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LA REVOLUCION EN EL CAMPO

 

Por los antecedentes apuntados a nadie puede extrañar la repentina y radical transformación operada en el agro español a partir del 19 de julio de 1936. En el campo, la batida popular contra los caciques, terratenientes feudales, agentes del fisco, usureros, polizontes y leguleyos dejó en manos de los campesinos grandes extensiones de tierra hasta entonces irredenta. Como en la ciudad, la necesidad urgente de poner en marcha la producción estimuló la colectivización. El colectivismo agrario estaba en el subconsciente de los campesinos. Era, por otra parte, el fruto natural de muchas décadas de propaganda anarquista.

Abundaron en España los autores sobre el candente tema del feudalismo agrario. Desgraciadamente estos libros no llegaban hasta los campesinos, y si llegaban el analfabetismo endémico los convertía en inoperantes. Pero donde no podían llegar los libros y los discursos de los tratadistas académicos llegaba la prensa anarquista.

Era proverbial en el campo andaluz juntarse en las gañanías, a la luz parpadeante de un candil, un grupo de campesinos a escuchar la lectura de la prensa obrera. El que leía solía ser el único «letrado». Otra de las preocupaciones de los anarquistas fue crear escuelas o bibliotecas rudimentarias en los poblados apartados de los grandes centros. Maestros, escuelas y bibliotecas eran a veces ambulantes. Un eficaz vehículo proselitista era el «folleto», breve opúsculo de veinte o treinta páginas de temas doctrinales escogidos, de estilo sencillo, al alcance de las inteligencias a que iba destinado. Entre los folletos más difundidos figuraba Entre campesinos, de Enrique Malatesta 1.

1 Un ejemplo autóctono de esta literatura sencilla y asimilable lo encontramos en José Sánchez Rosa, que fue un verdadero émulo de Salvochea. He aquí algunos títulos de sus folletos destinados a la propaganda entre los campesinos: El burgués y el anarquista, El capitalista y el trabajador, El obrero sindicalista y su patrono, En el campo, El guarda y el obrero, Entre amiguitas, La idea anarquista, Las dos fuerzas: Reacción y progreso. Sánchez Rosa es también autor de un libro de gran difusión por su utilidad a las clases humildes. Se trata de un libro de consulta. El abogado del obrero. Este apóstol de los explotados fue muerto por los ocupantes en julio de 1936.

Recorrían también los campos oradores, campesinos o no, que hablaban a aquellos humildes seres con palabra sencilla sobre temas también comprensibles. Esta propaganda no dejaba de ser eficaz si se tiene en cuenta que el iletrado no es necesariamente un bruto y que en todas partes hay verdaderas inteligencias oscurecidas por la incultura. El sindicalismo revolucionario venía educando desde hacia mucho tiempo a estos sencillos hijos del pueblo y sus siembras empezaban a florecer ya en vísperas del 19 de julio. Por otra parte se habían realizado ensayos revolucionarios de vida libre durante los hechos insurreccionales que cubrieron las primeras etapas de la República. Los ensayos de comunismo libertario se hacían, también, pacíficamente, por mutuo y libre acuerdo de algunos núcleos de pequeños propietarios campesinos. La Revista Blanca del 1 de mayo de 1933 destacaba varios de estos ejemplos de comunidad libre que ocurrían en la provincia de Burgos, en la de Santander, en la vega de Lérida, en los campos de Soria, Asturias, Andalucía y Extremadura. Las reseñas iban ilustradas con fotografías alusivas. Uno de aquellos pies de grabado decía: «PUEBLOS  QUE VIVEN EN COMUNISMO LIBERTARIO. De una manera silenciosa, lenta y paulatina, se va proclamando el comunismo libertario en los pueblos agrarios españoles. La misma prensa burguesa, asombrada, no puede hacer más que constatar el hecho, comentando con admiración la espontaneidad de este movimiento. He aquí los leñadores de Quintanar de la Sierra, pueblecito de la Sierra de Urbión, en el corazón de Castilla, que trabajan en común, repartiéndose los beneficios por igual y consumiendo comúnmente del acervo colectivo. ¡Escena tranquila y bucólica! Los bueyes pacen mientras los hombres cortan los  árboles en el corazón del bosque. "Aquí no hay pobres ni ricos —declara un campesino—. Ni cuestión social ni obreros parados. Aquí se reparten por igual los productos y todos, trabajando, vivimos tranquilos y felices", «En otro suelto de la misma revista y número se lee: «He aquí cuadrillas de obreros de los pueblos agrarios [se trata de otro pie de grabado] que han proclamado el comunismo libertario prescindiendo sencillamente del Ayuntamiento, de toda autoridad y de todo patronaje...» «El Ayuntamiento [dice otro suelto] ha sido depuesto y se ha organizado una nueva vida...» Se trata de Cabrales y cinco pueblos que componen un Concejo en Asturias, que se han librado de «esas obsesiones campesinas que son el pago de la contribución, los impuestos, las quintas». Se añade en la leyenda que llegan a Cabrales periodistas para escribir reportajes sensacionales, Entre los cabecillas del movimiento figura el médico del pueblo. Otro de los pies de grabado muestra a los campesinos de Alguaire (Lérida) trabajando desinteresadamente las tierras de sus compañeros presos en la cárcel de Lérida por su implicación en la causa por el movimiento revolucionario de enero de aquel mismo año.

Al subir la temperatura social una vez proclamada la República, paralelamente con los hechos insurreccionales anarquistas proliferó en los medios de la C. N. T. y la F. A. I., y por parte de grupos editores libertarlos más o menos independientes, la literatura anticipacionista revolucionaria. Los materiales pueden calificarse en tres órdenes: reedición de obras más o menos clásicas de autores internacionales, obras nuevas de autores españoles, y pequeños opúsculos a cargo de militantes anarcosindicalistas con más entusiasmo que competencia. Hay que hacer resaltar también algunos esfuerzos colectivos bajo forma de dictámenes elaborados por las asambleas de los sindicatos. No menos de un centenar de éstos sirvió de base al dictamen sobre Concepto del comunismo libertario elaborado por el Congreso Confederal de Zaragoza de mayo de 1936 2.

