correo para producir la hostilidad necesaria y conseguir el objeto deseado.» 4
4
Anselmo Lorenzo: El proletariado militante, tomo II, pág. 291.
Desde
los primeros días de la revolución de julio la C. N. T. y la F. A. I.
aparecieron estrechamente enlazadas. Sus anagramas formaban un todo: «CNT - FAI».
En Cataluña los vehículos que se atreviesen a circular sin esta contraseña se
exponían a ser masacrados por los guardias de las barricadas. El cuartel
general del anarcosindicalismo barcelonés era la «Casa CNT - FAI». Allí
estaban instaladas las «Oficinas de Información y Propaganda CNT - FAI», la
«Emisora CNT - FAI», la «Escuela de Militantes CNT - FAI» y se editaba en
varios idiomas el Boletín CNT - FAI.
El
presidente de la Generalidad, Luis Companys, después de la rendición de la
fortaleza de Atarazanas, convocó a su despacho a la C. N. T. y a la F. A. I.
para tratar de la ordenación política de Cataluña. Ambas organizaciones
optaron allí por la colaboración con los demás sectores políticos, es decir:
renunciaron de común acuerdo a «su revolución totalitaria». En el primer
mitin público, celebrado el 10 de agosto, tomaron parte oradores por la C. N.
T. y la F. A. I. La F. A. I., al lado de la C. N. T. empezó a formar parte de
todos los organismos que se iban formando: consejos de economía, tribunales
populares, consejos municipales, comités de milicias, etc. La F. A. I. y la C.
N. T. firmaron el primer pacto establecido en Cataluña con la U. G. T. y el P.
S. U. C. comunistas. Y aunque no se hizo constar oficialmente, la F. A. I.
estuvo representada en los gobiernos central y autónomo por Federica Montseny
(miembro del Comité Peninsular) y por Antonio García Birlan. La F. A. I. y las
Juventudes Libertarias formaron parte del Consejo Regional de Asturias formado a
raíz de la sublevación militar en aquella región.
La
«trabazón» entre la C. N. T. y la F. A. I. nunca había sido tan completa. El
12 de septiembre tuvo lugar en Barcelona un Pleno regional de federaciones
sindicales y anarquistas. El 8 de octubre, sindicatos de la C. N. T. y grupos de
la F. A. I. se reunieron en congreso para tratar asuntos pedagógicos y
culturales. La F. A. I. no formó parte del Consejo de Defensa de Madrid, sin
duda contra su voluntad, pero sí del Consejo Municipal madrileño instalado por
decreto cuando el primero fue disuelto.
Un
Pleno Nacional de Regionales de la C. N. T., en el que intervino el Comité
Peninsular de la F. A. I. celebrado después de la caída del gobierno de Largo
Caballero, tomó el siguiente acuerdo:
«1)
Que las [Federaciones] Regionales queden en libertad para constituir o no los
Comités de Enlace propuestos por Cataluña, a base de la C. N. T., la F. A. I.
y las Juventudes Libertarias, yendo siempre de acuerdo los comités de las tres
organizaciones. 2) Aceptar el plan de organización del Servicio de Información
y Coordinación que ha presentado el Comité Nacional [de la C. N. T.] en el
cual intervienen las tres organizaciones.»
Hay
que ver en este acuerdo el principio de lo que después llegó a ser Movimiento
Libertario Español, unión de las tres organizaciones en una sola, aspiración
obstinada del C. N. de la C. N. T. para centralizar en sus manos toda la expresión
libertaria ibérica, pero que no tuvo nunca plena confirmación.
El
14 de junio de 1937 tuvo lugar en Barcelona otro Pleno mixto convocado para
estudiar la cuestión política de Cataluña. Allí se creó (con arreglo a lo
apuntado en el Pleno de Regionales antedicho) un organismo de enlace llamado
Consejo Asesor de Asuntos Políticos, formado por dos delegados de la C. N. T.,
uno de la F. A. I., uno de las Juventudes Libertarias y uno de la Federación
Campesina.
El
nuevo ministro de Justicia, señor Irujo, al reorganizar los tribunales
populares decidió expulsar de ellos a la F. A. I. A criterio del ministro la F.
A. I. era una organización clandestina, al margen de la ley y, por lo tanto,
inexistente. Por el mismo principio de ilegalidad la F. A. I. podría ser
expulsada de todas las combinaciones del Frente Antifascista. La C. N. T. y la
F. A. I. reclamaban por aquellos días una representación proporcional a las
respectivas fuerzas en los organismos políticos, económicos, militares y demás.
Eliminada la F. A. I. de toda representación la C. N. T. quedaría en situación
de inferioridad frente a las demás fuerzas políticas que intervenían por
partida doble (comunistas y socialistas tenían su doble en la U. G. T.). La
solución a este problema era convertir a la F. A. I. en una entidad real,
ponerla en orden con la legalidad.
El
examen de la documentación orgánica permite seguir la evolución de la F. A.