2 He aquí una lista muy incompleta de la literatura anticipacionista revolucionaría editada o reeditada de 1930 a 1936. Sebastián Faure. La anarquía; Pedro Kropotkin, La anarquía es inevitable; Juan Peiró, Ideas sobre sindicalismo y anarquismo; Federico Urales, El ideal de la revolución;  Gastón Leval, Problemas económicos de la revolución española; Eleuterio Quintanilla, La tesis sindicalista; Diego Abad de Santillán, La bancarrota del sistema económico y político del capitalismo; J. Bonet, Al servicio del comunismo libertario; Alejandro Gilabert, La C. N. T., la F. A. I. y la revolución social; José Maceira, Comunismo estatal y comunismo libertario; Felipe Aláiz, La expropiación invisible; Anónimo, El comunismo libertario. Sus posibilidades de realización en España; Max Nettlau, De la crisis mundial a la anarquía; Higinio Noja Ruiz, Hacia una nueva organización social; Floreal Ocaña Sánchez, Hacia el comunismo libertario; Angel Pestaña, El sindicalismo, lo que quiere y hacia donde va; Horacio Prieto, Los problemas de la revolución española; Ramón Segarra, ¿Qué es el comunismo libertario?; Anónimo, La sociedad del porvenir: el comunismo libertario; Evelio G. Fontaura, ¿Cómo es posible vivir actualmente en anarquía?, W. Morris, La sociedad futura; Rafael Ordóñez, El amor en el comunismo libertario; Macario Royo, Cómo implantamos el comunismo libertario en Mas de las Matas; Felipe Aláiz, El problema de la tierra. Reforma agraria y expropiación social; Ignotus (Manuel Villar), El anarquismo en la insurrección de Asturias; Anónimo, La revolución de Asturias. Cómo actuaron los anarquistas; Diego Abad de Santillán, El organismo económico de la revolución. Cómo vivimos y como podríamos vivir; Gastón Leval, Estructuración y funcionamiento de la sociedad comunista libertaria; Bruno Lladó, El comunismo libertario; Solano Palacio, Quince días de comunismo libertario en Asturias; Pierre Besnard, Los sindicatos y la revolución social; Camilo Bernei, Los anarquistas y la pequeña propiedad agrícola (artículos en La Revista Blanca, 1932); Sebastián Faure, Mi comunismo; Alfonso Martínez Rizo, 1945, advenimiento del comunismo libertario, El comunismo libertario expuesto por un ingeniero español, La ciudad en el porvenir comunista libertario; Max Nettlau, «Una opinión de 1912 sobre la imposibilidad inmediata del comunismo libertario en los municipios libres» (articulo en La Revista Blanca, 1932); Antonio Ocaña, El municipio libre; V. Orobón Fernández, La C. N. T. y la revolución (texto de una conferencia); Federico Urales, Los municipios libres; Christian Cornelissen, El comunismo libertario y el régimen de transición;. Silverío Valenti, Del éxodo al paraíso. Un ensayo de comunismo libertario; E. Armand, Historia de las experiencias, formas de vida en común sin Estado ni autoridad; Isaac Puente, Finalidad de la C. N. T.: el comunismo libertario; E. Horizonte, «Montaje y ajuste de la nueva economía de la sociedad libre» (artículos de Estudios).

Esta obsesión revolucionaria constructiva, y la saturación literaria a que dio lugar, orientó mucho el rumbo revolucionario popular por lo que se refiere al movimiento anarcosindicalista, como pronto vamos a ver.

El 19 de julio de 1936, en los pueblos en que había sindicatos afectos a la C. N. T. y la U. G. T. se formaron comités revolucionarios o antifascistas junto con los partidos políticos. Estos organismos dispusieron las primeras incautaciones de tierras, herramientas y productos. Al primer instante los comités revolucionarios sustituyeron a la corporación municipal. Más tarde se transformaron ellos mismos en Ayuntamiento, ajustándose a base proporcional o paritaria de las fuerzas integrantes. La organización o partido mayoritario asumía la presidencia o alcaldía.

Las tierras incautadas eran entregadas a los sindicatos de campesinos, quienes organizaron las primeras colectividades. Generalmente los pequeños propietarios eran respetados, siempre que estos trabajasen su parcela con sus propios brazos o en régimen familiar, sin emplear mano de obra asalariada. En Viladecáns (Barcelona) cinco o seis individuos trabajaban al principio para el pequeño terrateniente.

En las zonas tradicionales de pequeña propiedad y aparcería, como Cataluña, la tierra estaba muy dividida. No existían aquí los grandes ni pequeños latifundios. Así, pues, muchas colectividades se formaron juntando los militantes de la C. N. T. sus propias tierras, animales de labor, herramientas, aves de corral, ganado, abonos, simientes y hasta la cosecha. Las fincas que quedaban muy separadas del centro de la Colectividad se permutaban por otras cercanas pertenecientes a los campesinos individualistas. A estos se les brindaban otra ventajas para que accediesen a la permuta. Se les daban a veces más y mejores tierras de las que entregaban con vistas a facilitar la concentración parcelaría.

El colectivista que no tenía qué aportar a la Colectividad era admitido con los mismos derechos y deberes que los demás. En algunas colectividades los que las formaban hacían ingreso del propio dinero, como ocurrió en Pobla de la Granadella (Cataluña), Lagunarrota (Aragón) y Cervera del Maestre (Valencia).

Los pequeños propietarios más o menos refractarios a la colectivización eran llamados «individualistas». Se desenvolvían muy difícilmente, pues no pudiendo emplear mano de obra asalariada pasaban dificultades en ciertas épocas del año, cuando el fuerte del laboreo o la recolección de los frutos. A causa de la exigua dimensión de sus parcelas no podían utilizar la maquinaria agrícola que, por otra parte, no poseían. En algunos pueblos los «individualistas» recurrían a la ayuda mutua entre sí, pero de todos modos sus cosechas resultaban deslucidas en cantidad y calidad. Antes que la claudicación que para algunos significaba ingresar en la Colectividad, preferían abandonar el pueblo dejando las bestias de labor amarradas en la cuadra (Montblanc). Tenían también dificultades para abastecerse, pues los clásicos comerciantes en algunos lugares habían quedado suprimidos en tanto que intermediarios inútiles y perniciosos. El Ayuntamiento, que era el encargado de abastecerles, no actuaba con demasiada diligencia. Los colectivistas, en su mayoría, no eran rigurosos con ellos. En Monzón la Colectividad prestaba a los individualistas su maquinaria y hasta facilitábales ciertos productos de primera necesidad. Algunos individualistas distribuían su producción mediante la Cooperativa de la Colectividad, de la cual, a su vez, recibían los artículos necesarios. Algunos terminaban por ingresar en a Colectividad, por ejemplo, en Más de las Matas.

En algunos pueblos el comité revolucionario se había incautado de las propiedades rústicas de los grandes terratenientes. Una asamblea de labradores, en la que además participo todo el pueblo, se encargó del reparto de la tierra a colectivistas e individualistas. Por lo que a los colectivistas se refiere, una comisión dispuso un dictamen con las líneas generales que había de regir el plan colectivista. Cuando la C. N. T. y la U. G. T. discrepaban en sus métodos colectivistas el hecho daba lugar a dos Colectividades distintas en el mismo pueblo. En Cuenca la C. N. T. y la U. G. T. se incautaron de todas las tierras y dispusieron que no podían ser divididas, en caso de ruptura, sino proporcionalmente.

El área colectivizada variaba según la densidad de la población y la significación política de los colectivistas. Por ejemplo, la Colectividad campesina de Barcelona abarcaba cerca de 1.000 hectáreas de huerta que los colectivistas dividieron en varias zonas. La vecina Colectividad de Hospitalet de Llobregat se extendía sobre una superficie de 15 kilómetros cuadrados. En Sueca (Valencia) los colectivistas cultivaban 3.600 hanegadas de arrozales, 320 de huerta y 115 de huerta de naranjo (propiedades que habían sido del marqués de Peñafiel). En Belvis del Jarama (Castilla la Nueva), 900 hanegadas de tierra de regadío y 1.500 de secano cultivable. En Brihuega (La Alcarria) estaba colectivizado casi todo el término municipal.

En algunos pueblos la superficie territorial colectivizada sufrió notables variaciones a causa de los infortunios de la guerra, la política reaccionaria del gobierno y los asaltos militares de las columnas comunistas. En Peñalba (Aragón) al principio la Colectivídad abarcaba a todo el pueblo. Al reconstruirse después del ataque por las columnas comunistas (mayo de 1937) muchos pequeños propietarios reclamaron sus tierras y se establecieron en sus pequeñas propiedades apoyados por la bayonetas moscovitas. En Brihuega, después de rechazada la ofensiva de los fuerzas italianas (marzo del mismo año), muchos pequeños propietarios siguieron a los invasores en su desastrosa retirada. La comarca de La Alcarria estaba casi toda colectivizada.

En el seno de las Colectividades la organización del trabajo era en base a grupos de trabajadores encabezados por un delegado. Las tierras eran divididas en zonas de cultivo. En Barcelona estas divisiones formaban grandes zonas alrededor de lo que eran barrios extremos. Las tierras colectivizadas de Hospitalet de Llobregat estaban divididas en 38 zonas; Montblanc, en 5; Monzón (Aragón), también por lotes. Los delegados de los grupos trabajaban como los demás. Después de la jornada diaria aquellos se reunían con la Comisión Administrativa (de la que a veces formaban parte) para trazar el plan de trabajo a realizar el día siguiente. Los grupos de trabajadores acudían todas las mañanas a los tajos y allí se les daban las orientaciones técnicas pertinentes. Sobraban siempre voluntarios para realizar los trabajos penosos, como, por ejemplo, el riego nocturno. Tanto los delegados de trabajo como los miembros de la Comisión Administrativa eran nombrados por la asamblea general, la cual era siempre soberana en todas las cuestiones de importancia que se iban planteando.

La inmensa mayoría de las Colectividades no tenía establecido horario determinado de trabajo. En Barcelona misma se trabajaba los domingos por la mañana inclusive. Lo corriente era trabajar desde la salida a la puesta del sol y en base a seis días por semana. En algunas localidades se había establecido una jornada de nueve o diez horas, y hasta 12 cuando la mano de obra escaseaba. Debe señalarse que la juventud cumplía su deber antifascista en los frentes de guerra.

La aptitud para el trabajo oscilaba de los 14 a los 60 años. Las mozas solteras trabajaban en los talleres colectivizados que se iban organizando o en las dependencias de las cooperativas de distribución. Estaban exentas de estas obligaciones las mujeres casadas retenidas por los quehaceres domésticos. Pero en momentos de necesidad también contribuían con sus esfuerzos. Las que estaban en trance de maternidad eran objeto de delicadas atenciones.

Todos trabajaban con arreglo a su capacidad física. Los días perdidos por enfermedad se consideraban (Cuenca) como días trabajados. Los hombres mayores de 60 años tenían opción al retiro, pero en Graus se organizaban para prestar alguna utilidad.

Por las razones ya apuntadas las Colectividades eran más o menos ricas en miembros. La de Lérida cobijaba 100 familias. La de Hospitalet de Llobregat, 1.000 entre hombres y mujeres. La de Calanda llegó a abarcar 3.500  (el pueblo contaba 4.000 habitantes). Más de las Matas  (2.300 habitantes),  2.000 colectivistas. Ya se ha dicho que en Peñalba al comienzo la Colectividad abarcaba a todo el pueblo. Tras la represión stalinista quedó ésta reducida a 500 colectivistas. Peñalba, antes de la guerra tenía 1.294 habitantes. La de Belvis del Jarama se inició con 75 miembros; en 1937 llego a contar 140.  La de Utiel (Valencia), una de las más importantes, la componían 600 familias. Esta Colectividad llevó muy adelante las prácticas comunistas libertarias.

Una vez cubiertas las necesidades económicas de la propia Colectividad el resto de la producción se dedicaba al mercado exterior, en concepto de venta o de intercambio, directamente o por medio de los organismos federales que se iban creando. En algunos pueblos de Cataluña seguían en pie los Sindicatos Agrícolas de la época burguesa, por medio de los cuales distribuían sus productos o se surtían de las materias que necesitaban los pequeños propietarios, arrendatarios o aparceros. La Colectividad de Montblanc confiaba a este Sindicato su producción de vino y aceite. Pero lo más corriente fue que se creasen cooperativas propias de nuevo cuño. En Barcelona la Colectividad campesina había abierto tiendas en la ciudad, pero al quedar colectivizado el Mercado Central de Frutas y Verduras (Borne) en la zona agrícola de Barcelona la distribución marcó una etapa de evolución. En Aragón esta distribución se realizaba mediante la Federación Regional de Colectividades, fundada en febrero de 1937.

Los colectivistas se abastecían en las respectivas cooperativas, que eran grandes almacenes, con frecuencia iglesias desafectadas por la revolución. Como almacenes eran locales ideales y en ellos se apilaban los productos para el consumo local. En cuanto al abastecimiento familiar, este se realizaba por procedimientos variados. En Lérida las familias campesinas estaban provistas de una libreta de consumo en la que se marcaba el monto de los artículos retirados del almacén colectivo. Al poseedor o titular se le entregaba todas, las semanas la diferencia entre lo ganado y lo gastado. En Montblanc se compraban los artículos con dinero propio de la Colectividad. En algunos pueblos, en los primeros meses se implantó un sistema de distribución comunista libertario, algo así como la «toma del montón». Se retiraban  de  los depósitos los artículos que se necesitaban sin más miramientos. En otros lugares la distribución se hacia contra «vales», especie de moneda no corriente. En Llombay (Castellón) los víveres se distribuían en base a cierta cantidad por familia. Si se establecía precio lo hacia el Consejo Administrativo. En todos los casos, cuando escaseaba un artículo por cualquier causa se aplicaba el racionamiento del mismo. En tales circunstancias tenían prioridad por los racionados los niños, los enfermos,  los ancianos y la mujeres en trance. Los artículos racionados que no eran de primera necesidad se distribuían a veces por el sistema de «puntos» o «bonos», especie de turno rotatorio. En Peñalba la prioridad en materia de racionamiento era según receta médica.

En compensación de lo que escaseaba y había que racionar, la Colectividad entregaba a sus miembros abundantes cantidades de alimentos, sin restricción de ninguna clase, tales como verduras y frutas. Las cooperativas habían eliminado al intermediario, al pequeño comerciante, al grosista y al acaparador. Así los productos eran mas baratos para el consumidor. Las colectividades iban eliminando el foco de parásitos del campo, y hubiesen conseguido su desaparición completa de no haber aquéllos encontrado cobijo en los cuadros corruptores del oficialismo y de los partidos políticos.

La población no colectivista también se beneficiaba indirectamente, pues las cooperativas surtían muchas veces con mejores precios que el comercio llamado libre a la población indistintamente. Ya hemos dicho que muchos pequeños propietarios hacían sus transacciones por las cooperativas colectivizadas. Cabe agregar que también se abastecían de lo necesario por igual conducto Los colectivistas se servían gratuitamente de algunos servicios, como el de leña, peluquería, cine, escuelas.