I. a tono con los acontecimientos que se desarrollaron desde el 19 de julio.
Inmediatamente después del aplastamiento del complot militar se reorganizó el
Comité Peninsular reforzándolo con destacados militantes. La Circular Nº
1, sin fecha, decía que la F. A. I. había procurado que el movimiento
anarquista estuviese estrechamente ligado a la C. N. T. «haciendo un solo
frente», fundiendo «en un solo anagrama las letras representativas del
movimiento confederal y el específico». Continuaba diciendo la Circular que la
F. A. I. había procurado influir en la C. N. T. «en la toma de resoluciones de
enorme trascendencia, que implicaban cambios de conducta». Y añadía: «Hemos
compartido la responsabilidad en organismos nuevos, creados por imperativos de
la convulsión revolucionaria... »
En
la Circular Nº
3 el Comité Peninsular se justifica de la intervención en los organismos
oficiales, atribuyendo su actitud a «imperativos de las circunstancias
( ... ) por no haber podido realizar nuestras aspiraciones ideales de
forma rápida y completa, por tener que aceptar la colaboración con otros
sectores [para ganar la guerra] ( ... ) por contribuir la duración de esta
misma guerra al mantenimiento ( ... ) de la colaboración de partidos políticos
antagónicos, y porque el estado anímico del pueblo así lo reclamaba, hemos
sido partidarios de la intervención en organismos de tipo oficial ... »
Continúa
afirmando que la F. A. I. se resigna a ver desaparecer la función
revolucionaria que siempre había otorgado al sindicato y transfiere esa función
revolucionaría a los «organismos populares que nos hemos visto obligados a
propiciar ( ... ) que hemos contribuido a constituir y en los que intervenimos
como parte integrante del bloque antifascista».
Téngase
presente que por aquella fecha la C. N. T. y la F. A. I. (ésta por persona
interpuesta) intervenían en el gobierno de la Generalidad y estaban prestas a
intervenir en el gobierno central.
En
otra parte de la misma circular se dice que la F. A. I. debe ocupar el vacío
dejado por los sindicatos, a causa de las circunstancias dominantes:
«Los
sindicatos, convertidos en organismos híbridos desde el punto de vista político,
por las circunstancias que antes señalábamos, no pueden imprimir a sus
actividades más que aquella función profesional que se les asigne. Y es
necesario entonces que exista el motor productor de la cantidad de energía
fabulosa que se precisa para moverles en aquella dirección... Este motor a que
hacemos referencia no puede ser otro que la organización especifica [F. A. I.].»
Para
llevar a cabo esta misión la F. A. I. decía que necesitaba renovar su propia
vieja estructura, ampliar su base, atraer a gran numero de militantes: «Hemos
de buscar a los compañeros que con capacidad viven en el anonimato... La
organización sindical [la C. N. T.] puede ser la cantera inagotable de
militantes ... »
Hagamos
aquí varias constataciones. En primer lugar parece que no fue voluntariamente
que la F. A. I. «hacia un solo frente y juntaba sus anagramas con los de la C.
N. T.», sino que tal vez había sido arrastrada por ésta desde los primeros
momentos de la revolución. La supremacía del Comité Nacional de la C. N. T.
sobre el Comité Peninsular de la F. A. I. se explica por la desproporción de
sus masas de maniobra respectivas y por el hecho de que todos los militantes de
la F. A. I. lo eran de la C. N. T., mientras que sólo una minoría de
militantes confederales estaba afiliada a la organización específica. En términos
quizá muy crudos podríamos decir que la F. A. I. vegetaba al favor de la C. N.
T. y que, consciente de este estado de vasallaje, pugnaba por invertir los términos.
Se alude a esto mismo cuando se habla de «ampliar la base». Ampliar la base
significa nutrir las claras filas faístas con materiales de la «inagotable
cantera confederal». Ya que el anarquista no surgía por generación espontánea
no había más remedio que fabricarle.
Convertir
a la F. A. I. en una organización de masas, en un gran continente sin reparar
en el contenido, en una especie de piloto de la C. N. T., en el «motor fabuloso
para mover a los sindicatos», en suma: en un partido político, imagen y
semejanza del Partido Socialista con respecto a la U. G. T., he aquí los propósitos
esbozados en esta circular del 25 de octubre de 1936. El paso decisivo fue dado
por el Pleno Peninsular de julio de 1937.
En
un importante dictamen adoptado por este Pleno la F. A. I. hacia una declaración
de principios de circunstancias: «sin renunciar a sus aspiraciones finalistas
[la F. A. I. se propone] impulsar la revolución desde todos los órganos
populares...; las tendencias naturales del individuo y las exigencias de la vida
social conducen a la Humanidad hacia una sociedad libre, sin clases ni intereses
que dificulten su desarrollo... ».