Los intercambios de productos entre Colectividades no hay que decir que se realizaban sin dinero. Las operaciones con moneda que se efectuaban mediante la corporación municipal se valoraban por medio de «tasaciones» o precios oficiales (Montblanc) y se hacían efectivas en moneda también oficial. Para los intercambios propiamente dichos no se era demasiado riguroso en punto a la valoración. En unos sitios se valoraba según los precios en vigor el 19 de julio; en otros según los precios corrientes en el comercio libre. Entre las Colectividades de Aragón no se reparaba mucho entre el debe y el haber. Calanda cambiaba aceite por tejidos de las fábricas de Barcelona. En Adamuz (Valencia) se practicaba indistintamente el intercambio y la compraventa.

Al principio los comerciantes de las ciudades se negaban sistemáticamente a la práctica del intercambio. Pero a medida que se prolongaba la guerra y fueron escaseando los productos alimenticios más elementales, y sufría la moneda una fuerte depreciación, entonces preferían aquéllos el intercambio al comercio.

Las Colectividades agrarias fueron ampliando su radio de acción con la ampliación de industrias complementarías, panadería, barbería, carpintería, herrería, granja, etc. En Vilaboi (Barcelona) la instalación de la granja costó 32.000 pesetas. Había en ella 20 vacas lecheras, 200 cerdos, 27 terneras y variedad de aves de corral. La de Amposta (Tarragona) estaba valorada en 200.000 pesetas. La de Graus era famosa por su modernismo. Tenía ésta duchas para los animales y medios científicos para el tratamiento de las enfermedades del ganado. Había allí sobre seis mil animales de variadas especies.

Todas las Colectividades se hallaban surtidas de bestias de labor y de las herramientas indispensables. Pocas carecían de alguna maquinaria agrícola. Hospitalet de Llobregat adquirió maquinaria de esta clase por valor de 180.000 pesetas, comprendido un camión. Amposta disponía de 14 tractores, 15 trilladoras y 70 caballos de labor y tiro. Alcolea de Cinca compro una trilladora, un tractor y un camión, La Colectividad de Alcañiz comprendía nueve prensas para aceite, tres molinos harineros y una central de energía eléctrica. Calanda estaba muy bien utillada de segadoras, trilladoras y tractores.

El ahorro se empleaba para estos menesteres con vistas a intensificar la producción. El 27 de marzo de 1938 Serós fue ocupado por el enemigo. La Colectividad tenía entonces muy poco dinero en caja,  peto contaba con 1.200 cabezas de ganado lanar, 100 cerdos, 30 vacas, 36 caballos y mulos, granja avícola muy nutrida y una máquina trilladora.

La de Hospitalet de Llobregat registraba entre septiembre de 1936 y agosto de 1937 más de cinco millones de pesetas de entradas. Las salidas por el mismo período fueron cerca de cuatro millones doscientos mil. La Colectividad de Sueca pregonaba en marzo de 1938 las siguientes cosechas: 850.559 kilos de arroz; 140.000 pesetas en géneros en la cooperativa, y 3.300 arrobas de naranja. Componían esta Colectividad 225 familias.

La de Cuenca, pagados todos los gastos, empleaba los beneficios de la siguiente manera: 25 por 100 para enseñanza, lo mismo para compra de maquinaria y herramienta. El 50 por 100 restante quedaba a la disposición de los colectivistas si así lo disponía la asamblea. La Colectividad de Almagro publicó en 1937 el siguiente movimiento de caja: entradas, 375.576 pesetas; salidas, 371.243. Hospitalet destinaba 7.000 pesetas semanales para mejorar las instalaciones de la Colectividad. Entre sus proyectos ambiciosos figuraba la canalización del rió Llobregat para evitar las frecuentes inundaciones. Amposta fundó 15 nuevas escuelas, un sanatorio, un hospital y se dedicó a purificar el agua potable de aquella zona pantanosa. En Montblanc los colectivistas arrancaron de cuajo todos los viejos viñedos ya decadentes. Las tierras fueron labradas con mayor profundidad con ayuda de los tractores,  lo que dio cosechas más óptimas. En muchos pueblos de Aragón los colectivistas trazaron nuevos caminos y mejoraron los existentes. Instalaron molinos harineros modernos y transformaron industrialmente los derivados de la agricultura y la ganadería. Muchas de aquellas industrias habían sido instaladas por primera vez merced a la iniciativa colectivista. En algunos pueblos construyeron baños públicos (Calanda) y en casi todos montaban bibliotecas, centros culturales y escuelas. En Almagro, dichos centros fueron instalados en villas que habían sido burguesas que bautizaron los colectivistas con nombres revolucionarios: «Villa Kroptkin», «Villa Montseny», etc.

La preocupación cultural y pedagógica era una obsesión y un acontecimiento sin precedentes en el campo español. Los colectivistas de Amposta organizaron clases para los adultos semianalfabetos, cantina escolar para los párvulos y hasta un escuela de Artes y Oficios. La escuela de Serós estaba a la disposición de todos los vecinos fuesen o no colectivistas. Graus instaló un grupo escolar con el titulo de «Joaquín Costa», que había definido en el siglo pasado las necesidades fundamentales de los españoles: «Escuela y despensa». (Joaquín Costa había muerto en Graus a las cuatro y cuarto del 8 de febrero de 1910, rabiando contra medio mundo y sobre todo contra los gobiernos y los partidos). Las diversas clases creadas por la Colectividad de Calanda albergaban a 1.233 niños que enseñaban diez profesores. Los alumnos más adelantados eran enviados al Liceo de Caspe (la Colectividad se hacía responsable de los gastos). La escuela de la Colectividad de Alcoriza albergaba 600 niños a cargo de 12 profesores. Muchas de estas escuelas estaban instaladas en los conventos. La de Granadella, en el que había sido cuartel de la guardia civil, Graus había fundado una imprenta-librería y una escuela de Artes y Oficios en la que cursaban 60 jóvenes. En el mismo edificio fue instalada una escuela de Bellas Artes y museo de bastante valor. En algunos pueblos los colectivistas instalaron por primera vez un salón de cine. El de Peñalba estaba instalado en la iglesia. Los de Viladecans fundaron un laboratorio de experimentación agrícola.

En algunos lugares las Colectividades no se componían de elementos de la C. N. T. solamente. En gran parte la U. G. T. se sintió interesada en el experimento, salvo en Cataluña. La U. G. T. catalana fue puesta a flote, aparejada y armada en corso por el comunismo para contrapesar la hegemonía anarquista. En el resto de España la U. G. T. y la C. N. T. hacían muy buenas migas; en los primeros meses de la revolución especialmente, cuando el Partido Comunista no era lo que harían de él las técnicas de la propaganda soviética. Los ugetistas de Belvis del Jarama se retiraron escamados del Instituto de Reforma Agraria para entrar en relaciones económicas con la Federación Regional de Campesinos de Castilla, de signo confederal. La fundación de nuevas industrias en el campo, anexas a las Colectividades, permitió mayor empleo de mano de obra, especialmente femenina.

Por sí misma, o desde los comités revolucionarios, la C. N. T. efectuaba sus incautaciones. Las tierras incautadas de este modo eran entregadas a las secciones campesinas afines. Estas se constituían en Colectividades bajo la orientación de los Sindicatos. En todos los planos, local, regional y nacionalmente, la C. N. T. procuraba asegurarse ese control, creando nexos relacionadores económicos y sindicales paralelos para evitar que las Colectividades, que aunque económicas eran su mejor fuerza política, cayeran en el cantonalismo minifundista. De ahí la puesta en práctica de Federaciones comarcales y regionales, en el doble aspecto económico y sindical. En algunos pueblos las incautaciones cobraban un sello comunal, o sea que las tierras prácticamente quedaron municipalizadas. El Municipio las entregaba en usufructo a las Colectividades y a los individualistas. Es el caso de Amposta. En otros pueblos (Alcañiz, Montblanc) la municipalización sólo alcanzaba a la propiedad urbana.

Los datos de productividad de las Colectividades estaban relacionados con la importancia de los núcleos colectivizados, la fertilidad de la tierra y el más o menos acceso a la maquinaria agrícola. A las cifras ya avanzadas podríamos agregar que Amposta, zona arrocera, cosechó en 1936 por un valor de 36 millones de kilogramos de grano en bruto. Algunas Colectividades, como Granadella, ablasonaban de no pagar impuestos al Estado. Lagunarrota desafió siempre a los agentes del fisco. Graus, por el contrarío, creía un honor satisfacer todos los impuestos, diciendo que había que contribuir a los gastos del gobierno que soportaba el peso financiero de la guerra. Alcolea de Cinca tampoco se avino nunca a claudicar ante el impuesto. Sin embargo, exaltaba como sagrado el deber de abastecer directamente el frente de Aragón con toda clase de productos agrícolas. Era su criterio invertir el tributo al impuesto en equipamiento técnico.

En lo referente al salario las formas de retribución fueron varias con el tiempo y otras circunstancias. En Vilaboi los colectivistas empezaron asignándose un jornal de 60 céntimos de peseta. Después de la primera cosecha el sueldo semanal fue aumentando hasta 70 y 85 pesetas. A fines de 1938 cobraban 150 pesetas. Para tener una idea exacta de estas cifras habría que tener en cuenta el ritmo inflacionista y su relación con el costo de la vida. Con la misma imprecisión Hospitalet nos dice que la nónima semanal pagada a los colectivistas importaba 90.000 pesetas. En Alcañiz se pagaban 10 pesetas por 9 horas de trabajo. En Cervera del Maestre, también semanalmente, 350 pesetas los hombres, 250 las mujeres y 150 los menores. En Llombay, 5 pesetas diarias para toda persona mayor de 15 años. En Granadella, 2 pesetas semanales para todos los productores de más de 18 años, 1 peseta para los menores de esta edad, retiro a los mayores de 60 años, y aún a los menores de esta edad si necesario. Téngase en cuenta que en algunas de estas Colectividades se practicaba un sistema comunista libertario o mixto, por lo que propiamente no se asignaba salario, sino una especie de peculio de bolsillo. De ahí la diferencia tan pronunciada entre unos y otros tipos de asignación.

Al principio del movimiento, en muchas Colectividades no había salario ninguno. Se produce según las posibilidades físicas y había solamente que justificar cierta clase de consumo. El sistema de comedor popular se había generalizado inclusive en las ciudades. Pero la tendencia hacia una vida íntima empezó a poner en boga lo que dio en llamarse «salario familiar». Se planteó también el problema de los solteros no vinculados a ningún hogar. En Lérida al soltero se le asignaban 50 pesetas, de las que percibía solamente 25; las otras 25 correspondían al comedor colectivo. El matrimonio sin hijos cobraba 60 pesetas y 70 el que tenía hijos. En Plà de Cabra, 5 pesetas de jornal y dos pesetas más por cada miembro de la familia. En Orriols se pasó de la «caja común» al salario familiar: el marido 5 pesetas y 3 la mujer; el soltero de más de 15 años, 8; los menores de esta edad, 3. En Monzón: matrimonio 9 pesetas, más 3,50 por cada hijo menor. Pasados los 14 años los hijos cobraban 4 pesetas. En San Mateo: cabeza de familia 3 pesetas, la compañera 2, solteros 3, menores de 16 años 1,50. Brihuega: 5 pesetas por matrimonio y 0,75 por cada hijo. Se trabajase o no, todos los días eran retribuibles.

En muchas Colectividades no se pagaba con dinero del Estado. En otras, por cierto tiempo no circuló dinero alguno. Abundaban las que tenían moneda propia. No pocas la sustituían por «vales» o «bonos» canjeables por artículos o por la misma moneda según los casos. En Peñalba se pusieron en práctica medidas muy rígidas para evitar la acumulación de dinero. Se obligaba de cierta manera a que el colectivista lo invirtiese rápidamente. Con medidas o sin ellas, por unas u otras causas, el dinero quedó completamente desvalorizado, mejor diríamos desprestigiado, a lo largo de todo aquel dramático período.

En Serós los solteros no familiares se alimentaban en el comedor colectivo y se les abastecía de ropa limpia. Al contraer matrimonio, la Colectividad corría con los gastos de instalación del nuevo hogar. En Graus los nuevos cónyuges disfrutaban de una semana del asueto a título de luna de miel comprendidos todos los haberes. La cooperativa les abastecía de muebles, casa, etc., que amortizaban los contrayentes con el tiempo sin grandes aprietos. En Pañalba, todo nuevo matrimonio recibía un ajuar completo. En San Mateo, los solteros emancipados de la familia eran atendidos por las compañeras de la Colectividad en lo que a aseo y cocina se refiere.

El régimen de relación interior de las Colectividades era celosamente democrático. La de Hospitalet de Llobregat celebraba asamblea general cada tres meses para estudiar la marcha general de la producción y atender a las nuevas necesidades. En la ocasión el Consejo de Administración declaraba su estado de cuentas. En Ademuz se celebraban asambleas todos los sábados. Alcolea de Cinca las celebraba siempre que lo exigían las necesidades.

Los colectivistas prestaban gran atención al aspecto médico-sanitario que, en la generalidad de los casos, era servicio gratuito. La Colectividad de Masroig pagaba anualmente a un médico para que atendiera a los asociados. Los componentes de la Colectividad de Granadella estaban abonados al Hospital del Pueblo de Barcelona. En Peñalba, el médico, el practicante y el veterinario eran miembros a parte entera de la Colectividad. Por su parte la Federación de Colectividades de Aragón tenía abonados a todos sus representados en el Hospital General. En algunos lugares (Montblanc) los servicios médico-sanitarios iban a cargo del Ayuntamiento.

A medida que la guerra entraba en su fase más desastrosa la población de los pueblos invadidos por el enemigo era evacuada hacia la retaguardia. Las Colectividades absorbían gran parte de estos evacuados, llevados sus componentes de un espíritu solidario admirable. En la primavera de 1938 se agravó el problema de los evacuados a causa del hundimiento del frente de Aragón. Los colectivistas aragoneses evacuaron en masa hacia Cataluña llevando consigo cuanto humanamente fue posible: máquinas, aperos, animales, ganado. Las Colectividades catalanas que los acogieron fueron recompensadas con creces. El éxodo de los colectivistas de Aragón ha sido uno de los más heroicos, pues casi no tuvo fin hasta llegar a los campos de concentración de Francia.