Esta
separación entre las aspiraciones finalistas y las exigencias inmediatas queda
mejor planteada en el siguiente párrafo:
«Con
la creación de los nuevos intereses colectivos se han modificado las relaciones
de los anarquistas para con el medio que los circunda. Los que hasta ayer combatíamos
sin tregua la expresión inhumana de un estado de injusticia y tiranía, en el
nuevo estado de cosas nos encontramos al lado de las instituciones nuevas
surgidas durante la revolución como expresión del más profundo anhelo de las
multitudes. Propugnamos por la total desaparición de los residuos burgueses que
aún subsisten y tendemos a vigorizar todos los organismos que contribuyen a
esta finalidad. Por lo tanto, consideramos que, frente a nuestra posición
inhibicionista del pasado, es deber de todos los anarquistas intervenir en
cuantas instituciones públicas pueden servir para afianzar e impulsar el nuevo
estado de cosas.»
No
se expresa claramente lo que la F. A. I. entiende por «instituciones públicas»,
pero se sobreentiende sí se tiene en cuenta que en julio de 1937 todas las
instituciones de este carácter habían ido cayendo en la órbita del Estado.
La
definición anarquista sobre el Estado también había perdido claridad si la
comparamos con definiciones anteriores al 19 de julio. El 15 de septiembre de
1933, Tierra y Libertad, órgano oficial de la F. A. I. había proclamado: «Todos
los gobiernos son detestables y nuestra misión es destruirlos.» A fines del
siglo pasado, la Alianza de la Democracia Socialista, madre de los anarquistas
españoles, sentaba esta posición frente al Estado: «Enemiga de todo
despotismo [la Alianza] no reconoce ninguna forma de Estado... »
En
contraste con estas afirmaciones categóricas, el Pleno Peninsular de 1937, al
proclamar su aversión al gobierno, aludía solamente a su forma totalitaria.
Por otra parte, renunciaba a la implantación integral («totalitaria», según
la expresión de moda) de los ideales libertarios: «... la F. A. I. declara que
nuestra revolución no puede ser la expresión de ningún credo totalitario,
sino el exponente de todos los sectores populares influyentes en la vida política
y social. Como anarquistas somos enemigos de las dictaduras, ya sean de casta o
de partido; somos enemigos de la forma totalitaria de gobierno, y creemos que el
sentido futuro de nuestro pueblo será el resultado de la acción conjunta de
todos los sectores que coincidan en la creación de una sociedad sin privilegios
de clase, en que los organismos de trabajo, administración y convivencia sean
el principal factor para dar a España, por medio de formas federales, el cauce
que dé satisfacción a sus distintas regiones».
Después
de estos retoques a los principios y a las finalidades la F. A. I. se preparaba
para recibir en su seno a grandes masas:
«Podrá
pertenecer a la F. A. I. todo trabajador manual o intelectual que, aceptando íntegramente
las líneas generales enumeradas, esté dispuesto a cooperar por su realización,
respetando los acuerdos que a este efecto tome la organización en sus comicios
regulares... Todo aspirante que solicite ingreso en la F. A. I. enviará su
petición a la Agrupación local ( ... ) avalada por dos afiliados efectivos. Se
abrirá una información en cada caso, a la vista de la cual la asamblea general
decidirá si el ingreso procede o no. Las admisiones podrán ser integras o
condicionadas. Podrán ser afiliados con todos los derechos los actuales
afiliados a la F. A. I. y los militantes de las organizaciones sindicales y
culturales afines al anarquismo que militen con anterioridad al 1 de enero de
1936. Los afiliados condicionales no podrán ostentar cargos ni representaciones
hasta después de transcurridos seis meses del ingreso...»
Finalmente
la F. A. I. se daba una forma orgánica a propósito. El «grupo de afinidad»,
organismo de base tradicional, compuesto de 5 a 10 individuos, quedaba prácticamente
anulado. El nuevo organismo de base sería ahora la «agrupación», con varios
centenares de adherentes. En las poblaciones grandes habría una agrupación por
cada barriada. Las agrupaciones formarían federaciones locales, provinciales y
regionales.
El
dictamen que estamos glosando provocó una violenta reacción al ser examinado
por los plenos locales y regionales de Cataluña. En el Pleno Regional de los
primeros días de agosto, después de una sesión borrascosa varias delegaciones
abandonaron el salón con gritos de «¡viva la anarquía!». Los que
abandonaron el Pleno por disconformidad con la supresión de los «grupos de
afinidad», obtuvieron satisfacción especial. Los que entendían que la F. A.
I. había renunciado a sus viejos principios antiestatales y se había erigido
en un partido político más, persistieron en su rebeldía. Entre otros, se
trataba de los grupos «Ideas» e «Irreductibles», de Hospitalet de Llobregat.
Las
evoluciones de la F. A. I. continuaron a medida que se precipitaba el final de
la guerra. Hubo, por una parte, un salto brutal hacia la derecha por parte de
una pequeña minoría (tendencia de Horacio M. Prieto), que llegó a propiciar
la creación del Partido Libertario, y un estertor de ortodoxia tardío por
parte de la mayoría. Nos ocuparemos del caso a su debido tiempo
5.
5
Véase
al final del libro el apéndice sobre lo que fue en síntesis la Conferencia
constituyente de la F. A. I. En 1927.
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