La Colectividad agrícola de Barcelona acogió a 600 evacuados de las zonas invadidas. La de Vilaboi, un centenar de familias. Amposta (que hubo de quedar situado en la línea de fuego) acogió a 162. Graus mantuvo a más de cincuenta hasta tener que evacuar ella misma. La Colectividad de Utiel atendió a unas seiscientas familias evacuadas de los frentes del Centro.

El abastecimiento voluntario a los frentes fue otro aspecto de la solidaridad colectivizada. El mismo Utiel envió de una sola vez 1.490 litros de aceite y 300 arrobas de patatas al frente de Madrid. Otras veces millares de kilos de alubias, trigo, arroz, etc. Perales de Tajuña (hablamos siempre de Colectividades), grandes cantidades de pan, aceite, harina, patatas... a la Intendencia militar; y huevos; leche y carne al hospital de Artillería. Hospitalet envió a los frentes ocho vagones de alcachofas por un valor de 30.000 pesetas y varios camiones de hortalizas diversas.

El esfuerzo solidario de los colectivistas es mucho más importante si se tiene en cuenta que sus elementos jóvenes se hallaban en las trincheras. La Colectividad de Barcelona pagaba, al principio, a sus propios milicianos. La pequeña Colectividad de Vilaboi tenía en el frente 200 de sus propios miembros. Viledacans, 60. Amposta, 300. Calanda, 500.

Al principio se ingresaba en las Colectividades sin formalidades. En otros casos el aspirante a colectivista tenía que hacer entrega a la Colectividad de todos sus bienes: tierras, herramientas, animales de labor, etc. Todo lo entregado era registrado una vez valorado. En caso de baja de la Colectividad, al interesado se le devolvía lo ingresado o su valor en pesetas (siempre según las posibilidades actuales de la Colectividad). Algunas Colectividades, como la de Granadella, se hacían cargo también de las deudas contraídas por los individuos que ingresaban en ellas. También si el ingresado era acreedor. Las únicas deudas que no se comprometían a pagar estas Colectividades eran las contraídas con los usureros. En algunos casos, al separarse de la Colectividad el individuo recibía todos los bienes que había aportado al ingresar o el equivalente en pesetas, pero con un descuento de un 15 por 100. En Llombay, al hacer estas liquidaciones se tenía en cuenta la diferencia de valor que hubiese intervenido a favor o en contra del interesado. En Ademuz los nuevos colectivistas estaban obligados a hacer una declaración de cuánto poseían, pero la entrega a la Colectividad era voluntaria. En otras Colectividades no se reparaba en estas cosas. Con o sin bienes, el candidato era admitido. En todos los casos, tanto para los ingresos como para las expulsiones, la asamblea general tenía la palabra.

Al parecer se dieron pocos casos de expulsión por inmoralidad. A los infractores de las normas colectivas se les amonestaba primero; caso de reincidencia, el asunto era planteado en asamblea general. Sólo ésta podía decidir la expulsión después de oír a acusados y acusadores. En Cuenca los delegados de los grupos de trabajo no estaban facultados para aplicar sanciones. Las anormalidades eran comunicadas al Consejo de la Administración. Este planteaba el caso ante la asamblea, la que resolvía en definitiva. Los delegados de trabajo y los miembros del Consejo que se extralimitasen de sus atribuciones eran suspendidos de sus funciones por la asamblea. Todo colectivista que atropellase a un semejante aunque no fuese colectivista, o que cometiese cualesquiera inmoralidades, era reprobado. En caso de reincidencia se le expulsaba de la Colectividad con pérdida de todos su derechos.

Las relaciones federativas entre los colectivistas eran de dos órdenes: como campesinos o como anarquistas estaban afiliados al Sindicato de Campesinos de la C. N. T. o a la Federación Anarquista Ibérica, de donde recibían las orientaciones sindicales o ideológicas; pero como colectivistas estaban adheridos a la Federación Regional de Colectividades. Ya se ha dicho que en Cataluña algunas Colectividades seguían perteneciendo al Sindicato Agrícola, de tipo pequeño-burgués. En este caso la relación entre colectivistas se realizaba directamente por medio del Comité Regional de Campesinos.

La Federación Regional de Colectividades de Aragón fue fundada en febrero de 1937 en un congreso de Colectividades celebrado en Caspe. A este congreso habían acudido 500 delegados. Según el Reglamento acordado, la Federación tenía por misión defender los intereses de los colectivistas, propagar las ventajas de la colectivización basada en el apoyo mutuo; cuidar de las granjas de experimentación y asesorar a los agricultores de la capacidad de producción de los diversos terrenos puestos en producción; preparar técnicamente a los jóvenes mediante clases especiales de capacitación; formar equipos de técnicos con vistas a una producción agropecuaria de mayor rendimiento; fijar las condiciones de intercambio con el exterior estableciendo estadísticas de producción y una Caja Rural de Resistencia para hacer frente a las necesidades de orden financiero. La Federación atendería también a la instrucción y cultura general de los asociados, por medio de conferencias, el cine, el teatro y otros medios de educación.

Para ingresar en la Federación las Colectividades tenían que adjuntar a la solicitud el acta de la asamblea general que había tomado el acuerdo de adhesión y comprometerse a cumplimentar fielmente lo dispuesto en los estatutos generales. El congreso dispuso que las Colectividades, de acuerdo a las normas de autonomía, debían federarse también comarcalmente y entregar a la Federación Comarcal una relación de la producción y consumo propios. Con estos datos la Federación Comarcal de Colectividades organizaba su plan estadístico. Fue acuerdo al principio la supresión de la moneda del Estado entre los colectivistas. Creóse en su lugar la «carta de racionamiento». Había en poder de Colectividad el dinero necesario para las necesidades propias. Las Colectividades facilitarían a la Federación una cantidad de dinero, según las posibilidades de la Colectividad, con destino a la Caja de Resistencia Regional.

Por otro de los acuerdos se admitía la institución municipal para la administración de la tierra incautada. Otro acuerdo fue suprimir los límites municipales de las propiedades, ello para simplificar la tarea general socializadora. Las Colectividades excedentes de productores debían de desprenderse del exceso en beneficio de otras deficitarias al mismo respecto.

En cuanto a la expropiación o incautación de tierras el congreso estableció como norma que todas las fincas rústicas y urbanas de los elementos facciosos debían pasar a poder de las organizaciones obreras a los efectos de su colectivización. Así las que estuviesen en arriendo o en régimen de aparcería. Los pequeños propietarios reacios a la colectivización no podrían obtener mas tierras de las que pudiesen trabajar por su propio esfuerzo. Se les prevenía de las desventajas que encontrarían en la nueva sociedad.

En Cataluña, donde la tierra se hallaba sumamente dividida por la pequeña propiedad y el régimen familiar de trabajo, el colectivismo se enfrentó a serios inconvenientes. Los mismos fueron aumentando al entrar en juego las maniobras políticas de los partidos. Una parte muy importante del campesinado catalán aparcero movíase bajo influencia del partido político gobernante.

El 5 de septiembre de 1936 se celebró en Barcelona un congreso regional de campesinos, que organizó el Comité de Relaciones y estudió con interés los problemas planteados por la colectivización en el campo catalán. El congreso llegó a la conclusión de que había que respetar a los pequeños propietarios que cultivasen sus tierras con sus propios brazos en régimen de explotación familiar. Concediendo esto se quería impedir que los individualistas saboteasen la revolución. Se confiaba en que el ejemplo colectivista y sus evidentes ventajas acabarían por ablandar la resistencia de los recalcitrantes. Se establecería la colectivización total en aquellos casos no susceptibles de producir conflictos.

La Federación Regional de Campesinos no empezó a tomar acuerdos hasta febrero de 1937. Había sido creada por un Pleno Regional de Campesinos en el que fueron fijados los objetivos que debía abarcar. Véase: ayuda mutua, pero respetando siempre las características propias de cada Colectividad. La Federación se inspiraría en una amplia visión constructiva, económica y social en lo comercial y el intercambio. Se brindarían créditos y auxilio, sin interés ni gravamen, a las Colectividades necesitadas. Se crearían sanatorios y centros culturales de uso gratuito por los colectivistas. A todo ello las Colectividades debían de contribuir con el uno por ciento del total de su riqueza productiva.

Las Colectividades de la región valenciana, incluida Murcia, fueron las más numerosas y las más perfectas desde el punto de vista de la solidez de su sistema. Se trata de la región agrícola por excelencia. El movimiento anarquista, contra lo que suele ocurrir en otras regiones, es allí más denso y más consciente en los pueblos que en las capitales. El proceso de colectivización no fue aquí tan aparatoso, pero más competente y sólido. Hay que tener en cuenta que desde noviembre de 1936 se volcó sobre Valencia el aplastante aparato burocrático y policiaco del Estado y el gobierno mismo. Esta presión oficial obstaculizó muchísimo el desarrollo de las tareas revolucionarias populares, tanto en las ciudades como en el campo. Valencia, la sede provisional del gobierno, nada en plena vega, la más importante zona de cultivo de España.

El 7 de octubre de 1937 el gobierno de la República había publicado un decreto sometiendo a normas jurídicas muy estrechas las incautaciones de las fincas por los sindicatos. La enorme tensión revolucionaria de aquellos meses hizo que se hiciera caso omiso de las intenciones del decreto. Al instalarse los Ministerios en Valencia, el gobierno empezó a ejercer una enorme presión legislativa sobre el régimen colectivista. Un discurso pronunciado por el ministro de Agricultura, el comunista Uribe (diciembre de 1936), dirigido a los pequeños propietarios enemigos de la colectivización, decía a éstos que los fusiles del Partido Comunista y del gobierno estaban a su disposición. Desde el Ministerio de Agricultura los comunistas pusieron en pie una flamante Federación Campesina frente a la Federación de Trabajadores de la Tierra (U. G. T.) y la Federación Nacional de Campesinos (C. N. T.) Uno de los lideres de esta flamante Federación proclamaba con orgullo: «Tanta es la simpatía que se siente por nosotros en la región valenciana que miles y miles de campesinos ingresarían en nuestro partido si quisiéramos. Muchos de estos campesinos creen en Dios y se golpean el pecho en la intimidad. Pero aman a nuestro partido como algo sagrado...»

Claridad, órgano entonces del ala izquierda del socialismo aclaraba esto: «El Partido Comunista escribía se dedica a recoger en los pueblos lo peor del antiguo Partido Autonomista, lo cual, sobre ser reaccionario, es inmoral».

Sobre el decreto del 7 de octubre toda la prensa comunista lo había saludado encomiásticamente como la medida revolucionaria más trascendental de todos los tiempos. El decreto, que dejaba muchos cabos en el aire, no hacía más que sancionar en pequeña parte las incautaciones ya realizadas directamente por el pueblo. Sancionaba solamente las incautaciones de fincas de los elementos facciosos, pero reconocía el derecho de propiedad a sus herederos. Comentaba el socialista Zabalza: «Antes de que ningún ministro comunista pasase por el gobierno, las organizaciones campesinas, orientadas por nuestra Federación, ya habían confiscado de facto todas las fincas pertenecientes a los rebeldes ...» Por su lado, decía C. N. T. de Madrid: «Los campesinos no necesitan decretos para resolver sus problemas vitales, sino que se anticipan a ellos... expropiando sin hacer ninguna distinción entre propietarios que hubiesen intervenido o no en la conspiración militar. Sepan de una vez las autoridades que el 19 de julio destruyó para siempre el régimen injusto del privilegio...»

Los campesinos socialistas trataron, en junio de 1937, de que las incautaciones previstas en el decreto se extendieran a los propietarios que en largas etapas anteriores al 19 de julio habían ejercido represiones antiobreras. Lo cual no fue atendido ni por el ministro ni por el Instituto de Reforma Agraria que aquél granjeaba. Por lo contrario, muchos propietarios ya desposeídos recibieron de nuevo sus tierras. Remachábase el derecho del primer ocupante y los campesinos que recibían tierras tenían que conformarse con las de peor calidad. El decreto conservador del 7 de octubre se proponía desmoralizar a los colectivistas y estimular al mismo tiempo el proverbial egoísmo de los campesinos por unos míseros terrones de tierra. A otros se les incitaba a recobrar las parcelas de su antigua propiedad que habían aportado voluntariamente a la Colectividad. La C. N. T. acusaba públicamente a los funcionarios del Ministerio de Agricultura de frecuentar las Colectividades con propósitos de intriga y derrotismo.

Cercano el verano de 1937, Uribe dio un cambiazo táctico a su política contrarrevolucionaria. Una orden ministerial del mes de junio reconocía de cierta manera personalidad a las Colectividades y les ofrecía cierto apoyo; pero las que no estuviesen constituidas de acuerdo con la legalidad quedaban disueltas automáticamente dentro de un breve plazo. ¿Qué había sucedido? Sencillamente, que el caos y la desmoralización producidos entre los campesinos por la política reaccionaria del ministro habían puesto en peligro la cosecha. A la vez dicha orden era un plazo perentorio a las Colectividades para que se legalizasen con arreglo a unos preceptos laberínticos. Fue una declaración de armisticio limitada «al corriente año agrícola» que terminaría el 31 de octubre. Las Colectividades que no estuviesen legalizadas en aquella fecha tope quedarían automáticamente al margen de la ley y sus tierras serían reintegradas a sus antiguos propietarios.

El Comité Regional de Campesinos de Levante emprendió con la máxima celeridad la reorganización y puesta en legalidad de todas las Colectividades con un criterio estadístico de rigor que reflejase a la vez la capacidad productora y consumidora de los núcleos colectivizados. Este trabajo fue realizado por la Sección de Asesoría y Estadística. En el congreso regional de campesinos de noviembre de 1937 la misma sección proclamaba constituidas legalmente 340 Colectividades y en vías de aprobación los estatutos de las restantes, hasta 500, que era el total colectivizado por la C. N. T. La Sección de Asesoría y Estadística evacuaba diariamente alrededor de 50 consultas de tipo jurídico y económico.

Aquel mismo congreso sentó las bases de una nueva organización colectivista a base de Federaciones comarcales, provinciales y regionales.

En junio de aquel mismo año el Comité Nacional de la C. N. T. había convocado un Pleno Nacional de campesinos con el fin exprofeso de crear una Federación Nacional de Campesinos afecta a la organización confederal. En los estatutos adoptados se establecía que el objetivo primordial de la nueva Federación era articular nacionalmente la economía agrícola de todas las zonas de cultivo, abarcando a las Colectividades y a los pequeños propietarios. Las Colectividades de la U. G. T. tendrían cabida en la Federación. Esta asumiría funciones de asesoría técnica en todos los órdenes mediante sus ramificaciones regionales. Los pequeños propietarios, los cultivadores individuales y las Colectividades afectas a la Federación tendrían plena libertad de iniciativa para el desarrollo agrícola en las respectivas zonas, pero estarían subordinados a los acuerdos nacionales con el fin de lograr un mayor rendimiento de los cultivos, la transformación o sustitución por otros de valor económico más eficiente y la lucha contra las plagas del campo.

Los cultivadores federados estarían obligados a facilitar a la Federación Nacional datos de valor estadístico sobre la producción existente o prevista y sobre cuantos aspectos fuesen necesarios para la coordinación general. La Federación se erigía en único organismo distribuidor y exportador de la producción, en cuantos casos la exportación fuese necesaria.

Los cultivadores podrían separar de su producción los productos de propio consumo, pero deberían acatar las restricciones que en algún momento fuese necesario imponerse «para asegurar un derecho equitativo entre todos los consumidores del cuerpo social sin distinciones». El sobrante sería integrado a la Federación, la que pagaría por ello «el valor correspondiente al que estuviese en vigor en la localidad de producción» o el determinado por un organismo nacional regulador de los precios. Los cultivadores recibirían por el mismo conducto abastecimientos para sus cooperativas: abonos, fertilizantes, maquinaria y medios para el mejor aprovechamiento de las explotaciones agropecuarias a precio de costo, con el solo recargo de los gastos de transporte y administrativos. Estas operaciones se realizarían por conducto de la correspondiente Federación Regional. La Federación facilitaría el traslado de los campesinos de las zonas escasas de tierra cultivable a otras demandantes de mano de obra. Establecería relaciones con todos los organismos económicos de la C. N. T. (u otra naturaleza) de carácter nacional e internacional. Crearíase un servicio auxiliar de cajas de compensación para cobros, pagos e intercambios a través de las diversas zonas, nacionales o extranjeras. La compensación regiría para los siniestros (incendios, accidentes, plagas), enfermedad, jubilación, orfandad, solidaridad y apoyo mutuo, afectando inclusive a los campesinos individualistas no cubiertos por los beneficios del régimen colectivista.

He aquí a grandes rasgos el arranque de las colectivizaciones en el campo español; desgraciadamente la ofensiva contrarrevolucionaria abierta empezaría muy pronto y serían mermadas muchísimas de las posibilidades de expansión. 3  En efecto, tan pronto quedó levantada la cosecha de 1937, el gobierno reanudó la presión anticolectivista. Este gobierno, formado en gran parte por comunistas, procomunistas y criptocomunistas, empezó su asalto contra el Consejo de Aragón. Al decreto de disolución contra este organismo seguiría el nombramiento de un gobernador general para aquella región (Ignacio Mantecón, comunista camuflado que mantendría su disfraz hasta el exilio) y el despacho de la 11 División con bayoneta calada, al mando del bolchevique Enrique Líster. Otra división comunista, la 27, completó la expedición punitiva anticolectivista en la zona de Huesca. Hubo centenares de detenciones y también asesinatos. Las prósperas Colectividades de Aragón fueron libradas al pillaje de los antiguos propietarios, muchos de ellos fascistas disimulados.

3 Ha sido un gran infortunio que la sublevación fascista de julio de 1936 pusiera fuera de combate la parte de Andalucía más trabajada por la propaganda anarquista, donde eran tradicionales las luchas contra el despotismo feudal y la fuerza armada. Este infortunio hizo imposible allí el experimento de la reforma agraria revolucionaria que hubiese enriquecido el acopio histórico y sentado fructíferos precedentes para el porvenir. Algo se realizó en este sentido en el territorio andaluz arrancado al fascismo, pero otra clase de problemas, de tipo político y militares, minimizó su alcance. Además, por causas incomprensibles para el historiador, las experiencias realizadas en Almería, por ejemplo, y en lo que quedó libre de Granada y Córdoba, no tuvieron cátedra en la prensa revolucionaría de gran tiraje ni tal vez llegó a imprimirse. Lo mismo puede decirse de otras provincias del sur muy cercanas a las líneas de fuego. Mientras abundan en la prensa, procedentes de estas latitudes, manifiestos y proclamas concebidos en tono vocativo, dramático y hasta lírico, escasean o huelgan completamente los documentos prosaicos de carácter constructivo. ¿Será una consecuencia del temperamento andaluz?

Hubo aún un nuevo cambiazo con vistas a la cosecha de 1938, pero tardío esta vez. Se reorganizaron de nuevo las Colectividades, se prepararon las siembras, pero la cosecha esta vez la hizo Franco. En la primavera de este año caía desplomado el frente de Aragón, inicio de una catástrofe militar de terribles consecuencias.

La especulación de los partidos políticos. y el espíritu reaccionario de los elementos oficiales se emplearon a fondo en poner trabas al desarrollo colectivista, con medidas legislativas complicadísimas, a veces con carácter retroactivo, y estimulando sin cesar la codicia o el revanchismo entre los elementos retardatarios del campo. La ofensiva contra las colectividades no se limitaría a obstaculizar su desarrollo mediante cortapisas legislativas, sino recurriendo al expediente brutal de la policía uniformada (hechos de Vilanesa) y del ejército politizado al servicio de lo política de un partido.

A pesar de todo, la revolución agraria de la C. N. T. y el anarquismo, aun con las imperfecciones que cabría señalar y no pocos errores, fue lo único sólido y constructivo, la huella ejemplar y perdurable, en aquel dramático episodio de la historia de España. De todas maneras el tema de las Colectividades ha sido estudiado muy superficialmente. El trágico desplome de la resistencia, la angustia que constantemente atenazaba a los militantes, la necesidad de multiplicar el esfuerzo, el apremio de los mil y uno problemas que atender al mismo tiempo, el clima de tensión permanente ante la adversa marcha de la guerra, la lucha sin descanso para protegerse de las maniobras políticas, internas y de alto bordo internacional, privó del sosiego necesario para completar experimentos o inventariar con el detalle preciso lo realizado en este plano constructivo socializador. Tesoros de documentación han sido abandonados a la destrucción de los bárbaros victoriosos, desparramados u ocultos, librados a la memoria de supervivientes que languidecen a la sombra de la dictadura o alejados definitivamente de la lucha. El estudio metódico de las colectivizaciones está todavía por hacerse.


 

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